¡polly!
Stephen Goldin
¡POLLY!
una novela de
Stephen Goldin
Publicada por Parsina Press (http://www.parsina.com/)
Traducción realizada por Tektime
¡Polly! Copyright 2008 por Stephen Goldin. Todos los derechos reservados.
Diseño de portada por korhan hasim isik.
TÃtulo original: Polly!
Traductor: Jordi Olaria
ÃNDICE
Escena 1 (#u0f74a2a3-171c-5d17-ab9f-e161d76015d4)
Escena 2 (#ud6c8ac04-8f8d-5f39-9033-0e2cc6cff5a0)
Escena 3 (#ueebc50cd-1517-576b-b0b0-e2700d418aaa)
Escena 4 (#litres_trial_promo)
Escena 5 (#litres_trial_promo)
Escena 6 (#litres_trial_promo)
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Dedicado a todas las diosas
âpasado, presente y futuroâ
que han estado deambulando por mi vida
ESCENA 1
Su propia tos le hizo despertarse.
Al principio no sabÃa porqué tosÃa, pero entonces notó aquel penetrante olor en su consciencia. Humo. El aire estaba denso con humo. Un humo caliente y negro. Pasando ante él en oleadas intensas y de mal agüero.
Y entonces se escuchó un ruido. Era un rugido, como el de un tren llegando, pero de diferente manera. PodrÃa tratarse de un huracán o un tornado, o una ráfaga de miento tan fuerte que casi lo dejó sordo. Al mismo tiempo, le dolieron los oÃdos. Quizás era un cambio en la presión ambiental.
Se dio cuenta que aquel ruido le recordaba: el rugido de un horno de tamaño industrial
¡Fuego!
Sus ojos se abrieron de par en par, lo que fue un grabe error. Al instante le picaron y las lágrimas empezaron a emanar de ellos. El humo y el hollÃn casi le dejaron sin poder ver, y la tos casi sin poder respirar.
Fuego, la peor pesadilla posible para un dueño de una librerÃa, especialmente cuando vivÃa en la planta superior de la tienda. No veÃa llamas a su alrededor, asà que el fuego debÃa estar abajo en aquel momento. Devorando todo el inventario.
¡Bárbara! Despierta, Bárbara.
Entonces recordó... no habÃa ninguna Bárbara a quien levantar. Se habÃa ido hace un par de dÃas. Estaba solo.
Parte de su mente se preguntaba porqué molestarse por ello; túmbate aquÃ, muérete y todo se acabarÃa. Pero la parte de su cerebro con el instinto de supervivencia venció.
¿Cuál era el consejo que siempre le daban sobre los incendios? El hume sube. Tumbarse sobre el suelo para evitar inhalar humo. ¿Pero todavÃa se podÃa aplicar si el humo venÃa del piso inferior?
Se levantó de la cama sobre sus rodillas y empezó a gatear. Luego se detuvo. ¿Por dónde estaba la ventana? No podÃa ver nada. SabÃa la manera en la que su cama estaba orientada en relación con la ventana, pero sus engranajes mentales se atascaron. De repente, no pudo recordar como habÃa salido de la cama. ¿Izquierda o derecha? ¿Se estaba moviendo hacia la ventana o lejos de ella?
HabÃa cristales rotos delante suyo. Bueno, se dirigÃa en la dirección correcta. Una voz gritó: â¿Hay alguien aquÃ?â
Trató de responder gritando, pero su garganta estaba tan ahogada de humo que sólo pudo emitir un tos seca.
Eso era suficiente, sin embargo, para su posible socorrista. "Te escucho. Ya voy."
Un momento después, el bombero agarró su brazo, lo levantó suavemente y lo condujo hasta la ventana. Afuera habÃa una escalera. â¿Crees que puedes bajar?â preguntó el salvador. El asintió.
"¿Alguien más aqu�" fue la siguiente pregunta.
Sacudió la cabeza. "Sólo yo", dijo con voz ronca.
HabÃa otro bombero en la escalera. Los dos rescatadores lo ayudaron a trepar temblorosamente hasta el suelo. De pronto sintió frÃo. A pesar de que era julio, la noche era frÃa ây además, saliendo del edificio sobre calentado, el contraste era aún más intenso.
Además, sólo llevaba puestos sus calzoncillos. Fue lo único con lo que durmió, ya que era lo único que tenÃa. Uno de los bomberos lo vio temblar y al instante lo envolvió en una manta. Alguien más le trajo una sudadera grande y holgada y pantalones se los puso. Alguien más le dio un poco de agua.
Se volvió para mirar el fuego. Lo observó impasible mientras ardÃa. Las llamas eran bastante bonitas, en realidad, contra la oscuridad de la noche. De vez en cuando tomaba un sorbo de agua, más por reflejo que por sed.
Su vida entera se convirtió en humoâ por lo menos, todo lo que no habÃa perdido se fue metafóricamente hablando con él a principios de esta semana.
Se quedó allà mientras la gente se movÃa a su alrededor haciendo todo tipo de cosas frenéticasâ corriendo con hachas, echando agua sobre el fuego, y manteniendo alejada a la multitud. Nada de eso parecÃa importarle mucho; Su mente se habÃa ido lejos. Las vistas, los sonidos, los olores eran todo un caleidoscopio de sensaciones que pasaban por el extremo equivocado de un telescopio. Nada de eso era real. Nada de eso le afectó.
Una mujer se detuvo y le habló brevemente. Ella dijo que era de la Cruz Roja y le preguntó si tenÃa un lugar para quedarse aquella la noche. Ella le dio la tarjeta de un refugio que podrÃa hospedarlo durante una noche o dos, mientras él consiguiera arreglarlo todo.
Las llamas lentamente se apagaron. Alguien le dijo que el primer piso estaba casi destruido, mientras que algunas cosas se habÃan salvado del segundo: su cartera, una cómoda pequeña con algunas ropas, su teléfono móvil. Alguien más le dijo que en una evaluación preliminar parecÃa que el fuego habÃa comenzado por culpa de algún cableado defectuoso. Nada parecÃa sospechoso.
En algún momento debió de haber ido al refugio, aunque no lo recordaba. Se despertó y caminó aturdidamente hacia la puerta, bajó por la calle hasta un cajero automático, donde sacó un poco de dinero de su pobre cuenta para poder desayunar. La comida bien podrÃa haber sido de cartón; Lo masticaba y lo tragaba mecánicamente sin siquiera saborearlo.
El resto del dÃa lo pasó rodeado de una extraña bruma. Recogió la poca ropa que pudo rescatar y a puso en un par de bolsas de plástico para supermercado. Habló con su agente de seguros, quien le dio condolencias como profesional que era y le recordó que mientras gran parte de su negocio habÃa sido asegurado, no tenÃa seguro de vivienda para cubrir sus pérdidas personales. Dejó la oficina del agente con un grueso montón de papeleo para llenar y devolvérselo en la mayor brevedad posible.
Pasó aquella noche en un motel barato, y no recordó nada de la experiencia. A la luz del dÃa, la realidad se filtraba lentamente en las esquinas de su mente. TendrÃa que hacer algo con respecto a encontrar un lugar donde quedarse; No tenÃa suficiente dinero para seguir viviendo en un motel. TenÃa que reunir sus cosas y hacer un balance de los recursos que tenÃa. Bueno, eso no tardarÃa mucho. No quedaba mucho para hacer balance.
¿A dónde podrÃa ir? Bueno, su hermano tenÃa un rancho en Nevada y siempre le invitaba a venir a visitarlo. Eso lo harÃa, supuso.
Empezó a llamar un par de veces para avisar a su hermano que venÃa, y cada vez colgaba antes de terminar de marcar. No podÃa contar esta historia por teléfono; PodrÃa romper a llorar y estropearlo para siempre. Mejor seguir adelante y sorprender a su hermano. ¿Quién sabe? Una vez llegará a su casa, quizás hubiera encontrado una forma de darle sentido a todo aquello.
Lanzó sus pocas pertenencias a su Toyota y comenzó su viaje hacia el este.
ESCENA 2
El viaje empezó bien. Condujo por las calles de la ciudad y luego por la autopistaâ algo simple de realizar. El dÃa estaba caluroso y el aire acondicionado del Corolla roto, pero el viento natural âcuatro ventanas abiertas a 96 km/hâ ayudaron a soportarlo. El coche no tenÃa reproductor de CD, pero habÃa buena música, rock clásico, en la radio. Al menos tenÃa eso. Tan pronto intentó recordar las letras, se dio cuenta que no tendrÃa tiempo de recordar aquello que no querÃa recordar.
Era temprano a media mañana, justo cuando todos iban a trabajar. TodavÃa habÃa mucho tráfico en el otro lado de la carretera, pero casi ninguno en el suyo. Iba en contra del resto, lejos de la ciudad. Nada que lo ralentizara.
Se trasladó a otra autopista, moviéndose de cuatro carriles por sentido a dos. El tráfico allà estaba todavÃa en la otra dirección, dejándolo libre para moverse. Apretó un poco más el acelerador. El viento azotó, casi sin dejar escuchar la radio. Subió el volumen.
El camino llevaba hacia el este sobre las colinas y al cálido valle central de California. Este era el lugar donde sólo los temerarios se atrevÃan a ir en verano sin aire acondicionado. Bueno, temerario o desesperado. Supuso que encajaba en una categorÃa u otra.
Con las colinas ahora entre él y la ciudad, la estación de radio comenzó a desvanecerse. Incluso apagando el sonido y volviéndolo a encender no solucionaba el problema. Comenzó a presionar el botón "Buscar" para encontrar algo más. Desechó un par de cadenas de programación de entrevistasâ una de ellas de deportes y la otra con un fatuo comentarista que se empeñaba en provocar el enojo de los oyentesâ y una cadena en español. Trató de cambiar a FM, pero casi no habÃa recepción, asà que regresó a AM y finalmente encontró una cadena de música que tocaba un rango de oldies a rock clásico. Audible, aunque un poco suave para su estado de ánimo.
La temperatura estaba subiendo rápidamente. El viento que pasaba era tan caliente como el aire dentro del coche, y empezaba a sudar. Se detuvo en una gasolinera, llenó el tanque y compró un paquete de botellas de agua. DeberÃan bastar para mantenerlo hidratado durante un tiempo.
Bebió la primera botella en media hora, y tan rápido se la bebió, se puso a sudar de nuevo. Abrió la segunda botella y echó algo de ella sobre su cabeza. Eso parecÃa llevar la temperatura un poco más hacia el rango soportable.
Después de sesenta y cuatro kilómetros, tomó una carretera de dos carriles. Prácticamente no habÃa tráfico aquÃ, y él tenÃa el camino para sà mismo. Comprobó su reloj: Las diez y media. Estaba haciendo un tiempo decente. Si seguÃa con este ritmo, incluso podrÃa llegar al rancho antes de que oscureciera âsin duda antes de que fuera demasiado tarde.
La tierra a su alrededor estaba cambiando lentamente de terrenos agrÃcolas cultivados a matorrales y arbustos. En su espejo retrovisor, las montañas se encogÃan al penetrar más profundamente en el corazón del valle.
Esta emisora de radio estaba empezando también a perder la señal, para dar paso a una cadena más local. Esta nueva orgullosamente resultó ser que tocaba ambos tipos de música, Country y Western. Por suerte, era algo parecido al rap, cercano a lo que le gustaba.
Por lo tanto, se puso a escuchar con poco interés por las ondas del twangy del desespero. Tras el tercer cantante masculino diferente cantando una lamentable historia sobre una mujer que lo abandonó, apagó con ira el altavoz y siguió conduciendo.
Gran error. Los siguientes veinticuatro kilómetros aproximadamente su mente estaba mucho más lejos que su coche en aquella carretera casi-recta. Hacienda. Bárbara. El fuego. La tienda. Bárbara. Los impuestos. Fuegos. Incluso la música country era mejor que el silencio.
La temperatura seguÃa subiendo. Se bebió el resto de la segunda botella de agua y se tiró parte de la tercera sobre su cabeza otra vez. Tuvo menos efecto que la última vez. Por lo menos, estaba agradecido por tener cubre asientos de tela en lugar de aquellos baratos de cuero sintético; tener su piel enganchada a un material de fábrica le harÃan esa conducción mucho más desagradable de lo que ya lo era.
Miró el asiento detrás suyo. Una montaña de formularios de la aseguradora, haciendo peso encima un montón de ropa para que no salieran volando con el viento. DeberÃa echarles un vistazo cuando su agente se los dio. QuerÃan todo tipo de información, incluso el nombre de pila de su padre y el signo del zodiaco de su abuelo. Sufrió un incendio, ¡por el amor de Dios! Casi todos sus papeles se habÃan perdido. ¿Cómo se suponÃa que tenÃa que darles la información sobre sus finanzas con todos los datos quemados?
No. No era el momento para pensar en esas cosas. Era el momento para escuchar una mala canción de Country y meditar mientras conducÃa por el desierto.
Su velocidad aumentó hasta los ochenta. Sin tráfico en la carretera, no habÃa nada que lo retuviera. Al menos, en una carretera desierta, no habÃa muchas posibilidades de atrapar la atención de la Patrulla de Carreteras.
Justo detrás suyo, pudo ver que habÃa luces intermitentes a través de su espejo retrovisor. Maldiciendo, se detuvo al lado de la carretera. ConocÃa lo que ocurrirÃa; Sacó su licencia y registro y se las entregó al oficial. El oficial se los devolvió, junto con un boleto de exceso de velocidad. Todo muy educado y profesional. Ambos estaban de vuelta en la carretera en menos de quince minutos.
La temperatura estaba subiendo. Se tiró el contenido del resto de la tercera botella de agua sobre su cabeza, y prácticamente podÃa sentir que se estaba convirtiendo en vapor y evaporándose tan pronto como lo tocó. Vació la cuarta botella, y no sirvió de nada.
Se detuvo y volvió a llenar el depósito en una pequeña estación que decÃa ser la última parada de gasolina para los siguientes ochenta kilómetros. El carburante era terriblemente caro y sus recursos se estaban agotando, pero esto superó la sorpresa de la alternativa desagradable, la forma en que su suerte se estaba ejecutando en estos dÃas.
Pocos minutos después empezó a perder de vista la cadena de radio. Empezó a buscar desesperadamente otra. Todo lo que podÃa encontrar aquà en medio de la nada era un programa religioso. ¿Qué hacÃa eso a mediodÃa? No era domingo. ¿No eran esas cosas reservadas para la tarde o la noche cuando no molestarÃan a la gente decente?
âAquellos paganos quieren decirte que todo fue un accidente,â decÃa el predicador. âSi te encuentras un reloj en el suelo, seguro que dices, âque cosa más rara, ¿todas estas piezas de metal se han juntado ellas solas en el suelo para decirme la hora?â ¡Vaya suposición más estúpida, ridÃcula, sin sentido, imbécil, tonta, alocada y banal! ¿O creerás que alguien hizo aquel complicado reloj a posta para tus propios propósitos? Un reloj implica un Relojero tan seguro que la noche sigue al dÃa.â
âSÃ,â le contestó a la radio molestamente. "Un relojero imbécil que no sabe o no le importa si dejó su reloj en medio de un estúpido campo. Tal vez el dueño lo perdió o lo tiró porque daba mal el tiempo. ¿Qué pasa si dejas una barra de hierro en el campo y vuelves unos meses más tarde encontrándolo cubierto con polvo rojizo? ¿AsumirÃas que alguien vino y lo pintó? ¿O crees que se acaba de oxidar? ¡no me jodas!â
El predicador radiofónico lo ignoró. âLo que estas personas no pueden ver es que todo es parte de un gran diseño, un diseño tan grande que no podemos ver todos los detalles. El plan de Dios es tan grande que se envuelve todo el camino alrededor de nosotros como una manta grande y reconfortante. El plan de Dios es inmenso y es para todos nosotros, y todos participamos en élâ.
â¿El plan de Dios incluye quemar mi tienda?â Le gritaba a la radio. â¿Quiere Dios que yo esté sin hogar y en bancarrota? ¿Es Hacienda parte sutil del plan de Dios? ¿Necesita Dios mis ocho mil dólares? ¿Es el plan de Dios para darme una multa por exceso de velocidad? ¿O hacer que Bárbara me deje? ¿Qué está haciendo el plan de Dios para mÃ? ¿Dónde la manta del amor que deberÃa cubrirlo todo? ¡Tiene unos agujeros de polilla muy grandes!â
Golpeó furiosamente el botón para apagar la radio. La humedad en su rostro era mucho más que lágrimas de sudor, picando sus ojos y haciendo más difÃcil ver por dónde estaba conduciendo. Si hubiese habido más tráfico, podrÃa haber estado en problemas, pero no habÃa nadie a quien atacar. Al menos logró mantener el coche en la carretera.
Incluso el silencio era mejor que escuchar basura como esa. Incluso escuchar sus propios pensamientos era mejor. A pesar de que estaba enfadado y confundido, deprimido y lleno de desesperación. Al menos eran sus pensamientos, no los de un tipo hipócrita.
Terminó el resto de la botella muy rápido, la mitad en su boca y la otra mitad sobre su cabeza. No parecÃa que ayudara. SeguÃa haciendo un calor insoportable.
ESCENA 3
A primera vista, el objeto podrÃa bien ser un espejismo. Pero no brillaba e iba creciendo en tamaño a medida que se aproximaba con su coche, por lo que definitivamente era algo real.
Era una enorme mansión de dos pisos construida en piedra blanca, con filas de ventanas en cada piso que reflejaba el sol de primera mañana. El porche frontal le sobresalÃa apoyado por una fila de columnas de mármol blanco, y en frente de la casa habÃa un trozo rectangular de césped verde delineado a la perfección con el lÃmite del desierto a su alrededor.
HabÃa conducido por esta carretera antes y no recordaba haber visto algo asÃ. Eso habÃa sido hace unos años, sin embargo, podrÃa haber sucedido durante ese tiempo.
La carretera pasaba por delante de la casa, a unos treinta metros de distancia. La tierra alrededor era perfectamente plana, desprovista de cualquier cosa de interés, pero ocasionalmente podÃas ver algunos arbustos y cactus solitarios dispersos aquà y allá. Incluso las montañas que siempre estaban presentes en California eran sólo una mancha azul en el lejano horizonte.
Estaba demasiado absorto en su propia miseria para pensar en la mansión mucho más que como una curiosidad. Su depresión era una nube negra que abrumaba todas las otras preocupaciones, asà que él ignoró la mansión y siguió conduciendo.
O trató de hacerlo. Sin previo aviso, su motor de repente tosió y murió, y el viejo Corolla se detuvo lentamente hasta hacerlo casi directamente frente a la entrada de la mansión. Por lo menos se las arregló para dirigirlo al lado de la carretera, por lo que no serÃa golpeado por cualquier otro coche que pasara por aquÃ. Aunque no habÃa mucha probabilidad de que eso ocurriera.
El indicador de la gasolina indicaba que el depósito estaba medio lleno. Intentó encender el motor un par de veces, pero solamente obtuvo un lúgubre ruido parecido a un zumbido. â¡Mierda!â gritó a la desconsiderada máquina, golpeando la rueda con ambos puños. â¡Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda! ¿Por qué a mi? ¿Por qué ahora? SabÃa que no deberÃa haber confiado en un trozo de basura para un viaje como este.â
Miró a disgusto el montón de formularios para la aseguradora en el asiento del pasajero que estaban debajo de la bolsa de ropa, los sacó y cerró de un golpe la puerta. Levantó el capó para comprobar el motor. Aquello era algo inútil âno tenÃa ni idea de lo que estaba mirando, ni mucho menos como poder arreglarlo.
Miró impacientemente su reloj. Las doce y treinta y cinco. La temperatura rondaba los treinta y siete grados. Aquella tarde solo podÃa que ir a peor. Ni un ápice de viento. TenÃa que ponerse manos a la obra si querÃa llegar al rancho antes de la puesta de sol.
Puso la mano en el bolsillo y se sacó su móvil. Nadie le podÃa ayudar, de todas maneras pues la pantalla indicaba que no habÃa cobertura. Después de todo, ¿quien instalarÃa una antena de telefonÃa aquà para los conejos y los coyotes? Lanzó tu teléfono tan lejos como pudo hacia el desierto. â¡Buen viaje!â gritó. â¿Y ahora, qué? ¿Qué pasará?â golpeó el coche con frustración en medio de un sollozo. â¿Me ocurrirá algo bueno?â
Lo que él querÃa hacer era volver con el coche. Sentarse en el asiento trasero. Tumbarse en posición fetal y llorar. Quizás incluso chuparse su pulgar. Todo el universo pasarÃa por delante suyo. Probablemente algo mejor de lo que habÃa estado haciendo últimamente.
Levantó la mirada y vio otra vez aquella casa. Bueno, al menos podÃa pedir si podrÃa usar su teléfono para llamar a la Asistencia-en-Carretera. Por supuesto, no con la racha que llevaba.
Se desesperó. A pesar de haberse tirado por encima mucha agua, su ropa estaban ya secas por el calor del desierto. Pasó sus dedos por el pelo un par de veces como si fuera un peine. Entonces empezó a pisar fuertemente el asfalto, alegrándose de que todavÃa no era de noche, una noche de tormenta; ahora tendrÃa que entrar en la guarida de Drácula o Frank N. Furter
(#litres_trial_promo) o alguien parecido.
Estaba tan envuelto en su nube negra de pensamientos que habÃa llegado a más de la mitad de la entrada antes de ver al muñeco de nieve en el césped cerca del porche. TenÃa que ser uno de esos adornos plásticos de Navidad, pensó. Alguien tenÃa un extraño sentido del humor, dejándolo fuera en julio. O eso o era alguien muy perezoso.
A medida que se acercaba a él, sin embargo, parecÃa cada vez más real. Era un muñeco de nieve estándar de tres bolas con la base de un metro de diámetro, el medio de sesenta centÃmetros y la cabeza de treinta. Sus ojos eran ciruelas negras, su nariz un pepinillo dulce y su boca era una lÃnea punteada de cerezas curvadas en una sonrisa. Llevaba una alegre bufanda amarilla y roja alrededor de donde estarÃa su cuello. En su cabeza, en lugar del sombrero de copa tradicional, tenÃa una gorra de béisbol de Oakland A's. Sus brazos estaban desproporcionadamente flacos, sólo un par de ramas desnudas que salÃan de sus hombros.
Se acercó a él y lo tocó. Estaba frÃo. Estaba hecho de nieve. Y estaba de pie sobre este césped en treinta y siete grados de calor bajo el sol abrasador del desierto en julio.
Se alejó lentamente de él, no completamente dispuesto a quitarle los ojos de encima. El muñeco de nieve se quedó allà y no mostró ninguna intención de derretirse.
Finalmente, con un rápido movimiento de cabeza, trató de sacarlo de su mente. HabÃa muchos otros problemas de que preocuparse. Subió los cuatro escalones hasta el porche, se acercó a la gran puerta y presionó la campana.
A los pocos segundos la puerta se abrió y se vio mirando a la más bella chica que habÃa visto jamás. Era pequeña âtan sólo metro setenta y dos, no le llegaba más allá de la narizâ pero aquella tan solo era lo único a lo que podrÃa llamar remarcable. Su cuerpo estaba perfectamente proporcionado, ni muy pechugona ni muy aniñada. Su pelo marrón oscuro, con un corte pixie, con un rostro perfecto, ojos marrones y brillantes, una nariz alegre y una boca pequeña pero expresiva.
Llevaba puesto un pantalón vestido satinado de una pieza. La mitad inferior eran unos pantalones destellantes; la parte superior era un arnés con la forma de dos pañuelos negros uniéndose en la parte frontal y atándose entre ellos por el cuello. Llevaba unas zapatillas negras con poco talón, y su parte trasera estaba descalzo. No estaba esquelética, pero tampoco tenÃa grasa. Alrededor de su cuello llevaba una cadena dorada y un gran medallón de varios centÃmetros, con al menos una docena de pequeñas luces que parpadeaban. No parecÃa tener mucho más de veinte años.
â¿SÃ?â dijo ella.
Ãl estaba demasiado ocupado admirando las vistas por lo que olvidó la razón de estar allÃ. âEh, perdona que te moleste, pero mi coche se ha estropeado en medio de la carretera. Me preguntaba si...â
âBueno, no te quedes bajo este solâ dijo haciéndole señas para que entrase. âEntra que aquà hay aire acondicionado y se está bien. Bienvenido a Green House.â
âGracias,â dijo poniendo un pie dentro. Ella cerró la puerta tras él, y enseguida sintió el lujo. No habÃa sentido frÃo desde hacÃa horas.
Estaban en un vestÃbulo echo de baldosas de mármol negras y blancas y una enorme lámpara de cristal colgando de un techo alto. HabÃa un largo pasillo que llevaba hasta la parte trasera de la mansión, con varias puertas que daban a diferentes habitaciones. Unas amplias escaleras con una alfombra verde llevaban al piso superior.
âOdio molestar de esta manera...â empezó diciendo, pero ella lo volvió a interrumpir.
âNo digas tonterÃas. No es molestia. No es tu culpa el lugar donde tu coche se estropea, ¿verdad?â
âNo,â dijo con un profundo suspiro. âMe estaba preguntando si me dejarÃas usar el teléfono un momento.â
âLo harÃa si tuviera uno.â
â¿Vives en un lugar tan apartado en medio de la nada sin teléfono?â
âSi tuviera uno, la gente no dejarÃa de llamarme todo el ratoâ dijo ella. âHay demasiada gente intentando hablar conmigo. Prefiero ser un poco difÃcil de localizar.â
â¿Pero si tienes algún problemaâ le dijo. â¿Y si necesitas comunicarte con alguien?
âNo tengo problema alguno a la hora de comunicarme con el que quieroâ dijo ella âY no hay problema que mi servicio no pueda solucionar.â
âOh, tienes servicio. Supongo que entonces nada.â
âSip. De echo, iba a sugerirte que mi chófer echara un vistazo a tu coche. Seguramente sepa como repararlo.â
âNo quiero meterte en problemas...â
âPara nada. Fritz hará su trabajo. Es por esto que está aquÃ.â Cogió su medallón y habló por él. âFritz, hay un coche fuera que parece que ha dejado de funcionar. ¿PodrÃas echarle un vistazo y hacerlo que vuelva a funcionar?â
âJa, meine frauleinâ dijo la voz a través del medallón. Aquella voz tenÃa un acento tanto de alemán de Hollywood que podÃa escuchar el taconeo de sus talones.
âMuchas graciasâ dijo él.
Ella se dio la vuelta. âMe llamo Polly, por cierto.â
âOh, esto... y yo Rod.â
Ladeó su cabeza hacia la izquierda. âNo pareces ninguna âcañaâ
(#litres_trial_promo) dijo sentenciosamente.
â¿Qué aspecto tiene una âcañaâ?â
âEsto, algo largo, cilÃndrico y rÃgidoâ le dijo regalándole una sonrisa malvada. âPor supuesto, entiendo que sea tu apodo.â
Ãl se sintió ruborizado. âEs por Heródotoâ dijo calmadamente mientras se preguntaba porque lo decÃa. Casi nunca se lo habÃa contado a nadie âni mucho menos a un completo desconocido.
âAh, el historiador griegoâ gritó Polly. âGenial.â
â¿Lo conoces?â
âPor supuesto, amo la Antigua Grecia.â
âSÃ, y también mi padre. Era profesor de civilizaciones clásicas.â
âTenÃa que quererte de verdad para darte tal honorable nombre.â
Heródoto resopló con desprecio. âHeródoto Shapiro es un nombre horrible para un chico judÃo.â
âMe gusta. ¿Puedo llamarte âHeroâ?â
âPrefiero Rod.â
âPuedes ser mi Héro-eâ dijo ella, ignorando por completo sus palabras. âEs mejor que âHer,â ¿no?â
âHaz lo que quierasâ dijo resignándose. TenÃa mayores problemas en su vida en aquel momento que preocuparse por como le llamaba una niña tonta y rica. Uno de sus problemas era el apartar su mirada del increÃble cuerpo de aquella niña tonta y rica evitando dejar el suelo lleno de babas.
Ella lo rodeó con sus brazos y lo llevó a la habitación a su derecha. âEntra a la sala y únete a la fiesta.â
â¿Fiesta?â Sintió una opresión en el pecho. Las fiestas conllevan gente, normalmente gente feliz. La gente feliz era la última cosa que necesitaba en su vida en aquel momento. âEh, no quisiera ir a una fiesta a la que no he sido invitadoââ
âNo tienes porque si no quieresâ le dijo Polly.
Ãl estaba demasiado en guardia y sudado y despeinado. âNo estoy seguro de que vaya conmigo. Seguramente no conozco a nadieââ
âNo te preocupes. Todo estará bien. Son buena gente. No invito a quien no lo sea.â
âPero, esto... no voy vestido para una fiesta.â
âNo te preocupes. Todos mis amigos vienen-tal-cual. Muy informal. Creo que las personas son más importantes que su ropa. Ven.â
Abrió la puerta corrediza y le invitó a que entrara al gran salón. La habitación estaba llena de gente. HabÃa una banda tocando música instrumental discretamente en el fondo, y gente hablando amigablemente. Se podÃa escuchar risas desde diferentes sitios.
La alfombra era azul pálido, cubierta por un par de tapetes Persas sobre un suelo azul. El papel de las paredes era de un tono azul pastel con bandas azul marino horizontales cerca de la parte superior y el revestimiento de madera. HabÃa un largo sofá de brocado Empire y cinco sillas de jacquard verde con pequeños manojos de campanillas en forma de diamante, y un gran piano celeste en la esquina opuesta. Pequeñas mesas de caoba habÃa sido colocadas bajo un espejo de plato con esquinas biseladas. Todo el mundo estaba hablando de pie; nadie permanecÃa sentado en tales sofisticados muebles.
Ãl contempló la gran multitud, pero no pudo encontrar ninguna cara conocido. â¿Cómo has logrado reunir tanta gente en un lugar en medio del desierto?â
âLos invitéâ dijo Polly sin rodeos. âA la gente le gusta venir a mis fiesta.â
Pulsó un botón en su medallón y sonó un leve pero insistente carillón en la habitación. La gente dejó de conversar para ponerse a mirar hacia la puerta.
âHola a todosâ dijo ella âespero que lo estéis pasando bien.â
Mucha gente asintió, otros contestaron con algún movimiento. âBienâ dijo Polly âsi hay algún problema, decÃdmelo. Me gustarÃa presentaron a miHéro-e. De echo, se llama Herodotus Saphiro, pero creo que Héro-e le queda mejor. Haced que se sienta a gusto.â Los invitados lo saludaron, cosa que hizo sentir a Herodotus más avergonzado.
Polly se dio media vuelta hacia él. âParece que necesitas una bebida.â
âNo suelo beber muchoââ
âSolamente una copa de vino. Eh, Fifiâ dijo ella.
Una bella y alegre jovenzuela de pelo rubio vistiendo un uniforme negro y blanco de sirvienta se les acercó, llevando una bandeja con copas de vino. Su ropa era escasa dejando poco a la imaginación, sobretodo por dejar en evidencia su origen mamÃfero. âOui, Mademoiselle?â preguntó.
Polly tomó un par de copas de vino de la bandeja, dándole una a Herodotus y quedándose la otra para ella. âFifi, quiero que te asegures que Héro-e tiene todo lo que quiera.â
La sirvienta miró el rostro de Herodotus y sonrió. âHaré lo mejor que puedaâ le prometió con una voz que de repente parecÃa ronca. Sus hombres y caderas empezaron a moverse como si fueran accionados indistintamente el uno del otro.
Polly alzó la copa. âPara las nuevas amistadesâ dijo, acercando su copa con la de él.
Herodotus contempló el lÃquido dorado de la copa y lo probó. Estaba delicioso âdulce pero no empalagoso, suave al paladar, refrescante en la garganta, con un final definido y afrutado. Tomó un segundo sorbo mucho más largo.
Ella lo contemplaba con una sonrisa en su rostro. â¿Te gusta?â preguntó.
âSÃ, está muy bueno.â
âEs de mi viñedoâ dijo presumiendo. âSe llama AlegrÃa, el vino de las uvas alegres. Crecen junto a otro viñedo donde se almacenan las uvas de la ira. Guardo este vino para ocasiones especiales.â
âOye, Polly, yoââ
âPerdona por tener que dejarte unos instantes, pero tengo atender a alguien. Temas de anfitriona y cosas por el estilo. Habla con la gente, diviértete. Si necesitas algo, Fifi o James estarán encantados de ayudarte.â
â¿Quién es ese James?â
âMi mayordomo. Estaré de vuelta pronto y entonces podremos hablar.â Tomó un sorbo de su copa y se alejó, sonriendo a todo aquel con el que se cruzaba hasta desaparecer entre la multitud.â
Herodotus se sintió fuera de su lugar y completamente solo. La gente parecÃa amable, pero no estaba con humor para hacer amigosâ no ese dÃa. Se dirigió hacia el sofá y se sentó en uno de sus extremos, intentando no estropear aquel antiguo mobiliario e intentando pasar por inadvertido lo mejor que pudo.
Unos minutos después, un hombre vino y se sentó a su lado. ParecÃa tener sesenta y muchos años, con un rostro curtido y arrugado con un peinado casi blanco perfecto. TenÃa un cuerpo delgado con un generosa barriga que le arrugaba la cara pero no de una forma bonita. SonreÃa mucho.
â¿Cuánto tiempo hace que la conoces?â preguntó el hombre intentando empezar una conversación.
â¿Ella? ¿Te refieres a Polly?â
â¿Asà es como se llama últimamente? SÃ, Polly.â
âMe encontré con ella hace unos pocos minutos.â
El viejo hombre asintió. âYo ya hace cinco años. Mi mujer y yo llevamos cuarenta y tres años casados, y no ha estado enferma ni un solo dÃa en su vida excepto uno o dos resfriados. Entonces Alice fue al hospital, y tres semanas después murió de cáncer. Toda mi vida se desplomó. Pensé que hubiera sido mejor morir y estar con ella. Entonces esa enfermera vino a mi en la sala de visitas y me cogió de la mano. No soy un tipo que llore con facilidad, pero terminé como un niño llorando sobre sus hombros, empapándole todo el uniforme. ParecÃa que no el importaba. Le conté todo sobre Alice. ¡Jesús! Estuvimos hablando durante horas. Ya sabes, tengo amigos que intentan levantarme el ánimo diciéndome que Alice fue a un lugar mejor. Polly jamás me dijo tal estupidez. Solamente estaba allÃ, y fue suficiente, y entonces el resto del mundo también â un poco más vacÃo sin Alice, pero no tan desesperanzador como pensaba.â
Se detuvo. â¿Cuál es tu historia?â preguntó.
Herodotus se sonrojó. Después de una historia como la del viejo, ¿qué podÃa decir? âMi coche se rompió fuera de su casaâ, dijo, casi disculpándose.
El hombre lo miró un rato, con las más ligeras de sus sonrisas en las comisuras de la boca. Finalmente se levantó. âClaro,â dijo él, extendiéndose y golpeando a Herodotus en la espalda. âRecuerda, como dice Polly, que las cosas nunca son desesperadas a menos que pierdas toda esperanza.â Y se alejó.
Herodotus tomó otro sorbo de vino y observó a los que estaban en la fiesta. Después de otro par de minutos, un pequeño hombre con un traje gris, una camisa blanca almidonada y una corbata roja se acercó al sofá. En vez de sentarse en ella, caminó detrás de él y se inclinó para susurrar al oÃdo de Herodotus. âQuÃtate de aquà mientras tengas una oportunidadâ dijo él de forma siniestra.â
â¿Qué?â
âYa me oÃste. Sal de allà antes de que sea demasiado tarde.â se alejó sin explicar más.
Herodotus se preguntó qué clase de madriguera de conejos habÃa caÃdo mientras miraba al hombre. Pero no tenÃa elección de quedarse aquà a menos que quisiera caminar unos cincuenta kilómetros en medio del calor del verano del desierto.
Tomó su camino entre la multitud de la gente como si se tratase de un gato de pelo negro con los ojos brillantes. HabÃa ido dirección al sofá adrede mirando a Herodotus para terminar sobre sus piernas. Herodotus acarició su piel con cuidado. El gato no se quejó, y empezó a ronronear amasando su muslo con sus patas aterciopeladas.
Entonces Polly regresó, vistiendo un leotardo cubierto de lentejuelas ârojo con rallas blancas verticales, con un embellecedor azul con estrellas blancas en la parte superior e inferior. Sus hombros, brazos y piernas estaban desnudos, con zapatillas de baile en sus pies.
âAh, has conocido a Midnightâ dijo Polly con una sonrisa.
âCreo que él me ha encontrado a miâ dijo Herodotus.
âVeo que sueles pensar las cosas desde una perspectiva âdescabelladaâ
âHe vivido con unos pocos toda mi vidaâ admitió él.
âMe alegra oÃrlo. Los gatos son la prueba viviente de que Dios solamente bromeaba cuando decÃa que deberÃa haber otros dioses antes que él.â Se sentó y acarició el gato. Ronroneó todavÃa más fuerte.
Polly saltó al sofá a su lado, dando saltos un par de veces con todo el decoro de una niña revoltosa de diez años, terminando sentándose de lado con las piernas cruzando frente a él. El gato ni se asustó. âAhora, ¿de qué podrÃamos hablar?â preguntó ella.
Herodotus sacudió la cabeza. âNo estoy de humor para hablar. Solamente quiero que me arreglen el coche y regresar.â
La voz de Polly pareció compasiva. âTienes problemas, ¿no?â
âHe dicho que no quiero hablar de ello.â Su tono se volvió más áspero de lo que querÃa.
âBuenoâ dijo ella, todavÃa acariciando al gato. âEntonces hablemos de mi tema favorito âyo mismo. Hazme preguntas. Se que tienes algunas, lo puedo ver en tus ojos. Pregúntame cualquier cosa. Me siento muy bien, por lo que tendrás una de esas oportunidades que aparecen una vez en la vida y por las que algunos hombres morirÃan por ella.â
Obviamente no lo iba a dejar solo, por lo que deberÃa contestarle también con humor.
â¿Cultivas muchas flores por aquÃ?â
Permaneció en silencio y perpleja durante unos segundos. âTengo que admitir, que no es el tipo de preguntas que me suelen hacer. Normalmente son del tipo âcuál es el sentido de la vidaâ o âporque me ha pasado a miâ. Claro que cultivo, tengo un jardÃn pequeño para ello, pero no más grande que el de Versalles. ¿Por qué me lo preguntas?
âBueno, cuando llegué me dijiste âBienvenido a greenhouseâ.â
Polly se puso a reÃr. Era un sonido como campanas sonando, un sonido que hizo que toda la sala resplandeciera, algo que era placer en su pura esencia. âNo âgreenhouseâ de almacén para cultivar plantasâ dijo ella. âGreen Houseâ por su color verde.
âPero tu casa es blanca.â
âSi, pero âCasa Blancaâ ya está tomada, ¿no?â
Herodotus cerró sus ojos. Su cerebro le parecÃa que habÃa entrado en una densa niebla. âNo estoy seguro que tenga ningún sentido.â
â¿Sentido? No he hablado jamás de ningún âsentidoâ en el contrato de la casa. O âjusticiaâ, de hecho. Ni en la letra pequeña. La leà toda.â
Herodotus tenÃa la sensación incómoda de que Polly habÃa estado viviendo sola durante demasiado tiempo. Estuvo a punto de ponerse en pie y decirle que seguirÃa esperando afuera a que su mayordomo viniera con el coche. Era un hombre alto con traje, pelo con signos de calvicie y algunas canas en un lado. TenÃa un cierto aire de superioridad, y llevaba una bandeja plateada con canapés en su mano derecha. Acostó educadamente la bandeja y dijo en un acento británico de clase alta.
â¿Un refrigerio?â
âGracias, Jamesâ dijo Polly mientras tomaba un entremés de la bandeja mientras miraba a Herodotus. â¿Te preocupa algo?â
La mayorÃa de las fiestas a las que habÃa ido tenÃan patatas fritas y salchichas, o cuencos de nueces o pretzels. No habÃa nada familiar en la bandeja que tenÃa delante suyo. âEh, ¿que me recomiendas?â
âA ver, todo está buenoâ dijo Polly âlo he echo todo yo misma.â
Herodotus escogió lo que parecÃa una flor pequeña roja y marrón sobre una galleta salada. La mordió con cuidado, y se dio cuenta que tenÃa un punto de dulzor y otro de salado.
âEstá buenoâ dijo mientras terminaba de comérselo.
âBueno, no tienes que mostrarte tan sorprendidoâ dijo Polly.
â¿Qué es?!
âTras pensarme la respuesta, creo que te lo contaré. No queremos más por el momento, James.â
âComo desee, Madam.â El mayordomo se retiró a servir al resto de los invitados.
Polly contempló como Herodotus terminaba de masticar el canapé, y dijo. âEsto, ¿por dónde estábamos?â
âNo creo que estuviésemos en ninguna parte.â
âAh, sÃ, me estabas haciendo preguntas profundas y perspicaces. Venga, no puedo esperar a la siguiente.â
Herodotus se terminó el vino antes de regalarle otra muestra de sus pensamientos. Tras un suspiro, decidió lo que le estaba preocupando. Bueno, uno de ellas. Polly no parecÃa estar ofendida por su franqueza.
â¿Sabes queâ preguntó directamente âhay un muñeco de nieve en medio de la entrada a tu casa?
âAh, ¿el señor FrÃo? Pensaba que ya lo habÃan quitado. Debe haber estado deambulado por ahà pues le gusta mirar como pasan los coches.â
Esto me ha dejado helado. âMe estás tomando el pelo.â
Ella le respondió con una flamante sonrisa, una sonrisa que iluminó la habitación con un arco de luz. âPor supuesto, tontoâ dijo ella colocando su mano sobre su rodilla. âEl señor FrÃo no puede ir a ninguna parteâ no tiene piernas. Esto siempre me ha llevado a preguntarme sobre Frosty. ¿Cómo puede bailar si los muñecos de nieve no tienen ni pies ni piernas? Aunque su canción es bonita.â
El tacto de su mano con su rodilla le hizo sentir... algo en él. No estaba caliente, pues habÃa conectado el aire acondicionado. No se trataba de electricidad, aunque sintió como todo su cuerpo estaba electrizado. No era nada sexual, aunque sus leotardos le puso en alerta ante su cercana feminidad. Tan sólo era algo, y sin duda era bueno.
Empezaron las preguntas. âPero comoââ cuando lo interrumpió.
âBasta de preguntas y respuestas por ahora. Quizás más tarde, si eres un buen chico. Ahora, necesito mi hora de ejercicio, el cual deberÃa haber empezado. Es por lo que voy vestida asÃ. Ven al gimnasio y hazme compañÃa.
â¿Y los invitados?â
âOh, estarán bien solos durante un momento. James y Fifi pueden cuidar de ellos.â
âNo suelo hacer mucho ejercicioâ dijo Herodotus, sin importarle decir que hacer ejercicio no era tan interesante como verlo hacer a otra persona. âAdelante. Me quedaré sentado cuidado a tu gato esperando a que tu chófer arregle mi coche.â
âOh, no lo harásâ dijo ella levantándose del sofá de un salto y agarrándole del brazo. Midnight aprovechó la situación para saltar de la falda de Herodotus y caer en algún otro lugar. âMe encanta ser vistaâ continuó Polly ây no puede ser contigo aquÃ.â Tiró de él y lo acercó junto a ella. âTómalo como repago por mi hospitalidad.â
Dándose cuenta que estaba más cerca de la Fuerza Irresistible de lo que pudiera estar nunca, dejó que lo llevará hasta el vestÃbulo y luego a través del pasillo central hasta la parte trasera de la casa. HabÃa peores formas de pasar el tiempo, pero después de todo, ninguna viendo como una bella chica sudaba.
Llegaron al final del pasillo donde habÃa un ascensor esperándolos con la puerta abierta. Polly pulsó el botón número tres. Herodotus se dio cuenta que los botones llegaban hasta el trece, y el último decÃa âR.â
âPensaba que tu casa tenÃa solamente dos pisosâ dijo mientras se cerraban las puertas del ascensor. Este subió más rápido que cualquier otro ascensor que hubiera visto. Herodotus sintió como sus rodillos llegaban hasta su pecho y atravesaban su cabeza, y como su estómago hubiera caÃdo al suelo.
âOh, debes haberla visto desde la parte delanteraâ dijo Polly a la ligera. âEs mucho más grande desde la parte trasera. Ya hemos llegado.â
El ascensor se paró de golpe de tal manera que Herodotus sintió estar balanceándose sobre un muelle de gelatina. Las puertas se abrieron para mostrar un pasillo parecido al de un hotel con puertas en el otro lado. No habÃa números en ellas, ni ninguna indicación de lo que habÃa detrás, excepto una que estaba pintada de verde claro.
Apoyando su paso con cuidado, Polly caminó rápidamente por el pasillo. No necesitaba tirar de la mano a Herodotus; sus nervios seguÃan chirriando desde el ascensor y tenÃa miedo de quedarse atrás, de perderse en esta mansión cada vez más confusa.
Ella se detuvo delante de la puerta verde. âPuedes entrarâ dijo ella.
â¿Por qué querÃa hacerlo?â
âPorque está prohibidoâ dijo ella con cierto aire negativo. âTodo el mundo quiere entrar cuando les digo que está prohibido.â Siguió caminando hasta la siguiente puerta a su izquierda situada a la mitad de camino del salón.
âEsto es el gimnasioâ dijo. âEntremos.â
Era una habitación muy grande, tanto como el gimnasio de un instituto. No era lo que Herodotus esperaba encontrar. No habÃa ninguna cinta de correr, ni bicicleta estática, ni máquinas de pesas, ni ninguna de esas maquinas para subir escaleras âninguna de esas modernas máquinas. En su lugar, habÃa un caballete para saltar, barras paralelas, un trapecio y una cuerda floja de dos metros y medio de alto. HabÃan colocado multitud de colchones grises por todo el suelo.
â¿Eres acróbata? Se aventuró a preguntar Herodotus.
âMelamente de una folma espilitualâ dijo parodiando al acento chino.
Herodotus pareció confundido, tal como mostraba su expresión facial.
âHas visto Tony Randall en Los 7 rostros del Dr. Laoâ dijo a medias Polly. Cuando Herodotus hizo que no con su cabeza, ella continuó â¡DeberÃas! Dirigido por George Pal, con guión de Charles Beaumont. Es una pelÃcula que se merece ser beatificada.â
Luego volvió al asunto en cuestión. âLa acrobacia me da un buen entrenamiento y me ayuda a mantener la figura de niña que has estado admirando cuando pensabas que no estaba mirando.â
Herodotus se ruborizó, pero sólo habÃa orgullo en el tono de Polly cuando dijo: âMira esto.â
HabÃa una cuerda al lado del trapecio, y Polly subió unos cuantos centÃmetros hasta que pudo alcanzar la barra. Empezó a balancearse de un lado a otro, cobrando Ãmpetu, hasta que con un movimiento suave hizo una voltereta hacia atrás enganchando sus rodillas sobre la barra. Se sentó más arriba hasta que estaba de pie en la barra. Herodotus empezó a aplaudir, pero ella le hizo callar. âOh, eso no es nadaâ dijo ella, con el tacto más débil de su voz. âPor favor, espera hasta el final del acto para aplaudir.â
Inclinándose hacia delante, ella empezó a caer mientras, al mismo tiempo, doblaba la cintura y agarraba la barra de trapecio con ambas manos. Su Ãmpetu la llevó alrededor de la barra con un giro completo, en cuyo punto ella extendió sus piernas hacia arriba hasta estar haciendo el pino en la barra. Ella posó allÃ, con una roca firme, durante quince segundos, luego de pronto se soltó y cayó hacia abajo hasta que, en el último instante, se agarró los tobillos en los extremos de la barra de trapecio donde las cuerdas la sostenÃan. Entonces lentamente movió su pierna izquierda hacia un lado, de tal manera que todo su cuerpo estaba colgando simplemente por su tobillo derecho.
Ella mantuvo esa postura durante otros segundos, sólo para probar que no le habÃa salido por casualidad, para después sin esfuerzo inclinarse hacia arriba agarrando la barra con las manos de nuevo. Se inclinó hacia adelante y hacia atrás, usando su cuerpo como contrapeso para balanceándose por el trapecio. Las oscilaciones aumentaron hacia adelante y hacia atrás, cada vez más altas con cada arco sucesivo. Luego, en el ápice del columpio, se soltó y voló por el aire. Su cuerpo se curvó rápidamente y ella hizo dos giros completos antes de enderezar su postura de nuevo y aterrizar en el centro de la cuerda floja.
âNada de aplausosâ le recordó ella a él âpero un suspiro de sorpresa serÃa buen recibido.â
Ella no esperó, y empezó a caminar de vuelta a lo largo del cable, caminando de una manera tan seguro como si estuviera en el suelo. Se desplazo hasta el centro del cable, doblando sus rodillas y dando una voltereta hacia atrás, una segunda y una tercera âcada vez aterrizando sin problemas sobre sus pies.
âAhora es el momento de que el público participeâ dijo âHay un mono ciclo ahÃ. ¿PodrÃas traérmelo, por favor?â
Herodotus fue y le trajo el mono ciclo. No se preocupó por darle las gracias, simplemente balanceó la rueda sobre el cable y se subió a él delicadamente, entonces paladeó hacia atrás y luego hacia adelante dos veces de un extremo al otro del cable.
Tras pedalear hasta el centro, se quedó quieta manteniendo el equilibrio y dijo âAhora, tráeme aquel palo y ese plato que hay ahÃ.â Herodotus hizo lo que pidió.
El palo tenÃa casi un metro de largo por algo más de un centÃmetro de diámetro. Lo tomó por la mitad, puso el plato encima y empezó a darle vueltas. Se lo colocó en el borde de la mano y empezó a girar cada vez más rápido. Cuando vio que habÃa logrado la velocidad adecuada, agarró la barra con ambas manos, tirando su cabeza hacia atrás y balanceando con cuidado el palo sobre su frente. Separó sus manos colocándoselas a ambos lados. Empezó a pedalear hacia delante y hacia atrás a lo largo del cable.
âAquà es donde imparto el gran secreto del universoâ dijo, sin quitar los ojos del plato. âToda la sabidurÃa de los antiguos se reducÃa a una sola palabra: Equilibrio. Mantente en equilibrio y el mundo es tu ostra. Asumiendo que te gustan las ostras, es decir, de otra manera toda la metáfora no tiene valor.â
Ella continuó en la barra sobre su frente durante un minuto. A continuación, la sujetó con su mano derecha, la sacó de su frente y la tiró al suelo. Tomó el plato con su mano izquierda y, mirando a Herodotus, dijo âCógelaâ mientras se la tiraba. Mientras tanto, permanecÃa en el mono-ciclo subida en la cuerda, pedaleando hacia atrás y hacia adelante durante otro minutos sin mostrar esfuerzo alguno.
Al final, se bajo del mono-ciclo de una manera tan fácil como habÃa subido a él, y fue hacia Herodotus. Se agachó y agarró el cable dándole vueltas, dejó caer sus piernas hasta que ella estaba colgando por sus manos, luego se dejó caer ligeramente a la alfombra quedando los brazos triunfantemente sobre su cabeza.
âMuy bien, ahora puedes aplaudirâ dijo ella.
Herodotus estaba por encima de cualquier aplauso. A pesar de como se sentÃa, dijo de una manera entusiasta â¡Fantástico! ¿Eres una profesional?â
Polly bajó las manos y se inclinó. âNunca me han pagado por ello, asà que supongo que eso me convierte en una aficionada con talento. Pero me gusta un poco. ¿Tienes hambre? Siempre tengo hambre después de un entrenamiento funambulista.â
HabÃa pasado mucho tiempo desde el desayuno y ese canapé apenas lo habÃa llenado, pero Herodotus estaba receloso acerca de pedir más generosidad. âOdio molestarte. Ya has hecho tanto...â
âNingún problema. Llamare a Mario para que nos traiga un snack.â
âUna cosa, ¿te importarÃa que usara el baño para refrescarme?â
âEn absoluto. Mejor que hacerlo en el suelo. Adelante.â lo acompañó hasta fuera del gimnasio hasta el pasillo. âEs la segunda puerta a la izquierda en esa dirección. No entres en la puerta verde. Cuando termines, toma el ascensor hasta el primer piso. Nos veremos allÃ.â
Fue al servicio, cerró la puerta con llave. Estaba bien tener unos pocos minutos de privacidad. Polly era muy guapa y amable, pero aquello habÃa sido muy... intenso. SÃ, habÃa una palabra para definirla. Intensa.
Tomó aire a fondo y abrió los ojos. A continuación los volvió a cerrar. PodrÃa haber imaginado que Polly no tendrÃa un baño cualquiera, pero aquello iba más allá de lo más bestia que se hubiera imaginado.
Abrió los ojos otra vez para contemplar aquello. El papel de las paredes y el techo era un trampantojo que representaba una enorme catedral, quizás echo para tal efecto.
El lavabo estaba, literalmente, en un trono âuna elaborada construcción tallada en roble oscuro con incrustaciones de marfil y joyas. Los robustos apoya brazos tenÃan cabezas de leones al final, y los cuatro pies eran garras con pelotas. La parte de atrás del trono era un terciopelo de color vino, y una luz constante brillaba en el asiento como si viniera de una vidriera arriba. Un rollo de papel higiénico estaba unido discretamente a un lado.
Se dirigió al trono y levantó el asiento con cautela. Para su gran alivio parecÃa un inodoro ordinario por dentro. Se alivió; entonces, como su esposa, que pronto serÃa la ex esposa, se recordó a sà mismo, volvió a bajar el asiento. Cuando se inclinó, se dio cuenta de que el papel higiénico parecÃa un poco extraño. Se acercó para tocarlo.
No era papel. Era de seda.
Caminó hasta el fregadero, que parecÃa una fuente bautismal octogonal que habÃa visto en su visita a las viejas iglesias. Los accesorios eran todo de oro macizo, y cuando encendÃa los grifos el agua que fluÃa hacia afuera era ligeramente perfumada de rosas. Los jabones eran en forma de cisnes pequeños, y las toallas de mano eran de lino plegado en forma de cisne.
Se quedó mirando su reflejo en el espejo mientras se lavaba las manos. â¿Dónde me he metido?â Se preguntó en voz alta en voz baja. â¿Es esta una versión aún más surrealista del Hotel California? ¿Quién es esta chica, y qué es este lugar?â
Sus palabras no tenÃa respuestas para él, asà que se secó las manos y salió de la habitación.
La cabina del ascensor estaba abierta y esperándolo mientras caminaba por el pasillo. Apretó el â1â con cierto temblor, y el ascensor salió disparado como si el cable se hubiera roto, sólo para llegar a una súbita pero suave parada. âPodrÃa ser un paseo emocionante en cualquier parque de atraccionesâ murmuró.
Salió a la planta baja. No habÃa señales de Polly, asà que esperó.
Un gran león macho con una melena completa caminaba casualmente por una puerta. Herodotus instintivamente se quedó de piedra y retrocedió lentamente. Las puertas del ascensor se habÃan cerrado detrás de él, pero él apretó su espalda tan fuertemente como pudo.
El león lo miró, y él se dio cuenta que era un poco tuerto. Lo miró otra vez, ignorándolo mientras decidió caminar por el salón hacia otra habitación.
Tras unos pocos segundos Herodotus se dio cuenta que le costaba respirar. Decidió tomar aire a fondo para intentar calmar sus nervios.
Polly salió de otra puerta. Se habÃa vuelto a cambiar de ropa, esta vez llevaba unos tejanos ajustados, zapatillas y una camiseta blanca que decÃa â¡Creo en mi!â en letras azules a la altura del pecho. Incluso con una ropa tan sencilla parecÃa inmensamente sexy para él.
âEhâ dijo él con indecisión âhabÃa un león paseándose por toda la casa.â
âAh, es Bert. No le des mucha importancia. Seguramente te tiene más miedo que tu a él.â
Herodotus decidió que el tiempo para las sutilezas habÃa terminado. Miró directamente a sus ojos y dijo â¿Quién demonios eres tú?â
Le respondió con una expresión incrédula. âYa te lo he dicho. Me llamo Polly.â
â¿Polly, que más?â
â¿Polly que más qué?â
â¿Cuál es tu apellido?â
âNo, cual es el nombre del tipo de la segunda base.â
âYa he jugado a esto antesâ dijo él de manera irritada. âDime tu apellido.â
â¿Necesito uno?â
âTodo el mundo tiene un apellido.â
âCher. Madonna. Prince.â
âTodos estos son nombres artÃsticos. En verdad nacieron con apellidos.â
âQuizás Polly sea mi nombre artÃstico.â
âEntonces, ¿trabajas en un escenario?â
âConstantementeâ dijo ella con cierta lentitud en su voz.
âTodo lo que querÃa decir es queââ
âTu puedes, chico.â sus ojos se iluminaron de repente. â¿Cómo te atreves entrar aquà como si fueras el dueño del mundo y hacerme un interrogatorio de tercer grado? ¿Llevas el móvil en el bolsillo o te alegras de verme? Lo que te importa de mi es el apellido, ¿o si una vez tuvo uno? No te quiero más por aquÃ. Por favor, vete de una vez.â
Herodotus se dio cuenta de tal cambio abrupto en el carácter de Polly. âPeroââ
âNada de peros. Vete. ¡Ahora!â dijo apuntando la puerta principal de la casa.
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