¡polly!

¡polly!
Stephen Goldin


¡POLLY!
una novela de
Stephen Goldin

Publicada por Parsina Press (http://www.parsina.com/)
Traducción realizada por Tektime
¡Polly! Copyright 2008 por Stephen Goldin. Todos los derechos reservados.
Diseño de portada por korhan hasim isik.

Título original: Polly!
Traductor: Jordi Olaria

ÍNDICE
Escena 1 (#u0f74a2a3-171c-5d17-ab9f-e161d76015d4)
Escena 2 (#ud6c8ac04-8f8d-5f39-9033-0e2cc6cff5a0)
Escena 3 (#ueebc50cd-1517-576b-b0b0-e2700d418aaa)
Escena 4 (#litres_trial_promo)
Escena 5 (#litres_trial_promo)
Escena 6 (#litres_trial_promo)
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Dedicado a todas las diosas
—pasado, presente y futuro—
que han estado deambulando por mi vida

ESCENA 1
Su propia tos le hizo despertarse.
Al principio no sabía porqué tosía, pero entonces notó aquel penetrante olor en su consciencia. Humo. El aire estaba denso con humo. Un humo caliente y negro. Pasando ante él en oleadas intensas y de mal agüero.
Y entonces se escuchó un ruido. Era un rugido, como el de un tren llegando, pero de diferente manera. Podría tratarse de un huracán o un tornado, o una ráfaga de miento tan fuerte que casi lo dejó sordo. Al mismo tiempo, le dolieron los oídos. Quizás era un cambio en la presión ambiental.
Se dio cuenta que aquel ruido le recordaba: el rugido de un horno de tamaño industrial
¡Fuego!
Sus ojos se abrieron de par en par, lo que fue un grabe error. Al instante le picaron y las lágrimas empezaron a emanar de ellos. El humo y el hollín casi le dejaron sin poder ver, y la tos casi sin poder respirar.
Fuego, la peor pesadilla posible para un dueño de una librería, especialmente cuando vivía en la planta superior de la tienda. No veía llamas a su alrededor, así que el fuego debía estar abajo en aquel momento. Devorando todo el inventario.
¡Bárbara! Despierta, Bárbara.
Entonces recordó... no había ninguna Bárbara a quien levantar. Se había ido hace un par de días. Estaba solo.
Parte de su mente se preguntaba porqué molestarse por ello; túmbate aquí, muérete y todo se acabaría. Pero la parte de su cerebro con el instinto de supervivencia venció.
¿Cuál era el consejo que siempre le daban sobre los incendios? El hume sube. Tumbarse sobre el suelo para evitar inhalar humo. ¿Pero todavía se podía aplicar si el humo venía del piso inferior?
Se levantó de la cama sobre sus rodillas y empezó a gatear. Luego se detuvo. ¿Por dónde estaba la ventana? No podía ver nada. Sabía la manera en la que su cama estaba orientada en relación con la ventana, pero sus engranajes mentales se atascaron. De repente, no pudo recordar como había salido de la cama. ¿Izquierda o derecha? ¿Se estaba moviendo hacia la ventana o lejos de ella?
Había cristales rotos delante suyo. Bueno, se dirigía en la dirección correcta. Una voz gritó: “¿Hay alguien aquí?”
Trató de responder gritando, pero su garganta estaba tan ahogada de humo que sólo pudo emitir un tos seca.
Eso era suficiente, sin embargo, para su posible socorrista. "Te escucho. Ya voy."
Un momento después, el bombero agarró su brazo, lo levantó suavemente y lo condujo hasta la ventana. Afuera había una escalera. “¿Crees que puedes bajar?” preguntó el salvador. El asintió.
"¿Alguien más aquí?" fue la siguiente pregunta.
Sacudió la cabeza. "Sólo yo", dijo con voz ronca.
Había otro bombero en la escalera. Los dos rescatadores lo ayudaron a trepar temblorosamente hasta el suelo. De pronto sintió frío. A pesar de que era julio, la noche era fría —y además, saliendo del edificio sobre calentado, el contraste era aún más intenso.
Además, sólo llevaba puestos sus calzoncillos. Fue lo único con lo que durmió, ya que era lo único que tenía. Uno de los bomberos lo vio temblar y al instante lo envolvió en una manta. Alguien más le trajo una sudadera grande y holgada y pantalones se los puso. Alguien más le dio un poco de agua.
Se volvió para mirar el fuego. Lo observó impasible mientras ardía. Las llamas eran bastante bonitas, en realidad, contra la oscuridad de la noche. De vez en cuando tomaba un sorbo de agua, más por reflejo que por sed.
Su vida entera se convirtió en humo— por lo menos, todo lo que no había perdido se fue metafóricamente hablando con él a principios de esta semana.
Se quedó allí mientras la gente se movía a su alrededor haciendo todo tipo de cosas frenéticas— corriendo con hachas, echando agua sobre el fuego, y manteniendo alejada a la multitud. Nada de eso parecía importarle mucho; Su mente se había ido lejos. Las vistas, los sonidos, los olores eran todo un caleidoscopio de sensaciones que pasaban por el extremo equivocado de un telescopio. Nada de eso era real. Nada de eso le afectó.
Una mujer se detuvo y le habló brevemente. Ella dijo que era de la Cruz Roja y le preguntó si tenía un lugar para quedarse aquella la noche. Ella le dio la tarjeta de un refugio que podría hospedarlo durante una noche o dos, mientras él consiguiera arreglarlo todo.
Las llamas lentamente se apagaron. Alguien le dijo que el primer piso estaba casi destruido, mientras que algunas cosas se habían salvado del segundo: su cartera, una cómoda pequeña con algunas ropas, su teléfono móvil. Alguien más le dijo que en una evaluación preliminar parecía que el fuego había comenzado por culpa de algún cableado defectuoso. Nada parecía sospechoso.
En algún momento debió de haber ido al refugio, aunque no lo recordaba. Se despertó y caminó aturdidamente hacia la puerta, bajó por la calle hasta un cajero automático, donde sacó un poco de dinero de su pobre cuenta para poder desayunar. La comida bien podría haber sido de cartón; Lo masticaba y lo tragaba mecánicamente sin siquiera saborearlo.
El resto del día lo pasó rodeado de una extraña bruma. Recogió la poca ropa que pudo rescatar y a puso en un par de bolsas de plástico para supermercado. Habló con su agente de seguros, quien le dio condolencias como profesional que era y le recordó que mientras gran parte de su negocio había sido asegurado, no tenía seguro de vivienda para cubrir sus pérdidas personales. Dejó la oficina del agente con un grueso montón de papeleo para llenar y devolvérselo en la mayor brevedad posible.
Pasó aquella noche en un motel barato, y no recordó nada de la experiencia. A la luz del día, la realidad se filtraba lentamente en las esquinas de su mente. Tendría que hacer algo con respecto a encontrar un lugar donde quedarse; No tenía suficiente dinero para seguir viviendo en un motel. Tenía que reunir sus cosas y hacer un balance de los recursos que tenía. Bueno, eso no tardaría mucho. No quedaba mucho para hacer balance.
¿A dónde podría ir? Bueno, su hermano tenía un rancho en Nevada y siempre le invitaba a venir a visitarlo. Eso lo haría, supuso.
Empezó a llamar un par de veces para avisar a su hermano que venía, y cada vez colgaba antes de terminar de marcar. No podía contar esta historia por teléfono; Podría romper a llorar y estropearlo para siempre. Mejor seguir adelante y sorprender a su hermano. ¿Quién sabe? Una vez llegará a su casa, quizás hubiera encontrado una forma de darle sentido a todo aquello.
Lanzó sus pocas pertenencias a su Toyota y comenzó su viaje hacia el este.

ESCENA 2
El viaje empezó bien. Condujo por las calles de la ciudad y luego por la autopista— algo simple de realizar. El día estaba caluroso y el aire acondicionado del Corolla roto, pero el viento natural —cuatro ventanas abiertas a 96 km/h— ayudaron a soportarlo. El coche no tenía reproductor de CD, pero había buena música, rock clásico, en la radio. Al menos tenía eso. Tan pronto intentó recordar las letras, se dio cuenta que no tendría tiempo de recordar aquello que no quería recordar.
Era temprano a media mañana, justo cuando todos iban a trabajar. Todavía había mucho tráfico en el otro lado de la carretera, pero casi ninguno en el suyo. Iba en contra del resto, lejos de la ciudad. Nada que lo ralentizara.
Se trasladó a otra autopista, moviéndose de cuatro carriles por sentido a dos. El tráfico allí estaba todavía en la otra dirección, dejándolo libre para moverse. Apretó un poco más el acelerador. El viento azotó, casi sin dejar escuchar la radio. Subió el volumen.
El camino llevaba hacia el este sobre las colinas y al cálido valle central de California. Este era el lugar donde sólo los temerarios se atrevían a ir en verano sin aire acondicionado. Bueno, temerario o desesperado. Supuso que encajaba en una categoría u otra.
Con las colinas ahora entre él y la ciudad, la estación de radio comenzó a desvanecerse. Incluso apagando el sonido y volviéndolo a encender no solucionaba el problema. Comenzó a presionar el botón "Buscar" para encontrar algo más. Desechó un par de cadenas de programación de entrevistas— una de ellas de deportes y la otra con un fatuo comentarista que se empeñaba en provocar el enojo de los oyentes— y una cadena en español. Trató de cambiar a FM, pero casi no había recepción, así que regresó a AM y finalmente encontró una cadena de música que tocaba un rango de oldies a rock clásico. Audible, aunque un poco suave para su estado de ánimo.
La temperatura estaba subiendo rápidamente. El viento que pasaba era tan caliente como el aire dentro del coche, y empezaba a sudar. Se detuvo en una gasolinera, llenó el tanque y compró un paquete de botellas de agua. Deberían bastar para mantenerlo hidratado durante un tiempo.
Bebió la primera botella en media hora, y tan rápido se la bebió, se puso a sudar de nuevo. Abrió la segunda botella y echó algo de ella sobre su cabeza. Eso parecía llevar la temperatura un poco más hacia el rango soportable.
Después de sesenta y cuatro kilómetros, tomó una carretera de dos carriles. Prácticamente no había tráfico aquí, y él tenía el camino para sí mismo. Comprobó su reloj: Las diez y media. Estaba haciendo un tiempo decente. Si seguía con este ritmo, incluso podría llegar al rancho antes de que oscureciera —sin duda antes de que fuera demasiado tarde.
La tierra a su alrededor estaba cambiando lentamente de terrenos agrícolas cultivados a matorrales y arbustos. En su espejo retrovisor, las montañas se encogían al penetrar más profundamente en el corazón del valle.
Esta emisora de radio estaba empezando también a perder la señal, para dar paso a una cadena más local. Esta nueva orgullosamente resultó ser que tocaba ambos tipos de música, Country y Western. Por suerte, era algo parecido al rap, cercano a lo que le gustaba.
Por lo tanto, se puso a escuchar con poco interés por las ondas del twangy del desespero. Tras el tercer cantante masculino diferente cantando una lamentable historia sobre una mujer que lo abandonó, apagó con ira el altavoz y siguió conduciendo.
Gran error. Los siguientes veinticuatro kilómetros aproximadamente su mente estaba mucho más lejos que su coche en aquella carretera casi-recta. Hacienda. Bárbara. El fuego. La tienda. Bárbara. Los impuestos. Fuegos. Incluso la música country era mejor que el silencio.
La temperatura seguía subiendo. Se bebió el resto de la segunda botella de agua y se tiró parte de la tercera sobre su cabeza otra vez. Tuvo menos efecto que la última vez. Por lo menos, estaba agradecido por tener cubre asientos de tela en lugar de aquellos baratos de cuero sintético; tener su piel enganchada a un material de fábrica le harían esa conducción mucho más desagradable de lo que ya lo era.
Miró el asiento detrás suyo. Una montaña de formularios de la aseguradora, haciendo peso encima un montón de ropa para que no salieran volando con el viento. Debería echarles un vistazo cuando su agente se los dio. Querían todo tipo de información, incluso el nombre de pila de su padre y el signo del zodiaco de su abuelo. Sufrió un incendio, ¡por el amor de Dios! Casi todos sus papeles se habían perdido. ¿Cómo se suponía que tenía que darles la información sobre sus finanzas con todos los datos quemados?
No. No era el momento para pensar en esas cosas. Era el momento para escuchar una mala canción de Country y meditar mientras conducía por el desierto.
Su velocidad aumentó hasta los ochenta. Sin tráfico en la carretera, no había nada que lo retuviera. Al menos, en una carretera desierta, no había muchas posibilidades de atrapar la atención de la Patrulla de Carreteras.
Justo detrás suyo, pudo ver que había luces intermitentes a través de su espejo retrovisor. Maldiciendo, se detuvo al lado de la carretera. Conocía lo que ocurriría; Sacó su licencia y registro y se las entregó al oficial. El oficial se los devolvió, junto con un boleto de exceso de velocidad. Todo muy educado y profesional. Ambos estaban de vuelta en la carretera en menos de quince minutos.
La temperatura estaba subiendo. Se tiró el contenido del resto de la tercera botella de agua sobre su cabeza, y prácticamente podía sentir que se estaba convirtiendo en vapor y evaporándose tan pronto como lo tocó. Vació la cuarta botella, y no sirvió de nada.
Se detuvo y volvió a llenar el depósito en una pequeña estación que decía ser la última parada de gasolina para los siguientes ochenta kilómetros. El carburante era terriblemente caro y sus recursos se estaban agotando, pero esto superó la sorpresa de la alternativa desagradable, la forma en que su suerte se estaba ejecutando en estos días.
Pocos minutos después empezó a perder de vista la cadena de radio. Empezó a buscar desesperadamente otra. Todo lo que podía encontrar aquí en medio de la nada era un programa religioso. ¿Qué hacía eso a mediodía? No era domingo. ¿No eran esas cosas reservadas para la tarde o la noche cuando no molestarían a la gente decente?
“Aquellos paganos quieren decirte que todo fue un accidente,” decía el predicador. “Si te encuentras un reloj en el suelo, seguro que dices, ‘que cosa más rara, ¿todas estas piezas de metal se han juntado ellas solas en el suelo para decirme la hora?’ ¡Vaya suposición más estúpida, ridícula, sin sentido, imbécil, tonta, alocada y banal! ¿O creerás que alguien hizo aquel complicado reloj a posta para tus propios propósitos? Un reloj implica un Relojero tan seguro que la noche sigue al día.”
“Sí,” le contestó a la radio molestamente. "Un relojero imbécil que no sabe o no le importa si dejó su reloj en medio de un estúpido campo. Tal vez el dueño lo perdió o lo tiró porque daba mal el tiempo. ¿Qué pasa si dejas una barra de hierro en el campo y vuelves unos meses más tarde encontrándolo cubierto con polvo rojizo? ¿Asumirías que alguien vino y lo pintó? ¿O crees que se acaba de oxidar? ¡no me jodas!”
El predicador radiofónico lo ignoró. “Lo que estas personas no pueden ver es que todo es parte de un gran diseño, un diseño tan grande que no podemos ver todos los detalles. El plan de Dios es tan grande que se envuelve todo el camino alrededor de nosotros como una manta grande y reconfortante. El plan de Dios es inmenso y es para todos nosotros, y todos participamos en él”.
“¿El plan de Dios incluye quemar mi tienda?” Le gritaba a la radio. “¿Quiere Dios que yo esté sin hogar y en bancarrota? ¿Es Hacienda parte sutil del plan de Dios? ¿Necesita Dios mis ocho mil dólares? ¿Es el plan de Dios para darme una multa por exceso de velocidad? ¿O hacer que Bárbara me deje? ¿Qué está haciendo el plan de Dios para mí? ¿Dónde la manta del amor que debería cubrirlo todo? ¡Tiene unos agujeros de polilla muy grandes!”
Golpeó furiosamente el botón para apagar la radio. La humedad en su rostro era mucho más que lágrimas de sudor, picando sus ojos y haciendo más difícil ver por dónde estaba conduciendo. Si hubiese habido más tráfico, podría haber estado en problemas, pero no había nadie a quien atacar. Al menos logró mantener el coche en la carretera.
Incluso el silencio era mejor que escuchar basura como esa. Incluso escuchar sus propios pensamientos era mejor. A pesar de que estaba enfadado y confundido, deprimido y lleno de desesperación. Al menos eran sus pensamientos, no los de un tipo hipócrita.
Terminó el resto de la botella muy rápido, la mitad en su boca y la otra mitad sobre su cabeza. No parecía que ayudara. Seguía haciendo un calor insoportable.

ESCENA 3
A primera vista, el objeto podría bien ser un espejismo. Pero no brillaba e iba creciendo en tamaño a medida que se aproximaba con su coche, por lo que definitivamente era algo real.
Era una enorme mansión de dos pisos construida en piedra blanca, con filas de ventanas en cada piso que reflejaba el sol de primera mañana. El porche frontal le sobresalía apoyado por una fila de columnas de mármol blanco, y en frente de la casa había un trozo rectangular de césped verde delineado a la perfección con el límite del desierto a su alrededor.
Había conducido por esta carretera antes y no recordaba haber visto algo así. Eso había sido hace unos años, sin embargo, podría haber sucedido durante ese tiempo.
La carretera pasaba por delante de la casa, a unos treinta metros de distancia. La tierra alrededor era perfectamente plana, desprovista de cualquier cosa de interés, pero ocasionalmente podías ver algunos arbustos y cactus solitarios dispersos aquí y allá. Incluso las montañas que siempre estaban presentes en California eran sólo una mancha azul en el lejano horizonte.
Estaba demasiado absorto en su propia miseria para pensar en la mansión mucho más que como una curiosidad. Su depresión era una nube negra que abrumaba todas las otras preocupaciones, así que él ignoró la mansión y siguió conduciendo.
O trató de hacerlo. Sin previo aviso, su motor de repente tosió y murió, y el viejo Corolla se detuvo lentamente hasta hacerlo casi directamente frente a la entrada de la mansión. Por lo menos se las arregló para dirigirlo al lado de la carretera, por lo que no sería golpeado por cualquier otro coche que pasara por aquí. Aunque no había mucha probabilidad de que eso ocurriera.
El indicador de la gasolina indicaba que el depósito estaba medio lleno. Intentó encender el motor un par de veces, pero solamente obtuvo un lúgubre ruido parecido a un zumbido. “¡Mierda!” gritó a la desconsiderada máquina, golpeando la rueda con ambos puños. “¡Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda! ¿Por qué a mi? ¿Por qué ahora? Sabía que no debería haber confiado en un trozo de basura para un viaje como este.”
Miró a disgusto el montón de formularios para la aseguradora en el asiento del pasajero que estaban debajo de la bolsa de ropa, los sacó y cerró de un golpe la puerta. Levantó el capó para comprobar el motor. Aquello era algo inútil —no tenía ni idea de lo que estaba mirando, ni mucho menos como poder arreglarlo.
Miró impacientemente su reloj. Las doce y treinta y cinco. La temperatura rondaba los treinta y siete grados. Aquella tarde solo podía que ir a peor. Ni un ápice de viento. Tenía que ponerse manos a la obra si quería llegar al rancho antes de la puesta de sol.
Puso la mano en el bolsillo y se sacó su móvil. Nadie le podía ayudar, de todas maneras pues la pantalla indicaba que no había cobertura. Después de todo, ¿quien instalaría una antena de telefonía aquí para los conejos y los coyotes? Lanzó tu teléfono tan lejos como pudo hacia el desierto. “¡Buen viaje!” gritó. “¿Y ahora, qué? ¿Qué pasará?” golpeó el coche con frustración en medio de un sollozo. “¿Me ocurrirá algo bueno?”
Lo que él quería hacer era volver con el coche. Sentarse en el asiento trasero. Tumbarse en posición fetal y llorar. Quizás incluso chuparse su pulgar. Todo el universo pasaría por delante suyo. Probablemente algo mejor de lo que había estado haciendo últimamente.
Levantó la mirada y vio otra vez aquella casa. Bueno, al menos podía pedir si podría usar su teléfono para llamar a la Asistencia-en-Carretera. Por supuesto, no con la racha que llevaba.
Se desesperó. A pesar de haberse tirado por encima mucha agua, su ropa estaban ya secas por el calor del desierto. Pasó sus dedos por el pelo un par de veces como si fuera un peine. Entonces empezó a pisar fuertemente el asfalto, alegrándose de que todavía no era de noche, una noche de tormenta; ahora tendría que entrar en la guarida de Drácula o Frank N. Furter
(#litres_trial_promo) o alguien parecido.
Estaba tan envuelto en su nube negra de pensamientos que había llegado a más de la mitad de la entrada antes de ver al muñeco de nieve en el césped cerca del porche. Tenía que ser uno de esos adornos plásticos de Navidad, pensó. Alguien tenía un extraño sentido del humor, dejándolo fuera en julio. O eso o era alguien muy perezoso.
A medida que se acercaba a él, sin embargo, parecía cada vez más real. Era un muñeco de nieve estándar de tres bolas con la base de un metro de diámetro, el medio de sesenta centímetros y la cabeza de treinta. Sus ojos eran ciruelas negras, su nariz un pepinillo dulce y su boca era una línea punteada de cerezas curvadas en una sonrisa. Llevaba una alegre bufanda amarilla y roja alrededor de donde estaría su cuello. En su cabeza, en lugar del sombrero de copa tradicional, tenía una gorra de béisbol de Oakland A's. Sus brazos estaban desproporcionadamente flacos, sólo un par de ramas desnudas que salían de sus hombros.
Se acercó a él y lo tocó. Estaba frío. Estaba hecho de nieve. Y estaba de pie sobre este césped en treinta y siete grados de calor bajo el sol abrasador del desierto en julio.
Se alejó lentamente de él, no completamente dispuesto a quitarle los ojos de encima. El muñeco de nieve se quedó allí y no mostró ninguna intención de derretirse.
Finalmente, con un rápido movimiento de cabeza, trató de sacarlo de su mente. Había muchos otros problemas de que preocuparse. Subió los cuatro escalones hasta el porche, se acercó a la gran puerta y presionó la campana.
A los pocos segundos la puerta se abrió y se vio mirando a la más bella chica que había visto jamás. Era pequeña —tan sólo metro setenta y dos, no le llegaba más allá de la nariz— pero aquella tan solo era lo único a lo que podría llamar remarcable. Su cuerpo estaba perfectamente proporcionado, ni muy pechugona ni muy aniñada. Su pelo marrón oscuro, con un corte pixie, con un rostro perfecto, ojos marrones y brillantes, una nariz alegre y una boca pequeña pero expresiva.
Llevaba puesto un pantalón vestido satinado de una pieza. La mitad inferior eran unos pantalones destellantes; la parte superior era un arnés con la forma de dos pañuelos negros uniéndose en la parte frontal y atándose entre ellos por el cuello. Llevaba unas zapatillas negras con poco talón, y su parte trasera estaba descalzo. No estaba esquelética, pero tampoco tenía grasa. Alrededor de su cuello llevaba una cadena dorada y un gran medallón de varios centímetros, con al menos una docena de pequeñas luces que parpadeaban. No parecía tener mucho más de veinte años.
“¿Sí?” dijo ella.
Él estaba demasiado ocupado admirando las vistas por lo que olvidó la razón de estar allí. “Eh, perdona que te moleste, pero mi coche se ha estropeado en medio de la carretera. Me preguntaba si...”
“Bueno, no te quedes bajo este sol” dijo haciéndole señas para que entrase. “Entra que aquí hay aire acondicionado y se está bien. Bienvenido a Green House.”
“Gracias,” dijo poniendo un pie dentro. Ella cerró la puerta tras él, y enseguida sintió el lujo. No había sentido frío desde hacía horas.
Estaban en un vestíbulo echo de baldosas de mármol negras y blancas y una enorme lámpara de cristal colgando de un techo alto. Había un largo pasillo que llevaba hasta la parte trasera de la mansión, con varias puertas que daban a diferentes habitaciones. Unas amplias escaleras con una alfombra verde llevaban al piso superior.
“Odio molestar de esta manera...” empezó diciendo, pero ella lo volvió a interrumpir.
“No digas tonterías. No es molestia. No es tu culpa el lugar donde tu coche se estropea, ¿verdad?”
“No,” dijo con un profundo suspiro. “Me estaba preguntando si me dejarías usar el teléfono un momento.”
“Lo haría si tuviera uno.”
“¿Vives en un lugar tan apartado en medio de la nada sin teléfono?”
“Si tuviera uno, la gente no dejaría de llamarme todo el rato” dijo ella. “Hay demasiada gente intentando hablar conmigo. Prefiero ser un poco difícil de localizar.”
“¿Pero si tienes algún problema” le dijo. “¿Y si necesitas comunicarte con alguien?
“No tengo problema alguno a la hora de comunicarme con el que quiero” dijo ella “Y no hay problema que mi servicio no pueda solucionar.”
“Oh, tienes servicio. Supongo que entonces nada.”
“Sip. De echo, iba a sugerirte que mi chófer echara un vistazo a tu coche. Seguramente sepa como repararlo.”
“No quiero meterte en problemas...”
“Para nada. Fritz hará su trabajo. Es por esto que está aquí.” Cogió su medallón y habló por él. “Fritz, hay un coche fuera que parece que ha dejado de funcionar. ¿Podrías echarle un vistazo y hacerlo que vuelva a funcionar?”
“Ja, meine fraulein” dijo la voz a través del medallón. Aquella voz tenía un acento tanto de alemán de Hollywood que podía escuchar el taconeo de sus talones.
“Muchas gracias” dijo él.
Ella se dio la vuelta. “Me llamo Polly, por cierto.”
“Oh, esto... y yo Rod.”
Ladeó su cabeza hacia la izquierda. “No pareces ninguna ‘caña’
(#litres_trial_promo) dijo sentenciosamente.
“¿Qué aspecto tiene una ‘caña’?”
“Esto, algo largo, cilíndrico y rígido” le dijo regalándole una sonrisa malvada. “Por supuesto, entiendo que sea tu apodo.”
Él se sintió ruborizado. “Es por Heródoto” dijo calmadamente mientras se preguntaba porque lo decía. Casi nunca se lo había contado a nadie —ni mucho menos a un completo desconocido.
“Ah, el historiador griego” gritó Polly. “Genial.”
“¿Lo conoces?”
“Por supuesto, amo la Antigua Grecia.”
“Sí, y también mi padre. Era profesor de civilizaciones clásicas.”
“Tenía que quererte de verdad para darte tal honorable nombre.”
Heródoto resopló con desprecio. “Heródoto Shapiro es un nombre horrible para un chico judío.”
“Me gusta. ¿Puedo llamarte ‘Hero’?”
“Prefiero Rod.”
“Puedes ser mi Héro-e” dijo ella, ignorando por completo sus palabras. “Es mejor que ‘Her,’ ¿no?”
“Haz lo que quieras” dijo resignándose. Tenía mayores problemas en su vida en aquel momento que preocuparse por como le llamaba una niña tonta y rica. Uno de sus problemas era el apartar su mirada del increíble cuerpo de aquella niña tonta y rica evitando dejar el suelo lleno de babas.
Ella lo rodeó con sus brazos y lo llevó a la habitación a su derecha. “Entra a la sala y únete a la fiesta.”
“¿Fiesta?” Sintió una opresión en el pecho. Las fiestas conllevan gente, normalmente gente feliz. La gente feliz era la última cosa que necesitaba en su vida en aquel momento. “Eh, no quisiera ir a una fiesta a la que no he sido invitado—“
“No tienes porque si no quieres” le dijo Polly.
Él estaba demasiado en guardia y sudado y despeinado. “No estoy seguro de que vaya conmigo. Seguramente no conozco a nadie—“
“No te preocupes. Todo estará bien. Son buena gente. No invito a quien no lo sea.”
“Pero, esto... no voy vestido para una fiesta.”
“No te preocupes. Todos mis amigos vienen-tal-cual. Muy informal. Creo que las personas son más importantes que su ropa. Ven.”
Abrió la puerta corrediza y le invitó a que entrara al gran salón. La habitación estaba llena de gente. Había una banda tocando música instrumental discretamente en el fondo, y gente hablando amigablemente. Se podía escuchar risas desde diferentes sitios.
La alfombra era azul pálido, cubierta por un par de tapetes Persas sobre un suelo azul. El papel de las paredes era de un tono azul pastel con bandas azul marino horizontales cerca de la parte superior y el revestimiento de madera. Había un largo sofá de brocado Empire y cinco sillas de jacquard verde con pequeños manojos de campanillas en forma de diamante, y un gran piano celeste en la esquina opuesta. Pequeñas mesas de caoba había sido colocadas bajo un espejo de plato con esquinas biseladas. Todo el mundo estaba hablando de pie; nadie permanecía sentado en tales sofisticados muebles.
Él contempló la gran multitud, pero no pudo encontrar ninguna cara conocido. “¿Cómo has logrado reunir tanta gente en un lugar en medio del desierto?”
“Los invité” dijo Polly sin rodeos. “A la gente le gusta venir a mis fiesta.”
Pulsó un botón en su medallón y sonó un leve pero insistente carillón en la habitación. La gente dejó de conversar para ponerse a mirar hacia la puerta.
“Hola a todos” dijo ella “espero que lo estéis pasando bien.”
Mucha gente asintió, otros contestaron con algún movimiento. “Bien” dijo Polly “si hay algún problema, decídmelo. Me gustaría presentaron a miHéro-e. De echo, se llama Herodotus Saphiro, pero creo que Héro-e le queda mejor. Haced que se sienta a gusto.” Los invitados lo saludaron, cosa que hizo sentir a Herodotus más avergonzado.
Polly se dio media vuelta hacia él. “Parece que necesitas una bebida.”
“No suelo beber mucho—“
“Solamente una copa de vino. Eh, Fifi” dijo ella.
Una bella y alegre jovenzuela de pelo rubio vistiendo un uniforme negro y blanco de sirvienta se les acercó, llevando una bandeja con copas de vino. Su ropa era escasa dejando poco a la imaginación, sobretodo por dejar en evidencia su origen mamífero. “Oui, Mademoiselle?” preguntó.
Polly tomó un par de copas de vino de la bandeja, dándole una a Herodotus y quedándose la otra para ella. “Fifi, quiero que te asegures que Héro-e tiene todo lo que quiera.”
La sirvienta miró el rostro de Herodotus y sonrió. “Haré lo mejor que pueda” le prometió con una voz que de repente parecía ronca. Sus hombres y caderas empezaron a moverse como si fueran accionados indistintamente el uno del otro.
Polly alzó la copa. “Para las nuevas amistades” dijo, acercando su copa con la de él.
Herodotus contempló el líquido dorado de la copa y lo probó. Estaba delicioso —dulce pero no empalagoso, suave al paladar, refrescante en la garganta, con un final definido y afrutado. Tomó un segundo sorbo mucho más largo.
Ella lo contemplaba con una sonrisa en su rostro. “¿Te gusta?” preguntó.
“Sí, está muy bueno.”
“Es de mi viñedo” dijo presumiendo. “Se llama Alegría, el vino de las uvas alegres. Crecen junto a otro viñedo donde se almacenan las uvas de la ira. Guardo este vino para ocasiones especiales.”
“Oye, Polly, yo—“
“Perdona por tener que dejarte unos instantes, pero tengo atender a alguien. Temas de anfitriona y cosas por el estilo. Habla con la gente, diviértete. Si necesitas algo, Fifi o James estarán encantados de ayudarte.”
“¿Quién es ese James?”
“Mi mayordomo. Estaré de vuelta pronto y entonces podremos hablar.” Tomó un sorbo de su copa y se alejó, sonriendo a todo aquel con el que se cruzaba hasta desaparecer entre la multitud.”
Herodotus se sintió fuera de su lugar y completamente solo. La gente parecía amable, pero no estaba con humor para hacer amigos— no ese día. Se dirigió hacia el sofá y se sentó en uno de sus extremos, intentando no estropear aquel antiguo mobiliario e intentando pasar por inadvertido lo mejor que pudo.
Unos minutos después, un hombre vino y se sentó a su lado. Parecía tener sesenta y muchos años, con un rostro curtido y arrugado con un peinado casi blanco perfecto. Tenía un cuerpo delgado con un generosa barriga que le arrugaba la cara pero no de una forma bonita. Sonreía mucho.
“¿Cuánto tiempo hace que la conoces?” preguntó el hombre intentando empezar una conversación.
“¿Ella? ¿Te refieres a Polly?”
“¿Así es como se llama últimamente? Sí, Polly.”
“Me encontré con ella hace unos pocos minutos.”
El viejo hombre asintió. “Yo ya hace cinco años. Mi mujer y yo llevamos cuarenta y tres años casados, y no ha estado enferma ni un solo día en su vida excepto uno o dos resfriados. Entonces Alice fue al hospital, y tres semanas después murió de cáncer. Toda mi vida se desplomó. Pensé que hubiera sido mejor morir y estar con ella. Entonces esa enfermera vino a mi en la sala de visitas y me cogió de la mano. No soy un tipo que llore con facilidad, pero terminé como un niño llorando sobre sus hombros, empapándole todo el uniforme. Parecía que no el importaba. Le conté todo sobre Alice. ¡Jesús! Estuvimos hablando durante horas. Ya sabes, tengo amigos que intentan levantarme el ánimo diciéndome que Alice fue a un lugar mejor. Polly jamás me dijo tal estupidez. Solamente estaba allí, y fue suficiente, y entonces el resto del mundo también — un poco más vacío sin Alice, pero no tan desesperanzador como pensaba.”
Se detuvo. “¿Cuál es tu historia?” preguntó.
Herodotus se sonrojó. Después de una historia como la del viejo, ¿qué podía decir? “Mi coche se rompió fuera de su casa”, dijo, casi disculpándose.
El hombre lo miró un rato, con las más ligeras de sus sonrisas en las comisuras de la boca. Finalmente se levantó. “Claro,” dijo él, extendiéndose y golpeando a Herodotus en la espalda. “Recuerda, como dice Polly, que las cosas nunca son desesperadas a menos que pierdas toda esperanza.” Y se alejó.
Herodotus tomó otro sorbo de vino y observó a los que estaban en la fiesta. Después de otro par de minutos, un pequeño hombre con un traje gris, una camisa blanca almidonada y una corbata roja se acercó al sofá. En vez de sentarse en ella, caminó detrás de él y se inclinó para susurrar al oído de Herodotus. “Quítate de aquí mientras tengas una oportunidad” dijo él de forma siniestra.”
“¿Qué?”
“Ya me oíste. Sal de allí antes de que sea demasiado tarde.” se alejó sin explicar más.
Herodotus se preguntó qué clase de madriguera de conejos había caído mientras miraba al hombre. Pero no tenía elección de quedarse aquí a menos que quisiera caminar unos cincuenta kilómetros en medio del calor del verano del desierto.
Tomó su camino entre la multitud de la gente como si se tratase de un gato de pelo negro con los ojos brillantes. Había ido dirección al sofá adrede mirando a Herodotus para terminar sobre sus piernas. Herodotus acarició su piel con cuidado. El gato no se quejó, y empezó a ronronear amasando su muslo con sus patas aterciopeladas.
Entonces Polly regresó, vistiendo un leotardo cubierto de lentejuelas —rojo con rallas blancas verticales, con un embellecedor azul con estrellas blancas en la parte superior e inferior. Sus hombros, brazos y piernas estaban desnudos, con zapatillas de baile en sus pies.
“Ah, has conocido a Midnight” dijo Polly con una sonrisa.
“Creo que él me ha encontrado a mi” dijo Herodotus.
“Veo que sueles pensar las cosas desde una perspectiva “descabellada”

“He vivido con unos pocos toda mi vida” admitió él.
“Me alegra oírlo. Los gatos son la prueba viviente de que Dios solamente bromeaba cuando decía que debería haber otros dioses antes que él.” Se sentó y acarició el gato. Ronroneó todavía más fuerte.
Polly saltó al sofá a su lado, dando saltos un par de veces con todo el decoro de una niña revoltosa de diez años, terminando sentándose de lado con las piernas cruzando frente a él. El gato ni se asustó. “Ahora, ¿de qué podríamos hablar?” preguntó ella.
Herodotus sacudió la cabeza. “No estoy de humor para hablar. Solamente quiero que me arreglen el coche y regresar.”
La voz de Polly pareció compasiva. “Tienes problemas, ¿no?”
“He dicho que no quiero hablar de ello.” Su tono se volvió más áspero de lo que quería.
“Bueno” dijo ella, todavía acariciando al gato. “Entonces hablemos de mi tema favorito —yo mismo. Hazme preguntas. Se que tienes algunas, lo puedo ver en tus ojos. Pregúntame cualquier cosa. Me siento muy bien, por lo que tendrás una de esas oportunidades que aparecen una vez en la vida y por las que algunos hombres morirían por ella.”
Obviamente no lo iba a dejar solo, por lo que debería contestarle también con humor.
“¿Cultivas muchas flores por aquí?”
Permaneció en silencio y perpleja durante unos segundos. “Tengo que admitir, que no es el tipo de preguntas que me suelen hacer. Normalmente son del tipo ‘cuál es el sentido de la vida’ o ‘porque me ha pasado a mi’. Claro que cultivo, tengo un jardín pequeño para ello, pero no más grande que el de Versalles. ¿Por qué me lo preguntas?
“Bueno, cuando llegué me dijiste ‘Bienvenido a greenhouse’.”
Polly se puso a reír. Era un sonido como campanas sonando, un sonido que hizo que toda la sala resplandeciera, algo que era placer en su pura esencia. “No ‘greenhouse’ de almacén para cultivar plantas” dijo ella. “Green House” por su color verde.
“Pero tu casa es blanca.”
“Si, pero ‘Casa Blanca’ ya está tomada, ¿no?”
Herodotus cerró sus ojos. Su cerebro le parecía que había entrado en una densa niebla. “No estoy seguro que tenga ningún sentido.”
“¿Sentido? No he hablado jamás de ningún ‘sentido’ en el contrato de la casa. O ‘justicia’, de hecho. Ni en la letra pequeña. La leí toda.”
Herodotus tenía la sensación incómoda de que Polly había estado viviendo sola durante demasiado tiempo. Estuvo a punto de ponerse en pie y decirle que seguiría esperando afuera a que su mayordomo viniera con el coche. Era un hombre alto con traje, pelo con signos de calvicie y algunas canas en un lado. Tenía un cierto aire de superioridad, y llevaba una bandeja plateada con canapés en su mano derecha. Acostó educadamente la bandeja y dijo en un acento británico de clase alta.
“¿Un refrigerio?”
“Gracias, James” dijo Polly mientras tomaba un entremés de la bandeja mientras miraba a Herodotus. “¿Te preocupa algo?”
La mayoría de las fiestas a las que había ido tenían patatas fritas y salchichas, o cuencos de nueces o pretzels. No había nada familiar en la bandeja que tenía delante suyo. “Eh, ¿que me recomiendas?”
“A ver, todo está bueno” dijo Polly “lo he echo todo yo misma.”
Herodotus escogió lo que parecía una flor pequeña roja y marrón sobre una galleta salada. La mordió con cuidado, y se dio cuenta que tenía un punto de dulzor y otro de salado.
“Está bueno” dijo mientras terminaba de comérselo.
“Bueno, no tienes que mostrarte tan sorprendido” dijo Polly.
“¿Qué es?!
“Tras pensarme la respuesta, creo que te lo contaré. No queremos más por el momento, James.”
“Como desee, Madam.” El mayordomo se retiró a servir al resto de los invitados.
Polly contempló como Herodotus terminaba de masticar el canapé, y dijo. “Esto, ¿por dónde estábamos?”
“No creo que estuviésemos en ninguna parte.”
“Ah, sí, me estabas haciendo preguntas profundas y perspicaces. Venga, no puedo esperar a la siguiente.”
Herodotus se terminó el vino antes de regalarle otra muestra de sus pensamientos. Tras un suspiro, decidió lo que le estaba preocupando. Bueno, uno de ellas. Polly no parecía estar ofendida por su franqueza.
“¿Sabes que” preguntó directamente “hay un muñeco de nieve en medio de la entrada a tu casa?
“Ah, ¿el señor Frío? Pensaba que ya lo habían quitado. Debe haber estado deambulado por ahí pues le gusta mirar como pasan los coches.”
Esto me ha dejado helado. “Me estás tomando el pelo.”
Ella le respondió con una flamante sonrisa, una sonrisa que iluminó la habitación con un arco de luz. “Por supuesto, tonto” dijo ella colocando su mano sobre su rodilla. “El señor Frío no puede ir a ninguna parte— no tiene piernas. Esto siempre me ha llevado a preguntarme sobre Frosty. ¿Cómo puede bailar si los muñecos de nieve no tienen ni pies ni piernas? Aunque su canción es bonita.”
El tacto de su mano con su rodilla le hizo sentir... algo en él. No estaba caliente, pues había conectado el aire acondicionado. No se trataba de electricidad, aunque sintió como todo su cuerpo estaba electrizado. No era nada sexual, aunque sus leotardos le puso en alerta ante su cercana feminidad. Tan sólo era algo, y sin duda era bueno.
Empezaron las preguntas. “Pero como—“ cuando lo interrumpió.
“Basta de preguntas y respuestas por ahora. Quizás más tarde, si eres un buen chico. Ahora, necesito mi hora de ejercicio, el cual debería haber empezado. Es por lo que voy vestida así. Ven al gimnasio y hazme compañía.
“¿Y los invitados?”
“Oh, estarán bien solos durante un momento. James y Fifi pueden cuidar de ellos.”
“No suelo hacer mucho ejercicio” dijo Herodotus, sin importarle decir que hacer ejercicio no era tan interesante como verlo hacer a otra persona. “Adelante. Me quedaré sentado cuidado a tu gato esperando a que tu chófer arregle mi coche.”
“Oh, no lo harás” dijo ella levantándose del sofá de un salto y agarrándole del brazo. Midnight aprovechó la situación para saltar de la falda de Herodotus y caer en algún otro lugar. “Me encanta ser vista” continuó Polly “y no puede ser contigo aquí.” Tiró de él y lo acercó junto a ella. “Tómalo como repago por mi hospitalidad.”
Dándose cuenta que estaba más cerca de la Fuerza Irresistible de lo que pudiera estar nunca, dejó que lo llevará hasta el vestíbulo y luego a través del pasillo central hasta la parte trasera de la casa. Había peores formas de pasar el tiempo, pero después de todo, ninguna viendo como una bella chica sudaba.
Llegaron al final del pasillo donde había un ascensor esperándolos con la puerta abierta. Polly pulsó el botón número tres. Herodotus se dio cuenta que los botones llegaban hasta el trece, y el último decía “R.”
“Pensaba que tu casa tenía solamente dos pisos” dijo mientras se cerraban las puertas del ascensor. Este subió más rápido que cualquier otro ascensor que hubiera visto. Herodotus sintió como sus rodillos llegaban hasta su pecho y atravesaban su cabeza, y como su estómago hubiera caído al suelo.
“Oh, debes haberla visto desde la parte delantera” dijo Polly a la ligera. “Es mucho más grande desde la parte trasera. Ya hemos llegado.”
El ascensor se paró de golpe de tal manera que Herodotus sintió estar balanceándose sobre un muelle de gelatina. Las puertas se abrieron para mostrar un pasillo parecido al de un hotel con puertas en el otro lado. No había números en ellas, ni ninguna indicación de lo que había detrás, excepto una que estaba pintada de verde claro.
Apoyando su paso con cuidado, Polly caminó rápidamente por el pasillo. No necesitaba tirar de la mano a Herodotus; sus nervios seguían chirriando desde el ascensor y tenía miedo de quedarse atrás, de perderse en esta mansión cada vez más confusa.
Ella se detuvo delante de la puerta verde. “Puedes entrar” dijo ella.
“¿Por qué quería hacerlo?”
“Porque está prohibido” dijo ella con cierto aire negativo. “Todo el mundo quiere entrar cuando les digo que está prohibido.” Siguió caminando hasta la siguiente puerta a su izquierda situada a la mitad de camino del salón.
“Esto es el gimnasio” dijo. “Entremos.”
Era una habitación muy grande, tanto como el gimnasio de un instituto. No era lo que Herodotus esperaba encontrar. No había ninguna cinta de correr, ni bicicleta estática, ni máquinas de pesas, ni ninguna de esas maquinas para subir escaleras —ninguna de esas modernas máquinas. En su lugar, había un caballete para saltar, barras paralelas, un trapecio y una cuerda floja de dos metros y medio de alto. Habían colocado multitud de colchones grises por todo el suelo.
“¿Eres acróbata? Se aventuró a preguntar Herodotus.
“Melamente de una folma espilitual” dijo parodiando al acento chino.
Herodotus pareció confundido, tal como mostraba su expresión facial.
“Has visto Tony Randall en Los 7 rostros del Dr. Lao” dijo a medias Polly. Cuando Herodotus hizo que no con su cabeza, ella continuó “¡Deberías! Dirigido por George Pal, con guión de Charles Beaumont. Es una película que se merece ser beatificada.”
Luego volvió al asunto en cuestión. “La acrobacia me da un buen entrenamiento y me ayuda a mantener la figura de niña que has estado admirando cuando pensabas que no estaba mirando.”
Herodotus se ruborizó, pero sólo había orgullo en el tono de Polly cuando dijo: “Mira esto.”
Había una cuerda al lado del trapecio, y Polly subió unos cuantos centímetros hasta que pudo alcanzar la barra. Empezó a balancearse de un lado a otro, cobrando ímpetu, hasta que con un movimiento suave hizo una voltereta hacia atrás enganchando sus rodillas sobre la barra. Se sentó más arriba hasta que estaba de pie en la barra. Herodotus empezó a aplaudir, pero ella le hizo callar. “Oh, eso no es nada” dijo ella, con el tacto más débil de su voz. “Por favor, espera hasta el final del acto para aplaudir.”
Inclinándose hacia delante, ella empezó a caer mientras, al mismo tiempo, doblaba la cintura y agarraba la barra de trapecio con ambas manos. Su ímpetu la llevó alrededor de la barra con un giro completo, en cuyo punto ella extendió sus piernas hacia arriba hasta estar haciendo el pino en la barra. Ella posó allí, con una roca firme, durante quince segundos, luego de pronto se soltó y cayó hacia abajo hasta que, en el último instante, se agarró los tobillos en los extremos de la barra de trapecio donde las cuerdas la sostenían. Entonces lentamente movió su pierna izquierda hacia un lado, de tal manera que todo su cuerpo estaba colgando simplemente por su tobillo derecho.
Ella mantuvo esa postura durante otros segundos, sólo para probar que no le había salido por casualidad, para después sin esfuerzo inclinarse hacia arriba agarrando la barra con las manos de nuevo. Se inclinó hacia adelante y hacia atrás, usando su cuerpo como contrapeso para balanceándose por el trapecio. Las oscilaciones aumentaron hacia adelante y hacia atrás, cada vez más altas con cada arco sucesivo. Luego, en el ápice del columpio, se soltó y voló por el aire. Su cuerpo se curvó rápidamente y ella hizo dos giros completos antes de enderezar su postura de nuevo y aterrizar en el centro de la cuerda floja.
“Nada de aplausos” le recordó ella a él “pero un suspiro de sorpresa sería buen recibido.”
Ella no esperó, y empezó a caminar de vuelta a lo largo del cable, caminando de una manera tan seguro como si estuviera en el suelo. Se desplazo hasta el centro del cable, doblando sus rodillas y dando una voltereta hacia atrás, una segunda y una tercera —cada vez aterrizando sin problemas sobre sus pies.
“Ahora es el momento de que el público participe” dijo “Hay un mono ciclo ahí. ¿Podrías traérmelo, por favor?”
Herodotus fue y le trajo el mono ciclo. No se preocupó por darle las gracias, simplemente balanceó la rueda sobre el cable y se subió a él delicadamente, entonces paladeó hacia atrás y luego hacia adelante dos veces de un extremo al otro del cable.
Tras pedalear hasta el centro, se quedó quieta manteniendo el equilibrio y dijo “Ahora, tráeme aquel palo y ese plato que hay ahí.” Herodotus hizo lo que pidió.
El palo tenía casi un metro de largo por algo más de un centímetro de diámetro. Lo tomó por la mitad, puso el plato encima y empezó a darle vueltas. Se lo colocó en el borde de la mano y empezó a girar cada vez más rápido. Cuando vio que había logrado la velocidad adecuada, agarró la barra con ambas manos, tirando su cabeza hacia atrás y balanceando con cuidado el palo sobre su frente. Separó sus manos colocándoselas a ambos lados. Empezó a pedalear hacia delante y hacia atrás a lo largo del cable.
“Aquí es donde imparto el gran secreto del universo” dijo, sin quitar los ojos del plato. “Toda la sabiduría de los antiguos se reducía a una sola palabra: Equilibrio. Mantente en equilibrio y el mundo es tu ostra. Asumiendo que te gustan las ostras, es decir, de otra manera toda la metáfora no tiene valor.”
Ella continuó en la barra sobre su frente durante un minuto. A continuación, la sujetó con su mano derecha, la sacó de su frente y la tiró al suelo. Tomó el plato con su mano izquierda y, mirando a Herodotus, dijo “Cógela” mientras se la tiraba. Mientras tanto, permanecía en el mono-ciclo subida en la cuerda, pedaleando hacia atrás y hacia adelante durante otro minutos sin mostrar esfuerzo alguno.
Al final, se bajo del mono-ciclo de una manera tan fácil como había subido a él, y fue hacia Herodotus. Se agachó y agarró el cable dándole vueltas, dejó caer sus piernas hasta que ella estaba colgando por sus manos, luego se dejó caer ligeramente a la alfombra quedando los brazos triunfantemente sobre su cabeza.
“Muy bien, ahora puedes aplaudir” dijo ella.
Herodotus estaba por encima de cualquier aplauso. A pesar de como se sentía, dijo de una manera entusiasta “¡Fantástico! ¿Eres una profesional?”
Polly bajó las manos y se inclinó. “Nunca me han pagado por ello, así que supongo que eso me convierte en una aficionada con talento. Pero me gusta un poco. ¿Tienes hambre? Siempre tengo hambre después de un entrenamiento funambulista.”
Había pasado mucho tiempo desde el desayuno y ese canapé apenas lo había llenado, pero Herodotus estaba receloso acerca de pedir más generosidad. “Odio molestarte. Ya has hecho tanto...”
“Ningún problema. Llamare a Mario para que nos traiga un snack.”
“Una cosa, ¿te importaría que usara el baño para refrescarme?”
“En absoluto. Mejor que hacerlo en el suelo. Adelante.” lo acompañó hasta fuera del gimnasio hasta el pasillo. “Es la segunda puerta a la izquierda en esa dirección. No entres en la puerta verde. Cuando termines, toma el ascensor hasta el primer piso. Nos veremos allí.”
Fue al servicio, cerró la puerta con llave. Estaba bien tener unos pocos minutos de privacidad. Polly era muy guapa y amable, pero aquello había sido muy... intenso. Sí, había una palabra para definirla. Intensa.
Tomó aire a fondo y abrió los ojos. A continuación los volvió a cerrar. Podría haber imaginado que Polly no tendría un baño cualquiera, pero aquello iba más allá de lo más bestia que se hubiera imaginado.
Abrió los ojos otra vez para contemplar aquello. El papel de las paredes y el techo era un trampantojo que representaba una enorme catedral, quizás echo para tal efecto.
El lavabo estaba, literalmente, en un trono —una elaborada construcción tallada en roble oscuro con incrustaciones de marfil y joyas. Los robustos apoya brazos tenían cabezas de leones al final, y los cuatro pies eran garras con pelotas. La parte de atrás del trono era un terciopelo de color vino, y una luz constante brillaba en el asiento como si viniera de una vidriera arriba. Un rollo de papel higiénico estaba unido discretamente a un lado.
Se dirigió al trono y levantó el asiento con cautela. Para su gran alivio parecía un inodoro ordinario por dentro. Se alivió; entonces, como su esposa, que pronto sería la ex esposa, se recordó a sí mismo, volvió a bajar el asiento. Cuando se inclinó, se dio cuenta de que el papel higiénico parecía un poco extraño. Se acercó para tocarlo.
No era papel. Era de seda.
Caminó hasta el fregadero, que parecía una fuente bautismal octogonal que había visto en su visita a las viejas iglesias. Los accesorios eran todo de oro macizo, y cuando encendía los grifos el agua que fluía hacia afuera era ligeramente perfumada de rosas. Los jabones eran en forma de cisnes pequeños, y las toallas de mano eran de lino plegado en forma de cisne.
Se quedó mirando su reflejo en el espejo mientras se lavaba las manos. “¿Dónde me he metido?” Se preguntó en voz alta en voz baja. “¿Es esta una versión aún más surrealista del Hotel California? ¿Quién es esta chica, y qué es este lugar?”
Sus palabras no tenía respuestas para él, así que se secó las manos y salió de la habitación.
La cabina del ascensor estaba abierta y esperándolo mientras caminaba por el pasillo. Apretó el “1” con cierto temblor, y el ascensor salió disparado como si el cable se hubiera roto, sólo para llegar a una súbita pero suave parada. “Podría ser un paseo emocionante en cualquier parque de atracciones” murmuró.
Salió a la planta baja. No había señales de Polly, así que esperó.
Un gran león macho con una melena completa caminaba casualmente por una puerta. Herodotus instintivamente se quedó de piedra y retrocedió lentamente. Las puertas del ascensor se habían cerrado detrás de él, pero él apretó su espalda tan fuertemente como pudo.
El león lo miró, y él se dio cuenta que era un poco tuerto. Lo miró otra vez, ignorándolo mientras decidió caminar por el salón hacia otra habitación.
Tras unos pocos segundos Herodotus se dio cuenta que le costaba respirar. Decidió tomar aire a fondo para intentar calmar sus nervios.
Polly salió de otra puerta. Se había vuelto a cambiar de ropa, esta vez llevaba unos tejanos ajustados, zapatillas y una camiseta blanca que decía “¡Creo en mi!” en letras azules a la altura del pecho. Incluso con una ropa tan sencilla parecía inmensamente sexy para él.
“Eh” dijo él con indecisión “había un león paseándose por toda la casa.”
“Ah, es Bert. No le des mucha importancia. Seguramente te tiene más miedo que tu a él.”
Herodotus decidió que el tiempo para las sutilezas había terminado. Miró directamente a sus ojos y dijo “¿Quién demonios eres tú?”
Le respondió con una expresión incrédula. “Ya te lo he dicho. Me llamo Polly.”
“¿Polly, que más?”
“¿Polly que más qué?”
“¿Cuál es tu apellido?”
“No, cual es el nombre del tipo de la segunda base.”
“Ya he jugado a esto antes” dijo él de manera irritada. “Dime tu apellido.”
“¿Necesito uno?”
“Todo el mundo tiene un apellido.”
“Cher. Madonna. Prince.”
“Todos estos son nombres artísticos. En verdad nacieron con apellidos.”
“Quizás Polly sea mi nombre artístico.”
“Entonces, ¿trabajas en un escenario?”
“Constantemente” dijo ella con cierta lentitud en su voz.
“Todo lo que quería decir es que—“
“Tu puedes, chico.” sus ojos se iluminaron de repente. “¿Cómo te atreves entrar aquí como si fueras el dueño del mundo y hacerme un interrogatorio de tercer grado? ¿Llevas el móvil en el bolsillo o te alegras de verme? Lo que te importa de mi es el apellido, ¿o si una vez tuvo uno? No te quiero más por aquí. Por favor, vete de una vez.”
Herodotus se dio cuenta de tal cambio abrupto en el carácter de Polly. “Pero—“
“Nada de peros. Vete. ¡Ahora!” dijo apuntando la puerta principal de la casa.

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¡polly! Stephen Goldin

Stephen Goldin

Тип: электронная книга

Жанр: Юмор и сатира

Язык: на испанском языке

Издательство: TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE

Дата публикации: 16.04.2024

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О книге: ¡polly!, электронная книга автора Stephen Goldin на испанском языке, в жанре юмор и сатира

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