Asesinos Alienígenas

Asesinos Alienígenas
Stephen Goldin
Glendys Dahl
TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE
Deborah Rabinowitz es una agente literaria. Ella viaja a mundos alienígenas mediante realidad virtual y vende los derechos para publicar libros terrestres en otros planetas. Pero cuando un alienígena es asesinado justo ante sus ojos, no hay forma en la que ella pueda evitar involucrarse y resolver el asesinato. Luego, cuando una vieja amiga es acusada de homicidio en un mundo diferente, Deborah debe resolver ese homicidio también.



ASESINOS ALIENÍGENAS
por Stephen Goldin

Publicado por Parsina Press (http://www.parsina.com/)
Traducción publicada por Tektime (http://www.traduzionelibri.it/)
Asesinos Alienígenas, Copyright © 2009 por Stephen Goldin. Todos los Derechos Reservados.
Título original: Alien Murders
Traducción: Glendys Dahl
La Cumbre de la Intriga, Copyright © 1994 por Stephen Goldin. Todos los Derechos Reservados. Publicado originalmente en Analog Magazine.
La Espada Intacta, Copyright © 1998 por Stephen Goldin. Todos los Derechos Reservados. Publicado originalmente en Analog Magazine.
Copyright de la imagen en portada: Steve Johnson | Dreamstime Stock Photos.

Tabla de Contenidos
La Cumbre de la Intriga (#u96c8bbb0-b5b8-528c-92a7-48628e74334d)
La Espada Intacta (#litres_trial_promo)
Acerca de Stephen Goldin (#litres_trial_promo)
(#litres_trial_promo)Contactar con Stephen Goldin (#litres_trial_promo)

(#litres_trial_promo)LA CUMBRE DE LA INTRIGA
Rabinowitz ni siquiera había abierto sus ojos cuando el teléfono sonó. “Alguien es endemoniadamente maleducado,” murmuró, y luego dijo más fuerte, “Teléfono: sólo suena. ¿Hola?”
Una voz masculina poco familiar le dijo “¿Es usted la señorita Debra Rabinowitz?”
“Dé-BOR-ah,” dijo ella instintivamente. “La difunta Deborah Rabinowitz. ¿Hay algún problema, Inspector?”
Hubo una pausa. “¿Cómo lo supo?...” “oh, porque ingresé en su código p.” “Muy astuta, señora.”
“Los cumplidos sólo deberán enviarse por la entrada de la servidumbre. Espero que esta llamada merezca anular el código de privacidad de un contribuyente ordinario.”
“Bueno, creo que así es, señora. ¿Le importaría si paso por su casa?”
“¿Físicamente?”
“Sí, en persona, eso es lo que estaba pensando.”
“Llame de nuevo dentro de doce horas. Estoy segura que mi cadáver ya se habrá despertado para ese momento.”
“Pensaba más bien en algo como en unos cinco minutos. Justo ahora estoy cruzando la Bahía.”
“¿Cinco minutos? ¿Tiene una autorización?”
“Bien, verá usted, esperaba evitar una relación antagónica en esta fase del proceso.” Hizo una pausa. “¿Necesitaré una autorización?”
“Cinco minutos,” suspiró Rabinowitz. “Teléfono: apagado.”
Estrujó sus ojos para forzarlos a abrirse, luego volteó su cabeza para mirar el reloj. 2:14 PM. No era una hora descabellada para quienes se apegan a los horarios locales de la Tierra. “La zombie se mueve,” dijo con otro suspiro, al tiempo que rodaba su cuerpo quejoso hacia afuera de su cama de agua.
Se tambaleó desnuda hacia el baño, orinó, y luego pasó un cepillo por su cabello castaño, afortunadamente corto. Miró hacia la caja de maquillaje y se encogió de hombros. “Sin maquillaje. Las zombies no usan maquillaje; va contra las normas de la unión.”
Hubo más tambaleos al regresar a su habitación. Abrió la puerta del armario. Miró fijamente hacia el armario durante tres minutos sin moverse. El timbre sonó.
“Puntualidad. El duende maligno de las pequeñas mentes. No, es la coherencia. Intercomunicador: sólo sonido, puerta frontal. Sólo un minuto. Le atenderé en un momento. Intercomunicador: apagado.”
Tomó un recatado vestido amarillo y blanco y lo deslizó sobre su cuerpo, que de otra manera hubiese quedado desnudo. Casi desnuda, bajó por las escaleras apoyada fuertemente sobre la baranda y murmurando, “¡Aquí de verdad hay golpes de puerta! Si un hombre fuese portero de la puerta del infierno, debió haber pasado la llave.” En el momento en que ella llegó al final de las escaleras, presentó una justa imitación de conciencia.
Abrió la puerta para confrontar a un hombre excesivamente prolijo, que lucía un traje de fina hechura. Puede haber tenido treinta y pocos años, pero era difícil decirlo en un asiático. A pesar de la brisa vespertina, ni un cabello de su cabeza estaba fuera de lugar.
“¿Srta. Rabinowitz?” preguntó él, viéndola con una mirada muy apreciativa.
“Sí. Eso establece una de nuestras identidades.”
“Disculpe, señora. Soy el detective William Hoy. ¿Puedo entrar?”
“¿Sería de poca categoría insistir en pedirle alguna identificación formal primero?”
“En lo absoluto. Fue de mala educación por mi parte no habérsela ofrecido en primer lugar.” Su mano se deslizó con un movimiento natural adentro del bolsillo interno de su chaqueta y emergió con una tarjeta de identificación y una credencial. Rabinowitz tuvo que entrecerrar sus ojos para leerla en el sol brillante de la tarde.
“¿Interpol?” Levantó una ceja con curiosidad.
“Correcto, señora. ¿Puedo pasar?”
“Sólo si promete no llamarme ‘señora’ de nuevo. Me siento suficientemente anciana esta ma… tarde.”
“Está bien.” El detective Hoy entró. “Me gustaría agradecerle por atenderme con tan poca antelación.”
“Usted me dio la sutil impresión de yo que tenía pocas opciones. Sígame, por favor. Espero me disculpe por el estado de las cosas. Las personas rara vez me visitan personalmente.”
“No trabajo en la revista Casas Glamurosas. Sin embargo, su casa es bastante ostentosa desde afuera.”
“Gracias. Tiene mucho más de doscientos años de antigüedad. A la elite del San Francisco victoriano le gustaba construir sus viviendas de verano aquí en Alameda.”
Lo condujo hacia la sala de estar y le ofreció tomar asiento. Él se sentó en el sillón de la izquierda mientras ella se acomodó detrás del amplio escritorio antiguo. El escritorio, al menos, no estaba demasiado desordenado.
Él observó con aprecio los estantes que lo rodeaban. “No creo haber visto tantos libros impresos juntos en un mismo lugar.”
“Llámele afectación. Escuche, normalmente soy genial en conversaciones breves, pero la fatiga me hace atípicamente impaciente. Sólo he tenido dos horas de sueño tras haber girado por toda la galaxia durante las anteriores treinta y seis horas. Usted no vino aquí para discutir sobre mi casa o sobre mi biblioteca. Ninguna de las dos es asunto de la Interpol. Por favor, dígame para qué está aquí.”
Hoy sonrió. “Y dijeron que usted era difícil. ‘Es hija de un diplomático, llena de evasiones y medias verdades.’ Me gusta una persona que comparte sus pensamientos.”
“Hablaré muchísimo más sobre eso si no llega al punto.”
“Según la compañía telefónica, usted ha girado muchas veces hacia el planeta Jenithar en los cuatro meses anteriores. Particularmente a la oficina de Path–Reynik Levexitor.” Agitó su cabeza. “Chico, seguramente eso es un trabalenguas.”
Él miró a Rabinowitz. “Bien, eso es cierto, ¿no es así?”
“Soy estadista, aunque amiga de la verdad. Está lejos de mí el discutir la veracidad de la compañía telefónica. Levexitor y yo hemos estado negociando un trato multilateral para derechos sobre libros en Jenithar. Todo perfectamente lícito, puedo agregar. Levexitor es un ciudadano de alto nivel en su mundo.”
“Los ciudadanos de alto nivel se han escapado antes,” apuntó Hoy.
“Así es como puede ser,” dijo Rabinowitz. “Mis negocios con él han sido honestos.”
“¿Sólo vende trabajos bajo propiedad intelectual?”
“Principalmente. Me gusta ser mi propia jefa, no una empleada de las Naciones Unidas. Ocasionalmente he mediado algunos negocios para la OLM—”
“Su deber patriótico, por supuesto.”
“Por una comisión—pero la Tierra se ha beneficiado de cada uno de los negocios.”
“¿Así que no le gustan los piratas literarios?”
“¿Me lo pregunta o me lo está diciendo?”
“Por favor, sígame la corriente, Srta. Rabinowitz.”
“La respuesta es no. El arte y las ideas son nuestra única moneda en los mercados interestelares. Sería capaz de cortar mi propia garganta con tal de socavar eso.”
“Eso suena como una forma muy práctica de patriotismo.”
“Oh, lo siento, debe haber estado buscando a Deborah Rabinowitz, la idealista. Ella vive a unas doce horas de sueño de aquí. Le diré que usted estuvo por aquí.”
Hoy rió. Fue una buena risa, cándida. “Usted es divertida, ¿lo sabe? Me place haber viajado hasta acá.”
“Así que, en eso coincidimos. Mi ‘patriotismo práctico’ se está acabando y no me estoy divirtiendo en lo absoluto.”
“Entonces iré directo al punto. Tengo razones para creer que su amigo Levexitor está intentando comprar algo de material de dominio mundial a través del mercado negro.”
Rabinowitz se inclinó hacia adelante. “¿Eso no pondría a ese asunto en la jurisdicción de la CPI en lugar de la Interpol?”
“Bien, tras el hecho, sí. Estamos intentando evitar que llegue tan lejos.”
“Mantenerlo todo en la familia de las Naciones Unidas,” sugirió Rabinowitz.
“Algo así,” asintió Hoy animadamente. “¿Alguna vez ha tenido usted que negociar con la CPI?”
Rabinowitz hizo una mueca. “Un par de veces.”
“Entonces lo sabe.” Se levantó de su silla y comenzó a examinar las estanterías de libros. “Digo, creo que tuve que leer algunos de estos en la escuela.”
“Detective, ¿Se me considera oficialmente sospechosa?”
Él se dio la vuelta y la miró. “Oh, detesto usar la palabra ‘sospechosa’ tan pronto en un caso. Le da ideas equivocadas a la gente.” Miró de nuevo a la estantería pensativamente, luego sacó un libro del lugar donde estaba y lo volvió a colocar dos títulos hacia la derecha. “Disculpe, ese estaba fuera del orden. Eso me irrita mucho. Usted los ordena alfabéticamente, ¿no?”
“Gracias. Siéntase libre de venir a sacudirles el polvo cuando desee. Si no soy una sospechosa—”
“Sólo digamos que usted es alguien a quien realmente yo quería conocer, y con quien de verdad quería hablar. Tampoco estoy decepcionado. Usted es tan hermosa como cautivadora. Más hermosa que en su foto de archivo, inclusive.”
“Mi día está completo. Ahora, si usted—”
“¿Sabe? Algunas personas pueden ser toda una decepción. Piensas que deben ser fascinantes y te aburren hasta llorar. Pero no usted. Usted—”
Rabinowitz se levantó detrás de su escritorio. “Si no tiene más preguntas—”
Hoy se rehusó a captar el mensaje. “Bien, una o dos. ¿Alguien más de la Tierra estaba involucrado en su negocio con Levexitor?”
Rabinowitz se sentó nuevamente. “No. Estuve mediando en representación de la Agencia Adler, pero yo era la única persona representando los intereses humanos en este negocio.”
Hoy asintió con la cabeza. “¿Levexitor mencionó algún otro nombre, contactos humanos?”
“No que yo recuerde.”
“¿Alguna otra negociación en la cual haya estado él trabajando?”
“No, ¿Por qué debería? No soy su socia. Yo tampoco le conté sobre otras negociaciones en las cuales estoy trabajando.”
“Comprendo. Bien, es todo lo que tengo por ahora.” Hoy se levantó y le sonrió. “Fue genial conocerla, Srta. Rabinowitz. Un placer diferente. Si recuerda cualquier otra cosa, puede contactarme en la oficina local, justo al cruzar la Bahía.”
Rabinowitz se levantó de su silla para mostrarle la salida. “Claro, que si usted resulta estar involucrada en la venta en el mercado negro,” continuó Hoy, “debe estar segura que la llevaré a la cárcel durante un largo tiempo. Pero si no es usted a quien estoy buscando, ¿cenaría usted conmigo alguna vez? Después que el caso esté solucionado, por supuesto.”
“Lo siento. Yo nunca como,” dijo mientras cerraba la puerta detrás de él.
***
Mientras la puerta se cerraba, ella se volteó, se desplomó contra ella, cerró sus ojos y suspiró, “Muy hostigada por este tipo pedante.” Lo próximo que supo fue que ella se estaba sacudiendo, al notar que su barbilla tocaba su pecho. Se enderezó y abrió sus ojos deliberadamente. Las escaleras que conducían a su habitación estaban directamente frente a ella. Además de las escaleras, el salón se extendía hacia la cocina en la parte trasera de la casa. Los comentarios de Hoy acerca de cenar habían elevado el interés de su estómago. “Necesito más dormir,” murmuró, “pero están todas esas escaleras.”
Caminó lentamente hacia la cocina, teniendo la seguridad de que si se movía muy rápido caería y se quedaría dormida antes del llegar al piso. Encontró dos barras almidonadas que probablemente eran panes, puso algún relleno inidentificable entre ellas y devoró este conglomerado antes de que pudiese examinarlo muy de cerca. Desafortunadamente, mientras que esto llenaba su estómago, la dejó con la sensación de estar demasiado despierta como para dormir. Y había una trampa esperándola antes de que pudiera regresar a las escaleras.
Se detuvo al lado de la puerta abierta de la sala de giro. Miró hacia adentro. “Mañana me arrepentiré de esto,” murmuró. “Diablos, me arrepiento esto justamente ahora.” Diciendo esto, entró. “Girando: Jenithar, oficina de Path–Reynik Levexitor.
“Con algo de suerte,” se dijo a sí misma, “no estará allí.”
Se encontró en un vestíbulo en el espacio de giro justamente afuera de la oficina de Levexitor. Se topó con dos grandes puertas de madera, carentes de ornamento alguno. El simple hecho de que ella estuviese allí significaba que la unidad de giro de Levexitor estaba encendida y que su llegada le había sido anunciada.
“Srta. Rabinowitz,” dijo la voz inmaterial de Levexitor. “No era de esperarse que me visitara nuevamente tan pronto.”
“Si le importuno, Mayor, le ruego me disculpe. Puedo regresar en otro momento.”
Hubo una pausa extrañamente larga antes de que él respondiera. “No veo razón por la cual no debiéramos discutir nuestros asuntos ahora. No es como si estuviese ocupado con cualquier otra cosa. Puede entrar.”
Rabinowitz caminó hacia la puerta virtual que estaba en frente de ella. Esta se deslizó hacia adentro para permitirle pasar hacia la realidad que Levexitor escogió para mostrar a sus visitantes.
Algunas personas eran criaturas elegantes, quienes creaban hábitats virtuales de exóticos diseños. Los jenitharpios no se encontraban entre estas personas. La oficina de Levexitor se veía exactamente igual cada vez que ella la visitaba durante los pasados cuatro meses. Las paredes eran marrones con partículas doradas, mientras que el piso era pulido y gris pizarra. Había dos puertas—la puerta por donde ella entró y una al otro extremo de la sala—y no había ventanas. La luz era difundida desde fuentes no específicas. La sala era pequeña; alguien así de importante en la Tierra hubiese tenido una oficina espaciosa. Era una sala sombría y triste, casi como una cueva con muy pocos muebles—pero entonces, el propio Levexitor era escasamente el Sr. Personalidad.
Contra la pared posterior había un banco de trabajo de baja altura, donde Chalnas, el asistente de Levexitor, generalmente se paraba. Chalnas era algún tipo de empleado que pasaba su tiempo garabateando en una libreta. Rabinowitz no podía recordarlo pronunciando cinco palabras consecutivas, e inclusive eso era netamente para pedir una aclaratoria sobre algún punto. En ese momento, Chalnas no estaba de pie allí. Era una de esas personas que escasamente se notan cuando están allí, pero su ausencia se sentía extraña.
Al centro de la sala, en su propio escritorio de trabajo, se encontraba Path–Reynik Levexitor. Los jenitharpios eran bípedos, pero humanoides sólo por una definición liberal del término. Eran cilindros peludos, cubiertos por un plumaje un poco similar al de un marabú. Sus dos brazos muy largos iban conectados al cuerpo a la altura de lo que debe haber sido la cintura; podían alcanzar el tope de sus cabezas, ligeramente protuberantes, así como las plantas de sus anchos pies con igual facilidad. Sus ojos estaban mejor escondidos que los de un pastor inglés y sus voces parecían resonar desde todo su cuerpo.
La proyección de Levexitor en su espacio de giro era muy alta, una cabeza completa más alta que Rabinowitz. Su marabú estaba teñido con lavanda, mucho más elegante que el marrón plebeyo de Chalnas. Era tan noble, que escasamente necesitaba moverse.
No había sillas en la sala. Rabinowitz estaba de pie, Levexitor estaba de pie, Chalnas—cuando estaba allí—estaba de pie. El acto de hacerse a sí mismo deliberadamente más pequeño al frente de los demás obviamente era indecible en Jenithar. Si Rabinowitz no hubiese sido capaz de sentarse en su silla de extensión en casa, al mismo tiempo que permanecía “de pie” en el espacio de giro de Levexitor, algunas de sus largas sesiones de negocios no pudieran haber salido tan bien como salieron.
“Bienvenida, Srta. Rabinowitz. No esperaba pararme con usted tan pronto de nuevo.”
“Me disculpo profundamente por mi intromisión, Mayor. Hubo un par de pequeños detalles que faltó resolver y pensé que podríamos dejarlos descansar de una vez por todas... pero si Chalnas no se encuentra para registrarlos—”
“Es el día de descanso de Chalnas, pero puedo recordar bastante bien lo que dijimos. Por favor, continúe.”
Rabinowitz pasó los siguientes diez minutos discutiendo definiciones exactas de derechos teatrales submarinos de las tres novelas de Tenger y la duración exacta de las opciones. Al tiempo que este fue un ejercicio insulso, le dio una excusa legítima para estar allí.
Hubo pausas atípicamente largas en las respuestas de Levexitor, y parecía más intranquilo. Obviamente había alguna tarea en su espacio real que preocupaba al menos parte de su mente. Cuando Rabinowitz comentó que preferiría negociar con asuntos locales y recuperarse, él desestimó eso sin pensarlo dos veces y prosiguió con la discusión.
Cuando entró en materia más profundamente de lo necesario, Rabinowitz dijo, “Mayor, dudo en traer un asunto tan delicado frente a una persona tan alta, pero algo me ha molestado tanto que siento que debo hablar con usted al respecto.”
“Por favor, siéntase libre de hablar abiertamente,” dijo Levexitor.
“Muy bien, Mayor,” dijo Rabinowitz. “He oído rumores en la Tierra de que elementos criminales están intentando contrabandear parte de nuestra literatura hacia mercados recónditos. No he escuchado nombres, pero sólo nuestros más bajos hombres recurrirían a tales actividades.”
“Es curioso que usted deba mencionar tal asunto justamente ahora, Srta. Rabinowitz. Por favor, continúe.”
“Sé que usted, por supuesto, está por encima de esas cosas. Sin embargo, como amiga, me preocupaba que usted pudiese ser, involuntariamente, conducido por estos astutos criminales a realizar actos que ciertamente le perjudicarían. También pienso que usted debería saber cómo advertirle a sus colegas más cercanos, algunos de los cuales podrían sucumbir a esta gran tentación. Estos criminales, no tienen escrúpulos, y perjudicarían a cualquier persona que negocie con ellos.”
“De hecho,” dijo Levexitor. “Puedo entender demasiado bien cómo alguien, incluso el más alto de nosotros, pudiera ser tentado en algún momento por esos otros, especialmente si vienen de fuentes altas.” Hubo otra pausa larga. “Sí,” finalmente prosiguió, “y también puedo comprender la última disminución que usted mencionó. Para decirlo claramente, Srta. Rabinowitz—”
Levexitor interrumpió repentinamente lo que estaba diciendo y se volteó. Su cabeza se inclinó hacia atrás y hacia arriba. Luego, emitiendo un pequeño grito, se abalanzó contra su mesa de trabajo y se quedó muy, muy quieto.
“¿Mayor? ¿Mayor?” La habitación estaba totalmente en silencio. Nada se movía, nada hacía ruido. Rabinowitz miró a su alrededor. No había nadie en la sala virtual, a excepción de Levexitor y ella. Y Levexitor no se movía.
Rabinowitz caminó hacia adelante hasta estar justamente en frente del gran extraterrestre. Alcanzó a tocarlo. Había solidez, era como tocar un árbol usando gruesos guantes de goma, pero sin más sensación que esa. El cuerpo proyectado de Levexitor era tan real como las paredes—y no estaba más animado que ellas.
Caminó lentamente por la sala. Sus pasos no hacían ruido. Levexitor no hacía ruido. Lo único que ella escuchó fue su propio pulso fluyendo por sus orejas y su respiración, que intentaba regular.
No sería buena idea gritar o preguntar si alguien más estaba allí. En este espacio virtual sólo estaba su proyección y la de Levexitor. Alguien o algo pudo haber ingresado al espacio real de Levexitor y, de hecho, aún podría estar allí, pero ella no podía verlo.
Se debe notificar a alguien. Ella miró alrededor de la sala escasamente amoblada para algunos dispositivos de comunicaciones. No parecía que hubiese alguien. El escritorio de Chalnas estaba vacío y sin cambio alguno. Algunos controles digitales estaban sobre la mesa de Levexitor, pero él se encontraba extendido sobre ellos y ella no podía moverlo. Incluso si pudiese, los controles no habrían sido intuitivos.
El cuerpo de Levexitor se sacudió de la mesa, repentinamente. No era un movimiento conscientemente controlado. Mientras Rabinowitz observaba, unas manos no visibles jugaban con el panel de control sobre el escritorio. Entonces, la oficina del alienígena desapareció repentinamente, y ella se encontró de vuelta en su propia sala de giro.
Cruzó sus brazos fuertemente, y se sentó sobre su silla de extensión, temblando como una hoja. Sus dientes realmente castañeaban; no podía recordar hacer eso desde cuando leyó “El Corazón Delator” por primera vez, a los catorce años. Cerró sus ojos e intentó regular sus repentinos jadeos para respirar.
Lentamente, muy lentamente, retomó el control. Forzó a sus temblorosos labios a decir, “Teléfono: San Francisco, Interpol, detective Hoy.” En unos instantes, el rostro sonriente del detective apareció ante ella.
“Qué placentera sorpresa, Srta. Rabinowitz,” dijo. “No creí que volvería a hablar con usted tan pronto.”
“No es placentera,” dijo. “Para nada. Tendrá que contactar a las autoridades en Jenithar. Acaba de sucederle algo a Levexitor. Creo que fue asesinado.”
***
“Me siento tan estúpida,” dijo Rabinowitz. “Me llené de pánico como una tonta adolescente. Yo no estaba en peligro. No pudo haberme tocado—”
“Usted estuvo presente cuando la vida de alguien terminó de forma violenta,” dijo Hoy cómodamente desde el otro lado del escritorio parlante. “O al menos, se encontraba telepresente. Creo que no sería natural que usted no hubiese entrado en shock.”
“Él estaba justo allí conmigo,” prosiguió Rabinowitz. “El asesino. No pude verlo, no pude escucharlo, pude tocarlo. Pero estuvo allí, sin embargo. Se encontraba en el mundo real y yo en el virtual, pero teníamos un enlace en común—Levexitor. ¿Cree usted que me vio?”
Hoy hizo una pausa. “Bien, pudo haber monitoreado el computador de Levexitor sin encontrarse en el espacio. ¿Su imagen proyectada es igual a la real?”
“Básicamente. Estoy bastante satisfecha con mi imagen.”
“Estoy totalmente de acuerdo con usted.” Dijo Hoy con una amplia sonrisa.
“Gracias, detective. Cada vez que pienso que usted tiene mucha determinación, me decepciona educadamente. Supongo que no importa si él me vio o no. Levexitor dijo mi nombre con suficiente frecuencia. El asesino debe haber estado allí todo ese tiempo. Eso explica las extrañas pausas de Levexitor. Por lo menos esto significa que estoy fuera de la lista de sospechosos.”
“Bien, lamento decepcionarle, pero no. Usted pudo haber asesinado a Levexitor para cubrir sus pistas al saber que yo sospechaba de usted.”
“Usted tiene una mente realmente paranóica.”
“Es mi trabajo. Aunque usted se ha movido más abajo en la lista.”
“Gracias.” Rabinowitz lo miró directamente hacia los ojos. “¿Quién más está en ese listado? ¿Qué clase de compañía estoy llevando?”
“No necesita preocupar su linda cabecita con eso.”
“Si uno de los sospechosos asesinó a Levexitor y sabe quién soy yo, puede intentar silenciarme. Debo protegerme. Sigo siendo un testigo, incluso si no vi nada.”
Hoy estaba pensativo. “Bien, si es culpable, esta no será ninguna gran sorpresa para usted. Jivin Rashtapurdi definitivamente se encuentra en alguna parte del plan.”
“¿El gángster?”
“No, el tendero. Y estamos buscando a otro agente llamado Peter Whitefish. ¿Lo conoce?”
“He hecho algunos negocios con él.”
“¿Y su opinión sobre él?”
“Él representa a sus clientes en el modo que él cree mejor para sus intereses.”
“¿Eso significa?”
“Significa que hay algo como cortesía profesional. ¿Alguien más en la lista?”
“También hay algunas cosas que prefiero no decir.”
“Es una lista corta.”
“Las mujeres siempre dicen que lo importante es la calidad, no la cantidad.”
“Sólo lo hacemos por lástima. ¿Algún nombre afuera de la Tierra?”
“No investigo afuera de la Tierra, sólo aquí. Soy de la Interpol, no de la CPI, ¿recuerda?”
Rabinowitz se puso de pie. “Bien, estuvo bien de su parte el darme una mano durante mi pequeño ataque de pánico—”
“Desearía realmente haber tomado su mano. Eso pudiera haber sido divertido.”
“—pero de verdad sólo tuve dos horas de sueño durante las cuarenta y dos horas anteriores. Mi alarma de enojo se encenderá dentro de unos siete minutos, y no querrá usted estar cerca cuando eso suceda. Hasta mi alarma pre-menstrual se queda corta en comparación.”
“Entonces intentaré atraparla cuando esté de un mejor humor. La puerta está por aquí, ¿verdad?”
“Está aprendiendo. Es una señal positiva.”
Esta vez, Rabinowitz tuvo seis horas de sueño antes de que un oficial de policía llamara.
***
“Sólo deseo alquilar un cuerpo,” dijo Rabinowitz de manera gruñona, “no estoy pidiendo un crédito bancario.”
“Hay normas estrictas,” dijo el alienígena. El jenitharpio no se acobardó, pero el gesto de su imagen virtual reflejaba vulnerabilidad frente a la burocracia. “Si por error yo le diese una talla corporal equivocada, perdería mi licencia. Y mi gobierno tiene leyes estrictas que prohíben a los criminales convictos telepresentarse en Jenithar. Por favor, responda todas las preguntas.”
“Su policía me pidió venir. Desean que yo inspeccione la escena de un homicidio.”
“Entonces es mejor que llene el formulario rápidamente.”
“Me alegra no tener que hacer esto cada vez que visito Jenithar,” murmuró Rabinowitz. “Girar es mucho más civilizado.”
Le entregó su registro biográfico estelar estándar al funcionario y se aseguró de que las respuestas que introdujo se encontraban en los campos adecuados. “Nombre completo: Deborah Esther Rabinowitz. Número de identificación: 5981–5523–5514–2769467–171723. Fecha de nacimiento: 17/46/3/22/54 interestelar. Educación: diploma de primer nivel, Universidad de California en Los Ángeles, Estudios Interestelares; diplomas de primer y segundo nivel, Instituto Policultural en Pna’Fath, Estándares Comerciales Galácticos y Dinámicas Interculturales. Progenitores: Daniel Isaac Rabinowitz y Bárbara Samuelson Rabinowitz. Padre aún vive, madre fallecida. Ocupación de sus progenitores: padre, diplomático, nivel plenipotenciario, asignaciones generales; madre, profesora de comparativa de literatura mundial, Universidad de California en Los Ángeles. Hermanos/as: ninguno. Descendientes: ninguno. Ocupación: agente literario. Banco: Banco Mundial Takashiro. Ingresos: ...”
Hizo una pausa. “Presumo que esto se mantiene confidencial.”
“Ah, sí. Tenemos estrictas normas contra la divulgación no autorizada.”
Le dio la información solicitada, tanto sobre sus finanzas personales como las de sus negocios. Pero se frustró cuando siguió leyendo el cuestionario. “No soporto eso. Mire esta lista. ¿Tiene el sujeto alguna sanción penal?; ¿cuál era la reputación del individuo en la escuela?, ¿cuáles títulos tiene el sujeto?, ¿cuáles premios he ganado?, ¿cuáles son los miembros de mi familia durante dos generaciones hacia adelante y hacia atrás hasta mis primos terceros?, ¿es alguno de ellos un criminal convicto?, ¿quiénes son mis socios de negocios y clientes?, ¿cuáles son sus puntuaciones de estatus?... sólo sigue y sigue. Pregunta por todo, excepto si mis clientes tienen sexo con sus mascotas. Verifique el listado de ¿Quién es quién? de mi padre, si desea saber información sobre mis familiares, pero no le suministraré información acerca de mis clientes.”
“Debo calcular su rango exacto, así podré saber la talla de cuerpo que debe usted tener. Esto sólo debe hacerse una vez. Después de eso, su registro siempre estará en el archivo.”
“No esperéis la orden de vuestra salida. No me interesa... mire, sólo déme cualquier talla de cuerpo que desee. O dígame que no me atenderá y me iré donde uno de sus competidores.”
“Probablemente yo pueda relacionar sus datos con otra información pública para obtener lo que necesito,” dijo el empleado de la tienda de alquileres. Miró fijamente su computador durante varios segundos y luego continuó, “Creo, que posiblemente ya tenga lo suficiente como para analizar su estatura equivalente. Espere un momento mientras le asigno un cuerpo adecuado.”
Rabinowitz esperó durante un rato mucho más largo que un momento. Entonces, el empleado le dijo, “Todo está listo. Prepárese para unirse.”
Sin importar cuántas veces lo haya hecho—y ella lo ha hecho con más frecuencia que la mayoría de los humanos—unirse con un cuerpo alienígena siempre era desorientador. La gente de cada planeta construyó cuerpos mecánicos de alquiler, tan parecidos a sus propios cuerpos como sea posible, lo cual los hace extraños para cualquier persona cuyo cuerpo sea distinto. Algunas razas tienen más de dos brazos, y un ser humano sólo pudiera dejar algunos de ellos colgando débilmente; algunos tienen menos brazos, y un ser humano se sentiría discapacitado. Algunos ven en longitudes de onda incomprensibles para el ser humano, mientras que otros pueden oír en frecuencias que los humanos no pueden alcanzar.
Los peores de todos, sin embargo, son aquellos que son casi humanoides, como los jenitharpios. Tenían dos brazos y dos piernas, pero sus brazos comenzaban en su cintura, a la mitad de su cuerpo, en una disposición articulada que de ninguna manera podría llamarse “hombros”. Las manos, difíciles de encontrar, estaban demasiado lejos de su cabeza. Se sentía como si estuviese viviendo adentro de un espejo de feria.
Rabinowitz se encontró de pie al lado del empleado, mirándolo. “Le notifiqué a la policía,” le dijo el empleado. “Llegarán dentro de poco para escoltarla. Me indicaron que los espere aquí.”
“Bien. Prefiero pasar un poco de tiempo a solas con mi nuevo cuerpo, de manera que pueda aprender a utilizarlo.”
“Si lo desea, ahora que ya tenemos su altura en el archivo, podemos prepararle un cuerpo permanente por un pequeño cargo adicional. Un cuerpo estaría disponible permanentemente para usted y podría visitar Jenithar cada vez que lo desee, sin pasar nuevamente por estos inconvenientes.”
“Gracias. Tendré eso en mente si me veo obligada a hacer más negocios por aquí.”
El empleado se fue, dejándola sola. La habitación estaba repleta de estantes con cuerpos de alquiler en todos los distintos rangos de altura—muchos eran más pequeños que el de ella, algunos otros eran considerablemente más altos. Su cuerpo se sentía pesado. Muchas razas fabricaban sus cuerpos de visitante con plástico u otros materiales ligeros. Algunos incluso los creaban haciendo crecer tejidos orgánicos. Los jenitharpios elaboraban los suyos con metal rechinante e incómodo. Este cuerpo estaba cubierto con un marabú falso verde-parduzco. Por su tamaño y color, ella aparentaba tener un rango decente.
Rabinowitz cojeó hasta un área despejada cercana al centro de la habitación, y comenzó a moverse de un lado a otro. Los movimientos de sus piernas no eran excesivamente malos si daba muchísimos pasos súper cortos, como si estuviese usando un kimono muy estrecho. Los brazos largos y delgados se sentían inútiles y colgantes; parecían caer como mangueras de hule, y ella prácticamente debía dislocar sus hombros para moverlos. Eran más que brazos, tentáculos, sin verdaderas articulaciones. “Debes ser una bailarina balinesa para lograr que estas cosas se muevan bien,” murmuró.
Quince minutos después, se sintió lo suficientemente cómoda como para no avergonzarse en exceso. Afortunadamente, nadie esperaba que un alienígena en un cuerpo alquilado fuese elegante. Cada raza tenía sus propios chistes sobre lo torpes que eran los visitantes de otros planetas.
Un par de novatos ingresó a la habitación, uno era un tanto más alto y más pálido que el otro. No había una forma inmediata de determinar sus sexos. “¿Srta. Rabinowitz?” dijo el más alto, que seguía siendo más bajo que ella. “Permítame presentarme. Soy Feffeti rab Dellor, oficial de tercer nivel. Me siento agradecido de que haya aceptado prestar su asistencia para nuestras investigaciones. Por favor, acompáñeme, visitaremos la escena del crimen.” Ni siquiera se molestó en presentarle a su compañero de menor tamaño.
“Conéctate, MacDuff,” respondió Rabinowitz.
El oficial hizo una pausa. “Disculpe. Eso no lo tradujo bien.”
“No se preocupe. Era una alusión literaria. De todos modos, yo no debería estarlas regalando.”
El oficial Dellor y su compañero condujeron a Rabinowitz por un pasillo repleto de gente hasta un elevador, donde la subieron a un vehículo grande donde iban otras personas. Descendieron dieciséis pisos hasta que Dellor indicó que habían llegado a su nivel. Salieron y caminaron entre más multitudes hacia una parada de transporte público. La gente les abría paso conforme ellos caminaban; posiblemente Dellor tenía alguna insignia policial que Rabinowitz no podía reconocer, o quizás las personas respetaban su estatura, que era mayor a la de casi cualquier otra persona a su alrededor.
Al parecer, hasta los funcionarios policiales usaban el transporte público aquí. Pidieron el próximo taxi en la fila, pasando antes que cualquier otra persona que se encontraba esperando. Dellor le entregó al conductor, quien era mucho más bajo, un código policial de desactivación y un destino, y el taxi aceleró.
La única experiencia anterior de Rabinowitz en Jenithar fue en el espacio de giro de Levexitor, así que sus primeras “vistas” reales, le encantaron. El cielo estaba nublado, e inclusive a pesar de que su cuerpo artificial no podía diferenciar los rangos normales de temperatura o humedad, el clima se sentía húmedo. El cielo brillaba a pesar de las nubes; Rabinowitz había leído que el sol de Jenithar era uno del tipo F, ligeramente más brillante que el de la Tierra. Los filtros de su cuerpo de alquiler limitaban la luz hacia un nivel adecuado, pero hacían extraños cambios a su manera de percibir la profundidad, además, le hacía ver los colores desteñidos y antinaturales.
Esta región en particular era una ciudad con suficientes rascacielos como para hacer sentir cómodo a un habitante de Manhattan, pero ese mismo neoyorquino pudiera gritar de sorpresa por lo limpio que se encontraba todo. Legiones de trabajadores municipales fueron contratadas únicamente para mantener los edificios y calles inmaculadamente pulcros y libres de basura. Rabinowitz pudo haber pensado que esto se derivaba de algún sentido de orgullo cívico, eso si su lectura anterior no le hubiese explicado que era parte de un programa de empleo pleno.
Había gente en todos lados, en constante movimiento. Formaban largas filas de peatones a los lados de la calle, en filas ordenadas de acuerdo a sus estaturas, con cada acera dedicada al tráfico peatonal de un sentido. Había un remolino de colores y formas, pero sorpresivamente, había pocos sonidos. Al estar forzados a vivir juntos tan cercanamente, los jenitharpios desarrollaron normas estrictas sobre la invasión de la privacidad ajena con sus propios ruidos.
“Usted es un agente literario, ¿correcto?” preguntó Dellor mientras iban en camino.
“Sí. Jenithar sigue siendo un mercado muy abierto para la literatura de mi mundo.”
“¿Ha hecho negocios con el Mayor Levexitor durante mucho tiempo?”
“Sólo durante los últimos cuatro meses,” respondió Rabinowitz. “Esperaba que fuera el inicio de una larga relación de negocios, pero ahora parece que tendré que hacer otros contactos.”
“Declaró que cuando fue asesinado, usted se encontraba visitando a Levexitor.”
“Sólo estaba girando. Hubo silencios extraños en nuestra conversación. Sospecho que alguien más estaba físicamente presente en ese mismo momento, pero esa persona no estaba conectada al espacio de giro, así que no se quién fue.”
“¿Sobre qué estaban conversando cuando sucedió la muerte?”
Rabinowitz dudó. “Negocios,” dijo. “Vine para hablar sobre los derechos teatrales submarinos de los trabajos que estuvimos negociando—”
“No hay necesidad de extenderse,” interrumpió Dellor. “No necesito saber los detalles íntimos sobre los asuntos de negocios del Mayor. ¿Conoció usted bien a Dahb Chalnas?”
“¿El asistente de Levexitor? En realidad, no. Generalmente él estaba en el entorno cuando el Mayor y yo nos reuníamos, pero rara vez hablaba.”
“Sin embargo, él no estuvo allí en ese momento.”
“En el espacio de giro, no. Levexitor me dijo que era su día libre.”
El taxi había llegado a un lugar distinto de la ciudad, mucho menos concurrido. Aquí los edificios eran más pequeños y estaban separados uno del otro, y eventualmente su vehículo llegó a una parada en frente de una casa de dos plantas, con una pared baja a su alrededor y un jardín con mini-huerto en el patio frontal. Rabinowitz la miró con fascinación; Levexitor era una de las personas más importantes en Jenithar, y su casa tenía menos de dos tercios del tamaño que la de ella. “Todo es relativo,” murmuró, mientras salía del taxi con sus escoltas policiales.
Los oficiales la condujeron hacia adentro de la casa, y ella miró impactada mientras cruzaba el umbral. El hogar de Levexitor hacía que la simple miseria se viera respetable. Montones de desechos cubrían el piso, lo que hacía difícil encontrar un camino despejado para caminar, y ella debía pisar con cuidado sobre pequeños riachuelos de fluido amarillo-verdoso. Las paredes exudaban glóbulos grasientos de algún material viscoso no identificado. Rabinowitz estaba segura de que el hedor la habría dejado inconsciente si su cuerpo artificial pudiese transmitir un poco más los olores, en lugar de emitir una alarma contra humo o químicos corrosivos.
“¿Quién es el decorador?” preguntó en voz alta. “¿La Oficina Central de Alcantarillado?” Esta casa contrastaba mucho, tanto con la limpieza de las calles de la ciudad, como con la pulcritud del espacio de giro de Levexitor, era difícil creer que pertenecían al mismo planeta. Pero sabía que también muchísima gente en la Tierra tenían un espacio de giro muy distinto a sus verdaderos hogares y oficinas.
“Debe haber tenido un equipo muy incompetente,” continuó.
“El Mayor Levexitor vivía solo aquí,” agregó Dellor. “No tenía personal, además de su empleado, Dahb Chalnas.”
“¿Completamente solo? ¿Sin personal? ¿Un hombre tan alto e importante como el Mayor Levexitor?”
“Una de las ventajas de ser tan alto,” dijo el oficial, “es que se lepermite vivir solo.”
Rabinowitz asintió pensativa, o al menos lo intentó; esta acción hizo que su pesado cuerpo metálico se saltara inestablemente. “Supongo. Bien, muéstreme lo que quería que viera, para que pueda irme a devolver este cuerpo a la agencia. Querrán darle un buen baño de ácido antes de que alguien lo use de nuevo.”
Dellor la condujo por varias habitaciones, una más desagradable que la otra, hasta que finalmente se detuvo y dijo, “Aquí es donde el Mayor Levexitor fue asesinado.”
Tanto como Rabinowitz pudo ver, la única semejanza que esta habitación tenía con el espacio de giro de Levexitor era la mesa de trabajo alta con escritorio computarizado, similar a aquél donde se encontraba cuando falleció. “Realmente no es nada como lo que vi.”
“No esperaba eso. Sólo díganos qué vio.”
“El Mayor Levexitor estaba de pie en esta mesa, caminando hacia mí. Hubo pausas ocasionales; pudo haberse estado saliendo momentáneamente del espacio de giro para hablarle a alguien que se encontraba físicamente presente. A mitad de nuestra conversación, miró hacia arriba de repente, dio un pequeño grito y se derrumbó contra la mesa. Miré a mi alrededor, pero no pude ver a ninguna otra persona en el espacio de giro. Luego, el cuerpo del Mayor se sacudió en posición vertical—Supongo que el homicida haló su cuerpo físico hacia arriba hasta llegar al set de giro—y vi que los controles estaban siendo manipulados por manos invisibles. Luego, la conexión se interrumpió y regresé a mi verdadera casa.”
Dellor guardó silencio durante un momento, y dijo, “Esto confirma nuestra teoría. Acepte nuestras gracias por su cooperación. Ahora le llevaremos de regreso a la agencia de alquileres.”
“Espere un minuto. ¿Se trata de esto? ¿Corren con los gastos para traerme aquí, me hacen pasar por toda la palabrería para alquilar este cuerpo y me llevan a esta cloaca infectada para pasar dos minutos mirando una mesa y contándoles la misma historia que conté por teléfono?”
“Eso es correcto.”
“Dígame, ¿cuál es su teoría?”
“En realidad, eso no es de su interés.”
“Bien, me está interesando.” Se paró al lado del oficial y estiró su cuerpo hasta su máxima estatura, mirándolo hacia abajo con lo que ella esperaba que fuera helada prepotencia. “Y si usted alguna vez desease ser más alto, usted también lo haría de mi interés.”
Dellor hizo una pausa. “Es en realidad muy simple para que se moleste usted con eso. Sólo hay una persona que pudo haber cometido el crimen.”
“Dígame.”
“Sólo pudo haber sido su asistente, Dahb Chalnas. Ya se encuentra detenido, y sólo faltan breves momentos para que confiese.”
“Bien. El mayordomo lo hizo. ¿Cómo llegaron a esta sorprendente revelación?”
“No es difícil. Chalnas es la única persona que tenía acceso a la casa.”
“¿Acaso no pudo el Mayor haberle permitido entrar a alguien más?”
“Al igual que la mayoría de las personas de su altura, él valoraba demasiado su intimidad. No habría permitido la presencia física de otra persona cuando simplemente pudo haberse comunicado con esa persona girando.”
“A no ser que haya algo que no hubiese querido discutir a través de canales,” reflexionó Rabinowitz.
Dellor hizo una pausa. “¿Tiene evidencia de algún asunto tan delicado?”
“No. No tengo evidencia. Pero ¿por qué están tan convencidos de que ha sido Chalnas? Siempre me pareció muy tranquilo, muy sumiso.”
“Srta. Rabinowitz, usted es extranjera en Jenithar. No conoce nuestras maneras. Con frecuencia, personas tan bajas como Chalnas ocultan una venenosa envidia hacia sus superiores. Lo he visto suceder con demasiada frecuencia, una persona asesina a otra más alta que ella sin razón aparente más que la frustración y el resentimiento. Posiblemente sea un comentario triste sobre nuestra civilización, pero es un hecho con el que debemos vivir.”
“¿Con qué cosa lo golpeó?”
“¿Disculpe?”
“Si Chalnas era mucho más pequeño que Levexitor, sus manos vacías probablemente no eran lo suficientemente fuertes para matarlo. ¿Qué usó como arma homicida?”
El oficial no era el menos desconcertado. “Pudo fácilmente usar algún objeto pesado en la habitación y después llevárselo para deshacerse del mismo. Como puede ver, es imposible saber si algo se encuentra extraviado. Por favor, créame, sin lugar a dudas, Chalnas es el culpable.”
“Bueno, si están tan seguros... es su problema y su planeta, y no tengo derecho a decirles cómo conducirlo. La próxima vez, sólo hablen conmigo por teléfono en lugar de llevarme por toda la galaxia sólo para hacerme mirar un chiquero.”
***
Rabinowitz se esforzó mucho en concentrarse cuando regresó a casa. Había un ensayo en tan sólo un par de días. Tenía escenas que eliminar para Mac y Lady M. ya que ellos discutieron al planificar el destino de Duncan. Pero otras visiones se le interponían. Cuando no veía el desastre de la casa de Levexitor, pensaba sobre el tranquilo y servil Chalnas encarcelado por el homicidio de su jefe. El repique del teléfono fue, en realidad, una interrupción bendita—especialmente cuando vio el identificador de llamadas antes de aceptar contestar.

Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=40210255) на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
Asesinos Alienígenas Stephen Goldin
Asesinos Alienígenas

Stephen Goldin

Тип: электронная книга

Жанр: Современная зарубежная литература

Язык: на испанском языке

Издательство: TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE

Дата публикации: 16.04.2024

Отзывы: Пока нет Добавить отзыв

О книге: Deborah Rabinowitz es una agente literaria. Ella viaja a mundos alienígenas mediante realidad virtual y vende los derechos para publicar libros terrestres en otros planetas. Pero cuando un alienígena es asesinado justo ante sus ojos, no hay forma en la que ella pueda evitar involucrarse y resolver el asesinato. Luego, cuando una vieja amiga es acusada de homicidio en un mundo diferente, Deborah debe resolver ese homicidio también.

  • Добавить отзыв