Rebaños

Rebaños
Stephen Goldin
Olaria Jordi
TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE
Un alienígena visita la Tierra por proyección astral cuando fue testigo sin querer de un asesinato. Se  enfrentará a dos problemas: ¿Debería informar del crimen a las autoridades, y de hacerlo, cómo?



REBAÑOS
por Stephen Goldin

Publicado por Parsina Press (http://www.parsina.com/)

Traducción editada: Tektime
Rebaños. ©1975 por Stephen Goldin. Todos los derechos reservados.

Título original: Herds.
Traductor: Jordi Olaria.

Índice
Prólogo (#u05b04c16-7cee-5b12-8a08-ba7ea3fb8bef)
Capítulo 1 (#u34a26dbe-ae1d-5bfa-a23d-bb864cf8ea33)
Capítulo 2 (#u96329a5e-fad9-5aa2-826f-3bf45c6be78c)
Capítulo 3 (#litres_trial_promo)
Capítulo 4 (#litres_trial_promo)
Capítulo 5 (#litres_trial_promo)
Capítulo 6 (#litres_trial_promo)
Capítulo 7 (#litres_trial_promo)
Capítulo 8 (#litres_trial_promo)
Capítulo 9 (#litres_trial_promo)
Capítulo 10 (#litres_trial_promo)
Capítulo 11 (#litres_trial_promo)
Capítulo 12 (#litres_trial_promo)
Capítulo 13 (#litres_trial_promo)
Capítulo 14 (#litres_trial_promo)
Capítulo 15 (#litres_trial_promo)
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Dedicado a mi madre, Frances Goldin, a quien siempre le gustaron los misterios.

Prólogo
Hubo un tiempo en el que el planeta Zarti estaba en paz. La raza más avanzada era una especie de amables herbívoros de cuello largo cuyas ambiciones no iban más allá de llenar sus barrigas. Estos Zarticku se ajuntaron entre ellos en rebaños para protegerse de depredadores ideando unas simples formas de comunicación a fin de intercambiar ideas sencillas entre ellos.
Sin previo aviso, llegaron los Offasii. Esta raza espacial llegó en masa hasta Zarti, cientos de millones de ellos —posiblemente toda la población entera de Offasii— en naves con un diámetro cada una de varios kilómetros. Se dispersaron como saltamontes por su idílico planeta cambiando el curso de la vida en él de manera irrevocable.
Primero crearon zoológicos, y los llenaron de ejemplares de cada especie de animal que pudieron encontrar. Estos ejemplares fueron examinados, investigados y estimulados de varias formas por razones demasiado ingeniosas como para ser comprendidas. Los Zarticku pasaron las pruebas y fueron apartados, mientras el resto fueron devueltos a su entorno natural.
Intentaron juntar a todos los del planeta. Los Zarticku que pudieron ser capturados se colocaron en unas jaulas especiales; los que no pudieron ser capturados, fueron asesinados. Y entonces empezaron las torturas. Muchos Zarticku fueron diseccionados. Algunos otros no corrieron la misma suerte y fueron abiertos en vida para que sus sistemas pudiesen ser examinados en funcionamiento. Los gritos de aquellas pobres criaturas se escuchaban desde otras jaulas, sembrando el pánico entre otros animales creando todavía más muertes.
Ningún Zarticku se le permitió reproducirse de forma normal. Su esperma y óvulos fueron especialmente seleccionados para juntarse mediante inseminación artificial, y los Offasii estuvieron apuntando los resultados obtenidos de estas reproducciones durante tres generaciones. Cuando sus ordenadores tuvieron suficientes datos, empezaron a modificar la estructura del ADN de los gameto de los Zartic. Los genes que no eran adecuados fueron desechados. Se sustituyeron por otros nuevos para comprobar los efectos que producirían en la nueva generación. Algunos de estos nuevos genes no resultaron útiles, siendo eliminados en las siguientes generaciones.
Tras veinte generaciones de Zartic, apareció una nueva raza que coincida con el modelo deseado por los Offasii. Cuando esta generación llegó a la edad adulta todos los miembros que quedaban de generaciones anteriores fueron muertos, sin dejar ninguno en vida salvo la raza Zarticku para heredar aquel mundo.
Estas criaturas eran sustancialmente diferentes que sus ancestros, los cuales vagaban libres por los bosques de Zarti. Eran más grandes, más fuertes y más sanos. Y mucho más perspicaces. De hecho, poseían pelo apelmazado en sus espaldas, convirtiéndose este en una especie de fina coraza. Pequeños apéndices en sus hombros servían originalmente para mantener el equilibrio sobre las ramas de los árboles mientras comían, y acabaron desarrollándose como brazos terminados en seis dedos con dos pulgares opuestos entre si que les permitían manipular objetos. Su esperanza de vida se había duplicado. Y, lo más importante, eran mucho más inteligentes que sus antepasados. Su nivel de inteligencia se había cuadriplicado como mínimo.
Pero poseían un legado de sus predecesores. Historias de torturas por parte de los Offasii habían circulado de boca a oreja con el paso de los años, y con cada generación, nuevas historias terroríficas se iban añadiendo a la anterior.
Dichas historias iban aumentando en número, y el mito de los Offasii también.
Ahora, que habían obtenido en principio lo que querían, los Offasii empezaron a usar y abusar de sus súbditos. Los Zarticku se convirtieron en esclavos de la raza más vieja, y fueron usados en las tareas menos especializadas y más rutinarias. Habían sido encadenados a máquinas que no requerían supervisión alguna, forzados a tomar parte en rituales sin utilidad alguna, y dejando que desmontaran dichas máquinas tan sólo para que otros Zarticku las volvieran a montar de nuevo. Podrían ser cazados y muertos por los Offasii sólo por diversión.
A veces eran lanzados a las arenas contras animales salvajes o contra otros de su misma especie. Aunque el sexo estaba permitido, la elección de parejas era realizada por los Offasii, y no seguían un patrón en pro de los Zarticku.
La época de esclavitud duró un siglo. Durante este tiempo, el aspecto del planeta cambió. Cada centímetro cuadrado de terreno cultivable era explotado eficientemente por los Offasii. Nacieron ciudades, planificadas y construidas para ser perfectas. Sistemas de transporte y comunicación estaban por todas partes.
Entonces un día, los Offasii se fueron. Se trató de un éxodo ordenado y bien planeado, sin dar explicación alguna a los Zarticku. Un día los Offasii habían dominado aquel mundo a su manera, y al día siguiente, subieron a sus enormes naves espaciales, las cuales habían sido guardadas desde el día en que llegaron, y partieron hacia el espacio. Dejaron tras de si todos sus trabajos, sus ciudades, sus fábricas y sus máquinas. Abandonaron también una raza que habían convertido en esclavos, los cuales quedaron muy perplejos y estupefactos.
Al principio, los Zarticku no podían creer que sus amos se hubiesen ido. Se acurrucaron muertos de miedo pensando que este era un nuevo método de tortura suyo. Pero pasaron las semanas, y no había rastro alguno de los Offasii. Mientras tanto, había cosechas y máquinas que necesitaban ser atendidas. Casi como por reflejo, volvieron a las tareas que acostumbraban hacer.
Pasaron varios siglos y los Zarticku convirtieron aquella inteligencia creada para la ocasión en algo más suyo. Examinaron las máquinas que los Offasii habían dejado y descubrieron los principios de la ciencia; de allí, las mejoraron y adaptaron para sus propósitos. Desarrollaron su propia cultura. Usaron su intelecto para construir su filosofía y pensamiento abstracto. Diseñaron su propio entretenimiento y ocio. Empezaron a vivir la vida tranquila de las especies inteligentes que habían creado su propio planeta.
Pero entre tanto éxito siempre había cierto miedo, el miedo a los Offasii. Siglos de opresión cruel habían dejado huella en la psique de los Zartic. ¿Qué sucedería si algún día los Offasii regresaran? Seguro que no se tomarían a bien tal usurpación de sus máquinas por parte de esclavos. Idearían nuevas y más horribles torturas y los Zarticku, como siempre, las sufrirían.
Esta era la atmósfera de miedo y curiosidad que alimentó la idea más atrevida que tuvo la raza Zartic: el Proyecto de Exploración Espacial.

CAPÍTULO 1
Los dos carriles de la ruta estatal 1 de California discurrían paralelamente a la costa. Al oeste, a veces a tan sólo a sesenta metros de la carretera, estaba el Océano Pacífico, lanzando sus olas sobre la arena y las piedras de la playa estatal de San Marcos. Al este, unos acantilados de roca blanca y desnuda se levantaban hasta una altura de más de sesenta metros. Más allá de los acantilados, una cordillera de montañas. No eran muy altas, la mayor apenas tenía trescientos metros sobre el nivel del mar, pero era suficiente para los habitantes del lugar. Las montañas estaban cubiertas por dispersos bosques de cipreses y malezas enredadas, con pocas especies más de vegetación presentes en pequeños lugares.
En lo alto de acantilado, con vistas hacia la autopista y el océano, había una pequeña cabaña de madera. Estaba en el medio de un claroscuro, la única señal de presencia humana entre tanta naturaleza. Un coche estaba aparcado junto a la cabaña en el lugar donde se había colocado grava alrededor del perímetro del edificio. Esta se extendía hasta unos nueve metros, justo antes de una roca, poco más de cinco metros más allá, hacia los árboles.
Había un estrecho y descuidado camino que conectaba la carretera con la cabaña. No era en línea recta, si no que serpenteaba entre los árboles hasta el claroscuro. Un par de luces se podían ver a lo largo del camino, apareciendo y desapareciendo a medida que un coche tomaba las curvas o pasaba entre los cipreses.
Stella Stoneham permanecía de pie en medio de la oscuridad mirando como aquellas luces del coche se aproximaban. A medida que se acercaban cada vez más, en su interior intentaba ser valiente. Tomó una última calada a su cigarrillo y lo apagó nerviosamente con su pie sobre la grava. Si había alguien al que no quería ver en aquel momento era su marido, pero parecía no tener opción.
Frunció el ceño y levantó la mirada al cielo. La noche estaba despejada, con restos de nubes tapando las estrellas. Miró otra vez a los faros del coche. En un minuto llegaría. Tras suspirar, entró de nuevo a la cabaña.
Normalmente el interior de aquel lugar la alegraba con su luminosidad y su calor, pero aquella noche, irónicamente, parecía llevarla hasta una profunda depresión. La habitación era grande y estaba vacía, dando la imagen de espacio y libertad que Stella quería. Había un gran sofá marrón junto a una de las paredes, con una mesilla y una lámpara junto a él. En la esquina, mirando según el sentido de las agujas del reloj, había un fregadero y una estufa pequeña; un armario colgado de la pared, tallado con filigranas y gnomos rojos colgando de una de sus esquinas. También en aquella pared había un estante con diversos utensilios de cocina, todavía nuevos como el primer día por su falta de uso. Siguiendo en la misma habitación había una pequeña mesa junto a la tercera esquina. La puerta del dormitorio de atrás y del baño permanecía entreabierta, con la luz de la habitación principal penetrando suavemente hacia la oscuridad. Para terminar, había un escritorio con una máquina de escribir, un teléfono y una vieja silla plegable junto a la esquina cerca de la puerta. El centro de la habitación estaba vacío con excepción de una alfombra marrón que cubría el suelo de madera.
De aquel lugar no era fácil enamorarse, cosa que sabía Stella, pero si tenía que ocurrir una pelea —y es lo que parecía que iba a ocurrir— sería mejor que fuera en su propio territorio.
Se sentó en el sofá y se levantó al poco rato. Paseó por lo largo de la habitación, preguntándose que debería hacer con sus manos mientras estuviera hablando o escuchando. Los hombres eran afortunados al tener bolsillos. Pudo escuchar el ruido del coche pisando la grava muy cerca de la puerta de la cabaña. Se abrió la puerta del coche para cerrarse de un golpe. Pisadas de hombre se escucharon fuerte frente a las escaleras delanteras. Se abrió la puerta y entró su marido.
* * *
Este debía ser el onceavo sistema solar que había explorado personalmente, lo que significa que, para Garnna iff-Almanic, el trabajo de encontrar y examinar planetas se había convertido en un trabajo rutinario pero exótico a la vez. El Zartic había sido entrenado durante años antes de ser aceptado en el Proyecto. Había, en primer lugar, un entrenamiento mental estricto el cual permitía proyectar su mente fuera de su cuerpo y hasta las profundidades el espacio con ayuda de máquinas y sustancias.
Pero un Explorador ha de tener más que solamente eso. Ha de trazar el curso en el vacío, tanto para intentar localizar un planeta nuevo como para encontrar el camino a casa; eso requiere de un gran conocimiento sobre navegación celestial. Tiene que clasificar rápidamente el planeta que está investigando, lo que se llaman un experto actualizado-a-la-última en la siempre en desarrollo ciencia de la planetología. Se le puede ordenar escribir un informe sobre las formas de vida, si las hubiese, en dicho planeta; lo que requiere poseer conocimientos de biología. Y, en caso de encontrar vida inteligente en el planeta, ha de ser capaz de describir el nivel de su civilización con tan sólo un vistazo y ser requerido estar libre de prejuicios personales y miedos en lo posible hacia sociedades alienígenas y sus diferentes maneras de hacer las cosas que un Zartic normal lo llevarían a enloquecer.
Pero lo más importante de todo, es que tiene que vencer el miedo instintivo de los Zartic hacia los Offasii, y es lo que requiere de más entrenamiento. Su mente se cierne sobre un nuevo sistema solar, e inspecciona sus posibilidades. Aquella era la Exploración realizada a mayor distancia hasta la fecha, a más de cien parsec de Zarti. La estrella era una enana amarilla – del tipo normalmente asociada con las que tienen sistemas planetarios. Pero en cuanto a si este sistema tenía planetas... Garnna hizo una mueca. Aquella era siempre la parte que más odiaba de todas.
Empezó recorriendo inmediatamente el espacio que rodeaba la estrella. Su terminaciones nerviosas se expandieron como si fuera una red, volviéndose cada vez más finas a medida que colocaba porciones de su mente en las tres dimensiones buscando planetas.
¡Aquí! Encontró uno casi al instante, pero lo descartó rápidamente. No era nada más que una bola de roca sin aire, y ni poseía vida protoplasmática dentro de la zona de habitabilidad de la estrella. Aunque creía que podría existir algún tipo de vida allí, no le preocupó y continuó ampliando su red.
Otro planeta. Se alegró por encontrar este otro, porqué los tres lugares que ahora poseía, un sol y dos planetas, significaban para él que se trataba de un sistema elíptico. Hacía poco que se habría descubierto que los sistemas planetarios forman por general un único plano, con un pequeño numero de desviaciones individuales en él. Ahora que conocía su orientación, podía detener su expansión tridimensional y concentrarse en explorar todo el área dentro del plano eclíptico.
El segundo planeta también resultó ser una decepción. Estaba dentro de la zona habitable, pero eso solamente era lo que decía en su favor. La atmósfera estaba cubierta por nubes llenas de dióxido de carbono, mientras que la superficie era tan cálida que los océanos de aluminio y los ríos de estaño era lo único que existía. No podía existir vida protoplasmática alguna, de ninguna manera.
Garnna continuó en su Exploración.
Lo siguiente que se encontró fue una sorpresa: un planeta doble. Dos enormes objetos del tamaño de un planeta dando vueltas a la estrella en una órbita en común. Tras una inspección en detalle, uno de ellos parecía tener mucha más masa que el otro; Garnna empezó a pensar que aquel era el principal y el otro su satélite.
Intentó centrar su atención a lo máximo en aquel sistema mientras mantenía la red que había desplegado. El satélite era otra gran bola gris sin aire, más pequeño incluso que el primero, y no parecía poseer vida alguna, pero el otro prometía. Desde el espacio tenía un aspecto azulado y blanco. Lo blanco eran nubes y lo azul, aparentemente, agua líquida. Grandes cantidades de agua líquida. Eso daba rienda a pensar que poseía vida protoplasmática. Comprobó la atmósfera y quedó todavía más sorprendido. Existían grandes cantidades de oxigeno para poder respirar. Anotó mentalmente el ir a investigar sobre el terreno para conocer mejor el lugar, y siguió buscando planetas.
El siguiente que descubrió fue uno pequeño y rojo. Con una pequeña atmósfera la cual parecía estar compuesta principalmente de dióxido de carbono con una cantidad casi indetectable de oxigeno. La temperatura de la superficie era adecuada para la vida protoplasmática, pero de haberla, debía ser escasa, si existente, ya que había poca agua; una señal inequívoca de su presencia. Aunque aquel lugar tenía posibilidades, el planeta principal del sistema doble tenía muchos más. Garnna continuó con su expansión.
La red se había alargado, y ahora el Zartic llegaba con su mano más y más lejos. Empezó a ver borroso y su mente parecía perder toda su identidad. Encontró algunas diminutas rocas flotando por el espacio, pero no les dedicó tiempo alguno. El siguiente mundo era un gigante de gas. Era muy difícil acceder a él porqué su mente estaba ya cansada, pero al final resultó no ser necesario. Había finalizado la búsqueda de planetas más allá de la órbita de este último, por lo que nadie diría nada si lo dejara ahí. Los Offasii nunca estarían interesados en ellos, ni lo estaba Garnna.
Regresó al sistema doble de planetas. Sintió gran alivio cuando dio vueltas por las partes más extensas de su mente expandida por el espacio. Siempre era una buena sensación el terminar con el primer planeta, una sensación como de haber podido ajuntar pedazos que habían estado juntos anteriormente. Una sensación similar a crear un Rebaño de individuos, pero mucho más pequeño y una escala personal.
Era lo suficientemente malo ser un solitario Zartic en el espacio, separado del Rebaño sin la seguridad de su propio grupo. Aquel trabajo era necesario por el bien del rebaño, por supuesto, pero no tenía que hacerlo todo más placentero. Y cuando un único Zartic tenía que esforzarse hasta el final, todo era más insoportable. Por eso Garnna odiaba aquella parte de la misión como la que más. Pero ya había terminado, y ahora podía concentrarse en lo realmente importante de la Exploración.
* * *
Wesley Stoneham era un hombre grande, de más de metro ochenta, con unos hombros anchos y bien musculados y un rostro parecido al de un héroe de mediana edad. Todavía tenía todo su cabello, una densa melena negra, cortada de tal manera que nunca llegaba a estar enredada. Su frente comparándola con su cabellera era estrecha y larga, y sus cejas pobladas. Los ojos de color gris metálico y con aspecto decidido, su nariz prominente y recta. En su mano, llevaba una maleta de tamaño mediano.
—Tengo tu nota —es lo que único que dijo cuando sacó un trozo de papel de su bolsillo dejándola junto a los pies de su esposa.
Stella espiró con fuerza. Conocía aquel tono de voz a la perfección, y sabía que aquella iba a ser una noche larga y amarga.
—¿Por qué llevas maleta? —preguntó ella.
—Mientras conducía hasta aquí, pensé que terminaría pasando la noche— su voz era uniforme y suave, pero se volvió seria una vez dejó la maleta en el suelo.
—¿Nunca has pensado pedir permiso a la otra persona antes de venir?
—¿Por qué debería hacerlo? Esta es mi cabaña, construida con mi dinero.
El énfasis en el “mi” en ambos casos fue ligero pero inconfundible.
Ella se dio la vuelta. Incluso de espaldas a él, pudo notar su mirada clavándose en su alma.
—¿Por qué no terminas con ello, Wes? “Mi cabaña, mi dinero, mi esposa”, ¿no se trata de eso?
—Tu eres mi esposa, lo sabes.
—Ya no.
Ahora podía notar como sus ojos iban poniéndose cada vez más rojos, por lo que intentó calmar sus emociones. Llorar no llevaría a ninguna parte, y con ello no lograría su propósito. Había aprendido a base de malas experiencias que a Wesley Stoneham no le afectaban las lágrimas.
—Lo eres hasta que la ley diga lo contrario —dio dos pasos hacia ella, la agarró por los hombros y le dio la vuelta—y tu vas a mirarme cada vez que te hable.
Stella intentó deshacerse de él, pero sus dedos la apretaban demasiado la piel, uno de ellos (¿lo hizo a puesta?) pinchó un nervio creándole un calambrazo de dolor que hizo separarlo de él.
—Mucho mejor —dijo él— por lo menos un hombre puede esperar un poco de buenos modales de su propia mujer.
—Lo siento —dijo suavemente. Había cierto resquemor en su voz cuando intentaba ponerle cierta alegría en ello— debería ir al horno y preparar mi gran pastel hecho en casa de tu querida-esposa.
—Guárdate el sarcasmo para alguien que le guste es mierda, Stella —gritó Stoneham— quiero saber porque pides el divorcio.
—Bueno, la razón principal es que —empezó diciendo con el mismo tono que antes, pero Stoneham la abofeteó en una mejilla— te dije que podría pasar —dijo él.
—Creo que mis razones deberían ser más evidentes —dijo Stella con rencor. Ahora su mejilla estaba sonrojada en el mismo lugar donde había sido golpeada. Colocó su mano allí, más como cohibición que por dolor.
A Stoneham se le inflaron las narices, y su mirada se convirtió en algo muy frío. Stella la evitó, pero obstinadamente se mantuvo en pie. Había algo maligno en las palabras de su marido.
—¿Has tenido algún amorío con aquel hippie mayor?
Necesitó un instante para darse cuenta de lo que quería decir. A una milla de la cabaña, en el Cañón Totido, un grupo de jóvenes habían llegado a un campamento de verano abandonado para crear lo que terminaron llamando “Comuna Totido”. Por culpa de su extraño comportamiento y vestimenta, fueron considerados por los residentes del lugar como hippies y tratados como tales. Su líder era un hombre mayor, de casi cuarenta, el cual parecía mantener aquel grupo en orden según sus leyes.
—¿Estás hablando de Carl Polaski? —preguntó Stella incrédula.
—No me refiero a Papá Noel.
A pesar de su nerviosismo, Stella rió —Eso es ridículo. Y además, él no es ningún hippie. Es un profesor de psicología investigando el fenómeno del abandono.
—La gente me dice que suele venir a esta cabina a menudo, Stell. No me gusta.
—No hay nada malo en ello. Viene para algunos recados y de paso me hace alguna chapuza. Le pago dejándole la cabaña para escribir. Escribe aquí porqué no tiene otro lugar con suficiente intimidad para decir lo que realmente piensa en la comunidad.
A veces hablamos. Es un hombre muy interesante, Wes. Pero no, no hemos tenido nada junto, y no lo tendremos.
—¿Y que es lo que te corroe por dentro? ¿Por qué quieres el divorcio? —fue hacia el sofá y se sentó sin apartar la mirada de ella un instante.
Stella caminó de un lado a otro delante de él unas pocas veces. Juntó y separó sus manos, para al final dejarlas a los lados.
—Me gustaría ser capaz de tener cierto respeto hacia mi mismo— dijo.
—Ya lo eres. Puedes llevar la cabeza bien alta ante cualquiera en este país.
—No es lo que quería decir. Me gustaría, aunque fuera una vez, ser capaz de firmar como “Stella Stoneham” en lugar de “La sra. Wesley Stoneham”. Quizás hacer una fiesta para la gente que yo quiera, no para tus compinches políticos. Sí, me gustaría sentirme alguien igual que tu en este matrimonio, no otro de tus objetos sin gracia que tienes en casa.
—No te entiendo. Te he dado todo lo que cualquier mujer desearía.
—Excepto identidad. Por la parte que te toca, no soy un ser humano, tan sólo tu esposa. Hago de florero en cenas de cien dólares el plato mientras le río las gracias a las esposas de otros posibles políticos. He hecho a un abogado de empresa lo suficientemente respetable socialmente como para presentarse como candidato. Y, cuando no me usas, me olvidas, enviándome a una pequeña cabaña junto al mar o me dejas hablando conmigo misma por alguna de las quince habitaciones de la casa. No puedo vivir de esta manera, Wes. Quiero irme.
—Que tal una separación temporal, quizás un mes.
—Dije I-R-M-E. Una separación no serviría de nada. Lo malo, querido marido, está en nosotros mismos. Te conozco bien, y se que nunca cambiarás a algo aceptable para mi. Y nunca estaré contenta siendo un adorno. Por lo tanto, una separación no será bueno para nosotros. Quiero el divorcio.
Stoneham cruzó las piernas.
—¿Ya has hablado de esto con alguien?
—No— dijo mirando su rosto.
—No, tenía pensando verme con Larry mañana, pero siento que tenía que decírtelo a ti primero.
—Bien— dijo Stoneham en un susurro casi imperceptible.
—¿Y eso, qué significa? —preguntó Stella rápidamente. Sus manos se movían nerviosamente, lo que provocó que fuera hasta el escritorio a por un paquete de tabaco. Necesitaba un cigarrillo.
Pero no fue hasta que tuvo un cigarrillo entre sus labios cuando se dio cuenta que no le quedaban cerillas.
—¿Tienes fuego?
—Sí—
Stoneham hurgó en el bolsillo de su abrigo y sacó una caja de cerillas.
—Quédatelos— dijo dándoselos a su mujer.
Stella los cogió y los examinó con interés. El dorso de la caja era plateada, con estrellas rojas y azules alrededor del borde. En el centro habían unas palabras que decían:

WESLEY STONEHAM
SUPERVISOR
CONDADO DE SAN MARCOS

Dentro, el papel alternaba rojo con blanco y azul.
Miró a su marido de manera burlona, el cual le estaba sonriendo.
—¿Te gustan? —preguntó él.
—Me las dio esta tarde el impresor.
—¿No es algo precipitado? —preguntó ella sarcásticamente.
—Solamente por un par de días. El viejo Chottman ha renunciado al Consejo por enfermedad a finales de la semana, y han permitido que nombre como sucesor a quien quiera el puesto. No será oficial, por supuesto, hasta que el gobernador lo nombre, pero sé de fuentes fiables que mi nombre será uno de los tenidos en cuenta. Si Chottman dice que me quiere para el puesto, el gobernador aceptará. Chottman tiene setenta y tres años y muchos favores.
Algo empezó a vislumbrarse en la mente de Stella. —O sea, es por eso que no quieres el divorcio, ¿no es así?
—Stell, tú sabes tan bien como yo lo puritano que es Chottman —dijo Stoneham— el viejo se opone rotundamente a cualquier tipo de pecado, y para él el divorcio es uno de ellos. Solamente Dios sabe porqué.
Él se levantó del sofá y regresó junto a su mujer otra vez, agarrando sus hombres esta vez con cuidado.
—Es por esto que te pido que esperes. Será una semana o dos.
Stella mostró una sonrisa triunfante en su rostro.
—Bueno, ahora ya sabemos porqué el grande y poderoso Wesley Stoneham ha venido reptando hasta aquí. No me dejarás ni con un mínimo de respecto hacía mi, ¿verdad? No me dejarás ni con la certeza de que tu llegada era para salvar el matrimonio, por poco que quedara de él. No, es por un favor que tú quieres.
Ella dejó sacó con furia una cerilla y la encendió junto al cigarrillo como una locomotora de vapor subiendo una montaña. Tiró la cerilla usada en el cenicero, y la caja junto a este.
—Bueno, ya tengo suficiente con tu cosas, Wesley. Estoy cansada de hacer tanto para tu imagen ante la ciudadanía de San Marcos. La única persona que tienes en cuenta eres tú mismo. Supongo que nunca me darás el divorcio si me quedo esperando, ¿verdad?
—Sí, si es lo que quieres.
—Sí. El Gran Político en búsqueda de acuerdos mutuos. Haz lo que tengas que hacer, si es lo que te lleva a lo que realmente quieres. Bueno, tengo una pequeña sorpresa para ti, Señor Supervisor. No hago tratos con gente como tú. No me importa una mierda si eres político o no. Mañana iré a la oficina de tu abogado para empezar con el papeleo.
—Stella.
—Quizás tendré también una pequeña charla con la prensa sobre toda la humanidad que corre por tus venas, mi querido marido.
—Te lo advierto, Stella.
—Eso será un gran problema, ¿no, Wes? Y más si vas a ser elegido...
—¡PARA, STELLA!
—... por los votantes en tu nuevo puesto en lugar de ser asignado por lo que realmente eres.
—¡STELLA!
Sus manos estaban sujetando su cuello mientras gritaba su nombre. Quería detenerla, pero no podía. Sus labios seguían hablando y hablando, y las palabras dieron paso a una neblina de silencio que envolvió toda la cabaña. Sus colores en la habitación desaparecieron para pasar a un tenue rojo sangre. Él la sacudió mientras apretaba con fuerza sus enormes manos junto a su cuello.
El cigarrillo cayó de sus dedos durante el ataque, soltando parte de su ceniza al suelo. Stella colocó sus manos sobre el pecho de su marido intentando separarse de él. Durante un instante lo logró, pero él seguía con ello, esta vez utilizando sus brazos con todas las fuerzas con las que disponía.
Sus dedos se iban adormeciendo a medida que se acercaban al cuello. No notaba calor alguno en la piel de ella mientras apretaba sus arterias del cuello y sus músculos. Lo único que sentía eran los suyos propios, apretando, apretando y apretando.
Fue apagándose poco a poco. Su rostro parecía contento, aunque aquella confusión le nubló la vista. Sus ojos saltones estaban preparados para fijarse en sus bolsillos, abiertos de par en par contemplándole...
La dejo ir. Ella cayó al suelo despacio. Como a cámara lenta, tan lento como un sueño. No se escuchó sonido alguno cuando golpeó contra el suelo. Se desplomó como cuando un muñeco de trapo cae junto a otros juguetes.
Parecía uno más de ellos, a excepción de su cara, un rostro morado e hinchado. Tenía la lengua fuera con una mueca grotesca, y sus ojos vidriosos mostraban terror. Un fino hilo de sangre caía por su nariz, cayendo sobre sus morados labios terminando en la alfombra marrón. Uno de los dedos de su mano izquierda se había torcido dos o tres veces, terminando rígido por completo.
* * *
Aquel mundo azul y blanco estaba bajo sus pies, esperando ser tocado con su mente. Garnna atravesó la atmósfera quedando abrumado por la abundancia de vida. Había criaturas en el aire, criaturas en tierra y criaturas en el agua. La primera prueba, por supuesto, fue la búsqueda de cualquier Offasii que pudiera haber por ahí, pero tan sólo le bastó un escaneo rápido para descubrir que no había ninguno. Los Offasii no habían sido encontrados en ningún planeta explorado por los Zarticku, pero la búsqueda tenía que continuar. La raza Zartic no podía respirar tranquila hasta que descubrieran lo que pasó con sus antiguos amos.
El propósito principal de la Exploración ahora estaba cumplido. Quedaba la segunda misión: determinar que tipo de vida había habitado este planeta, inteligente o no, y si podía resultar algún problema para los Zarti.
Garnna creó otra red, esta vez más pequeña. Recorrió todo el planeta con su mente, buscando señales de inteligencia. Su búsqueda tuvo éxito al instante. Luces empezaron a brillar durante la noche, indicado la presencia de grandes ciudades. Un gran número de ondas de radio, moduladas artificialmente, cruzaban la atmósfera por todas partes. Las siguió hasta su origen encontrando torres y edificios altos. Y encontró criaturas responsables de aquellas ondas de radio, de la construcción de los edificios y de las luces. Caminaban derechos sobre sus dos piernas con sólidos, sin ninguna armadura como los Zartic. Eran más bajos, quizás tan sólo la mitad que los Zarticku, y la mayor parte de su pelo se concentraba en sus cabezas. Observó sus hábitos alimenticios y se dio cuenta de que eran omnívoros. Para una raza herbívora como la Zarticku, tales criaturas parecían ser crueles y maliciosas por naturaleza, más peligrosos que otras especies. Pero por lo menos eran mejores que los feroces carnívoros. Garnna había visto un par de sociedades carnívoras, donde las matanzas y destrucción ocurrían a diario, y el mero pensamiento sobre ellos lo estremeció. Deseó que toda la vida en el universo fuera herbívora. Se suponía que sus prejuicios personales no debían interferir en sus obligaciones. Su trabajo ahora era el de observar aquellas criaturas durante el período de tiempo que le permitiera volver en un futuro estudio.
Tomó nota sobre estas criaturas, especificando que parecían tener el instinto de rebaño más que el actuar como individuos solitarios. Se congregaban en grandes ciudades y parecían hacer la mayoría de cosas en multitudes. Tenían el potencial de poder vivir solos, pero no lo utilizaban mucho.
Se concentró otra vez a fin de prepararse para realizar observaciones con más detalle. Hizo zoom en la superficie de aquel mundo. Sin duda, las criaturas eran diurnas o si no, no hubieran necesitado luces en sus ciudades, por lo que se fijo en un lugar del hemisferio de día para observar. No le importaba ser visto por los nativos; el método Zartic de exploración del espacio se encargaría de protegerlo.
Básicamente, ese método separaba por completo el cuerpo de la mente. Se tomaban sustancias para ayudar con la disociación, mientras el Explorador permanecía tranquilo en la máquina. Cuando la separación ocurría, la máquina se encargaba de todos los aspectos mecánicos de las funciones del cuerpo —el latir del corazón, la respiración, la nutrición, etcétera. La mente, mientras tanto, era libre de vagar a su gusto.
Pocos límites habían sido descubiertos. La velocidad en la que se podía “viajar” —si, de hecho, se podía ir a alguna parte— era tan rápida que no se podía medir; teóricamente´podía ser incluso infinita. Cualquier mente podría concentrarse hasta el tamaño de una única partícula subatómica, o expandirse para cubrir amplias áreas del espacio. Podría detectar radiación electromagnética en cualquier parte del espectro. Y lo mejor de todo desde el punto de vista de un Zarticku, es que no podía ser detectado por ningún sentido físico. Era un fantasma el cual no podía ser visto, escuchado, olido, probado o tocado. Todo ello lo hacía el vehículo ideal con el que explorar el universo más allá de la atmósfera de Zarti.
Garnna se detuvo en un lugar donde la tierra estaba preparada para el cultivo. Las granjas eran variadas, pero en las pocas sociedades en las que había investigado, tanto la forma como las funciones eran siempre las mismas. Aquellas criaturas araban el campo con herramientas sencillas llevadas por un herbívoro de dos cuernos a su servicio. Aquel estado primitivo de agricultura no parecía coherente con una civilización que podía producir tales ondas de radio. A fin de resolver aquella paradoja, Garnna decidió entrar en contacto con uno de los nativos.
Había otra ventaja de aquel sistema. Parecía que tenía la habilidad de “escuchar” los pensamientos de otras mentes. Se trataba de telepatía, pero en un sentido restrictivo ya que trabajada tan sólo en un sentido. Garnna era capaz de escuchar los pensamientos de los otros, pero él resultaba indetectable.
Aquel fenómeno no resultó de tanta ayuda como era pensado. Los individuos inteligentes pensaban parcialmente en palabras de su propio idioma, pero también en conceptos abstractos y en imágenes visuales. Los pensamientos llegaban muy rápidamente y desaparecían para siempre. Diferentes especies poseían distintas formas de pensamiento primitivos según las diferencias en sus inputs sensoriales. Y dentro de una misma raza, cada individuo tenía su propio código privado de símbolos.
La lectura de la mente, por lo tanto, tendía a ser algo meticuloso y muy frustrante. Garnna tenía que superar montañas de impresiones sinsentido que lo bombardeaban a un nivel insoportable en cada idea. Con suerte, podría leer algunas emociones generales y aprender unos pocos conceptos básicos que existían dentro de la mente contactada. Tenía experiencia en aquel procedimiento, y no tenía miedo del trabajo duro si era por el bien del Rebaño, por lo que se metió de lleno en ello.
Tras varios intentos y conjeturas varias, Garnna fue capaz de ajuntar cada una de las pequeñas piezas de aquel mundo. Tan sólo había una raza inteligente en ella, pero estaba dividida en varias culturas. Varios patrones constantes emergieron en casi todas ellas. Allí los grupos generalmente consistían de unos pocos adultos, normalmente relacionados entre ellos o sus parejas, y sus hijos. El propósito de aquellos grupos estaban más orientados hacia la educación de los jóvenes que la de proporcionar seguridad a cada uno de sus miembros. Parecía que habían algunos individuos que sobrevivían sin ningún grupo. El Rebaño era un concepto más abstracto que en Zarti.
Aprendió, también, que algunas culturas del planeta eran más ricas que otras. El más rico podría encontrarse en el lado nocturno del planeta. En aquella particular cultura, muchas de las cosas hechas a mano en realidad lo eran por máquinas, y se suponía que tenía que haber comida para todos. La idea que una porción del Rebaño podía estar sobrealimentada mientras que otra pasar hambre resultaba cruel para un Zartic. Intentó reprimir sus emociones una vez más. Estaba ahí solamente para observar, y debía hacerlo lo mejor posible.
Decidió investigar aquella cultura ultra rica. Evaluando aquellas criaturas como una amenaza en potencia para el Rebaño, sus superiores tan sólo estarían interesados en sus capacidades superiores. No importaría en absoluto lo que hicieran las culturas más pobres si el rico poseía un método de viaje interestelar con objetivo militar.
Con tal velocidad de pensamiento, Garnna pasó volando por una enorme extensión de océano y llegó al hemisferio nocturno. Encontró enseguida varias grandes ciudades costeras con luces que resplandecían ante él. Aquellas criaturas debían ser diurnas, pues sin duda no les gustaba el efecto de la oscuridad en sus vidas. Había partes de las ciudades que brillaban como el día, y un lugar en una de las ciudades donde una multitud de criaturas se habían reunido sobre unos asientos para ver algo que ocurría en una zona mientras un número menor de criaturas se movías por un campo alargado. La forma era parecida a lo que había visto en numerosos otros mundos, en especial donde omnívoros y carnívoros eran dominantes y en una constante competición. En lugar de dividirse en lo que hubiera supuesto una ventaja para el Rebaño, tal como se hubiera hecho en Zarti, aquellas criaturas se juntaban para competir, donde los vencedores lo ganaron todos y los perdedores nada. Aunque lo intentó Garnna no pudo comprender del todo lo que aquella competición significaba para aquellas criaturas.
Siguió. Observó los edificios de los nativos y los encontró mejores que los de Zarti en muchas maneras. Las máquinas para transporte también eran avanzadas, siendo tanto eficientes como capaces de viajar a grandes velocidades. Pero se dio cuenta que quemaban carburantes químicos para moverse. Por eso, aunque fuera temporal, hizo que quitara esas criaturas de la lista de amenazas. Obviamente no usarían dichos carburantes químicos si hubieran descubierto métodos más eficientes para utilizar la energía nuclear, pues ninguna raza sería capaz de viajar a través de las estrellas utilizando tan sólo carburantes químicos. Estas criaturas deben conocer la existencia de la energía nuclear —de hecho, a juzgar por su amplia tecnología, Garnna se habría sorprendido si no la conocieran— pero era un salto demasiado grande desde donde se encontraban hasta los viajes interestelares; los Zarticku no necesitan preocuparse de esta raza en un futuro próximo. Incluso si los Zarticku no hubieran perfeccionado todavía los viajes interestelares.
Pasó la mayor parte del tiempo recogiendo materiales que necesitaría para su informe. Como siempre, había una sobreabundancia de información, y tenía que eliminar cuidadosamente algunos detalles muy importantes para hacer lugar a constantes las cuales le ayudaría a construir su propia imagen cohesiva de aquella civilización. Otra vez, el todo se superpuso a los detalles.
Terminó sus investigaciones y se dio cuenta que todavía tenía algo de tiempo a utilizar antes que se le requiriera regresar a su cuerpo. Debería usarlo. Tenía una pequeña afición, una afición inofensiva. Zarti tenía también costa, y Garnna había nacido cerca de una de ellas. Había pasado su juventud cerca del mar y nunca se había cansado de mirar las olas venir y rompiendo en la playa. Por eso, se encontrara donde se encontrara, durante su tiempo libre recordaba sus años de niñez junto al océano. Ayudaba a ver a los extraterrestres como algo familiar y no provocaba problema alguno a nadie. Planeó suavemente a lo largo de la costa del océano en aquel extraño mundo, contemplando y escuchando aquella agua negra, casi invisible, romper contra la oscura arena de aquel planeta a cientos de parsec de su lugar de nacimiento.
Algo le llamó la atención. En lo alto de los acantilados que daban a la playa en aquel punto, estaba brillando una luz. Debía ser un solitario individuo de aquella sociedad, lejos de su grupo más cercano. Garnna, se dejó ir hacia allí.
La luz provenía de un pequeño edificio, construido sencillamente en comparación con los edificios de la ciudad pero sin duda confortable para una sola criatura. Había dos vehículos aparcados fuera, ambos sin nadie dentro. Ya que no eran automáticos, implicaba que al menos debía haber dos extraterrestres dentro del edificio.
Utilizando tan sólo su mente, Garnna atravesó las paredes de la cabaña como si no existieran. Dentro había dos criaturas, hablando una con la otra. La escena no parecía muy interesante. Garnna tomó nota rápidamente de los muebles de la habitación y cuando se disponía a abandonar el lugar, una de las criaturas atacó de repente a la otra. La agarró del cuello y empezó a estrangularla. Sin fijarse mucho, Garnna pudo notar la rabia que emitía la criatura atacante. Lo dejó frío. Normalmente los instintos como especie lo había obligado a venir volando hacia el lugar a la máxima velocidad. En aquel caso, a la velocidad del pensamiento. Pero Garnna había recibido un extenso entrenamiento para dominar sus instintos. Había sido entrenado para ser siempre un simple observador. Y observó.
* * *
Stoneham volvió a la realidad poco a poco. Empezó con un sonido, un rápido ka-thud, ka-thud, ka-thud que reconoció como el latido de su corazón. Nunca lo había oído tan fuerte. Parecía como si fuera a terminar con el universo. Stoneham puso sus manos sobre sus orejas a fin de parar aquel sonido, pero no hizo otra cosa que empeorar la situación. Se escuchó un timbre como un hormigueo agudo parecido a la alarma de un reloj sonando dentro de su cabeza.
Y entonces vino el olor. En el aire parecía haber un olor extraño, un olor como de baño. Numerosas manchas iban apareciendo en la parte trasera del vestido de Stella.
Gusto. Había sangre en su boca, salada y tibia, dándose cuenta Stoneham que se había mordido a si mismo los labios.
Tacto. Sentía un hormigueo en la punta de los labios, sus muñecas parecían haber estado temblando, pero su bíceps permanecían relajados tras haber estado tensos en exceso.
Vista. El color volvió al nivel normal para aquel mundo, y la velocidad a la usual. No había otra cosa a ver que la del cuerpo de la esposa postrada sin vida en medio del suelo.
Stoneham permanecía allí durante no se sabe cuantos minutos. Sus ojos recorrieron la habitación, saliendo a la búsqueda de un lugar común donde quedar fijados y así evitar el cuerpo a sus pies. Pero no por mucho tiempo. Había cierta fascinación horripilante por el cuerpo de Stella que le obligó a contemplarlo estuviera donde estuviera dentro de la habitación.
Se arrodilló junto a su esposa y le tomó el pulso, sabiendo que ya no existía. Su mano notó el frío en ella (¿o era tan sólo su imaginación?) desapareciendo toda señal de vida en ella. Apartó rápidamente su mano y se levantó otra vez más.
Caminó hacia el sofá, se sentó en él y allí se quedó mirando durante un rato largo la otra pared. Unas letras parecían gritarle:
FAMOSO ABOGADO LOCAL DETENIDO POR LA MUERTE DE SU MUJER.
Todos aquellos años planificando con cuidado su carrera política, haciendo favores a gente a cambio de favores hacia él, ir a aburridas fiestas y cenas que no parecían terminar nunca... todo aquello terminó hundiéndose sobre un gran vértice de calamidad.
Y empezó viendo largos y vacíos años, paredes grises y barrotes ante él.
—¡No! —gritó. Miró al cuerpo sin vida a su esposa.
—No, creo que te gustaría, ¿verdad? No dejaré que ocurra, no a mi. Tengo cosas demasiadas importantes para hacer.
Una sorprendente calma se estableció en su mente haciéndole ver de manera clara lo que había echo. Destrozó el todavía humeante cigarrillo que su esposa había dejado caer. Luego fue hasta el estante de los utensilios y tomó un cuchillo enrollando su pañuelo sobre el mango a fin de no dejar huellas. Salió y cortó un trozo grande de cuerda de tender. De vuelta a la cabaña, ató las manos de su esposa por detrás doblando su cuerpo para poder atar sus pies a su cuello.
Tomando el cuchillo de nuevo, procedió a realizar un corte limpio sobre el cuello de Stella. Sangre goteó poco más de unas pocas gotas por tener ya su corazón sin bombear.
Dio hachazos a sus pechos creando una obscena masacre en su vestido a la altura de su entrepierna. Por si no hubiera sido suficiente, siguió su trabajo en el abdomen de ella, cara y brazos. Le sacó los ojos e intentó cortarle la nariz, pero era demasiado dura para su cuchillo.
A continuación, hundió el cuchillo en la sangre y escribió con él “Muerte a los cerdos” en una de las paredes. Como acto final, cortó el cordón telefónico de un solo golpe. A continuación, dejó el cuchillo en el suelo junto al cuerpo a la vez que recogía la nota que ella le había escrito sobre su intención de divorciarse. Se la colocó en el bolsillo de sus pantalones.
Permaneció de pie observándola una vez más. Sus manos y su ropa estaban literalmente untados con sangre. Pensaba que no lo haría nunca. Tenía que deshacerse de ello de alguna manera.
Limpio sus manos a consciencia en el fregadero hasta que logró sacar todo rastro de sangre.
Miró alrededor de la habitación y encontró algo que le hizo recobrar el aliento: una pequeña caja de cerillas sobre la mesa que había junto al cenicero. Lo cogió, pensando que sería de locos dejar una pista como aquella para que la policía. Colocó la caja de cerillas con cuidado en su bolsillo.
Luego fue donde había dejado su maleta y saco ropa limpia de ella. Rápidamente se cambió, pensando que debería enterrar su ropa vieja en algún lugar a una milla o más de allí para que no la encontraran. Entonces regresaría a la cabaña y haría ver haber encontrado el cuerpo. Ya que el cable del teléfono estaba cortado, tendría que conducir hasta algún lugar para llamar a la policía. El vecino más cercano con teléfono estaba a dos millas de ahí.
Stoneham examinó su trabajo. La sangre estaba embadurnando todo el suelo y parte de los muebles, el cuerpo estaba desmembrado de una horripilante manera, y el mensaje estaba escrito en la pared. Aquella era una escena parecida a una pesadilla surrealista. Ningún asesino hubiera realizado tal carnicería como aquella. Toda la comuna se sentiría culpable, quizás Polaski también. Eso serviría para dos propósitos: cubrir su culpabilidad y quitarse de encima de una vez por todas de aquellos jodidos hippies de San Marcos.
Había una pala dentro de una pequeña caja de herramientas fuera de la cabaña. Stoneham la cogió y caminó hacia el bosque para enterrar su ropa. Puesto que no había llovido durante meses, la tierra estaba seca y compacta; no dejó huellas algunas mientras andaba.
* * *
No le llevó mucho tiempo a la criatura grande matar a la pequeña. Pero tras hacerlo, el asesino parecía no poder hacer nada por culpa de sus acciones. Cautelosamente, Garnna accedió a la mente del asesino. Sus pensamientos eran un batiburrillo de confusión. Todavía quedaban trazos de ira, pero parecían ir desvaneciéndose lentamente. Otros sentimientos iban creciendo. Culpabilidad, pena, miedo al castigo; estas eran todas las cosas que Garnna conocía bien. Profundizó un poco más en su mente y supo que la criatura muerta pertenecía al mismo subgrupo que la superviviente; de hecho, era su pareja.
El horror de Garnna en este punto era tan fuerte que le provocó desconectar de su mente. Por sus capacidades intelectuales podría aceptar la idea de asesinar, incluso la de su propia pareja. Pero emocionalmente el shock de la experiencia en primera persona provocó que su mente se estremeciera.
Permaneció allí durante minutos, esperando que pasara tanto el shock como el disgusto. Al final, su entrenamiento le puso los pies en la tierra y empezó a observar de nuevo los alrededores. La gran criatura estaba dando machetazos al cuerpo de la criatura pequeña con un cuchillo. ¿Qué tipo de costumbre horrible era aquella? Si era habitual, aquellos omnívoros deberían ser evaluados de nuevo por tal potencial. Incluso los carnívoros que Garnna había observado no se comportaban de una forma tan obscena.
Necesitó todo su autocontrol para poder entrar en contacto con el cerebro del extraterrestre una vez más. Lo que vio lo confundió y perturbó. Por primera vez, había sido testigo en directo de un plan individual para llevar a cabo una acción que lo llevaría directamente hacia el dios de aquel Rebaño. Había culpabilidad y vergüenza en su mente, lo que le llevó a Garnna a creer que aquel asesinato estaba lejos de una práctica común. El instinto de rebaño todavía funcionaba, pero estaba bastante reprimido.
E ignorarlo todo era el miedo al castigo. La criatura sabía que lo que había echo estaba mal, y aquella serie de horribles acciones eran un intento de evasión, algo que Garnna no podía decir, del castigo que llegaría de forma natural.
Era una situación nueva. Nunca antes, según recordaba Garnna, un Explorador había terminado envuelto en una situación individual a este extremo. Lo que siempre había importado era el conjunto. Pero quizás había ganado algunas percepciones observando como se desarrollaba aquella situación. Incluso cuando pensaba en ello, “escuchaba” una campana sonar en su mente. Aquel aviso fue el primero durante la Exploración antes de terminar. Deberían quedar algo más de seis minutos y tendría que volver a casa. Decidió quedarse y contemplar la escena, aunque nunca pensó que terminara ocurriendo lo que ocurrió.
Sondeó un poco más a fondo la mente del extraterrestre y fue testigo de su engaño. La criatura estaba intentando evitar su remordimiento echándole la culpa del crimen a algún inocente. Si el crimen original había sido espantoso para Garnna, todo aquello era innombrable. Había una cosa que dejaba a la pasión entre tanta violación de las normas del Rebaño, pero resultó ser otro engaño más que perjudicaría a cualquiera. La criatura no solamente sobreponía su bienestar por encima del Rebaño, sino que también por encima de otros individuos.
Garnna no podía seguir manteniéndose neutral y despreocupado. Aquella criatura tenía que ser alguien anormal. Incluso aceptando ciertas diferencias en nuestras costumbres, ninguna sociedad aguantaría mucho si aquello fuera la norma. Caería en pedazos debido a tanto odio y desconfianza mutua.
La criatura ya había abandonado la cabaña, y caminaba despacio entre los árboles. Garnna lo siguió. La criatura llevaba consigo la ropa que había llevado puesta dentro de la habitación, sí como la herramienta de fuera la cabaña. Cuando se había alejado una milla del edificio, soltó la ropa y empezó a usar aquella herramienta para cavar un agujero. Cuando este fue lo suficientemente profundo, el extraterrestre enterró la ropa vieja y la tapó de nuevo, sacudiéndose el polvo con cuidado para no levantar sospechas.
Garnna capto imágenes de la mente de la criatura. Había satisfacción por haberlo terminado con éxito. También había un alivio del miedo desde que había evitado el castigo. Y una sensación de triunfo por haber derrotado o quizás haber sido más listo que el Rebaño. Este último sentimiento hizo temblar a Garnna. ¿Qué tipo de criatura era aquella que se revelaba al resto de su Rebaño causando tal daño? Era algo malo para los estandartes, lo tenía que ser. Algo había que hacer para que aquel ser fuera descubierto. Pero...
La segunda alarma sonó dentro de su mente. ¡No! Pensó. No quiero regresar. Tengo que estar aquí y hacer algo con esta situación.
Pero no tenía elección alguna. No se conocía hasta cuanto una mente podía permanecer fuera de su cuerpo sin provocar problemas el uno con el otro. Si estaba demasiado tiempo su cuerpo podría morir, y también sería un problema si la mente viviera más allá de él. No sería algo bueno si su mente fuera destruida por culpa de su falta de cuidado.
A regañadientes, Garnna sacó su mente de aquella escena de tragedia en aquel mundo azul y blanco y regresó a su cuerpo situado a más de cien parsec de allí.
* * *
De vuelta a la cabina, Stoneham sintió cierta satisfacción tras haber superado con éxito aquella mala situación. Incluso si la policía no culpara a los hippies, no habría evidencia alguna contra él, o eso creyó. Ningún motivo, ninguna evidencia, sin testigos.
Una milla de allí, una chica llamada Deborah Bauer se despertó gritando tras tener una pesadilla.

CAPÍTULO 2
No iba a ser un buen día, cuando John Maschen decidió conducir por la costa hacia su oficina en la ciudad de San Marcos. A su derecha, el cielo empezaba aclarecía desde un oscuro azul a uno claro cuando justo el sol empezaba a subir por encima de las colinas sobre el horizonte; pero todavía estaba fuera del alcance de la visión de Maschen los acantilados que se levantaban por el lado este de la carretera. Al oeste, las estrellas habían desaparecido en aquel azul aterciopelado, lo único que quedaba de la noche.
No hay día que pueda ser bueno si empieza teniendo que ir a trabajar a las cinco y media de la mañana continuó diciendo Maschen sobretodo cuando hay un asesinato de por medio.
Condujo hasta su oficina con cierta sensación de desaliño. El subjefe Whitmore lo había llamado con urgencia, y Maschen no había tenido tiempo ni de afeitarse. No había querido molestar a su esposa que dormía, y, en la oscuridad, se había puesto el uniforme equivocado, el que había llevado el día anterior. Olía como si hubiera jugado un partido completo de baloncesto con él. Solamente había tenido quince segundos para peinarse su escaso pelo, tomándolo como única concesión a su higiene.
Un día que empieza así, repitió, no puede ser otra cosa que una metedura de pata.
Su reloj mostraba las cinco cuarenta y ocho cuando entró por la puerta de la oficina del Sheriff.
—Muy bien, Tom, ¿de qué se trata?
El subjefe Whitmore se quedó mirando como entraba su jefe. Tenía aspecto juvenil, aunque solamente les separaba medio año, y su falta de experiencia lo hizo ideal para el puesto de agente en el turno de noche. Su largo y rubio cabello permanecía siempre limpio, y su uniforme planchado sin ninguna mancha. Maschen sentía cierto arrebato de odio hacia cualquiera que pareciese inmaculado a esa hora, aunque sabía que aquel sentimiento era inaceptable. Era parte del trabajo de Whitmore parecer eficiente, y Maschen tenía que llamarle la atención si no tuviera tal aspecto.
—Hubo un asesinato en una cabaña privada cerca de la costa a medio camino entre aquí y Bellington —dijo Whitmore—. La víctima era la señora Wesley Stoneham.
Los ojos de Maschen se abrieron de golpe. Tal como pensaba, el día había empeorado todavía más. Y no eran ni las seis. Suspiró.
—¿Quién se encarga del caso?
—Acker hizo el informe inicial. Está estudiando la escena del crimen, reuniendo toda la información que pueda. Al menos, se asegura que nada se toca hasta que tu le eches un vistazo.
Maschen asintió con la cabeza.
—Está bien. ¿Tienes una copia del informe?
—Un minuto, señor. Me lo han pasado por radio, y he tenido que mecanografiarlo yo mismo. Acabo con dos frases más y estará.
—Bien. Voy a por una taza de café. Quiero el informe en mi mesa cuando regrese.
Siempre había una cafetera de té reposando en la oficina, pero siempre estaba imbebible y Maschen nunca lo tomaba. En su lugar, cruzaba la calle hacia el restaurante que abría toda la noche. Dejó de leer el periódico.
—¿No es demasiado pronto para ti, Sheriff?
Maschen ignoró la cordialidad que había en tan educada pregunta.
—Café, Joe, y lo quiero negro— sacó unas monedas de su bolsillo y las soltó sobre el mostrador. El dependiente olvidó la actitud del sheriff y procedió a llenar la copa de café en silencio.
Maschen se lo tomó en grandes tragos. Entre tragos, pasaba largos periodos de tiempo observando la pared que estaba enfrente suyo. Parecía recordar haberse encontrado con la señora Stoneham —no lograba recordar su nombre— una o dos veces en alguna fiesta o cena. Recordaba haber pensado en ella como una de las pocas mujeres que había vivido su edad adulta como algo más que una carga para ella cultivando cierta gracia madura sobre ella misma. Parecía una buena persona, y le sabía mal que estuviera muerta.
Pero lo que le sabía peor de todo es que había sido la esposa de Wesley Stoneham. Eso lo complicaría mucho más. Stoneham era un hombre que había descubierto lo importante que era y esperaba que el mundo también lo hiciera. No era solamente rico, si no que su dinero contaba en términos de influencia. Conocía a todas las personas correctas, y la mayoría de ellas le debían algún favor de una manera u otra. El rumor que se había extendido fue que había sido considerado para el puesto del Consejo tras la renuncia en pocos días de Chottman. Si le gustabas a Stoneham, las puertas se abrían como por arte de magia; si fruncía el ceño, terminaría golpeándote en tu cara.
Maschen llevaba en la policía durante treinta y siete años, y como sheriff desde los últimos once. Volvería a presentarse para la reelección el año siguiente. Quizás era sensato estar del lado de Stoneham, cualquiera que fuera. Todavía no conocía los detalles del caso, pero ya tenía la sensación que sería uno bien ruin. Murmuró algunas palabras sobre el cuerpo de policía.
—¿Perdón, Sheriff? —dijo Joe.
—Nada— gruñó Maschen. Terminó su café de un trago, soltó la taza en el mostrador de un golpe y salió del restaurante.
De vuelta a la oficina, el informe estaba esperando en su mesa tal como había pedido. No había gran cosa en él. Había llegado una llamada a las 3.07 am informando de un asesinato. La persona que llamaba era el señor Wesley Stoneham, desde la residencia del Sr. Abraham Whyte. Stoneham dijo que su mujer había sido asesinada por un grupo desconocido mientras estaba sola en su cabaña. Stoneham había llegado al lugar hacia las dos y media descubriendo su cadáver, pero la línea de teléfono en la cabaña fue cortada, por lo que tuvo que llamar desde casa de un vecino. Se envió una patrulla para investigar.
El señor Stoneham se encontró con el oficial de la investigación en la puerta de la cabaña. Dentro, el agente encontró el cadáver, identificándolo con la esposa de Stoneham, atado de manos y pies, con su cuello abierto, sus ojos arrancados y su pecho y brazos brutalmente destrozados. Había una posibilidad de ataque sexual, ya que la región púbica había sido cortada. Decoloraciones faciales y marcas en su cuello indicaban estrangulación, pero no habían otros signos de estrangulamiento de ningún tipo dentro de la cabaña. Junto al cuerpo estaba un cuchillo de cocina aparentemente usado para hacer aquella carnicería, provenía del set de utensilios colgados de la pared. La alfombra estaba manchada de sangre, presuntamente de la víctima, y un mensaje había sido escrito con sangre en la pared: “Muerte a los cerdos”. Un trozo incompleto de cigarrillo que había sido encendido permanecía en el suelo, y una cerilla en uno de los ceniceros. Aparentemente la habitación estaba tal cual.
Maschen cerró el informe, los ojos y apretó sus nudillos contra sus párpados. No podía tratarse simplemente de un secuestro y asesinato, ¿no? Parecía tratarse de una venganza psicópata, la que atrae a los medios. Releyó la descripción del cuerpo y sintió cierto escalofrío. Había visto todo tipo de situaciones salvajes en sus treinta y siete años de trabajo en la policía, pero nunca había visto algo así. No pensaba que se tratara de un caso cualquiera. Tenía que ir hasta el lugar de los hechos y ver el cuerpo por si mismo.
Pero sabía que tenía que ir. En un caso como aquel, con toneladas de publicidad —y con Stoneham mirándole por encima de los hombres— tenía que investigar personalmente. El condado de San Marcos no era lo suficientemente grande para poder permitirse, o requerir, de una unidad de homicidios a tiempo completo.
Pulsó el botón del intercomunicador.
—¿Tom?
—¿Sí, señor?
—Llama a Acker— tomó aire y se levantó de la silla. Tenía que reprimir sus bostezos mientras salía por la puerta y bajaba por las escaleras hasta recepción.
—Lo tengo en línea, señor” —dijo el joven subjefe mientras sostenía el micrófono al sheriff.
—Gracias— tomó el micrófono y pulsó el botón de transmisión.
—Ven.
—Soy Acker, señor. Todavía estoy en la cabina de Stoneham. El señor Stoneham ha regresado a su casa en San Marcos para intentar dormir algo. Tengo su dirección.
—No importa, Harry. Ya lo tengo en algún lado en mis ficheros. ¿Hay avances en la investigación desde que hiciste el primer informe?
—He comprobado el lugar alrededor de la cabaña en búsqueda de posibles huellas, pero no he tenido suerte, señor. No ha llovido en meses, lo sabe, y la tierra aquí está muy dura y seca. Gran parte del lugar está cubierto por rocas con una fina capa de arena y grava. No fui capaz de encontrar nada.
—¿Y los coches? ¿Había huellas de neumático?
—El coche de la señora Stoneham estaba aparcado junto a la cabaña. Hay dos pares de huellas, unas del coche de Stoneham y otras del mio. Pero el asesino no pudo llegar en coche. Existen varios lugares a cierta distancia que se pueden hacer a pie.
—Alguien tenía que conocer bien el camino, pero, ¿no cree que se hubieran perdido en la oscuridad?
—Seguramente, señor.
—Harry, que quede entre nosotros, ¿cómo lo ves?
Permaneció en silencio durante un instante.
—Bueno, siendo franco, señor, esto es lo más repugnante que he visto nunca. Casi vomito cuando vi lo que le hicieron a esa pobre mujer. No puede haber razón alguna por la que el asesino hizo eso. Creo que estamos ante un lunático, uno de los peligrosos.
—Muy bien, Harry —dijo Maschen calmado— Espera aquí. Voy reunirme con Simpson y luego volveré contigo. Fuera.
Apagó la radio y devolvió el micrófono a Whitmore.
Simpson era el subjefe mejor entrenado en aspectos científicos de criminología. Cuando ocurría un caso más complejo de lo común, el departamento intentaba confiar en el más que otros de sus miembros. Por norma general, Simpson no entraba a trabajar hasta las diez, pero Maschen lo llamó de urgencia, informándole de lo urgente que era la situación, y que lo iría a buscar. Tomó el kit de huellas dactilares del subjefe y una cámara y las puso en su coche, para luego conducir hasta donde estaba Simpson.
El subjefe estaba esperándolo en el porche de casa. Juntos, él y el sheriff, condujeron hasta la cabaña de Stoneham. Poco se habló durante el viaje; Simpson era un hombre delgado y muy tranquilo que normalmente se lo guardaba todo para él, mientras que el sheriff tenía más que suficiente en pensar en los diferentes aspectos del crimen.
Cuando llegaron, Maschen dejó irse a Acker diciéndole que se fuera a casa y que intentara dormir. Simpson se puso manos a la obra, primero fotografiando la habitación y el cuerpo desde todos los ángulos, y luego recogiendo pequeños trozos de objetos en pequeñas bolsas de plástico para al final espolvorear la habitación en búsqueda de huellas dactilares. Maschen llamó a una ambulancia, se sentó y observó el trabajo del subjefe. En cierta manera, se sentía inútil.
Simpson era el que estaba más entrenado para el trabajo, y era poco lo que el sheriff podía añadir a la destreza del subjefe. Quizás, pensó Maschen vehementemente, después de todo este tiempo he descubierto que estoy destinado a ser un burócrata y no un policía. Aquel no podía ser un comentario más triste.
Simpson terminó su trabajo justo cuando llegaba la ambulancia. Cuando el cuerpo de la señora Stoneham fue llevado a la morgue, Machen siguió buscando en la cabaña hasta que regresó a la ciudad con Simpson. Eran casi las ocho y media, y el estómago de Maschen empezaba a recordarle que todo lo que había tomado para desayunar solamente era una taza de café.
—¿Qué piensas sobre el asesinato? —preguntó el frío Simpson.
—No es corriente.
—Bueno, eso es algo obvio. Nadie normal... espera... ningún asesino corriente hubiera destrozado un cuerpo de esa forma.
—No es lo que quiero decir. El asesino es alguien ingenuo.
—¿Qué quieres decir?
—El asesino mató la mujer primero, y luego, la ató.
Maschen apartó la mirada de la carretera durante un momento.
—¿Cómo sabes eso?
—No había ningún corte profundo mientras las manos estaban atadas, y aquellas cuerdas estaban fuertemente atadas. Por lo tanto, el corazón paró de bombear sangre antes de ser atada. Además, fue asesinada antes de aquellos cortes en su cuerpo, si no, habría salido mucho más sangre.
—En otras palabras, no estamos antes el típico sádico que ata a una mujer, la tortura y luego la asesina. ¿Estás diciendo que ese hombre primero la mato, y luego la ató para desmembrarla?
—Sí.
—Pero eso no tiene ningún sentido.
—Es por eso que dije que no es usual.
Permanecieron en silencio el resto del trayecto, cada uno de ellos pensando a su manera sobre las circunstancias extrañas de aquel caso.
Cuando llegaron a la oficina, Simpson se dirigió al pequeño laboratorio para analizar las pruebas. Maschen subió por las escaleras hasta su despacho cuando Carroll, su secretaria, salió hasta el pasillo.
—Cuidado —susurró— hay un grupo de periodistas esperando para asaltarte.
Qué rápido han venido los buitres, dijo Maschen. Me preguntó si cada uno ha avisado al otro, o si pueden oler la muerte y el sensacionalismo desde lejos. No esperaba encontrarse con ellos tan pronto, por lo que no tenía nada preparado para decirles. Su estómago le recordaba que no todavía no había comido nada sólido desde hace catorce horas. Se preguntaba si todavía tendría tiempo para un desayuno rápido antes de que lo encontraran.
No lo hubo. Alguien apareció en lo alto de las escaleras.
—Aquí está el sheriff— dijo un hombre. Maschen continuó subiendo las escaleras tras Carroll. Sabía que aquel no iba a ser un buen día.
Estaba sorprendido, incluso cuando llegó al final de la escalera. Había esperado encontrarse, quizás, a un puñado de periodistas de una par de periódicos del condado. Pero la habitación estaba repleta de gente, la única de las que pudo reconocer fue Dave Grailly del San Marcos Clarion. El resto no le era familiar. Y no solamente había gente, si no que también todo tipo de dispositivos. Cámaras de televisión, micrófonos y otro equipamiento de emisión estaba colocada cuidadosamente por todas partes, con distintivos de las tres mayores redes así como de las cadenas de Los Angeles y San Francisco. Estaba abrumado con la idea de que el caso estaba atrayendo mucha más publicidad de la esperada.
En el momento en que apareció, un griterío de una veintena de personas empezó a preguntarle una batería de preguntas diferentes al mismo tiempo. Aturdido, Maschen solamente podía permanecer en pie un rato bajo tal lluvia de cuestiones, para al final perder la compostura. Se dirigió al lugar donde había instalado los micrófonos y anunció:
—Caballeros, si tienen la suficiente paciencia, les proporcionaré una declaración en unos minutos. Carroll, busca tu libreta de notas y ven a mi despacho. ¿De acuerdo?
Entró a su despacho y cerró la puerta. Cerró los ojos, intentando respirar hondo y quizás calmar sus nervios. Las cosas iban sucediendo una tras otra demasiado rápida para su gusto. Eran solamente un sheriff de un condado pequeño, sobrepasando la triste normalidad a la que estaba acostumbrado. Otra vez, el pensamiento de que no debería ser policía cruzó su mente. Había centenares de otros trabajos en el mundo mejor pagados y con menos estrés.
Alguien llamó a la puerta que había tras él. Se levantó, la abrió y Carroll apareció ante él con una libreta de notas. Maschen se dio cuenta enseguida de que no tenía ni la más remota idea de lo que tenía que decir. Cada palabra era de suma importancia porqué estaría hablando, no solamente a Dave Grailly del Clarion, si no que a una red de noticias y televisiones, lo que englobaba potencialmente a cada persona de los Estados Unidos. Su boca se secó como antesala al miedo escénico.
Al final decidió limitarse a los hechos que sabía. Dejó a los periódicos que sacaran sus propias conclusiones: de todas formas, así lo harían. Paseaba por toda la habitación mientras dictaba a su secretaria, deteniéndose a menudo para pedirle que leyera lo que había dicho y corregir alguna frase que sonara incómoda. Cuando terminó, hizo que lo leyera en voz alta dos veces, solamente para asegurarse que era exacto. Luego le pidió que lo mecanografiara.
Cuando lo estaba haciendo, él se sentó junto a su mesa y juntó sus manos para evitar que temblasen. El pensamiento que no era apto para ese trabajo no lo abandonaba. Había estado un buen policía durante treinta años, y desde entonces las cosas habían sido mucho más simples. ¿Había pasado el tiempo para él en aquel apartado lugar sin más? ¿Era la única razón por la cual había tenido éxito como sheriff el no tener nada desafiante por hacer en aquel pequeño contado con costa? Y ahora, que el presente parecía haberle alcanzado por fin, ¿sería capaz de encararlo como es debido?
Carroll entró con una copia mecanografiada y un papel de carbón para su aprobación antes de hacer duplicados. Maschen se preocupó por dedicarle cierta cantidad de tiempo a leer todo el documento. Cuando ya no podía posponer lo inevitable, le devolvió el papel de carbón para que hiciera copias. Tras despejar su garganta varias veces, salió del despacho.
Fue recibido por los flashes de las cámaras, que lo cegaron por unos momentos cuando intentaba llegar a los micrófonos. Le tomó un poco de tiempo encontrarlos.
—Tengo una declaración oficial por el momento— dijo. Miró al papel que tenía en sus manos pero a penas podía ver las letras por las luces de los periodistas en sus ojos. Con cierta vacilación, empezó su discurso. Describió las circunstancias del descubrimiento del cuerpo y el espeluznante estado en el que se encontró el cuerpo. Mencionó la frase escrita en la pared, pero no mencionó la hipótesis de Simpson sobre la planificación del asesinato. Concluyó diciendo
—Copias de esta declaración estarán disponibles para todo el que quiera una.
—¿Hay algún sospechoso? —le gritó uno de los periodistas.
—Eh, no, todavía es temprano para saberlo, todavía estamos reuniendo información.
—Sabiendo que esta comisaria es tan pequeña, ¿tiene la intención de pedir ayuda estatal o federal para resolver el caso?
Aquella pregunta vino de una parte diferente de aquella habitación.
Maschen sintió enseguida la presión en él. Las cámaras de televisión estaban apuntándole con un largo y fijo ojo. Estaba preocupado por llevar puesto un uniforme sucio y sin planchar y por no haber podido afeitarse aquella mañana. ¿Era aquella la imagen que recorrería todo el condado? ¿Un paleto descuidado que no puede llevar su propio condado cuando pasan cosas realmente malas?
—Ni mucho menos —dijo a propósito— todo indica que la solución del crimen está dentro de las capacidades de este comisaria. No tengo planeado pedir ayuda externa por esta vez. No.
—¿Cree posible que el asesino tuviera motivos políticos?
—No sabría que contestar.
—Considerando la importancia del caso y lo inusual que resulta, ¿a quien va a poner al cargo?
Cuando terminó de formular la pregunta, solamente podía esperarse una respuesta.
—Yo me hago responsable personalmente de la investigación.
—¿Informará de todo en el boletín informativo?
—Cuando tenga una idea del tipo de persona a la que estamos buscando, sí. Si no logramos en poco tiempo, no habrá problema.
—¿Qué tipo de persona cree usted que ha cometido tal terrible crimen?
En aquel instante, Maschen vio Howard Willsey, el abogado del distrito, entrando a la habitación por detrás, y durante un momento se preguntó
—Porqué... ehm... tiene que venir a molestar. Perdonad, caballeros, creo que el abogado del distrito desea hablar con ustedes.
Hubieron ciertos murmuros entre los periodistas cuando empezaron a recoger sus copias de la declaración y los cámaras empezaron a desmontar el material. El fiscal se hizo camino educadamente entre la multitud de periodistas hasta llegar al lado del sheriff. Howard Willsey era un hombre alto, delgado y frágil con una nariz sombría y aguileña nariz con una ojos vidriosos que parecían estar siempre a punto de llorar. Era un fiscal famoso por tener éxito en la práctica privada
—Vayámonos a tu despacho —dijo cuando llego junto al sheriff.
De vuelta a la calma de su despacho, Maschen se sintió más descansado. Era como cuando el gato salvaje, tras saltar sobre sus patas traseras, de repente se convierte en algo parecido a un peluche. La eliminación de toda presión fue bendición positiva. Willsey, por otro lado, estaba nervioso. Tenía un cigarrillo en su boca antes de que Maschen le ofreciera asiento.
Bien, Howard —dijo el sheriff con cierta alegría forzada— ¿tengo que decirte lo que te ha traído hasta aquí tan temprano por la mañana?
Willsey ignoró tal pregunta.
—No me gusta la idea de tener tantos reporteros por aquí —dijo— desearía que no tuvieras que hablar con ellos. Hoy en día es muy duro conocer las palabras correctas a decir. Una palabra equivocada y la Corte Suprema dará un revés a todo.
—Creo que exageras un poco.
—No estés tan seguro. De todos modos, cuanto más hables, más prejuicios crearás al jurado.
—Quizás. A pesar de ello, ¿qué otra cosa tenía que haber hecho?
—Podrías haber dicho no a realizar comentarios. Algo así como “Estamos trabajando en ellos y comunicaremos a sus compañeros cuando hayamos terminado”. Mantenerse callado hasta que todo haya pasado.
Aquella idea nunca se la hubiera pasado por la cabeza a Maschen. Reaccionó espontáneamente al ver un micrófono delante suyo: y habló.
Todo el sufrimiento podría haberse evitado sencillamente con las palabras “sin comentarios”, pero no pensó en ello. Se preguntó cuantas personas hubieran echo lo mismo en la misma situación. Lo importante es que la televisión y la prensa seguiría lo que pidiera la gente —personas que de otra manera no pronunciado una palabra en contra de otras para ayudar a la expansión de las noticias.
Se encogió de hombros.
—Bueno, es demasiado tarde para poner remedio. Esperemos no haber arruinado tu causa demasiado. Ahora, ¿de qué quieres que hable?
—Hace unos pocos minutos he tenido una llamada de Wesley Stoneham.
La manera en la que dijo esas palabras sonó para Maschen como una patata caliente. El abogado del distrito era un hombre que conocía sus limitaciones y se dio cuenta que, sin este trabajo público, se convertiría en un fracasado. Por consecuencia, conservar este puesto era el objetivo principal en su mente a todas horas, especialmente cuando recibía llamadas de un hombre cuyo poder en el condado estaba creciendo rápidamente.
—¿Qué tenía que decirte? —preguntó Maschen.
—Quería decir si se ha realizado algún arresto por el asesinato de su mujer.
—Bien. Supe de él hace un par de horas, y nadie ha venido hasta aquí para confesarse. ¿Qué espera de nosotros?
—Tómatelo con calma, John. Todos estamos bajo un gran estrés. Imagínate lo que debe estar sintiendo —llega a la cabaña por la noche y encuentra... bueno, literalmente un baño de sangre. Su esposa cortada en pedazos. Es normal que se siente un poco desconsolado.
—¿Dio alguna pista sobre quien cree que lo hizo?
Maschen se dio cuenta que aquella era el tipo de pregunta más adecuado para hacerle a Stoneham, pero el fiscal parecía actuar como el sustituto de Stoneham.
—Sí, de hecho lo hice. Mencionó aquellos hippies que vivían en el desfiladero Totido. Ya sabes, una comuna.
De hecho Maschen conocía “aquella comuna”. Su oficina recibió una media de doce llamadas a la semana sobre ellos, justo cuando vinieron desde otra zona desierta hace tres meses. San Marcos era una comunidad conservadora, compuesta de mucha gente mayor, parejas jubiladas con poca o inexistente tolerancia por el hecho de que su estilo de vida era marcadamente diferente y afectaba a los jóvenes. Sucediera lo que sucediera, el sospechoso siempre apuntaba primero hacia alguno de los miembros de la comunidad.
Un hombre llamado Carl Polaski estaba al cargo del grupo. Maschen solamente lo conocía de pasada, pero parecía ser un hombre inteligente y razonable. Un poco demasiado mayor para llevar la comuna de aquella manera, según la opinión del sheriff, pero por otro lado mostrada madurez hacia los jóvenes. Los mantenía en orden. Hasta la fecha, ningún tipo de cargos fueron aplicados a algún miembro de los hippies. Maschen había desarrollado un respeto a regañadientes por Polaski, a pesar de que el estilo de vida escogido por aquel hombre fuera el opuesto al del sheriff.
—¿Qué le hace pensar que ha tenido algo que ver con ello?
—¿Crees que alguien normal y corriente habría descuartizado un cuerpo de aquella manera? Aquellos hippies viven solamente a una milla de la cabaña de Stoneham. Uno o un grupo de ellos podrían haberse reunido e ir hasta allí.
—¿Es tu teoría, o la de Stoneham?
—¿Importa? —preguntó Willsey con un tono cada vez más a la defensiva— la cuestión es que aquella gente es rara. Creen que los estandartes de un mundo normal no son aplicables para ellos. ¿Quién sabe de lo que son capaces? Hemos estado intentando hacerles fueras desde que llegaron; todo han sido problemas con esa gente.
—Howard, tú sabes tan bien como yo que no se ha probado nunca nada contra ellos.
—Eso no les hace inocentes, ¿no? Donde hay humo, me huele a incendio provocado.
Mashen ladeó su cabeza hacia ambos lados cerrando casi por completo sus ojos.
—Stoneham realmente te está pisoteando, ¿no?
Willsey se enfureció.
—¿Y que pasaría si fuera así? Quizás lo habrás olvidado, John, pero nosotros no somos otra cosa que pequeños peces en esta piscina. Stoneham es un pez gordo. Tanto tu como yo tendremos que volver a aplicar para nuestras oficinas el años que viene, ¿recuerdas? Y la ayuda de Stoneham será de mucha ayuda, te lo aseguro.
El sheriff suspiró.
—Muy bien, por tu bien irá a hablar con Polaski.
—No sólo a hablar —dijo Willsey sacando algunos papeles del bolsillo de su chaqueta— me he tomado la molestia de obtener una orden hasta su arresto.
Soltó los papeles sobre el escritorio.
El sheriff los miró con cara de sorprendido.
—¿No te has parado a considerar la posibilidad de que estés equivocado?
Willsey se encogió de hombros.

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Rebaños Stephen Goldin

Stephen Goldin

Тип: электронная книга

Жанр: Современная зарубежная литература

Язык: на испанском языке

Издательство: TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE

Дата публикации: 16.04.2024

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О книге: Un alienígena visita la Tierra por proyección astral cuando fue testigo sin querer de un asesinato. Se enfrentará a dos problemas: ¿Debería informar del crimen a las autoridades, y de hacerlo, cómo?

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