Soy Tu Hombre Del Saco
T. M. Bilderback
Alguien… o algo… está asesinando a la gente en el condado de Sardis. Alguien… o algo… está asesinando a la gente en el condado de Sardis. El comisario Billy Napier y el inspector Alan Blake están haciendo todo lo posible para encontrar al asesino antes de que alguien más sea víctima del ”Descuartizador de Sardis”. ¿Cuál es el mayor obstáculo? El equipo forense no encuentra ningún rastro. Katie Montgomery Blake y su tía, Margo Sardis, están tratando de ayudar, pero aún no han tenido éxito. Carol Grace Montgomery y Mary Smalls han hecho un descubrimiento… ¡y ese descubrimiento aumenta la magia en el condado de Sardis! Además, algunos recién llegados al condado de Sardis ofrecen su ayuda para encontrar al asesino, aunque tienen un secreto. ¿Este secreto tendrá algo que ver con el padre de los hijos de Phoebe Smalls Napier? ¿O solo se trata de más magia? Descúbrelo en la alucinante cuarta novela de suspenso de T.M. Bilderback sobre el condado de Sardis: ¡Soy tu hombre del saco – Una historia del condado de Sardis! PUBLISHER: TEKTIME
T. M. Bilderback
Soy Tu Hombre Del Saco – Una Historia Del Condado De Sardis
Soy tu hombre del saco
Una historia del condado de Sardis
de
T. M. Bilderback
Traducción Por
Camila Elizabeth Mendoz Rubio
Copyright © 2018 de T. M. Bilderback
Copyright fotos de la portada © Can Stock Photo / winnond
Diseño de la portada por Christi L. Bilderback
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es producto de su imaginación.
Todos los derechos reservados.
Capítulo 1
La mujer corrió.
El pasillo de la escuela era largo y cada paso resonaba con fuerza mientras corría. Su respiración era intensa y agitada, pues había estado corriendo durante varios minutos y la escuela era enorme.
Necesitaba un lugar para esconderse y lo necesitaba rápidamente.
¡El laboratorio de biología estaba justo delante! ¡Podría esconderse allí!
Abrió la puerta del laboratorio, entró y la cerró de manera silenciosa. Miró a su alrededor, pero no había ningún lugar en el que pudiera ocultarse. Sin embargo, encontró algunos escritorios que estaban diseñados para que dos estudiantes trabajaran juntos, así que se escondió detrás del que estaba más lejos, frente a un estante de puerta doble.
A medida que la respiración de la mujer se reducía paulatinamente, su ritmo cardíaco volvía a la normalidad. Escuchó con atención, pero no oyó nada. Ningún paso traicionó al Descuartizador… ningún respiro delató su posición.
La chica había oído hablar del Descuartizador de Sardis de la misma manera en que se enteraba de todo en ese lugar rural… por rumores y susurros. Cosas como: "Mi prima lo oyó de su suegra…" o "Alguien de Mackie’s decía que…". Cosas sin fundamento o, al menos, eso pensaba ella.
Ahora lo estaba comprobando.
– ¡Lo he perdido! ― pensó.
La puerta izquierda del estante se abrió de golpe y el Descuartizador saltó. La agarró del cabello y luego la levantó. La había jalado de este para que su cara estuviera mirando hacia arriba, cara a cara. Parecía como si su corazón fuera a estallar en su pecho y como si su miedo tuviera vida propia.
Con una voz gutural y grave, el descuartizador dijo: ― ¡Soy tu hombre del saco, cariño, y vas a hacer que me excite!
El Descuartizador comenzó su trabajo.
EL COMISARIO DEL CONDADO de Sardis, William "Billy" Napier, estacionó su coche en el aparcamiento de la Universidad Comunitaria Nathaniel Sardis. Ya habían llegado varios policías de la ciudad de Perry, el médico forense del condado y dos ambulancias con paramédicos. Todo lo que tenía que hacer era seguir las luces rojas y azules parpadeantes para encontrar la escena del crimen.
En el condado de Sardis (¡donde TÚ haces la magia!) se encuentra la sede llamada Perry. De las tres ciudades oficiales del condado de Sardis, Perry era la única que tenía fuerza policial. A pesar de esto, por decreto de los comisionados del condado, el comisario estaba a cargo de todas las fuerzas de orden dentro del condado, incluida la ciudad de Perry.
Billy estaba contento de permitir que el Departamento de Policía de Perry se encargase de la mayoría de las cosas dentro de los límites de la ciudad, pero un asesinato era demasiado grande para Godfrey Malcolm, el alcohólico Jefe de Policía.
Godfrey Malcolm era un vago ineficiente y borracho. A menudo daba órdenes contradictorias y luego no recordaba qué órdenes había dado. Además, usualmente les decía a los presos de la cárcel de su ciudad que lo llamaran "Dios", lo que era bastante pretencioso, aunque luego su ego creció lo suficiente como para encajar en el apodo.
Al policía alcohólico le irritaba tener que darle explicaciones a Napier, quien era un policía honesto y trataba a todos de forma justa, incluso a los prisioneros. Malcolm, por el contrario, extendía su mano para que los criminales le dieran el dinero que tenían o simplemente lo tomaba de sus carteras, bolsillos o monederos y luego los amenazaba si se atrevían a contar algo. De hecho, había rumores de que le daba palizas a los reclusos en la noche, pero ninguno de ellos había presentado cargos o admitido que Malcolm tuviera algo que ver con aquello.
Algunos le mencionaron algo… a Billy. Aunque, como la naturaleza del dinero es efímera, Billy no pudo encontrar ninguna prueba más que la palabra de la persona que presentaba la denuncia. Cualquier roca que estuviera sobre el lugar donde Malcolm había enterrado su tesoro robado, aún no se revelaba al mundo, pero Billy era un hombre paciente. Como la ciudad de Perry había contratado a Malcolm, Billy no podía despedirlo y eso lo enfadaba. No había nada que odiara más que un policía deshonesto, violento y borracho.
Billy no vio el coche de Malcolm estacionado en el campus. «Seguro que estaba durmiendo en alguna parte».
Salió de su coche, se ajustó el cinturón que sostenía su arma y cerró la puerta con llave. «Debo ser cuidadoso, los malditos ladrones están por todas partes».
Posteriormente, caminó hacia la puerta de la entrada en la que se encontraban dos policías.
–Buenos días, muchachos―dijo el comisario mientras asentía con la cabeza.
–Buenos días― dijeron los dos policías, casi al unísono.
Uno de ellos le abrió la puerta a Billy.
–Gracias― dijo el comisario mientras entraba al edificio.
A medida que Billy caminaba por el largo pasillo, notó lo huecos que sonaban sus pasos y, al aproximarse a la escena, el sonido de las voces los superó. Otros dos policías estaban haciendo guardia fuera del laboratorio de biología.
–Buenos días, comisario―dijo un policía y el otro asintió con la cabeza en señal de saludo.
–Buenos días―respondió Billy.
Se detuvo justo frente a la puerta.
– ¿Es muy malo?
El policía asintió con la cabeza.
–Así es, el Descuartizador de Sardis hizo otro picadillo.
– ¡Eh, nada de eso! No quiero que la prensa se entere de algún apodo, ¡especialmente si viene de las fuerzas de orden! ¿Copiado?
El policía de manera silenciosa hizo un gesto de aprobación y el otro dijo tímidamente: ―Sí, comisario.
– Gracias.
Billy entró al laboratorio de biología.
La escena que percibió fue grotesca y con una especie de ordenanza. A la víctima la habían atravesado con una serie de ganchos para abrigos que estaban fijados en una pared. Habían extendido sus manos y las atravesaron con estos ganchos, al igual que como atravesaron sus pies con un pitón para escalar en la pared de ladrillos. Los pies de la víctima estaban desnudos y atravesados uno sobre otro, de modo que se asemejaba a una crucifixión. A su vez, habían pegado la cabeza de la víctima en la pared con una cinta adhesiva que rodeaba su frente. Le habían pegado espinas o, las habían adherido de otra manera, a la cinta adhesiva, lo que realzaba aún más la imagen de la crucifixión.
Su garganta estaba cortada y era evidente que lo habían hecho en el otro extremo de la sala, junto a un estante de dos puertas, a pesar de que la cantidad de sangre frente a estas no era mucha. Además, parecía que luego de atravesar a la víctima con los ganchos de los abrigos, su estómago y la cavidad torácica se habían abierto. Sus órganos internos estaban en el suelo en forma circular y sus intestinos dibujaban la forma de un corazón alrededor de sus órganos. Sobre su cabeza, en la pared, se observaban las palabras: ―Soi tú ombre del saco―. Las palabras mal escritas y las faltas gramaticales aparentemente se habían escrito con la sangre de la víctima, quien había perdido tanta sangre que su cuerpo se veía gris como un fantasma. El corazón, por otro lado, había desaparecido.
Ted Baker, el fotógrafo que trabajaba para el médico forense del condado de Sardis, también había trabajado como fotógrafo de plantilla para el centinela del condado de Sardis. Billy le había advertido hace tiempo sobre su trabajo doble.
–Teddy, si vas a hacer ambos trabajos, tendrás que aprender a mantener la boca cerrada de vez en cuando. El hecho de que tomes fotos policiales y fotografías para el periódico del condado no significa que tengas exclusivas. La mayoría de las veces no será un problema, pero de vez en cuando tendrás acceso a cierta información que no estará destinada al público en general… hasta que yo lo diga. ¿Trato hecho?
–Trato hecho― respondió. Ted mantuvo en secreto su intención de querer romper el trato, especialmente si eso significaba que podría continuar con su carrera periodística.
Ahora estaba tomando fotos de la escena del crimen, mientras que Kenneth Pirtle, el médico forense, le indicaba a Baker los ángulos que quería. El equipo forense esperaba que Pirtle diera el visto bueno, pero Billy no confiaba mucho en ellos. Este era el tercer asesinato que se atribuía al Descuartizador y el comisario aún no tenía ninguna evidencia que fuera útil. En los tres asesinatos, habían exhibido a cada una de las víctimas de la misma manera, con los órganos en el centro y los intestinos colocados en forma de corazón a su alrededor. Asimismo, la sangre de cada víctima se había drenado casi por completo y sus corazones habían desaparecido.
Conjuntamente, en los tres asesinatos se escribieron las mismas faltas de ortografía con la sangre de la víctima en la pared.
Billy se preguntaba si las faltas ortográficas eran intencionales.
Llamó a Pirtle: ― ¡Hola, Kenny!
Saludó al comisario con un gesto mientras le decía al fotógrafo los últimos ángulos que quería para las fotos de la escena del crimen. Cuando terminó de explicárselo, Pirtle se acercó a Billy.
– Bastante macabro, Billy ― dijo Pirtle.
– Supongo que aún no tienes nada para mí.
– Así es, Billy, tenemos una gran bolsa llena de nada para ti. No encontramos ADN, ni pelo, ni piel bajo las uñas de la víctima, ni nada. Tal vez el laboratorio encuentre algo, pero si es como las dos últimas veces…
Pirtle se encogió de hombros.
Billy sacudió la cabeza con los labios apretados.
– Kenny, tienes que encontrar algo que me pueda servir. Se correrá la voz y la gente empezará a querer mi cabeza si no averiguo quién está haciendo esto.
– ¿Crees que no lo sé? No hemos encontrado nada a nivel forense que te podamos dar y me refiero a nada en absoluto. Incluso traje a la gente del laboratorio estatal y aun así no hemos tenido suerte.
Sacudió su cabeza con disgusto.
–Es como si el asesino fuera un fantasma o algo así.
Billy mantuvo su boca cerrada. Sabía muy bien que se podía tratar de algo mágico o sobrenatural; sin embargo, mantenía sus opciones abiertas y su boca cerrada.
Él había visto de primera mano lo que sucedía cuando la magia se involucraba y no siempre era algo bonito. Mary, su hijastra, y Carol Grace, la hijastra de su mejor amigo Alan, tenían un tipo de poder místico. Alan se había casado con Katie Ballantine Montgomery, quien era una bruja descendiente de la familia Sardis. Además, la tía abuela de Katie, Margo Sardis, era una bruja igualmente poderosa. De hecho, una vez Katie le contó a Alan que Margo había realizado un hechizo para invocar al viejo Ricky Jackson y que ese hechizo invocó a un sabueso del infierno. El pentagrama que retenía al sabueso se había roto accidentalmente, por ende, este se soltó y dejó una puerta abierta al infierno. Según lo que Margo le había contado a Katie, muchos habitantes del infierno pasaron por esa puerta y ahora tienen sus hogares en el condado de Sardis, aunque nunca nadie vio al viejo Ricky Jackson desde entonces.
Billy había visto a Mary y Carol Grace unir sus poderes contra los bandidos de la familia criminal de Giambini cuando invadieron la granja de Junior Ballantine. Fue en ese momento en el que quedó asombrado de ver que tales cosas existieran en este mundo… y que nadie lo supiera.
De todos modos, nadie lo creería, pero Billy sí lo creyó.
Lo creyó por mucho tiempo. Tenía que hacerlo, ya que vivía con ello.
Phoebe había insistido en que Mary aprendiera las enseñanzas de Margo Sardis sobre cómo controlar la magia que habitaba dentro de su hijastra y dentro de Carol Grace Montgomery y Bill no podría estar en desacuerdo. La chica necesitaba saber cómo mantener la magia dentro de ella.
Ahora parecía que quizás estaba viviendo otra vez con la magia… Esta vez en su trabajo, lo que no era bueno, no esta vez. La gente estaba muriendo, gente honesta que no merecía ese tipo de muerte.
Mientras sus pensamientos brincaban de una cosa a la otra, Billy se dio cuenta de que podía llamar a Alan y pedirle que viniera. Lo necesitaba.
― ¡CAROL GRACE! ¡VAS a perder el autobús, jovencita!
– ¡Sí, mamá!
– ¡Baja aquí, jovencita!
Alan se sentó en la mesa de la cocina y sonrió ante la frustración de su nueva esposa.
–Tan segura como que mi nombre es Katie Blake, ¡voy a castigar a esa chica si tenemos que llevarla a la escuela una vez más este mes!
–Katie Blake. Me encanta el sonido de ese nombre― dijo Alan con una sonrisa.
– ¿Dónde lo conseguiste, Katie?
Ella sonrió mientras miraba a su marido.
–Un policía me lo dio. Dijo que no se estaba usando apropiadamente y quería ver si yo podía cuidarlo.
Se sentó en su lugar de la mesa.
–Hmmm… ¿y lo estás cuidando bien?
Katie sonrió burlonamente.
–No he tenido ninguna queja todavía.
Alan se inclinó hacia la cara de Katie.
–Ni una sola―.
Comenzó a besarla.
Cuando sus lenguas se tocaron, pudo probar un ligero sabor del diminuto trozo de tocino que Katie había masticado mientras cocinaba y, además, probó el sabor a menta de la pasta de dientes. Principalmente, disfrutó saborear a Katie hasta que perdieron la noción del tiempo.
–Oh, Dios mío, ¿pueden dejar de besarse en la cocina? ¡Es tan asqueroso!
Alan se alejó y miró a Katie a los ojos otra vez.
– Bueno, tal vez solo una vez…― le echó un vistazo a Carol Grace.
El padre de Carol Grace, Mark Montgomery, había fallecido hace varios años de un aneurisma cerebral y había dejado un seguro de dinero. Katie destinó este seguro y el interés a la crianza de Carol Grace; no obstante, cuando la compañía en la que trabajaba Katie la despidió, su mente se fijó en la granja que le había dejado su abuela Nebbie Ballantine. Su abuelo se llamaba Arthur "Junior" Ballantine, así que la granja recibió tal nombre en su honor. Katie se había preocupado de la granja de Junior todos estos años y había pagado todos los impuestos, así que era suya, libre de todo. Por consiguiente, cuando ocurrió el despido, Katie empacó sus cosas y las de Carol Grace y se mudó al condado de Sardis.
Después de la mudanza, Alan Blake, el antiguo mariscal de campo de la escuela secundaria de Katie, también se había mudado al condado, aunque lo suyo era un caso urgente. Era policía en la ciudad y había arrestado al hombre que se encargaba de las partidas de póker ilegales de la familia criminal de Giambini, Moses Turley, y a sus hombres por intentar asesinarlo a él y a otro policía. Mickey Giambini no quería tener ningún vínculo con él en el juicio, así que envió a Turley y a sus hombres a buscar a ambos policías para luego matarlos. Los hombres de Giambini encontraron al compañero de Alan, James Winstead, y lo mataron… pero no antes de que el hombre les dijera a los criminales que podrían encontrar a Alan en el condado de Sardis.
El viejo amigo de Alan, el comisario Billy Napier, también había estado en el equipo de fútbol americano de la escuela secundaria en Perry y había convencido a Katie para que le diera a Alan un lugar donde esconderse a cambio de trabajar como granjero.
Mientras tanto, Katie había conocido a la anciana bruja, Margo Sardis. Ella decía que Katie y Carol Grace eran descendientes de la familia Sardis y que tenían magia dentro de ellas. Con el tiempo, Katie comenzó a aprender a usar su magia.
Carol Grace también mostraba señales de poderes mágicos florecientes y estos se multiplicaban cuando estaba cerca de Mary Smalls, su mejor amiga y compañera de escuela. Aparentemente, Mary también tenía magia dentro de ella… pero nadie sabía de dónde venía, ya que su madre, la vieja amiga de la escuela de Katie, Phoebe Smalls, no poseía estos poderes… y nadie, ni siquiera Phoebe, tenía la mínima idea de quién era el padre de Mary.
Phoebe era una alcohólica en recuperación.
KATIE Y ALAN SE ENAMORARON profundamente y juntos hicieron reavivar el amor que alguna vez Billy Napier y Phoebe Smalls tuvieron.
Durante una reunión de las dos familias, Moses Turley aprovechó de tomar la granja en su poder, así que pasó a través de un túnel que se encontraba por debajo de esta. Carol Grace y Mary llegaron justo a tiempo para impedir que los criminales de Giambini asesinaran a Alan o a cualquier otra persona. Se tomaron de las manos instintivamente, parecía como si un poder de otro mundo se hubiera apoderado de ellas, así que utilizaron su magia mental y echaron a esos hombres malvados de la casa.
Los demonios habían estado esperando afuera para devorar a los cuatro criminales, además, la tierra se abrió y se tragó su auto. Tras lo sucedido, ambas chicas se desplomaron en el suelo, sin saber si se encontraban inconscientes o profundamente dormidas.
Al día siguiente, se celebró una boda doble, puesto que el comisario Napier y Phoebe Smalls habían decidido contraer matrimonio al igual que Katie y Alan.
Desde entonces, la anciana Margo Sardis había continuado enseñándole a Katie sobre su magia y también lo hizo con las otras dos chicas.
Sin embargo, Margo aún desconfiaba de ellas y prefería no hablarle de ello a Katie… pero, ella ya se había dado cuenta que algo le preocupaba. Katie había pensado preguntarle a su tía, aunque comprendió que Margo se lo contaría cuando estuviera lista… y no antes.
Alan ya había contactado a un abogado en Perry para adoptar a Carol Grace y claramente Katie había dado su consentimiento, ya que sabía lo mucho que Carol amaba a Alan y lo mucho que Alan amaba a la muchacha. Parecía lo correcto.
La audiencia de adopción sería a fin de mes, a tan solo una semana.
Katie observó a su hija: ― Señorita Carol Grace ¿qué lugar aprobaría para que su madre le dé un gran beso? Iré con Alan si esta decisión te hace feliz.
– ¡Ewww! ―Carol Grace puso huevos revueltos en su plato, los cubrió con un poco de mantequilla, pimienta y se llevó a la boca un trozo de tostada y dos rebanadas de tocino.
– ¿Tal vez en el corral de los cerdos? ― contestó riéndose.
– No lo creo ―Alan arrugó su nariz.
– Ahí huele tan mal como el armario de Carol Grace ―dijo mientras simulaba tener arcadas.
Pequeñita, la mascota Boston terrier que Billy Napier le había regalado a Carol Grace, bajó las escaleras de un salto, entró a la cocina, ladró una vez y la chica le tiró un pedazo de tocino.
Carol se devoró el desayuno, se limpió la boca con la servilleta, se levantó bruscamente y dijo: ―Tengo que irme, el autobús llegará en un minuto.
Besó la mejilla de su madre y la frente de Alan.
– ¡Nos vemos! ¡Los amo!
Desde la puerta trasera llamó a su mascota: ― ¡Adiós Pequeñita! ¡Sé una buena chica!
Pequeñita ladró como si hubiera entendido la orden de su dueña.
La puerta del porche trasero se cerró de golpe y Alan hizo un gesto de dolor.
–Tras su pronunciamiento, el heraldo real se marcha.
Katie se rio.
Alan acababa de tomar un gran bocado de huevos revueltos y tostadas cuando sonó su teléfono celular. Miró el registrador de llamadas y dijo: ―Es Billy― contestó la llamada.
– ¡Hola Bill! ¡Espero que Phoebe te haya preparado un desayuno tan bueno como el que me dio Katie!
–Alan, no creo que pueda desayunar ahora mismo. Escucha, necesito que te conectes.
Alan percibió el tono serio en la voz de su amigo e inmediatamente se conectó.
– ¿Otro más?
– Así es.
– ¿Dónde?
–En la Universidad Comunitaria.
–Estaré ahí en un momento.
–Gracias, viejo amigo.
Alan colgó la llamada.
Katie se había dado cuenta que Alan tenía que irse.
– ¿Es otro de esos asesinatos?
Alan miró a su esposa a los ojos.
–Sí. Debe ser bastante grave.
Billy sonaba molesto.
Katie asintió con su cabeza y sintió un escalofrío en todo su cuerpo.
–Está bien, anda, pero ten cuidado.
Alan iba a comer otro bocado de huevos, pero cambió de opinión.
–Mejor que no. Si se le revuelve el estómago a Bill, probablemente se me revuelva a mí también.
Se levantó de la mesa para ir a colocarse su uniforme y, en cuanto se volteó, vio a una anciana parada atrás de él. Saltó del susto y gritó: ― ¡Ahhh!
Katie comenzó a reírse fuertemente.
Alan puso su mano en su pecho mientras apoyaba la otra en el respaldo de la silla.
–Por Dios, tía Margo, ¿tenía que acercarse a hurtadillas?
La anciana se reía a carcajadas.
–No me acerqué a hurtadillas, Alan. Acabo de entrar por la puerta trasera. Quizás no hice mucho ruido.
Katie, todavía riéndose, dijo: ―Lo hizo, yo la vi entrar.
Alan, mientras continuaba sacudiendo su cabeza de nerviosismo, extendió sus brazos y abrazó a la anciana bruja.
–Buenos días a ti también, tía Margo― la soltó de sus brazos.
– Ahora, si estas dos brujas maravillosas me disculpan, tengo que ir a ayudar a Billy a atrapar al asesino.
– ¿Asesino? ― Margo preguntó de manera abrupta.
– ¿Ocurrió otro caso? ― Alan asintió.
–Así es, dama.
Los ojos de la mujer se entrecerraron.
–Debes tener cuidado, Alan Blake. Puede que no se trate de un asesino humano.
Alan se detuvo en la puerta que lleva a la sala de estar y a las escaleras.
– ¿Sabes si eso es cierto, tía Margo?
La anciana sacudió la cabeza.
–No lo sé, pero he intentado averiguarlo. Si descubro algo, te lo haré saber enseguida.
Alan asintió.
–Por favor, hágalo. Tenemos que detener esto rápido.
Empezó a subir las escaleras, se detuvo y volvió a la cocina.
– ¿Margo?
La anciana lo miró.
– ¿Tienes alguna idea de cuántas criaturas del infierno entraron por esa puerta abierta de la que nos hablaste?
El rostro de Margo se suavizó y Alan creyó ver un pequeño indicio de miedo. Sacudió la cabeza y dijo: ―Que Dios me ayude, Alan, no lo sé. Podrían haber sido unos pocos o podrían haber sido cientos. Simplemente no lo sé.
Alan le echó un vistazo a Katie y luego miró a Margo.
–Me sentiría mejor si se quedara aquí con nosotros, tía Margo. Es mejor a que esté sola en el bosque, aunque su casa esté camuflada con espejos. Al menos, tendría la sensación de que estaría más segura.
Margo abrió la boca para rechazar cortésmente la oferta, pero se detuvo. Finalmente, dijo: ―Lo voy a pensar, sobre todo si la oferta es de corazón.
Alan miró a la anciana a los ojos.
–Lo es, por favor quédese. Bueno, ahora debo irme― les dijo a ambas.
Capítulo 2
Algunas mañanas a Phoebe Smalls Napier le resultaba muy difícil mantener a los niños en movimiento para poder sacarlos a todos de forma segura y así ella poder llegar a tiempo a su turno como cajera en Mackie’s.
Cuando Phoebe y Billy se casaron, Billy intentó que ella dejara el trabajo de cajera, ya que, como comisario, Billy ganaba el dinero suficiente para mantener a la familia alimentada, vestida y con una casa donde vivir. Además, su actividad paralela de criar Boston Terriers le daba dinero extra, es decir, era más que suficiente para mantener a la familia.
No obstante, Phoebe se negó a dejar el trabajo y le explicó a Billy que no se trataba de dinero.
–Bill, trabajar me mantiene sana y cuerda. Si no tuviera ese trabajo, ¿qué haría conmigo misma todos los días que tú estás en el trabajo y los niños en la escuela? Tendría todas esas horas libres… y una alcohólica en recuperación no necesita tiempo para estar a solas con sus pensamientos. Muy a menudo, eso es lo que hace volver a beber alcohol.
Abrazó a su marido.
–Así que, en lugar de caer en tentación, trabajaré en Mackie's. Esto me mantendrá con los pies en la tierra y estaré en la ciudad por si alguna vez me necesitas.
Billy estuvo de acuerdo con ella, pero de mala gana.
A pesar de esto, Billy ya había hablado con Martin Mackie, el nieto del fundador del local, para pedirle que Phoebe no trabara los fines de semana y solo tuviera turnos de día. Martín había aceptado y todos estaban felices. Aunque en una mañana de un día de la semana todo se volvió la ley de la selva y, cuando eso ocurrió, nadie más estuvo feliz.
– ¡Pam! ¡Cuelga el teléfono y ayúdame con los pequeños! ― Phoebe estaba intentando cocinarle un par de huevos a Mary.
Pamela, la hija mayor de Phoebe, estaba en el último año de escuela secundaria en Perry. Su cabello era castaño y tenía algunos reflejos rubios, sus ojos eran azules, casi como el hielo azul y sus labios no eran ni tan gruesos ni tan delgados. Era una joven muy bonita a sus 18 años y el parecido entre Pamela y su hermana Mary era sorprendente. Era casi como si Mary fuera un mini Pamela y ya mucha gente se los había comentado.
Mary era la segunda hermana y tenía 13 años, Catherine era la tercera hermana y tenía 10 años y también se parecía a su madre y a sus otras hermanas, aunque se notaban algunas diferencias en sus rasgos, lo que hacía pensar que tenía un padre diferente.
Por último, Derek tenía tan solo 8 años y se parecía un poco a su madre y su hermana Catherine.
Catherine y Derek llamaban “Papi” a un hombre que había sido la pareja de Phoebe en ese entonces, su nombre era John Clark y era el líder de un laboratorio de metanfetaminas. John había estado en este laboratorio al otro lado de la ciudad y había probado algunos de los productos que él y su hermano acababan de cocinar. Estas sustancias habían resultado demasiado fuertes, de modo que ambos hermanos murieron casi instantáneamente de una sobredosis o eso se rumoreaba.
Billy no había dirigido la investigación esa vez, ya que se encontraba de vacaciones. Por lo tanto, el fallecimiento de los dos había quedado a disposición de la jurisdicción de la ciudad, es decir, Godfrey Malcolm estaba a cargo del caso.
De todas formas, sus muertes se podrían deber a cualquier cosa.
Las dos niñas mayores no sabían quiénes eran sus padres y Phoebe tampoco lo sabía, puesto que cuando las concibió se había desmayado por beber demasiado…o por ingerir muchos “ludes”, una droga recreativa, o a causa de cualquier otra sustancia. Por esta razón, no podía recordar y en realidad tampoco era algo muy importante. En el caso de Pam, la concibió cuando se encontraba en su último año de secundaria y a pesar de las diarias y acaloradas discusiones con su madre, Phoebe ganó cada una de ellas y se quedó con su bebé.
En el caso de Mary, la concibió cinco años después.
Los dos embarazos habían ocurrido de manera idéntica y, aunque una tenía 5 años más, sus cumpleaños solo tenían algunos días de diferencia.
Además, Mary había heredado la magia.
Por un lado, se encontraba Mary que cuando estaba con Carol Grace Montgomery poseía una magia poderosa.
Por otro lado, se encontraba Pam que no tenía absolutamente nada de magia o al menos eso era lo que Phoebe sabía.
A veces, cuando Phoebe pensaba en ello detenidamente, le parecía que las dos concepciones habían sido demasiado parecidas con solo cinco años de diferencia, algo así como si Mary fuera una segunda copia o como si la hubieran rebobinado.
Si eso fuera cierto, significaría que alguien… o algo… la había violado dos veces para intentar crear a niños mágicamente superdotados.
Eso indicaba que por alguna razón la eligieron para ser el recipiente de una niña mágica.
Pensar en ello la había asustado hasta la médula, pero tenía otros dos miedos que la asustaban aún más. Uno de ellos era tener que dejar a los cuatro niños en el autobús escolar y el otro el Descuartizador de Sardis.
Billy no le había contado mucho a Phoebe sobre los asesinatos y si bien ella sabía que él no quería preocuparla, la gente comenzaba a comentar.
Además, era común que las especulaciones se desataran en los pueblos pequeños y ella trabajaba en el centro de los chismes. Su cargo como cajera en Mackie's le permitía escuchar todo tipo de cosas.
Algunos decían que el asesino era el viejo Ricky Jackson, el hombre que llevaba algún tiempo desaparecido y cuya casa se había quemado. Otros mencionaban que era Margo Sardis, lo que claramente Phoebe sabía que no era cierto y, el resto, rumoreaba que se podría tratar de demonios, lo que en este caso sí lo consideraba como una posibilidad.
La persona o cosa que fuera el asesino tenía a Phoebe muy asustada. Temía por sus hijos, temía por Billy y Alan y temía por todos los que vivían en el condado de Sardis.
–Mamá, tengo que trabajar esta noche desde las cinco hasta las nueve.
Pam trabajaba en la tienda Big box, la cual no tenía clientes en el condado de Sardis o, mejor dicho, del condado de Sardis. Al menos, los visitantes del condado compraban allí con frecuencia, principalmente para cambiar su rutina, ya que en sus lugares de residencia compraban en las tiendas cuyos nombres terminan con “mart”.
A pesar de que la tienda Big box rebajaba todo, desde los comestibles hasta la ferretería y los neumáticos con precios mucho más bajos que sus competidores locales, no podían atraer a sus propios lugareños. Los trabajadores de la tienda pasaban el tiempo limpiando el polvo y empujando las cosas de un lado a otro, así que a nadie le molestaría realmente trabajar ahí. De hecho, cualquiera estaría feliz de tomar su salario por hacer prácticamente nada****
–Le diré a Billy que te pase a buscar a las nueve— dijo Phoebe, mientras colocaba los huevos de Mary en un plato.
–Le puedo decir a Jeff que me traiga a casa.
–Me sentiré mejor si Billy lo hace, cariño. No significa que piense mal de Jeff, pero hasta que Billy no atrape a este asesino, prefiero que lo esperes.
Phoebe miró a su hija mayor.
–Complazca a esta pobre anciana, por favor.
Pam sonrió.
–Está bien, mamá. Dile a Billy que lo estaré esperando al frente a las nueve.
Mary se llevó un gran pedazo de huevo a la boca y dijo: —Y no olvides que voy a ir a casa de Carol Grace esta tarde después de la escuela, la tía Margo no va a enseñar más lecciones.
–No hables con la boca llena Mary. Llámame cuando llegues, ¿de acuerdo? Y dile a Katie que haremos algo este fin de semana.
–Sí, señora.
–¿Mamá? – dijo Derek.
–¿Sí, bebé?
–¿Catherine y yo iremos a casa de la abuela después de la escuela?
–Sí, muchachito, van a ir.
Pam le dio un codazo a los dos pequeños que terminaban de comer.
– ¡Vamos, mocosos! Salgamos y esperemos el autobús.
Mary se metió el último pedazo de sus huevos en la boca y dijo:
–¡Oigan! ¡Espérenme!
–Tengan cuidado— les dijo Phoebe.
–¡Los amo! ¡Mary, no hables con la boca llena!
Phoebe la descubrió hablando con la boca llena frente a la puerta principal que se encontraba cerrada. Los niños ya se habían ido.
Tuvo una sensación de recelo en su mente mientras se freía un huevo para tomar desayuno. Comió en silencio y cuando terminó, puso su plato en el fregadero, recogió su bolso, sus llaves y se fue a trabajar.
MIENTRAS ALAN CONDUCÍA por su camino hacia la Universidad Comunitaria de Perry, pasó por lo que parecía ser una enorme obra en construcción. Observó varios equipos de movimiento de tierra, tales como excavadoras, grúas, volquetes y también a algunos hombres con cascos de seguridad que se encontraban en el sitio de ocho hectáreas. Parecía como si estuvieran cavando un enorme orificio en el suelo o como si ya lo hubieran finalizado. No podía distinguirlo con claridad debido a que se encontraba conduciendo.
«Interesante. Esto es nuevo. Pasé por aquí hace tres días y no había nada más que un campo allí. Me pregunto qué será …».
Hizo una nota mental para preguntarle a Billy más tarde. Tal vez el comisario sabría algo al respecto.
Sea lo que sea, parecía ocupar una enorme superficie del campo y dado que había algunos árboles situados a lo largo de la carretera, el lugar de trabajo solo era visible desde una pequeña zona, la cual se utilizaba como entrada y salida del campo.
A medida que Alan se alejaba, volvió a pensar en los asesinatos.
«Tenemos que capturarlo. Espero que no sea una amenaza para ninguno de nosotros esta vez, no quiero que se repita la noche en que Moses Turley irrumpió en la granja. No sé qué poder poseen las chicas o si el poder las posee a ellas, pero no quiero arriesgarme a desatarlo de nuevo».
CLIFF ANDERSON, TODOS los días abría su oficina de bienes raíces puntualmente a las ocho de la mañana y hoy no era la excepción.
Él poseía y administraba la empresa Subastas Inmobiliarias Anderson (¡La MEJOR del condado de Sardis!) exponía el cartel que resaltaba sobre la puerta. Asimismo, dirigía a su personal de diez personas que, a excepción de su secretaria, ninguno llegaba antes de las nueve. Cliff disfrutaba del tiempo a solas por las mañanas y le gustaba realizar acuerdos con los compradores de propiedades madrugadores que a veces llegaban antes de las nueve.
Arlene Looper, su secretaria, trabajaba con él desde hace quince años y era muy buena en su trabajo. Ella llegaba antes de las ocho de la mañana para preparar el café y organizar su día.
Cliff vigilaba de cerca las piernas de Arlene. Tenía unas piernas armoniosas y soñaba con un día tenerlas enrolladas alrededor de su cintura. De vez en cuando, le echaba un vistazo a su busto, pero su mayor sueño era tener sus piernas alrededor de su cintura. Había soñado con eso cada día que Arlene asistía al trabajo, pero solo había una cosa que le había impedido perseguir ese sueño y no era precisamente el miedo a recibir una denuncia por acoso sexual o por comportarse de una manera totalmente inaceptable en el lugar de trabajo.
Arlene vivía en London, un pueblo que se localizaba más al sur del condado de Sardis.
Cliff le tenía un miedo terrible a Londres y no había nada que pudiera hacer para poner un pie en el lugar. Algo en ese pueblo de los agujeros en la carretera le asustaba muchísimo. Podía sentir cómo su respiración se aceleraba al acercarse al pequeño pueblo y se le ponía la piel de gallina. Una vez que pasaba la señalización de los límites de la ciudad sus pelos se elevaban y comenzaba a sudar abundantemente, un sudor maloliente provocado por el nerviosismo. Cliff finalmente se había dado cuenta de que nunca más iría a Londres por voluntad propia, sin importar lo que pasara, así que cualquier acuerdo de propiedad inmobiliaria que tuviera que realizar en Londres se lo delegaría a alguno de sus empleados.
El hecho de ir a Londres a buscar a Arlene para una cita o para después ir dejarla a su casa no era una idea para nada entretenida en la cabeza de Cliff.
No había ninguna señal de que Arlene supiera sobre el deseo que su jefe sentía.
Sin embargo …
algunas veces cuando él no la observaba, ella sí lo hacía con una gran sonrisa, como si se divirtiera … o lo considerara su presa.
Aparecía un brillo amarillento en su iris… un brillo amarillento como el de un animal.
Esta mañana, antes de que Cliff se sentara en su escritorio para realizar su ritual de miradas y perderse en el tiempo observando la manera sigilosa con la que caminaba Arlene, el timbre de la puerta principal sonó y una cliente entró.
La chica era bajita, rubia, bonita y tenía algunas pecas en el puente de su nariz que asemejaban a un ligero puñado de polvo.
Cliff se dio vuelta desde donde se encontraba la cafetera y con una sonrisa en su rostro se dirigió a la mujer.
–¡Buenos días!, me llamo Cliff Anderson. ¿En qué la puedo ayudar?
Cliff esperaba que la joven preguntara por el alquiler de un departamento o quizás una casa poco costosa que pudiera alquilar por un par de semanas. Nunca la había visto antes, así que creía que era una empleada de la tienda Big box.
Cuando ella le dijo lo que estaba buscando, la curiosidad de Cliff se disparó.
–Hola. Estoy buscando una granja que tenga al menos 40 hectáreas de pasto, una gran casa y un granero. Muy pronto enviaré un ganado desde la ciudad de Carson, Nevada, así que necesito un hogar para ellos. Pagaré en efectivo, si eso ayuda a acelerar el proceso
Por su bien, Cliff evitó que su barbilla se le cayera hasta el piso.
—ESTO ES MUY GRAVE—DIJO Alan.
Intentaba mantener el desayuno en su estómago mientras inspeccionaba la escena del crimen.
Billy asintió.
–¿Alguna vez viste algo tan terrible en la ciudad?
Alan pensó un instante y luego afirmó con su cabeza.
–Una vez ayudé a limpiar una granja que había ocupado Esteban Fernández. A pesar de que esta se había quemado, encontraron dos cuerpos que pertenecían a los agentes de la Administración para el Control de Drogas. Los habían hecho picadillos. Pensamos que Fernández los había asesinado, así que los federales tuvieron que tomar medidas drásticas. La escena era bastante terrorífica.
No se había removido nada. Billy quería que Alan examinara toda la evidencia en el momento y no solo con las fotos, puesto que creía que había algo que estaban pasando por alto.
Alan respiró profundamente tres veces para poder calmarse. Comenzó a estudiar todo lo relacionado con la escena y, de forma metódica, analizó todo antes de moverse. Cuando se sintió preparado, se colocó unos cobertores desechables de papel en los zapatos para no contaminar ninguna prueba microscópica. Poco a poco se acercó a los restos de la joven. Estudió la posición de cada órgano y cómo sus intestinos dibujaban la forma del corazón de San Valentín. Se detuvo para estudiarlo cuidadosamente y luego regresó para hablar con Billy.
–No hay ninguna ruptura en los intestinos. ¿Te diste cuenta?
Billy sacudió la cabeza.
–No.
–Mira.
Alan señaló la parte de los intestinos.
–Aquí es donde el intestino se desconectó del estómago.
Apuntó a la parte del intestino que estaba junto a la primera parte.
–Y esta es la parte que se separó del intestino—miró al forense.
–¿Tengo razón?
El forense asintió.
–Entonces, no hubo ningún desgarro. No hay ninguna separación ni tampoco hay torsión.
Billy estaba confundido.
–¿Entonces?
Alan lo miró.
–Significa que quien hizo esto sacó los intestinos paso a paso y dibujó el corazón a medida que avanzaban. Los intestinos no se enredaron ni se rasgaron o cortaron. Esto requirió una gran concentración o suerte, además de tiempo. Incluso las dos mitades del corazón son idénticas, lo que debe haber sido bastante difícil de realizar.
–¿Qué piensas del patrón de los órganos?
Alan los había estudiado durante cierto tiempo.
Movió la cabeza.
–No tengo ni idea, Billy.
–Bien, ¿quién demonios decidió no llamarme en un maldito caso de asesinato? —gritó una voz desde la puerta.
Tanto Billy como Alan se voltearon para quien acababa de llegar.
Era Godfrey Malcolm, el jefe de policía de Perry.
–¡Alto ahí, idiota! ¡Si te vas a acercar ponte un cobertor de papel en las botas!
–¿Para qué carajo? —gritó Malcolm.
–¡Para que no contamines la escena del crimen! ¿Cómo conseguiste este trabajo? ¿Chupándosela a los miembros del Consejo Municipal?
Malcolm miró al comisario, pero no dijo nada. Sus ojos estaban muy enrojecidos y su nariz era de un rojo brillante por beber alcohol tan a menudo.
Malcolm se apoyó borracho en el marco de la puerta y apenas mantenía el equilibrio para colocarse los cobertores de papel, pero, finalmente cuando lo consiguió, entró al lugar.
Cuando el jefe de policía vio la escena del crimen vomitó todo el suelo.
Capítulo 3
—¿Crees que después de esto el Consejo Municipal lo despida?
Alan se sentó en la oficina de Billy mientras le hacía la pregunta.
–¡Por dios, seguro que sí, eso espero!
Luego de que Malcolm vomitara en la escena del crimen, Billy lo arrestó por el cargo de ebriedad en público, de modo que lo hizo pasar por todo el procedimiento de arresto. Inclusive lo hizo pasar por el registro de cavidad corporal… en caso de que Malcolm estuviera involucrado en algún contrabando de drogas, por supuesto.
El hombre, por su parte, estaba arrepentido, ya que sabía que había arruinado la escena del crimen… Bueno, lo estaba hasta que llegó el momento de registro de cavidad.
–¡Nadie me va a meter una cosa en el culo! – gritó Malcolm.
Varios ayudantes sostuvieron al enfadado Jefe de Policía y el encargado pudo llevar a cabo el examen con gran entusiasmo.
Posteriormente, el comisario ordenó que lo encerraran en una celda privada.
Billy le dijo: —¡Más vale que te alegres de que te ponga en una celda privada en vez de en una llena de gente! ¡Ahora, cállate y acuéstate en el catre!
Un Godfrey Malcolm manso y sumiso se sentó en el catre de la celda.
–¿Cuánto tiempo planeas dejarlo ahí, Billy?
Alan estaba sonriendo.
–¡Diez años!
Billy estaba furioso.
Alan se reía a carcajadas.
Billy miró a su viejo amigo y también empezó a reírse.
–Ay, mierda, probablemente solo veinticuatro horas, pero sí o sí presentaré cargos. Su nivel de alcohol en la sangre era de 0, 12 y eso en cualquier ciudad significa estar borracho.
—KATIE, QUIERO QUE TÚ y yo intentemos contactar con algunas… otras inteligencias. Necesitamos saber si se trata de un asesino sobrenatural o humano.
Margo Sardis estaba sentada en la mesa de la cocina de Kate. Su bastón con punta de plata estaba apoyado firmemente entre sus piernas anchas y sus manos arrugadas reposaban encima de este.
Mientras Katie colocaba un pastel de fresa en el horno, observó a su tía.
Margo Sardis era la tía abuela de Katie Ballantine Blake y la hermana de Margo había sido la tatarabuela de Katie. Esto convertía a Katie en una Sardis… y, por ende, en una bruja, al igual que su hija Carol Grace. La mujer había descubierto este hecho recientemente y la anciana estaba encantada de compartir por fin su conocimiento con los miembros de la familia que le darían un buen uso a la magia.
–Las brujas no son ni buenas ni malas—le había dicho Margo una vez.
–Conozco a Dios y también a su némesis. Soy sencillamente… una bruja. Ni más ni menos. Las brujas se basan en sus personalidades… como todos los demás.
Cuando Margo dijo que necesitaban contactar con otras "inteligencias", Katie no estaba segura si se refería a buenas… o malas.
–¿Qué otras inteligencias, tía?
La boca de Margo se convirtió en una línea sombría.
–Ambas, buenas y malas.
Katie se volteó para mirar a Margo.
–Está segura?
Margó asintió con la cabeza.
–Y puede que tengamos que preguntarles… a ellas.
Katie parecía sorprendida.
–¿Está segura de que deberíamos?
–Solo si es estrictamente necesario. No quiero despertar a esa cosa particular a menos que debamos hacerlo, así que sigue siendo una posibilidad, Katie.
Margo movió su cabeza con un gesto de desagrado.
–Si tan solo no le hubiera dado a Ricky Jackson lo que había pedido… Si tan solo le hubiera dado lo que yo sabía que quería en realidad. De ese modo, la puerta al infierno nunca se hubiera abierto.
Katie se aproximó a la mesa y se sentó. Colocó una taza de café en frente de cada uno de ellos.
–No me dijiste que las cosas del infierno a menudo se dirigen a nuestro plano de existencia? ¿No hubieran llegado acá de todas maneras?
Margo sacudió la cabeza.
–Sí, querida sobrina, lo hacen, pero no en tal cantidad. ¡Todavía no puedo creer que deje que el orgullo me cegara tanto!
Katie le dio una palmadita a la mano de la anciana.
–Tía, ya es agua bajo el puente. No hay nada que podamos hacer ahora.
Margo tenía una expresión de enojo y desagrado.
–Eso supongo.
Las dos mujeres se sentaron en silencio por un momento mientras bebían su café.
Con una ligera y ansiosa voz, Katie preguntó: —¿Tía, ¿qué necesito para que el hechizo llame a otras inteligencias?
Margó sonrió y le explicó.
PHOEBE YA LLEVABA TRABAJANDO una hora en su turno en Mackie's.
Los clientes eran pocos y no entraban con mucha frecuencia en esta mañana de día de la semana. Las cosas mejorarían más tarde, entretanto Phoebe había aprovechado ese tiempo para quitar el polvo de las cajas registradoras, almacenar las bolsas de compra y rellenar los estantes cerca de las líneas de pago.
Phoebe estaba tan inmersa en sus pensamientos mientras llenaba los estantes de dulces que el cliente que se acercaba a ella no llamaba su atención hasta que le hablaban en voz alta.
Sorprendida, Phoebe se dio la vuelta para ver a Tom Selleck en la fila de su caja.
–¡Oh, lo siento! ¡Me perdí en mis pensamientos y no te vi! – decía Phoebe mientras se apresuraba a su caja.
El hombre le sonrió generosamente con unos dientes que brillaban como cien vatios por lo blancos. Phoebe incluso pensó que había visto un destello de luz reflejado en ellos.
–No hay problema, no tengo prisa.
Comenzó a registrar sus compras.
–No te he visto antes acá o pasando por estos lugares.
El hombre sonrió.
–No, pero estoy planeando quedarme por un tiempo. De hecho, estoy buscando una casa de precio razonable que pueda comprar.
Phoebe, que continuaba registrando las compras dijo: —¡Oh, puedo ayudarte! Tenemos un asesor en la ciudad que dirige la Inmobiliaria Anderson. Está a un par de cuadras al este de la Plaza del Juzgado.
El hombre asintió.
–Gracias, quizás uno de los míos está allá ahora.
Phoebe les echó un vistazo a los números que de la pantalla.
–El total es 57,32 dólares, señor.
El hombre le dio tres billetes de 20 dólares y Phoebe contó el cambio. Cuando le entregó su cambio le dijo al hombre: —Gracias, señor. Espero que nos veamos pronto en Mackie's.
–Seguro que sí. ¡Gracias de nuevo! – el hombre recogió sus bolsas con una mano y con la otra se despidió.
Phoebe se preguntaba a sí misma quién sería ese hombre.
—¿LO TRAJISTE?
Mary Smalls casi saltaba de un lado a otro de la emoción.
Carol Grace Montgomery, que pronto sería Carol Grace Blake, asintió con la cabeza.
–Lo traje
–¡Ooooh, déjame ver!
Las chicas estaban en clases en la Escuela Secundaria de Perry. Ambas eran estudiantes de noveno grado y tenían trece años.
–No lo sé, Mary. Tal vez deberíamos esperar hasta el almuerzo.
–¡Oh, vamos, Carol Grace! – Mary casi se retorcía las manos de la emoción
Carol Grace pareció considerarlo y, entonces, se encogió de hombros.
–¿Por qué no? Probablemente no funciona de todos modos.
La joven adolescente metió la mano en su mochila que contenía libros y cuando la retiró, sacó un pequeño palo como del largo y el grosor de un palillo de tambor. Sin embargo, se parecía más a una clavija de madera que a un palillo, ya que ambos extremos eran lisos.
Mary miró el palo, casi como si la hubieran decepcionado.
–¿Eso es todo?
Carol Grace asintió.
–¿Esa es la varita que te dio tu tía Margo?
–Eso es todo.
–¿Puedo sostenerlo?
Carol le entregó la varita a Mary.
Los ojos de Mary se agrandaron al sentir un fuerte cosquilleo en sus manos y brazos.
–¡Wow! Esta cosa es capaz de dar una paliza, ¿no?
–Lo hace. Me asustó la primera vez que lo sostuve, pero la tía Margo dijo que reacciona a la magia dentro de ti. Dijo que es casi como una descarga eléctrica.
Mary asintió vigorosamente.
–¡Eso es lo que pensé al principio! ¡Sentí como si hubiera agarrado una cerca eléctrica!
Le daba vueltas a la varita mientras la observaba. Luego miró a Carol Grace y preguntó: —¿Qué deberíamos hacer con ella?
Miró a su amiga de forma exasperada.
–¡Nada! ¡Ay, Mary, nos vas a meter en problemas!
Mary sonrió astutamente.
–No tendríamos que hacer nada muy notorio… solo algo pequeño para ver si funciona.
Carol sacudió la cabeza.
–No, Mary, ¿recuerdas lo que pasó la última vez que usé magia en la escuela?
–Sí, pero no sabías que tenías magia en ese momento.
–No importa. Me sentí mal en ese entonces y me sentiré mal yendo en contra de lo que la tía nos dijo que hiciéramos.
Mary cruzó sus brazos, todavía sujetando la varita. Mientras lo hacía, envió un deseo sin que Carol Grace se diera cuenta.
Mary dijo en voz alta: —¡Eres irritante, Carol Grace! Abrió sus brazos y le devolvió la varita a Carol Grace.
La chica la guardó en su mochila.
–Lo sé… esa es la forma en que me hicieron, supongo.
Me pregunto si le di a Pam algún poder con ese deseo, pensó Mary para sí misma.
Las chicas se fueron a clases charlando todo el camino.
BILLY Y ALAN ACABABAN de sentarse en una mesa del restaurante Ethel’s. Billy levantó la vista justo cuando se sentaron y saludó a William Lewis, el agente literario residente de Perry.
«El hombre parece atormentado», «Como si no hubiera un mañana».
Ethel Hess, la dueña del restaurante, era una mujer arrugada y alegre de unos setenta años. A pesar de su edad podía servir una hilera de mesas más rápido que alguien con cincuenta años menos. Ahora se acercaba a su mesa. Colocó un vaso de agua helada y una servilleta enrollada con cubiertos delante de ambos hombres.
–¡Hola, Ethel! —dijo Billy.
–Recuerdas al inspector, ¿verdad?
Ethel cambió sus gafas para poder ver mejor a Alan.
–Hmmm… ¿no eras tú el mariscal de campo cuando Billy jugaba al fútbol?
Alan sonrió. —Sí, dama.
Ethel sonrió y apuntó a Alan.
–Eres Alan Blake, solías venir aquí a veces con una chica… no recuerdo su nombre, pero te casaste con Katie Ballantine, ¿cierto? ¿En la granja de Junior?
Alan asintió.
–Buena mujer, Alan. Debes de ser un buen hombre para haber cautivado el corazón de esa persona.
Intento serlo, dama.
Ethel sonrió.
–¿Qué puedo ofrecerles, caballeros?
Los hombres pidieron hamburguesas y porciones de papas fritas y Ethel se dirigió rápidamente a la cocina para encargar el pedido.
–Billy, seré honesto. Estos asesinatos me asustan y mucho.
Billy respiró profundamente.
–A mí también Alan.
Tomó un sorbo de agua.
–Sin embargo, no podemos dejar que nadie más sepa que estamos asustados.
La puerta de la cafetería se abrió y Billy le echó un vistazo al recién llegado. Era un joven con un traje de etiqueta y sus ojos recorrieron de manera breve la sala. Billy tenía la impresión de que el joven no se había perdido ni un solo detalle.
De repente, Billy tuvo una visión.
–Alan, ¿por qué crees que estaban los federales en Perry?
El hombre del traje se dirigió hacia ellos.
–¿Federales? – preguntó Alan.
–¿Aquí?
El hombre introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una pequeña billetera de cuero.
–¿Comisario Napier?
–Así es como me llaman.
Mostró sus credenciales.
–Soy Tory Masterson, soy parte del FBI.
Alan levantó las cejas mirando a Billy.
Billy extendió su mano y Tory también lo hizo para saludarse.
–Encantado de conocerlo, Agente Masterson. Estamos listos para almorzar… ¿Nos quiere acompañar?
Tory sonrió.
–No gracias, comisario, ya quedé de almorzar acá con algunas personas. Solo quería presentarme a usted, pues me asignaron al condado de Sardis.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/t-m-bilderback-22443265/soy-tu-hombre-del-saco/) на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.