Bajo Las Garras Verdes

Bajo Las Garras Verdes
Ivo Ragazzini
Bajo las garras verdes es la cita dantesca de una batalla épica, que acabó con una matanza hacia finales del siglo XIII, entre un ejército franco-güelfo, enviado por el papa Martín IV, y los últimos gibelinos italianos que quedaban tras la muerte de Federico II. Estos habían venido de toda Italia a Forlí, para defenderla como última ciudad gibelina que mantenía las leyes imperiales y con una impactante salida sorprendieron y masacraron al ejército francés que llevaba asediándolos durante un año. Cómo y por qué se había llegado a este enfrentamiento y cómo acabaron las cosas serán naturalmente el objeto de este libro. De hecho se trata de un enfrentamiento histórico, sacado a la luz desde la oscuridad de los siglos, dedicado a los últimos gibelinos italianos, que, rechazando someterse al papa, fueron recordados por Dante cuando escribió en La divina comedia: «… hizo de franceses un montón sangriento, bajo las garras verdes permanece».
En 1282, tras una larga serie de conflictos entre güelfos y gibelinos, un ejército organizado por el papa Martín IV, compuesto por dieciocho mil soldados franceses y güelfos italianos, es enviado a Romaña para acabar de una vez por todas con los últimos gibelinos, que se habían agrupado en Forlí para defender esas tierras que consideraban de dominio imperial.
En ayuda de los forliveses confluyeron de todas partes los últimos gibelinos italianos que permanecían fieles a la voluntad del emperador Federico II, muerto treinta años antes, de los forliveses quien portaban entonces orgullosos las águilas imperiales negras en campo de oro que él mismo les había entregado en persona.
Cómo acabaron las cosas y por qué se había llegado a una situación como esta será el objeto de este libro.
También qué era antiguamente la Romaña es objeto de este relato.
La Romaña es una tierra rica en tradiciones e historias que se remontan a siglos.
Saber cómo nació esta tierra y qué era la Romaña en los tiempos de Roma no es difícil de descubrir y, en efecto, veréis que algunas de estas cosas se investigarán en este relato.
Antes o después escribiré un relato histórico detallado sobre la Romaña, pero el verdadero objetivo de este libro es, y sigue siendo, el asedio y la batalla de los últimos gibelinos italianos, ocurridos en Forlí hacia el final del siglo XIII.
Así que, inevitablemente este relato os contará, por primera vez absoluta, bastantes novedades sobre los verdaderos orígenes de Forlí, qué monumentos y tradiciones imperiales había heredado y por qué se convierte en la última fortaleza gibelina.
Os explicará quiénes eran realmente los Ordelaffi y muchos otros personajes históricos olvidados, como el astrólogo Guido Bonatti y el fraile combatiente Geremia Gotto, presentes entonces entre las filas gibelinas.
Naturalmente os explicará detalladamente cómo los gibelinos bajo el mando de Guido de Montefeltro, un capitán italiano entonces sin rival, derrotaron y masacraron, en un día y una noche, un ejército de dieciocho mil hombres franceses y güelfos italianos que les habían sometido a asedio para someterlos a la iglesia.
Este relato histórico se dedica por tanto al honor y el orgullo de los últimos gibelinos italianos, que, rechazando rendirse por la fuerza de las armas, atacaron y derrotaron contra todo pronóstico a miles de soldados que los asediaron durante un año. Acabo diciéndoos que este libro os llevará inevitablemente a descubrir muchas otras cosas olvidadas por la historia y os lo ofrezco encantado para vuestra lectura.
Buen redescubrimiento.

Translator: Mariano Bas


Bajo las Garras Verdes
Los Últimos Gibelinos

Ivo Ragazzini

Relato histórico

Título original:
Sotto le Branche Verdi -- Gli Ultimi Ghibellini
Traducido por: Mariano Bas
© Ivo Ragazzini
Todos los derechos reservados al autor
Bajo las garras verdes -- Los últimos gibelinos
Traducido por: Mariano Bas
Título original: Sotto le branche verdi
Primera edición italiana 2013 -- MJM Edizioni
Segunda edición italiana © Ivo Ragazzini -- 2021
Cubierta:
Patalakha Sergii/Shutterstock.com
Escudo con las «Garras verdes» de los Ordelaffi
Editorial: Tektime -- www.traduzionelibri.it (http://www.traduzionelibri.it/)

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Prólogo
En 1282, tras una larga serie de conflictos entre güelfos y gibelinos, un ejército organizado por el papa Martín IV, compuesto por dieciocho mil soldados franceses y güelfos italianos, es enviado a la Romaña para acabar de una vez por todas con los últimos gibelinos, que se habían agrupado en Forlí para defender esas tierras que consideraban de dominio imperial.
En ayuda de los forliveses confluyeron de todas partes los últimos gibelinos italianos que permanecían fieles a la voluntad del emperador Federico II, muerto treinta años antes, de quien los forliveses portaban entonces orgullosos las águilas imperiales negras en campo de oro que él mismo les había entregado en persona.
Cómo acabaron las cosas y por qué se había llegado a una situación como esta será el objeto de este libro.
También es objeto de este relato explicar qué era antiguamente la Romaña.
La Romaña es una tierra rica en tradiciones e historias que se remontan a siglos.
Saber cómo nació esta tierra y qué era la Romaña en los tiempos de Roma no es difícil de descubrir y, en efecto, veréis que algunas de estas cosas se investigarán en este relato.
Antes o después escribiré un relato histórico detallado sobre la Romaña, pero el verdadero objetivo de este libro es, y sigue siendo, el asedio y la batalla de los últimos gibelinos italianos, ocurridos en Forlí hacia el final del siglo XIII.
Así que, inevitablemente este relato os contará, por primera vez absoluta, bastantes novedades sobre los verdaderos orígenes de Forlí, qué monumentos y tradiciones imperiales había heredado y por qué se convirtió en la última fortaleza gibelina.
Os explicará quiénes fueron realmente los Ordelaffi y muchos otros personajes históricos olvidados, como el astrólogo Guido Bonatti y el fraile combatiente Geremia Gotto, entonces presentes entre las filas gibelinas.
Naturalmente os explicará con detalle cómo los gibelinos, bajo el mando de Guido de Montefeltro, un capitán italiano entonces sin rival, derrotaron y masacraron, en un día y una noche, un ejército de dieciocho mil hombres franceses y güelfos italianos que les habían sitiado para someterlos a la Iglesia.
Este relato histórico se dedica por tanto al honor y el orgullo de los últimos gibelinos italianos, que, rechazando rendirse por la fuerza de las armas, atacaron y derrotaron contra todo pronóstico a miles de soldados que los asediaron durante un año. Acabo diciéndoos que este libro os llevará inevitablemente a descubrir muchas otras cosas olvidadas por la historia y os lo ofrezco encantado para vuestra lectura.
Buen redescubrimiento.
I.R.

- PARTE PRIMERA -
Los enfrentamientos entre güelfos y gibelinos en la Romaña

Introducción
Texto de una antigua inscripción de 1282 fijada en la fachada de un antiguo monumento fúnebre que estaba en el centro de la Plaza Mayor de Forlí, desaparecido desde hace siglos.


POR VOLUNTAD DEL ROMANO PONTÍFICE MARTÍN IIII, GIOVANNI D`APPIA DUQUE DEL EJÉRCITO FRANCÉS EN ITALIA Y LOS SOLDADOS DE FORLÍ BATALLARON ENTRE SÍ EN EL LUGAR EN QUE TE ENCUENTRAS. FUERON RECHAZADOS RÁPIDAMENTE POR EL PUEBLO DEFENSOR Y LOS OCHO MIL COMBATIENTES SE DISPERSARON. CON ELLOS PERDIERON LA VIDA LOS DOS MIL SOLDADOS ELEGIDOS QUE AQUÍ YACEN. EL DUQUE DE FORLÍ GUIDO FELTRANO, CALENDAMAYO DE MCCLXXXII (1282)


Esta inscripción estaba dedicada especialmente a las víctimas de una batalla violenta en la que los gibelinos de Forlí combatieron hombre por hombre, calle por calle, dentro de los muros de su pequeña ciudad, contra un ejército francés y güelfo, enviado por el papa Martín IV.
Esa inscripción y ese monumento indicaban en su momento orgullosamente el lugar exacto de la Plaza Mayor, donde durante un día y una noche se enfrentaron gibelinos y güelfos y cómo acabó.
Esa inscripción ya no existe y del recuerdo de estos hechos solo queda un verso poético de Dante.

¿Pero qué sucedió para llegar a una matanza ciudadana de esta magnitud?

Perugia, palacio municipal en 1281
El papa Martín IV ha sido elegido hace poco tiempo en Viterbo, pero, coronado en Orvieto el 23 de marzo de 1281 a causa de los graves desórdenes desatados por su elección, hace poco que se ha mudado a Perugia.
Los güelfos boloñeses se dirigen de inmediato al nuevo papa para que envíe un ejército francés contra los gibelinos de Forlí y los castigue después de una larga serie de batallas que los gibelinos han librado contra los boloñeses.
En el salón abarrotado, la delegación gibelina de Forlí es recibida por un grupo de güelfos boloñeses en presencia de funcionarios papales.
Están presentes un legado y algunos funcionarios pontificios, además de diversos aliados güelfos y la potente facción güelfa boloñesa de los Geremei.
Por los gibelinos, están presentes representantes de las familias de los Ordelaffi, los Orgogliosi y los Lambertazzi boloñeses, una gran facción gibelina expulsada de la propia Bolonia y acogida en Forlí.
El ambiente se vuelve enseguida tenso y encendido:
---Queremos que retiréis la solicitud que habéis presentado al papa, o sea, la de enviar contra nosotros un ejército francés, y llegar a un acuerdo honorable y digno que respete nuestras tierras y encuentre una solución digna para los Lambertazzi, que han sido expulsados varias veces de sus posesiones boloñesas solo por ser gibelinos ---dijo el jefe de la delegación gibelina, Guido Bonatti.

---Los Lambertazzi fueron expulsados de Bolonia solo por la violencia de sus actos y sus crímenes cotidianos contra nuestras familias güelfas y vosotros los habéis ayudado y habéis sido igualmente responsables. Si no los expulsáis de vuestras tierras, responderéis de lo que les pase a ellos, a vosotros y a vuestra gente ---respondió de inmediato un representante güelfo de los Geremei.
---Nuestras tierras son imperiales. Es ilegal atacar a un estado soberano solo porque da asilo a unos expulsados de tierras boloñesas, tanto más por parte de la Iglesia, que debería haber recibido de Dios la facultad de garantizar el derecho de los hombres al suelo.
---Es falso. Esas tierras ya no son vuestras. Las ha donado vuestro emperador Rodolfo de Habsburgo, legítimo heredero de Federico II y su dinastía, a cambio de su coronación como rey de los romanos
por el papa Nicolás III hace unos años y debíais habérselos entregado y poneros a nuestro servicio desde hace ya tiempo. Además, el derecho al suelo solo puede concederse a cristianos bautizados y no a apóstatas, como son muchos gibelinos ---respondió un legado pontificio.
---La donación realizada por Rodolfo no es válida, porque nunca ha venido a reclamar y tomar posesión de nuestras tierras como emperador tras la muerte de Federico II. Tampoco ha venido nunca a Italia para coronarse como rey de los romanos, así que no le pertenecen. Estas tierras nos las donó Federico II para que fueran nuestras, las gobernáramos y defendiéramos como tierras del imperio y desde entonces nos pertenecen y pretendemos defenderlas ---rebatió la delegación de Forlí.
---Esa donación es, por el contrario, válida y legítima, porque Rodolfo ha cedido esas tierras al papa. Si os ha abandonado, no es culpa nuestra y deberíais reclamarle a él, no a nosotros ---replicó el legado pontificio.
---No tenéis el privilegio de exponer aquí cómo fueron realmente las cosas y cuál fue la realidad. Habéis buscado combatirnos por ser fieles al imperio y hemos tratado de defendernos según las tradiciones militares imperiales que hemos heredado, de no temer y no rendirnos nunca delante del enemigo y ahora, después de haber derrotado a los boloñeses repetida y lealmente en todos los lugares de la Romaña, os veis obligados a dirigiros al rey de Francia para que mande un ejército de fanáticos para destruirnos como a los herejes albigenses. Eso no es honroso ---respondió el gibelino Guido Bonatti.
---Eso es falso. Hemos sido derrotados por la traición de los Lambertazzi, que, mientras estaban en Bolonia, llegaron a acuerdos secretos con vosotros, y es por eso que los expulsamos de nuestra ciudad y ahora os expulsaremos a vosotros y a ellos de vuestras tierras, que nos pertenecen debido a la donación de Rodolfo de Habsburgo ---respondió irritado un noble güelfo de los Geremei.
---Habláis con el odio propio de las personas derrotadas en la batalla. Habéis probado a atacarnos en la llanura y entre los montes, siendo derrotados continuamente y ahora estáis aquí para pedir ayuda al papa y a los franceses, creyendo que nos intimidáis, pero habéis infravalorado nuestras tradiciones militares imperiales y la capacidad de nuestro capitán Guido de Montefeltro, que se remontan a la vieja escuela militar de Federico II. Solo pedimos hablar con el papa para que detenga este ejército, se haga la paz con Bolonia, se deje volver a los Lambertazzi a su ciudad legítima y no se derrame más sangre por ambas partes ---replicó Guido Bonatti.
De inmediato se levantaron voces y murmullos de desaprobación por parte de la delegación boloñesa.
---A vuestras tradiciones militares imperiales ya las hemos derrotado en Tagliacozzo y Benevento.
En cuanto a vosotros, solo habéis atacado y arrasado bárbaramente el castillo de los Calboli,
después de que hubieran pedido una tregua en Romaña y no veo en esto grandes tradiciones militares. En cuanto a los Lambertazzi, nunca volverán a Bolonia. Y los que los protegéis solo queréis un lugar seguro en el que estén, porque tendríais bandidos y delincuentes junto a ellos ---replicó el noble güelfo de los Geremei.
---No deberíais creer todas las patrañas que cuentan los derrotados. Los Calboli pidieron una tregua solo después de fracasar en entregarnos, traicionando a Romaña. Os repito que estáis hablando debido a las derrotas y la rabia por no haber conseguido conquistar nuestras tierras, pero estamos aquí para solucionar estas cosas. Nosotros, si es el caso, no nos rendiremos ni siquiera ante los franceses, pero antes queremos hablar con el nuevo papa para evitar más sangre y decirle que no haga caso de las quejas de gente derrotada que no tiene otro modo de derrotarnos ---respondió con firmeza Guido Bonatti.
---No. No hablaréis con el papa. El papa, como su predecesor, está harto de oír vuestros discursos y razones. Habéis desecho y destruido el castillo de los Calboli en Romaña, habéis hecho caer Cesena y Rávena con vuestro terror y ya habéis sido excomulgados y vetados por esto por el obispo de Rávena. Ahora solo os queda someteros y expulsar de vuestras tierras a los Lambertazzi y a todos los gibelinos, enfervorizados por el odio contra los güelfos y la Iglesia ---respondió el noble de los Geremei.
---A los Lambertazzi los habéis expulsado de todas partes sobre las que ejercéis vuestro señorío y, aunque quisiéramos, no podríamos llevarlos a ningún lugar donde no sean vetados y excomulgados por vosotros. Reconoced como municipio libre a Forlí y la paz entre nosotros será duradera. Haced saber esto pronto al papa ---dijo con resolución Guido Bonatti.
---No. El papa Martín ya ha partido hacia Aviñón y vuestro emperador Rodolfo de Habsburgo nos cedió esas tierras y por tanto ahora son nuestras. Entregádnoslas y expulsad a los Lambertazzi y a todos los gibelinos rebeldes de vuestras tierras si queréis verdaderamente la paz ---concluyó el noble de los Geremei con el asentimiento del legado pontificio.

La Romaña de los paganos
Aviñón, 1281. El papa Martín IV y sus legados militares y pontificios hablan de los planes de expansión del papado en la Romaña.
---Excelencia, es increíble que haya todavía lugares en Italia que siguen tradiciones paganas e impiden la expansión y el sometimiento cristiano después de más de treinta años desde la muerte de Federico II ---dijo un legado del papa.
---¿De qué lugares habláis? ---preguntó el papa.
---De Forolivii y la Romandiola.
Estos no solo afirman que su tierra era parte del antiguo imperio romano, sino que asimismo creen que fueron fundados por una famosa sacerdotisa pagana y todavía hacen fiestas en su honor, que parecen más paganas que cristianas ---respondió el legado.
---¿Qué tipo de fiestas hacen? ---preguntó el papa.
---Hacen una especie de fiesta en la que una mujer es adorada como una reina del fuego, entre luces y llamas de todo tipo ---trató de explicar el legado lo mejor que pudo.
---¿Estáis hablando de una mujer o de un satanás? ---preguntó un poco sorprendido el papa.
---No, esperad, Santidad. Tal vez sea mejor que os lo explique yo ---intervino un historiador pontificio presente en la reunión.
---Contadme ---dijo el papa.
---Festejan una especie de calendas doradas,
es decir, fiestas amburbales,
dedicadas secretamente a una antigua sacerdotisa romana patrona del lugar, donde se hornean panes de mijo y espelta con granos de sal sagrada, proveniente de las cercanas salinas de Cervia,
, con muchos ritos y fuegos a lo largo de los caminos que conducen a Forolivii, mientras pasa la sal sagrada ---explicó el historiador pontificio.
---Ya he oído algo parecido. En muchos sitios se festejan aún las calendas doradas, pero no sabía esa historia de los panes de espelta y sal ---dijo el papa.
---Efectivamente hay muchas otras ciudades y lugares que aún festejan las calendas doradas y no será difícil transformar también estas fiestas en candelarias dedicadas a Nuestra Santísima Madre ---sugirió el legado pontificio al papa.
---Es verdad. Por lo que recuerdo, las calendas doradas se festejan en bastantes sitios y también aquí en Francia. Por ejemplo, en muchos lugares tuestan crêpes saladas en lugar de panes de espelta y sal ---dijo el papa francés---. ¿Por qué motivo, según vos, todavía hacen estas cosas? ---preguntó al historiador.
---Por lo poco que sabemos, remontándonos al papa Gelasio en el lejano siglo V, las calendas doradas se festejaban en los primeros días de febrero con fuegos y luminarias por los caminos y normalmente eran fiestas dedicadas a una sacerdotisa o diosa elegida como patrona o protectora desde los tiempos de Roma y los césares. Luego alguien intentó transformarlas en candelarias o fiestas de las velas encendidas ---respondió el historiador pontificio.
---¿Patronas paganas? ---preguntó sorprendido el papa.
---Sí, Eminencia. Sois francés y conocéis poco las tradiciones italianas, pero eran habitualmente sacerdotisas, esposas o hijas de altos funcionarios romanos que inauguraban
o se convertían en patronas de un lugar itálico con una ceremonia sagrada para fundarlo
y convertirlo en sagrado y fiel a Roma.
---¿Y cómo se combaten estas herejías? ---preguntó el papa.
---Después de tantos siglos, no deberíais creerlas herejías, Eminencia, sino tradiciones y supersticiones arraigadas en la población que no se consiguen erradicar con argumentos de fe o razón. Muchos cristianos, incluidos sacerdotes y obispos, las bendicen y festejan todavía como fiestas cristianas sin saber casi nada de sus verdaderos orígenes ---dijo el historiador.
---¿Y cómo se combaten entonces estas cosas, si es que alguien las quiere combatir? ---preguntó de nuevo el papa.
---Se puede desviar, o mejor dirigir gradualmente sus falsas fiestas y tradiciones paganas hacia otras fiestas y tradiciones cristianas similares, como ya se ha hecho en el pasado con otros lugares y personajes, hasta sustituirlas completamente con ceremonias más conformes a gentes cristianas, como se ha hecho con la candelaria, fiesta también llamada de las velas encendidas de Nuestra Santísima Virgen Madre.
---Entonces hacedla arraigar también en Forolivii y en Romandiola y luego bautizadlos a todos e instaurad legados pontificios a los que jurar fidelidad, dado que esas tierras nos han sido cedidas por el emperador Rodolfo de Alemania
y ahora son nuestras ---dijo tajante el papa.
---La cuestión es un poco más compleja, Eminencia...
---Explicádmela.
---Estos, a diferencia de otros, ya han rechazado elegir como patrona a la Santísima María Virgen de la Candelaria, diciendo que su patrona es una antigua sacerdotisa llamada Livia Drusila, Divina Augusta
y protectora de esos lugares y lo mismo hacen en las salinas de Cervia, cuando llevan la sal sagrada que producen en ese lugar para festejar a esta patrona romana.
---¿Sal sagrada? ¿Divina Augusta?
---Sí, Eminencia, esas salinas fueron fundadas por Livio Salinatore, un antepasado de esta Livia Drusila y todavía hoy suelen mandar la sal desde este sitio, con una procesión sagrada hasta esa ciudad para las fiestas en honor de ella.
---¿Y cómo pueden entonces creer en estas cosas después de tantos siglos? ---rio un poco el papa.
---Bueno, Eminencia, debéis saber que esta Livia Drusila no era una sacerdotisa común, sino la esposa de Octavio Augusto y, en Forolivia, algunos todavía la recuerdan como tal y la tienen por protectora, aunque en parte lo ocultan ---respondió el historiador pontificio.
---¿Cómo habéis conseguido saber todo esto?
---Lo he sabido por un fraile de una orden religiosa particular fundada en Rávena por el emperador Otón III hace dos siglos, muy amigo de Geremia Gotto y Guido Bonatti.
---¿Geremia Gotto y Guido Bonatti? ¿El patarino armado
que dice tener cuatrocientos años y el astrólogo gibelino de Federico II? ---exclamó el papa.
---En persona, Excelencia, y ambos se encuentran en Forlí en las filas gibelinas al servicio de Guido de Montefeltro.
---¡Oh Cielos! ¿El capitán excomulgado de los gibelinos?
---Sí, Excelencia.
---¡Pero están todos locos!
---Efectivamente, Excelencia, son un poco especiales.
---Habéis hablado también de una orden religiosa fundada por el emperador Otón III en Rávena. ¿De qué orden religiosa habláis? ---preguntó el papa.
---En Rávena, Otón III fundó un grupo religioso con prácticas y creencias que todos ellos parecen seguir todavía hoy.
---¿Qué prácticas y creencias siguen?
---Parecen afirmar la reencarnación y la preexistencia de las almas.
---Ah, vaya. Herejía gnóstica.
¿Es por esto por lo que dicen tener cuatrocientos años?
---Podría ser. Otón III fue aquel joven emperador que hace dos siglos afirmaba haber sido Carlomagno y que nombró un antipapa llamado Silvestre II para hacerse reelegir como Constantino Magno, heredero legítimo del imperio romano ---respondió el historiador.
---¿Carlomagno, Constantino? ¿Queréis explicarme mejor qué cosas combinó? ---preguntó el papa.
---Cierto, Excelencia. Otón III, en torno al año mil, entró en la catedral de Aquisgrán, indicó un punto en el pavimento, luego tomó un pico, se puso a cavar el suelo y encontró en un subterráneo el cuerpo de Carlomagno todavía intacto, sentado en un trono, vestido y ataviado como un obispo, con el Evangelio en una mano y el bastón de mando en la otra.
---¿Y por qué hizo eso?
---Porque decía ser su reencarnación y que había vuelto para recuperar su puesto de emperador del Sacro Romano Imperio.
---¿Y luego?
---Tomó la tiara de obispo que Carlomagno tenía en la cabeza y se la puso, luego tomó el bastón de mando y dijo que había vuelto para gobernar.
---¿Y después? ---preguntó cada vez más incrédulo el papa.
---Después, aún insatisfecho, fue a Rávena y fundó este grupo religioso particular y nombró antipapa al obispo de Rávena, con el nombre de Silvestre II, para que lo coronase emperador, igual que el papa Silvestre había coronado a Constantino emperador de los cristianos, en los tiempos de la antigua Roma ---explicó el historiador.
---¿Y por qué motivo hizo una escena de ese tipo?
---Para hacer creer que era la reencarnación también de Constantino y recuperar la autoridad que consideraba de su propiedad, es decir, los territorios que la iglesia estaba tratando arrebatar al imperio, gracias a la donación de Constantino.
---¿Entonces este dijo que era la reencarnación de Carlomagno y Constantino para recuperar la autoridad en las tierras del Sacro Romano Imperio? ---exclamó el papa.
---Estos, Santidad.
---¿Estos qué?
---También Federico Barabarroja y Federico II volvieron a exhumar el cuerpo de Carlomagno y proclamaron algo similar. Y yo apostaría a que esa tradición se ha transmitido también al astrólogo Guido Bonatti y al fraile Geremia Gotto.

---Pero estos están todos locos.
---Ya os lo he dicho, Excelencia, que eran un poco especiales ---concluyó el historiador.

Los enfrentamientos entre güelfos y gibelinos en la Romaña
¿Pero por qué la Iglesia quería la Romaña?
¿Qué había pasado entre el papado y los emperadores en esos tiempos?
Demos un salto atrás de varias décadas y echemos una ojeada a una crónica de la época.
La Romaña de 1200
Aunque casi cinco siglos antes la Romaña fue donada a la Iglesia por Pipino, rey de los francos,
nunca fue completamente propiedad de la misma. Por eso a menudo muchos lugares de la Romaña fueron partidarios del imperio y hacia la mitad del siglo XIII Gregorio IX trató de recuperarla por las armas. Por tanto, por las discordias que el emperador Fedrico II tenía con la Iglesia,
también los romañoles se dividieron en güelfos y gibelinos, como pasó en el resto de Italia.
Los forliveses siguieron obedeciendo las leyes del imperio, mientras los habitantes de Faenza y Rávena lo hacían a las de la Iglesia.
Forlí, antiguamente llamada Forumlivii, en particular, era una de las ciudades más gibelinas de Italia y no fue casualidad que Guido Bonatti, uno de los mejores astrólogos de su tiempo, aun habiendo nacido en Florencia, pidió y obtuvo la concesión de la ciudadanía de Forlí, al considerar ese lugar como el último con tradiciones imperiales que quedaba en el mundo después de la caída del antiguo imperio de Roma, por motivos que pronto descubriréis.
Cuando en 1240 murió Pietro Traversari, jefe de los güelfos de la Romaña y señor de Rávena,
la propia Rávena y Faenza fueron sojuzgadas por Federico II, que entró en Romaña y las puso bajo asedio una tras otra.
Rávena cayó y se rindió en menos de una semana.
Entonces llegó el momento de Faenza para rendirse, pero la ciudad, creyendo que las fuerzas de Federico II eran insuficientes para hacerla capitular, no se rindió y el emperador la puso bajo asedio.

El asedio de Faenza
Faenza resistió siete meses, enfureciendo al propio Federico, dado que años antes ya la había conquistado y esta había pactado con él.
Además, Federico II se quedó sin oro ni dinero durante el asedio y tuvo que recurrir a la ayuda de los forliveses para expugnarla, requiriendo incluso la emisión por Forlí de augustari
especiales en cuero, equivalentes a monedas imperiales áureas, que luego reembolsó en oro a los forliveses una vez conquistada y saqueada la ciudad.
Así, después de haber conquistado Faenza, Federico II quiso arrasarla hasta los cimientos y eliminarla de la tierra, de modo que los faentinos, derrotados, no conseguían aplacar su furia de ningún modo y empezó a desmantelarla por medio de escuadras de gastadores.
Los faentinos, sin saber qué más hacer, se dirigieron también a sus vecinos enemigos forliveses, rogándoles que intervinieran e intercedieran ante el emperador para detener los estragos que estaba haciendo en perjuicio de su ciudad.
Los forliveses atendieron las súplicas de ayuda de los faentinos y formaron una delegación para interceder ante el emperador y detener la destrucción de Faenza.
Federico, no sin objeciones y protestas contra los faentinos, a quienes consideraba traidores,
finalmente consintió que la ciudad fuera perdonada. Sin embargo, impuso que se convirtiera definitivamente en imperial y estuviera gobernada bajo las enseñas de un alcalde de sus vecinos forliveses, dado que le habían ayudado y se habían mostrado gibelinos de corazón y alma. Por tanto, ordenó que los faentinos dejaran de hacer «cosas de güelfos» y se fusionaran con Forlí.
Así las dos ciudades, hasta la muerte de Federico, se convirtieron en dos municipios reunidos en un pequeño estado gobernado por las mismas leyes imperiales y defendido por los mismos ejércitos.
Además, Federico concedió a los forliveses, por su fidelidad, el águila negra en campo de oro
para ponerla en su escudo municipal y el derecho a acuñar moneda imperial por la ayuda y la lealtad recibidas y los forliveses se enorgullecieron de esto.
Pero cuando Federico II murió en la Apulia en 1249 cambiaron muchas cosas, sobre todo en los años siguientes, cuando Carlos de Anjou derrotó en Benevento en 1266 al hijo de Federico II, Manfredo.
Así, los güelfos, expulsados de Florencia unos años antes, tras la derrota de la batalla de Montaperti, empezaron a recuperar fuerza en Florencia y Bolonia. En esas ciudades se inició una batalla contra el predominio de los gibelinos que se extendió brevemente a toda la Romaña, con el apoyo de la Iglesia, que reivindicaba esas tierras como suyas.
Y así, cuando Carlos de Anjou fue nombrado vicario imperial para la Toscana por parte del papa, los güelfos toscanos volvieron a Florencia y su región, mientras los gibelinos toscanos tuvieron que dejar esos lugares y refugiarse en la Romaña, que seguía siendo uno de los últimos lugares gibelinos todavía fieles a las leyes imperiales en Italia.

El dragón, la cruz güelfa y la cruz gibelina
En esos tiempos circulaban en Italia desde 1186 diversas historias de tipo apocalíptico atribuidas al profeta Joaquín de Fiore, que hablaban de la venida de un dragón con siete cabezas de siete anticristos.
Seis cabezas ya se habían asignado a diversos personajes históricos del pasado, pero la última, y la más importante, todavía estaba vacante.
Así que la última cabeza que faltaba del dragón se atribuyó rápidamente por cierto tipo de clero, que creía en las profecías de Joaquín de Fiore, a Federico II, debido al hecho de que, además de querer reformar la Iglesia, se contaba que había nacido hijo de un prelado y una antigua monja. Además, Federico II hablaba árabe, tenía una guardia árabe y durante las cruzadas se había preocupado más de hacer la paz que la guerra en Tierra Santa, así que fue llamado «el Dragón», mientras que otros entornos franciscanos y más pobres de la Iglesia, paradójicamente, le atribuían un papel de reformador, esperando que fuera un perseguidor apocalíptico de la Iglesia corrupta, especialmente de los cardenales.
Por esto, muchos frailes y sacerdotes pobres, y posteriormente también güelfos blancos, militaron en las filas gibelinas.
Los güelfos tenían como símbolo y bandera una cruz papal, mientras que los gibelinos, sin negar la existencia de Dios, oponían una cruz imperial con los colores opuestos y especulares de la güelfa, lo que reflejaba la distinta filosofía de las dos facciones.
¿Pero cómo estaban hechas y qué diferencias había entre los dos símbolos? Echemos una ojeada.
Tal vez las cruces güelfa y gibelina nacieron como símbolos, incluso antes de los güelfos y gibelinos, durante el Sacro Romano Imperio de Carlomagno.
Pero se desarrollaron durante las luchas por las investiduras entre papado e imperio, en una lucha por el derecho a elegir los emperadores y administradores por parte del papa y los obispos contra el derecho reivindicado por los emperadores a ser elegidos directamente por Dios sin la intermediación de la Iglesia.
Ambos símbolos representaban el poder de Dios, pero había entonces dos modos principales de representarlos y entenderlos.
El primero era imperial, es decir, el poder de Dios era preexistente y era concedido por Él directamente en persona a los emperadores para que gobernaran, ya desde los tiempos de la Roma antigua, mucho antes de la venida de Cristo y de la Iglesia.
El otro era el poder de la Iglesia, que, representando la voluntad de Dios sobre la tierra, hacía de intermediaria directa y a quien se había concedido el poder de control sobre los hombres por parte de Dios y era por tanto la que decidía si darlo o no a los emperadores.
De estas dos visiones o filosofías nacieron diversas disputas y muchos grupos religiosos y militares, como carolingios, templarios, güelfos y gibelinos.
Para representar a estas facciones e ideas se usaron dos símbolos principales:
Una era la cruz de san Juan Bautista, usada por templarios y gibelinos.
La otra era la cruz de san Jorge, usada por el clero y los güelfos.
Cuando nobles y clero organizaban expediciones o cruzadas, ponían en cabeza estas banderas con cruces blancas o rojas, dependiendo de si las divisiones pertenecían a los nobles o a la iglesia o si estaban organizadas por emperadores o papas.
¿Pero cómo se habían creado y qué significaban estas dos banderas?
Para empezar, hay que saber que el rojo púrpura era el color oficial de la Roma antigua y representaba a los emperadores romanos, mientras que el blanco representaba el color de Dios.
La bandera gibelina de san Juan Bautista era una gran cruz blanca sobre un fondo completamente rojo púrpura.
Significaba que el rojo imperial y su nobleza ya existían previamente en todas partes y en él luego Dios introducía su cruz blanca como garantía de pureza y verdad.
Opuesta y contraria en colores y significado era la bandera güelfa de san Jorge, donde una cruz púrpura en un campo completamente blanco significaba que Dios era preexistente en todas partes con su pureza y concedía una cruz púrpura al emperador, que estaba, por tanto, subordinado a Dios y a la Iglesia. En la práctica, en aquella bandera con fondo blanco se podía insertar, con el permiso de Dios, la cruz púrpura imperial.
Ese permiso, decían los güelfos, lo concedía la Iglesia por medio del papa y sus obispos desde los tiempos del papa Silvestre, cuando coronó a Constantino como emperador de Roma, mientras los gibelinos sostenían por el contrario que esto era falso.

Posteriormente, también entre los güelfos hubo una escisión entre güelfos blancos y güelfos negros.
Los güelfos blancos, aun reconociendo su fidelidad a Dios, no la reconocían en la riqueza y corrupción moral del papado, mientras los güelfos negros continuaron siendo fieles en todo al papado y la Iglesia.
Poco a poco, los güelfos blancos pasaron a llamarse sencillamente los «blancos» y se unieron a la causa de los gibelinos, mientras los güelfos «negros» se ponían al servicio del clero para hacer causa común contra los gibelinos y los «blancos».
Así que a estas banderas se añadieron también los símbolos de los güelfos blancos y los güelfos negros florentinos, que no eran sino una bandera blanca que llevaba escrito en plata Libertas
para los blancos y una bandera negra con el mismo escrito, Libertas, en oro, para los güelfos negros. E increíblemente estos mismos emblemas con el escrito Libertas de los blancos y los negros todavía hoy están presentes, uno, el de los blancos, en el escudo municipal de Forlí y el de los negros en el escudo municipal de Bolonia, que en esa época se combatieron sin cuartel.
Así, cualquiera que en nuestro tiempo tome los escudos municipales de la ciudad de Bolonia y de Forlí podrá advertir tras una apropiada observación que, aunque dispuestos de distinta manera, los significados y los símbolos son exactamente contrarios y opuestos entre papado e imperio, o entre güelfos y gibelinos si así lo preferís.
En ellos es posible ver no solo los símbolos del imperio contrapuestos a los del papado, sino también los de los güelfos blancos aliados con los gibelinos forliveses opuestos a los güelfos negros aliados con los boloñeses.
En realidad, en el escudo de Bolonia se repite dos veces un capo de Anjou
y debajo las cruces güelfas en campo blanco y dos banderas de color azul oscuro, probablemente negras en su origen, con la palabra Libertas, es decir, la bandera de los güelfos negros.
En oposición, encontramos el escudo de Forlí, compuesto por el águila imperial de Federico II, que tiene en la garra derecha un escudo oval con la cruz gibelina de san Juan y en la garra izquierda un escudo blanco con la palabra Libertas, que era el símbolo de los güelfos blancos aliados con los gibelinos de Forlí.
Si luego hay quien quiera también observar el escudo de Cesena, ciudad a poca distancia de Forlí, podrá advertir que se trata de un símbolo posterior de reconciliación entre güelfos blancos y negros, al no ser sino una serie de símbolos mitad blancos y mitad negros, reunidos bajo un capo de Anjou.

Las causas de las batallas güelfas y gibelinas en la Romaña
En el siglo XIII, los güelfos boloñeses, tras la muerte de Federico II, consiguieron conquistar, bajo las enseñas de la Iglesia, gran parte de la Romaña, con la excepción de los gibelinos forliveses, que continuaron siendo un territorio gibelino rodeado por güelfos.
Hasta ese momento, Bolonia había estado dividida en tres facciones:
Los gibelinos, capitaneados por los Lambertazzi.
Los güelfos, capitaneados por los Geremei.
El pueblo, en minoría y neutral.
Los Lambertazzi, tal vez para apartar a los güelfos de la Romaña, incitaban a atacar Módena, mientras los Geremei incitaban a atacar Forlí y el pueblo se quedaba mirando a los dos bandos.
Bolonia finalmente decidió tratar de someter a Forlí. Así que los boloñeses organizaron un ejército regular para marchar contra la ciudad romañola, asediarla y someter las tierras de la Romaña a la Iglesia.
Esto hizo que los forliveses fueran conscientes del peligro que corrían y llamaron allí a Guido da Montefeltro, llamado «el Feltrano», un gibelino sin igual, que fue elegido capitán de los ejércitos de Forlí y se preparó para combatir contra los boloñeses.
En 1273 el ejército de Bolonia, listo para combatir, se puso en marcha a lo largo de la Vía Emilia hacia Forlí, para asediarla y hacerla capitular, pero la encontraron bien organizada y provista de numerosos militares.
Además, el ejército boloñés estaba también compuesto por güelfos y gibelinos y los forliveses aprovecharon durante el primer asedio para entablar amistad y llegar a acuerdos con los Lambertazzi gibelinos, que llevaron a futuras alianzas militares y políticas contra los Geremei.
Por eso los Lambertazzi impulsaban la paz, pero los Geremei impusieron unas condiciones de rendición inaceptables para los forliveses.
Ni siquiera Eduardo I de Inglaterra, pasando por la Romaña de vuelta de una cruzada en Tierra Santa, consiguió reconciliar a Bolonia y Forlí. Porque la eterna disputa no era entre las dos ciudades, sino entre güelfos y gibelinos.
Así que, finalmente, después de dos meses de asedio inútil, los boloñeses decidieron que necesitaban muchas más tropas para conquistarla y se retiraron sin haber producido ningún daño a Forlí.
Por el contrario, los forliveses aprovecharon esa retirada boloñesa para recuperar Faenza, que, tras la muerte de Federico II se había vuelto güelfa.
En este caso, salieron de la ciudad con la excusa de perseguir al ejército de Bolonia hasta Cosima, una localidad entre Forlí y Faenza. Los faentinos, viendo acercarse a los forliveses, cerraron las puertas para impedir la entrada, pero el Feltrano se había puesto de acuerdo secretamente con algunos gibelinos faentinos y, con la excusa de querer continuar su marcha hacia Bolonia, fingió querer acampar en la campiña faentina sin causar daño o gasto alguno a esas tierras, para no despertar sospechas.
Durante la noche, con la ayuda de la familia gibelina de los Acciarisi,
les abrieron las puertas de Faenza y los hombres de Guido de Montefeltro, con la familia de los Mainardi y muchos gibelinos exiliados, se introdujeron en Faenza, expulsando a los güelfos Manfredi con toda su facción. A la mañana siguiente completaron la tarea mandando al ejército de Forlí contra las fortalezas güelfas de Castel San Pietro y Solarolo, donde se habían refugiado los güelfos faentinos, y tomaron también esas fortalezas por la fuerza antes de que pudieran organizarse.
Finalmente, Guido de Montefeltro eligió para Faenza dos alcaldes imperiales de Forlí
y se convirtió en capitán de los ejércitos también en Faenza, transformándola en un bastión gibelino que les resultaría muy útil en el futuro para apoyar a los Lambertazzi y los gibelinos de Bolonia.

La guerrilla civil boloñesa
Tras conocer la caída de Faenza en manos gibelinas, los boloñeses empezaron a temer que fuera un movimiento planeado por los Lambertazzi para acercar las tropas de Forlí a Bolonia.
Así que, al año siguiente, decidieron mandar de nuevo a la Romaña otro ejército encabezado por el Carroccio de Bolonia
y el alcalde para liberar a Faenza de los forliveses.
Mientras los boloñeses preparaban la partida con el ejército, los Lambertazzi, sin considerar las consecuencias de un gesto similar, decidieron con un golpe de mano atacar al alcalde de Bolonia directamente dentro de la ciudad antes de que saliera con el ejército, mientras los gibelinos de Forlí avanzaban desde Faenza hasta las murallas de Bolonia para ayudarlos.
Se inició de inmediato una guerra en la ciudad.
Las puertas de Bolonia se cerraron para impedir la entrada de los forliveses, pero cuando se desató una pugna entre los Lambertazzi y los Geremei, el pueblo abandonó su neutralidad y se alineó con los güelfos para expulsar a los gibelinos de Bolonia y los ciudadanos se dispusieron a atacar a los Lambertazzi dentro de la ciudad.
Los forliveses consiguieron entrar de todas maneras
y se dispusieron a apoyar a los Lambertazzi, por lo que los Geremei y el pueblo tuvieron que retirarse a sus barrios debido a los refuerzos venidos de Forlí.
Entre abril y mayo de 1274 se inició así en Bolonia una guerra sin cuartel entre las dos facciones que duró casi dos meses.
Dentro de las murallas había güelfos y gibelinos reagrupados y divididos en barrios que se odiaban a ultranza.
En esos días ocurrió de todo. Hubo enfrentamientos entre ambas partes a todas las horas del día e incluso personas asesinadas durante la noche, que se hallaban en los fosos o flotando en las corrientes de agua a la mañana siguiente.
Bolonia estaba en vilo y parecía caer en manos de los gibelinos.
Finalmente, para no capitular, los güelfos boloñeses pidieron a los güelfos lombardos un gran refuerzo para apoyar a la ciudad.
Triunfaron los güelfos, mientras que diez notables de los Lambertazzi fueron capturados y encarcelados por un golpe de mano del alcalde de Bolonia, que con una excusa los había convocado para discutir su rendición.
Los Lambertazzi entendieron que no había nada que hacer y debían llegar a algún pacto para abandonar Bolonia.
Así que, en la mañana del 2 de junio de 1274, después de meses de guerra, en medio de un silencio irreal, un éxodo de doce mil gibelinos armados, con esposas, hijos y partidarios que los seguían, dejaron Bolonia sin que nadie osara detenerlos, dejando de golpe vacía casi media ciudad.
Tomaron la Vía Emilia en dirección a Faenza, ocupada previamente por los forliveses, que estaba preparada para acogerlos.

Los Lambertazzi exiliados en la Romaña
La larga fila gibelina, amargada, pero no derrotada, se dirigió a Faenza, que hacía poco se había desecho de los güelfos y estaba lista para acogerlos bajo las enseñas de las águilas imperiales forlivesas.
Algunos de ellos con esposas e hijos buscaron refugio estable en Forlí, pero el grueso de los gibelinos de Bolonia se alojó dentro de la recién conquistada Faenza.
Se pusieron bajo las órdenes del capitán de Forlí, Guido de Montefeltro y empezaron a reorganizarse rápidamente para combatir de nuevo a los güelfos de Bolonia.
Los boloñeses, tras la violencia de esos hechos y la recuperación de fuerzas después de la expulsión de los Lambertazzi, se envalentonaron con la situación y decidieron organizarse para atacar de nuevo Faenza y Forlí, para derrotar a los gibelinos de la Romaña de una vez por todas.
Pero los gibelinos de la Romaña, aunque eran inferiores en número, eran más combativos y tenían un capitán militarmente muy capaz y muy pronto Bolonia y los güelfos lo descubrirían por sí mismos.

La captura del Carroccio de Bolonia
Al año siguiente, los boloñeses, creyendo que los Lambertazzi se estaban preparando para volver desde Faenza a Bolonia, decidieron anticiparse y alejarlos de la Romaña de una vez por todas.
Los boloñeses realizaron algunas correrías en los territorios de Faenza para probar la dureza de los gibelinos. Posteriormente decidieron reunir un ejército reforzado con güelfos procedentes de Lombardía, Imola, Cesena y Rávena.
Una vez reunidos, partieron y marcharon hacia Faenza para liberarla de los Lambertazzi y tener un bastión desde el que atacar Forlí.
Los forliveses y los Lambertazzi, al saber esto, dedicaron todos sus esfuerzos en detenerlos.
Armaron un considerable ejército gibelino y se dedicaron a reforzar las defensas de Faenza y Forlí, mientras Guido de Montefeltro conseguía reunir un grupo de valiosos comandantes gibelinos con sus correspondientes tropas provenientes de diversas partes de Toscana y Romaña.
Llegaron bajo las enseñas gibelinas Guglielmo de los Pazzi de Valdarno, comandante de los toscanos exiliados, Maghinardo Pagani de Susinana, un tal Guido Novello y sus hijos, Bandino, Tancredo, Ruggiero y Tigrino de los condes Guidi, señores de Modigliana con sus gentes, a los que se unieron los forliveses Aliotto Pipini, Superbo Orgogliosi y Teodorico Ordelaffi
y esperaron a los boloñeses en las cercanías de Faenza para adelantárseles antes de que pusieran bajo asedio el territorio gibelino.
El 13 de junio de 1275, en cuanto llegó la noticia de que los boloñeses habían atravesado el puente de San Próculo
y se preparaban para invadir los territorios de Faenza, no se quedaron esperándolos y fueron a su encuentro para combatirlos en campo abierto.
Al llegar a la vista de los boloñeses, el conde Feltrano, con la ayuda de los comandantes gibelinos Maghinardo Pagani, Teodorico de los Ordelaffi y otros capitanes de los Lambertazzi, dispuso las tropas en formación de guerra y dio una arenga para incitarlos a la batalla.
Lo mismo hizo el capitán boloñés Malatesta de Verucchio
con sus hombres e inmediatamente soplaron los clarines dando inicio a la batalla del puente de San Próculo.
Fue pronto la caballería güelfa, compuesta por la nobleza de Bolonia, la primera en ceder sus posiciones bajo los ataques de los Lambertazzi.
Después de esto huyeron a la vista de todos, abandonando en torno al Carroccio de Bolonia a la infantería de Bolonia, compuesta por miembros del pueblo llano.
El ejército de Bolonia, abandonado a su suerte, se defendió heroicamente en torno al Carroccio y la batalla se mantuvo equilibrada, pero Guido de Montefeltro inclinó la balanza a su favor cuando puso en el campo de batalla grandes ballestas que hicieron pedazos sistemáticamente las filas boloñesas.
Para comprender las dimensiones de ese combate, ocho mil boloñeses murieron en esta batalla.
Cayeron en manos de los forliveses tiendas militares, impedimentas, enseñas, casi tres mil carros y, lo más importante, el estandarte, que era la bandera municipal de Bolonia, colocada en un asta, y el Carroccio de Bolonia, un carro de cuatro ruedas decorado con las enseñas de la ciudad y en torno al cual se reunían los combatientes.
Se hizo subir en triunfo a Guido de Montefeltro sobre el Carroccio de Bolonia en cuanto se conquistó y se hizo que cincuenta boloñeses lo arrastraran dentro de las murallas de Forlí, donde aquél fue acogido como vencedor por una muchedumbre desbordada.
El Carroccio de Bolonia se conservó como trofeo en el palacio municipal, mientras que el estandarte de Bolonia se conservó en un convento de Forlí, en esa época llamado de San Jacobo.


Los gibelinos capturan toda la Romaña
Con el impulso de esa derrota güelfa, los gibelinos avanzaron hacia Bolonia en los meses posteriores y saquearon algunas aldeas y castillos de los alrededores; si no hubiera sido por las lluvias y la estación hostil habrían intentado capturar Bolonia y hacer volver a los Lambertazzi.
Volvieron a incendiar Castel San Pietro, reconstruida hacía poco tiempo por los boloñeses, volvieron a la Romaña y capturaron la fortaleza de Cervia, que se rindió sin resistirse, después de tres días de negociaciones, a cambio de la libertad de sus ocupantes.
Entonces en Romaña seguían fieles a los boloñeses las ciudades de Rímini, Rávena y Cesena y los forliveses dirigieron sus armas contra esta última, tratando de apoderarse de la fortaleza de Roversano, lugar estratégico a poca distancia de Cesena, donde acudieron a defenderlo los boloñeses y el capitán Malatesta de Verucchio, quien, después del revés del puente de San Próculo, había vuelto a Rímini para reorganizarse.
Pero también esta vez Malatesta de Verucchio fue derrotado y con algunas tropas tuvo que huir y encerrarse en Cesena, dejando dentro de la fortaleza de Roversano al pretor boloñés con algunos notables y miles de soldados asediados, que acabaron rindiéndose.
Los notables de Bolonia fueron hechos prisioneros y llevados también como trofeo dentro de Forlí, mientras los soldados capturados fueron conducidos bajo las murallas de Cesena y liberados a cambio de que se abrieran las puertas a los forliveses.
Mientras Malatesta y algunos güelfos huían hacia Rímini, los habitantes de Cesena abrieron las puertas y aceptaron a los forliveses Teodorico Ordelaffi e Orgoglioso de Orgogliosi como sus gobernadores gibelinos.
Ahora solo faltaba Rávena para hacer gibelina a toda la Romaña y los gibelinos se dispusieron a tomar también esta última ciudad.
En 1276, el Feltrano, sorprendió y dispersó, en las cercanías de Bagnacavallo, una expedición de socorro de Bolonia enviada por los Geremei, que, con güelfos florentinos y seiscientos caballeros franceses, marchaba en auxilio de Rávena.
Los boloñeses organizaron entonces nuevas tropas para llevar en socorro de la ciudad.
Guido de Montefeltro, como buen estratega, puso bajo asedio Bagnacavallo para controlar el camino que llevaba de Bolonia a Rávena y dejar aislada esta última ciudad.
Para hacer esto, hizo que las tropas faentinas y forliveses construyeran una bastia
en torno al viejo castillo de Cotignola, en las cercanías de Bagnacavallo, que, fortificándose y engrandeciéndose se convirtió luego en la ciudadela de Cotignola, a la cual se llevaron colonos forliveses y faentinos para proceder a la captura de la güelfa Bagnacavallo.
También Bagnacavallo, después de diez días de asedio, se rindió a los forliveses.
Por estas acciones, los forliveses recibirían el interdicto de Bonifacio, arzobispo de Rávena.

Las guerras güelfas y gibelinas en los Apeninos
Indignados y hartos de todas estas guerras, los boloñeses pidieron ayuda al papa para acabar de una vez por todas con estos gibelinos de la Romaña que parecían imbatibles en el llano y en las guerras en las ciudades.
Así que los güelfos decidieron atacar y ganar las tierras de Forlí por sorpresa desde los montes de la Toscana, es decir, la frontera sur del estado de Forlí, que estaba desguarnecido en los Apeninos.
Los boloñeses, que habían reunido gracias al papa tropas güelfas de Florencia, Reggio Emilia, Módena y Rávena, con la ayuda de algunos traidores de Forlí, decidieron concebir y organizar un plan para atacar al estado gibelino desde las montañas y los Apeninos toscanos para sorprender a los forliveses, concentrados y dispersos casi todos en la llanura de la Romaña.
Los güelfos, al mando de Guido Selvatico, conde de Romena, atacaron desde los montes las posesiones montañesas forlivesas, apoderándose rápidamente de Galeata, Pianetto, Civitella, Montevecchio y otros lugares montañeses, mientras otras tropas güelfas avanzaban en la llanura hacia el puente de San Próculo, cerca de Faenza, para guerrear e impedir la ayuda a los forliveses por parte de esta ciudad.
Al mismo tiempo, los güelfos pusieron bajo asedio también el castillo de Piancaldoli en los Apeninos faentinos, territorio controlado por el valiente Maghinardo Pagani.

Gracias a los contraataques de este, que llamó desde Faenza al capitán de los Lambertazzi y al senado de Forlí, que mandó el ejército a ese lugar, tras una furiosa batalla que duró varias horas, los güelfos fueron derrotados y puestos en fuga del castillo y burgo de Civitella, que habían ocupado poco tiempo antes.
El Feltrano decidió perseguirlo por los montes y los fugitivos intentaron refugiarse en Tredozio, donde había una fortaleza güelfa, pero, alcanzados y rodeados por la táctica de Montefeltro, se vieron obligados a detenerse y dar batalla en un lugar desfavorable y fueron fácilmente derrotados y hechos prisioneros.
A la vista del fallido ataque en las montañas, los boloñeses se retiraron también del puente de San Próculo y trataron de refugiarse en Imola, perseguidos por las tropas gibelinas de Faenza, que habían llegado a la ciudad, donde los güelfos se vieron sorprendidos mientras estaban cavando fosos en torno a las murallas para defenderse.
Así se produjo una pequeña batalla donde murieron un centenar de güelfos.
Tras este enfrentamiento, fueron arrestados y encarcelados en la fortaleza de Cesena, Guglielmo Ordelaffi, Paganino Orgogliosi y su hijo Francesco, por traición en esta revuelta contra Guido de Montefeltro.
Posteriormente intentaron fugarse de la fortaleza de Cesena, pero fueron apresados y decapitados.
Al mismo tiempo, el Feltrano decidió acabar los combates con los güelfos en Romaña y se dirigió al castillo de los Calboli
en los Apeninos de Forlí, donde se habían retirado todos los güelfos que quedaban en esos montes.
En el castillo de los Caboli se habían reunido los güelfos forliveses Riniero y Guido de Calboli, con otros nobles y ochocientos guardias, habiéndoles dado el senado de Bolonia doce mil liras para dedicarlas a la defensa de aquel lugar durante al menos diez meses a la espera de su ayuda.
Pero, debido a la estrechez de los pasos, no llegó ninguna ayuda desde Bolonia: en este momento, el Feltrano decidió poner bajo asedio el castillo de los Calboli y, tras dos meses lo destruyó con siete enormes máquinas de guerra que, lanzando grandes piedras, echaron por tierra sus murallas y sus casas, que quedaron arrasadas.

Después de esta serie de victorias, la fama de los gibelinos no tenía más rivales en la Romaña.
Rávena y Rímini tuvieron que rendirse y confederarse con los gibelinos por miedo a ser invadidas y llegaron a acuerdos de paz con los forliveses, rompiendo sus alianzas con los boloñeses, considerados demasiado débiles como para defenderlos.
Era un periodo en el que todo parecía favorecer al Feltrano y a los forliveses y nada a los boloñeses.
Esto preocupaba bastante a los boloñeses y los Geremei, que tenían miedo de un retorno de los Lambertazzi a Bolonia por la fuerza. Así que empezaron a protestar cada vez más ante el papa y a pedir más refuerzos militares.
Fue también el periodo en el que nació la fama legendaria de astucia e invencibilidad militar del Feltrano, pero las obras y fama más importantes que se extenderían por Europa todavía estaban por llegar.
Después de todos estos repetidos reveses, los boloñeses pidieron ayuda al papa Nicolás III,
quien, debido a su moderación, les mandó a Bertoldo Orsini, su sobrino, con el título de conde de Romaña, con el objetivo de mediar y pacificar la situación en Bolonia y la Romaña.
Orsini se dio cuenta de que era mejor dejar de resolver las cosas con las armas y apaciguar a los Lambertazzi y los Geremei en Bolonia, que tratar de derrotar a los gibelinos de Forlí y que no podía encontrar otra solución que hacer volver a los Lambertazzi a Bolonia, devolverles sus propiedades y hacer las paces entre los gibelinos y los güelfos de esas tierras.
Y eso hizo, muy sabiamente.
Pero los Geremei aceptaron mejor esta decisión y consideraron que el pontífice, debido a la beligerancia de los gibelinos, debía combatirlos y no introducirlos en la ciudad.
Pero Bertoldo Orsini dijo que la Iglesia abrazaba a ambos y organizó la vuelta y un banquete de paz para ambas facciones, en el que también participó el Feltrano.

Así que los Lambertazzi después de su exilio volvieron como hermanos a Bolonia y pareció haber paz.
Pero esa paz duró solo mientras Nicolás III estuvo vivo, pues murió poco después y el nuevo papa francés, Martín IV, no fue tan dócil con los gibelinos como el anterior.
Así que, inmediatamente después de la muerte de Nicolás III, los Geremei y los Lambertazzi volvieron a las manos y estos últimos fueron nuevamente expulsados de Bolonia y se refugiaron de nuevo en Faenza, entonces bajo el mando de Guido de Montefeltro.
Al mismo tiempo, los Geremei se dirigieron al papa francés electo y le pidieron que organizara un terrible ejército para acabar de una vez por todas con los gibelinos de la Romaña.
Así que, con el apoyo del nuevo pontífice y la ayuda del rey de Francia, Carlos II de Anjou, se organizó una verdadera cruzada definitiva al mando del general francés Jean d'Eppe (Giovanni d'Appia), para acabar de una vez de por todas con los últimos gibelinos que quedaban en Italia.
En esa época, tras las victorias sobre los herederos de Federico II y las violentas cruzadas contra los albigenses, el ejército francés era considerado imbatible y terrible y lo que vais a leer a partir de aquí pasó a la historia como la matanza dantesca del «montón sangriento» y os contará qué pasó y cómo acabaron las cosas.
Y también os contará, por primera vez desde hace siglos, por qué esa tierra permaneció irreductiblemente amiga del imperio y quién la había fundado realmente muchos años antes, en los tiempos de la antigua Roma.

- SEGUNDA PARTE -
La cruzada contra los gibelinos en Romaña

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Bajo Las Garras Verdes Ivo Ragazzini
Bajo Las Garras Verdes

Ivo Ragazzini

Тип: электронная книга

Жанр: Современная зарубежная литература

Язык: на испанском языке

Издательство: TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE

Дата публикации: 16.04.2024

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О книге: Bajo las garras verdes es la cita dantesca de una batalla épica, que acabó con una matanza hacia finales del siglo XIII, entre un ejército franco-güelfo, enviado por el papa Martín IV, y los últimos gibelinos italianos que quedaban tras la muerte de Federico II. Estos habían venido de toda Italia a Forlí, para defenderla como última ciudad gibelina que mantenía las leyes imperiales y con una impactante salida sorprendieron y masacraron al ejército francés que llevaba asediándolos durante un año. Cómo y por qué se había llegado a este enfrentamiento y cómo acabaron las cosas serán naturalmente el objeto de este libro. De hecho se trata de un enfrentamiento histórico, sacado a la luz desde la oscuridad de los siglos, dedicado a los últimos gibelinos italianos, que, rechazando someterse al papa, fueron recordados por Dante cuando escribió en La divina comedia: «… hizo de franceses un montón sangriento, bajo las garras verdes permanece».

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