Carrera Turbulenta

Carrera Turbulenta
January Bain
Alysia ha pasado los últimos diez años evitando relacionarse, pero la noche en que su vida se desmorona, conoce a Nick. Ahora se ha quedado sin opciones. Perseguida por su pasado, Alysia está desesperada por encontrar respuestas. Necesita a Nick y al grupo que ha jurado ayudar a los que no pueden acudir a la ley en busca de ayuda, porque el Grupo de Los Cuatro hará lo que las fuerzas del orden no pueden o no quieren: creerla cuando dice que sabe quién la persigue. Me llamo Nick Wheeler y trabajo en el Grupo de Los Cuatro, donde aprovecho mis excepcionales habilidades. Pero lo que no esperaba es involucrarme con una enfermera de traumatología, ni que se convirtiera en algo tan mortal, con lo que está en juego hora tras hora. Soy Alysia Rossini. Una mirada a Nick Wheeler y sé que es el que me ayudará a olvidar el pasado. Pero, ¿es justo exponerlo a tal peligro? ¿Y viviré lo suficiente para tener la oportunidad de estar con él?



Table of Contents
Books by January Bain (#ub2838fea-9096-5f3a-be71-3b703a249691)
Title Page (#u66c45127-1124-5e97-9822-55f4b8119e90)
Legal Page (#u449f80a6-3154-5253-93de-e174f8a49062)
Book Description (#ue558f3ac-5b24-5044-b300-3486e1a8b5a6)
Agradecimiento (#u94b88f71-520e-5cbe-9e30-112dbe2bdf98)
Reconocimiento a las Marcas Comerciales (#u47bf9024-6a2f-598f-937e-b9d0560e7cf3)
Capitulo Uno (#u74070bba-696b-51b8-8fe2-8a3c098b915c)
Capítulo Dos (#ufb34cd9f-6cfc-5f6e-8d0e-71981d12a656)
Capítulo Tres (#u39ddfd8b-7ab4-5b79-bf32-32fbbb7a8402)
Capítulo Cuatro (#uccd1945d-f42e-5d66-b549-740d657a0585)
Capítulo Cinco (#uf09af2d0-b55f-578b-9c98-75099cc53c74)
Capítulo Seis (#u65f3a7ba-46a1-51a1-bf1d-f72305e23ada)
Capítulo Siete (#uea549a8d-e8ed-598d-b62b-6896b4b21a18)
Capítulo Ocho (#u19155d94-1d8c-584a-b21e-bd59387105a6)
Capítulo Nueve (#ua7be5bd2-d83c-5833-8cd8-d17af20b3400)
Capítulo Fiez (#u1047c17f-4627-5f34-89e4-c43d74080d3a)
Capítulo Once (#u23c50efb-ce98-5ca1-a620-00404a4008e2)
Capítulo Doce (#ub649fdd4-6e9b-5fd2-a6e0-f8b32f5ee949)
Capítulo Trece (#u200c1417-9c8e-517d-91d3-3433440c0061)
Capítulo Catorce (#u18b96f9f-19ca-5890-9cb5-81aa640dd7b4)
Capítulo Quince (#u06daa797-1c89-598e-9e13-25a1a08f1479)
Capítulo Dieciséis (#u2aaf7a24-c2d5-5a52-a7ed-fbead7dab52e)
Capítulo Diecisiete (#u9d16b698-8b32-531d-9949-c3b7a814cb09)
Capítulo Dieciocho (#uf359dbb8-e734-540a-998f-550aff6edc91)
Capítulo Diecinueve (#uedefbacb-b1e0-532b-92f5-9889887a48bc)
Capítulo Veinte (#u700f0dce-4d49-5fb6-b872-3be166b8b8d9)
Capítulo Veintiuno (#u9176b116-5dd1-5f8c-ad2b-ce8b739e0270)
Capítulo Veintidós (#u73c7e95f-fed3-57d0-bb49-a16c8cce5312)
Capítulo Veintitrés (#u75ec668f-cbbf-572f-8d0c-0a445fb87684)
Capítulo Veinticuatro (#u15e25e66-0149-5b7d-b59c-ee66ec4a20c8)
Capítulo Veinticinco (#ubc23d153-2b99-57f7-a841-498d18a28ee2)
Capítulo Veintiséis (#u983fa98c-2608-562d-a017-d9e9cc7ee0db)
More exciting books! (#u2dff9e06-509b-59d5-8ee3-267183e84ebf)
Acerca de la Autora (#u4d277790-0a13-504b-b1d1-13b5fbb8e479)
Totally Bound Publishing books by January Bain

Brass Ring Sorority
Winning Casey (https://www.totallybound.com/book/winning-casey)
Chasing Lacey (https://www.totallybound.com/book/chasing-lacey)
Romancing Rebecca (https://www.totallybound.com/book/romancing-rebecca)

TETRAD Group
Racing Peril (https://www.firstforromance.com/book/racing-peril)
Racing the Tide (https://www.totallybound.com/book/racing-the-tide)
El Grupo de Los Cuatro
CARRERA TURBULENTA
JANUARY BAIN
Carrera Turbulenta
ISBN # 978-1-80250-003-5
©Copyright January Bain 2020
Primero edición publicada 2020
Esta edición publicada 2021
Diseño de la portada por Erin Dameron-Hill ©Copyright Enero 2020
Traducción al español: Santiago Machain 2021
Diseño del texto interno por Claire Siemaszkiewicz
Editorial Totally Bound

Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, lugares y sucesos provienen de la imaginación de la autora y no deben confundirse con hechos reales. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, eventos o lugares es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida en forma material, ya sea por impresión, fotocopia, escaneo u otro medio, sin la autorización escrita del editor, Totally Bound Publishing.

Las solicitudes deben dirigirse en primer lugar, por escrito, a Totally Bound Publishing. Los actos no autorizados o restringidos en relación con esta publicación pueden dar lugar a acciones civiles y/o penales.

El autor y el ilustrador han hecho valer sus respectivos derechos en virtud de las Leyes de Derechos de Autor, Diseños y Patentes de 1988 (con sus modificaciones) para ser identificados como el autor de este libro y el ilustrador de las ilustraciones.

Publicado en 2021 por Totally Bound Publishing, Reino Unido.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, escaneada o distribuida en forma impresa o electrónica sin permiso. Por favor, no participe ni fomente la piratería de materiales protegidos por derechos de autor en violación de los derechos de los autores. Adquiera sólo copias autorizadas.

Totally Bound Publishing es un sello de Totally Entwined Group Limited.

Si has comprado este libro sin portada debes saber que este libro es propiedad robada. Fue reportado como “no vendido y destruido” a la editorial y ni el autor ni la editorial han recibido ningún pago por este “libro sin portada”.
Libro dos de la serie del Grupo de Los Cuatro

Alysia ha pasado los últimos diez años evitando las relaciones, pero la noche en que su vida colapsa, conoce a Nick. Ahora se ha quedado sin opciones.

Perseguida por su pasado, Alysia está desesperada por encontrar respuestas. Necesita a Nick y al grupo que ha jurado ayudar a los que no pueden acudir a la ley en busca de ayuda, porque el GLC hará lo que las fuerzas del orden no pueden o no quieren: creerle cuando dice que sabe quién la persigue.

Me llamo Nick Wheeler y trabajo en el GLC, donde aprovecho al máximo mis inusuales habilidades. Pero lo que no esperaba es involucrarme con una enfermera especialista en traumatismos, ni que se convirtiera en algo tan mortífero, con lo que está en juego hora tras hora.

Soy Alysia Rossini. Una mirada a Nick Wheeler y sé que es el que me ayudará a olvidar el pasado. Pero, ¿es justo exponerlo a tal peligro? ¿Y viviré lo suficiente para tener la oportunidad de estar con él?
Agradecimiento

Un libro es siempre un viaje que requiere un gran apoyo. He tenido el placer y el honor de contar con la ayuda de personas a las que admiro. Desde mi incomparable editora, Rebecca Baker Fairfax, hasta el impresionante equipo de Totally Bound Publishing, pasando por el mejor marido del mundo por tolerar los compromisos de tiempo que requiere una empresa así, les doy a todos mi más sincero agradecimiento. Todos ustedes hacen más bien de lo que creen.
Reconocimiento a las Marcas Comerciales
La autora reconoce la categoría de las marcas registradas y los propietarios de las siguientes marcas mencionadas en esta obra de ficción:

Beretta: Fabbrica d'Armi Pietro Beretta
Bunn: Bunn-O-Matic Corporation
Canada’s Food Guide: Health Canada
Crown Royal: Diageo plc
Dirty Harry: Warner Bros. Entertainment Inc.
Disneyland: The Walt Disney Company
Dodge: FCA US LLC
Duracell: Berkshire Hathaway Inc.
Frankenstein: Mary Shelley
Glock: Glock Ges.m.b.H.
Hummer: General Motors Company
iPad: Apple Inc.
James Bond: Ian Fleming
Kevlar: DuPont de Nemours, Inc.
Little House on the Prairie: NBCUniversal Television Distribution
Mazda: Mazda Motor Corporation
Mona Lisa: Leonardo Da Vinci
Ray Donovan: CBS Television Distribution
Superman: Warner Bros. Entertainment Inc.
The Black Cat: Edgar Allan Poe
The Paper Bag Princess: Robert Munsch
The Premature Burial: Edgar Allan Poe
The Rime of the Ancient Mariner: Samuel Taylor Coleridge
The Tell-Tale Heart: Edgar Allan Poe
Timmy’s: Tim Hortons Inc.
Capitulo Uno
“Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.”
Friedrich Nietzsche

Alysia Rossini miró a través del parabrisas de su Dodge RAM el tiempo, que cada vez era más desapacible. Tenía las manos tan apretadas al volante que le dolían los nudillos. Las líneas pintadas que delimitaban el pavimento acuoso hacía tiempo que habían desaparecido. Desesperada por mantener el vehículo en la carretera, se inclinó más hacia el salpicadero, con la ropa húmeda y empapada por el sudor que se deslizaba por su columna vertebral. Tenía los limpiaparabrisas en su posición más alta, pero eran incapaces de mantener el ritmo del diluvio de lluvia que azotaba el grueso cristal en fuertes ráfagas. El estómago se le revolvía por la preocupación y la terrible sensación de inquietud premonitoria que se le ha ido acumulando durante la hora de viaje, alimentada por su intenso aislamiento.
Las brumosas, grises e indiferentes Cascade Mountains se extendían cientos de kilómetros en todas direcciones, pareciendo un planeta lejano. Conducir sola hasta su casa hacía que Alysia dudara en parar. Era tan fácil que te chocaran por detrás en esta traicionera carretera como que no lo hicieran. Y ese vehículo que le seguía la estaba acechando demasiado. El conductor necesitaba que le examinaran la maldita cabeza.
Pasaron unos cuantos kilómetros más, Alysia apretó las manos contra el volante y miró el espejo retrovisor cada pocos segundos. La reducción de la velocidad evitó que el camión con tracción a las cuatro ruedas hiciera aquaplaning, pero aumentó el tiempo con el idiota que le pisaba los talones.
Finalmente, la borrasca empezó a ceder, y las luces del vehículo que iba detrás de ella se convirtieron en algo más que dos ojos blancos que brillaban a través de la niebla. Girando la cabeza de un lado a otro, trabajó para aflojar la tensión de sus hombros. La dura realidad de su jornada laboral de veinticuatro horas seguida de una visita a su amiga Kate pasó por su mente, trayendo consigo tristeza y desesperación añadidas, y una sensación de aislamiento aún más aguda.
Sacudió la cabeza, tratando de liberar los recuerdos. Revivir un bucle de pesadilla nunca resolvía nada. Lo que más necesitaba era un trago. Aliviar el dolor del trabajo y la devastadora enfermedad de Kate. Menos mal que no estaba lejos de la gasolinera. Aceleró, presionando el pie sobre el pedal. Las luces de la explanada de la gasolinera le llamaban la atención, como un santuario en medio de la tormenta.
Oh, Dios no. El SUV que la seguía en demasía de cerca dio un coletazo en su espejo retrovisor. Se balanceaba de un lado a otro en una danza macabra, sacudiéndose de un lado a otro como un hábil ladrón que escapa de las manos de la justicia. A cámara lenta, Alysia contempló el horror que suponía que el vehículo comenzara a rodar hacia la muerte. Giró sin control, de lado a lado, y luego se detuvo en el arcén de la autopista, arrojando columnas de humo.
Quitó el pie del acelerador y giró el volante hacia la derecha, preparándose para dar la vuelta y apartarse a un lado de la carretera cerca del vehículo siniestrado. No tenía sentido que ella también tuviera un accidente.
Puso la camioneta en el aparcamiento y miró al todoterreno que tenía delante. El vapor salía de los restos del vehículo en forma de ondas. Las ruedas seguían girando, y sus elegantes tapacubos cromados captaban los destellos de luz de sus faros antiniebla.
Ella tomó su teléfono móvil e hizo la llamada.
“Nueve-uno-uno, ¿en qué puedo ayudarle?” le preguntó una voz al otro lado de la línea de vida de forma calmada y tranquilizadora.
“Quiero informar de que hay un accidente de un solo vehículo en el Coquihalla, justo al norte del trineo de nieve Great Bear, y a quinientos metros al sur de la estación de servicio. Soy Alysia Rossini, enfermera en trauma de BC-STARS (siglas en inglés del Servicio de Rescate Aéreo de Traumatismos por Impacto de la Columbia Británica). La única en la escena. El vehículo ha volcado hace unos treinta segundos. Por favor, llame a mi equipo y avise de que aterricen en el aparcamiento de la gasolinera. Ah, y que tengan cuidado con los cables aéreos del lado norte del terreno”.
Volvió a levantar la vista, un extraño sonido de estallido desvió su atención de la operadora que grababa su llamada. “¡Avisen que el vehículo está en llamas! Voy a entrar”. Cortó la llamada y se metió el teléfono en el bolsillo de la chaqueta. Había más ayuda en camino, pero no llegaría hasta dentro de quince o veinte minutos. Eso, si es que podían volar con este mal tiempo.
Después de tomar un extintor y su bolsa de trauma portátil (una versión más pequeña de su kit de trabajo) del asiento de atrás, abrió la puerta del conductor y salió a la resbaladiza calzada. La lluvia helada le golpeaba la cabeza y los hombros, y cada trozo de agua que picaba era una dura reprimenda de la que apenas tomó nota. La visión de las llamas que surgían cerca de la parte delantera del vehículo hizo que su adrenalina se disparara. Tragó con fuerza y se concentró en los próximos y preciosos momentos en los que podía salvar una vida humana de la extinción.
Ella corrió hacia el todoterreno volcado, su movimiento era algo natural. Sólo que esta noche no había ninguna enfermera secundaria corriendo junto a ella desde el helicóptero hasta el lugar de los hechos. Sería la única que prestaría los primeros momentos críticos de asistencia, que a menudo suponen la diferencia entre la vida y la muerte.
Dejó caer su equipo a unos metros del vehículo, pero se aferró al extintor. Quitando el percutor metálico, dirigió la manguera negra del pesado bote rojo hacia los bajos del vehículo, cerca del compartimento del motor, donde salían disparadas franjas azuladas de llamas alimentadas por la gasolina y la goma, que ya estaban subiendo.
¿Cuántas personas estaban implicadas? Sólo había visto la cabeza del conductor iluminada por las luces del salpicadero, pero eso no significaba que no pudiera haber otros. Por favor, que no haya niños. Eso era lo peor. Víctimas inocentes que atormentaban para siempre a sus salvadores.
Respiró profundamente para estabilizarse, tomando aire impregnado del hedor del aceite y el plástico quemados. La nube de producto químico seco destinada a acabar con las llamas no hizo más que aumentar el hedor, haciendo que le doliera la cabeza.
Luchó contra las llamas, sofocándolas hasta que sólo se desprendió un humo oscuro de los restos. La noche quedó en silencio al desaparecer el crujir del fuego. No había gritos. ¿El conductor estaba inconsciente? ¿O muerto?
Tiró el contenedor vacío y agarró su bolsa de emergencia, arrastrándola hacia la calzada helada. Con las manos y las rodillas, el frío y la humedad filtrándose a través de sus vaqueros, se acercó a la puerta del conductor. Mirando a través del cristal, utilizó la mano para eliminar la humedad acumulada. Un hombre colgaba boca abajo de su asiento, con el arnés de seguridad aún colocado y los airbags desplegados. No hay movimiento. Tomó la linterna de su equipo y la dirigió hacia el interior. Sólo una persona. Gracias a Dios.
Alcanzó la manilla de la puerta y trató de abrirla de un tirón para encontrarla atascada, con fuerza.
“¡Maldita sea!” El improperio le bajó un poco la tensión. La imagen de una palanca apareció en su cerebro. Volvió corriendo a su camión y localizó la que estaba debajo del asiento delantero. Después de volver a la carrera hacia los restos, deslizó la herramienta en la grieta entre la puerta y el panel lateral y apretó con todas sus fuerzas.
“Las mandíbulas de la vida serían útiles en este momento”, murmuró. Puso todo su cuerpo en la acción, todos los ciento veinticinco kilos de tendones y músculos. Nunca dejaba de hacer ejercicio. Su trabajo requería un cuerpo en forma. Desgraciadamente, se excedía en la mayoría de las cosas. Un repentino recuerdo de haber abusado del alcohol en una convención la semana anterior la hizo estremecerse. De acuerdo, todos los intervinientes de su equipo habían hecho lo mismo, pero tenía que controlar las cosas antes de que su vida se descontrolara.
La puerta cedió ante sus continuas embestidas. Aunque crujió en señal de protesta, se abrió lo suficiente como para que pudiera colarse en el interior. Colocó sus dedos en el cuello del hombre, comprobando si tenía pulso. Apenas detectable. Estaba luchando, jadeando. La sangre goteaba de un gran corte en la frente, lo que explicaba su estado de inconsciencia. Necesitaba introducir oxígeno en su sistema, rápidamente.
—¿Te encuentras bien? le preguntó, tratando de despertarlo. Parecía tener unos veinte o treinta años, cerca de su edad, tal vez un poco más, con el cabello oscuro y rizado que le caía sobre los ojos. Le resultaba algo familiar, pero no podía identificarlo.
No respondió.
No quería moverlo, no hasta que llegara la ayuda y pudieran sujetarlo con seguridad a una camilla. Esa era una de las cosas que no llevaba. Si había lesiones internas invisibles o fracturas en la columna vertebral, podría hacer más daño. Su cuerpo había sido muy maltratado.
La respiración agitada se detuvo y su adrenalina se disparó. ¿Paro cardíaco?
Tenía que incubarlo o corría el riesgo de sufrir daños cerebrales. Se apartó y abrió su botiquín, sacando un laringoscopio para localizar sus cuerdas vocales, la entrada a la tráquea. La bolsa también incluía el tubo endotraqueal de polivinilo con un globo en el extremo necesario para la delicada operación. Necesitaba crear un sello para evitar que el aire se escapara cuando forzara la respiración con la bolsa de aspiración portátil, y para evitar que el paciente vomitara. Sería una tragedia que se salvara, sólo para morir de neumonía por aspiración días o semanas después.
Trabajar boca abajo, ella sola, iba a ser todo un reto, si no imposible. Pero no sería la primera vez que tuviera que arreglar un dispositivo para que funcionara a favor del paciente. En el campo, una enfermera vivía de su ingenio y de su rápida capacidad para averiguar lo que era necesario, o se hundía y abandonaba la profesión en busca de aguas más tranquilas.
Los minutos pasaron. Alysia se esforzó por entubarlo, lo que normalmente es un trabajo de dos personas. Pero entonces la manguera cooperó y se deslizó por su tráquea y en su lugar. Estaba embolsado. Gracias a Dios.
Comenzó el proceso de llevar aire vital a sus pulmones. Entrando y saliendo. Dentro y fuera. Sólo respira, eso es todo.
¿Cuánto tiempo hasta que llegue la ayuda? BC-STARS air se enorgullecía de que el despegue se produjera a los cinco minutos de recibir la llamada. No había pasado ningún vehículo y nadie había salido de la gasolinera para comprobarlo. El fuego no podía ser tan grande como para ser visto desde esa distancia.
Volvió a mirar la cara del hombre, apartando el cabello mojado para comprobar la profunda herida de la frente que mostraba el blanco del hueso. La sangre goteaba sin cesar, casi negra con la poca luz que había.
¿Quién era? La forma de su rostro la atormentaba. Cada vez estaba más segura de que conocía al tipo.
Entonces sus ojos se abrieron. Los ojos que la habían perseguido desde que tenía doce años la miraron fijamente.
Oh. Dios. Dios. El tiempo se detuvo de forma brusca.
No era él.
No el monstruo que había asesinado a toda su familia. A sangre fría. Quería arrancarle el dispositivo de su malvada garganta, utilizarlo para estrangularle la vida. Sus manos se congelaron en su tarea autoimpuesta. Su corazón tartamudeó y su respiración se volvió áspera, saliendo en jadeos estrangulados de su pecho aterrorizado.
¿La estaba acosando? ¿Era por eso que la seguía tan de cerca? Nadie lo sabría si ella lo dejaba ir a la buena noche, si lo terminaba aquí y ahora. Ella podía hacerlo. Sabía cómo hacerlo. Tenía los medios. ¿Podría alguien culparla realmente?
La policía no la había creído todos aquellos años, diciendo que él tenía una coartada sólida al estar fuera, en esa escuela de la Ivy League a la que sus padres lo habían enviado, para corregir su comportamiento, para hacer un mejor uso de su intelecto que se salía de las tablas. Pero Alysia siempre había sabido que se había salido con la suya, que se había vengado de su familia por el daño percibido en la suya, una percepción que más tarde había resultado infundada.
Y ahora había vuelto. A su merced.
Se miraron fijamente durante un momento eterno. Sus ojos, oscuros y vacíos, no dieron tregua. La decisión era suya.
El rugido del motor del helicóptero le avisó de que se acercaba. Aún le quedaban un par de minutos: tenían que llegar a la escena desde el aparcamiento. Todavía estaba a tiempo de dejar morir al desgraciado.
El concurso de miradas continuó durante unos segundos mortales más. Su mano vaciló en el tubo, queriendo arrancarlo. No administrar ninguna ayuda. Acabar con él. No haría falta mucho. Sólo mantener la mano sobre la boca y la nariz de él hasta que dejara de respirar. Sus heridas lo explicarían.
El dilema le atravesó el cerebro. Le siguió el dolor. Su cabeza se sentía a punto de estallar con la tensión aguda. Se le hizo un nudo en la garganta. No hay victoria en este caso. Si lo dejaba morir, ella perdía. Si lo salvaba, también...
Capítulo Dos
Un año después

Jeffrey Poe se limpió el sudor de la frente con el dorso de un desgastado guante de trabajo, con cuidado de no frotar demasiado el sensible tejido cicatricial que dividía su carne desde la ceja hasta el nacimiento del cabello. Aunque la temperatura había permanecido por debajo del punto de congelación, con un fuerte viento del norte que corría por el puerto de montaña, el esfuerzo necesario para talar un árbol de treinta y cinco centímetros de diámetro con una motosierra y luego desramarlo con un hacha lo había sobrecalentado. Pero el trabajo físico lo mantenía fuerte, preparado, listo para cualquier cosa que este mundo demente pudiera arrojarle.
Se puso de pie y estiró su dolorida espalda, observando su parcela maderera, ganada con tanto esfuerzo, desde la perspectiva de un extraño. La vista desde este lado de la montaña, con vistas a la serpenteante franja del río más abajo, se había instalado en su torrente sanguíneo y le hacía sentirse invencible en su propio paraíso aislado. Picos afilados y helados, que se elevaban hasta besar el cielo y eran tan peligrosos y majestuosos como los antiguos guerreros que custodiaban el pasado y el presente, rodeaban su casa.
Era inaccesible, salvo por un camino de madera cubierto de maleza. Se había asegurado de que no habría visitantes inesperados, instalando detectores de movimiento y cámaras ocultas de circuito cerrado que transmitían imágenes de extraños a su yurta recién construida antes de que pudiera verlos a simple vista o con prismáticos. Lo que más le enorgullecía era la yurta. Las bobinas de polietileno rellenas de arena blanca, apiladas en cada anillo sucesivo hasta alcanzar la altura adecuada, habían creado resultados aislantes sorprendentes. Parecía un iglú de los Inuit, pero dejaba entrar mucha luz en la parte superior y a través de las generosas ventanas que había instalado. El lugar era muy ecológico, con el impresionante conjunto de paneles solares colocados en su ángulo adecuado. Entre los paneles y la quema de madera, no necesitaba energía hidroeléctrica.
Vivir fuera de la red había resultado ser todo un trabajo, aunque ahora estaba casi allí, nunca más fuerte ni mejor preparado. Llevaba casi un año en esta empresa, pero ahora todo estaba casi terminado, en su sitio. Preparado. Nunca había suficientes horas en el día para que un par de manos hicieran las innumerables tareas, pero lo había hecho, aunque unos meses más tarde de lo previsto. Por supuesto, tener que recuperarse en el hospital, seguido de semanas de convalecencia, y luego arrastrarse por la obra intentando hacer todo el trabajo él mismo no había ayudado. Pero lo había hecho, soportando el dolor.
Él pensó en todos esos grupos joviales de amigos y familiares que a los constructores de la televisión les gustaba mostrar como la norma en su programa. De ninguna manera. No iba por ahí. Había hecho este trabajo él solo. Él era el que tenía el poder, el control.
Mirando por encima de su terreno, recibiendo una momentánea punzada de satisfacción por la gloriosa vista del valle y el sinuoso río que había debajo, sacudió la cabeza. Una inmensa oleada de ira le golpeó, tan rápida como siempre, haciendo que una luz blanca atravesara su visión. Todo lo demás quedó a oscuras.
Cuando su visión se aclaró lo suficiente como para ver, dirigió la oleada de calor hacia el árbol, cortando y cortando un poco más, en un esfuerzo por eliminar toda la corteza y el asqueroso musgo. La corteza se pudriría y sería un huésped para los insectos. Los trozos de corteza y madera verde volaban por todas partes, lo que le enfurecía cuando algunos se pegaban a su piel húmeda, haciéndole sentir comezón. El olor a pino y a mofeta sobrecargó sus sentidos olfativos, haciendo que le lloraran los ojos. La maldita criatura repugnante había invadido su territorio hoy, dejando marcas de olor cuando su perro lobo había comenzado a ladrar en un esfuerzo por ahuyentarlo.
Todo esto era su maldita culpa. Ella era su incompleta carga. Ella era la razón por la que había caído en desgracia. La razón por la que era rechazado por todos aquellos con los que había contado para entrar en el mundo de los negocios y las finanzas. Un aroma a la peste que ella había puesto sobre él con sus sospechas y todas las ratas lo habían abandonado. Y ahora míralo. Cubierto de suciedad y sudor y agotado de intentar arreglárselas solo. Sin nadie que le ayude. Bueno, que se vayan al diablo. Si alguna vez le pedían algo, les diría dónde meterse.
La venganza estaba al caer. Su ritmo cardíaco se aceleró cuando pensó en la cuna subterránea que había construido para prolongar el juego. Esta vez no habría un final rápido. Se lo debía. Un voto que no le costaría trabajo hacer realidad. Una partida de ajedrez en la vida real, en la que el ganador se llevaría todo.
Capítulo Tres
Día Uno

Crujido.
¿Qué fue eso?
Alysia se detuvo en medio del giro, con la mano sobre la palanca de la cisterna del inodoro, lista para tirar de la cadena. Ya está. Otra débil pisada. Alguien estaba en la casa, avanzando por el pasillo, paso a paso con cautela. No era una pesadilla, pero esta vez era real. Con la boca seca, la garganta en tensión, intentó moverse. ¿Por qué, oh, por qué no lo maté cuando tuve la oportunidad? ¿Por qué reanudé la reanimación cardiopulmonar y salvé su malvado trasero? Porque juré ayudar a los demás. Es por lo que entré en la enfermería en primer lugar. Y no quería ser como él. El pensamiento idealista no la había reconfortado entonces y le proporcionaba aún menos consuelo ahora, porque tenía el terrible temor de que si tenía que volver a hacerlo todo, podría no salir la misma persona.
No podía descongelar su cuerpo: cada célula, cada músculo, cada fibra de su ser estaba paralizada por el miedo. El recuerdo de otra época se deslizaba entre un latido y otro del corazón, exprimiendo su vida como las pitones que más temía cuando visitaba la casa de los reptiles cuando era niña. La arrastró, se apoderó de ella. Llenó su mente consciente con un tormento insoportable mientras su cuerpo permanecía congelado en su lugar, tapiado y mortificado por la poderosa imagen. Allí. Un chirrido de protesta de las viejas tablas del suelo. Un olor que no pudo identificar. Muévete, maldita sea.
Se liberó del terror en un arrebato de autoconservación impulsado por una sola pizca de fuerza de voluntad. Recogió el teléfono móvil que estaba en el borde del fregadero y se lanzó hacia la ventana, empujó el cristal inferior con las manos temblorosas hasta el punto de no parecer estar bajo su control, y empujó un pie sobre la cornisa para trepar por el pequeño espacio. Su talón se enganchó en la cabeza de un clavo afilado que sobresalía del marco de madera. Se tragó el dolor. Levantó el otro pie y saltó por encima del alféizar.
Mareada por las oleadas de terrores nocturnos que la inundaban con fuerza, se arrastró por las tejas de asfalto helado con los pies descalzos. Se obligó a pensar, a permanecer en el momento. Sería demasiado fácil sucumbir a su peor temor, permitir que el pasado arrasara con todo lo que tanto le había costado construir. Acostarse y morir, acabar con todo. El dolor. La culpa. Las noches sin dormir.
Entonces la imagen de su padre llenó su cerebro, animándola a seguir adelante. No dejes que el mal gane, cariño. De repente, él estaba allí con ella, haciéndole señas para que avanzara en la noche, una imagen corpórea que rondaba entre la vida y la muerte. Entre este mundo y el siguiente, reconfortante y agridulce, porque en su corazón sabía que no era real. En cambio, él yacía en su tumba al lado de su madre a cientos de kilómetros de distancia.
Fortalecida por la visión, se detuvo en el borde del tejado y miró hacia abajo. Había al menos seis metros hasta el borroso suelo de abajo. ¿Por qué no me puse las gafas? ¿O sacar la Beretta de la mesita de noche? Por la misma razón por la que no había encendido la luz del baño: era plena noche y no hacía falta. Y las luces brillantes molestaban a sus ojos demasiado sensibles. Sólo había traído su teléfono en caso de emergencia en el trabajo o con Kate. Ahora ya no había esperanza. Tenía que ir al límite. ¿Quizás los 60 centímetros de nieve espesa amortiguarían su caída? O no. Mejor una extremidad rota que lo que le esperaba dentro.
Su vida no tendría un final rápido, lo sabía con total certeza. La constatación le hizo rechazar el pánico que amenazaba con agarrarla por la garganta y paralizarla una vez más. ¿Por qué no había acabado con todo en la carretera hace tantos meses? Sacudió la cabeza. Demasiado tarde para lamentarse. Sabía que era él, que había vuelto para terminar el trabajo. El último testigo.
Bajó su cuerpo más allá del alero y se quedó colgando en el aire, con el teléfono sujetado precariamente entre los dientes. Cuando sus brazos ya no pudieron sostenerla, sus músculos temblaban por el esfuerzo, se soltó. Se precipitó a un banco de nieve, con la piel conmocionada y helada por los cristales de nieve que la envolvían. El viento era tan fuerte que apretaba la endeble tela de su camisón contra su piel desnuda y le azotaba los largos mechones de cabello castaño en la cara.
Se levantó con dificultad y comprobó si su cuerpo seguía funcionando. Un rápido examen le permitió comprobar que no había nada roto, aunque su pie goteaba sangre sobre la nieve blanca y pura de la herida punzante, gotas brillantes que se congelaron en forma de rubíes con forma de diamante, visibles en el reflejo de las farolas que se acumulaban en los bancos de nieve. Se estremeció. La luz también dejaba su cuerpo al descubierto para el asesino.
Con los oídos llenos de sangre y la respiración agitada, corrió por el patio cubierto de nieve hasta la casa del vecino, a cierta distancia. Todas las casas de la zona se encontraban en parcelas de cinco acres y todos apreciaban la privacidad, pero estaban demasiado lejos cuando se necesitaba ayuda, como ahora. Cada paso que daba era un tormento helado que no tenía más remedio que ignorar.
Por favor, que alguien esté en casa.
Atravesó a trompicones la hilera de altos árboles que bordeaban cada propiedad, y luego los últimos metros, con los pies y las piernas de madera por la falta de sensibilidad.
“¡Ayuda! ¡Necesito ayuda! Déjenme entrar”. Golpeó con ambos puños la puerta de acero, con el pecho agitado y el sudor frío recorriendo sus costados. Temblando incontroladamente, siguió golpeando sin cesar, sin apenas notar el dolor de la carne quemada por el frío abrasador. Por favor, que haya alguien en casa.
Pasaron segundos preciosos. ¿Era un movimiento detrás de ella? Se giró y le castañetearon los dientes. Al entrecerrar los ojos en la oscuridad, sus temblores aumentaron, alimentados por un nuevo terror, al igual que la gélida noche hizo que le dolieran los huesos. No podía ver nada, su visión era demasiado borrosa sin sus gafas para estar segura de que sus ojos no le estaban jugando una mala pasada. Pero podía oírle. Al igual que aquel fatídico día en que se escondió tras el falso tabique del armario que su padre había construido para ella, haciéndole practicar una y otra vez cómo meterse en el estrecho espacio. Oyéndole respirar en la negrura, con sus malvadas intenciones manchando el aire.
Venía a por ella. Y esta vez su padre no estaba allí para protegerla. Tragó saliva, todo su cuerpo temblaba violentamente mientras su mente imaginaba el horror de lo que él pretendía hacerle. Lo que había hecho a toda su familia...
Querido Dios, rezó, por favor, por favor déjame entrar. Antes de que sea demasiado tarde.
Capítulo Cuatro
Nick Wheeler se desplomó en el sofá y respiró el familiar aroma del suavizante que desprendían las fundas de cretona. Se inclinó hacia delante y tomó la fotografía con bordes dorados que había sobre la mesa auxiliar, casi volcando su vaso de whisky, precariamente colocado sobre la tapa de cristal, en el proceso.
Un caleidoscopio de recuerdos se sucedía mientras miraba las dos caras sonrientes, cada una más desgarradora que la anterior. Sus padres habían compartido tanto. Sus vidas. Sus risas. Y sobre todo un amor que había enriquecido a todos los que conocieron. Mientras que ellos habían tenido la suerte de encontrar a esa persona que sacaba lo mejor de ellos y hacía que sus vidas fueran cada vez mejores, la suya había resultado ser todo lo contrario. Una serie de mujeres que no estaban más interesadas en el hogar que un maldito zombi.
¿Qué era lo que su padre siempre había dicho? Sí, esposa feliz, vida feliz. Tal vez. Pero primero tienes que encontrar a alguien que comparta la misma visión. Las mismas normas y la misma moral. Resopló, cogió su vaso de whisky y se bebió los últimos tragos, aferrándose a la foto. La apretó contra su pecho y suspiró. Tal vez era hora de dejar de pensar que alguna vez le iba a pasar a él. Aquí estaba, con treinta y cinco años y sin ninguna posibilidad de acercarse a la vida de cuento de hadas que habían llevado sus padres.
La barbilla le temblaba ligeramente mientras cerraba los ojos, reprimiendo las lágrimas que amenazaban con abrumarlo. Dio un par de hipos y luego tomó la botella de Crown Royal y vertió unas cuantas onzas más del recipiente medio vacío en el vaso de fondo grueso, haciendo lo posible por no derramar el licor ambarino. A su madre le gustaba una casa limpia, aunque siempre había sido también acogedora, y él no quería deshonrar ese recuerdo.
Dio unos cuantos sorbos más a la bebida. No estaba funcionando. No ayudaba a olvidar nada de su dolor. Era inútil. Volvió a colocar el vaso con un golpe, dejó la fotografía con cuidado sobre la mesa, luego se tumbó en el sofá y observó cómo giraba la habitación. Esta era la parte que odiaba. Pero duró poco. Un fuerte golpe en la puerta de entrada le hizo sentarse de nuevo, con la cabeza dolorida.
Una luz se encendió sobre su cabeza y su respiración se precipitó en un jadeo. Deprisa, deprisa. No hay tiempo que perder...
Pasaron un par de segundos y la puerta roja se abrió. Nirvana la llamó a través del túnel de luz que brillaba en la entrada. Se abrió paso, sin esperar a ver quién la había dejado entrar. No importaba. Siempre y cuando no fuera él, el monstruo de afuera. El monstruo al que había salvado la vida. ¿Y para qué? ¿Para que pudiera volver a perseguirla? Y, sin embargo, sabía que no había otra opción, si no quería ser como él. Eso sería una muerte en vida.
Tropezó con un cuerpo duro y caliente. Se aferró a él con todo lo que tenía, envolviendo a la persona desprevenida. Un héroe. El único faro de esperanza en su oscuro mundo. Respiró profundamente, el olor del bourbon y el tabaco llenó sus pulmones con su aguda dulzura. Tan familiar. Su padre había fumado en pipa y disfrutaba de un whisky de centeno canadiense de buena calidad de Gimli, Manitoba. El dolor de su pérdida la golpeó de nuevo con la fuerza del martillo de Thor. La paralizó. Siguió aferrada al hombre. Incluso en su desconcierto, reconoció que se trataba de un hombre, demasiado grande para ser mujer, demasiado firme. Demasiado poderoso. Un muro sólido.
Entonces se dio cuenta de que no era Jack Wheeler quien la sujetaba, sino que eran los brazos de un desconocido en los que había caído y a los que se aferraba demencialmente con sus dedos, bloqueados.
—¿Quién eres? —preguntó ella, con una voz gutural irreconocible. Él no la soltó, aunque ella aflojó su agarre.
—Soy Nick. Nick Wheeler. Pero lo más importante, ¿quién eres tú? Su voz era profunda, resonando desde su pecho imposiblemente grande. Intentó apartarse de él, dándose cuenta de que sus pechos, desnudos bajo el camisón casi transparente, se apretaban contra su firmeza y que sus pezones, brotados por el frío, se clavaban en él de una forma que sería embarazosa en un día normal. Pero éste estaba tan lejos de ser un día normal que ella ni siquiera podía ver hacia atrás, a través de la línea de locura que acababa de cruzar.
Él venció sus acciones, abrazándola con fuerza y no dejándola ir. Una nube de vapores de alcohol flotaba a su alrededor, tentadora a un nivel elemental. Había estado bebiendo. Mucho. Ella le miró a la cara por primera vez y le gustó lo que vio, aunque una nueva preocupación la mantuvo tensa. ¿Había saltado al fuego? Tal vez. Pero éste, éste era un fuego muy diferente, una tormenta de fuego que ella habría abrazado en otro momento, en otro lugar.
Una mandíbula cincelada, ligeramente oscurecida por la sombra de las cinco de la tarde, y unos ojos oscuros e insondables, encapuchados por unas gruesas cejas, la saludaron en su minucioso estudio. Le recordaba a un gladiador romano. Un hombre peligroso. De credo guerrero. Intemporal. Todo lo demás se desvaneció, quedando relegado a los rincones más recónditos de su cerebro mientras seguía mirándolo fijamente, observando una cicatriz en forma de media luna que cortaba una ceja negra.
Su mirada fue devuelta con interés por un espíritu masculino crudo que se fijaba en ella ahora que había bajado la guardia. Sus fosas nasales se encendieron, respirando su esencia. La visión despertó su núcleo interno para que se despertara por completo. Y un simple hecho. Él era un hombre para su mujer. Un hombre primitivo. Una llamada a la verdad y a la lujuria.
Desafiaba todo lo que había creído saber de sí misma hasta ese preciso instante. Un cambio de juego. Había entonces y había ahora. La pasión surgió de lo más profundo de su cuerpo para bailar sobre la superficie de su piel, haciéndola consciente de cosas a las que nunca había dado crédito. La sorprendió escuchar el lejano canto de la sirena cada vez más cerca.
¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora? Su piel se había vuelto demasiado sensible, demasiado necesitada, deseando algo más que desafiaba la lógica. ¿Estaba dispuesta a hacer un intercambio por este puerto? ¿Era eso? ¿Era sólo el instinto básico de sucumbir a la promesa de un pasaje seguro en el torbellino?
No.
Ella estaba al mando, haciendo que el presente se alzara y tratara de oscurecer el pasado, de dejarlo atrás. Olvidar durante una hora, un minuto, un segundo el pesado lastre de su vida. Los problemas que pocos habían visto, y ojalá menos tuvieran que soportar.
Entonces levantó una mano que temblaba visiblemente y la puso sobre su rostro. Las ásperas yemas de sus dedos rozaron sus mejillas, calmaron su cabello alborotado, mientras sus ojos la escudriñaban como si buscaran las respuestas del universo. Ella no tenía ninguna. Sólo preguntas.
—Quién eres? —preguntó él, con la voz cruda por el whisky y el humo. La mujer que tenía entre sus brazos, incapaz de soltarla, desprendía el potente elixir del sexo y el miedo. Su cuerpo perfecto apretado contra el suyo le sedujo y embelesó con sus curvas, sus huecos y su suave piel. La lujuria le consumía mientras las señales de peligro se cernían a cada paso.
¿Qué demonios está ocurriendo?
Deseó no haber bebido tanto; su mente reaccionaba con lentitud, aturdida por la intoxicación. Su cuerpo tenía un enfoque diferente de la situación. Su verga seguía dura desde su reciente sueño, exigiendo y palpitando entre sus piernas, haciendo difícil concentrarse en cualquier otra cosa. Había querido olvidar todo esta noche, aliviar el dolor, pero ahora estaba lleno de arrepentimiento. Debería haber dejado de lado el licor. ¿Pero quién podía estar preparado para esto? Este giro de los acontecimientos. Este torbellino de lujuria.
—Alysia Rossini. Yo... vivo en la puerta de al lado. Su voz contenía una dulzura mezclada con el miedo descarnado. Estaba desnuda bajo el corto camisón, todavía temblando. “¿Dónde están Jack y Susan?”
El dolor golpeaba con fuerza, haciendo imposible respirar. Respirar, sólo respirar. Forzando su ansiedad y rabia por la situación, encontró su voz de nuevo. “Se han ido”. La muerte de sus padres había despertado al dragón: el dolor que había reprimido durante años tras la pérdida de su único hermano le había alcanzado por fin.
Ella trató de apartarse entonces, pero él se aferró más, su temblor le hablaba a un nivel elemental que no requería palabras. Su cuerpo era un faro de luz en la oscuridad, una promesa de consuelo, una hecha para ayudarle a olvidar lo que le estaba comiendo vivo. Amenazando con consumirme. Y tal vez, sólo tal vez, ella lo necesitaba tanto como él a ella. Lo olió en ella, el mismo olor agudo de la desesperación por algo, cualquier cosa, que ayude a una persona a olvidar.
—¿Se ha ido? ¿Se ha ido hacia dónde? Su voz contenía capas de pánico, ablandando algo dentro de él.
—Lo siento. Tuvieron un accidente hace unos días. Un choque frontal con un semirremolque. Se han ido... se han ido a dondequiera que vayan las almas buenas. Las crudas palabras le clavaron otro fragmento de dolor. ¿Por qué? ¿Cómo pudo suceder esto? ¿Un minuto vivo y al siguiente muerto?
—Dios mío, lo siento mucho. No había oído nada al respecto, —dijo ella, con su bello rostro tenso por la preocupación. Y era un rostro hermoso incluso en la angustia. Una estructura ósea clásica, con mejillas prominentes y redondeadas, enmarcada por un cabello castaño magnífico, como el de una mujer de cuento de hadas. Un pequeño defecto la hacía aún más interesante: una pequeña cicatriz en la barbilla. Pero lo que más le llamaba la atención, más allá de su cuerpo curvilíneo que no tenía intención de dejar escapar, eran sus intensos ojos verdes que brillaban incluso en la escasa luz del vestíbulo. La mujer de sus sueños.
Un fuerte golpe en la puerta volvió a disparar su ritmo cardíaco.
Alysia se abrazó a él y sus ojos se clavaron en los suyos por un momento que casi le hizo parar el corazón. La soltó y tomó la Glock que estaba sobre la mesa del vestíbulo.
—¿Quién es? —dijo, haciendo un rápido gesto a Alysia para que se alejara. Ella se perdió de vista.
—Policía, —declaró una voz aguda y formal.
Nick apoyó su cuerpo contra la pared y desbloqueó la puerta, luego la abrió ligeramente y se asomó. Un policía de uniforme estaba fuera, con un hombre viejo y de aspecto confuso a su lado. Suspiró, puso la Glock en el cajón superior de la mesa y abrió la puerta.
—Siento molestarle a tan altas horas de la noche, señor, pero ¿conoce a este hombre? —preguntó el policía. Nick miró al desconcertado hombre que tenía a su lado, con el cabellos negro teñido que contrastaba con su piel arrugada y peinada hacia atrás con el prominente pico de viuda al descubierto. Al menos iba bien abrigado con una parka de plumas, guantes gruesos y botas de nieve forradas.
—Sí, es mi abuelo. Se llama Walter.
—Lo encontramos vagando por el Jasper Park, —dijo el policía.
—¿Dónde está Susan? —preguntó Walter con voz frágil.
—Susan y Jack tuvieron un accidente hace una semana. Se han ido, lo siento, papá. Nick se obligó a bajar el dolor y se volvió hacia el policía. “Walter, mi abuelo, se mudó con ellos hace poco, así que le ha afectado mucho”. Estaba aquí para arreglar el desorden, y su abuelo, tal como era, era el último pariente que le quedaba en el mundo.
La expresión del policía se volvió solemne. “Siento mucho su pérdida. Estaba con unos jóvenes que se dieron a la fuga cuando nos vieron. Creo que estaban a punto de robarle. Son conocidos traficantes de drogas y pequeños delincuentes”.
—Gracias por traerlo a casa, oficial.
—Debería asegurarse de que se quede en casa, —dijo el policía en un tono más agudo. “Deambular por ahí a las tres de la madrugada es peligroso. Podría pasar cualquier cosa. Suerte que estábamos allí”.
—Tienes razón. Estaré más atento. Nick se pasó una mano por el cabello, sabiendo que el policía podía oler el alcohol en él.
—De acuerdo entonces. Lo dejaré bajo tu custodia. Buenas noches.
El policía se marchó y Nick dejó escapar un enorme suspiro. Él y su abuelo se miraron en silencio durante unos segundos, esperando que el policía volviera a bajar por la acera.
—¡Maldita sea, Walter! estalló Nick, sin molestarse en mirar a su alrededor para ver si Alysia estaba al alcance del oído. “¿Qué diablos fue todo eso?” Su abuelo había estado viendo demasiado la serie de televisión Ray Donovan, y pensaba que el personaje interpretado por John Voight era un buen modelo para su propia vida. El patriarca de los Donovan incluso había fingido debilidad en un episodio para librarse de una condena de prisión. Que Dios lo mande al infierno. Sólo podía rezar para que Walter no adquiriera otros malos hábitos de Mickey Donovan que eran mucho peores que el mujeriego y las sórdidas empresas criminales.
—Me pareció que era lo que había que hacer, —dijo Walter, y la confusión desapareció de su rostro en una fracción de segundo. “Te gustaría que me arrestaran, ¿no es así, para poder decir 'te lo dije'? Mírate, apestando a alcohol. Ja, lo que yo hago no es peor”.
—El alcohol es legal, a diferencia de la mierda que tú consumes. ¿Y qué demonios estabas haciendo fuera en medio de la maldita noche?
—Comprando... un regalo para Cheriè, una nena que conocí en Legion. Le estaba haciendo un favor, necesito el consuelo de una mujer después de esta semana. Seguramente puedes entender eso al menos.
Nick cerró los ojos y contó hasta diez. Sí, lo entendió en un nivel. “¿Cuántos años tiene Cheriè?”
—Unos setenta y uno bien llevados, si sabes a lo que me refiero. Walter agitó sus blancas cejas para insistir. “Fue un pequeño regalo de despedida. Un favor por un favor. Ahora todo se ha arruinado gracias a un policía entrometido. Sólo estaba haciendo una pequeña transacción estándar, como lo que ocurre en cada esquina de Norteamérica todos los días. No hay nada malo en ello”.
—Walter, sólo voy a decir esto una vez. Te juro que, si vuelves a empezar con estas tonterías en Vancouver, te meteré en un asilo.
—Nick, muchacho, a mi edad, un hombre debería ser capaz de hacer lo que quiera. Nos conseguiste un lugar con un jacuzzi, ¿verdad? Eso es un imán para las chicas. Y no te olvides de llamarme Walter con las mujeres. El abuelo estropea el ambiente.
Nick no se atrevió a hablar. Su abuelo continuó: “Ahora, me voy a la cama. Te sugiero que hagas lo mismo. Tenemos un viaje por delante mañana”. Le dio una palmadita en el brazo a Nick de forma condescendiente y éste volvió a contar hasta diez. No sirvió de nada. Seguía queriendo estrangular a alguien.
Alysia eligió ese momento para volver a entrar en la habitación. Walter dio un silbido bajo. “Buen gusto. Parece que viene de familia, Nick-Nick. Será mejor que hagas algo con el pie de la señora: está sangrando”.
Nick se olvidó de su abuelo al mirar con horror el apéndice manchado de sangre. El pie de la mujer era delicado y pequeño, como el resto de ella. ¿Pero cómo no se había dado cuenta de que estaba herida? Por desgracia, sabía el porqué. Su verga había sido la responsable. Era hora de rectificar.
—Ven. Tenemos que vendarte el pie. Y encontrarte algo de ropa de abrigo. No es que quisiera tapar nada de esa preciosa carne de mujer, pero de ninguna manera podía dejar que su abuelo (el perro sabueso por excelencia) demostrara ser más caballeroso que él mismo. Ni siquiera en su peor día era eso remotamente aceptable.
Al menos la oleada de adrenalina había despejado la mayor parte de la niebla persistente del alcohol y la lujuria. Hizo una seña a su nueva invitada, que dudaba en la puerta, y le dedicó lo que esperaba que fuera una sonrisa tranquilizadora. “Te prometo que no muerdo. Eso se lo dejo a mi abuelo y a su timo del día”.
Ella resopló. “Menudo espectáculo. Debo recordar esa treta. Puede que la necesite algún día”.
—Es mejor no andar con Walter. Sólo te meterá en problemas.
Ella lo estudió con ojos puros como las profundas aguas del Lago Verde, el lugar de vacaciones al norte de Whistler al que sus padres los habían llevado a él y a su hermano Grayson durante los cortos y preciosos años de su infancia. El recuerdo de la pérdida le golpeó de nuevo, le caló hasta los huesos, el dolor un bucle constante y crudo que se había producido durante toda la semana. Rápidamente lo ocultó tras la fachada de ponerse a trabajar en el asunto de ayudar a la mujer que se había presentado en su puerta a las tres de la mañana.
Señaló la sala de estar. “Toma asiento. Voy a por unas vendas”.
Se dio la vuelta y fue cojeando hasta el sofá. Tomó un kit de emergencia del cajón de la mesa del vestíbulo delantero (sus padres los habían colocado por toda la casa, según había descubierto) y lo llevó de vuelta a su lado. Se sentó en la butaca frente a ella y ésta se estremeció ligeramente. El corazón de él se apretó en señal de simpatía.
Se acercó a ella por detrás y sacó del respaldo del sofá la colorida manta de rayas del arco iris que su madre había tejido y la colocó alrededor de su cuerpo. Esto lo acercó a ella y volvió a sentir la fragancia de la excitación que desprendía. Su aura sexual era innegable. Se extendió y lo agarró por la garganta y otras partes más al sur.
—Gracias, —dijo ella. Hizo una mueca de dolor cuando él levantó el pie para inspeccionarlo. El alboroto de color de la tirada hecha a mano alrededor de su cuerpo añadió una sensación de conocerla, porque él tenía una idéntica en su casa.
—¿Te has vacunado recientemente contra el tétanos?
—Sí, uno de los riesgos del negocio. Ella se mordió el labio inferior, observando cómo se frotaba la herida con un poco de yodo y luego se aplicaba una venda de plástico.
—¿Qué negocio es ese?
“Trabajo como enfermera de trauma para BC-STARS”.
Levantó las cejas en señal de agradecimiento. “Ah, eres una de las personas que van en helicóptero a las escenas de los accidentes”.
—Sí. Vamos a algunos accidentes bastante brutales.
—Lo siento. Debería haberme dado cuenta. Sólo puedo imaginar lo que has visto, a lo que has estado expuesta. Le dirigió una mirada directa. Sus ojos se fijaron en los de él. Tragó saliva. Con fuerza. La lujuria seguía cociendo a fuego lento bajo la superficie, para ambos. "¿Qué ha sucedido esta noche?"
Ella negó con la cabeza, con los labios apretados en una línea apretada. Su garganta se movía arriba y abajo, un pulso que latía demasiado rápido en la delicada base de su cuello. Exactamente donde a él le gustaría empezar a besarla. El lugar perfecto para saborearla. Su visión bajó hasta la profunda V de sus pechos, expuestos por la manta. Volvió a tragar saliva, y apenas pudo evitar estirar la mano para tocarla, para experimentar de nuevo su calor. El recuerdo estaba grabado en su cuerpo y en su cerebro.
Levantó la vista de nuevo, y la miró a los ojos. Esos ojos que todo lo saben. Se sonrojó, quedando expuesto.
—¿Tenemos que llamar a la policía? —preguntó. Era un poco tarde, y ya habían estado aquí una vez esta noche y ella no se había adelantado a decir nada. En retrospectiva, eso era extraño. Además, podría haber llamado al nueve-uno-uno en cualquier momento con su teléfono móvil. Debía de estar demasiado distraído por la bebida para darse cuenta de ello. Por supuesto, había tenido las hazañas de su abuelo obstaculizándolo.
—No. No me creyeron antes, ¿por qué iban a hacerlo ahora?
Sus palabras lo sobresaltaron al asimilar su significado.
—¿Esto ha ocurrido antes? ¿Y qué ha pasado exactamente esta noche? Su coraza profesional encajó en su sitio. Ahora era todo negocio.
Ella se mordió el labio inferior, las líneas de su hermoso rostro expresaban preocupación.
—No soy el enemigo aquí. Puedo ayudarte, si no puedes ir a la policía. Se aventuró con esas palabras. ¿Y si ella era uno de los malos y no una de las víctimas inocentes que su Grupo de Los Cuatro querría ayudar? Pero algo le decía que esta mujer era de verdad. Estaba huyendo de algo horrible y le necesitaba. Nunca podría dar la espalda a esa situación, fuera como fuera.
—Creo que está en mi casa, —dijo en voz baja, como si temiera ser escuchada. Inclinó la cabeza hacia delante, con el cabello moviéndose para velar su rostro. ¿Qué había pasado para que una mujer tan fuerte se arrodillara? Nadie que no pudiera tirar de su propio peso formaba parte del grupo BC-STARS.
—¿Quién está en tu casa? —insistió. Se acercó a ella y le acomodó un grueso rizo de su cabello castaño detrás de la oreja para poder ver mejor su rostro.
—El hombre que asesinó a mi familia. Ella lo miró a los ojos, diciendo las horribles palabras con un tono de voz apagado. Palabras que nadie debería pronunciar, y mucho menos vivir. Atónito, sólo pudo devolverle la mirada y ver la verdad en unos ojos verdes que nadaban con lágrimas no derramadas. Dios mío, era real. Esa pesadilla había sucedido de verdad. A esta hermosa mujer.
Se levantó de un salto. “Quédate aquí”, le ordenó, con un tono cortante.
—¡No! No te vayas. Es malvado... te matará, —suplicó ella, tratando de agarrar su brazo.
—No, no lo hará. Y, con esa seguridad, se apresuró a volver al pasillo delantero para recuperar su pistola y su abrigo.
—¡Detente! ¡Espera! Creo que he olido...
Capítulo Cinco
Demasiado tarde, ya había salido por la puerta principal. Alysia se levantó del sofá y cojeó por el suelo de madera, dispuesta a seguirlo hasta el infierno si era necesario. Tenía que advertirle.
Abriendo de golpe la puerta plegable del armario del vestíbulo, buscó un par de zapatos, de cualquier tipo. Un par de pequeñas botas de invierno de mujer se encontraban juntas justo al lado de un par mucho más grande que parecía de naturaleza masculina. Pasando por alto el hecho de que probablemente pertenecían a una mujer muerta, se las puso en los pies descalzos. Por encima del calzado colgaban unos cuantos abrigos, suficientes para cubrir el tiempo en todas las estaciones. Haciendo caso omiso de ellos, se acercó el afgano a los hombros.
Corrió hacia la gélida noche, sin darse un segundo para pensar en lo que estaba haciendo al correr hacia un loco. Nunca se atrevería a hacerlo si lo pensara.
¿Cómo le había llamado su abuelo? Nick-Nick. Obviamente un juego con su nombre. Sí, como Ray-Ray. Lindo, cuando tienes cinco años.
“¡Nick!” gritó a todo pulmón, corriendo a toda velocidad por el patio. Llegó al límite de los árboles entre las propiedades y redujo un poco la velocidad para sortear los enormes troncos de los árboles.
KABOOM.
Las sacudidas de la explosión le hicieron perder el equilibrio en un instante. Cayó de rodillas en la nieve profunda, con la bilis subiéndole a la garganta y los oídos retumbando con fuerza.
Se obligó a ponerse en pie. “¡Nick! ¿Dónde estás, Nick?” gritó, con el aire frío y húmedo entrando en sus pulmones, cargado de hielo y miedo. Dios mío, si está herido por todo esto cuando sólo quería ayudarme-.
Puede que acabara de conocer a Nick, pero vio algo especial en él. Un hombre que estaba atravesando el campo de minas de la reciente pérdida de sus padres. Su dolor y su pena le hablaban en los niveles más básicos.
Así que ayúdame, Dios, y tú eres mi testigo, vengaré a Nick si le hacen daño por mi culpa. Patearé a ese imbécil asesino a un agujero oscuro del que nunca escapará. Se arrepintió totalmente de su corazón blando cuando tuvo la oportunidad de acabar con la vida de un monstruo. Ahora, en este momento, el resultado de aquella fatídica noche sería muy diferente si se le ofreciera la oportunidad de nuevo.
Avanzó en zigzag por la nieve con sus temblorosos miembros, que apenas podían sostenerla, tambaleándose y cayendo de rodillas un par de veces en los profundos montones. No tener sus gafas para corregir su miopía la volvía casi loca. ¿Dónde está él? Tropezó y se cayó, aterrizando con fuerza, habiendo caído sobre algo semiescondido en la nieve. Desenredando sus miembros, se puso en pie, dispuesta a correr.
—No te vayas, soy yo, Nick, —dijo, su voz áspera e indignada.
—¡Nick! Ella se dejó caer y se agachó a su lado. “¿Te encuentras bien? ¿Estás herido?”
—Estoy bien. Sólo me ha tirado la explosión, eso es todo. Estoy seguro de que no me he roto nada. Se dio la vuelta y se puso en pie tambaleándose un poco. Le ofreció la mano. Ella la tomó y él la puso de pie.
—¡Oh, gracias a Dios! Se lanzó a sus brazos, abrazándolo con fuerza. La manta se le cayó de los hombros y quedó en el suelo, olvidada.
Él le devolvió el abrazo con la misma fuerza. Era como si se conocieran de toda la vida y no de una sola noche.
Capítulo Seis
Nick aprisionó a Alysia contra su cuerpo, con la mente llena de horror por lo que podría haber ocurrido. Si no se hubiera escapado, si no hubiera corrido hacia él, si se hubiera dejado vencer por el propano que debía de estar llenando la casa incluso mientras dormía, habría saltado por los aires. Esta hermosa y vital mujer ya no estaría aquí en sus brazos. Viva. Su instinto de protección le llenó de justa ira. ¿Cómo pudo ocurrir esto? ¿Cómo había operado un loco delante de sus propias narices? Y justo al lado, el insulto final.
—¿Lo has visto? —preguntó.
No hacía falta decir a quién. Eso era un hecho.
—No, no vi nada. Debe haber escapado. O tal vez tuvimos suerte y se voló junto con su casa. Lo siento. Quizá si te hubiera preguntado antes qué pasaba, habríamos salvado tu casa.
Ella sacudió la cabeza y se acurrucó bajo su barbilla en un esfuerzo por mantener el calor. A él le gustaba tenerla allí, le encantaba la naturalidad con la que desafiaba todo lo que normalmente suponía conocer a una mujer. Se habían saltado una docena de pasos, pero él no se quejaba.
—Va como tiene que ser, Nick. Antes podría haber garantizado salir herido si hubiéramos entrado en la casa.
—Cierto. Oh, mierda, me acabo de dar cuenta de que todas tus cosas han desaparecido. Ven, llamaré a los bomberos si los vecinos no lo han hecho ya, y te encontraré algo que ponerte.
Se agachó y recogió la manta abandonada, poniéndosela sobre los hombros antes de acompañarla a la casa de sus padres. O lo que solía ser la casa de sus padres. Al darse cuenta de ello, apretó aún más a Alysia contra su costado. Ella no se apartó en señal de protesta, sino que trató de igualar sus pasos a través de la extensión nevada del vasto patio. Él redujo la velocidad para facilitarle la tarea.
Unas débiles sirenas en la distancia le alertaron de que se acercaban. Volvió a aumentar la velocidad, ayudando a Alysia a apresurarse y entrar en la puerta principal. Encontró a su abuelo, despeinado y con los ojos vidriosos, de pie en la entrada principal, pistola en mano.
—¿Qué demonios ha ocurrido? —preguntó Walter, con los ojos tan redondos como los de un búho.
—Dame la pistola y te lo contaremos, —dijo Nick, extendiendo una mano para tomar el arma del anciano. Walter se la entregó tras una ligera pausa. Vio cómo su nieto la metía en el bolsillo de su abrigo.
—¿Por qué la guardas?
—Han ocurrido algunos acontecimientos.
—¿Sí? ¿Qué tipo de acontecimientos? ¿Su marido va tras de ustedes dos?
Horrorizado, Nick respiró profundamente. Lo último que necesitaba era que ese tipo de rumor se iniciara, especialmente con los bomberos y la policía en camino.
—No estoy casada. Y no, acabo de conocer a su nieto esta noche, así que no hay nada entre nosotros, —dijo Alysia. Su tono era frío, como si los comentarios no le hubieran subido la tensión, a diferencia de él. Aunque se alegró de saber que no estaba casada.
—Podría haberme engañado, —dijo Walter, frunciendo los labios y poniendo los ojos en blanco.
—Escucha, sólo voy a decir esto una vez. Alysia se presentó aquí después de descubrir que un hombre había entrado en su casa en mitad de la noche. Vino corriendo a pedirnos ayuda. Y el delincuente debe haber encendido el propano, incendiando el lugar. ¿Entendido?
—Okay, sí, entendido. No tienes que ser tan malditamente arrogante al respecto. Lo entiendo, no vas a tocar ese culo. Tú te lo pierdes.
—Walter, ayúdame...
Una carcajada rompió su ira. Se giró para ver a Alysia sujetándose los costados, con lágrimas cayendo por sus mejillas. Su rostro pálido sugería que había llegado al final de su tolerancia al estrés esta noche.
—Walter, sírvele un trago. Yo la voy a acomodar en algún sitio. Nick la tomó del brazo y la llevó hasta el sofá, tapándola.
Walter hizo lo que le pidieron una vez y se apresuró a volver con un vaso medio lleno de whisky.
—Toma, bebe un poco de esto.
Ella tomó obedientemente el vaso y tragó un poco. Luego bebió unos cuantos tragos, devolviéndolo casi vacío. “Gracias, lo necesitaba”.
—Me gusta ver a una mujer que puede aguantar el alcohol, —dijo Walter con aprobación. “Si saca la basura, cásate con ella”.
—Sólo ignóralo. Se marchará si sabe lo que le conviene.
Ella le sonrió, su primera sonrisa genuina. Fue impactante, como si los cielos se abrieran y apareciera un ángel. Una sonrisa que podía iluminar una habitación, o el corazón de un hombre. Sacudió la cabeza. ¿Qué demonios le sucedía esta noche? Debía de estar en estado de shock por una ligera conmoción cerebral. Pero no había tiempo para comprobarlo: tenía un nuevo caso que resolver.
—¿Tienes algo que pueda ponerme?
—Claro. Walter, ¿podrías traer algo para que Alysia se vista? Gracias.
El anciano salió de la habitación, refunfuñando por ser un maldito esclavo del hombre.
—No tenemos mucho tiempo, así que tenemos que aclarar nuestras historias. ¿Qué quieres decirle a la policía?
—Nada. Absolutamente nada sobre que alguien estuvo en la casa. Será atribuido a una fuga de propano, lo más probable. El hombre que hizo esto, es muy, muy inteligente (CI muy alto) y no dejaría ninguna evidencia de haber estado allí. Puedes estar absolutamente seguro de eso. Simplemente no puedo ir allí de nuevo. Por favor, aunque sea, tienes que creerme cuando digo que la policía sólo empeorará las cosas. Hay tanto que no sabes. Lo mucho que hará sufrir a todos. Poe es el mal absoluto. Por favor, por favor, te lo ruego. Su tono era la súplica de una persona desesperada. Le golpeó con fuerza, le hizo replantearse qué dirección tomar.
—Bien, pero sólo si me dejas ayudarte. Pertenezco a un grupo de personas que ayudan a los que no pueden pedir ayuda a la ley. Nos llamamos el Grupo de Los Cuatro. Y somos los tipos a los que se acude cuando no hay otro lugar al que recurrir. Tenemos una mezcla diferente de habilidades y destrezas que aportar a la causa. La mía resulta ser la elaboración de perfiles criminales, las negociaciones y el armamento.
—El Grupo de Los Cuatro. ¿Harías eso? ¿Ayudar a un virtual desconocido?
—Por supuesto. Hemos jurado ayudar a los que más lo necesitan. Viendo cómo te tiene esta situación, creo que lo necesitas tanto o más que cualquiera que haya conocido. Por favor, déjanos ayudarte.
Se mordió el labio inferior, mirando al espacio profundo antes de volverse y mirarle a los ojos. La claridad de su visión fue un golpe directo a su plexo solar, le hizo querer ayudarla de cualquier manera humanamente posible. “No tengo tanto dinero ahorrado, pero prometo pagarte, cueste lo que cueste”. Ella dudó, desechando su protesta de que no esperaba dinero con un gesto de la mano. “Pero no estoy tan seguro de que debas involucrarte. Ese hombre es un monstruo. Creo que lo que un perfilador como tú llamaría un asesino en serie organizado. Se salió con la suya una vez cuando estaba en la universidad. Estará aún más preparado esta vez”.
—No me importa lo preparado que esté, lo organizado que esté, o lo tremendamente brillante que sea. Va a caer. Tienes mi palabra de honor.
Tomó sus manos frías entre las suyas y las frotó entre las suyas para calentarlas, encontrándolas fuertes y a la vez delicadas. Como el resto de ella. Ella siguió mirándole a los ojos, como si buscara algo. Finalmente, habló. “Te creo”.
Sus palabras le llenaron de confianza, acompañadas de una inmediata inyección de fuerza y vitalidad. Incluso su maldito dolor de cabeza por la explosión disminuyó.
Él se aclaró la garganta. “Bien. Mañana nos dirigiremos a Vancouver y pondremos el equipo a bordo”.
—¿Vancouver? Ah, okay. Pero primero tendré que pasar por BC-STARS, recoger algunas cosas de mi casillero y hablar con mi supervisor para que me dé un tiempo libre.
Walter volvió a entrar en la habitación, llamando su atención. “He encontrado esto. ¿Funcionará?” Levantó una camiseta de los Vancouver Canucks, un par de calzoncillos y una falda vaquera larga y voluminosa.
—Perfecto, gracias, Walter. Alysia se levantó y besó al viejo en ambas mejillas a la antigua usanza.
—Cualquier cosa por una dama tan bonita, —dijo él, sonriendo de oreja a oreja. Nick se sintió apenado por la puñalada de celos. Ella ni siquiera le había besado todavía. Y dar las gracias al hombre por un traje tan ridículo desafiaba la explicación. Ahora, un vestido rojo corto y ajustado... eso incendiaría el mundo. Mmm. Pésima elección de palabras, pero le hizo volver a la pista y no soñar despierto con toda esa carne femenina. Tal vez.
Se aclaró la garganta. “Puedes cambiarte en el baño al final del pasillo. La primera puerta a la derecha”.
Las sirenas anunciaban insistentemente su presencia ahora, con destellos de luz roja que brillaban a través del ventanal delantero tapizado.
—Bien, Walter. Necesito que me apoyes en esto.
—No tienes que decir nada. No soy sordo. De ninguna manera les diría nada a esos policías. Al menos no trabajas para ellos.
Viniendo de Walter, eso era casi un cumplido.

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Carrera Turbulenta January Bain
Carrera Turbulenta

January Bain

Тип: электронная книга

Жанр: Современная зарубежная литература

Язык: на испанском языке

Издательство: TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE

Дата публикации: 16.04.2024

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О книге: Alysia ha pasado los últimos diez años evitando relacionarse, pero la noche en que su vida se desmorona, conoce a Nick. Ahora se ha quedado sin opciones. Perseguida por su pasado, Alysia está desesperada por encontrar respuestas. Necesita a Nick y al grupo que ha jurado ayudar a los que no pueden acudir a la ley en busca de ayuda, porque el Grupo de Los Cuatro hará lo que las fuerzas del orden no pueden o no quieren: creerla cuando dice que sabe quién la persigue. Me llamo Nick Wheeler y trabajo en el Grupo de Los Cuatro, donde aprovecho mis excepcionales habilidades. Pero lo que no esperaba es involucrarme con una enfermera de traumatología, ni que se convirtiera en algo tan mortal, con lo que está en juego hora tras hora. Soy Alysia Rossini. Una mirada a Nick Wheeler y sé que es el que me ayudará a olvidar el pasado. Pero, ¿es justo exponerlo a tal peligro? ¿Y viviré lo suficiente para tener la oportunidad de estar con él?

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