El Viento Del Amor
Guido Pagliarino
Segunda edición de lujo, con imágenes internas en color, del mismo ensayo publicado en primera edición con Tektime en a precio económico. El carácter de la obra es histórico. Asuntos comunes entre Antiguo y Nuevo testamento y la dirección de la historia por parte de Dios: de acuerdo con la impresión de los escritores veterotestamentarios, la Palabra se revela progresivamente a lo largo de los siglos mediante hechos históricos que inducen a la reflexión teológica. Segunda edición de lujo, con imágenes internas en color, del mismo ensayo publicado en primera edición con Tektime en a precio económico. El carácter de la obra es histórico. El autor considera que la nota común entre el Antiguo y Nuevo testamento es la dirección de la historia por parte de Dios y que, de acuerdo con la impresión de los escritores veterotestamentarios, la Palabra se revela progresivamente a lo largo de los siglos mediante hechos históricos, que inducen a la reflexión teológica. El ensayo trata del Dios-Amor al servicio de los hombres ya presente en el Antiguo Testamento, aunque no tan claramente como en el Nuevo. Después de exponer una premisa sobre la influencia de la historia sobre la Biblia, el autor retrocede, con respecto a la época de Jesús, hasta el 1200-1000 a.C., siglos en los que surge en Palestina la primera tradición oral que se reflejará en la Biblia. Atravesando los siguientes doscientos años, los de los primeros reyes, llega a los siglos VIII – VI a.C., en los cuales se escriben los primeros textos proféticos, en ciertas partes ya anunciadores de Dios amoroso, y también de un esbozo del Deuteronomio, perdido anteriormente y recobrado en el templo en el 622 a.C. bajo Josías: en el Deuteronomio, Yahvé es el Dios de la Ley, defensor ante todo del pueblo llano y en particular de los pobres, a diferencia de ese formalista-legalista, deseoso sobre todo de culto, del Levítico. El autor habla luego de la deportación a Babilonia del pueblo de Israel y la época de la liberación y la repatriación y de la posterior reconstrucción del segundo templo. Trata luego ese largo periodo, llamado el judaísmo en sentido estricto, que empieza en el siglo VI a.C., que sobrepasaría en unos cuarenta años la época de Jesús, periodo en cual se pone por escrito la mayor parte de la Escritura Antigua que nos ha llegado: esta es una época esencial por la formación de la conciencia político-religiosa judía y por el abandono definitivo del politeísmo. El autor habla luego de las tradiciones que los estudiosos consideran fuentes tanto del Pentateuco como de los siguientes seis libros históricos bíblicos, aunque no estén exentos de idealizaciones, de acuerdo con el modo apologético antiguo de escribir la historia. Luego vuelve atrás en el tiempo para ocuparse de nuevo de los años cercanos a Jesús de Nazaret, tratando el politeísmo entre los hebreos, el primer monoteísmo (no judío, sino ideado, por razones meramente políticas, por el faraón Akenatón), de la mejor comprensión del amor de Dios por parte de Israel, del nacimiento de la esperanza en un mesías profeta, sacerdote y rey y del resurgir de la idea de la vida eterna. La búsqueda teológica del pueblo hebreo, que según los fieles es una búsqueda de inspiración divina, descubre al avanzar en el tiempo un Dios distinto de los paganos adorados antes por los hebreos junto a un Yahvé que mostraba a su vez la inquietante característica de querer ser temido y servido bajo pena de graves castigos. Finalmente, o paralelamente si consideramos las profecías de Oseas y algunos otros profetas, la búsqueda religiosa llega al conocimiento de un Yahvé esencialmente amoroso, de ese Dios que será revelado plenamente por Jesús como el Amor puro.
Guido Pagliarino
El viento del Amor
Copyright © 2020 Guido Pagliarino – Todos los derechos reservados
Libro publicado por Tektime
Tektime S.r.l.s. – Via Armando Fioretti, 17 – 05030 Montefranco (TR) – Italia
Guido Pagliarino
El viento del Amor
Una aproximación histórica a la Revelación progresiva del Dios-Amor en el Primer Testamento
Ensayo
Segunda edición
(con imágenes internas en color)
Traducción del italiano al español de Mariano Bas
Distribución Tektime
Copyright © 2020 Guido Pagliarino
Primera edición en español: Guido Pagliarino, El Viento del Amor – Una aproximación histórica a la Revelación progresiva del Dios-Amor en el Primer Testamento – Ensayo, 2019. Traducción del italiano al español de Mariano Bas, Tektime Editore
Ediciones de la obra en italiano («Il Vento dell’Amore»):
1ª edición, solo en e-book, Smashwords Edition, copyright © 2015 Guido Pagliarino
2ª edición en e-book y 1ª edición en papel (con imágenes internas a color), distribuidora Editrice Tektime, copyright © 2018 Guido Pagliarino
3ª edición en e-book y 2ª edición en papel, de bolsillo, sin imágenes internas, distribuidora Editrice Tektime, copyright © 2018 Guido Pagliarino
La cubierta fue creada electrónicamente por el autor: la imagen insertada es la pintura «El viento» de Vincent Van Gogh
Una hoja del Códice Sinaítico (Codex Sinaiticus) conservado en el Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí. De este códice, 347 hojas se encuentran archivadas en la Biblioteca Británica de Londres, 43 en la Biblioteca de la Universidad de Leipzig, 12 hojas y 15 fragmentos en el Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí y fragmentos de tres páginas diversas se guardan en la Biblioteca Nacional Rusa de San Petersburgo. El manuscrito está en griego (en la versión procedente del hebreo de los Setenta o Setenta y dos en lo que respecta al Antiguo Testamento). El códice se puede datar entre el 330 y el 350 d.C. y contenía originalmente todo el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y escritos cristianos no canónicos pero muy importantes del siglo II, El pastor de Hermas, la Epístola de Bernabé y textos de los Padres Apostólicos. Parte de las hojas de este códice no se han recuperado.
Hoja del Códice Vaticano (Codex Vaticanus)con el texto de Esdras 2, 1-8. El Codex Vaticanus es el documento más antiguo encontrado hasta ahora de la Biblia completa, con el Antiguo y el Nuevo Testamento. Fue copiado, a partir de textos precedentes, en la primera parte del siglo IV. Está escrito en griego en su totalidad. Se conserva en la Biblioteca Vaticana.
El rostro terrible, en absoluto amoroso, de Dios, según Miguel Ángel (Juicio Universal, detalle, Capilla Sixtina, Museos Vaticanos)
PRÓLOGO
Esta obra trata del Dios-Amor al servicio de los hombres, ya presente en el Antiguo Testamento, antes de la Revelación neotestamentaria. La cisura es histórica y considera que lo que tienen en común el Antiguo y el Nuevo Testamento es el gobierno de la historia por parte de Dios y que la Palabra, según la impresión de los escritores veterotestamentarios, se revela progresivamente a lo largo de los siglos a través de hechos históricos, los cuales inducen a la reflexión teológica. Se considera que, como es conocido entre los historiadores y ha expresado por otro lado el Concilio Vaticano II en su constitución Dei Verbum, el testamento sí se «inspira, y quienes lo crearon fueron inspirados en la medida en que contribuyeron a su constitución» y que no solo el Nuevo Testamento, sino también el Antiguo «es palabra de Dios y conserva un valor perenne», pero debe tenerse en cuenta que los escritos del Antiguo Testamento «contienen también cosas imperfectas y temporales» y que «asumidas integralmente en la predicación evangélica, adquieren y manifiestan su significado completo en el Nuevo Testamento y, a su vez, lo iluminan y explican» («Constitución dogmática Dei Verbum sobre la Revelación divina», nn. 14, 15, 16). Con esto, confío en que los lectores que solo ocasionalmente frecuentan la Biblia, al considerar ciertos pasajes veterotestamentarios donde Dios-Yahvé ordena o realiza actos sanguinarios, evitarán tomarlos al pie de la letra escandalizándose, mientras que, por el contrario, espero, gracias a las citas de la Dei Verbum, que no sea yo, cuando presento secciones meramente humanas y transeúntes de la Biblia, el que suscite escándalo en algún creyente fundamentalista que lea la Biblia al pie de la letra: solo la resurrección de Cristo, so pena del fin del cristianismo, no debe interpretarse en sentido simbólico, como pensaba la Escuela Mítica del teólogo luterano Rudolf Bultmann y otros autores como Marxen y Dibelius, ya superada de hace mucho tiempo.
Esta escuela, al afirmar que el Nuevo testamento es mítico, no se basaba en la ciencia exegética, sino en el prejuicio racionalista de base liberal del cual provenía dicha Escuela Mítica (cf., entre otros muchos, el artículo de Giuseppe di Rosa S.J, también disponible en la web (https://books.google.it/books?id=Sgg5AQAAMAAJ&pg=PA566&lpg=PA566&dq=scuola%20mitica%20Bultmann&source=bl&ots=YRldT8stMY&sig=YGwD69AbHPpuSbVpIIup8KOMIHs&hl=it&sa=X&ei=9s9eVdqgG8bSU4eEgYgC&ved=0CDsQ6AEwBQ#v=onepage&q=scuola%20mitica%20Bultmann&f=false), en La Civiltà Cattolica, nº 125, Volumen II, Cuaderno 2971, 6 de abril de 1974, «Ricciardetto e la sua vana ricerca di Dio»). También yo he escrito sobre la escuela mítica en el ensayo de Guido Pagliarino Gesù, nato nel 6 ‘a.C.’ crocifisso nel 30 – Un approccio storico, Tektime Editore (traducido del italiano al español por Mariano Bas con el título “Jesús, nacido en el año 6 «antes de Cristo» y crucificado en el año 30”).
Añado, siempre siguiendo la Dei Verbum («Constitución dogmática Dei Verbum sobre la Revelación divina», n. 12), que «para interpretar con exactitud el contenido de los textos sagrados, se debe atender al contenido y a la unidad de toda la Escritura».
Después de exponer una premisa sobre la influencia de la historia sobre la Biblia, volveré atrás con respecto a la época de Jesús, hasta los años 1200-1000 a.C., siglos en los que surge en Palestina una primera tradición oral que se reflejará en la Biblia. Pasando por los doscientos años siguientes, los de los primeros reyes, llegaré a los siglos VIII – VI a.C., en los que se escribieron los primeros textos proféticos, en algunas partes ya anunciadores del Dios amoroso, y se redacta, apareciendo cuando menos en el texto bíblico posterior a Reyes II (2 Re 22, 3-20), un esbozo del Deuteronomio, perdido y reencontrado en el templo en año 622 a.C. bajo el rey Josías: en el Deuteronomio, Yahvé es el Dios de la Ley, defensor ante todo del pueblo llano y en particular de los pobres, a diferencia de ese Dios formalista-legalista, deseoso sobre todo de culto, del Levítico. Pasaré a la deportación a Babilonia del pueblo de Israel y la época de la liberación y la repatriación, bajo la autorización del rey persa Ciro II el Grande (590-529 a.C.), vencedor de Babilonia, y del segundo templo, erigido entre el 536 y el 515 a.C. sobre las ruinas del de Salomón, que había sido construido por orden suya en el siglo X antes de Cristo y fue destruido en el 586 a.C. por el ejército del rey babilonio Nabucodonosor y luego hablaré de ese largo periodo, llamado el judaísmo en sentido estricto, que empieza en el siglo VI a.C. y que sobrepasaría en unos cuarenta años la época de Jesús, periodo en cual se pone por escrito la mayor parte de la Escritura antigua que nos ha llegado: esta es una época esencial por la formación de la conciencia político-religiosa judía y por el abandono definitivo del politeísmo. Hablaré del valor de su escuela teológica, formada por sacerdotes y escribas que, habiendo conservado las tradiciones durante el exilio y habiéndolas transmitido a sus sucesores, del siglo VI al IV a.C. en parte las redactan ex novo y en parte las integran en los libros del Pentateuco (Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio), en los que Yahvé es, ante todo, aunque no exclusivamente, el Dios de la Ley que estipula un pacto de alianza (testamento) jurídica con Israel: un Dios legislador y juez, en varias escenas castigador, de forma similar al Yahvé ya presentado por Amós, profeta del siglo VIII a.C. La teología sacerdotal tiene una perspectiva en general optimista, con sacerdotes y escribas creyendo ser los favoritos de Yahvé y que era posible, al menos para ellos, vivir como «justos», lo que significaba para ellos practicar el culto y estar sometidos a las prescripciones legales. Los profetas son por el contrario radicalmente pesimistas, convencidos de que el egoísmo de los seres humanos tiene unos cimientos muy profundos y que solo Dios puede librarlos del pecado, que afecta a todos: quien confía en Dios es bendecido por Él y quien confía en sí mismo (se dirigen, sobre todo, a los hombres del gobierno político-religioso, justos sedicentes) o confía en otros hombres (en primer lugar, en los que pertenecen a su propio entorno de poder) es maldecido por Él.
«Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor! Es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! Es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto» (Je 17, 5-8).[1 - La mayor parte de las traducciones bíblicas se basan en la traducción de la Biblia que se ofrece en la web del Vaticano (http://www.vatican.va/archive/ESL0506/_INDEX.HTM (http://www.vatican.va/archive/ESL0506/_INDEX.HTM)). N.d.T.]
Las dos líneas, por una parte la aristocrática de la justicia inflexible y la primacía de las formas del culto y, por la otra, la profética del amor por los pobres y los extraños y la piedad para con los pecadores, coexisten y llegarán hasta Jesús, el cual, al seguir esta segunda vía y, según los cristianos, concluirla, revelará que Dios no es solo Amor que perdona, sino que sirve al hombre y quiere divinizarlo asumiéndole en Sí después de la muerte y por eso se enfrentará a los dirigentes de Israel, en particular a los sacerdotes saduceos que no creían en la vida eterna, jefes del pueblo defensor del Yahvé justiciero de la Ley, no del Dios-Amor.
En las costumbres hebreas, los rollos que contienen los cinco textos básicos histórico-legislativos de Israel se llaman la Torá (Torah), palabra que deriva del verbo jaràh, enseñar, que significa precisamente enseñanza, pero también se los llama los Rollos de la Ley o la Ley de Moisés o sencillamente la Ley. La tradición hebrea indica los libros de la Torá con la palabra inicial de cada uno. La palabra española Pentateuco deriva del griego y se refiere a los cinco (penta) contenedores (teuchos = contenedor) de esos rollos. Los títulos de estos libros se deben a los llamados Setenta, número convencional de los muchos estudiosos, en realidad un número impreciso, encargados por Ptolomeo Filadelfo, soberano de Egipto, de traducir la Biblia del hebreo al griego hacia la mitad del siglo III a.C., que habrían completado el encargo en solo setenta y dos días.
Según ciertos críticos, la traducción tendría que datarse en el siglo II antes de Cristo. La datación en mitad del siglo III a.C. deriva de un apócrifo en alabanza de Israel escrito en un entorno judaico alejandrino, la Carta de Aristeas, obra en realidad de autor desconocido, que habla precisamente de esta traducción: se atribuyó erróneamente a Aristeas, alto funcionario del rey Ptolomeo II Filadelfo entre los años 285 y 247 a.C. También el número 70 de los traductores y el número 72 de los días que tardó en completarse provienen de este apócrifo (cf. La bibbia apocrifa, Editrice Massimo s.a.s., 1990, p. 171 y ss.).
Los Setenta titularon esos rollos considerando su contenido: Génesis (los orígenes); Éxodo, la salida de Egipto de los hebreos; Levítico, libro de la ley dictada por los sacerdotes de la tribu de Leví; Números, por las diversas enumeraciones contenidas en los primeros capítulos; Deuteronomio, o segunda ley, siempre con palabras griegas. Para los escribas del templo de Jerusalén, y para los sacerdotes saduceos, este Pentateuco, esta Torá, era la única Palabra de Dios. Los demás libros del Antiguo Testamento, indicados en Israel bajo los nombres de Profetas y Escritos, eran reconocidos como inspirados, pero no todavía por todos los hebreos en los tiempos de Jesucristo, solo en un entorno farisaico.
Hablaré de los documentos o tradiciones que los estudiosos consideran fuentes tanto del Pentateuco como de los siguientes seis libros históricos bíblicos, aunque no estén exentos de idealizaciones, de acuerdo con el modo apologético antiguo de escribir la historia.
Luego volveré atrás en el tiempo y me remontaré de nuevo a los años de Jesús, tratando el politeísmo entre los hebreos, el primer monoteísmo (no judío, sino ideado por el faraón Akenatón, por razones meramente políticas), la mejor comprensión del amor de Dios por parte de Israel, el nacimiento de la esperanza en un mesías profeta, sacerdote y rey y el resurgir de la idea de la vida eterna. La búsqueda teológica del pueblo hebreo, que según los fieles es una búsqueda de inspiración divina, descubre al avanzar en el tiempo un Dios distinto de los dioses paganos adorados antes por los hebreos junto a un Yahvé que mostraba a su vez la inquietante característica de pretender ser temido y servido bajo pena de graves castigos. En cierto momento, los redactores bíblicos empiezan a entenderlo como un Dios que sí castiga, pero solo con el propósito amoroso de corregir: igual que los padres que, en el pasado, trataban violentamente a sus hijos creyendo que así los hacían mejores. Finalmente, o paralelamente si consideramos las profecías de Oseas y algunos otros profetas, la búsqueda religiosa llega al conocimiento de un Yahvé esencialmente amoroso, de ese Dios que será revelado plenamente por Jesús como el Amor puro y, aunque hasta entonces lo había sido imperfectamente, ya estaba bien presente en el curso de los últimos dos siglos anteriores a Cristo, en los libros más recientes de la Primera Escritura, los llamados deuterocanónicos en la Iglesia latina y griega. Estos libros no forman parte de la fe de la religión hebrea y tampoco de la de los cristianos de la reforma protestante, que los califican de apócrifos.
El lector encontrará partes no esenciales que he escrito gráficamente en cursiva: he tenido en cuenta al lector presuroso, que, si quiere, se las puede saltar. Para ayudar a las personas que acuden solo ocasionalmente a los Testamentos, he añadido un apéndice con las abreviaturas de los libros bíblicos.
Guido Pagliarino
PREMISA – SOBRE LA INFLUENCIA DE LA HISTORIA SOBRE LA BIBLIA
«Dios es amor», afirma más allá de cualquier duda el Nuevo testamento en la primera Epístola de Juan (1 Jn, 4, 8b), una imagen muy distinta de la fisionomía de un Dios enojado y terrible como el que podemos observar en el Juicio Final de Miguel Ángel. No se trata solo de un anuncio neotestamentario. Como veremos, las apariencias del Dios-Amor, presentadas de manera completa en Jesús de Nazaret con la palabra y el ejemplo, ya se estaban trazando antes, a lo largo de la historia del antiguo Israel, reflejándose, aunque todavía no plenamente, en el Antiguo Testamento gracias en primer lugar a los profetas inspirados. No obstante, en esos libros los rasgos del Dios amoroso no parecen absolutos, de hecho, se refieren a la figura del Yahvé de la Ley que encontramos en otros pasajes veterotestamentarios que, como veremos, se origina de la reflexión teológica, no de los profetas, sino de los sacerdotes y escribas del templo.
Al leerlos, hay que tener siempre presente que el argumento del gobierno de la historia por parte de la Providencia, dirigido a la Salvación de la humanidad, abarca toda la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, y también que cada texto bíblico está influido por la situación histórica en la que se preparó y escribió. Por ejemplo, la esclavitud de los judíos en Babilonia y su liberación por parte del rey Ciro II, que encontraremos en el próximo capítulo y reaparecerá a lo largo del ensayo, influye en los versículos de la Biblia que hablan de la esclavitud en Egipto y del éxodo de los hebreos bajo la guía de Moisés, hechos históricos que se produjeron muchos siglos antes: para ciertos comentaristas extremistas, el contenido de esos textos sería incluso solo mítico-alegórico.
EscribeCarlo Buzzetti (en Carlo Buzzetti (con Carlo Ghidelli), Le tappe della lettura della Bibbia. Come leggere una pagina biblica, come leggere una parabola, un discorso, un miracolo, San Paolo, Cinisello Balsamo, 2003.): «Todo texto escrito surge en un contexto vital (o situación originaria) del que es expresión. Pero no siempre esa situación de los orígenes puede advertirla fácilmente quien lee dicho texto. A menudo resulta bastante fácil para los primeros destinatarios, para los primeros lectores, porque les resulta cercano, pero esa situación se va oscureciendo o haciendo más enigmática o más ardua de conocer por los lectores sucesivos, que, por el contrario, quedan bastante lejos. (…) Distingamos dos fases de dicho texto para hacer explícito el contexto implícito: primero, se trata de reconstruir la situación que refleja el texto; luego se tiende a una reconstrucción de la situación desde el punto de vista del autor del texto. Ambas fases requieren un cierto esfuerzo de investigación histórica que, evidentemente, no puede limitarse a solo una aproximación directa al texto: quien lee debe considerar también varias indicaciones procedentes de otras voces más o menos contemporáneas y en todo caso paralelas o convergentes con respecto a ese texto».
Es por esto que, al tratar nuestro tema de fondo, Dios-Amor en el Primer Testamento, debemos examinar, aunque sea a grandes líneas, los acontecimientos históricos del pueblo de Israel y, cuando menos a grandes rasgos y donde sea posible, considerar la situación personal de los redactores bíblicos. Por ejemplo, veremos que a Esdras, impulsor principal aunque probablemente no sea el redactor del Pentateuco, le mueve y ayuda ser funcionario judío en el reino de Persia y custodio de las antiguas tradiciones hebreas, superviviente de la deportación a Babilonia.
Empezaremos en la época de los judíos, hacia el final de la Edad del Bronce.
Pieter Paul Rubens, Sansón y Dalila, óleo sobre tabla, ca. 1609, National Gallery de Londres.
Capítulo I
DEL 1200 A.C. A LA ÉPOCA DEL SEGUNDO TEMPLO
Bibliografía principal de este capítulo: AA. VV. (a cargo de David y Pat Alexander), Guida alla Bibbia, Edizioni Paoline – Roma, 1980; AA. VV. (Joseph Schreiner y colaboradores), Introduzione letteraria e teologica all’Antico Testamento, Edizioni Paoline s.r.l., quinta edición 1990; AA. VV. (bajo la dirección de John A. Garraty y Peter Gay), Storia del mondo, Vol. I, Arnoldo Mondatori Editore, 1973; Abraham Cohen, Il Talmud, traducción de Alfredo Toaff, Gius. Laterza & Figli S.p.A., Roma-Bari, 2003; Giovanni Filoramo, «Giudaismo», en, de AA.VV., Manuale di storia delle religioni, Gius. Laterza & Figli, 1998; A cargo de P. Bonsirven (elección de los textos a traducir del original), Daniel-Rops (prólogo), Enrico Galbiati (presentación), La Bibbia apocrifa, Editrice Massimo s.a.s., 1990; Edmondo Lupieri, Capítulo Il«Giudaismo del secondo tempio e le origini del Cristianesimo», pp. 7-19, y «Radicalizzazione dell’osservanza e aperture ai non giudei (da Pompeo a Nerone)», pp. 20-68, en, de AA. VV. (a cargo de Giovanni Filoramo y Daniele Menozzi), Storia del Cristianesimo, Gius. Laterza & Figli, vol I, 1997; Alviero Niccacci, La casa della sapienza, voci e volti della sapienza biblica, Edizioni San Paolo s.r.l., 1994; Giovanni Odasso, «L’esilio come luogo di salvezza», in Leggere la storia come salvezza, número monográfico de Parola, Spirito e Vita – quaderni di lettura biblica, n. 1 enero-junio de 2003, Centro editoriale devoniano; Michel Morre, Dizionario Mondadori di Storia Universale, primer tomo, Arnoldo Mondatori Editore, 1973; Enzo Cortese, artículo «Per una teologia dello spirito nel tardo profetismo», Studium Biblicum Franciscanum, Jerusalem, Liber Annuus, ISSN 0081-8933 (1997) volumen 47 páginas 9-32, Edizioni Terra Santa. Se puede encontrar una extensa discusión en el siguiente volumen (todavía en el mercado): Enzo Cortese, «Il tempo della fine: Messianismo ed escatologia nel messaggio profetico», Edizioni Terra Santa https://www.edizioniterrasanta.it/shop/il-tempo-della-fine/ (https://www.edizioniterrasanta.it/shop/il-tempo-della-fine/)
Los ideales heroicos
La Edad del Bronce se cierra con dos series de invasiones. Una provino del nordeste, llevada a cabo por los Pueblos del mar, que es como llamaron los egipcios a los invasores, y en esta serie de ocupaciones, poco antes del 1200 a.C., la tribu de los Peleshei, llamados filisteos por los griegos y en la Biblia, se apoderaron de la tierra de Palestina, dándole su nombre, mientras que el resto se dispersa en diversas zonas en torno al Mediterráneo realizando incursiones hasta Grecia y, tal vez, incendiando los palacios de Micenas y Pilos.
El declive de la civilización micénica se produce en torno al 1200 a.C. por razones poco claras. Tras el hallazgo en Pilos de tablas endurecidas por un incendio en el palacio real, se ha planteado la invasión marítima, porque en ellas se habla de preparaciones militares para defender la costa de un peligro inminente de invasión y porque, en ese mismo periodo, la civilización egipcia pasó serias dificultades y la hitita desapareció por los llamados pueblos del mar, por lo que se puede suponer que esos mismos pueblos fueron los invasores. Una explicación más tradicional es sin embargo la de la invasión por la población indoeuropea de los dorios. Por otro lado, otros estudiosos consideran que el declive de la civilización micénica fue causado por meros factores económicos y demográficos, y tal vez climáticos, y los incendios no se deberían necesariamente a los invasores.
La otra serie de invasiones viene del sudeste y son tribus seminómadas de lengua aramea que provienen de los confines del desierto de Arabia, que se infiltran primero y se apoderan luego por la fuerza de Siria, Mesopotamia septentrional, Asiria, Babilonia y Palestina, llamada Canaán en la Biblia. En cuanto al pueblo al que se llamará israelita, está en esta zona en torno al 1200 a.C., unos cincuenta años después de la época del éxodo hebraico de Egipto y convive, no sin problemas, con la población indígena. No todo el pueblo hebreo proviene de otra tierra, ya sea o no la de los faraones: muchos agricultores, me refiero a la época histórica, dejando aparte las migraciones precedentes, tenían orígenes locales (eran, por decirlo así, cananeos) y con el tiempo se mezclan con los pastores nómadas invasores (digamos con los hebreos), formando el pueblo de Israel. Es a esta época, desde cerca de año 1000 a.C., a la que la Biblia llama de los Jueces, de la que se solo puede conocer la historia de fondo, siguiendo las informaciones relativas veterotestamentarias, transformadas de forma mítica. Es útil la comparación con otras sociedades del momento. En Palestina o otras zonas del Cercano Oriente, además de en Grecia y en las costas e islas mediterráneas de Asia Menor, se aprecian en primer lugar los ideales heroicos, en los que un simple insulto basta para desencadenar una terrible reacción, como, en Grecia, en el primer canto de La Ilíada, donde el héroe Aquiles, ultrajado por el rey Agamenón que le ha robado a su esclava Briseida, se retira de la guerra contra Troya después de haber tenido el impulso de matarlo. O, como en Palestina, en la Biblia (1 Sam 25, 9-42), donde el rey David, ofendido por la actitud soberbia de su súbdito Nabal, quiere matar a todos los hombres de la familia, aunque se apiade ante las súplicas de Abigail, mujer del ofensor, pero poco después un Yahvé terrible se tomará la justicia por su mano matando al presuntuoso Nabal y entonces David tomará a la viuda entre sus mujeres. Es una sociedad en la que la posición de la persona depende de su estatura moral, su valentía personal y su contribución a la sociedad, como por ejemplo en la figura bíblica del juez Sansón. Es un ideal que se refleja entre los años 1100 y 750 a.C. en cuentos legendarios en prosa y en versos recitados oralmente y solo posteriormente reunidos por escrito, como los argumentos de los poemas griegos La Ilíada y La Odisea y, en tierra hebrea, las narraciones primitivas que se exponen principalmente en el Génesis y en Samuel 1 y Reyes 2 hacia el siglo V a.C., con muchos añadidos y variantes sacados de sagas y leyendas conocidas por los hebreos durante la esclavitud babilónica, que se extraen de la antigua mitología de Mesopotamia.
Dos ejemplos: el episodio del diluvio universal en el Génesis se inspira en un mito del ciclo sumerio de Gilgamesh (cuyas tablas se conservaban en la biblioteca del rey Asurbanipal), en el que uno de los héroes, Utnapishtim, sobrevive a un diluvio similar y, a diferencia de Noé, recibe la inmortalidad de los dioses. La torre de Babel se imagina similar a los zigurats, altos edificios destacados con los que los antiguos habitantes de Mesopotamia, supuestos antepasados del caldeo Abraham de Ur, proclamaban tocar, al menos simbólicamente, el cielo de los dioses.
Son por tanto historias que entran en el imaginario hebreo, mezclándose con las autóctonas judeo-cananeas que hablan de la prehistoria, desde la creación de hombre, y de la historia más antigua. En cuanto a estas, se trata de epopeyas como la del impío rey Saúl en el primer libro de Samuel, que simbolizará a los diversos malos soberanos de muchos herederos sucesivos de los justos, o mejor de los justificados por Dios, David y Salomón. Hay historias inventadas, como la de José vendido por sus hermanos, que acabarán en el libro del Génesis, mientras que otras tienen cierto trasfondo histórico y contienen fragmentos de los códigos legales comunes a todo el antiguo Oriente Medio.
Hacia el año 1000 a.C., no solo en Canaán-Palestina, sino también en otras zonas de Oriente Medio, en Grecia y a lo largo de las costas de Asia Menor, todos los grupos de invasores, y por tanto todas las ciudades fundadas por estos, muchas veces no más grandes que un par de campos de futbol modernos y con pocos centenares de habitantes, tenían leyes propias. En varias zonas convivían conquistadores y autóctonos, aunque en ciertas áreas, como en el Peloponeso en Grecia, toda la población de los vencidos (ilotas) era esclava de los vencedores (espartanos), mientras que Canaán conoce por el contrario la esclavitud personal. Hay casos en los que una ciudad o un grupo todavía seminómada conquistan las zonas vecinas, pero las pierden en poco tiempo. Una tierra, después de ser unificada, normalmente, más pronto que tarde, se desmembraba de nuevo debido a jefes militares hostiles al soberano, como ocurre en el reino de Salomón, que, a la muerte de este monarca, se divide en los dos reinos de Israel y Judea o Judá. Un reino se identifica sobre todo por la capital, en el caso de Samaría para Israel y de Jerusalén para Judá, mientras que las zonas no urbanas siguen siendo más o menos tribales y no se consideran sometidas al rey local. En Palestina esto vale para las tierras de pasto y los terrenos primitivos de agricultura, dejados en barbecho por mitades en años alternos, zonas que eran ocupadas periódicamente por tribus de pastores seminómadas que se consideraban independientes del rey y superiores a cualquiera, aparte de su jefe de clan y cuyos rebaños dañaban los cultivos colindantes. Estos beduinos se enfrentaban a los agricultores sedentarios, que no querían que se dañaran las tierras que cultivaban y los pastos que estaban dispuestos a cultivar: la leyenda del Génesis de Caín, que mata a su hermano Abel, pastor (Gen 4, 1-16), deriva de esa situación histórica, idealizada muchos años después en sentido religioso, presentando a la víctima como devota de Yahvé y a su asesino como un hombre que no tiene verdadero respeto por Dios, al que ofrece en sacrificio productos malos: los hebreos, aunque provenían de ambas categorías, se consideraban sobre todo descendientes de las antiguas tribus de pastores, simbolizadas por los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, y por eso la figura de Abel es la positiva.
Socialmente no será así en tiempo de Cristo: los pastores estarán considerados entre los seres humanos impuros, imposibilitados de redimirse debido a su profesión. El evangelio de Lucas, en su defensa de los pobres y para acabar con esa idea preconcebida, los presentará como los primeros que acuden, por voluntad divina, a rendir homenaje al Niño Jesús (Lc 2, 8-20); el episodio podría incluso ser histórico, aunque tenga religiosa y socialmente en ese evangelio un valor simbólico.
Los patriarcas son figuras simbólicas de Israel que se refieren a los antiguos, anónimos pero concretos, jefes de las tribus seminómadas de Canaán que se establecían durante las estaciones con sus rebaños en tierras externas, fundadores, según la tradición, de los lugares sagrados de Palestina y que los hebreos, después de haber derrotado a los habitantes anteriores, habrían considerado como sus propios ilustres antepasados. El fenómeno de la mitificación de los antiguos es general en esos siglos, no solo en el pueblo judío: por ejemplo, Roma identificará en el mítico fundador rey Rómulo los jefes de los clanes de pastores, luego agricultores, establecidos en la zona, donde construyeron cabañas primitivas. Los patriarcas y sus familias son pastores, como, muchos años después, los miembros de las tribus protagonistas de la liberación de Egipto que se convierten idealmente, en el libro del Éxodo, en descendientes directos de Abraham, Isaac y Jacob, este último llamado en cierto momento por Dios, según el Génesis, con el nuevo nombre de Israel, lo que equivale a decir que se hacen símbolo de todo el pueblo judío: está claro el patriótico fin político-religioso del redactor que escribirá sobre estos acontecimientos ya en el siglo V a.C., después de volver del exilio babilónico. El tal vez legendario Jacob-Israel, si nos atenemos al capítulo 46 del Génesis, que es más o menos contemporáneo del Éxodo, y, siguiendo la cronología bíblica, había emigrado 470 años antes de la liberación de Egipto a las tierras del faraón con toda su familia, los rebaños y las tiendas para huir de la escasez. Pero es interesante señalar, en función de la posible historicidad del evento, que los textos egipcios de los primeros siglos del II milenio a.C. y otros del siglo XIII a.C. afirman que a los beduinos asiáticos provenientes de la tierra de Palestina y que trataban de escapar de la carestía de alimentos, se les había concedido, como un favor excepcional, entrar en Egipto con sus rebaños para que pudieran mantenerse con vida (cf. «L’antico vicino Oriente – Egitto», en Storia del mondo, Vol. I, Arnoldo Mondatori Editore, 1973).
En Palestina, durante otros dos siglos, los hebreos combatieron con sus vecinos, que intentaron invadirlos, y con tribus no hebreas establecidas en su mismo territorio. No se trata de una guerra real, sino más bien de incursiones ocasionales de pequeños grupos y de guerrillas de defensa, y son episodios que aparecen en el libro de los Jueces, basado en las figuras de los jefes populares elegidos por Dios, de vez en cuando, para conducir a Israel a la batalla. En el primer libro de Samuel se volverá a un caso similar centrado en la figura del legendario rey Saúl y su hijo Jonatán, o como quiera que se llamasen en realidad los jefes de la tribu en esa época, derrotados y muertos combatiendo a los filisteos después de haberlos vencido provisionalmente: primero el favor de Dios y la victoria sobre sus enemigos, luego el pecado y la derrota. Los filisteos, durante la época de los Jueces y de Saúl, entre escaramuzas de distinto signo, dominan en el fondo Palestina, mientras no son derrotados definitivamente por las bandas de los «hombres poderosos» del pastor guerrillero y luego primer rey histórico de las tierras de Judá e Israel, David.
Su hijo Salomón logra recabar de su pueblo, sobre todo de los pequeños campesinos, lo que hace falta para construir en Jerusalén su propio palacio y el templo de Yahvé, consiguiendo también mantener una corte rica y fortificar ciudades estratégicas contra posibles invasiones. Después de él, como sabemos, el reino se divide: tribus hebreas de la zona septentrional se rebelan y fundan el reino independiente de Israel con capital en Samaría. No mucho después, se rebelan también algunas poblaciones sometidas al reino superviviente de Judá y una parte de esta área meridional acaba fraccionándose en pequeñísimos estados tribales. La razón de ambas rebeliones podría ser de orden fiscal, dado que, a causa del lujo de la corte, el pueblo, y sobre todo los pequeños campesinos, se sienten aplastados. La historia no sirve de enseñanza y la situación se repite con los sucesivos soberanos. Durante el reinado de Ozías de Judá y de Jeroboam de Israel, el profeta Amós proclama que Yahvé va a destruir a los opresores de los pobres y otro oráculo de Dios, Oseas, repite la advertencia. Comienza así a dibujarse la figura misericordiosa de Yahvé, que se perfila en los escritos de los profetas Isaías y Miqueas: Dios se manifiesta a los hebreos como quien, sobre todo, protege absolutamente a los pobres contra los abusos: estamos hacia el final del siglo VIII a.C.
En cuanto a Isaías, son al menos tres autores los que escriben bajo este nombre. El primero es Isaías persona física, llamado Proto Isaías: probablemente nació en Jerusalén y su vocación profética se manifiesta en torno al 740 a.C., años de la muerte del rey Ozías. Los otros escriben en épocas posteriores y la tradición ha atribuido luego sus escritos a Isaías. En conjunto, el libro atribuido a Isaías se escribió entre el 740 a.C. y el 445 a.C.
Escribe Proto Isaías (Is 1, 13-17),
«No me sigáis trayendo vanas ofrendas;
el incienso es para mí una abominación.
Luna nueva, sábado, convocación a la asamblea…
¡no puedo aguantar la falsedad y la fiesta!
Sus lunas nuevas y solemnidades
las detesto con toda mi alma;
se han vuelto para mí una carga
que estoy cansado de soportar.
Cuando extiendéis vuestras manos,
yo cierro los ojos;
por más que multipliquéis las plegarias,
yo no escucho:
¡vuestras manos están llenas de sangre!
¡Lavaos, purificaos,
apartad de mi vista la maldad de vuestras acciones!
¡Cesad de hacer el mal,
aprended a hacer el bien!
¡Buscad el derecho,
socorred al oprimido,
haced justicia al huérfano,
defended a la viuda!»
Escribe el profeta Amós (Am 5, 21-24):
«Yo aborrezco, desprecio sus fiestas,
y me repugnan sus asambleas.
Cuando me ofrecéis holocaustos,
no me complazco en vuestras ofrendas
ni miro vuestros sacrificios de terneros cebados.
Aleja de mí el bullicio de tus cantos,
no quiero oír el sonido de tus arpas.
Que el derecho corra como el agua,
y la justicia como un torrente inagotable»
En cuanto al profeta Miqueas, es testigo en Judea de importantes acontecimientos, sobre todo la guerra entre los reinos hebreos de Judá e Israel. Condena con dureza a los sacerdotes y falsos profetas y ataca con vehemencia a los ricos propietarios de latifundios, que oprimen y explotan sin compasión a los pobres, sobre todo a los braceros agrícolas y los pequeños propietarios. Denuncia la corrupción de las ciudades, sobre todo de Jerusalén, a la que hace símbolo de la corrupción de los religiosos y políticos y los funcionarios públicos más importantes. Como Amós en su misma época, Miqueas predica la justicia de Yahvé y reclama en su nombre un comportamiento absolutamente honrado y no solo de justicia formal: Dios reclama que, siguiendo su ejemplo, se ejercite la piedad (Mi 6, 8).
Es interesante señalar que Miqueas presenta una de la profecía más claras, figura que el Nuevo Testamento identificará con Jesucristo (Mi 5, 1-14): afirma que nacerá en Belén, no será un ángel, sino un ser humano, sus origen se remontan al pasado más lejano, se rodeará de un círculo de hombres justos, cuidará de los más pobres y fundará un reino universal de justicia, paz y bienestar (Mi 4,1-5) del que será soberano el mismo Dios y el que las lanzas se transformarán en hoces y las espadas en arados, porque no habrá más guerras. Todo esto es simbólico. Esencialmente sería un reino ultraterreno de Paz, es decir, la vida eterna en el Dios de los santos.
Profeta Miqueas, témpera sobre tabla, escuela véneta, primer cuarto del siglo XVI.
Sobre la mentalidad henoteísta y politeísta entre los hebreos
Antes de la esclavitud babilónica, los hebreros fueron atraídos por el politeísmo: al convivir estirpes y religiones diversas en el mismo territorio palestino, no es algo que deba sorprender. Muchos adoraban, junto a Yahvé, a dioses de la tierra y, en general, de la fertilidad. Al principio, hay un Padre El, que llega en ciertos momentos a confundirse con Yahvé, una Madre Asherah, equivalente a la babilonia Ishtar, a su vez equivalente a la fenicia Astarté y considerada por otros la esposa del propio Yahvé, y sus hijos Anath y Baal, nombre este último de múltiples significados como Marido, Señor y Año. Esta última divinidad es la más adorada y aplacada, más que Yahvé por algunos. Los hebreos erigen sus estatuas y estelas y les ofrecen sacrificios, incluso en el patio de templo construido por Salomón. Se levantan otros monumentos de culto, delante de una puerta de Jerusalén dedica a Josué, incluso a los peludos, divinidades inferiores de los campos, similares a los faunos de los bosques de los griegos. Varios soberanos son cómplices o algo peor. Es idólatra Jeroboam, primer rey de Israel tras la separación de Judá de las tierras del norte: está escritos en Crónicas 2 que Jeroboam había instituido «por su cuenta sacerdotes para los lugares altos, para los sátiros y para los terneros que él había fabricado» (2 Cr 11, 15): en el original hebreo se decía exactamente que se trataba de estatuas de peludos y terneros.
A lo largo del tiempo van acaeciendo desgracias sobre el pueblo hebreo y ahí surge en el entorno profético la idea, que se reflejará en la Biblia, de que Yahvé castigará a los idólatras entre sus súbditos: súbditos porque el único rey de Israel es Dios, mientras que David y los posteriores soberanos son sus delegados, sus virreyes. El profeta de turno levanta por tanto la voz para que se deje de adorar a divinidades extrajeras, pero siempre en vano, y los castigos divinos llegan de nuevo puntuales, muchas veces en forma de una derrota en la guerra. Adorar a los dioses de otros pueblos es una práctica tan habitual en Israel que traerá al final lo que se entenderá como el enorme castigo de la deportación a tierras babilonias para que todo Israel acepte la idea de un Dios único.
Se forma en el siglo IX a.C. un movimiento, dirigido por los profetas Elías y Eliseo, particularmente duro contra el politeísmo y que llega al homicidio de los sacerdotes y los profetas de las divinidades extranjeras. Este partido inspira una revolución con fines religiosos en el reino de Israel hacia el año 840 a.C., aunque el movimiento no consigue afirmarse y sigue siendo bastante minoritario. Por su parte, el rey Asa (en torno a 913-873 a.C.), nieto de Salomón, había combatido en vano contra la mentalidad politeísta. Luego se produce una acontecimiento nuevo y crítico, la dominación asiria.
En el siglo VIII antes de Cristo, Asiria, bajo Tiglatpileser III, rey desde el 744, pasa de ser reino a convertirse en imperio al conquistar muchos estados e instaurar sus gobernadores y la práctica de deportar a parte de las poblaciones vencidas, sustituyéndolas por otras: los asirios son enviados a norte, hacia Urartu, al sur han conquistado Babilonia, que fue suya en el pasado y al este han vencido a los medos, al norte se expanden hacia las zonas mediterráneas y finalmente derrotan al reino de Israel y, poco después, a Egipto.
En el 721 a.C., el rey asirio Sargón II ha conquistado Samaría, la capital de Israel. Deporta posteriormente «a los israelitas a Asiria. Los estableció en Jalaj y sobre el Jabor, río de Gozán, y en las ciudades de Media» (2 Re 17, 6). Traslada a otros pueblos a las tierras de Samaría desde regiones distantes del imperio, que, al unirse con los remanentes no deportados, constituirán los que se llamarán samaritanos, mal vistos por los hebreos todavía en el tiempo de Jesús, porque se les consideraba bastardos: con ese término denominaban los hebreos a los supuestos descendientes de padre hebreo y madre no hebrea. La ciudadanía judía y el estatus de hebreo se transmitían por parte de la madre y todavía hoy en el estado de Israel es hebreo quien tiene madre hebrea. Las diez tribus del norte son por tanto absorbidas por otros pueblos, mientras que algunos componentes bajan al sur y se suman a Judá.
La duodécima tribu, descendiente del hijo de Jacob de nombre Leví, era la sacerdotal (a ella pertenecían Aarón y Moisés) y, a diferencia de las otras once, no había tenido una asignación concreta de un territorio después de la conquista de la Tierra Prometida.
En los tiempos de Jesús, los levitas eran los ayudantes de los sacerdotes, formando todavía parte de la clase restringida de los saduceos y supuestos herederos del antiguo sumo sacerdote Sadoc, de la época de David.
En todas las zonas sometidas por los asirios, y por tanto también en los territorios hebreos, se refuerza el culto del dios nacional, momento en el que, en concreto en el protectorado del reino de Judá, se refuerza el culto exclusivo a Yahvé, aunque todavía se le considera solo el primero entre los dioses (henoteísmo), no el solo y único Dios. Además, como ya Yahvé se entiende por ese movimiento como la Divinidad a quien de modo particular agradan los pobres y los protege, aparece una reclamación de una reforma legislativa a su favor. Un jurista de Jerusalén, el escriba Sabán, propone un nuevo código, que incluye tanto la prohibición de adorar a los otros dioses como mejoras a favor del pueblo indigente. Lo llama la Ley de Yahvé. No hay seguridad de si lo presenta expresamente como el Documento de la alianza mosaica, aunque Sabán afirma que el rollo de esta Ley lo ha encontrado el gran sacerdote Elcias en el 621 a.C., en los laberintos subterráneos de un santuario del templo de Jerusalén, lugar sagrado ya dedicado a Yahvé, pero donde posteriormente se había erigido un altar pagano. De ese modo, el jurista presenta la Ley al rey Josías, soberano que había ascendido al trono muy joven y que reina en un periodo (640-609 a.C.) en el que el nuevo imperio babilonio está a punto de sustituir al asirio. Es posible que Sabán hubiera puesto por escrito una tradición oral y luego, de acuerdo con Elcias, la haya presentado como un documento antiguo encontrado en el templo. En todo caso, el soberano acepta como auténtico este libro, después de haber sido convalidado por una profetisa: es un material que se integrará durante o después del exilio en el libro del Deuteronomio, sobre todo en los capítulos del 12 al 26 y en el 28: en ese libro, influido por el profetismo tras el exilio, resonará la antigua legislación de Judá con la apelación moral básica de tutelar las relaciones de hermandad e igualdad entre los miembros de la sociedad.
En el extremo opuesto, en otro texto del Pentateuco que es expresión del elitista grupo sacerdotal, el Levítico (ver, en este ensayo, el Capítulo II – LAS TRADICIONES VETEROTESTAMENTARIAS BASICAS), estará en primer plano la exigencia de pureza, identificando la ética con la pureza ritual y legal y será el código levítico, más que la idea deuteronómica de justicia, el que seguirá siendo prioritario en Israel, todavía en tiempos de Cristo.
Debido a la recuperación, Josías intenta una reforma monoteísta, o más probablemente henoteísta, eliminando de su reino a nigromantes y adivinos y derribando ídolos. Se trata de una gran reforma religiosa, cultural y política que, sin embargo, no entra en el corazón de Israel: cuando el soberano es derrotado y muere en la guerra contra el rey Necao II de Siria, un hecho considerado como un mal augurio, el reino de Judá vuelve al politeísmo, hecho que los profetas Jeremías y Ezequiel considerarían como la causa de su ruina, aunque la esperanza no estará ausente en ellos y anunciarán tiempos nuevos y mejores.
Así Jeremías, después de que Jerusalén caiga por obra del ejército babilonio, profetiza: «Llegarán los días –oráculo del Señor– en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño –oráculo del Señor–. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: “Conozcan al Señor”. Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande –oráculo del Señor–. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado» (Je 31, 31-34) y Ezequiel, durante el exilio en Babilonia, escribirá como portavoz de Dios: «Los rociaré con agua pura, y quedaréis purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo: os arrancaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros» (Ez 36, 25-27).
Mientras que estos profetas anunciaban la liberación política de los hebreos de la servidumbre en Babilonia, el cristianismo, teniendo otras intenciones humanas, verá en sus textos inspirados los anuncios del Cristo Salvador, portador de la alianza nueva y definitiva. En el Evangelio, Jesús se refiere a Jeremías después de haber bendecido el pan eucarístico: «Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por vosotros”» (Lc 22, 20).
Gebhard Fugel, Sobre las aguas de Babilonia, Museo Diocesano, Freising.
Las deportaciones a Babilonia
El reino de Judá cae bajo el influjo de Babilonia y, a consecuencia del rechazo en el año 598 a.C. del rey Joaquim, hijo de Josías, de permanecer bajo esta influencia, al año siguiente la capital Jerusalén es asediada por el rey Nabucodonosor: Después de unos pocos meses, muerto Joaquim, tal vez asesinado por algunos de los suyos con la vana esperanza de que el soberano invasor levantara el asedio, su hijo Joaquín (o Jeconías) se rinde (2 Re 24,12) y, como refiere el libro del poeta Ezequiel (Ez 17) es deportado a Babilonia en el año 597 (o 596) a.C. con la familia, los principales miembros de la aristocracia, los guerreros, los eunucos de la corte, además de los herreros y los demás artesanos cualificados. El segundo libro de los Reyes (2 Re 24, 14-16) precisa que los exiliados se ubican en diversas localidades, sobre todo en Tel Arsa, Tel Abib, Addam, Kerub, Kasifya e Immer, a lo largo de las orillas del río Kebar, en las cercanías de la antigua ciudad, entonces semirruinosa, de Nippur.
Nippur fue erigida por los sumerios en el sur de Mesopotamia y había tenido su máxima expansión en el III milenio antes de Cristo, debido a la importancia del templo en honor del dios Enlil. Quedó semiabandonada hacia el año 1000 a.C. y solo volvió a tener de nuevo importancia siglos después del exilio hebreo, en el siglo III a.C., bajo los partos.
Se trata de aquellos lugares de la Mesopotamia meridional en los que surgía la ciudad de Ur de los caldeos, desde la cual, según tradición y como se indicaría por escrito en el siglo V a.C. en el libro del Génesis, había empezado a actuar Abraham, el padre de la estirpe de los hebreos, debido a la llamada de Dios (Gen 17, 1-14).
Ezequiel (circa 628 – 570 a.C.), hijo de sacerdote y destinado en convertirse en uno, fue deportado en el curso de esta oleada, junto al rey Joaquín. Como el cargo sacerdotal solo se puede ejercitar a partir de los treinta años y él cumplirá esta edad estando ya en el exilio, al contrario que su padre, nunca llegará a ser sacerdote, pero se convierte en profeta. Trata de infundir en sus compañeros la fe en la redención de Israel, que se producirá históricamente unos sesenta años después, por decisión del rey Ciro II de Persia. El largo libro de Ezequiel tiene tres partes. En la primera se denuncian los pecados de Israel que llevan al castigo de Dios con la caída de Jerusalén (capítulos 1-24). La segunda comprende el anuncio de la desgracia en la que incurren las naciones idólatras (25-32). Por fin, en la última parte (33-48), Dios encarga a Ezequiel exhortar a los hebreos a la confesión de sus pecados y anunciar una nueva Jerusalén. Entretanto, se deja al reino de Judá formalmente con vida bajo el rey fantoche Matanías, tío de Joaquín, al que Nabucodonosor cambia de nombre a Sedecías, como señal de sumisión (2 Re 24, 17). El soberano babilonio mantiene parte de su ejército vigilando a Judá. El débil rey, influido por una corte antibabilonia y teniendo dificultades para pagar el duro tributo a Babilonia, se rebela aprovechando el hecho de que el faraón egipcio Hofra ha enviado una expedición contra Nabucodonosor para conquistar tierras fronterizas y este, debido a esta urgencia, ha alejado sus tropas. Egipto es derrotado, Nabucodonosor actúa contra Jerusalén y la ciudad es vencida, saqueada y entregada a las llamas: las murallas y el templo son destruidos (2 Re 24-25; Je 39; 2 Cr 36). Una parte notable de la población, como refiere la Biblia en 2 Re y en Jeremías (2 Re 25, 8-21 y Je 52), es llevada a la fuerza a Babilonia en una deportación posterior que afecta a la nueva clase aristocrática y a cualquiera que se haya declarado a favor del rey Sedecías. Este es cegado, deportado a su vez y encarcelado, después de haber visto como se ejecutaba a sus hijos, asesinados para que no tuviera más descendencia.
En Judea y en lo que queda de su capital permanecen los hebreos pobres, a cuyo frente se pone al rey fantoche Godolías, antes primer ministro y traidor amigo de los babilonios. No mucho después, este soberano es asesinado y el reino de Judá, en ese momento, deja de ser tal: el territorio se convierte, también formalmente, en súbdito de Babilonia. Según el profeta Jeremías, se produce, asimismo, en los años 582-581 a.C., otra deportación que afecta a ciertos palestinos que habían intentado resistir desesperadamente en connivencia con moabitas y amonitas (Je 52,30).
En resumen, una gran parte del pueblo hebreo vivía entonces en el exilio, a causa de las sucesivas deportaciones, en lo que se llama habitualmente la servidumbre babilonia.
El exilio resulta un punto de inflexión en la historia político-religiosa de Israel.
Los que quedan en Judea continúan el culto donde se erigía el templo, manteniendo una relación directa con el pasado, y no se excluyen del todo las composiciones bíblicas: fue tal vez entre los que quedaron en la patria y no entre los exiliados donde nace el libro de las Lamentaciones, obra de autor desconocido, atribuida en el pasado erróneamente a Jeremías, cinco composiciones poéticas escritas siguiendo el estilo y el ritmo de los antiguos cánticos fúnebres judíos, en las que se refleja el tormento por la pérdida de los seres queridos exiliados o muertos, por la pérdida de la nación y la devastación de la capital y el templo, por la disminución del sacerdocio y de los sacrificios rituales.
Se trata de un ritmo fúnebre peculiar, llamado kinah, en el que falta un elemento: se trata de un artificio estilístico para evidenciar la falta de la persona perdida, en este caso la ciudad de Jerusalén personificada.
En cuanto a los deportados, al principio sus pensamientos y el sufrimiento personal del exilio les supusieron una grave crisis. Sin embargo, la fuerza de la tradición judaica, tanto oral como expresada por escrito en los textos de los profetas antiguos y en una primera redacción de la obra deuteronómica, fuente bíblica de la que hablaré en el próximo capítulo, textos transportados por sacerdotes y escribas, hacen al lugar y la época, en las reflexiones teológicas de los deportados expresadas en primer lugar por Ezequiel y, hacia el final del exilio, por el Deutero Isaías, autor de los capítulos del 40 al 55 del libro de Isaías, extremadamente favorables a una maduración de la fe de Israel. La servidumbre babilonia se concibe en cierto modo por la gente más culta como una furia del Señor constructiva, dirigida, no tanto a castigar las culpas, lo que equivale a decir la indiferencia por el dios de Israel por parte de los hebreos y también la idolatría de otros, como a causar el arrepentimiento positivo y la vuelta a pleno culto de Yahvé.
Los exiliados eran normalmente seguidores de la fuente bíblica deuteronomista, influida por los profetas anteriores al exilio, igualitaristas y populistas, pero entre ellos no se encuentra el profeta Ezequiel, que no solo tiene un vocabulario y estilo diferentes, sin también ideas legales distintas, las cuales pasan a un grupo de seguidores, cuyos estudios confluirán, después del retorno a Israel, en la escuela teológica sacerdotal, compuesta por archiveros y estudiosos de tradiciones en función del futuro, a los cuales debemos escritos como el libro del Levítico y la historia de la Creación en el primer capítulo del Génesis. La idea de Yahvé como creador tiene mucha importancia también en el Deutero Isaías, que concibe además la escena de Yahvé sentado sobre el trono en los círculos celestes, que declara solemnemente ser el primero y el último y que aparte de él no hay otro dios, porque los dioses de otros pueblos son solo ídolos de piedra o de madera que no pueden dañar ni ayudar a nadie: un claro paso del henoteísmo al monoteísmo.
Al formarse un monoteísmo riguroso, se va creando la tradición espiritual del pueblo elegido por Yahvé, que se refleja por escrito en los nuevos profetas y en el Pentateuco, en los seis libros históricos posteriores y en los salmos.
Por tanto, Babilonia se convierte en el lugar de la salvación: entra en la conciencia colectiva la idea de que Dios ha castigado a Israel por sus pecados de idolatría e indiferencia hacia Él solo para que meditara. En otras palabras, nace una concepción más refinada de Dios, se considera que no se ha tratado de una verdadera furia divina, sino de afecto por su pueblo elegido, del que Yahvé ha querido que aprendiera en el dolor solo para que volviera a Él. En estos años se adquiere una nueva conciencia de Dios, descubriendo que la historia del pueblo hebreo es enteramente una historia salvífica guiada por este. Surge la convicción de que Yahvé ha querido a los hebreos en la misma tierra que, según la tradición oral, había sido la de Abraham, para que, después de la expiación, Israel siguiera las huellas del patriarca: los profetas Ezequiel y Deutero Isaías razonan sobre el pasado y entienden, no solo que la servidumbre babilonia, como todos los males precedentes, tiene una causa precisa, que es el pecado de idolatría de Israel, sino también un fin providencial: su purificación para el retorno de Dios, para una nueva creación, un nuevo éxodo hacia Canaán, una nueva alianza después de la del Sinaí y un nuevo reino de Jerusalén. El dolor sirve para redimir, como se expresa en Deutero Isaías en los cantos del Siervo de Yahvé, un concepto que tendrá su culminación en Jesucristo. Después de haber comprendido que el amor divino por Israel no ha disminuido, los profetas en el exilio empiezan además a entender que hay que ser testimonio de Dios, sobre todo y también con un comportamiento ejemplar con el fin de convertir a otros pueblos a la fe en Él: Yahvé no solo quiere reconocimiento y vida para Israel, sino que desea lo mismo para todo el mundo, algo que se cumplirá siglos después con Jesús y su Iglesia evangelizadora.
Cristo, remitiéndose a los cantos de Deutero Isaías, será representado en el Evangelio como el siervo inocente de Dios que sufre por la salvación de todo el género humano: así como el pueblo hebreo, análogamente al servicio de Yahvé, ha penado con la esclavitud babilonia en función de la liberación y la vuelta a Jerusalén, así sufrirá el Siervo de Yahvé-Jesús para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y dirigirlos a la Nueva Jerusalén, el Reino de Dios: «Jesús (el resucitado) les dijo (a los discípulos que, habiendo dejado de creer, estaban huyendo a Emaús después de su crucifixión y muerte): “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”» (Lc 24, 25-26).
La liberación del exilio babilonio se asimila religiosamente como la señal divina del perdón. (Ez, capítulos 41-48. Ver también Esdras, 1, 1-9). Se atribuye teológicamente a la intervención de Yahvé en el corazón de Ciro el liberador, a quien Deutero Isaías llama amigo de Dios, su elegido y su pastor: el reino de Nabucodonosor no fue muy largo, hacia el año 539 a.C., Ciro II de Persia había conquistado Babilonia y, por tanto, Palestina se convirtió en tributaria de su gran imperio. El soberano, persona con una mente bastante abierta, a diferencia del rey babilonio que había tratado de eliminar la identidad hebrea, siendo consciente de que la tolerancia puede favorecer el orden, respeta las culturas de los pueblos sometidos (2 Cr 36, 23): «En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, para se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de vida voz y por escrito en todo su reino: “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y se vaya!”». Como se ve, el autor imagina a un Ciro simple instrumento de Dios.
También en otras partes de la Biblia se presentan soberanos paganos como enviados de Yahvé, pero estos son instrumentos de castigo de pueblos adversarios de Israel, que los derrotan. Por ejemplo, en Ezequiel ese encargo, contra los egipcios, lo da Dios a Nabucodonosor.
Ya en el 538 a.C., el ilustrado Ciro concede a los israelitas deportados que lo deseen volver a su tierra, en todo caso sometida a él. No todos deciden volver: tras haber pasado tantos años y tratándose de la segunda o tercera generación, ya radicada en Babilonia, parte de los deportados escogen quedarse como súbditos libres de Ciro. El retorno de quienes deciden la repatriación es por etapas, afecta a varios grupos y se desarrolla en un periodo de más de un siglo. Entretanto, el rey, para granjearse el favor de la mayoría del pueblo hebreo y asegurar mejor el orden social, ordena también la reconstrucción del templo de Jerusalén y la reanudación del culto, devolviendo los objetos sagrados robados en su momento por Nabucodonosor. El emperador da autoridad al judío Sesbasar, descendiente de la casa de David, y le encarga reconstruir el templo. Este acepta con entusiasmo, pero el trabajo resulta ser bastante difícil y no avanza. Además, aparecen otros obstáculos debidos a los otros habitantes del lugar: Jerusalén se encuentra comprendida en la prefectura de Samaría, gobernada en nombre de los persas por ciertos hebreos considerados impuros por los repatriados, porque los consideraban descendientes de mujeres no judías, así que eran, en sentido étnico-religioso, bastardos, personas que no solo se resistían a colaborar, sino que se mostraban como enemigas por reacción. Después de veinte años, en el lugar del nuevo templo hay todavía un montón de escombros: evidentemente, el entusiasmo por la libertad recuperada, aunque fuera dentro de ciertos límites, no había durado mucho entre el pueblo. Durante algún tiempo, desaparecido Sesbasar de la escena, Persia nombra rey vasallo a Zorobabel, también descendiente de David, que vuelve a Jerusalén al frente de un segundo grupo de repatriados. Los profetas Zacarías y Ageo confían en él (Zc 6, 9 y ss.; Ag 2, 20 y ss.) y esperan que reconstruya por fin el templo, pero en vano. Después de Zorobabel, también el poder político pasa de hecho a los sacerdotes, el primero de los cuales tiene el nombre de Josué, como el antiguo lugarteniente de Moisés, pero no llamado así necesariamente por los padres en su memoria, ya que Joshua (o Jeshua), en español Josué o Jesús, eran nombres bastante comunes entre los hebreos.
Zigurat
Un periodo histórico fundamental
Los siglos VI y V antes de Cristo constituyen un periodo fundamental para el mundo entonces conocido: es la época de Zoroastro en Persia, de Confucio en China, de los filósofos-científicos griegos y es la época de los profetas éticos hebreos y de la formación definitiva de muchos libros del Antiguo Testamento, en los que se unen la historia del pueblo judío con una narración fantástica ideada durante o después de la deportación a Babilonia, proyectando sobre el Israel del pasado las preocupaciones y las esperanzas de los nuevos tiempos. En esos mismos dos siglos, en los países mediterráneos nace y se refuerza la preocupación por la pureza del pueblo, que antes se daba por descontada: los entonces difundidos viajes comerciales y las deportaciones forzosas, que erradicaban a los pueblos vencidos trasladándolos a las tierras de los vencedores, privan a muchas personas de su identidad autóctona, mientras que los extranjeros que arriban y los compatriotas que vuelven a casa influyen en aquellos nativos que nunca abandonaron la patria, escandalizando a los conservadores que querrían inalterado el sistema de vida y la mentalidad locales. La preocupación por la pureza lleva por ejemplo a Grecia a llenarse de purificadores, más o menos honrados o no, muchos de los cuales afirman usar los encantamientos del mítico Orfeo, mientras que el oráculo de Apolo en Delfos realiza continuamente purificaciones oficiales. Con los ritos, prosperan además ciudades enteras, entre ellas Atenas. En Jerusalén, como veremos, la purificación del pueblo hebreo está guiada por el sacerdote Esdras y el político Nehemías.
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notes
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La mayor parte de las traducciones bíblicas se basan en la traducción de la Biblia que se ofrece en la web del Vaticano (http://www.vatican.va/archive/ESL0506/_INDEX.HTM (http://www.vatican.va/archive/ESL0506/_INDEX.HTM)). N.d.T.