Donde Habitan Los Ángeles

Donde Habitan Los Ángeles
Emmanuelle Rain






Emmanuelle Rain



Donde habitan los ángeles

-Alma antigua-



Traducido del italiano por Andrea Pérez García



Toda referencia a personas vivas o fallecidas, o a sucesos acaecidos en la vida real, es pura casualidad.


Millones de seres espirituales se mueven, desapercibidos, sobre la Tierra, tanto cuando estamos despiertos como cuando dormimos. John Milton




Capítulo 1


Alma antigua



En Chicago hacía ya bastante calor para ser mayo, pese a que calor eran palabras mayores para esa ciudad…

La joven, de cabello rojizo, sudaba un poco bajo la ligera parka, así que se remangó, aunque culpaba más de aquel sudor repentino a la situación que al clima en sí, por no hablar de que había pasado una hora en el metro para ir del área de Chicago Loop al condado de Cook, donde se encontraba el objetivo asignado por su inesperado compañero esotérico…

No era primeriza en contactar con los espíritus, aunque sí que era la primera vez que uno le pedía ayuda…

Respiró profundamente y se decidió a tocar el timbre…

«Venga, allá vamos», le dijo una voz en su cabeza.

«¿Estás seguro de que me creerán?», no estaba completamente convencida de lo que estaba a punto de hacer.

«Sí, no te preocupes».

«Es más fácil decirlo que hacerlo», susurró la muchacha.

«Tú solo repite lo que te he dicho, verás como todo saldrá bien», la alentó la voz.

«Ya estoy aquí…».



—¿Quién es? —una voz masculina, un poco ronca, respondió por el interfono.

«Di algo», le sugirió la voz que desde hacía unos cuantos días habitaba en su cabeza.

—Hola... Vengo en nombre de alguien que quiere ayudarle.

Al otro lado se hizo el silencio…



—¡Eh! ¿Quién toca a estas horas?

Otro hombre, de lánguido rostro, se acercó al monitor para ver quién osaba molestar su merecido descanso, pues todavía era demasiado temprano para una visita de cortesía… Y, al mirar a la pantalla, se encontró delante de dos grandes ojos verdes.

—¡No es posible! Mira sus ojos, no se ven muchas almas como la suya. ¿Qué querrá de nosotros? Normalmente las almas antiguas son muy reservadas —le dijo al hombre de la voz ronca.

—Ya que ha venido hasta aquí, invitémosla a entrar y veamos qué quiere —contestó mientras abría la puerta de la verja para dejarla pasar.



La chica caminó por un sendero de ladrillos flanqueado por arbustos de rosáceas, hierbas perennes y genciana, mientras se preguntaba si era buena idea meterse en la casa de esas personas a las que no conocía.

«No te preocupes —la animó la voz—. Son hombres al servicio del bien, no te harán ningún daño y, de todos modos, yo no lo permitiría».

«Y, ¿cómo piensas hacerlo? Por curiosidad. Solo eres una vocecilla...».

«Si quisiera, podría entrar en posesión de tu cuerpo, ya lo sabes».

«No, eso no puede suceder bajo ningún concepto, ¿está claro?».

A la joven se le puso la piel de gallina de solo pensarlo.

Cuando llegó delante de la enorme casa de ladrillos rojizos que se erguía en tres plantas, se detuvo unos instantes y después subió los tres escalones, y, entonces, la gran puerta de entrada se abrió justo antes de haber pulsado el dorado timbre…

—Entra, por favor —la invitó el hombre que había contestado por el interfono.

—¿Puedo? —volvió a respirar profundamente y pasó.

—¿Quién eres tú para ayudarnos? —le preguntó el hombre de rostro cansado, que estudiaba a la diminuta muchacha: vestía con ropa deportiva y llevaba una chaqueta verde militar con las mangas subidas. Tenía el aspecto de una persona resuelta y real, aunque también frágil con aquella chaqueta que le estaba demasiado grande—. Quizás seas tú la que necesites ayuda, eres un poco enclenque —bromeó el hombre entre risas.

La chica lo observó, era moreno con ojos color ámbar, muy alto, aunque a ella todo el mundo le parecía alto… Y así, con su metro sesenta, lo miró de frente, como para desafiarlo a decir algo más.

—Soy Magda, y estoy aquí porque Mori tiene información que os podría interesar...

—Mori está muerto —contestó, esta vez, con voz baja, el hombre que había respondido al telefonillo.

Él también era muy alto, tenía el pelo castaño y ojos verdes. Ambos vestían de negro de la cabeza a los pies. Parecían miembros de alguna sociedad secreta.

—Sé que está muerto, es por ello que puedo hablar con él… Y no me miréis así, no estoy loca, aunque escuche voces en mi cabeza…

—No, no lo estás.

El moreno la miró.

—Tú eres un alma antigua, lo supe en cuanto vi tus ojos.

—Y por lo que parece, eres médium.

El otro, el del cabello castaño, también estaba serio…

—¿Qué? Sabéis que no he entendido una palabra de lo que habéis dicho, ¿verdad? Bueno, al menos no me habéis echado sin escucharme primero, algo es algo.

—Yo soy Terence —dijo el moreno, señalándose con el dedo. Después, se giró hacia el otro hombre, el de los ojos verdes—. Y él es Sante.

Este último la saludó con la mano.

—Me alegro de conoceros.

«Estos dos me dan mala espina».

«Son de los buenos, fíate. Ahora consigue un mapa detallado de la zona», le dijo Mori.

—Bueno, necesito un mapa, así os podré enseñar los lugares en los que Mori ha detectado una creciente actividad enemiga.

—Yo lo cojo.

A sus espaldas, apoyados contra un arco, que presumiblemente daba a la cocina o al comedor, vio a un hombre y a una mujer asiáticos, altos y delgados, de largo cabello negro y ojos almendrados del mismo color.

—Bienvenida, Magda. Yo soy Otohori y ella es Kira.

Magda se quedó pasmada.

—¡Guau! ¡Qué guapos sois! —Se llevó la mano a la boca, avergonzada. No quería decirlo en voz alta, pero salió de su boca sin darse cuenta—. ¡Oh! Disculpadme… pero es cierto, sois las criaturas más bellas que jamás he visto. No quiero decir que vosotros seáis feos… Da igual, dejémoslo estar. —La muchacha se puso toda colorada. Todos los presentes se echaron a reír y el ambiente se relajó—. Tengo que irme a trabajar… así que, por favor, ¿podéis darme el mapa lo antes posible?

«Menudo papelón», pensó Magda, y en su cabeza estalló una risa.

—Aquí está.

Otohori lo abrió sobre la gran mesa de la esquina y Magda se acercó a verlo.

—Veamos, Mori me ha dicho que hay tres zonas muy frecuentadas por vuestros… enemigos. Una está a diecisiete kilómetros de aquí, cree que tienen la base en Kenwood. La otra está aproximadamente a quince kilómetros, en South Side. Según él, también se están reuniendo en Chinatown. Se trata de dos tipos, siempre los mismos, que van cada jueves… aquí, aquí y aquí —mientras lo decía, señalaba los tres puntos en el mapa.

—¿Estás segura? —preguntó Sante.

—Él parece seguro. Yo, personalmente, no tengo ni idea de lo que estamos hablando.

—Bien, echaremos un vistazo. Ahora te puedes marchar. Gracias por haberle creído.

Otohori le tendió la mano pero se ella se apartó fingiendo no darse cuenta.

—Soy yo quien os da las gracias por haberme escuchado, otros se habrían echado unas risas y me habrían dado puerta con alguna excusa.

—¿Te sucede a menudo, Magda? —La voz de la mujer era música para sus oídos, lo más bello que jamás había escuchado y visto—. Me refiero a que no te tomen en serio.

—Pensándolo bien, tampoco con demasiada frecuencia. No voy por ahí aireando mis capacidades psíquicas… Tengo que irme ya, no puedo llegar tarde al trabajo. —Abrió la bolsa y sacó una tarjeta que le dio a Terence—. Este es el número de la tienda donde trabajo, por si todavía necesitáis a Mori, que parece que se ha mudado permanentemente a mi cabeza… Ha sido un placer.

Cuando se disponía a girarse hacia la salida, vio entrar a un hombre muy alto, cerca del metro noventa, de pelo y ojos oscuros, y vestido de negro de arriba a abajo, justo como los demás.

La invadió un doloroso recuerdo, como si le dieran una patada en el estómago. Se tambaleó ligeramente mientras le observaba, sin percatarse de inmediato de la relación que les unía.

—¿Estás bien? —Sante se acercó a ayudarla, pero ella lo paró haciendo un gesto con la mano.

—Sí… sí. Yo… estoy bien, creo.

—¡Magda! ¿Eres tú?

«No puede ser, joder, no puede ser uno de aquellos hombres....», pensó Magda.

—Debo marcharme —dijo mientras salía lo más rápido que pudo de la casa.



—¿Jess?

Escuchó cómo uno de sus compañeros lo llamaba, pero estaba demasiado aturdido como para prestarle atención y corrió hacia la pelirroja muchacha.

—Magda, espera. —Se paró en mitad de la entrada, sin decir una palabra ni girarse para mirar al hombre que la había seguido fuera de la gran casa—. Espera, por favor —le pidió Jess—. Yo… ¿estás bien? —Magda dio media vuelta y lo miró de reojo. No conseguía reconocer su rostro. No, no era uno de ellos—. Te he buscado tanto.

El hombre la miraba con afecto y preocupación.

—¿Quién eres? —le preguntó Magda—. Al verte pensé que eras uno de los hombres que… Bueno, uno de ellos, pero no es así, ¿verdad? No me acuerdo muy bien pero… no sé por qué siento que te conozco. ¿Eres el que me sacó de aquella casa? —Jess se acercó a la chica extendiendo el brazo para tocarle la mejilla, pero ella se alejó de inmediato para no permitir el contacto, y él quitó la mano—. Disculpa, no me gusta que me toquen… Tengo que irme, es tardísimo.

Se giró y se dirigió a la verja, la cual se abrió de repente y le permitió salir.

—¿Jess? Pasa —Otohori lo llamó, aunque él no respondió ni se movió—. Venga, ven, acabas de regresar y tienes que descansar.

El hombre inspiró profundamente y, cabizbajo, se dio la vuelta y entró.

En cuanto atravesó la gran puerta, encontró a todos los habitantes de la casa esperándolo.

Fue Terence quién tomó la palabra.

—Es ella, ¿no?

—No me apetece hablar del tema.

Jess se encaminó hacia la gran escalinata de mármol blanco, pero Sante se puso delante.

—¿Fue por ella por quién perdiste las alas?

—Mira, estoy cansado. Lo único que me apetece ahora mismo es darme una buena ducha y dormir, no necesariamente en este orden…

Dicho esto, subió las escaleras rumbo a su habitación.

No podía creerlo, al fin la había encontrado.




Capítulo 2


Recuerdos del pasado



En cuanto la verja se cerró a sus espaldas, Magda echó a correr directa hacia la parada del metro que la llevaría al trabajo, a su adorado trabajo… Entre todos los animales de la tienda y el voluntariado en el refugio, siempre tenía el día completo, y eso era bueno, porque así tenía siempre la mente ocupada para no ceder a los recuerdos; no quería pensar en el pasado y hacía todo lo posible para lograrlo.

Sin embargo, aquel día sería difícil… Cuando llegó a la tienda saludó al propietario y se preparó para la jornada.

—Hola, Magda. ¿Cómo estás?

El propietario de la tienda era un hombre de unos cincuenta años, de corto pelo rubio y ojos azules escondidos detrás de unas gafas de montura plateada.

Mark era un hombre atractivo y se conservaba muy bien para su edad, pero lo que más le gustaba a Magda, además del hecho de ser homosexual, lo cual le garantizaba cierta tranquilidad en el trabajo, era que de verdad le gustaba lo que hacía y jamás vendería un animal solo por dinero: antes de realizar una venta, siempre se aseguraba de cómo y dónde irían a parar los animales. Y, al igual que ella, no era demasiado hablador.

Por tanto, su relación era serena y tranquila...

—Magda, ¿te encuentras bien?

—¿Perdona? —La chica se recobró de los pensamientos que se arremolinaban en su mente—. Sí, Mark, gracias. Estoy bien, ¿y tú?

—Genial. Nathan viene de Montreal en unos días. Odios esas conferencias...

«Bien», pensó Magda. Seguramente harían una cena romántica, al borde de la piscina de su gran mansión...

—Seguro que os volvéis locos de alegría cuando vuelva —dijo sonriendo.

—¿Te apetece venir a cenar a nuestra casa el sábado que viene? —Mark la observó con preocupación—. Si quieres, puedes traer a un amigo.

—Me gustaría. Hace tiempo que no veo a Nathan.

La pareja de Mark, cinco años más joven que él, de largo cabello de color caoba y ojos verde claro, era un famoso cirujano muy ocupado, extremadamente divertido y totalmente encantador; no veía la hora de volver a verlo.

—Sí, me vendría bien un poco de diversión.

—Es nuestro aniversario, el décimo… Así que hemos pensado en celebrarlo.

—Deberías comprar un gran ramo de rosas rojas —pensó Magda—. Diez años es mucho tiempo. Y también una buena botella de champán para que la bebáis en el hidromasaje… ¡Madre mía! Ya me estoy imaginando la escena.

Mark se rio.

—Me sorprendes, tesoro, no pensaba que fueras tan romántica.

—La verdad es que no lo soy, al menos no por lo que a mí respecta. No quiero complicaciones… pero me gustan las personas enamoradas, y vosotros dos sois una pareja preciosa.

—Tú también podrías enamorarte si hicieras vida fuera de esta tienda y de tu casa… Dime, ¿cómo conocerás a alguien si nunca sales?

—No, gracias. Así estoy bien.

«¡Seguro! Tampoco es que tenga otra elección… Jamás podré estar con alguien», pensó.

El mero pensamiento de que la tocaran le producía náuseas.

«Tiene que haber alguien en quien confíes. Deberás acercarte a alguien tarde o temprano», le dijo Mori en su cabeza.

—¡Pero bueno! ¡Mira quién hay por aquí! No te escuchaba desde hacía un rato.

—¿Cómo dices? —le preguntó Mark.

—Nada, pensaba en voz alta... Escucha, ¿podría cogerme medio día libre? No me siento demasiado bien.

Mark la observó con preocupación.

—¿No habrás pillado la gripe? Es común en esta época.

—No, solo tengo un fuerte dolor de cabeza, nada que una aspirina y una siesta no hagan desaparecer.

—De acuerdo, vete si quieres. Hoy y el lunes no habrá mucha gente, si no, te aviso.

—¿Seguro? Puedo esperar hasta el cierre y cogerme solo la tarde.

—He dicho que te vayas, tranquila. Por una vez, no pasa nada. Relájate y solo preocúpate por recuperarte.

—Mil gracias, Mark. Eres un tesoro.

Cogió la chaqueta y el bolso, y salió de la tienda para dirigirse a casa.

«Mori, ¿estás ahí?».

«Sí, aquí estoy. ¿Dónde quieres que vaya? Escucha, ¿de qué conoces a Jess?».

Magda se detuvo de golpe.

«¿Acaso no lo sabes?».

«¿Y por qué debería?».

«Porque estás en mi cabeza. Probablemente sabrás muchas cosas sobre mí. ¿O me equivoco?».

«No es así cómo funciona. De todos modos, no me atrevería a espiar tus recuerdos, especialmente cuando, según tengo entendido, haces todo lo posible por escondértelos a ti misma...».

«¡Mori! Basta de hablar de mí. No tengo nada que ocultar, aun así, te agradezco que no hayas curioseado».



—¡Eh, Jess! ¿Bajas o qué? La comida está lista.

—Kira, no me jodas... No tengo hambre.

Jess se pasaba una mano entre el denso cabello ondulado mientras iba de aquí para allá en su habitación.

«Todavía no me creo que la haya encontrado. He estado tan preocupado estos últimos años que debo ir a su casa hoy mismo. Debo saber cómo está y qué ha hecho todo este tiempo».

Hablando consigo mismo, caminó hacia la ducha, abrió el grifo y, cuando el agua alcanzó la temperatura ideal, se metió debajo.

Mientras se enjabonaba, notó bajo sus manos las dos cicatrices de la espalda. Ya no tenía sus alas, pero valió la pena. Con gusto habría perdido una pierna o un brazo por salvarla. Lo que le hicieron no tenía nombre: la violaron y golpearon, la traicionaron aquellos que debían protegerla...

Las lágrimas empezaron a bajarle por las mejillas, lágrimas de rabia.

Le habría gustado matarlos a todo, si tan solo... Si tan solo... Ya no importaba. Era un ángel y los ángeles no asesinan, son sus enemigos quienes hacen esas cosas.

Técnicamente, la joven no tenía un ángel de la guardia. Magda contaba con sus espíritus guía, y él no debería haberse metido en su vida, ya que ella, aunque de modo inconsciente, había renegado de su dios. Sin embargo, se sintió atraído por esa chica de ojos verde jade, ojos de otra época, que posiblemente pertenecían a un alma antigua, y se dejó atrapar por ella, por su cabello pelirrojo, por su perfume de canela y miel, por aquella piel tan clara que parecía porcelana. La espiaba de noche mientras dormía y la seguía de día, y cuando las cosas se descontrolaron, poco después de la muerte de su madre, no pudo evitar ayudarla, incluso a costa de sacrificarse, incluso a costa de sacrificar su naturaleza de ángel. Así fue como perdió las alas. Cayó, pero lo habría hecho un millón de veces, habría dado su propia vida por Magda.




Capítulo 3


Una tenue estela



Magda se pasó por el supermercado antes de ir a casa.

Le asustaba el tiempo libre con el que, inesperadamente, se había encontrado aquel día. Tanto tiempo para pensar no le haría ningún bien... de modo que compró unas cuantas cosas y decidió que pasaría la tarde cocinando. Era una actividad que lograba calmarla, aunque casi nunca la ponía en práctica.

Tras pagar, caminó hacia casa.

«Tengo un extraño presentimiento, ¿sabes? No sé cómo explicarlo... Es como si estuviera esperando algo».

«Quizás es justo lo que estás haciendo», le respondió Mori.

«¿Eso crees? Ya veremos... Mientras tanto nos aguarda un aburrido día entre fogones».

Cuando entró a casa, encontró a sus dos gatos, uno gris de pelo largo y una negra de pelaje corto y brillante, durmiendo en el sofá, y también al perro, un mestizo de pelo blanco y negro, acurrucado sobre la alfombra roja.

—¡Hola! Ya estoy en casa —dijo a sus mascotas, las cuales se levantaron y fueron a su encuentro—. ¡Sorpresa! Hoy estaremos juntos más tiempo de lo normal. ¿Contentos?

Jugó un poco con ellos, repartiendo caricias y mimos detrás de las orejas, tras lo cual se preparó para darse una buena ducha y ponerse cómoda.



—Chicos, voy a salir. No sé cuándo volveré. —Jess bajó las escaleras, derecho a la gran puerta de entrada.

—Vas a su casa, ¿no es así? —le preguntó Terence.

—Métete en tus asuntos.

—A ver, Jess, sé que esto no es fácil para ti, pero no la pagues con nosotros —le recriminó inmediatamente Sante.

—Disculpa, tienes razón... Había perdido toda esperanza. Después de tanto tiempo esperaba haberlo superado, pero nada ha cambiado.

—¿Sabes al menos dónde buscarla? —le preguntó Otohori—.Yo podría echarte una mano. Tus poderes ahora son limitados.

—No, pero la encontraré de una modo u otro. Gracias igualmente. Me voy.

En cuanto salió de casa, corrió tan rápido como pudo hacia la gran cancela de forja negra, que se abrió permitiéndole salir y seguir la tenue estela áurea que Magda había dejado. Técnicamente ya no era un ángel de la guarda y, de todos modos, nunca había sido el de Magda, pero, a pesar de todo, sentía un fuerte vínculo con la muchacha.

Siguiendo su instinto, tomó el mismo camino que Magda, hasta llegar a un barrio un tanto sucio, en la periferia de la ciudad, y se paró en las inmediaciones de una tienda de animales.

«Bueno, esto era obvio», pensó al acordarse de su pasión por los animales y, sin más dilación, entró.

—Buenas tardes —lo saludó el propietario.

—Hola. ¿No está Magda? —preguntó al mismo tiempo que escudriñaba el local.

—No. Se ha cogido medio día libre, no se encontraba bien. ¿Eres amigo suyo?

—Sí —dijo luciendo su mejor sonrisa.

—Encantado. Yo soy Mark, su jefe.

El propietario del establecimiento sonrió al recién llegado. Le agradó saber que Magda no se apartaba del todo de la vida social...

—El placer es mío. Me llamo Jess.

—¿La conoces desde hace mucho tiempo? Hace casi tres años que trabaja conmigo y jamás la he visto con alguien...

—No soy de por aquí —mintió el ángel—. Conozco a Magda de hace mucho, incluso antes de que se mudara a esta zona. Me comentó que trabajaba aquí, así que me he pasado.

Jess miraba a su alrededor, aparentemente interesado por los productos a la venta, para aparentar que estaba lo más relajado posible.

—Como no está, intentaré pasarme la próxima vez que el trabajo me traiga a la ciudad... —Esperaba que se lo tragara y le diera la dirección.

—¿Por qué no te pasas por su casa? Total, seguramente la encontrarás allí. No sale mucho...

—A decir verdad, no tengo su dirección... Desde que se mudó, hemos estado en contacto por correo electrónico o por teléfono. He probado a llamarla, pero no contesta. Quizás esté descansado.

Si le decía dónde vivía Magda, le ahorraría un montón de tiempo, dado que ya había perdido bastante para llegar hasta ese punto.

—Espera... —Mark cogió papel y boli y le apuntó la dirección—. Toma, creo que un poco de compañía le vendrá bien, esta mañana parecía muy deprimida.

«Un tipo tan atractivo debe poner de buen humor a cualquiera», pensó Mark.

—Gracias, Mark. Eres muy amable.

Dicho esto, salió y se dirigió a casa de Magda.

Ni siquiera sabía qué le iba a decir, pero, aun así, debía verla, no podía perder más tiempo. Ahora que la había encontrado, no la dejaría marchar.




Capítulo 4


Para no pensar



«Ya está. La tarta de queso está lista. Ahora prepararé también las magdalenas que tanto le gustan a Nathan».

Magda estaba inmersa en la preparación de una marea de dulces, únicamente para perder el tiempo y tener la mente ocupada para no pensar...

—Después de hornear las magdalenas, empezaré a preparar la cena —dijo dirigiéndose a nadie en particular. Mientras sacaba los ingredientes del frigorífico, el sonido del timbre le hizo sobresaltarse. Se limpió las manos en el delantal rojo y fue a contestar—. ¿Quién es?

—Magda, soy Jess.

—¿Jess? —su corazón empezó a latir con fuerza por la sorpresa.

—Nos vimos esta mañana. Quería saber cómo estabas.

Jess no sabía muy bien qué decir, solo esperaba que Magda le dejara entrar.

Pasaron unos segundos que a él le parecieron una eternidad, y, finalmente, oyó el portal abrirse.

—Tercer piso —le informó la muchacha.

Con el corazón en un puño, el ángel subió las escaleras y llamó a su puerta.

—Ya voy. Un segundo.

«¿Y ahora qué hago? Soy un desastre, voy perdida de harina».

«Ya está, pequeña. No te da tiempo a cambiarte. Además, así estás muy mona y femenina», le dijo Mori entre risas.

«Muchas gracias por el apoyo, Mori...».

—¿Magda, me dejas entrar?

—Sí, ahora mismo voy. —Abrió la puerta y se encontró, por segunda vez, delante de aquel hombre altísimo de boca sensual y ojos oscuros—. Menudas cosas pienso justo ahora —dijo en voz baja.

—Disculpa, ¿qué dices? —le preguntó Jess.

—Nada. Cuidado de que no salgan los animales mientras pasas.

Se dirigió a la cocina un poco agitada.

—Acabo de hacer tarta de queso, ¿quieres?

Jess siguió a Magda hasta la pequeña cocina roja que tenía una minúscula mesa cuadrada de madera clara justo en el centro.

—Sí, gracias. A decir verdad, tengo un poco de hambre. Apenas he comido desde ayer por la noche.

—Más o menos como yo. ¿Te apetece té o café?

—No te preocupes por mí. Con la tarta basta.

—Pues hago té. —Magda sonreía al hombre sentado en su cocina, el cual parecía todavía más inquieto que ella—. Disculpa por esta mañana, no pretendía tratarte mal, solo que no me esperaba verte. Ha sido como viajar al pasado.

Se dirigió a los fogones sobre los que colocó la tetera.

Jess permanecía impresionado mientras observaba su dulce sonrisa. La joven le pedía perdón a pesar de que no tenía por qué... Pero ella siempre había sido así: amable y comprensiva. Evidentemente, los horrores del pasado la habían cambiado, y eso la volvía aún más apreciada en su corazón. Se dijo que la protegería a toda costa, que no habría razón en el mundo por la que Magda sufriría de nuevo.

—No tienes que disculparte. Estabas en tu derecho a sentirte molesta, y yo no he hecho nada por facilitar las cosas.

—La verdad es que no me apetece hablar del tema. El pasado, pasado está. No importa. —Fue al fregadero y se puso a lavar los platos que había usado para los dulces—. ¿Quieres quedarte a cenar? Había pensado en preparar risotto cantonés.

—No lo sé... Lo cierto es que no quiero molestar.

—No es ninguna molestia. De hecho, me gustaría comer con alguien, para variar. —Las orejas se le pusieron coloradas de repente—. Naturalmente, si no puedes, no pasa nada. Supongo que ya tendrás otros planes —se apresuró a añadir para no parecer una chiflada desesperada por encontrar compañía.

—De acuerdo. —«Mírala. Se ha ruborizado», pensó el ángel. Era tan bella, tenía el cabello rojizo recogido de modo descuidado y el delantal lleno de harina—. Me encantaría quedarme a cenar.

—Vale, entonces ponte cómodo. —Le pasó la tarta de queso y sirvió el té en una taza—. Si quieres puedes ir al salón y recostarte en el sofá mientras que yo termino de preparar.

Le resultaba extraño tener a una hombre en casa y, aun así, no se sentía amenazada, todo lo contrario, se sentía curiosamente reconfortada por su presencia. Un cuarto de hora después, fue al salón y se encontró a Jess en el sofá, con los dos gatos en el regazo y el perro a sus pies.

—Disculpa. Lo lamento, si te molestan puedo...

Jess no le dejó terminar la frase.

—No me incordian, son encantadores y él es muy bonito —dijo señalando al gato gris de pelo largo.

—Está bien, es hora de presentaros —Magda señaló a sus animales—. Este peludo es Diego, la pequeña pantera negra es Isabel, y el perro a tus pies se llama Tristán. Jess, te presento a mi familia. Tesoros, os presento a Jess.

—Encantado de conoceros, tesoros —dijo Jess entre risas.

—Te gustan los animales, ¿verdad?

—Así es. Son agradables, suaves, te dan mucha alegría y, sobre todo, no tienen segundas intenciones. —Magda cogió a Diego entre sus brazos y le pasó la mano sobre el denso pelaje—. A él lo encontré en el arcén de la carretera. Lo había atropellado un coche que lo había dejado morir allí. Lo llevé al veterinario más que nada para que pusiera fin a su sufrimiento, y, sin embargo, milagrosamente este testarudo minino se recuperó de maravilla. A Isabel la encontré en un contenedor, todavía tenía los ojos cerrados, y Tristán es un perro callejero... Los animales son puros, son tal y como los vemos, y yo los respeto por su valentía y lealtad.

—Tú también eres como ellos. Has permanecido fiel a ti misma a pesar de todo. Tú también eres pura y valiente.

—No soy ni pura ni valiente. No me conoces lo suficiente como para decir eso —y diciendo eso se dirigió a la cocina—. Voy a terminar de preparar la cena.

Magda temblaba tantísimo que no conseguía sujetar nada con las manos. Se apoyó en el balcón de espaldas al salón para esconderse de Jess. Respiró profundamente intentando recobrar un poco de calma, y cuando le pareció haber recuperado, al menos, una pizca de control, volvió a los fogones.

Trataba de llegar al mueble que estaba en alto para coger el arroz, cuando notó una mano que le rozaba el brazo y un cuerpo masculino detrás sí.

—¿Necesitas ayuda? —le preguntó el muchacho. Magda dio un salto de repente y se alejó para poner tanta distancia entre sus dos cuerpos como aquella pequeña cocina permitía. Observaba, asustada, con el corazón desbocado y la respiración pesada, al magnífico hombre que ahora estaba en frente de ella, con el paquete de arroz en la mano y una mirada profundamente afligida en aquellos ojos oscuros—. Magda, disculpa. No pretendía asustarte, solo quería ayudarte. —Se acercó, pero ella extendió un brazo tembloroso para mantenerlo a raya—. Magda, te lo ruego, debes creerme, por favor. No quería asustarte, puedes fiarte de mí.

—Estoy bien —le dijo con voz tenue—. Tú también te has asustado, ¿no es así? ¡Dios! Tengo los nervios a flor de piel desde esta mañana.

—Lo lamento, no pretendía...

—Olvídalo, Jess, no pasa nada. Me has pillado distraída, ya está. —Señaló la cocina con un gesto con la cabeza—. ¿Puedes echar el arroz en la olla, por favor?

—Sí, yo me encargo. —Jess se preocupaba por ella. Le dolía tanto verla temblar y, a pesar de todo, intentaba que no se sintiera culpable. Le habría gustado abrazarla fuerte entre sus brazos y estar así para siempre, pero ella no parecía dispuesta a dejar que se acercara—. Magda, por favor, mírame. Jamás te haré daño, debes creerme. Preferiría morir antes que hacerte sufrir.

—Déjalo, por favor. Te he dicho que estoy bien, basta, y no me mires así, no necesito tu compasión.

—No te compadezco, al contrario, admiro tu fortaleza y te respeto.

—Basta de esta historia, te lo pido. No me conoces, no sabes nada de mí. ¿Cómo puedes decir que me respetas sabiendo cómo dejé que aquellos hombres me usaran? —Las lágrimas comenzaron a correr por sus sonrojadas mejillas—. ¡Joder! ¡Me avergüenzo tanto!

—Los que tienen de qué avergonzarse son ellos, no tú. Son escoria y no valen nada.

—Es culpa mía... toda la culpa es mía.

Ahora, Magda lloraba descontroladamente y se avergonzaba de su debilidad.

—¿Cómo puedes decir algo así? Tú no tienes culpa alguna.

Le habría gustado echarle las manos al cuello a todas las personas, si es que se podía llamarles así, que habían herido a su amada Magda.

—¿Sabes? Al principio me resistía. Forcejeaba intentando huir, luchaba con todas mis fuerzas, pero eso solo acarreaba más dolor y humillaciones —¡Cómo se odiaba en aquel momento! No entendía por qué desnudaba sus sentimientos ante él—. Sin embargo, tras unas cuantas semanas, dejé de luchar, permanecía quieta esperando a que todo acabara lo más rápido posible. Estaba muerta por dentro y ya no intentaba defenderme. Yo... ¡me doy tanta pena!

Jess se acercó y la estrechó fuerte contra él, con inseguridad por sus intentos de alejarlo, y la abrazó hasta que se calmó entre sus brazos y confió en él, llorando a lágrima viva como una niña pequeña.

Él esperó a que se desahogara, y cuando la vio más relajada, la cogió en brazos y la llevó a la habitación.

La acomodó en la cama y la tapó con una manta roja que encontró en una silla.

Se quedó allí viéndola dormir. Su rostro, ahora relajado, era tan dulce que le desgarraba el corazón.

¡Dios! Cuánto la quería... El tiempo no había estriado sus sentimientos lo más mínimo.




Capítulo 5


El enfrentamiento



Magda se despertó a la mañana siguiente con el aroma de un delicioso café recién hecho y de tortitas calientes. Adormecida, fue a la cocina y se encontró a Jess concentrado en la preparación del desayuno.

—¡Eh! Buenos días —la saludó el chico mirándola desde detrás de la mesa—. He pensado que tendrías hambre. Ayer por la noche no tuvimos la oportunidad de cenar.

Magda bajó la mirada.

—Disculpa. Siento mucho lo de ayer por la noche. No sé qué me pasó... No tenías por qué quedarte.

—No pasa nada, no te preocupes. Tu sillón es cómodo. —Jess vio cómo dudaba en la puerta de la cocina, vacilante sobre qué hacer—. Venga, vamos a desayunar —la animó el ángel.

—¿Qué hora es? —le preguntó la muchacha, sospechosa.

—Las nueve...

—¿Qué? Ya tendría que estar trabajando.

—Todo está arreglado. Tienes el día libre.

—¿El día libre? ¿Y por qué?

—He llamado a Mark. He encontrado su número en tu móvil, perdona por fisgonear, le he dicho que has estado enferma toda la noche y que por eso te dormiste tardísimo.

—No puedo faltar al trabajo.

—Él ha sido quien me ha dicho que te dejara dormir y que cuidara de ti. También me ha invitado a ir a su casa este fin de semana, si quieres, por supuesto...

A Jess le encantaba esta situación tan íntima, aunque se preguntaba cómo la estaría viviendo ella.

—Nunca me he pedido un día libre y, además, no es cierto que esté enferma. —Suspiró fuerte y lo pensó un poco—. De acuerdo, por una vez...

Él sonrió de modo tan abierto y natural que le entraron ganas de abrazarle.

Hacía mucho tiempo que no se sentía tan cómoda con alguien, ni siquiera con Mark y Nathan se soltaba tanto. Jess era completamente distinto a las personas a las que conocía: era guapo, amable e, inexplicablemente, parecía verdaderamente preocupado por ella.

—¿Qué tal si desayunamos antes de que se enfríe todo? —propuso la joven.

—Sí, todo está listo. Te estaba esperando.

Magda se acercó y le puso una mano sobre la mejilla. El ángel se quedó atónito.

—Gracias, Jess.

—Solo es un desayuno. Es cierto que mis tortitas son las mejores de todo Chicago, pero no tienes por qué darme las gracias —el ángel trató de restarle importancia.

El contacto con su piel, aquel gesto voluntario e íntimo le dio esperanzas en algo que, hasta ese momento, no había osado pensar.

Quizás, con el tiempo, ella también se acercaría a él...

—No me refería al desayuno, me refiero a... Gracias por todo, por ayer, por el desayuno, por haberme salvado, por todo.

Jess no sabía qué decir, él no la veía exactamente del mismo modo... Si hubiese actuado antes... Se limitó a echar el café y a servir las tortitas, a las que Magda echó una cantidad exagerada de sirope de arce.

Comieron en silencio. Después, Jess se levantó para recoger la mesa.

—Déjalo, yo lo hago.

—Ni hablar. Órdenes de Mark. —Cogió los platos y las tazas antes de que pudiera responderle de nuevo—. Yo debo irme ya, mis compañeros se estarán preocupando.

—¡Es verdad, qué estúpida! Te he tenido aquí todo este tiempo, vete ya. Yo me daré una ducha e iré al refugio.

—Si quieres, puedo quedarme, solo tendría que hacer una llamada.

—No, estoy bien, vete.

Magda sintió el pecho encogido, le habría gustado pasar más tiempo con él.

—Vale, entonces nos vemos el sábado. Mark me dijo que fuera a su casa sobre las ocho, siempre y cuando te parezca bien.

—No estás obligado. Lo sabes, ¿no? Mark puede ser muy insistente cuando quiere.

Aunque decía eso, esperaba ansiosamente que ese muchacho tan agradable regresara lo antes posible.

—No es ninguna obligación, me gustaría. Mark parece un buen tipo. Me voy, hasta pronto, Magda.

Se dirigió hacia la puerta esperando que ella lo detuviese y le diese algo... como un beso para despedirlo o algo así...

Le parecía haber vuelto a la adolescencia.

—Hasta el sábado —susurró Magda, que se quedó mirando cómo Jess salía de su apartamento.

«Mori, ¿estás ahí? —No recibió respuesta alguna—. ¿Mori? —lo volvió a llamar con tono alarmado».

«Estoy aquí».

Magda se relajó, Mori se había convertido en una presencia constante para ella, en un amigo.

«Pensaba que te habías ido, no tienes por qué, ¿verdad?».

«No, al menos no todavía, pero tarde o temprano deberé dejarte».

«¿Algo va mal? Te noto preocupado».

«No sabía nada acerca de tu pasado. Suponía que era algo malo por cómo tiendes a esconder tus emociones y recuerdos, pero no imaginaba hasta qué punto...».

«Mori, no pasa nada, de verdad. Ya han pasado muchos años. No quiero que lo que me sucedió sea un obstáculo. Las personas que conozco y que conoceré no son las mismas que me hicieron daño. Jamás he confundido a unas con otras, y no empezaré ahora, así que no pienses en ello, ¿de acuerdo? Yo estoy bien. —Y era verdad, en cierto modo se sentía un poco menos sucia, un poco menos vacía que el día anterior—. Haberme enfrentado a algo relacionado con mi pasado y desahogarme con Jess me ha ayudado a superar un poco el aturdimiento que sentía...».

«¿Sabes, Magda? Jess tiene razón, mereces respeto. Me habría gustado conocerte en circunstancias distintas a las de mi muerte».

«A mí también me habría gustado conocerte en vida».

Magda pasó la mañana en el refugio cuidando a los perros y gatos que estaban allí y, después, a eso de las cuatro, regresó a casa, comió algo de fruta sobre la marcha y se metió en la ducha.

Estaba emocionada como no le sucedía desde hacía mucho tiempo, y ya pensaba en el sábado, cuando Jess y ella se verían de nuevo.

Quizás solo la acompañaba por educación, o puede ser que estuviera interesado en ella...

«Muchacha, ese chico está colado por ti», irrumpió Mori en su mente.

«No, no lo creo. Solo es amable, ya está. —Efectivamente, lo esperaba un poco, aunque le asustaba tal posibilidad, la intimidad que, seguramente, surgiría si se acercaban más—. No estoy preparada para algo así».

Mientras se secaba el pelo escuchó el timbre y fue al interfono.

—¿Quién es?

—Soy Jess.

Magda abrió la puerta y esperó a que Jess entrase.

—Hola —dijo el chico, con una gran sonrisa en el rostro.

—Hola —respondió ella, igual de contenta de verlo.

—Disculpa si he venido sin avisar, pero no tenía nada que hacer, así que pensé en pasarme por tu casa... Siempre y cuando no tengas planes.

Esperaba fervientemente que no fuera así.

—Pasa, voy a terminar de arreglarme. Como si estuvieras en tu casa.

—Acariciaré a Diego, creo que le caigo bien.

—Creo que caes bien a todos en esta casa... Será mejor que vaya a arreglarme.

—¿Lo piensas de verdad? —A Jess le alegró ese comentario—. ¿Te caigo bien?

«Parezco tonto cuando estoy con ella. Parece que tuviera quince años en lugar de mis casi ciento sesenta...».

Magda se sonrojó.

—¡Sí, claro! De lo contrario no estarías en mi apartamento. Bueno, voy a terminar de prepararme.

Jess observó cómo aquella joven tan dulce se ponía toda colorada, y experimentó un extraño sentimiento, como si estuviera poseído, quería que ella solo se sonrojara por él... Y empezaba a pensar en otras formas de ruborizarla, pero no saldría para nada bien, no con ella.

Seguramente, lo último que querría era despertar ciertos pensamientos en un hombre y, a decir verdad, no era propio de él, no le interesaba el sexo lo más mínimo... al menos hasta aquel momento.




Capítulo 6


Malentendidos



Magda salió de la habitación y fue a buscar a Jess, a quien sus animales tenían atrapado. Sin duda, era muy guapo. Seguramente, un tipo así no podía estar en absoluto interesado en alguien como ella.

Al oírla entrar al salón, el chico se giró y se quedó sin aliento: llevaba el cabello, de color cobrizo, suelto sobre la espalda, unos vaqueros claros y una camisa verde militar con las mangas dobladas. Estaba preciosa a pesar de su sencillez.

—Había pensado en salir a tomar algo —le propuso Magda—. Invito yo, naturalmente, así te compensaré por no cenar anoche.

—Estás... preciosa —le dijo Jess mirándola a los ojos.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Magda y, de repente, se sintió incómoda. No era miedo, pero se le parecía, aunque sabía que Jess no le haría nada contra su voluntad.

Aquellas palabras la transportaron al pasado, a cuando estaba cautiva en aquella habitación, atada como un animal a la merced de sus captores. ¡Cuántos de ellos le habían dicho aquella frase! Sobre todo el primero, el que le quitó su virginidad tras haber pagado generosamente a su padre por tenerla.

¡Joder! Le daban ganas de vomitar al sentir esas manos encima, esa respiración sobre su piel... Había intentado luchar con todas sus fuerzas, pero le había pegado e inmovilizado para poder violarla.

Cuando acabó, la ridiculizó y humilló, y, entre risas, le dijo a su padre que había sido un buen negocio: el mejor polvo de su vida.

Su padre... aquel hombre, sangre de su sangre, la había vendido al mejor postor para poder pagar sus propias deudas.

Lo odiaba con todo su corazón...

—Deberíamos irnos, no quiero que se haga muy tarde.

—¿Pasa algo? ¿Te encuentras bien?

Jess intentó tocarle la espalda, pero ella se quitó de golpe.

—Perdona, Jess, no era mi intención.

—No te preocupes, no pasa nada. —Podía imaginar qué le pasaba a la joven por la cabeza. Le habría gustado quedarse con un poco de su dolor—.



—El coche está aquí al lado —le dijo mientras sacaba las llaves del bolsillo del pantalón.

Magda vio parpadear un precioso todoterreno negro.

—¿Te apetece ir a pie? Me gustaría andar un poco.

Mientras Magda se adelantaba, Jess pensaba en cómo llegar a su corazón, en cómo ganarse su confianza, quería, al menos, ser su amigo.

—Ya casi hemos llegado —le informó Magda mientras se detenía.

Jess miró a su alrededor y vio un restaurante a poca distancia.

—¿Un mexicano? ¿En serio?

—¿No te gusta? ¡Venga! Le gusta a todo el mundo...

—Sí, me gusta, solo que no pensaba que fueras una aficionada a la comida mexicana.

—Pues me encanta.

—¡Perfecto! —dijo el muchacho sonriendo.

—Entremos.

Estaba feliz de verla tan relajada, después de la tensión que había percibido poco antes de salir.

En cuanto entraron se les acercó una camarera que los condujo a una mesa para dos.

—¿Qué hacías en la mansión ayer por la mañana?

—¿No te lo han contado tus compañeros?

—No hablamos mucho últimamente. Ellos quieren saber y yo no quiero hablar...

—Ya, te entiendo. Pues fui a vuestra casa porque Mori me lo pidió.

—¿Mori? Si murió hace casi un año —le dijo mirándola—. ¿Cómo es que lo conoces?

Magda se movía nerviosa en la silla. No sabía si confesarle sus habilidades a Jess, pero, por otro lado, ya le había contado todo a sus compañeros, así que solo era cuestión de tiempo...

—Puede que lo que estoy a punto de decirte te resulte extraño, pero es la verdad: percibo cosas, presencias, y, de vez en cuando, algunos contactan conmigo.

El chico ni se inmutó, de modo que Magda se tranquilizó un poco.

—Eres médium.

—Los otros dijeron lo mismo... No sé si soy médium, como vosotros lo llamáis, solo sé que, de vez en cuando, siento cosas...

La camarera, que traía los menús, los interrumpió.

—Ahora vuelvo a tomaros nota. Mientras tanto, ¿os traigo algo para beber?

Magda pidió una Coca-Cola light.

—Otra para mí, gracias —le dijo Jess.

En realidad, habría pedido una cerveza con gusto, pero no sabía si le molestaría, dados los antecedentes del padre con el alcohol...

—Vale, volveré enseguida —se despidió la camarera.

Jess veía a Magda leer el menú, y se preguntaba si venía a cuento preguntarle por los años en los que la perdió de vista.

Tras dejarla en el hospital, debió cortar todo contacto con ella, ese fue el acuerdo.

—Jess, ¿has decidido qué vas a tomar? —El muchacho permaneció en silencio, decidiendo qué hacer—. ¿Va todo bien, Jess? ¿Pasa algo?

—Sí, todo bien.

—Si no te apetece estar aquí, podemos ir a otro sitio.

Quizás no había sido buena idea invitar a Jess a cenar... Dio por sentado que el chico disfrutaba de su compañía, pero evidentemente se había equivocado.

Estaba a punto de levantarse y marcharse, cuando el ángel empezó a hablar.

—¿Cómo te ha ido, Magda? Es decir, de verdad. Es evidente que, de algún modo, has pasado página, pero me preguntaba cómo has conseguido llegar hasta aquí.

—¿Qué debería haber hecho? No es que tuviera muchas alternativas. Tenía dos opciones: darme por vencida y morirme, o seguir viviendo y empezar de cero.

—Y tú escogiste la segunda.

—Obviamente.

—Ya, evidentemente. No quería entrometerme, solo que...

—Viene la camarera, lo hablamos después, ¿vale?

—¿Qué os traigo entonces?

Magda le echó un vistazo rápido al menú y pidió, a pesar de que ya no tenía demasiada hambre.

—Para mí, una quesadilla vegetariana, por favor.

—Y yo unos nachos con queso y chili, y un burrito con chorizo.

—Perfecto. Enseguida regreso con vuestra comida.

Magda suspiró mientras miraba al muchacho de ojos oscuros que estaba frente a ella.

—Escucha, perdona por lo de antes, no quería ser borde, pero, sinceramente, no es algo de lo que me encante hablar. He pasado años en terapia para hacer las paces con ese periodo de mi vida. Ahora voy mejor, al menos un poco, pero te aseguro que no es mi época preferida, así que, por favor, no hablemos más de ello...

La cena prosiguió bajo un incómodo silencio. En cuanto se acabaron la comida, Magda pagó la cuenta y salieron del local.




Capítulo 7


Consejos no solicitados



Al salir del restaurante se dirigieron hacia el paseo del río. Todavía permanecían callados, cada uno inmerso en sus propios pensamientos.

—Magda, escucha... No quería remover malos recuerdos, solo quería asegurarme de que estuvieras bien.

La chica no respondió de inmediato, se acercó a un banco e indicó a Jess que se sentara con ella.

—Lo sé, y aprecio mucho tu preocupación, pero no puedo pensar en aquella época, no puedo y basta. Hago todo por olvidarlo, y vas y llegas tú. No me malinterpretes, me gusta tu compañía, pero no haces más que pensar en mi yo de hace tres años... Y yo no quiero que nadie me recuerde de ese modo... Ya no uso ni siquiera mi apellido, no volveré a ser Magdaline Spencer. Si alguno me lo pide, le doy el de Nathan. En cierto modo, él es como un padre, además de ser el médico que me salvó... En los meses posteriores a mi recuperación, hizo más que mi padre en diecisiete años.

—¿Nathan? —preguntó el muchacho, frunciendo el oscuro ceño.

—Sí, la pareja de Mark. Estaba de guardia aquel día...

—Eh, Magda, ¿quién es ese tipo?

Un hombre enorme se acercó mirándola de arriba a abajo.

—Billy, ¿qué haces por aquí?

Billy era el primo de su jefe. A pesar de que se llevaban bastantes años, al menos unos quince, se parecían bastante físicamente: ambos eran rubios de ojos azules, pero las semejanzas acababan ahí. Billy era todo lo contrario a Mark. Tenía mal genio y era presuntuoso; podría ser un buen tipo, pero su forma de ser lo fastidiaba todo.

—Tengo que atender unos asuntos... ¿No me presentas a tu amigo? —le preguntó con un apenas disimulado desagrado.

El ángel se levantó, no le gustaba el tono con el que se dirigía a Magda, como si fuera de su propiedad.

—Soy Jess, y ya nos íbamos. Vamos, Magda...

La chica lo siguió y juntos se alejaron de Billy.

El hombre se quedó mirándolos un poco y luego fue en dirección contraria, con los dientes apretados.

Jess parecía nervioso y también algo enfadado, Magda no conseguía entender el motivo.

—No debes hacerle caso a Billy, es un engreído, yo lo ignoro.

—Ese tipo no me gusta.

El muchacho experimentaba una extraña sensación, aquel hombre irradiaba una energía peculiar, casi violenta.

Debía intentar descubrir más...

Cuando llegaron al portal del edificio donde vivía Magda, Jess se detuvo. Había pensado en subir a su casa para pasar otro rato juntos, pero la noche fue tensa y ya no sabía cómo comportarse.

La chica decidió por los dos.

—Deberías marcharte, Jess. Estoy cansada.

—¿Me das tu número de teléfono? —le preguntó dubitativo.

Tenía la sensación de que Magda se le escapaba como arena entre los dedos.

Aun así, la chica accedió, y tras habérselo dado, se despidió y entró el edificio sin mirar atrás.



—¡Jess, al fin has vuelto! —Otohori estaba cómodamente sentado en el sillón mientras escuchaba música clásica con su hermana Kira acurrucada a su lado.

Hacían alarde de indiferencia, lo que hizo que el ángel caído supusiera que no estaban allí por pura coincidencia, como pretendían hacerle creer.





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Donde Habitan Los Ángeles Emmanuelle Rain
Donde Habitan Los Ángeles

Emmanuelle Rain

Тип: электронная книга

Жанр: Современная зарубежная литература

Язык: на испанском языке

Издательство: TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE

Дата публикации: 16.04.2024

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О книге: Donde Habitan Los Ángeles, электронная книга автора Emmanuelle Rain на испанском языке, в жанре современная зарубежная литература

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