Todas Las Damas Aman A Coventry

Todas Las Damas Aman A Coventry
Dawn Brower
El conde de Coventry conoce a Lady Abigail Wallace y toda su vida da un giro drástico. Charles Lindsay, el conde de Coventry, tiene grandes planes. Ninguno de ellos incluye tener esposa. Su club es su mayor preocupación, y a los hombres que quiere respetar. Es el más retorcido granuja de todos y no pide perdón por ello. Todo cambia cuando conoce a Lady Abigail Wallace… Todas las damas adoran Coventry, pero ninguna de ellas ha logrado conquistar su corazón. ¿Podrá Lady Abigail lograr tal hazaña que ninguna otra dama ha conseguido y enamorar al conde?

Dawn Brower
Todas Las Damas Aman a Coventry: Bluestockings Defying Rogues 5

TODAS LAS DAMAS AMAN A COVENTRY
BLUESTOCKINGS DEFYING ROGUES 5

DAWN BROWER
TRADUCIDO POR OLARIA JORDI

TEKTIME (https://www.tektime.it/)
Esta obra es ficción. Nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor y son usados de una manera ficcionada sin poder ser interpretados como reales. Cualquier parecido con lugares, organizaciones o personas reales, vivas o fallecidas, son una mera coincidencia.
Todas las damas aman a Coventry © 2019 Dawn Brower
Portada por Victoria Miller (https://victoriamillerartist.com/)
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser usada o reproducida electrónicamente o impresa sin el permiso por escrito, a excepción de citas cortas adjuntas en críticas.

PRÓLOGO
Abril 1794

Charles Lindsay, el conde de Coventry estaba inspeccionando el edificio que quería comprar. Su estructura estaba en buen estado y resultaría ideal por lo que tenía en mente con él. La calle estaba también en un lugar ideal. Un club secreto de caballeros permanecería bien escondido en el vecindario, y sus residentes no harían preguntas sobre las constantes idas y venidas. Tenía muchos planes y esta casa adosada solamente era el inicio.
–¿El propietario está dispuesto a deshacerse de él? —dijo girándose hacia el abogado encargado de la venta. Charles no quería parecer demasiado entusiasta. Hubiera dado al abogado una razón para subir el precio. No podía pagar un penique más de lo que valía.
–Aquí está, mi lord —contestó. Su pelo entrecano estaba esparcido alrededor de sus orejas y por la parte trasera de su cabeza, pero su coronilla estaba completamente calva. El abogado tenía unos ojos tan pequeños y brillantes que le daban un aire poco de fiar. No era nada bueno para alguien que no debería dar tal sensación.
–¿Quiere hacer una oferta?
–No —contestó—. Necesita grandes reformas y no estoy seguro que pueda usarlo para lo que tengo en mente.
No era cierto, pero no quería que aquel hombre se diera cuenta de su gran interés. —Todo el suelo de la planta baja necesitaría ser cambiado y las paredes reconstruidas. Me pides demasiado dinero.
–Ya veo… —el abogado tragó con fuerza. Charles hubiera deseado poder recordar su nombre, pero al no ser importante para él lo olvidó tan pronto como lo había escuchado. Hurgó en búsqueda de unos pergaminos y dijo mientras los miraba:
–Seguro que hay una manera de convencerte para que la compres.
Charles reprimió su sonrisa. No hubiera jugado a su favor y quería esa propiedad. Se tocó la barbilla e intentó actuar como si estuviera considerando sus opciones. La verdad era que conocía perfectamente cual era el siguiente movimiento a hacer. Aquello era el beneficio de ir varios pasos por delante de su oponente. Tenía el don de ver el conjunto y como todas sus piezas a su alrededor terminarían encargando. Su plan era convertirse en alguien importante por lo que tenía que hacerlo todo de una manera correcta para que funcionara.
–Podría considerarlo si el propietario rebajara unas cuantas miles de libras del precio de venta. No pagaré ni un chelín más que esto.
Arrastró sus pies y miró a Charles.
–Parece razonable, mi lord. Informaré al propietario que desea realizar la compra.
Charles levantó una ceja.
–¿Esto es todo? —se encogió de hombros dirigiéndose hacia la salida. En este punto supo que su negocio había concluido. Si el propietario aceptara la oferta el abogado podría enviarle notificación sobre ello. A pesar de todo, tenía una buena sensación. Pronto tendría el edificio necesario para empezar su club.
No había llegado a la salida cuando el abogado lo llamó de nuevo.
–Lord Coventry.
Se dio la vuelta y contestó:
–¿Sí?
–Tengo la autoridad para aprobar la venta hasta cierta cantidad. Si quiere la propiedad, es suya.
Esta vez se permitió sonreír. El Club Coventry estaba un paso más cerca para hacerse realidad. No pudo esperar a decírselo a su buen amigo George, el conde de Harrington. Juntos planificarían el desarrollo y reconstrucción del edificio.
–Maravilloso —dijo el abogado—. Se lo haré saber a mi superior y vosotros dos ya os encargaréis de los detalles.
Charles asintió con la cabeza.
–Gracias por su ayuda.
Con tales palabras salió del edificio camino a casa. Tenía una cita más tarde con George en la que podrían terminar sus planes.


Charles golpeaba sus dedos contra su escritorio impacientemente. ¿Dónde demonios estaba George? Se suponía que debería haber llegado hace varias horas. Suspiró y llenó su vaso de brandy de la botella que había en el escritorio. Tenían que discutir sus planes para el Club Coventry. Dio un sorbo a su brandy preguntándose si le habría pasado algo a su amigo. No logró de ninguna de las maneras poder discernir la razón por la cual George no había venido. Su amigo jamás había faltado a una cita. Charles era el hombre más fiable de todos los que conocía.
Dejó el vaso y miró de cerca la escritura de su nueva propiedad. Ya había enviado notificaciones para empezar las reparaciones y reformas. En cuestión de meses, no más de un año, su sueño se convertiría en realidad. Un refugio seguro para hombres que no tienen otro lugar, una guarida de inmoralidad para los que la necesiten, pero sobretodo un lugar donde la lealtad prevalecería por encima de cualquier otra cosa.
La puerta de su estudio se abrió de repente y George entró. Su rostro estaba iluminado con una enorme sonrisa cuando exclamó:
–He sido padre, Charles.
Había olvidado que la mujer de George estaba en cinta. Aquella era una muy buena razón por haber llegado tarde. Ahora que se dio cuenta de la razón, se sintió bastante ridículo. Charles tomó un vaso y se sirvió dos dedos de brandy, y se lo dio a su amigo. Levantó el suyo y brindó:
–Por la paternidad.
Bebió a sorbos su brandy y preguntó:
–Tengo que preguntarte… ¿es un heredero o una hija?
–Es un niño —contestó George— el más perfecto pequeño manojo de joya que jamás he tenido en mis manos. Lo hemos llamado Jonas como bisabuelo materno. Eso pondrá contenta a mi madre.
Charles sabía que debería buscar una esposa y seguir con el ejemplo, pero la idea de atarse a una mujer para el resto de su vida no le llamaba la atención. No había conocido mujer que le inspirara tal compromiso. George se había casado con su mujer por exigencias de su padre. El duque de Southington era un hombre al cual no se le podía decir que no. Charles no envidiaba la situación de su amigo en tal observación.
–Estoy seguro que estará encantada de tener un nieto a quien dedicarle su tiempo. Se que hay mujeres así.
–Seguramente tienes razón en tal conjetura. En cualquier caso estoy agradecido que haya sido un niño. El parto fue difícil para Sarah. No creo que pueda soportar otro embarazo —suspiró—. Jonas es una bendición para ambos. Mi padre por fin nos dejará solos con lo de seguir el linaje familiar.
–Tu padre es cruel.
Él era un completo tonto que chuleaba con George siempre que podía. Charles deseaba encontrar una manera para quitar al duque de Southington de la vida de su amigo. Desafortunadamente, no le correspondería a él sacar a George del control de su padre. Su amigo tendría que encontrar las agallas para hacerlo por si mismo. Era la única manera que conocía para que llegara a conocer lo que es tomar decisiones él solo.
–Tengo noticias —empezó diciendo Charles— he comprado el edificio que necesito para el Coventry Club.
–¿Lo compraste? —su rostro se iluminó de felicidad—. Fantástico. Ahora ya podrás hacer realidad tus objetivos y tendremos un lugar para escapar de la realidad de nuestras vidas.
–Tengo que discernir las reglas del club antes de invitar a los nuevos miembros. Me gustaría que tu fueras el primer director del club, si lo deseas.
Quería que George tuviera la responsabilidad de sentirse incluido, y eso le daría pie para centrarse más allá del terror hacia el padre.
–¿Yo?– preguntó George sorprendido.
–¿No quieres llevar tu propio club?
–Estoy seguro que al principio me encantaría. Pero un día dejaría de lado mis obligaciones. Tu eres un hombre de mayor categoría que yo. Creo que el primer director del club tendría que ser el único que pueda casarse. No quiero un puñado de maridos chistosos que traigan a sus amantes al club.
–Por lo tanto, ¿una vez que se casen deberían abandonar el club? —preguntó George.
–No es mala idea. ¿No lo dejarás hasta que encuentres esposa? Eso será mucho tiempo, ¿no es así?
Charles sonrió.
–Sé que un día me casaré con alguien, pero tienes razón, no tengo planeado encontrar una dama con la que casarme en los próximos años. Contaré contigo para que todo fluya a la perfección hasta entonces. Pero no hay ningún requisito para casarse y mantener el cargo. Si crees que es demasiado duro, lo dejaré. Si antes me caso… también lo dejaré.
–Sí —dijo George con tono decidido— tiene sentido —asintió mirando a Charles—. Muy bien, llevaré tu club.
Sus labios se inclinaron hacia arriba como otra muestra de sonrisa.
–No puedo esperar para empezar.
Charles tomó su vaso y señaló con él a su amigo.
–Ya lo he echo. Ahora bebamos por tu hijo.
–Es una idea fabulosa —contestó George. Tomó su vaso y lo hizo chocar con el de Charles—. Y para tu futuro club. Será un éxito tal como lo has imaginado.
Cuando ambos terminaron sus copas, Charles las rellenó otra vez con brandy. Tomaron varios vasos antes de que George se marchara. Tenían decidas ya todas las normas del club y el futuro de su Coventry Club sería una realidad después de mucho tiempo. Charles le encantaba cuando un buen plan daba sus frutos.

CAPÍTULO UNO
Abril 1800

Lady Abigail Wallace miraba timidamente su insípido vestido blanco y frunció el cejo. El único color que le era permitido vestir era el azul zafiro en su faja atada alrededor de su pecho.
Poco hizo para que su vestido fuera más atractivo. Al menos el color de la faja coincidía con el de sus ojos. Sin embargo, el blanco hizo que su piel pareciera casi enfermiza. Tenía una piel clara y algunas pocas pecas en la cara. Nadie la confundiría con una señorita inglesa, especialmente por su desvergonzado pelo rojo.
¿Por qué había dejado que su padre la convenciera de pasar una temporada en Londres? No había nada que aquel lugar pudiera ofrecer que no pudiera encontrar en su casa, en Escocia. ¿Qué de malo había en buscar un buen laird escocés como esposo? Sus propiedades familiares estaban en los lowlands y su padre se identificaba más con su hermano que son los highlanders escoceces, pero Abigail hubiera deseado probar suerte en Edimburgo.
–Deja de inquietarte —dijo su hermana, Belinda, silbando por lo bajo. Su acento escocés la ponía en evidencia incluso en el tono más bajo que podía.
–No, nadie nos pedirá que bailemos con él si sigues con esta actitud.
Quería contestarle, algo que le haría feliz. Pero ninguno de los caballeros le gustaban. Todo lo que quería era sobrevivir a todo aquello y regresar a casa. Si volviera sin pretendiente, su padre aceptaría pasar una temporada en Edimburgo.
Él quería que su hija mayor se casara después de todo. Belinda no le hubiera echo ningún feo durante una buena temporada. Era una auténtica belleza y cosecharía muchos pretendientes. Su hermana tenía un bonito pelo rubio y unos preciosos ojos azules. Parecía más una dama inglesa, nada parecido a Abigail. Mientras Belinda terminó pareciendóse a su madre, Abigail había recibido el cabello castaño de su padre. Eso no fue todo lo que ella había recibido de él. Su temperamento fue resultado directo de su sangre escocesa. Ella nunca encajaría con una sociedad educada.
Abigail no tuvo que lidiar con impresentables, ya que la mayoría de los caballeros allí presentes lo eran de verdad.
–No tienes por que preocuparte, querida hermana —empezó Abigail— hay montones de caballeros mirándote. No pasará mucho tiempo antes de que uno sea lo suficientemente valiente como para pedir un baile contigo.
Aquello también era verdad. Varios caballeros estaban mirando en esa dirección, pero siempre sobrepasaban a Belinda. Abigail había cumplido veintiún años antes de partir hacia Londres.
Belinda era tres años menor que ella. Ambas deberían al menos estar ya comprometidas, pero cuando su madre murió, su padre se mostró reacio a verlas partir. Ahora estaba decidido a que ambas encontraran un marido, como era correcto en su opinión. Abigail quería decirle dónde podía poner sus ideas sobre el matrimonio, y no era un lugar agradable.
–Quizás —dijo su hermana en tono decidido— si dejas de deslumbrarlos harán el esfuerzo.
Su hermana la miró con mala cara.
–Puede que no desees un caballero de clase media, pero yo sí. No me lo quites.
Una conmoción se escuchó entre el abarrotado salón de baile. Todos se giraron hacia la escalera junto a la entrada. Alguien importante debía estar llegando para hacer que todos se detuvieran en lo que estaban haciendo. Abigail deseaba poder decir que no le importaba, pero su curiosidad se apoderó de ella. ¿Quién podría llegar que atrajera tanta atención? Muchas de las mujeres comenzaron a susurrar detrás de sus abanicos y casi chillaron de emoción. ¿Aparecía el propio Príncipe Regente? Nada más tenía sentido para ella.
Uno de los sirvientes de Loxton abrió las puertas sobre la larga y amplia escalera y anunció: “El conde y la condesa de Harrington”. Un hombre alto con cabello oscuro y una bella mujer etérea con cabello rubio plateado bajaron las escaleras. Entonces un hombre apareció detrás de ellos. Ese hombre llamó su atención. Era hermoso, si un hombre pudiera ser descrito como tal. No una hermosura clásica, pero si de una manera que le quitó el aliento. Tenía los pómulos altos y los labios más besables que ella había presenciado en un hombre de buena educación. Su cabello oscuro era del color de un cielo de medianoche y ella sintió curiosidad por la sombra de sus ojos.
El hombre no había sido anunciado, pero parecía ser el que todos esperaban. Contuvieron el aliento mientras él seguía al conde y la condesa. ¿Quien era él?
–Oh, él es encantador —dijo su hermana casi soplando las palabras— ¿Quién crees que es?
–No tengo ni idea —dijo.
Sus palabras salieron tan entrecortadas como sus hermanas.
–Tal vez deberíamos averiguarlo.
–¿Cómo? —Belinda levantó una ceja— No tenemos las conexiones necesarias y nuestro acompañante no será de mucha ayuda— señaló a la matrona que los había acompañado. Ella estaba roncando en un sofá cercano, ajena a lo que estaban haciendo sus cargos.
No es que Abigail y Belinda hicieran mucho. Nadie les había pedido que bailaran o hablaran con ellos. Eran floreros al comienzo de su aparición en la sociedad. Odiaba decírselo a Belinda, pero no pueden irse con sus esposos. Belinda aún tenía la mejor oportunidad. Tal vez Abigail debería quedarse en casa la próxima vez y los caballeros estarían más cómodos acercándose a su hermana.
–Vamos a escuchar un poco a las damas. Todos parecen estar enamorados de él —le respondió Abigail—. Están bastante impresionados por su presencia.
Ella no los culpó. El hombre realmente era encantador de contemplar, pero deberían tener un poco de autocontrol. Claramente las ignoró a todas porque sabía que tenía su atención. Fue entonces cuando se dio cuenta de que él era tan engreído como guapo. Eso significaría que esperaría a que una mujer se enamorara de él. Abigail podría encontrar su rostro atractivo, pero ella se negó a ser el peón de cualquier hombre.
–Él podría ser un buen pretendiente para vosotras.
–¿Eso crees? —preguntó Belinda mientras inclinaba la cabeza— parece incluso más improbable que tenerme en cuenta que el resto de los caballeros.
Abigail no respondió a su hermana. Estaba demasiado ocupada tratando de escuchar la conversación entre dos de las damas cercanas a ellas.
–¿No es guapo? —murmuró una de las damas.
–Una delicia —dijo su compañera— No lo olvides.
Ella suspiró mientras miraba al hombre que se abría paso a través del salón de baile.
Abigail puso los ojos en blanco. Eran ridículos y muy obvios en sus afectos. Ella no quería pensar en cómo había sido sorprendida momentáneamente por el hombre. Eso no importaba porque tenía el buen sentido de salir de eso. Aún así, ella prestó atención a su conversación porque todavía no habían mencionado el nombre del hombre. Ella lo quería para Belinda. Al menos eso era lo que ella se decía a sí misma…
–Nadie sabe cuándo llegará tu oportunidad. Es uno de los solteros más elegibles.
La señora levantó su abanico y lo agitó sobre su cara.
–¿Crees que si me presento a lady Harrington nos presentará? Todos saben que no asiste a ninguna función de la sociedad a menos que sea con el conde y su esposa.
A las damas les encantaba hablar, y aunque era una fuente de información, no eran los detalles que ella ansiaba. Tendría que descifrar su nombre de otra manera. Había avanzado a través de la habitación y parecía estar saliendo del salón de baile tan rápido como había llegado. ¿No se quedaría más rato? Se deslizó por las puertas en dirección al jardín. ¿Se atrevería a encontrarse con él allí y tener una reunión clandestina con él? No funcionaría a menos que ella pudiera lograr actuar tímidamente y sin mostrar interés en él. Muchas damas antes que ella ya lo habrían intentado, y todas fracasaron.
–Esta noche no ha tenido éxito —dijo su hermana rompiendo a Abigail de sus pensamientos. Tal vez deberíamos irnos a casa.
–El baile apenas ha comenzado —respondió Abigail. Ella tenía otras ideas y necesitaba que su hermana estuviera ocupada— creo que es hora de que encuentres un compañero de baile.
Pasó su brazo alrededor de Belinda y la acercó a las dos damas que también había escuchado.
–Hola —dijo saludando— soy Abigail y esta es mi hermana Belinda.
Odiaba presentarse a sí misma. A ella no le gustaba la gente en general y preferiría estar sola en casa. Pero esto era para su hermana y bueno, ella misma, para ser honestos. Quería hablar con el hombre misterioso y obtener un poco más de información sobre él. Ver por sí misma si valía la pena soñar con él.
Las dos damas tenían expresiones sobresaltadas en sus caras. La belleza de cabello oscuro recuperó su compostura primero.
–Soy lady Matilda Emerson —dijo ella. Se había olvidado de usar sus títulos completos al presentarlos. Abigail estaba horrorizada por estas cosas…
–Y esta es mi prima, lady Carolyn Westwick.
–Es encantador conocerte —Belinda les sonrió a ambos. Su acento escocés salió mientras hablaba. Al menos ella tenía una voz encantadora… —Somos nuevas en la ciudad.
Probablemente ya se dieron cuenta de eso… Abigail contuvo un suspiro y dejó que su hermana continuara.
–¿Quieres que te haga una llamada a nosotros? Siempre somos tan ingenuos con todo y podríamos usar un sabio consejo.
Está bien… Tal vez su hermana sabía exactamente cómo manejar la situación. Las damas probablemente pensarían que era una buena manera de guiarlas a través de la telaraña que era eso. Había tantas cosas que deberían o no deberían hacerse, que podría ser difícil seguirlas.
Lady Matilda miró a su prima y luego a Abigail y Belinda.
–Sería mejor si nos llamaras.
Entonces ella les dio su dirección. Una meta cumplida, muchas más por ver completadas. Al final estaría bien. Belinda encontraría un marido y Abigail podría regresar a casa. No había nada en Londres para ella.
El hombre que había llamado su atención antes volvió a aparecer. Ella se mordió el labio y volvió la cabeza. Él no era para ella.
–Oh… —Lady Carolyn suspiró— ahí está de nuevo. Es tan esquivo, ¿crees que bailará esta noche?
–No es probable —dijo lady Matilde. Su voz se llenó de admiración por el misterioso caballero—. Lord Coventry no baila. Me pregunto por qué siguió a lord y lady Harrington esta noche. Él siempre tiene alguna razón para asistir a un baile, aunque nunca he estado al tanto de los detalles cuando lo ha hecho. Mi hermano lo mencionó antes. Algo sobre un club…
Cuanto más aprendía sobre este lord Coventry, lamentablemente tenía un nombre que adjuntar a su persona, más intrigada estaba. Estaba de vuelta en el salón de baile, por lo que encontrarlo solo probablemente sería algo que no sucedería. Cualquiera que sea la posibilidad de que ella hubiera desaparecido cuando él reapareció, eso no significaba que ella se hubiera rendido. En algún momento, ella tendría una conversación con él, y entonces, solo entonces, sería capaz de determinar su valor. Abigail se enorgullecía de ser un buen juez sobre el carácter de una persona.
Tres caballeros se acercaron a ellos y, antes de que ella tuviera la oportunidad de pedir a lady Matilda o lady Carolyn que extendieran sus comentarios anteriores, fueron arrastradas a la pista de baile, seguidos por su hermana. La dejaron sola cerca del borde del suelo. La única verdadera solitaria en el grupo… Abigail suspiró y decidió que abandonar el salón de baile era lo mejor para ella. Ella no quería que nadie la compadeciera. Tal vez vaya a buscar la sala de retiro de las damas o la biblioteca. Tal vez ella podría encontrar un libro para leer hasta el final del baile. Ahora que su hermana había encontrado un compañero de baile, estaría ocupada el resto de la noche. Todos esos caballeros que la habían estado observando en secreto ahora no se mantendrían alejados…
Resignada a pasar la noche sola, se fue y no miró hacia atrás. Aunque ella quería hacerlo. No para ver cómo estaba su hermana, sino para mirar por última vez a lord Coventry, pero ella tenía algo de orgullo y no se rendiría a la tentación con la que casi se quemó.

CAPÍTULO DOS
Charles desearía no haber tenido que asistir a ese jodido baile. Odiaba socializar a menos que fuera necesario. Desafortunadamente, era importante su presencia. Había un conde al cual tenía la esperanza de tentar hacia su club. Hasta el momento no había podido localizarlo, algo predecible por su parte. El conde de Shelby era todavía más libertino que lo que Charles podía ser. La mujer de Shelby había muerto dando a luz a su hija, y terminó ahogando sus penas en el brandy y las mujeres. No había visto a su hijo o hija durante más de un año. George creía que si invitaba a Shelby a unirse al club, podrían llevarlo por el buen camino. Este era mucho más que una guarida de la inmoralidad.
También era un lugar donde un hombre tenía un espacio para dejarse caer si lo necesitaba, y no siempre se trataba de la lujuria de unos pequeños de mujer, aunque no les hiriera.
Charles se rió suavemente con ese último pensamiento. A él no le importaría encontrar una mujer cálida y dispuesta para compartir su cama con él después de dejar el baile. Tenía que encontrar a Shelby cuanto antes mejor. Casi podía sentir todas las miradas de las damas. Sin duda, todos ellqs estaban activamente tramando atraparlo, al menos con un baile. Charles no bailó con ninguna dama. Se quedaron con las ganas. Las cautivó cuando fue necesario, y desafortunadamente, a menudo se convirtió así en eventos de la sociedad. Tuvo que asistir a ellas de vez en cuando, así que hizo todo lo posible para no enajenar a ninguna.
–Coventry —le llamó un hombre con voz profunda. Al darse la vuelta se encontró con lord Dashwille. Su pelo oscuro estaba un poco desnivelado pero tenía una enorme sonrisa en su rostro. Hacía mucho que no veía a su amigo.
–¡Ey! —dijo antes de sonreírle— ¿Cómo estás? He oído que has tenido un hijo.
–Sí —contestó rápidamente— lo llamamos Oliver por mi bisabuelo. Iba a ir al club para verte, pero por sorpresa mía, supe que estarías aquí. ¿Qué te ha llevado hasta el baile del Loxton?
Tener a lord Dashville en el baile era una bendición con la que no había contado. George tendría que ver a su esposa durante una buena parte del evento, pero la esposa de Dashville se habría quedado en casa tan pronto como nació su hijo.
–¿Has visto al conde de Shelby?
–Sí, ya lo he visto —. Echó una mirada por encima de sus hombros —iba dirección a la biblioteca para, según intuyo, alguna asignación. Estaba confundido por lo que yo podría contar. Zigzagueó un poco mientras caminaba.
Coventry contuvo el suspiro. Tendrían mucho trabajo por delante si lo aceptaran en el club. Harrington sabe mejor en qué estaba, porque tendría que estar sobrio antes de que pudieran discutir los detalles del club con él. Ser malvado y un conde era una ventaja normalmente, pero Shelby tendría que poner su vida en orden antes de que accedieran a permitirle la entrada. No le dieron una llave al club a la ligera.
–Supongo que no querrás ayudarme con él, ¿verdad?
–¿Va a ser uno de tus nuevos miembros? Dashville no pudo ser parte del club debido a su estado civil. En algún lugar del camino solo habían admitido al club, pero esa no había sido su intención original. Dashville era un marqués. Si no hubiera estado prometido en el momento de la apertura del club, habría sido invitado a unirse. No fue rechazado si aparecía en el club. Era más como si no le dieran acceso completo y lo llevaran directamente a la oficina de Harrington. Así fue como un no miembro fue tratado y realmente supo que el club existía.
–Lo estamos considerando. Harrington cree que puede salvarse —Charles respiró hondo y luego dijo— No estoy tan seguro. Espero que pueda ser porque sería una pena perder a un hombre con tanto potencial. Antes de morir su esposa tenía muchas promesas. Ahora es el peor depravado de Londres.
–Pensé que tú tenías ese título —Dashville golpeó el hombro de Charles con la mano y se rió entre dientes.
Miró a su amigo y sonrió.
–De alguna manera me ha superado. Aunque me detengo en seducir a inocentes, no fue difícil reclamar ese título en particular.
Salieron del salón de baile y se dirigieron en la dirección en que Dashville había notado que Shelby se iba. Doblaron una esquina y no lo vieron por ninguna parte. La habitación estaba inquietantemente tranquila. Ni siquiera había sirvientes y Charles tuvo que admitir que sería un buen lugar para tener una reunión clandestina.
–¿No está la biblioteca por aquí en alguna parte? —preguntó Dashville.
–Creo que ahí. Iré a revisar. ¿Por qué no vas a mirar al jardín? Si lo encuentras, llévalo a mi casa y haz que mi criado comience a tranquilizarlo. Te veré allí en una hora—. No podía hacer mucho para salvar a Shelby. Si Dashville o él no lo localizaran, lo intentaría de nuevo otro día, pero no seguiría intentándolo si Shelby iba a ser demasiado difícil.
–Está bien —estuvo de acuerdo Dashville—. Buena suerte.
Se dio la vuelta y dejó a Charles solo en el pasillo en dirección a los jardines traseros. Esperaba encontrar a Shelby o, al menos, a Dashville. El conde necesitaba ayuda.
Charles frunció el ceño y comenzó a caminar hacia la biblioteca. Mantuvo un ritmo pausado a pesar de que tenía prisa por encontrar al conde. Su corazón simplemente no estaba en eso y no sabía por qué. Por lo general, le gustaba la idea de salvar a un miembro potencial de su club. Él había sido golpeado con un poco de aburrimiento últimamente y no podía sacarlo de su cabeza. Algo no estaba bien en su vida pero él no sabía el qué. Aunque no podía insistir en eso en ese momento. Charles tenía que al menos intentar localizar a Shelby. El pasillo todavía estaba tranquilo y eso no era un buen lugar para encontrar al conde.
Dio unos pasos más y se detuvo. Una mujer estaba parada cerca de la entrada de la biblioteca. Charles no podía distinguir sus rasgos, pero su silueta era claramente femenina, y muy bien curvada también. Tal vez Shelby realmente tenía una asignación en su lugar y Charles lo encontraría en la biblioteca. Realmente odiaba interrumpir el placer de un hombre, pero no podía ayudarlo. Charles continuó hacia la biblioteca y siguió a la mujer hacia dentro. Ella no había notado su presencia y no parecía haber nadie más en la habitación. La luz de la luna que entraba por la ventana iluminaba sus rasgos, pero no lo suficiente para que él también la viera. Quería verla y descubrir si era tan encantadora como su figura sombría sugería. Una cosa que él sabía, ella vestía de blanco.
Aquel normalmente era un color reservado para las novatas, también conocidas como inocentes. ¿Qué estaba haciendo una virgen conociendo a Shelby en secreto? ¿Creía ella que el conde se casaría con ella? Charles tendría que disuadirla de esa idea.
Se acercó y dijo:
–¿Estás perdida?
Ella se sacudió ante su pregunta. Tal vez no había estado esperando a alguien después de todo. Una mujer que planea conocer a un hombre no se sorprenderá por el sonido de una voz masculina.
–¿Quién está ahí? —preguntó ella.
Ella tenía un encantador acento escocés que le provocó escalofríos. No había demasiadas mujeres de Escocia que asistían a los bailes de Londres. Tampoco había oído hablar de ninguna recién llegada. No es que ella no pudiera haber salido a Londres. Charles no vigilaba a ninguno de las debutantes. Generalmente solo escuchaba sobre ellas si le gustaba o no.
–No respondiste mi pregunta —bromeó—. Desviar una pregunta con una no es muy fácil, querida.
Caminó hacia el hogar y deslizó los dedos por la parte superior hasta que encontró el encendedor de yesca. Luego se inclinó para encender el fuego. Hacía mucho frío en la habitación y tenía la sensación de que estarían allí por un tiempo. También ayudaría a iluminar la habitación un poco y él podría ver mejor a la jovencita.
–¿Qué estás haciendo? —preguntó ella.
–Creo que un incendio mejorará las cosas, ¿verdad? —. Él no detuvo lo que estaba haciendo para mirarla. Charles quería un fuego y vería uno encendido. Después de que terminara, le prestaría toda su atención.
–¿Sabes lo que estás haciendo? Ella había venido a pararse a su lado y ahora se estaba inclinando a criticar su técnica.
Charles se rió ligeramente. Le gustaba un poco a ella. Ella no estaba tratando de acicalarse ante él y captar su interés. Eso fue bastante refrescante.
–He encendido algunos incendios en mi vida.
En más de un sentido…
–Confía en mí, puedo con ello.
–Algo me dice que no solo te refieres a encender una hoguera en el hogar —dio un paso atrás—. No respondiste mi pregunta anterior. ¿Quién sois?
Se puso de pie después de que el fuego ardiera intensamente y colocó el encendedor nuevamente en su lugar. Charles se volvió para mirarla y reprenderla por su comportamiento grosero, pero no logró pronunciar una palabra. El fuego la hizo absolutamente impresionante. Su pelo rojo oscuro era como una llama que crepitaba en la luz y su piel clara era deliciosa. Casi la invitaba a probar, pero él se contuvo. Esos eran sus propios deseos, no los de ella, que estaban brotando. Tragó saliva y luego se aclaró la garganta. Su miembro se apretó en sus pantalones y rezó para que ella no se diera cuenta. —Confío en tu continua desviación de que no estás perdido.
–No —ella estuvo de acuerdo— y confío en que tu forma elegante de cambiar el tema de nuestra conversación es la forma de evitar presentarte.
Una suave sonrisa se formó en su rostro y la hizo aún más encantadora.
–Pero no tienes que preocuparte. Tu nombre no me importa.
–¿A sí? —levantó una ceja— ¿Por qué?
Ella se encogió de hombros, se apartó de él y se dirigió a la ventana. La joven miró hacia afuera y hacia el cielo oscuro.
–Porque no me voy a quedar en Londres. No hay nada aquí para mí. Una vez que mi hermana encuentre un marido, regresaré a casa y nunca volveré.
Eso casi sonó como un desafío.
–Estás manteniendo tu distancia para no tener la tentación de quedarte.
Era algo que él haría. Ella era un espíritu afín y él lo respetaba, incluso si no estaba de acuerdo. Una mujer tan vibrante como ella no debería aislarse del mundo.
–Esa es una forma de percibir las cosas. Ella continuó mirando por la ventana y aparentemente quería ignorarlo. Eso molestó a Charles mucho más de lo que quería admitir.
–Una pequeña conversación nunca hace daño a nadie —comenzó diciendo— familiarizarme conmigo no te asegurará de que quedes atrapado conmigo o con Londres. ¿Por qué no apostar y descubrir algo nuevo?
–Prefiero no hacerlo —dijo ella— no soy el tipo de apuestas. Los riesgos no son algo que conduzca a nada bueno según mi experiencia.
Ella estaba siendo demasiado escurridiza y él quería romper su caparazón cuidadosamente elaborado. Si quería empezar a hacerlo, tendría que darle las herramientas para ello.
–Es posible que no desees conocerme de verdad —comenzó— pero creo que vamos a ser los mejores amigos.
Se inclinó ante ella.
–Déjame presentarme. Soy el conde de Coventry, pero mi querida, puedes llamarme Charles.
Ella lo miró por encima del hombro. Sus labios se separaron, pero ninguna palabra salió. Entonces ella sonrió.
–Ya es demasiado tarde para regresar al baile, mi lord. No me moleste en llamarme más. Dudo que nos veamos de nuevo.
Con esas palabras, lo rozó dejándolo solo en la biblioteca. Charles nunca había estado más intrigado en su vida. Descubriría su nombre y se volverían a encontrar con ella. Juró hacerlo costara lo que costara.

CAPÍTULO TRES
Brillantes rayos de sol fluían a través de las ventanas de la sala de estar e iluminaban toda la zona. Era demasiado brillante para leer y Abigail tuvo problemas para contener su irritación. ¿Cómo iba a aprender algo sobre la mitología griega si no podía centrarse en las palabras? Gruñó y cerró el tomo con frustración, luego lo arrojó sobre la silla vacía a su lado.

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Тип: электронная книга

Жанр: Современная зарубежная литература

Язык: на испанском языке

Издательство: TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE

Дата публикации: 16.04.2024

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О книге: El conde de Coventry conoce a Lady Abigail Wallace y toda su vida da un giro drástico. Charles Lindsay, el conde de Coventry, tiene grandes planes. Ninguno de ellos incluye tener esposa. Su club es su mayor preocupación, y a los hombres que quiere respetar. Es el más retorcido granuja de todos y no pide perdón por ello. Todo cambia cuando conoce a Lady Abigail Wallace… Todas las damas adoran Coventry, pero ninguna de ellas ha logrado conquistar su corazón. ¿Podrá Lady Abigail lograr tal hazaña que ninguna otra dama ha conseguido y enamorar al conde?

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