El Secreto Oculto De Los Sumerios
Juan Moisés De La Serna
Una exposición de las antiguas civilizaciones de la humanidad dará inicio a una de las más intrigantes y trepidantes aventuras por las calles de New York, en donde las persecuciones se sucederán con los más misteriosos encuentros con personajes misteriosos. Una exposición de las antiguas civilizaciones de la humanidad dará inicio a una de las más intrigantes y trepidantes aventuras por las calles de New York, en donde las persecuciones se sucederán con los más misteriosos encuentros con personajes misteriosos. Una búsqueda incesante de lo que puede suponer el mayor hallazgo de la civilización occidental, descubrir de dónde procede el conocimiento que le hizo dar el salto cualitativo que convirtió a un pueblo pesquero en el que se consideró cuna de la cultura y el desarrollo del mundo conocido hasta escasos siglos. Una intriga que te mantendrá en suspense hasta el final, en donde las más avanzadas técnicas de espionaje se verán enfrentadas a los más secretos conocimientos antiguos, todo ello ambientado en la actual New York, ciudad siempre cosmopolita, que encierra entre sus barriadas y calles, una gran diversidad cultural.
Juan Moisés de la Serna
El Secreto Oculto de Los Sumerios
El
Secreto
Oculto
de los
Sumerios
Juan Moisés de la Serna
Editorial Tektime
2019
“El Secreto Oculto de los Sumerios”
Escrito por Juan Moisés de la Serna
1ª edición: febrero 2019
© Juan Moisés de la Serna, 2019
© Ediciones Tektime, 2019
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PRÓLOGO
Una exposición de las antiguas civilizaciones de la humanidad dará inicio a una de las más intrigantes y trepidantes aventuras por las calles de New York, en donde las persecuciones se sucederán con los más misteriosos encuentros con personajes misteriosos.
Una búsqueda incesante de lo que puede suponer el mayor hallazgo de la civilización occidental, descubrir de dónde procede el conocimiento que le hizo dar el salto cualitativo que convirtió a un pueblo pesquero en el que se consideró cuna de la cultura y el desarrollo del mundo conocido hasta escasos siglos.
Una intriga que te mantendrá en suspense hasta el final, en donde las más avanzadas técnicas de espionaje se verán enfrentadas a los más secretos conocimientos antiguos, todo ello ambientado en la actual New York, ciudad siempre cosmopolita, que encierra entre sus barriadas y calles, una gran diversidad cultural.
Dedicado a mis padres
CAPÍTULO 1. LA BIBLIOTECA
Estaba nervioso por lo que iba a ser mi estreno en sociedad, mi puesta de largo. Invertí tantos años de estudios realizado en distintos países a lo largo del mundo. Había dedicado cuantiosas horas de trabajo en solitario en las bibliotecas para poder culminar mi carrera en este momento.
A decir verdad, tuve mucha suerte de poder contar con tanta colaboración, otros a pesar de sus posibilidades quedaron retrasados por ese pequeño pero imprescindible detalla de la financiación. Gracias a que mi antiguo director de tesis conocía a las personas adecuadas y que estos estuvieron interesados en mi proyecto he podido realizar mi sueño.
Aparte del coste económico, esto ha supuesto una gran inversión de recursos humanos, pero sobre todo de colaboración con otras instituciones, museos y universidades además de con coleccionistas privados que generosamente habían cedido sus obras para ser apreciadas por otros.
Creo que ha sido la primera vez en la historia y por supuesto en mi vida que se consigue reunir tantos restos arqueológicos de esta civilización bajo el mismo techo, aunque han existido otros precedentes, el número de piezas exhibidas era muy inferior al que había logrado acaparar para este evento.
Igualmente me considero privilegiado al tener la oportunidad de utilizar para este evento un lugar tan privilegiado como el New York Public Library (la Biblioteca de Nueva York).
Un edificio rodeado de rascacielos de mármol blanco y estilo neoclásico, conocido como la Library Lion (la Biblioteca León) debido a dos leones de mármol rosado que custodian la entrada llamados Patience (Paciencia) y Fortitude (Fortaleza); con dos fuentes a ambos lados de la escalinata que simbolizan La Verdad y La Belleza. Una suntuosa construcción ubicada en la famosa Fifth Avenue (la Quinta Avenida), siendo considerada como una de las bibliotecas más importantes del mundo y de las más grandes de Estados Unidos.
Una escalinata que conduce a un pórtico de triple arcada que da acceso al edificio, iniciando el recorrido por el Astor Hall con su espectacular bóveda de mármol blanco y de ahí a la sala donde se realiza la exposición, la Gottesman Hall.
Menos mal que en este momento estaba de remodelación pues de otra forma no podría haberlo realizado, debido al ajetreo diario de estudiantes y curiosos que consultan sus bases bibliográficas con uno de los archivos digitales más desarrollados del mundo.
Me había tenido que desplazar a distintos países, todavía recuerdo mis discusiones en Jordania por trasladar aquellas pequeñas pero valiosas joyas, ese ha sido un problema recurrente que al que no me había enfrentado hasta ese momento.
Como comisario de la exposición, sabía todo lo que hacía falta sobre la organización de espacios, la selección de piezas, la clasificación de temáticas, las asignaciones de tiempo, pero de seguridad no conocía nada.
Ha tenido que ser el propio ayuntamiento el que se ha ofrecido para asesorarme, o mejor dicho decidir en cada caso qué hacer, pues la exposición se realizaba en un edificio público en la ciudad.
Nunca he visto tantas cámaras, sensores ni detectores de movimiento, humos o calor en un solo sitio. Había escuchado de la seguridad invisible, aquella que se encarga de la vigilancia y detección de problemas sin que el ciudadano de a pie se dé cuenta, pero cientos de cámaras instaladas en aquel recinto me daban una idea de a lo que puede llegar la seguridad.
Necesitaron habilitar una de las salas que ya tenía proyectado como parte de la exposición, únicamente como sala de seguridad para el control de todas las cámaras, así como la coordinación del personal de seguridad.
Para mí era exagerado tener tanta vigilancia, únicamente con haber asignado a una persona en la puerta encargada de fijarse de que nadie se llevase ninguna pieza era suficiente, pero desde la alcaldía advirtieron que o se cumplían sus condiciones de seguridad o no se realizaba la exposición.
Al final había tenido que ceder, aunque no de buena gana, los que trabajábamos ahí en la organización, los transportistas y los de seguridad e incluso del personal de limpieza éramos escrupulosamente examinados en una antesala para evitar que entrase cualquier tipo de sustancia sospechosa, gracias a esa nariz electrónica.
Se acabaron los arcos de seguridad, ahora era todo a base de control de aires, como lo llamaba yo; todavía no entendía muy bien cómo funcionaba, a pesar de que me lo explicaron en varias ocasiones.
Se trataba de un proceso en cuatro bloques, el primero y más complejo para mí, el de transducción, conformado por sensores químicos o de gas; el de adquisición de señal y conversión a formato digital; el de procesado y el cuarto y último de presentación de resultados.
Por mi parte lo único que veía es que tenía que situarme delante de un fondo de color verde, esperar unos segundos a que me echase un chorro de aire y listo; se supone que aquel es especial y que expande las moléculas de olor de mi cuerpo y si se detecta alguna sustancia potencialmente peligrosa suenan las alarmas.
Así sucedió más de una vez con los montadores de vitrinas, que alguno que otro, trabajaba por las tardes en la construcción y cuando quería al día siguiente entrar sonaban todas las alarmas, por haber estado cerca de donde se soldaba con productos como acetileno, propano o butano.
Todo un espectáculo sonoro y visual de alarmas que boqueaban a la persona y la asilaban hasta que comprobasen todas sus pertenencias y su identificación ocular y dactilar.
Un derroche de ingenio y concienzudo trabajo para algo tan inocente como una exposición de “cacharos antiguos” como les definió el jefe de policía de la ciudad cuando vio el catálogo de piezas a presentar en la exposición.
Personalmente estaba muy orgulloso de presentar mi primera exposición como comisario, a pesar de haber tenido algunas propuestas previas en varios museos de pueblos alejados, preferí estrenarme a lo grande y para ello traté por todos los medios a mi alcance de impresionar al público, transportándolo literalmente al mundo antiguo.
Lo más difícil fue realizar una maqueta en mitad de la sala de exposición, réplica del zigurat de Ur, próximo a Nasiriyah (Iraq), santuario del Dios de la luna, Nanna. Una antigua edificación de Mesopotamia, construida con base rectangular, con superposiciones de plataformas que van estrechándose desde la base hasta la cima, la cual es plana y donde se ubicaba un pequeño templo. Una estructura a modo de torre o pirámide escalonada, formada por varias terrazas conectadas entre sí mediante rampas.
Aunque existían otros ejemplos más fidedignos de la construcción primitiva, como el caso del ziguart de Dur-Untash ubicado en Susa (Irán). El abandono, la erosión del desierto y el paso del tiempo, ha desdibujado la majestuosidad del edificio quedando apenas algunas muestras de tan colosal construcción.
Un intento por mostrar uno de los pilares de la cultura sumeria, el culto a sus deidades, y la relación entre la religión y el pueblo. Ya que estos monumentos se erigían como vehículo para aproximarse a sus dioses, lugares que únicamente podían pisar los sacerdotes, pero que al estar construidos en lo alto de las explanadas eran visibles desde largas distancias.
Pero aquello me acarreó muchos problemas pues algunas comunidades religiosas decían que aquello era una provocación en contra de su propia historia como pueblo, tal fue el revuelo que se formó que al final me tuve que desistir.
Conformándome con recrearlo, fotografiarlo y desmontarlo, dejando únicamente una gran fotografía de la maqueta recreada en una de las paredes de la sala de exposiciones con un pequeño cartel indicativo del modo de construcción de la antigüedad sin entrar en mayores detalles.
Eran muchas las piezas que había conseguido reunir en aquella exposición sobre el mundo sumerio, cuna de la humanidad, a pesar de lo cual mi predilecta era la Estela de Hammurabi pues refleja lo actual de aquella cultura.
Un largo repaso de piezas de lo que es para algunos la más inquietante civilización perdida, a un paso entre la realidad y la ficción, llegándose a comparar con la mítica Atlántida por sus extraordinarios avances en relativamente poco tiempo y por haber dejado una huella indeleble en la historia de la humanidad.
Para los amantes de lo extraordinario, de las leyendas y las conjeturas, aquellos eran los restos de una civilización que habían mantenido contacto directo con sus dioses y que gracias a estos pudieron establecerse como civilización extendiendo su cultura a las poblaciones colindantes.
Un hecho cuando menos sorprendente que en este lugar, Mesopotamia, ubicado entre los ríos Éufrates y Tigris, es que se concentró tanto poder y conocimiento, cuando a su alrededor todavía no se daban las condiciones para que surgiesen tales avances.
A pesar de que algunos grupos científicos me criticaron mi visión parcial sobre la historia del mundo olvidando otros lugares que por estar alejados no por ello menos importantes como la China, la India o la América precolombina.
Con lo que la historia se debería de rescribir para incorporar a la olvidada por occidente civilización China, que en mi opinión ha sido la única que ha tenido una cierta continuidad en el tiempo, siendo las occidentales de unos cientos de años escasos, a pesar de que se daba una gran sucesión de pueblos dominantes según la época.
A muchos les pareció raro que escogiese a este pueblo y no a los egipcios, como era habitual hacer. Personalmente a pesar de que admiraba esa cultura, entendía que ya estaba casi todo dicho, aunque todavía guardaba incontables secretos y preguntas por responder como ¿Quién fue el que construyó las pirámides?, ¿De dónde procede la esfinge?, o ¿Cómo llegó a formarse un pueblo aparentemente disperso en el desierto como civilización?
A pesar de lo poco que sabemos, día a día se producen nuevos descubrimientos sobre ese mundo que ha cautivado a tantos. Eclipsando con ello a otros lugares de interés en la zona como pueden ser las pirámides de Sudán, que a pesar de ser de menor tamaño no por ello dejan de conservar cierta similitud y sobre todo mantener el halo de misterio.
Otros me criticaron que la exposición no la hiciese sobre Grecia, cuna de la civilización occidental. Por lo menos así se proclamaba, ya que fueron los artífices de la escritura actual, pero sobre todo de la forma de pensar, gracias a los eruditos como Sócrates, Platón o Aristóteles que dejaron sus pensamientos plasmados para posteriores generaciones y que ha sido materia de obligado estudio desde entonces.
Sin disgustarme del todo la idea me parecía un poco pretencioso, querer asignar a un pueblo como el griego el calificativo de cuna de la cultura, cuando ellos únicamente tuvieron una influencia parcial.
Es cierto que marcó el curso de la cultura del mundo conocido, por lo menos a nuestros ojos occidentales, pero en la Tierra de existían otras civilizaciones que se desarrollaban a la vez en otras latitudes, por eso considero que tuvo un impacto parcial.
Igualmente, los menos me instaron a honrar también a los primeros pobladores de Iberoamérica, cuya civilización se desarrolló en paralelo aún en la evidente distancia y separación física, cuando no existía ningún contacto entre culturas de tan alejados lugares.
Pero mi interés era más ambicioso quería dar una visión aún más global, revelar la naturaleza del hombre actual desde los orígenes de la civilización, compartiendo mis inquietudes sobre una esencia que se mantiene a lo largo del tiempo, permitiendo que el pasado nos sirva para explicar lo que somos y por ende de lo que seremos.
Algunos me han criticado el intentar cambiar la forma de concebir la historia con la exposición, pero aquello más que una crítica me parece una abalanza a mi trabajo.
Mostrar los hallazgos de una civilización milenaria con los descubrimientos actuales ha suscitado que unos pocos detractores me hayan tachado de ilusionista, por querer crear una ficción de la realidad en vez de presentar sólo los datos y todo eso lo han dicho sin siquiera haber visto la exposición, pues no se ha inaugurado.
Aparte de lo que iba a ser la exposición durante más de un mes de las obras más representativas, unido a los tablones explicativos, fotografías, reconstrucciones de momentos de su vida cotidiana, política, comercial y religiosa, de las explicaciones auditivas, paneles interactivos y proyecciones.
Además de lo que conforma la exposición tenía programado una serie de jornadas de puertas abiertas para poder escuchar a los conferenciantes más renombrados en la materia para exponer su punto de vista sobre aquella civilización casi desconocida para el gran público.
Eso que al principio podía ser fácil, me resultó una tarea realmente complicada, pues los estudios principalmente se desarrollaron durante los años sesenta y de entonces quedan pocos investigadores vivos, unido a que existía un gran descontento en la comunidad científica sobre mi enfoque de la exposición, que me dificultaba aún más la labor de encontrar a expertos dispuesto a colaborar.
Pero después de incontables llamadas y gestiones, conseguí lo que quería, a pesar de que tuve que aceptar algunos invitados casi impuestos, como fue el director del Museo de Arte Faraónico del Cairo (Cairo, Egipto) o del Museo Nacional Chino, en la mítica plaza Tian’anmen, la más grande del mundo (Beijing, China). Estos querían dar sus respectivos puntos de vista, contextualizando según ellos la importancia de la muestra a la idea global de humanidad.
Una imposición por los fondos que nos iban a ceder temporalmente, un cambio justo, aunque temía que llegase el día en que tuviesen que hablar, pues podría ser cuando menos desmotivador desolador escuchar a un ponente tan renombrado deshacerse en elogios en sus propios descubrimientos pormenorizando el trabajo de la muestra.
Pero el riesgo era aceptable, logrando hacerles un hueco, en donde entendía que no iba a ir demasiada gente, pues coincidía con un evento deportivo en la ciudad, por lo que sin ellos saberlo se iban a encontrar con un público reducido, con lo que el efecto de sus quejas sobre mi exposición iba a ser poco efectivo.
Para la muestra me tuve que desplazar varias veces a la zona, yendo museo por museo pidiendo piezas que presentar en la muestra. Habré recorrido tantos museos grandes y pequeños que me es imposible recordar el número.
Lo que más me ha sorprendido es saber que la gran mayoría de las piezas de esta civilización se encuentran en manos privadas y sólo las más grandes están en los museos.
Esto me llevó a un atolladero, pues ningún gran coleccionista quería dejar su tesoro ni por un momento y menos a un desconocido.
Pero ahí es donde volvió a entrar en juego quien fuera mi director de tesis, él es un reputado investigador en su campo y gracias a su renombre me hicieron caso y me prestaron piezas que nunca habían visto la luz.
Tanto es así que para nosotros nos resultó sorprendente ver algunas piezas pues no teníamos ni la datación, ni siquiera idea de lo que se trataba ni significaba.
Tuvimos que llamar a algunos de esos conferenciantes para que nos ayudasen en la tarea de organizar aquellas piezas aparentemente inconexas y sin sentido; poco a poco formamos aquel puzle que me llevó tanto tiempo desde que se fraguó la idea hasta que tuvo forma.
Un nutrido grupo de expertos a última hora quiso colaborar para conseguir así que sus nombres apareciesen en los créditos de agradecimiento. Pero al final no fueron admitidos, primero por motivos de seguridad, pues según decía la policía cuantos menos fuésemos, más fácil sería su tarea de control y segundo por una cuestión de principios.
Sabía que no podía contentar a todos, pero aquello era un asunto personal y por ello el éxito o fracaso de la muestra me lo quería atribuir exclusivamente a mí y a los pocos amigos que desde un principio creyeron en el proyecto.
A pesar de las muchas discusiones que he tenido que mantener con todo tipo de personas que ostentaban cargos públicos y privados, aquella colosal obra parecía que iba a dar sus frutos, ya solamente quedaban tres días para la inauguración.
Los carteles anunciando el evento se llevaban puesto por toda la ciudad semanas, igualmente se acometió una campaña publicitaria difundiendo el evento mediante prensa y radio para estimular el interés del público en general, al cual no le quedaba muy claro a priori de qué civilización se trataba.
Eso fue mi mayor desconcierto al conocer la opinión de la calle cuando un taxista me comentó que aquello hubiese atraído más público si hubiese llevado las palabras “Egipto” o simplemente “Oriente Medio”.
Estaba tan ilusionado en mostrar al mundo lo que fueron sus orígenes, un dato tan fundamental para su propia historia y lo único que querían era ver momias, sarcófagos y dioses antiguos con cabeza de chacal.
Aquello me irritó bastante, pero no me había hecho flaquear, por el contrario, me motivó para ser aún más tenaz en mi intento de dar un poco de luz a una población neoyorquina, que por lo menos a ellos les suenen los primeros padres de la humanidad.
Los pendones colgantes ondeaban desde hacía semanas en los tres arcos de la puerta de entrada. El de en medio en que se anunciaba el nombre de la exposición y la fecha de la misma. A ambos lados de esta se mostraban las imágenes de las piezas más significativas de la muestra, el códice de Hammurabi y la estela en que se conmemora la victoria de Naram-Sin.
Cada una de ellas tiene su particularidad y encanto. El códice de Hammurabi, un bloque de basalto negro de cerca de dos metros y medio es uno de los primeros conjuntos de leyes descubiertos y de los mejores conservados inscritos en caracteres cuneiformes acadios.
Leyes inmutables de procedencia divina, tal y como lo indica su cabecera donde se muestra cómo el Dios de la justicia le entrega estas leyes al rey Hammurabi. Una pieza arqueológica que, a pesar de ser de origen Babilónico, una civilización posterior asentada en el mismo lugar geográfico, es una recopilación de leyes Sumerias.
En este códice como en otros similares se establecen las normas de vida del pueblo, destacando entre otros asuntos los derechos de la mujer, de los menores, un salario justo y días de descanso al mes para los obreros, así como el castigo para cada una de las normas infringidas, condenas que podían llegar hasta la pena de muerte.
Éste constituye un claro ejemplo de la Ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente”, o como se dice modernamente “Ley de la acción y reacción”, siendo las consecuencias proporcionales a los hechos, pero con la particularidad de que el castigo se identificaba con el crimen cometido.
Algunos estudiosos defienden que éste es el origen de algunas de las leyes recogidas en la Ley de Moisés por la que se rigen los judíos.
Estos mismos investigadores apuntan que fueron adoptadas durante el cautiverio de este pueblo en tierras de Babilonia, cuando estuvieron recluidos fuera de sus tierras por espacio de casi cincuenta años en el siglo VI antes de nuestra era.
Un éxodo de buena parte del pueblo judío tras la destrucción del primer Beit Hamikdash (Templo de Jerusalén) situado en el monte Moria o Moriah por Nabucodonosor II.
La estela sobre la victoria de Naram-Sin realizada en arenisca rosada representaba el éxito de la campaña de este rey sobre sus enemigos. Lo que ha dado tanto que hablar ha sido que sobre la cabeza de este rey se representa nuestro sistema solar, con el sol en el centro y diez planetas en su órbita, con la luna alrededor de la Tierra.
Según algunos investigadores los antiguos Sumerios conocían la cosmología tan bien que fueron capaces de identificar los nueve planetas actuales y de registrar un décimo planeta en nuestro sistema solar al que se denominó Niburi.
Hay que tener en cuenta que lo que nos puede parecer una obviedad, que cualquier niño desde pequeño es capaz de identificar correctamente al conocer que nuestro sistema solar está formado por nueve planetas, no ha sido igualmente conocido a lo largo de la historia.
Desde la Grecia Clásica se creía que la Tierra era el centro del Universo y todos los astros incluido el sol giraba a su alrededor, postura formulada por Aristóteles y conocida como teoría geocéntrica, la cual que estuvo en vigor hasta el siglo XVI.
Hasta hace un poco más de setenta años no se llegaron a conocer todos los planetas que conforman nuestro sistema solar, de ellos los tres últimos en descubrirse fueron Urano en 1.781, Neptuno en 1.846 y Plutón en 1.930.
Alcanzando la cifra de nueve planetas, eso por supuesto antes de que la comunidad científica en el año 2006 eliminase de la lista de planetas a Plutón, creando una nueva categoría específica para denominarlo llamado plutoide o planeta enano.
Sobre el décimo planeta, llamado Niburi, este estaría aún más alejado que Plutón, con una órbita alrededor del sol de unos 3.600 años; algunos investigadores han intentado identificarlo, aunque con escaso éxito, pues si el resto de sus cálculos han sido correctos ¿Cómo se iban a equivocar en éste?
Por esto se ha convertido un icono de los misterios todavía sin resolver de esta civilización tan adelantada a su tiempo; igualmente aquella imagen es la prueba en la que se basan algunos para preconizar la existencia de un meteorito alrededor del sol que chocará próximamente con la Tierra, al parecer esto está relacionado con una antigua profecía Maya.
Aunque las fotografías exponían las dos caras de la muestra, la del significado de lo antiguo y de lo actual, todavía quedaba una sorpresa para el visitante que no quise desvelar en la publicidad emitida y presentada.
Para aquellos que por fin se decidiesen a entrar, podrían gozar de una sección de la muestra donde se presentaban obras inéditas y cuyo simbolismo y significado nos son todavía desconocidos, a pesar de las innumerables conjeturas que se hayan podido plantear.
Piezas provenientes sobre todo de las colecciones privadas que han sido escasamente estudiadas por los científicos y por lo tanto dejan volar la imaginación de los visitantes hacia sus posibles significados, otorgándoles por un día el papel de eminentes investigadores para poder realizar sus propias conjeturas sobre su sentido y significado.
Pero por si acaso no se les ocurre nada, en un panel interactivo se muestran piezas similares de otros emplazamientos y el significado que tenían, invitando con ello a que se pongan en la piel de los antropólogos y traten de dar coherencia y sentido a piezas de las cuales carecemos de toda información, salvo su datación y la localización geográfica.
En ningún momento se les quiere dar la solución, la pista definitiva que les conduzca a la resolución de misterio, primero porque ni siquiera nosotros mismos estábamos seguros de su significado, sino que se le quiere hacer partícipe de la tarea de descubrir el sentido de las piezas al visitante.
A pesar del considerable tamaño de la sala de la exposición, se nos había quedado pequeño el recinto por la cantidad de piezas que llegaron, por lo que al final bastantes permanecieron en una sala contigua sin poderse presentar a los asistentes, envueltas en grandes arcones debidamente embaladas y conservadas a baja temperatura para evitar que alguna se deteriorase.
Todavía no tenía decidido qué hacer con aquel excedente que tan generosamente habíamos recibido. Tenía varias posibilidades, devolverlas adjuntando carta de agradecimiento o esperar a ver cómo funcionaba la muestra y si era de interés, realizarlas en otras ciudades e incluso en otros países.
Lo había visto hacer a otros colegas, en vez de hacer ostentación de todo el repertorio de piezas que conformaban las colecciones del museo en el que trabajaban, realizaban exposiciones temáticas y parciales para mostrar los restos más significativos.
Podía siguiendo su ejemplo, crear una exposición itinerante en que la que fuese variando la temática, dando de este modo salida a todos aquellos baúles que como los antiguos cofres de los corsarios conservaban en su interior de reliquias y joyas de la historia de incalculable valor.
Sea como fuera, la seguridad de aquellas cajas de madera era máxima, estando prohibido a nadie acercarse a ellas salvo que yo estuviese presente.
De momento no me había descartado por ninguna de las dos opciones, aunque la segunda era la que más me agradaba, pues así daba la oportunidad a conocer distintos matices de aquella civilización tan amplia, y que nos había dejado un legado tan amplio difícil de conocer en una sola visita.
Mientras llegaba el momento de adoptar la decisión oportuna, quise que aquellas piezas no expuestas permaneciesen en la biblioteca. Para mí aquel era el lugar más seguro de toda la ciudad, además teniéndolas cerca me sentía más tranquilo, pues si por algún motivo tuviese que sufragar de mi bolsillo el coste originado por el desperfecto o extravío de tal solo una de las miles de piezas, no tendría suficientes años de mi vida para pagarlo.
Lo más difícil de aquella colosal gestión fue el conseguir a una compañía aseguradora que respaldase aquella exposición, requisito impuesto por la dirección de la biblioteca, aunque particularmente creía que era una pérdida de tiempo y sobre todo de dinero, ¿Quién iba a querer una pieza así?
Además, con el catálogo que habíamos realizado, ahora digitalizado, cualquier policía del mundo podría en segundos identificar la procedencia legal de las obras y evitando con ello su compraventa.
A pesar de lo cual, y para evitar males mayores había tenido que contratar un seguro multimillonario de acuerdo con el valor de las piezas, que gentilmente me pagó la alcaldía de la ciudad, con la condición de que a su inauguración asistiese el alcalde para decir unas breves palabras y sobre todo para salir en las fotos.
“Un gran acontecimiento, requiere una gran ceremonia de apertura y ésta por supuesto, precisa de un gran anfitrión” me comentaba el asistente personal del alcalde cuando supervisaba los preparativos de la ceremonia.
No sabía si el público, iba a querer acercase allí para admirar las piezas, pero para la noche de la inauguración ya tenía confirmada más de cien personas, entre celebridades, cantantes y otros artistas de la ciudad.
Todo para poder realizar ese pequeño paseo casi de pasarela para que los cientos de periodistas acreditados desplieguen sus flashes en busca de la foto de portada de las revistas del corazón. Pocos eran los medios que habían solicitado su presencian en la inauguración que perteneciese a alguna cadena medio seria, que estuviese realmente interesada en propagar la cultura y el conocimiento.
A mí eso, a pesar de saber que era un mal necesario de aquella ciudad, el lidiar con ricos y famosos para que tu sitio sea conocido, no me dejaba de parecer banal y superficial, propio de galas benéficas, de presentaciones de nuevas funciones de teatro o del estreno de películas, pero no tanto de una muestra.
Mi director me había tenido que consolar viéndome en algunos momentos desesperado por organizar algo memorable, que fuese tan sublime que se quedase en la retina de los presentes, más allá de averiguar si el último famoso de moda se había separado o no de su mujer.
“No compitas con la prensa, ella es tu aliada, deja que haga su trabajo. Cada foto que aparezca en la revista será una publicidad para ti, pues el marco en donde se produce, este evento, es lo que contarán a todos y más de uno vendrá simplemente para ver el lugar por donde acaba de pasar su ídolo” me aconsejaba con paciencia mi director.
A mí aquella parafernalia me parecía innecesaria e impropia de un lugar como aquel; seguro que ninguno de los asistentes de la inauguración terminaría el día sin recordar el nombre o, la época o algún otro dato relevante de la exposición.
Además, y para colmo, me asignaron una asesora de imagen para que yo mismo fuese quien guiase a las personalidades del mundo de la política y de los deportes por las piezas más importantes.
Aun cuando había estado preparando a un equipo de personas que sería las encargadas de guiar a los turistas en grupos de diez entre las distintas colecciones, me tenía que presentar para un puesto algo tedioso para mi gusto, más propio de un estudiante de tercero de facultad que de un profesional de carrera.
Había tenido que escoger, para esta breve pero mediática visita, las obras más relevantes que les iba a mostrar y explicar, dejándoles el resto del tiempo para que admirasen por sí mismos las restantes obras.
Tres eran las de mayor importancia para mí, por su claridad en la explicación y por ser muestra del espíritu que impregnaba toda la exposición.
Las dos primeras eran las exhibidas en los pendones colgantes de la portada y que inundaban la ciudad en periódicos y pastines repartidos a lo largo de la ciudad.
La tercera era de esa parte inesperada y enigmática en la que quería que el espectador se recrease intentando adivinar cuál era el significado y sentido de las piezas más llamativas e inexplicables de la cultura sumeria.
Era una pequeña sección donde se exhibían figuras representando de humanos, animales y dioses, ornamentación con decoración caprichosa y tablillas con inscripciones que no habíamos conseguido descifrar, pero que como tenía una simbología agradable a la vista lo que convertía en una pieza ideal para que aquellos visitantes especulasen e intentasen dar alguna teoría que seguro dejarían boquiabiertos a todos.
Hacía días que no conseguía dormir plácidamente debido a la presión de pensar que podría faltar algo en la muestra por muy insignificante que fuese, aunque había repasado una y otra vez toda la organización tanto de las piezas como del personal que debía de conducir a los grupos y no me había dejado ni un solo detalle al azar.
Tenía a mi disposición, aparte del cuerpo de seguridad de la biblioteca y el especial que me había designado el ayuntamiento, dos patrullas que vigilarían desde el exterior durante todo el día para controlar la afluencia de espectadores si ésta se producía. Igualmente estaban alertados los cuerpos de bomberos y un helicóptero de rescate por si surgiese algún imprevisto desafortunado.
No sería la primera vez que en una muestra un visitante sufre un ataque cardiaco o que alguno por descuido deja una colilla mal apagada donde no debe; todas las medidas de seguridad serían pocas para evitar cualquier accidente, que por minúsculo que fuese podría provocar tanto daño en este patrimonio de incalculable e inestimable valor.
Todavía recuerdo los bochornosos resultados de algunos colegas que intentaron realizar una exposición por todo lo alto y que, por un problema por falta de cuidado en el traslado de alguna pieza, esta se cayó rompiéndose en miles de fragmentos, finiquitándose así su carrera pública tan rápido como lo que tardó en enterarse el dueño de la pieza.
Por algún desconocido y afortunado motivo no he tenido que lamentar ningún problema desde que empezaron a llegar las piezas; la seguridad y el cuidado a las piezas, ha sido máximo en todo momento, lo que me ha permitido trabajar con cierta holgura.
Mi equipo, ha aumentado de los dos becarios, asignados por el departamento para las tareas de datación de las piezas, a casi veinte personas de distintas partes del mundo que han participado en la clasificación de las piezas y la elaboración del catálogo.
Fruto de ese trabajo conjunto había resultado un producto del que estaba especialmente orgulloso, un tríptico de tamaño folio por el cual todos los que concurrieran a la muestra sin tener ningún conocimiento previo podía hacerse una idea muy clara de dónde, cómo y cuál había sido la evolución política, militar, cultural y religiosa del pueblo de Sumeria.
Todo ello planteado mediante un cronograma en donde quedan reflejadas las distintas piezas que se presentan en la colección, de forma que les sea fácil identificar la procedencia y la época en donde estas se realizaron.
Toda una labor artística combinada con mucho de conjeturas e intuición, pues de numerosas piezas, a pesar de conocerse que eran de ese pueblo por la zona geográfica donde fueron halladas, era difícil determinar a qué momento histórico pertenecían.
Y luego, lo que esperaba llamase más la atención al visitante, la parte de los descubridores, como yo lo llamaba, en donde, con el precedente y la información previa, debían de intentar adivinar a qué se correspondía cada pieza.
Uno de mis colaboradores me había propuesto que para dinamizar esta sección crease una especie de concurso creativo, en que cada visitante escribiese en media hoja de papel lo que creía que era, al menos de una de las obras de esta sección.
Igualmente sugirió que de entre todas las presentadas al final de cada día se escogiese la que era más curiosa o acertada, pero claro, para concederle algún tipo de premio, deberíamos de tener nosotros la solución de cada una de las piezas, aspecto que desconocíamos por completo.
Tras numerosas horas de estudio logramos identificar la mayoría correctamente, a pesar de lo cual en contados casos únicamente pudimos determinar que pertenecían a la cultura sumeria por tener símbolos y signos comunes a otras piezas bien datadas, pero poco más.
El resto pertenecían a la más absoluta interpretación de cada cual, por lo que el relato de los participantes no se valoraría en función de ningún criterio objetivo sino en el agrado que le provocase al evaluador en cada momento, por lo que deseché la idea.
Otro de mis colaboradores me había sugerido realizar una especie de encuesta de calidad, para que el público tuviese la posibilidad de opinar sobre lo que más le había gustado de cada obra, o de la exposición en general, indicando las sugerencias o recomendaciones que estimasen oportuna.
Aquello si me había parecido una buena idea, así en la entrada se le daba la oportunidad de recoger una hoja de respuesta junto con un lápiz pequeño para rellenarlo y a la salida existía una gran urna de plástico redonda donde depositarlo.
En este caso no había ningún tipo de premio, ni diario, ni final de la exposición. A decir verdad, no estaba muy seguro de que fuese a designar a nadie a la labor de leer cada visitante de esas notas, primero porque la letra de cada visitante haría muy difícil estar seguro de lo que ponía y segundo porque una vez terminada la exposición ¿De qué me iba a servir lo que anotasen?
De momento iba a mantener la apariencia de estar interesado en la opinión del gran público sobre aquello, aunque no tengo la intención de perder mi tiempo en saber lo que un crío de cuatro años opina sobre mi obra.
Tenía que dejarlo todo bien preparado, pues cuando comenzase la exposición tendría poco tiempo para atenderla, ya que tendría que atender otras labores más de tipo social.
Como sabía que les había sucedido a otros compañeros y así me lo había recordado mi director, en cuanto empezase iba a estar muy ocupado recibiendo y atendiendo directamente a las personalidades.
Estas poco a poco se van a ir acercando tras la inauguración, esta vez más por una cuestión de presencia que por un verdadero interés en la historia antigua, buscando que se sepa que han asistido a un acto cultural, como forma de reforzar su imagen de filántropo o defensor del arte y las ciencias.
A mí esa parafernalia me seguía pareciendo banal e innecesaria, pero en la ciudad del neón, esa que nunca duerme, todo debía de ser un espectáculo que deleitase hasta al público más exigente.
Para ello era imprescindible la presencia de juegos pirotécnicos, brillantes luces destellantes y llamativos coloridos, todo un requisito a cumplir si quería triunfar con esta presentación.
Era tanto lo que había invertido y no me refiero sólo a este último año de trabajo empleado para dejarlo todo preparado, ahora estoy pensando en los años de estudio, la cantidad de museos visitados por el mundo, para ir aprendiendo a cómo lo hacían los demás, tanto en las exposiciones itinerantes como permanentes y todo para este momento.
Tenía pensado unas buenas vacaciones para cuando acabase la exposición, todavía no me había decidido a donde, si a una gran urbe con abundantes actividades culturales para poder escoger entre el cine, teatro y ópera, o algo más tranquilo alejado de la ciudad, quizás un lugar con sol y mar para descansar.
Esa idea a pesar de ser muy agradable, me recordaba mi experiencia en Egipto. Un recuerdo agridulce, con momentos buenos y otros que no lo fueron tanto.
Fue hace ya tiempo, en que iba como turista, hasta llegar allí todo muy bien, iba en una excursión organizada, con lo que me movía con el autobús de la compañía, llegamos al Cairo y allí estuvimos por espacio de tres días, tiempo suficiente para poder visitar el museo, las pirámides e incluso la Esfinge.
Todo idílico, aunque, a decir verdad, para mí me supo a poco, pues apenas tuvimos tiempo de ver el museo, a pesar de casi las tres horas que estuvimos allí, pero había tanto que ver…
Desde las pirámides nos dirigimos a una loma alejada desde donde se podía divisar el conjunto allí para mi desgracia conocí a una persona muy simpática que se acercó y me ofreció dar una vuelta en camello.
Un emocionante viaje que emularía el realizado por los grandes hombres de la historia como Napoleón o Lawrence de Arabia, en el que experimentar la intensidad de acercarse lentamente a las pirámides al paso del animal.
Aquello al principio no me interesaba demasiado, pero como era muy insistente acabé cediendo, más porque se callease que por estar verdaderamente interesado.
Subí con dificultades sobre un camello y todo iba bien, bajé muy despacio desde la explanada en donde nos encontrábamos hacia una la larga llanura de arena que se extendía enfrente.
El vaivén de aquel animal era lo único que me sacaba de aquella sobrecogedora experiencia de irme acercando poco a poco a aquellos colosales monumentos muestra del dominio de las matemáticas unido con un profundo conocimiento astrológico y todo ello subyugado al poder político que obedecía cual fiel cordero al religioso del momento.
Seguía deleitándome con las imponentes pirámides, que a medida que me iba acercando se iban a haciendo más y más grandes algo extrañado que durante el paseo el camellero no me había dirigido la palabra a pesar de su insistencia inicial.
Creo que habríamos llegado como a la mitad del camino cuando detuvo al camello y le hizo sentarse. Aquello no lo entendía y le comuniqué, el hombre de mal humor me concretó que era todo lo que le había pagado y que se volvía a su sitio.
Me asombró y me indignó, le había pagado lo que había sido acordado al salir, que incluía llegar hasta las pirámides y volver a la explanada en lo alto, desde donde habíamos salido, y en cambio no habíamos ni realizado un cuarto del trayecto y ya se quería ir.
Como pude intenté hacerle entrar en razón, pero parecía que no cedía, hasta que en un momento me reveló que quería más dinero; aquello era el colmo, cómo más dinero, si le había dado lo que pidió, sin siquiera regatear y eso que conocía que en aquellas tierras se tenía esa costumbre.
Me negué y me bajé del animal, y él hizo por irse y dejarme allí en medio de las arenas; veía al animal alejarse y el sol que estaba en su cenit me recordaba que era una mala idea, cuando grité a aquel hombre aceptando su abuso; le pagué el resto y me devolvió a la explanada del comienzo.
Por supuesto el viaje de vuelta no fue en absoluto placentero, aquel vaivén que momentos antes, me había parecía casi hipnótico acompañando a la suave brisa que mecían las nubes, me molestaba ahora bastante, mientras que el camellero iba igual de callado que en la ida y yo tenía un mal cuerpo, sintiéndome engañado y estafado.
Cuando llegué a la explanada desde donde salimos me acerqué al guía que dirigía nuestro grupo y le reclamé para que hablase con la policía para que detuviese a aquel hombre por estafa.
Este me informó de que si al final habíamos llegado a un acuerdo y le había pagado no tenía nada que reclamar, pues era un contrato verbal y sin pruebas, y que yo había conseguido lo que quería.
Pero ¿Cómo iba a ser si ni siquiera había podido llegar ni a estar bajo la sombra de las pirámides?, aquello me indignó más aún, saber que no sólo me habían engañado, sino que además había salido impune y sin que pudiese hacer nada para evitarlo.
Quizás de todo ese viaje aquella fue la anécdota más desagradable de un impresionante viaje que se vio impregnado por la amargura de ese momento, siendo rápidamente relegado por las nuevas maravillas que encontré en el Museo de Arte Faraónico del Cairo.
CAPÍTULO 2. TRES DÍAS DESPUÉS
Por fin había pasado lo peor, todo había salido al dedillo, las autoridades habían acudido para la inauguración junto con todo tipo de famosos del celuloide o de la televisión. A pesar de mis múltiples intentos por explicarle la importancia de aquella exposición y de tratar de que se llevasen una idea mínimamente clara de lo que contenía, no conseguía nada más que mirasen alguna que otra obra durante unos breves segundos. El resto del tiempo estuvieron atendiendo a los periodistas que no querían perder ninguna instantánea del personaje en cuestión.
Aquello había sido un mar de desconcierto, ver moverse a tantas personas a la vez en la exposición sin ningún tipo de interés. Por suerte la seguridad era máxima y nunca hubo ningún problema, porque todas las piezas tenían una cuerda señalizando la distancia a mantenerse con respecto de la pieza.
Estas sólo habían sido traspasadas en alguna ocasión por los periodistas a los cuales se les tuvo que sacar de allí mientras ellos se quejaban de no dejarles hacer su trabajo, aduciendo que lo que buscaba era tener un mejor ángulo para poder captar una imagen más favorecedora del famoso de turno.
Habían empezado en paralelo el ciclo de conferencias que ilustraba al mundo académico y a los que estuviesen interesados todo lo relativo en esta civilización, con ponencias de los mayores expertos en la materia invitados de todas partes del mundo.
En este ciclo se presentaban comunicaciones que iban desde las pruebas más evidentes hasta las suposiciones más inverosímiles, con ello había tratado de que fuese un foro abierto de opinión, donde no se limitasen a dar datos y cifras, sino que el asistente tuviese mucho más, una visión global y porque no decirlo hasta imaginativa.
Para mi sorpresa las conferencias a las que más personas habían decidido inscribirse eran precisamente en las que estaban planteadas desde en un punto de vista menos científico basadas en suposiciones, misterios sin resolver y civilizaciones perdidas.
Un ponente incluso relacionaba aquella civilización con los Atlantes; algo que a mí personalmente no me sonaba demasiado bien, sobre todo cuando creía aquello no era más un mito fruto de unos cuantos alimentado por el deseo de encontrar algún día un gran tesoro escondido, pero sorprendentemente era la conferencia a la que más público iba a asistir.
Todo transcurría con tranquilidad, según lo programado, intentaba estar en todo, unas veces iba a la exposición a dar una vuelta viendo la reacción del público ante algunas piezas, sobre todo fijándome en los ancianos y los niños, porque son estos los que si no les gusta una pieza lo dicen sin el pudor social de los jóvenes y adultos. También tenía que estar allí cuando se acercaba alguna personalidad para acompañarle en el recorrido personalmente entre las piezas más destacas intentando dar una coherencia bastante simple y creíble para que la escasa media hora que estuviesen allí les fuese por lo menos entretenida.
Igualmente estaba en las conferencias, por supuesto me había tocado presentar la de la inauguración y tendría que darle cierre. De vez en cuando me gustaba acercarme para ver cuánto estaba de lleno el auditorio a pesar de que conocía con exactitud el número de participantes inscritos en cada caso, y me gustaba pasarme media hora después de haber comenzado, para ver cuántos de todos los que habían entrado se quedaban, y así apreciar qué de interesante o cuán bien explicaba aquello que decía el conferenciante.
Por último, y no por ello menos importante, me dedicaba buena parte de mi tiempo estando en contacto con los medios públicos de seguridad y revisando el trabajo de las personas que tenía a mi cargo.
De todo el equipo de preparación de las piezas, catalogación y creación del itinerario de la exposición, ahora sólo quedaba un par de personas, los becarios que tenía desde un primer momento. Ellos eran los encargados de ver que todas las piezas estuviesen en su estado óptimo, como para preparar catálogos alternativos para próximas exposiciones, con el resto de piezas que no se habían presentado en esta ocasión.
De los demás colaboradores, montadores, no quedaba nadie y únicamente se habían mantenido los de seguridad. A mí todo aquel despliegue de vigilancia del ayuntamiento e incluso una persona enviada por la compañía de seguros, para comprobar que las medidas adoptadas de seguridad fueran eficaces, me parecía innecesario.
Nadie se iba a arriesgar a robar una pieza, además había tantas medidas de seguridad que sería imposible hacerlo; cada una de las piezas estaba detrás de una vitrina antibala, con sensor de calor y de movimiento. En el caso de que se rompiese el cristal si alguien introducía la mano o cualquier otro artilugio para sacarlo sonarían todas las alarmas.
Una pérdida de tiempo y de recursos para mi gusto, pero necesario para que el ayuntamiento, la policía y la compañía de seguros se quedasen tranquilos.
Con respecto a la urna de consultas o sugerencias, para mi sorpresa en aquellos tres días se había llenado, no sé exactamente el éxito por qué había sido, si al final no se iba a dar ningún premio, pero creo que el que le regalasen un lápiz, aunque fuese pequeño había animado a los curiosos a dejar impresas sus inquietudes.
Además, con las visitas de las escuelas habían hecho que se hubiese completado rápidamente. Para sorpresa de todos tuvimos que vaciar aquella gran bola de plástico que hacía las veces de hucha de sugerencias, y no sabíamos dónde colocarlo ni qué hacer con todo aquello.
Aunque era partidario de tirarlo, pues no tenía ningún valor ni sentido, pero uno de mis becarios me sugirió que seleccionásemos algunos, en el que hubiese algún comentario favorable de algún niño y lo pusiésemos en la entrada, como aliciente para otros visitantes, pues así lo había visto hacer en otras exposiciones.
A mí aquello me parecía bastante sin sentido, un lugar serio como era la Biblioteca Pública de Nueva York llenando su fachada con opiniones de críos ¿Qué imagen iba a dar sobre la seriedad el lugar?
Me opuse en redondo, pero después de pensarlo un momento, estuve de acuerdo, y así en las columnas pusimos unas pocas opiniones.
Para mi sorpresa, era aquello lo primero a que se paraban a mirar los visitantes antes de entrar, y parece que luego lo hacían con mejor ánimo y que las opiniones crecían en aquella urna redonda. Eso me sorprendió ver cómo las personas parecían estar interesadas en la exposición y en compartir sus opiniones.
Quizás es esa generación que ha nacido con un ordenador bajo el brazo, y que a través de mensajerías, chats y redes sociales se comparten opiniones de sobre lo que les gustaba o no, para animar a los demás a visitarlo.
Visto el éxito de la idea, escogimos unos cuantos más para pegarlos en otros lugares de la exposición, en las puertas, o cerca de cada obra, para que supusiesen lo que había opinado otros que la habían visto antes. A pesar del entusiasmo de los becarios por esta labor, menos tedioso que la de seleccionar piezas para las nuevas exposiciones, yo era el que tenía la última palabra y decidía sobre si se ponía cada uno de los comentarios. Incluso estuve ayudando a leerlos y clasificarlos entre interesante y no válido.
Cuando ya estaba algo cansado de ir de un sitio a otro, me entré en la sala donde estaban los becarios a echarles una mano, y sentándome vi el montón de hojas de respuesta que habían volcado sobre la gran mesa.
Armándome de paciencia, tras inspirar y expirar lentamente, me puse a leer aquellas opiniones.
Lo más costoso de aquello era entender la letra, sobre todo de los niños, pues la de las niñas parecía bastante clara, a pesar de las faltas de ortografía o de tener una redacción incorrecta.
Una a una iba leyéndolas, hasta que me encontré con una que tenía un dibujo, era uno de los innumerables símbolos de aquella civilización, que seguro habría copiado. Algunos niños lo habían hecho antes también, copiaban un dibujo o alguna figura que les gustaba y lo comentaban.
Leí lo que decía, “este símbolo representa a los maestros de nuestros padres, que vinieron de lo alto a traer pan y fuego”.
A aquello no le di más importancia y puse aquella hoja de comentario en el montón de no aptos, pues si no estaba claro para mí lo que quería decir difícilmente lo estaría para el resto del público. Tras esto cogí la siguiente hoja para leerlo, y luego la siguiente, así estuve buena parte de la mañana hasta que me fui a comer.
Esa tarde tenía una de esas conferencias multitudinarias de uno de esos científicos alejados del dogmatismo de su profesión, alguien que si no fuese por su extenso currículum podría creerse que era un charlatán.
Como en otras ocasiones me acerqué transcurrida media hora del inicio, para ver el público que había y para mi sorpresa, estaban todas las plazas ocupadas y no había ni un hueco, incluso había personas por los pasillos sentados escuchando. Yo me iba a ir, entre otras cosas porque no había donde sentarme, cuando me enganchó una cuestión que realizó al auditorio, como guante arrojado en buscando la reacción del público,
– ¿De dónde vienen los Sumerios? Se da la paradoja de que existen excesivas opiniones, aunque todavía no se ha logrado un consenso al respecto. Algunos afirman que su origen está en la raza negra, otros que tienen una procedencia caucásica. La mayoría opta por una postura intermedia indicando que son una mezcla de varias razas que llegaron y se establecieron en aquella región desde el Neolítico. Como les anunciaba esta es una cuestión no resuelta por la ciencia y tal es así, que hasta se le ha denominado como el “problema sumerio”.
Pero ¿Qué es lo que tiene este pueblo de importante?, ¿Por qué estamos hablando de ellos?, pues por dos elementos importantes y fundamentales que cambiarían la faz de la Tierra, que daría al hombre una nueva dimensión, un salto en la concepción de la humanidad.
La agricultura y el control de los metales. Nadie sabe a ciencia cierta cómo se produjo aquello. El que el hombre dejase de ser un cazador estacional y se afincase en un territorio, que lo cultivase y del fruto de su esfuerzo consiguiese su alimentación, hizo que este dejase de ser un recurso escaso a obtener excedentes. Esto permitió a sus habitantes que se pudiesen dedicar a otras labores.
Garantizando que todos tuviesen pan para comer permitió que los hombres dejasen de estar días enteros rastreando y siguiendo a sus presas intentando atraparlas, para luego una vez cazada, limpiarla y prepararla por parte de las mujeres. Ahora podían dedicarse a una vida más sedentaria y pendientes únicamente del crecimiento del cultivo, empezando a tener en cuenta los ciclos de lluvias para plantar y recoger los frutos de su trabajo.
El uso de la fundición de metales, les permitió avanzar en la construcción y en la guerra, ya no estaban a expensas de rocas y palos para combatir con lo que rápidamente ampliaron su territorio.
El empleo del fuego les permitió también cocinar la comida, prepararla e incluso ahumarla, obteniendo con ello un nuevo producto con el que poder comercializar con otros pueblos, dando un mayor poder a aquella civilización frente al resto.
Pan y fuego han sido los primeros éxitos de esta civilización, cuna de las restantes y en donde, como ya todos saben, surgió el primer lenguaje escrito, la escritura cuneiforme mucho antes de la escritura jeroglífica egipcia.
Esta innovación va a marcar el final de la época prehistórica, inaugurando con ello la historia, tal y como la conocemos, donde queda constancia escrita de los acontecimientos que se van sucediendo.
Un pueblo que se caracterizó por el desarrollo de la cultura y la conservación del conocimiento, creando bibliotecas que se iban engrosando con nuevos tomos sobre las materias más diversas desde la medicina hasta la astronomía, además de recoger multitud de mapas, cartas, cronologías y listas de leyes entre otras.
A diferencia de otros pueblos posteriores, que emplearon los pergaminos y el papiro como modo de recoger su conocimiento, haciéndolo vulnerable al paso del tiempo por las humedades e incluso ante los incendios, al haber escrito sobre arcilla ha permitido que su conocimiento llegue intacto hasta nuestros días.
Aquello me sorprendió, parecía que a pesar de que seguía hablando no le escuchaba, me repetía una y otra vez esas palabras “pan y fuego”, sabía que me sonaba de algo que había visto u oído en otro momento durante ese día.
A pesar de que intentaba recordar no conseguí recordar dónde había sido que lo había visto u oído, cuando conseguí encontrar un lugar tranquilo me senté y respiré profundamente lentamente.
Ya estaba en condiciones para utilizar una técnica que había desarrollado durante mis años de excavación, que consistía en cerrar los ojos y concentrarme en un punto blanco imaginario en mitad de mi frente, eso me permitía tranquilizarme y relajarme aún más.
A partir de ahí empezaba a revivir mentalmente visionando los hechos acontecidos durante el día como si de una película se tratase, avanzando a mayor o menor velocidad entre aquellos para dar con el recuerdo que quería.
Esto me había sido muy útil para rellenar mis anotaciones de campo después de haber estado excavando y extrayendo piezas de distintos lugares. En mi trabajo es muy importante saber exactamente en qué lugar, a qué profundidad se hallan las piezas, para poderlas relacionar con todas las halladas en la misma zona y así poder determinar a qué época y civilización pertenecen.
Es por lo que tenía esta especie de memoria visual para que no se me escapase ningún detalle. Por la noche antes de acostarme revisaba mis cuadernos de anotaciones y los rellenaba con la información que se me hubiese pasado anotar. Una memoria que perdía por la noche, con lo que a la mañana siguiente amanecía sin esa memoria visual, con lo que me permitía llenarla de nuevo durante esas intensas horas de trabajo diario.
Fui avanzando por mi recuerdo visionando lo que había hecho, hasta que llegué a aquel texto, recordaba dónde lo había visto y aproximadamente la hora, lo que tenía a cada lado e incluso recordé que era una letra clara, probablemente de una niña que a pesar de tener pocas palabras tenía una expresión correcta por lo que supongo que tendría más de siete años.
Emocionado por creer haber encontrado algo salí de la conferencia sin esperar a que esta terminase y me dirigí con el corazón acelerado a la biblioteca. Al llegar a la escalera los agentes que había en la puerta viéndome con tanta premura se aprestaron a detenerme para averiguar si había algún problema, después de tranquilizarme les aclaré que no sucedía nada, que siguiesen en su puesto mientras accedí al edificio.
Pasé los controles de seguridad preceptivos, a pesar de que todos me conocían no me dejaban saltarme la cola, por lo que con mucha paciencia tuve que esperar antes de dirigirme a un apartado donde estaban los becarios trabajando.
Esta es una sala diseñada dentro de la exposición, cerrada con paredes de metacrilato opaco, en cuyo exterior se proyectaban imágenes sobre las piezas más importantes de la muestra, con lo que se conseguía disimular aquel espacio de forma que los visitantes no se percatasen.
Por dentro era un lugar pequeño escasamente iluminado, con tres puestos de trabajo cada uno con su ordenador, en donde se guardaban la información de las piezas y se realizaban los trabajos de diseño de espacios, desde donde diseñamos la presentación de la exposición.
Una gran mesa ocupaba el centro de la sala en donde planeábamos y discutíamos los aspectos a mejorar, resolvíamos los problemas que iban surgiendo y planeábamos las próximas exposiciones.
En un armario guardábamos enrollados copia de los mapas sobre la arquitectura del edificio, las instalaciones eléctricas y del agua, material necesario por si en algún momento lo necesitaban los bomberos ante cualquier imprevisto.
Otros tantos contenían la distribución de las vitrinas por las distintas secciones, en estos se señalizaba por separado el cableado de la luz y de las alarmas. Todo diseñado al milímetro para sacar el mayor provecho del espacio que nos habían cedido para la exposición.
Ellos que al parecer estaban haciendo algo diferente de lo que debían pues se asustaron al verme llegar y cerraron con celeridad la tapa del portátil para que no pudiese ver a qué se dedicaban.
– ¡No pasa nada! -afirmé con tono conciliador pues no estaba interesado en saber a qué venía tanto misterio- quiero que me ayudéis a buscar una de las hojas de respuesta de la muestra.
– ¿De qué habla? -articuló uno de los becarios con voz nerviosa mientras se levantaba con rapidez del sitio y se dirigía hacia mí.
Él era un chico de estatura media algo rechoncho, a pesar de que vestía siempre bata blanca tal y como les había rogado repetidamente se dejaba todavía entrever varios de sus tatuajes tanto en sus muñecas como en el cuello.
– Las sugerencias, las que he leído, hay una que me interesa localizar, quiero que las saquéis todas y que me ayudéis a buscarla -pronuncié con apresuradamente mientras llegaba a la mesa y empezaba a remover los papeles que había encima.
– No creo que sea necesario, sólo díganos lo que está buscando -objetó el becario que estaba a mi lado con cara de satisfacción, pero sin hacer nada por ayudarme con aquellos papeles.
– ¿Cómo que no importa? -inquirí confundido ante aquella falta de interés que mostraban por lo que les requería sabiendo que como becarios debían de colaborar en todas las tareas que precisase.
– Hemos estado escaneando todas y cada una de las opiniones que recogimos y las hemos guardado en el ordenador…
– Así es, ha sido un trabajo minucioso y metódico, pero eso nos ha permitido poder dar voz a los visitantes en la red -repuso interrumpiendo el otro becario, con actitud inquieta, mientras me requería con la mano repetidamente para que me acercase a ver lo que había en la pantalla de su ordenador.
Él era un chico alto y delgado, igualmente vestía bata blanca todo el tiempo, pero siempre llevaba los bolsillos llenos de cachivaches electrónicos y a todas horas se le veía mascando chicle.
– ¿El qué? -proferí desconcertado sin saber a qué se refería.
Me acerqué al puesto de trabajo del segundo becario para ver qué quería, mientras que el primer becario se acercaba y se colocaba al otro lado.
– Excediéndonos de nuestro cometido, hemos escaneado cada uno de los dibujos y la hemos subido junto con su comentario a la red, de forma que cualquier persona pueda ver el trabajo realizado. Es como los que seleccionamos para ponerlos en las columnas exteriores de la Biblioteca, pero estaba vez volcado en la red.
Aclaró el segundo becario eufórico realizando muchas gesticulaciones con sus manos. Mientras el primer becario cogió el teclado e introdujo una dirección de internet y tras pulsar la tecla “enter” se abrió una página web en cuya cabecera se mostraba el nombre de la exposición junto con el horario de visitas y la dirección de la Biblioteca.
Debajo de ésta, en la parte de la izquierda se presentaba el índice de las obras presentadas. Al pulsar sobre cualquiera de ellas, se abría un recuadro en el área central donde se explicaban las características más relevantes de la pieza y se describían los pormenores de la misma, quedando reservada el área de la derecha para las opiniones de cada uno sobre esa obra.
El segundo becario con el ratón pulsó sobre una de las opciones y se cambió de pantalla a una en la que en la parte superior aparecía el nombre y la foto de la pieza en cuestión, y debajo de ella un listado de opiniones de los participantes.
– ¿Y eso para qué? -cuestioné indiferente ante aquello que se escapaba de mi entendimiento.
– Se trata de compartir, es la filosofía de las redes sociales en internet. No se puede hacer idea de la gran cantidad de visitas que hemos tenido desde que subimos el primero de estas hojas de respuesta. De los que todavía no han pasado por aquí no sé si vendrá, pero ahora conocen el evento y saben la opinión de los que lo han visitado -expuso el primer becario eufórico mientras iba a buscar la silla de su puesto de trabajo.
Estaba apabullado con aquello, en verdad que lo del internet no lo tenía del todo claro que fuese útil para una exposición tan seria como la que había conseguido realizar.
Pero bueno, había sido iniciativa de los becarios los cuales parecían estar más próximos a un auditorio distinto al que yo estaba acostumbrado, el público juvenil del que yo tenía poca fe que tuviese ningún interés por la historia y menos por el mundo antiguo.
Aunque la realidad parecía ir en contra de mis convicciones sobre el público que estaría interesado en acudir a la muestra. En el breve periodo que había permanecido abierto se había llenado de alumnos de escuelas e institutos, bien acompañados por sus profesores o como parte de alguna tarea de clase.
Esto había provocado algunas quejas por parte del personal de la muestra, no porque fuesen irrespetuosos o molestasen, sino porque les realizaban consultas tan difíciles a la vez que inocentes que dejaban a los guías sin saber qué responder.
Toda una revolución para mi concepción de un público selecto de nivel socioeconómico alto, filántropo con un interés en la cultura en general y en la historia en particular, que acudían en contestación a invitaciones personales.
En cambio, ahora venían porque lo habían visto en internet o conocían a alguien que le había gustado.
Había oído comentar que en algunas ciudades se daba el fenómeno de Flashmob (Multitud Instantánea) en que una muchedumbre de jóvenes, que entre ellos no tienen ninguna relación ni se conocen, acude en respuesta a una convocatoria multitudinaria.
Para este reclamo emplean todo tipo de medios, ya sean mediante mensajes de móvil, redes sociales o correos electrónicos, para hacer acto de presencia e incluso participar de alguna actividad lúdica masiva concreta, para en pocos minutos disolverse y volver cada uno por donde ha venido como si nada hubiese sucedido.
El primero de estos eventos aconteció en esta misma ciudad en la tienda de Macy´s en el 2003, en que un centenar de personas se reunieron alrededor de una alfombra de la tienda, pasando por las caminatas de zombis y desfiles de espontáneos que andaban por la pasarela improvisada como si fueran modelos.
Luego se ha ido extendido a las ciudades europeas como en Madrid (España) con su congelación masiva en la estación del tren, en que los participantes permanecían inmóviles durante unos minutos o Roma (Italia) donde una multitud acudió a las librerías preguntando por unos libros que no existían.
Y poco a poco al resto del mundo, como en Buenos Aires (Argentina) con las guerras de almohadas o Lima (Perú) con la reunión para hacer pompas de jabón. Pero me sorprendía que, sin llegar a tanto, esa comunicación impersonal de los ordenadores pudiera despertar en los más jóvenes algún interés por el arte antiguo.
Aunque puede que sea así como se han llenado las sesiones de las conferencias más polémicas a la vez que especulativas, en el que tratan de plantear diferentes acercamientos a los hechos desconocidos del mundo sumerio desde las distintas disciplinas científicas, pasando por las filosóficas, hasta llegar a las más imaginativas sin ningún fundamento.
– Bueno, díganos, ¿Qué está buscando? -proclamó el segundo becario animado como si de un reto personal se tratase poniendo sus manos sobre el teclado, agitando los dedos preparándolos para escribir.
– Ah, sí, a ver que recuerdo…, son dos palabras…, la primera era algo parecido a “comida” … y la segunda…, tenía relación con el “fuego”. Mira a ver si puedes encontrar el comentario que contenga alguna de esas dos palabras -apunté sin saber muy bien cómo funcionaba el programa y si con esos pocos datos se podía localizar el comentario que había leído.
– A ver, con “fuego” hay tres, y de estos… -y presentó rápidamente en la pantalla la imagen de tres de las hojas de respuesta escaneadas- vamos a leerlos a ver si dicen algo de comida.
– No importa, es éste -afirmé señalando a la imagen que contenía el dibujo que recordaba haber visto junto con el texto que buscaba- ¿Me lo podéis imprimir?
– ¡Sí, claro!, va a salir por esa impresora en tres, dos, uno, listo -repuso el segundo becario mientras se reclinaba la silla hacia atrás estirando los brazos en alto con cara de satisfacción.
A esto que se incorporó el primer becario que traía arrastrando su silla de oficina para sentarse a ver qué hacíamos y preguntó,
– ¿Nos puede comentar de qué va todo esto?, pues hasta ahora no había mostrado demasiado interés en estos comentarios de los visitantes, quitando cuando nos ayudó a leer unas pocas el resto ni las miró y en cambio ahora nos pide que le busquemos esto -solicitó el primer becario con cierto interés.
– Cuando lo sepa os lo cuento, de momento no os puedo contar nada al respecto, solamente agradeceros vuestra iniciativa y sobre todo vuestra eficacia -manifesté con satisfacción intentando eludir la pregunta.
Los becarios se miraron entre sí y compartieron gesto de no entender la situación, mientras yo aprovechaba para escrutar la hoja impresa que me habían dado con la imagen y el comentario que buscaba.
Tras examinarla detenidamente me quedé un momento traspuesto, pensando en el siguiente paso que tendría que dar para descubrir aquel misterio.
Después de mucho cavilar y ante la imposibilidad de encontrar una solución satisfactoria les planteé mis dudas para intentar averiguar si a ellos se les ocurría algo,
– ¿Es posible saber de quién es?, ¿Hay alguna forma de averiguar los datos del autor de este comentario?
– ¿Cómo dice? -preguntó con asombro el segundo becario, poniendo cara de desconcierto- ¿Quiere que averigüemos quien lo escribió?
– ¡Sí, así es!, ¿Es posible que os lo dé el ordenador? -volví a insistir ansioso sin saber si aquella máquina podría darme la información que solicitaba.
– ¡No lo creo! -afirmó con contundencia el primer becario sonriendo entre dientes y negando con la cabeza, con cara de escepticismo.
– Podríamos saberlo analizando el papel sobre el que se escribió para ver si hay huellas dactilares y luego pasar estas por la base de datos del F.B.I. para conocer su identidad -señaló el segundo becario con tono de mofa mientras echaba el brazo sobre el primer becario y le guiñaba un ojo.
– ¡Sí, claro!, si quien lo ha escribo ha cometido un delito nos saldrá, no sólo su identidad, sino su perfil criminológico -confirmó el primer becario siguiendo con el mismo tono de guasa.
– Vale chicos, lo he captado, no hace falta que hagáis más chistes al respecto. Es un callejón sin salida, sólo quería saber si lo podíais averiguar -repuse con tono molesto intentando retirar aquella absurda cuestión, concluyendo así ese pequeño momento de relax.
– Bueno hay una forma -apuntó pensativo el primer becario mientras se tocaba repetidamente la barbilla con una mano mientras con la otra daba suaves golpecitos con un lapicero sobre la mesa.
– Anda déjalo ya -repuso el segundo becario con tono de que la broma había durado demasiado.
– No, lo digo en serio, mire, esta urna está cerca de la salida, es un lugar por donde han de pasar todos los visitantes y por tanto tiene que estar vigilado por cámaras de seguridad… -indicó el primer becario con tono reflexivo mientras me guiñaba un ojo.
– ¿Tú crees que si yo les llevo este papel a los de seguridad ellos podrán averiguarlo? -le consulté con sorpresa intentando completar en aquella propuesta.
– Por probar no se pierde nada -comentó el primer becario con regocijo.
– Por si le sirve de algo le puedo decir que la nota pertenece a una niña, por la letra que tiene, se parece un poco a la de mi hermana -repuso segundo becario mientras miraba interesado en la pantalla la hoja de respuesta que me habían imprimido.
– Sí, eso mismo es lo que había pensado, gracias por vuestro tiempo chicos, seguir así -agradecí mientras me iba de la sala.
Salí en dirección a la sala de control, dejándoles con su pequeña celebración por haber acertado al meter las hojas de respuesta de los visitantes de la muestra en una base de datos que me había resultado muy útil, pudiéndome con ello ayudar, a la vez que se relajaban.
Tras atravesar un pasillo controlado por vídeo vigilancia llegué frente a una puerta la cual tenía guarda apostado delante que me impidió la entrada, argumentando que no estaba autorizado a estar allí.
Tras protestar enérgicamente conseguí que llamase a su jefe, el cual me autorizó a pasar a aquel centro de control para el que se habían traído un pequeño cerebro electrónico como lo habían llamado los técnicos que acudieron a instalarlo.
– Buenas, soy el comisario de la exposición, quisiera que me ayudasen -expresé enérgicamente con tono firme para captar la atención de alguno de los operarios de la sala los cuales parecían absortos en su tarea de mirar a los monitores.
– No sé quién le ha dejado entrar, pero entenderá que estamos muy ocupados -declaró disconforme uno de los operarios sin separar la vista de las pantallas mientras seguía escrutando que todo estuviese en orden.
– Creo que son los únicos que me pueden ayudar -manifesté desanimado tratando de justificar mi presencia allí dentro a la vez que mostraba la hoja impresa con el dibujo y las palabras de la que suponía sería una niña.
– Díganos a qué ha venido y acabemos pronto -sugirió una mujer desde el final de la sala mientras se levantaba y dirigía hacia donde me encontraba.
Era una mujer menuda, de unos cuarenta años, de piel clara que, con numerosas pecas, y una melena corta rizada y pelirroja. Vistiendo blusa blanca de manga larga y pantalones azules, calzando zapatos con tacones altos de aguja.
Le enseñé la hoja impresa, con el dibujo y aquellas pocas palabras, y le expliqué que quería localizar al autor de la nota, pues era de vital importancia para mí. Ella recapacitó un momento y me indicó en tono de bajo casi murmurando,
– Lo que va a ver aquí no se lo puede decir a nadie, se trata de tecnología que no existe oficialmente lo que nos facilita el poder atrapar a los ladrones. Por tanto, debe permanecer en secreto pues de otra forma dejará de sernos útil para nuestro trabajo.
– Bueno, no creo que sea una ladrona, ni que esté en ninguna base de datos del gobierno de personas en búsqueda y captura -rebatí con tono de mofa- según creo es la letra de una niña, tan inocente como eso.
– No creo que sepa de lo que está hablando, probablemente lo que dice lo ha visto en alguna película o serie de televisión, nosotros somos profesionales de la seguridad y ni se hace una idea de lo avanzada que está la tecnología hoy -precisó chulescamente- observe y calle.
Diciendo esto pasó la imagen a otro compañero, el cual la escaneó y lo introdujo en un ordenador, hecho esto y tras tocar unas teclas, pusieron en la pantalla todas las cámaras de seguridad que había, que para mi sorpresa debían de ser más de cien.
Un cuadro rojo fue pasando muy rápidamente por cada una de ellas borrándose algunas a su paso, hasta que quedaron seis encendidas. Tras esto, ella repartió el trabajo entre los otros operarios, y cada uno de ellos examinó el contenido de una de las pantallas, hasta que uno vociferó,
– Ya la tengo.
– Pásale el perfil a los demás y enviarme a este monitor los resultados -ordenó la mujer al resto sin perder tiempo, girándose hacia mí para mostrarme una sonrisa burlona.
No habrían pasado más de dos minutos, desde que le di el papel con el dibujo y la frase, cuando me indicó la mujer con tono de satisfacción,
– Ya está, la tenemos grabada en vídeo desde que entró a la Biblioteca hasta que salió ella, además de todo el recorrido que realizó ¿Quiere verlo?
– Sólo estoy interesado en saber su identidad a ser posible quisiera conocer su nombre si no es demasiado pedir -apunté pasmado por la eficiencia y velocidad de trabajo de aquellos operarios.
– Bueno, ese dato no se lo podemos dar, pues es una niña pequeña, pero sí le puedo afirmar que entró junto con su grupo de escolares, si le parece bien le digo el nombre de la institución en donde estudia, así como el de la profesora a cargo de su grupo -repuso mientras escribía los datos en un papel.
– Perfecto, yo me encargo del resto, muchas gracias a todos -voceé a todo el equipo levantando la voz después de recibir el papel.
– Ahora le agradecería que abandonase este lugar y nos dejase seguir haciendo nuestro trabajo; recuerde, no puede contarle a nadie lo que aquí ha visto -indicó la mujer con gesto serio, mientras con la mano me señalaba la puerta por la que había entrado.
Salí contento, todavía no tenía muy claro de qué me iba a servir todo aquello, pero ya sabía por dónde seguir la pista de aquella niña, de la cual me habían dado hasta una foto.
Era una niña de piel cobriza, con nariz fina y ojos grandes, el resto estaba oculto tras un bonito velo de dos tonos de color azul, siguiendo el hiyab (código de vestimenta femenina de la mujer islámica) por el que la mujer debe de cubrirse la mayor parte del cuerpo.
Aquello me dio pistas de que debía de ser de familia tradicional islámica, aspecto que era bastante corriente ver en una ciudad tan cosmopolita como Nueva York, donde están representadas todas las religiones con mayor o menor número de fieles. Una convivencia multiétnica, multicultural y multireligiosa basada en el respeto mutuo que no ha tenido problemas de convivencia en una tierra de acogida de inmigrantes de cualquier procedencia, asumiendo para sí la idiosincrasia de los demás; adaptándose en las sucesivas generaciones al modo de vida del país, con sus libertades y oportunidades por igual para todos.
Me dirigí en metro a la escuela de primaria, tras presentarme al director, e intentar explicarle el motivo de mi interés por entrevistarme con una de sus alumnas, accedió a ello con la condición de que fuese en el horario del recreo y que estuviese delante su tutor.
Aquello me pareció bien y así se lo hice saber, tras finalizar la entrevista tuve que estar aguardando en el pasillo que daba a la dirección a que fuese la hora del recreo, cuando sonó la campana salieron de todas las aulas los niños corriendo y chillando, con ganas de despejarse y divertirse.
Salió el director de su despacho y me indicó que le acompañase. Los dos anduvimos por un pasillo hasta una clase en donde había un adulto y dos niñas.
Una de ellas sin duda era la de la foto y estaba vestida con la misma ropa que había visto en la foto. Llevaba un velo sobre la cabeza, esta vez de color blanco, una blusa interior de color azul oscuro y sobre esta de color verde pistacho adornado con flores, por debajo del vestido se podía ver que llevaba vaqueros, calzando modernas deportivas azules.
La otra niña no sabía quién era, pero parecía de su edad pues tenía su misma altura y además ambas asistían a la misma clase. Lo que estaba claro es que no era musulmana o al menos no practicante, pues llevaba una indumentaria diferente a la primera.
Era de color, con el pelo rizado negro, llevando la cabeza sin cubrir y vistiendo un chándal de color rosa, llevando también deportivas, aunque en este caso eran también rosas a juego con el resto de su atuendo.
Tras presentarme a su tutor, se fue el director y me dejó allí por espacio de media hora máximo para poderme entrevistar con la niña a la cual la saludé,
– Hola, ¿Cómo te llamas?
– Se llama Fátima -me repuso la otra niña adelantándose a contestar.
Aquello me extrañó, pero no le di más importancia, sacando del bolsillo el papel impreso donde estaba su dibujo y las pocas palabras que había escrito, se lo mostré y le interrogué,
– ¿Lo reconoces?
Ella lo tomó entre sus manos y con una gran sonrisa le susurró algo a su amiga al oído y esta me aclaró,
– Sí, es suyo, lo hizo hace unos días en la muestra de la biblioteca.
Con gesto de sorpresa y desconcertado, recriminé a la niña que había vuelto a hablar,
– ¿Por qué no dejas que hable ella?, si quieres puedes irte al recreo.
El tutor carraspeó para que le mirase, cuando lo hice vi que me estaba haciendo un gesto de desaprobación con la cabeza moviéndola de izquierda a derecha repetidamente, indicándome con la mano que me acercase a un rincón de la habitación y allí a media voz me aclaró,
– Es usted un hombre, un desconocido, no le puede responder directamente Fátima.
Aquello me chocó, no entendía a lo que se refería así que le repuse algo contrariado por su falta de cooperación,
– Como sabrá he hablado con el director y me ha dado permiso para entrevistarla y no tengo demasiado tiempo.
– Haga por entender, ella es una niña musulmana que ha de cumplir con unas normas sociales diferentes de las nuestras, a pesar de su integración hay que respetar sus costumbres. No puede hablar con hombres desconocidos sin que un familiar esté presente, y como no es el caso, ella le está contestando a través de su amiga para así no faltar a sus costumbres -apostilló su tutor con elocuencia.
Entendí a lo que se refería, aunque desconocía que tal práctica existiese, lo respeté y asentí. Me volví hacia las dos niñas y ahora me dirigí a su amiga para pedirla perdón y así se lo expresé, tras esto volví a dirigir a Fátima sabiendo que ella no me respondería directamente,
– ¿Por qué has pintado este símbolo y has escrito esto?
– La profesora que nos acompañó a la Biblioteca indicó que pusiésemos lo que más nos había gustado de la exposición y yo así lo hice -comentó su amiga tras escuchar a Fátima lo que la decía en voz baja.
– Pero ¿Por qué precisamente esto? -la cuestioné tratando de indagar un poco más en aquello que era de mi interés.
– Es que el dibujo la suena a algo que conoce de su pueblo -refirió la niña con cara de ignorar a qué se refería.
– ¿Qué pueblo?, ¿A qué te refieres? -intenté sonsacarla obcecado sin darme cuenta de que el tutor se estaba acercando por detrás.
– Está bien, ya es todo por el momento, la está asustando -comentó el tutor poniéndose delante de mí para que no inquietase a aquellas niñas.
– ¿Es posible que pueda hablar con sus padres? -reclamé al tutor algo angustiado al ver que se me escapaba la posibilidad de encontrar respuestas.
– ¡No lo creo!, recuerde que esta conversación no la ha tenido, usted no ha hablado con la menor, no queremos tener problemas en el colegio, le hemos consentido todo lo que hemos podido, pero nada más -explicó con tono severo mientras indicaba a las niñas que podían irse al patio a jugar.
– Sólo una consulta más, tengo que saber de dónde son sus padres -demandé con algo de desesperación al tutor que ya se dirigía hacia la puerta con las niñas.
– Eso se lo puedo contestar yo, ellos son de Irán. Ahora le pido que salga de la clase -me reclamó mientras sujetaba la puerta para cerrarla cuando saliese.
– Gracias a las dos y a usted, ha sido un placer -repuse con una sonrisa forzada mientras me dirigía hacia la salida pasando por delante del tutor y de las dos niñas.
Terminada le entrevista salí del colegio turbado por lo que acababa de descubrir, Irán era el nombre actual del país que ocupaba el territorio de lo que fue en su momento Persia, tierra de paso de numerosos pueblos que quisieron adueñarse de su localización privilegiada, paso obligado del comercio entre oriente y occidente, y previo a esto fue parte de Sumeria.
¿Es posible que aquella niña fuese descendiente directo de aquel antiquísimo pueblo?, y lo más inquietante, ¿Es posible que de alguna forma se mantenga entre ese pueblo anécdotas y conocimientos que no han trascendido al ámbito académico?
Parecía claro que aquella niña sabía más de lo que decía, pero tenía restringido el acceso tanto a ella como a su familia; tendría que buscar otra forma de acercarme a ese colectivo desconocido para mí hasta ese momento como eran la comunidad iraní en Nueva York.
Supongo que al igual que sufrieron bastantes musulmanes en los años previos, en que existía un fuerte sentimiento en contra de los ciudadanos de Oriente Medio, en especial los iraquíes. Ellos habrán tenido que soportar el rechazado social, las miradas acusativas de los familiares de los soldados que regresaban del campo de batalla envueltos en aquellas bolsas negras y del recelo de la ciudadanía en general.
Una guerra que había dividido a la opinión pública. Entre la mayoría que consideraban que no se debían mantener dentro de nuestras fronteras a un potencial peligro dando con ello prioridad a la seguridad de la población general. Y los menos que entendían que se trataba de una postura exagerada, alegando que siempre deben de prevalecer los derechos individuales, pudiendo vivir allá donde prefiriera.
Como si todos y cada uno de los musulmanes, hombres, mujeres, ancianos y niños de este país fuesen capaces de atentar contra el resto de la ciudadanía, aún a costa de exponer su propia vida en ello.
Una postura que ha provocado un sentimiento tan dispar, que incluso algunos se han convertido al islán como forma de protestar ante la política de su gobierno. Un momento especialmente delicado para las pequeñas comunidades que se veían excluidas, susceptible de habladurías y desconfianza, alimentado además por el oscurantismo que rodea a los pequeños grupos que en muchos casos se encierran en guetos que a unas causas razonadas y razonables.
A pesar de que por parte de las autoridades y de los propios grupos han querido dar una apariencia de calma, realizando celebraciones de fiestas abiertas a todo el que se quiera acercar para aproximarse un poco a su cultura y forma de sentir, y con ello suplir el miedo a lo que se ignora, a pesar de ello eran pocos los que aprovechaban para acercarse.
Por mi parte como comisario de la exposición había tenido que hablar con múltiples representantes de las distintas minorías que podían tener algo que ver con la temática de la muestra a mi entender, para invitarles a participar o simplemente a asistir, con suerte desigual.
Por lo tanto, no me resultaría difícil intentar ver si en mi agenda había el número de alguien que me pudiese ayudar a averiguar cómo una niña tan pequeña podía saber sobre los misterios de una civilización extinta.
Ya no era tanto por el contenido de su sugerencia, eso del pan y del fuego, sino por la familiaridad con la que hablaba de hechos del pasado como si fuese una tradición viva dentro de su pueblo.
Aquello me intrigaba, ¿Y si no estaba del todo extinguido aquel pueblo?, si por algún extraño capricho del destino de forma clandestina y secreta se había salvado parte o todo el conocimiento del primer pueblo de la humanidad.
A medida que me hacía aquellos planteamientos un extraño calor me inundaba el cuerpo, era como cuando a un niño se le dice que le van a dar un premio, es una emoción de deseo e incertidumbre juntas, unido al ansia por desvelar aquella sorpresa. No me podía ni imaginar la de multitud de cuestiones que la hubiese hecho a aquella niña si me hubiesen dejado, o a sus padres si los pudiese conocer.
Sería como indagar los restos pétreos, las ruinas de las ciudades y templos, las estelas o las figuras de aquel pueblo, para que estos desvelasen el mayor secreto que puede tener un pueblo, su conocimiento. La tecnología que en aquel tiempo era lo más avanzado que existía y que le permitió extenderse y florecer como civilización había sido superada ya desde tiempo de los romanos, pero el saber cómo un humilde pueblo se había convertido en cuna de civilizaciones, era todo un misterio para mí.
Conocía las teorías más variopintas, pero ninguna era concluyente, simplemente se trataba de una posibilidad, pero sin que nadie tuviese la verdad definitiva
¿Y si esta niña lo tenía o su familia?, ¿Y si en secreto lo habían transmitido de generación en generación hasta nuestros días?
Sería un tesoro de incalculable valor para la ciencia, podría cambiar nuestra concepción de nuestra forma de ser y pensar desde los cimientos, daría todos mis años de estudios por conocer esos secretos de existir.
Se trataba de la cuna de la nuestra historia, un hecho olvidado extensivamente por la comunidad científica más centrada en rescatar los viejos misterios de la civilización griega o romana más próximos a nuestros días que en aventurarse a descubrir nuestros orígenes. Incluso los egiptólogos eran vistos con recelo por los demás, como si de unos románticos empeñados en desencantar los secretos de las arenas se tratasen.
Supongo que cada uno investiga según le llega la inspiración o por modas, como suele ser más corriente, ya es justamente a esos últimos a los que les llega más fácilmente la financiación pues tienen mejor prensa en ese momento.
Querer descubrir de dónde venimos, ha sido uno de los grandes asuntos que siempre nos hemos planteado, a los que demasiados han intentado dar fantasiosas explicaciones en vez de centrarse en realizar nuevas averiguaciones arqueológicas o tratar de aprender de pueblo que viven todavía casi sin contacto con el mundo civilizado.
Me asombró enterarme por un noticiario que un colega afirmaba haber descubierto nuevos pueblos humanos que habían permanecido sin contacto con el hombre blanco y para ello aportaba imágenes recogidas desde una avioneta bimotor en donde se podía observar a algunos de sus miembros en actitud agresiva ante la presencia de aquel extraño y ruidoso objeto volador.
Hoy en día parece impensable que un mundo cartografiado por satélites, en el que están continuamente surcando aviones por encima de nuestras cabezas, pueda haber sitios vírgenes donde la especie humana se ha desarrollado sin los rudimentos de nuestra civilización, la electricidad, el petróleo o la penicilina.
Para mí esa sería nuestra definición de desarrollo que hemos adoptado, supongo que habrá otros, aunque lo ignoro, pero si por algún motivo nos faltase alguno de estos tres elementos se acabaría la civilización como la conocemos.
Todos los aparatos eléctricos por definición necesitan electricidad, y sin esta no son más que un montón de cacharos llenos de circuitos inservibles e inútiles. Igualmente, nuestro sistema productivo y nuestros medios de transporte están basados en los subproductos procedentes del petróleo, junto con los envases en los que conservamos la comida, en las botellas y los envases de nuestros líquidos, incluso en la ropa.
Si nos faltase provocaría tal caos que retrasaríamos como civilización cientos de años, todavía recuerdo hace unos pocos años cuando hubo una escalada de precios del crudo y empezó a subir como la espuma el combustible de las gasolineras, así como el de los alimentos en los supermercados.
En unas pocas semanas en algunos pueblos, más alejados del centro se vieron sin suministro, teniendo que hacer largas colas en las pocas gasolineras que todavía distribuían algo para lo cual debían de recorrer inmensas distancias.
Igualmente, la comida de los supermercados desapareció literalmente porque los más precavidos, y sobre todo fruto de un cierto contagio de pánico en la población, hizo que todos quisieran tener provisiones con las que subsistir ante una eventual falta de provisión en los comercios.
Los más incautos que confiaron en la información que a través de la radio y la televisión se emitía intentando reducir el pánico, cuando fueron a comprar apenas encontraron productos, y alguno hasta tuvo que pelearse para conseguir llevárselo.
No me imagino cómo hubiese acabado todo si los gobiernos no hubiesen sacado sus reservas para paliar la escasez, a pesar de que corrían el peligro de agotar sus propias reservas en poco tiempo haciéndoles vulnerables ante la creciente especulación económica que se había formado alrededor de este escaso recurso.
Ahora a pocos años vista de aquello, vivimos sin preocuparnos por lo que podrá suceder en un futuro cada vez más próximo en que acabará esta materia prima fruto de la sobreexplotación de los pozos petrolíferos.
Conociéndolo y visto sus efectos devastadores sobre la sociedad tal y como la conocemos, varios gobiernos han empezado a dar prioridad a los proyectos de energía llamada alternativas, como la solar (procedente de la luz del sol) o la eólica (de la fuerza del viento).
Dejando todavía sin considerar suficientemente otras de igual o mejor rendimiento como la energía undimotriz y la mareomotriz (generada por las olas y las mareas respectivamente) o la geotérmica (procedente del aprovechamiento del calor interior de la Tierra).
Por último, y no por ello menos importante, si careciésemos de los medicamentos, ese gran invento resultado del descubrimiento de la penicilina por Fleming en 1929, se acabaría la civilización tal y como la conocemos.
Esto lejos de ser una posibilidad remota; ya lo habían padecido numerosos pueblos cuando se tuvieron que enfrentar a enfermedades para las que no tenían remedio en que vieron su población diezmada y en algunos casos hasta desaparecieron como pueblo.
Un hallazgo casual, al encontrar en una de sus placas de microscopio un hongo bautizado como “Penicillium Notatum” que había frenado el crecimiento del estafilococo, que cambió la vida, reduciendo la mortalidad infantil, posibilitando la recuperación de enfermedades que de otra forma se convertirían en pandemias y permitiendo una mayor calidad de vida hasta una edad muy avanzada.
Hoy en día se sigue utilizando como antibiótico empleado para tratar múltiples enfermedades infecciosas como la sífilis, la gonorrea, el tétanos o la escarlatina, además de la faringoamigdalitis estreptocócica y la profilaxis de la fiebre reumática entre otras enfermedades.
Sin medicamentos, cualquier pequeña gripe estacional sería decisoria en la merma en los miembros de la población ya que no habría forma de combatir sus efectos por leves que fuesen.
Y no sólo me refiero al peligro de las pandemias actuales de las cuales desconocemos su origen o cura, sino al contagio de enfermedades comunes a las que estamos expuestos diariamente y que gracias a un medicamento genérico como son los antibióticos de amplio espectro tiene un efecto quimioterapéutico a la vez que mitiga el dolor, reduce la fiebre y la inflamación.
¿Qué sería de todos esos enfermos que deben de tomar religiosamente su medicamento para evitar que la enfermedad se extienda?, ¿Cuántos millones y millones están siguen viviendo en el mundo gracias a estos pequeños remedios encapsulados?
Incluso los países más cerrados en cuanto a su cultura, recelosos de la influencia del imperialismo colonial, aceptan toda la ayuda que puedan recibir de los médicos cuando se enferma alguno de sus miembros, sobre todo si estos pertenecen a un estatus elevado dentro de la sociedad.
No me imagino las devastadoras secuelas de una huelga por parte del sector farmacéutico, provocaría al día siguiente un colapso en las farmacias y dispensarios, cientos de personas rivalizando entre sí por aprovisionase de cualquier tipo de medicamento como si les fuera la vida en ello.
Creo que de los tres éste provocaría más siniestralidad, ya no sólo el número de personas que fallecerían a causa de la falta de su medicamento, sino por los efectos perniciosos sobre la propia sociedad, los individuos lucharían y se matarían por conseguir un remedio, una simple pastilla que puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Nada más que para evitar la desesperación de no tenerlo cuando le hace falta, o porque haya algún familiar necesitado nos convertiría en lobos al acecho de cualquier infeliz del que se supiese que tiene alguna reserva de medicamentos. Una civilización a mi gusto sustentada en pilares demasiado débiles, pero es la que nos ha tocado vivir.
CAPÍTULO 3. HISTORIA DE IRÁN
Estoy convencido de que algo importante se ocultaba en aquel pueblo sucesor de otros que estuvieron antes que ellos, descendientes del primer gran pueblo de la historia, los Sumerios.
Tenía claro que no me podía acercar a la niña ni a su familia sin que me invitasen y para ello tendría que dar algunas explicaciones, como decir de dónde saqué la foto de la pequeña o quien me autorizó a entrevistarla.
Pero creía que tenía la solución para adentrarme en aquel pueblo tan estigmatizado que frecuentemente se confunde con su vecino Iraq y por lo tanto los tratan a veces con desprecio sobre todo por las fuerzas del orden cuando se van a trasladar de un estado a otro por tren o por avión, y más cuando salen o llegan del extranjero.
Saqué mi agenda y empecé a buscar hasta que di con un arqueólogo que me había ayudado a dar una datación aproximada a aquellas piezas sin catalogar pertenecientes a las colecciones privadas.
Le llamé pues trataba de averiguar si él me podía informar algo más sobre esas tradiciones de aquel pueblo. Tras los saludos iniciales le comenté mi interés por entrevistarnos y él estuvo de acuerdo, así nos citamos para esa misma tarde en un café próximo a la biblioteca.
No me sería difícil de reconocer, era una persona oronda, que vestía siempre traje, camisa y pantalones blancos, sobre la cabeza lucía un sombrero de Panamá del mismo color.
Además, daba la peculiaridad de que era una persona que sudaba mucho por lo que continuamente estaba secándose el rosto con un pañuelo que luego guardaba empapado en el bolsillo superior del traje. Formándose a su alrededor una extraña y simpática mancha de humedad con forma de corazón.
Aquella tarde cuando estaba terminando de tomar el café que había pedido mientras esperaba, llegó y tras disculparse por el retraso me intentó sonsacar por el motivo de mi consulta.
– Mira esta foto -le solicité mientras le enseñaba la imagen que Fátima copió en la hoja de respuesta de la muestra junto con esas pocas palabras, mientras terminaba de vaciar mi vaso.
– Sí, ya veo ¿Qué pasa con ello? -articuló con cara de extrañeza mientras esperaba que la camarera le trajese lo que había ordenado al entrar.
– ¿No te suena de nada? -insistí intentando ver su reacción por si ocultaba algo pues me extrañaba en sobremanera que una niña pequeña lo hubiese visto tan claro y a él no se le ocurriese nada.
– No sé, quizás es el dibujo algo infantil de una de las piezas que catalogamos ¿Qué pasa con esto? -volvió a insistir mientras reclamaba expectante a mis explicaciones mientas echaba un azucarillo sobre su café y lo empezaba a agitar lentamente.
No sabía si decírselo, no podía ser que una niña tan pequeña lo hubiese reconocido sin problemas y él, que era una eminencia en su campo, no tuviese ni idea.
– Bueno, ¿De qué va esto? -demandó con insistencia y algo de impaciencia ante mi silencio prolongado, mientras dejaba su vaso tras tomar un interminable sorbo.
– Sólo que me gustaría saber más de su significado, tengo entendido que existe una pequeña comunidad iraní en la ciudad ¿Podrías ponerme en contacto con alguien de ahí que me pueda ayudar? -terminé por demandar viendo que no iba a sacar nada de información.
– No lo sé, déjame pensar, ellos son muy celosos con sus costumbres, deberías de aprender bastante antes de poder acceder, empezando por tu forma de vestir -declaró con una sonrisa mientras levantaba el vaso para volver a beber.
– ¿Qué le pasa a mi chaqueta?, ¿Es que no estoy bien? -formulé pasmado con su comentario.
– Si quieres ir a una boda sí, mira que aparte de las normas propias de su cultura deberás de respetar la del islam, aunque tú no seas creyente de las palabras del Profeta vas a un lugar donde la fe es parte importante, eje de la vida civil y política. Si no conoces el Corán es difícil que puedas entender lo suficiente de lo que vas a ver y oír.
– Bueno ¿Por qué no me acompañas? -pregunté intranquilo por lo que me decía.
– Esto es cosa tuya, sólo te pongo en sobre aviso, incluso a gente como yo estoy mal considerado por haber dado la espalda a mis creencias simplemente por no ser practicante. Nunca me podría casar con una mujer de su comunidad sin traer la vergüenza sobre su familia.
Aquello no me desanimó a pesar de las dificultades que supondría entrar allí me sentía motivado para averiguar si existía un misterio escondido entre aquel pueblo.
La situación me recordaba algo que me sucedió durante mi época de estudiante en que estuve recorriendo buena parte de México tratando de hallar algo que no estuviese ya catalogado.
Intentaba emular a los primeros exploradores que desde el principio se han adentrado en la aventura de descubrir nuevos lugares, zonas inhóspitas en busca de civilizaciones inmaculadas sin que hayan entrado en contacto con el hombre blanco o al menos encontrar sus restos.
Un innegable legado de civilizaciones grandiosas que desaparecieron llevándose con ellos inconmensurables conocimientos, dejándonos construcciones, esculturas y hasta utensilios de la vida cotidiana como testigos de su apogeo, creando a su alrededor un halo de misterio con numerosos secretos a desenterrar.
Sabía que ya no quedaba terreno por descubrir y que hoy en día casi nada nuevo sale a la luz, salvo los tesoros ocultos bajo la superficie del mar que esperan su momento de ser reflotados para compartir las maravillas que quedaron olvidados por el tiempo sin más compañía que el de los crustáceos y moluscos.
Aunque de vez en cuando un golpe de suerte convertía a entregados investigadores o a aficionados a hallar un gran tesoro, ya no sólo porque esté compuesto de oro o piedras preciosas que eso es lo de menos, sino que sea algo totalmente desconocido, una cultura nueva, que despierte el interés y la imaginación de los arqueólogos.
No me refiero a esas piezas que parecen no pertenecer a su tiempo por estar fabricadas con técnicas que se supone no existían en ese período, los denominados Oopart (objetos fuera de su tiempo), adelantándose a su época cientos de años antes de que se avanzase la ciencia lo suficiente.
Ni a esas otras que ponen en evidencia nuestras creencias con respecto a la cronología de la historia denominados objetos imposibles, que para poder dormir los investigadores y científicos ignoran esos hallazgos permaneciendo con sus antiguas creencias a sabiendas de que algunas son falsas.
A mí me gustaría descubrir una dinastía desconocida, un reinado sobre el que no se tuviesen noticias, que se haga un hueco dentro de la historia oficial, complementándola y completándola, pero sin competir con ella.
Un ejemplo de ello sería el caso del hallazgo de Pianki también conocido por Piye, el primer faraón negro de Egipto que inauguraría la Dinastía XXV, por el que todo el territorio estaría gobernado por descendientes del pueblo nubio durante tres cuartos de siglo.
Hasta hace poco este período era ignorado, oculto a la creencia actual que figuraba a los pueblos negros en Egipto como esclavos dedicados al arte de la guerra o como mano de obra barata empleada en la construcción de palacios, templos y hasta las colosales de las Pirámides.
Quisiera inscribir mi nombre en los libros de la historia como ya lo hicieran los grandes descubridores de ciudades perdidas o de tumbas milenarias que dieron buena muestra de valentía y determinación.
Es lo que traté de hacer en mi juventud, tener un solo objetivo, y tratar por todos los medios de conseguirlo, pues sabía que con pequeños pasos es como se construye un gran futuro.
Para ello empecé a estudiar aquellas civilizaciones que marcaron el devenir de esas tierras, buscando los restos arqueológicos que dejaron tras de sí, ya fuesen edificaciones o piezas en los museos.
Luego cuando tenía una idea más exacta de qué era lo que se conocía de un determinado pueblo y qué aún estaba por descubrir me adentré en lo que fue el territorio de ese pueblo, recorriendo caminos, escalando montes y atravesando praderas en busca de algún resto no descubierto con la esperanza de que fuese algo importante.
Quizás fue mi inocencia o mi ímpetu, pero conseguí, tras mucho esfuerzo, rescatar del fondo de un barranco unas piezas que parecían de cerámica, adornadas con pinturas de distintos colores que todavía se podían reconocer.
Ilusionado por mi descubrimiento, anoté todos los datos con respecto a su localización geográfica y de profundidad haciendo multitud de fotos al lugar exacto y a sus alrededores, para documentar mi hallazgo.
Después y para que un experto me corroborase la autenticidad de las piezas, así como me ayudase a calcular su antigüedad, me puse en contacto con un responsable del Museo Nacional de Antropología de México, situado en la capital del país, el Distrito Federal.
Una amplia construcción a cuya entrada está expuesta la colosal estatua de doscientas toneladas del Dios del Agua Tláloc, y en cuyo interior se recogen en sus salas miles de piezas referidas a los pobladores de América desde tiempos prehistóricos hasta los mexicas.
Entre las obras más destacadas del lugar se encuentra el tesoro de la tumba del rey Pakal, la mítica Piedra del Sol con representación la cosmología mexica y el colosal Atlante Tolteca.
Una vez me recibió le enseñé aquel fragmento al responsable del centro junto las fotografías de lugar y todas mis anotaciones y el hombre con una sonrisa declaró,
– Felicidades, has encontrado una buena obra, esta se usaba para realizar ofrendas a los dioses, por eso de sus llamativos colores, lo malo es que es una tradición tan antigua y que aún hoy se practica que existe una extensa documentación al respecto, pudiéndose contemplar la evolución del rito a lo largo de los años, esta pieza en concreto vendría a ser de aquí.
Y me señaló a una mampara de cristal, sin darme cuenta me había conducido por aquel museo hasta donde nos encontrábamos justo frente a mí existía un cuenco completo con los dibujos en perfecto estado, si me lo hubiesen contado no me lo hubiese creído.
Lo mío parecía ahora más el desecho de un alfarero que una buena pieza, y ante mi desilusión me reconfortó el encargado indicándome,
– No te preocupes, los grandes hechos de la historia se han preparado con cuidado y realizado poco a poco; pero lo más importante lo tienes, tu arrojo e ímpetu. Sigue con él y no lo pierdas y verás cómo algún día aquello que hagas dará su fruto.
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