Morrigan

Morrigan
Laura Merlin


LAURA MERLIN

MORRIGAN
LA VENGANZA DE LA DIOSA.

Traducido por: María José Gomes Angelone
Editor: Tektime
Para quienes tanto quiero.
Físicamente distantes.
Espiritualmente cercanos.
“Ella es la luz que me guía
hacia mi destino incierto.
Ella me dice que no tenga miedo
y tome sus manos.
Ella es muerte, es vida
¡mi Diosa Morrigan!
(Trovar de Muerte- Morrigan)

1
LA PESADILLA
Alguien me está siguiendo.
A mi alrededor solo hay enormes extensiones de praderas sin cultivar.
El viento soplaba tan fuerte que lo podía sentir cortándome la piel. Bajé la mirada. En ese momento vestía solamente un camisón blanco de seda. Estaba consciente de que era un sueño, pero también sabía que mis sueños nuca habían sido normales.
Avancé algún pasado sin dejar de mirar hacia atrás.
“Sofía”, parecía gritar el viento.
“¡Sofía!”
Me di vuelta. Un enorme cuervo negro planeaba, dirigiéndose directamente hacia mi cabeza.
Un escalofrío me recorrió la espalda y comencé a correr.
Escuchaba batir sus alas cada vez más cerca.
Me volteé, esperando no encontrar al cuervo pronto a lanzarse en picada como si fuera su presa, pero se me bloqueó la respiración.
Una figura difusa me observaba inmóvil.
Solo los largos cabellos rojos como el fuego y el largo vestido color púrpura eran movidos por el viento.
¿Quién diablos era?
¿Por qué sentía tanto miedo?
¡Y además, en mi sueño!
Comencé a sentir mucho cansancio en las piernas, pero no podía detenerme. No había ningún escondite cercano. Por fortuna era tal la descarga de adrenalina que me producía el terror, que hubiera podido correr quilómetros sin sentir dolor.
Al rato, a lo lejos, divisé la figura de lo que parecía ser mi casa.
Solo parecía, en realidad, porque cuánto más me acercaba me daba cuenta de que era otra cosa.
No lograba entender qué era.
El cuervo se encontraba a poca distancia de mí y sentía su graznido furioso encima de mi cabeza. Noté, con estupor, que aquel pajarraco hablaba.
“Detente, Sofía, no te haré daño”
Escuché aquellas palabras tan cercanas, que pensé que tal vez solo las había imaginado en mi mente. Después de todo, en los sueños, también los animales pueden hablar.
Ojeé velozmente a mis espaldas, para ver dónde se encontraba.
Detrás de mí, la nada, ni siquiera el espectro de mujer que había visto con anterioridad. Solo quedaba el viento sobre la pradera, que hacía doblar las espigas con su furia.
Logré llegar a la puerta. Empujé para ver si estaba abierta y agradecí a la diosa Fortuna por haberse acordado de mi existencia.
Se abrió sin ningún esfuerzo.
Apenas puse un pie dentro de casa, me abrazó una sensación de vacío. Algo me decía que todo estaba mal. Los pisos, generalmente de cerámicas color rosa claro, estaban sucios y llenos de hojas. Los muebles no existían. Había solamente un piano de cola negro, tan lúcido y limpio que la única cosa que se podía distinguir sin problema, además de las teclas blancas, era la marca escrita con caracteres grandes y en color oro.
Me acerqué tentada por el deseo de tocar, pero las teclas comenzaron a moverse solas.
Me detuve, petrificada por el miedo.
Por algunos instantes ni siquiera respiré, escuchaba las notas en silencio. Una melodía desconocida, oscura e hipnótica al mismo tiempo, como si el pianista fantasma quisiera resaltar que había caído en una verdadera y profunda pesadilla.
Mientras la música sonaba, comencé a entrever una figura de mujer sentada delante del teclado del instrumento, totalmente concentrada en tocar. Batí los párpados un par de veces, hasta lograr ver la figura con claridad.
¡No lo podía creer! Era el espectro que me había estado siguiendo un momento antes.
Sus facciones me eran extrañamente familiares. Los largos cabellos rojos y ondulados le caían por debajo de los hombros y usaba, también ella, un camisón blanco de seda. Tenía la total convicción de que la conocía. Forcé cada pequeña neurona de mi cerebro para recordar dónde la había visto.
“¿Quién eres?” “¿Por qué me sigues?”, logré preguntar tratando de esconder el terror en mi voz. “¿Qué quieres de mí?”
La muchacha comenzó a tocar y a reír como si hubiera dicho algo divertido.
Lentamente se volvió hacia mí, se puso de pie y en un instante me encontré cara a cara con…
¡No, no podía ser!
Con seguridad tenía la vista nublada.
Cerré los ojos tratando de aclarar las ideas, pero cuando los abrí me di cuenta que había visto bien.
Estaba escapando de mí misma.
“Hola Sofía, ¿me reconoces?”, dijo mi otro yo.
“No lo logro entender. ¿Por qué estoy hablando…Y sí, con una especie de mí misma?”
“Esto es verdad, yo soy tu otra mitad. Ahora tengo poco tiempo para explicártelo y me tienes que escuchar. Estás en peligro, te están buscando. Sabe quién eres y también él te necesita”.
Habló de una manera tan rápida que casi no entendí lo que dijo.
“No, espera” la frené desconcertada. ¿Qué quieres decir con “también él te necesita”?
“Tú eres la tercera divinidad, debes ayudarnos a vencer a quien nos está quitando todas las libertades”. Su tono era desesperado. “Él te está buscando para matarte, porque sabe que sin ti, el poder de Morrigan no puede salir a luz”.
La cabeza me daba vueltas, ya no entendía nada.
El flujo de mis pensamientos se frenó de golpe y decidí que debía saber todo lo que fuera posible sobre aquello. “¿Qué es el poder de Morrigan?” No logro entender, ¿qué debo hacer? ¿Cómo podría salvarte?”.
“Tendremos tiempo de explicar todo cuando te nos unas”. Su voz asumió un tono grave. “Tu tiempo en la tierra se terminó. Debes unirte a nosotros, Sofía”.
La otra “yo” movió los ojos de improviso como si hubiera percibido la presencia de alguien que no debía estar allí. Comenzó a agitarse y a mirar a su alrededor preocupada.
“Maldición, me han descubierto”, imprecó. “La Diosa te quiere, tu destino ya está escrito. No puedes cambiar el curso de los acontecimientos. ¡Sálvanos!”.
Pronunció estas palabras con tal intensidad y violencia que parecieron cuchillas cortantes. Me golpeó en lo profundo del alma y entendí que quizás no fuera solo un terrible y simple sueño: era algo real que habría de cambiar en forma drástica mi vida.
Hubiera querido suplicarle que se quedare y me explicara mejor lo que sucedía, pero apenas intenté abrir la boca para hablar, detrás de la muchacha se materializó una figura.
No era una figura clara, podía ver solo sus contornos difuminados. La única cosa que podía ver con claridad eran sus ojos, dos intensos ojos negros como la noche que me paralizaron de pies a cabeza.
No quería seguir allí ni un minuto más, tenía que salir de ese sueño costara lo que costara. Solo que me encontraba bloqueada en aquella dimensión.
Grité a boca abierta y la sombra de aquella figura desconocida se acercaba cada vez más. Una risa profunda sonó en mis oídos. “Serás mía, Sofía, ya no hay manera de escapar”, gritó la sombra.
“Aléjate de mí” grité “quiero irme de aquí”, y de repente parpadeé y me sobresalté en la cama.
Estaba sudando, tenía la frente perlada por el sudor. Inmediatamente miré a mi alrededor. Afortunadamente estaba en mi habitación. Cerré los ojos y las imágenes de aquella pesadilla pasaron por mi mente una a una, como si fuera la síntesis veloz de una película.
Un aliento de aire helado rozó mi piel aún humedecida.
Alguien me observaba. Tenía la total sensación de tener aquellos ojos negros encima de mí, pero no podía ver a nadie.
El corazón comenzó a latirme a mil.
Sentí pasos cada vez más cerca, y comencé a repetirme que no podía ser, que el sueño no podía volverse realidad.
Algo saltó a la cama. Sofoqué un grito con mis manos y llevé mis rodillas al pecho con de golpe.
“Ade, casi me matas”, dije a mi bola de pelos de color miel. Comencé a mimar a mi perro que mientras se había hecho un ovillo a mi lado.
Decidí concentrarme en él sin dejar de acariciarlo para relajarme. A la mañana siguiente habría analizado si preocuparme o no por la pesadilla. Mientras tanto trataría de dormir un poco más, pero el miedo de volver a caer en aquella horrible fantasía era demasiado.
De una cosa estaba segura, las terribles sensaciones que había experimentado no me dejarían, es más, hubiera podido apostar que con el pasar del tiempo aumentarían.

2
LA ANCIANA
Me había quedado despierta casi toda la noche. El sueño de la noche anterior me había dejado una extraña sensación. Sentía terror de que todo aquello pudiera ser verdad, y no solo fruto de mi mente retorcida.
Me levanté y me senté en el borde de la cama. Respiré hondo, tres, cuatro veces, hasta que logré sentirme un poco más tranquila.
Me arrastré hasta el armario. Tomé unos pantalones cortos y negros, y la primera remera que me cayó en mano.
Me miré al espejo. Estaba pálida, dos ojeras oscuras indicaban que no había descansado bien, y mis cabellos indicaban lo mismo.
Por primera vez parecía tener algún año más. Estaba acostumbrada a que me dijeran que parecía menor: nunca nadie me daba 18 años. Después de todo tenían razón. Ni yo me daría la edad que tenía, pero aquella mañana parecía tenerla.
Me pasé una mano por la cara, como si con aquel gesto hubiera podido borrar todos mis pensamientos.
Tomé el maquillaje y comencé con la restauración.
“A nosotras dos, desconocida”, amenacé a mi reflejo con el cepillo de maquillar. “Veremos quién quedará mejor”.
Gané yo. Mis cabellos volvieron a ser lacios y los recogí en una cola de caballo, la base cubrió las ojeras y con el lápiz negro le di un toque de color a mis ojos cansados.
En realidad el maquillaje no era necesario, ya que aquella mañana solo debía de ir a hacer un poco de jogging, antes de ponerme a hacer alguna cosa, pero sentía necesidad de él.
Y sentía necesidad también de tirarme el tarot.
Era una costumbre. Cada vez que sentía una duda o incerteza tomaba las cartas para ver qué me aconsejaban hacer.
Esto, de cierta manera, me hacía sentir más tranquila.
Atravesé la habitación de dos grandes pasos, tomé el mazo de cartas del cajón cercano a la cama y me senté en el piso con las piernas cruzadas.
Me concentré y mezclé las cartas con cuidado, tratando de vaciar la mente. Corté el mazo, lo recompuse en uno y suspiré.
Luego a media voz dije: “¿Cómo puedo entender el sueño de anoche? ¿Qué sucederá ahora?”.
Era una pregunta un poco absurda de realizar: generalmente preguntaba cómo me debía comportar, si debía hacer alguna cosa determinada, o pedía un consejo sobre algún trabajo o alguna idea. No quería y nunca habría usado el tarot para tratar de leer mi futuro. Iba contra mi convicción de que los verdaderos creadores del destino somos nosotros mismos, y nadie puede tener la certeza de lo que sucederá mañana.
Aquella mañana, sin embargo, la pregunta había surgido de manera espontánea. Saqué tres cartas del mazo y las apoyé sobre el piso, una al lado de la otra.
Di vuelta la primera, como si leyera un libro, luego la segunda y finalmente la tercera.
Parpadeé e me quedé mirándolas fijamente, sosteniendo la respiración.
¡Tres arcanos mayores!
Tres cartas de un cierto peso, pues son aquellas con mayor influencia mágica.
El loco, arcano número cero.
La muerte, el décimo tercer arcano.
La torre, el décimo sexto arcano.
En pocas palabras, significaban un cambio inesperado en mi vida, un nuevo camino por recorrer.
Esto no me dejaba nada tranquila. Recogí las cartas y noté que me temblaban las manos.
La última cosa que hubiera querido en aquel momento, era un cambio drástico en mi vida. Me gustaba así, ordinaria, regular, sin mayores sobresaltos.
Ya había tenido bastante con un muchacho llamado Michel.
Habíamos salido alguna vez. Me encantaban sus ojos, almendrados, como los de un pequeño ciervo perdido, y a sus cabellos negros y suaves. Tenía aires de niño y juntos nos divertíamos mucho. Estaba bien con él, pero después de un tiempo me di cuenta de que aquello que sentía era una fuerte amistad y nada más.
Decidí terminar con aquella historia esperando que antes o después entendiera mi decisión.
¡Me equivocaba por completo!
Él me amaba y era de esos amores locos que te llevan a hacer locuras. Aquello que te hace creer que para siempre no es solo una ilusión, sino algo real, posible.
Pero es también aquello que, cuando te corta las alas, te hace caer, cada vez más bajo, en el corazón de los infiernos.
Y fue lo que él sintió.
La obsesión lo cegó, y pasaba de momentos de rabia en los que me ofendía y blasfemaba en mi contra, a momentos de tranquilidad y depresión, en los que habría hecho de todo por volver.
¡Le tenía miedo! Tanto que, cuando salía, trataba de no estar nunca sola.
Podría parecer una exageración, pero de verdad me daban miedo sus reacciones.
Bajé los hombros y de un salto me paré. Bajé las escaleras corriendo, y me puse mis Converse negros y rosados.
Me dirigí al parque, aunque el día no fuera de los mejores, el cielo estaba oscuro, por algunas nubes amenazantes de lluvia, sin embargo los treinta grados que había se hacían sentir mucho.
Encendí el Ipod, me coloqué los auriculares y dejé correr mi playlist. Tenía la desesperada necesidad de escuchar alguna música que me cargara de energía, elegí a Queen con Princes of de Universe.
Al llegar a la entrada del parque, comencé a correr.
Me gustaba aquel lugar, me daba alegría incluso en los días negros como aquel. Parecía que allí nunca se podría terminar con el verde de los árboles y el pasto tan bien cuidado.
Aquella mañana había muy pocas personas. Comúnmente, en junio, se podían encontrar muchos niños paseando con los abuelos, incluso a las 8 de la mañana. En cambio era como si aquel día todos se hubieran quedado en casa y solo yo hubiera tenido la loca idea de salir.
Esto no me gustaba nada.
Llegué a la zona más alejada y bella del parque, donde corría un pequeñísimo río, atravesado por un puente de madera, muy bien conservado.
Respiraba hondo aquel dulce perfume de agua y tierra mojada, cuando un rumor extraño llamó mi atención.
Me saqué los auriculares para escuchar mejor.
Parecían llantos.
Me detuve y miré un poco a mi alrededor. Con el dorso de la mano me sequé el sudor de la frente y di algún paso más hacia adelante, siempre escuchando desde dónde venía aquel ruido.
Y la vi.
Era una viejita de rostro dulce, y con los cabellos recogidos ordenadamente en un moño. Estaba llorando, triste por algo que no sabía.
“Señora, ¿todo bien?” pregunté, avanzando algún paso con lentitud.
A su lado había un cesto con ropa, simplemente estaba lavando la ropa en el río.
Sentí curiosidad y temor, al mismo tiempo, sin saber por qué. Después de todo, era solo una señora anciana, demasiado triste y sola.
“¿Señora?” intenté de nuevo, con un tono más dulce, dado que no parecía haber notado mi presencia.
Estaba muy cerca, y podía ver lo que tenía entre sus manos.
En un primer momento pensé que podía ser ropa de su probable difunto marido. En cambio, mirando bien, me di cuenta que sostenía una remera demasiado pequeña para ser usada por un hombre, y muy juvenil como para que fuera suya.
Agudicé la vista, para ver mejor, y dos cosas me paralizaron la respiración.
Había un dibujo en aquella remera blanca, una simple mariposa rosada. Bajé la vista y vi que era la misma que llevaba puesta yo.
¡No tenía sentido!
¿Aún dormía?
¿Pero cuándo me había dormido?
No, estaba despierta y consciente. Desgraciadamente.
La viejita estaba concentrada en su trabajo, empeñada en quitar una mancha.
Una mancha rojiza e irregular.
Me relajé un segundo. Tal vez era de una nieta, la había ensuciado y la abuela la estaba lavando.
Pero, ¿por qué lloraba?
Mis ojos se detuvieron en el color escarlata del agua que bajaba. ¿Podía ser una mancha de sangre fresca? Justo a la altura del lado derecho.
Mi fantasía viajaba de manera demasiado veloz. ¡Era todo muy absurdo para ser verdad!
La abuelita se dio vuelta y me fijó, con dos ojos de hielo que parecían implorarme que la entendiera.
“Lo lamento”.
“¿Por qué, señora?”, traté de preguntar en un tono calmo, “¿Qué sucedió? ¿Por qué hay toda esa sangre?”
“Lo entenderás…pronto…lo siento”, y volvió a su tarea, siempre llorando y dejando que las lágrimas le recorrieran el rostro, ya surcado por las arrugas.
Hubiera querido consolarla, continuar hablando, preguntarle más, pero apenas abrí la boca, sentí el ladrido de un perro.
Me di vuelta y lo vi allí, a dos pasos de mí. Un lobo, de manto negro como la noche, me ladraba.
Sentí un segundo de temor por la señora, y me giré para advertirla, pero ya no estaba allí, ni elle ni el cesto de la ropa.
El corazón me dio un salto, ¡no podía haberme imaginado todo!
Mientras tanto el lobo avanzó hacia mí y me apoyó el hocico en la mano, para llamar mi atención.
Hizo que le acariciara la cabeza y luego saltó hacia la zona noreste del parque, la zona a la cual iban las parejas para estar tranquilas.
En efecto, era un lugar bastante apartado, con grandes sauces llorones, que podían crear un perfecto escondite.
Yo nunca había ido, porque me parecía un lugar peligroso.
Las dudas de mi cabeza se desvanecieron, cuando escuché gritos que provenían desde allí y, sin pensarlo, corrí detrás del lobo.
Después de un par de metros, llegué. Los gritos eran más fuertes y podía oír voces. Retiré unas ramas de sauce y pude ver toda la escena.
“Eres solo una pequeña molestia”, gritó la chica de cortos cabellos rubios, que le caían todos a un lado.
“No, te lo ruego, déjame ir. No he hecho nada”
Miré hacia el lugar del que provenía esa voz.
Era una muchacha simple, con cabellos desordenados de color castaño que le caían sobre los hombros.
Una tercera muchacha, la sostenía de los brazos, por detrás, de manera de no permitirle moverse. No decía nada, se limitaba a sonreír, masticando frenéticamente un chicle. La cresta verde y roja, en la cabeza, y una cantidad de piercings en las orejas y en la cara, la hacían parecer un muchacho.
“¿Qué?” dijo la rubia. “Tú estúpida muchachita, fuiste a la policía a decir que te sacamos plata para la coca”
“Io… io…”, susurró la pobre muchacha.
“¿Tú qué?…admítelo o…” La mano de la rubia bajó hasta el bolsillo trasero de su jean, sacó una navaja, y con un movimiento rápido hizo saltar la punta que brilló amenazadora delante de los ojos de la pobre víctima indefensa.
Odiaba a quiénes hacían bulling. Me había pasado que me tomaran el pelo, pero nunca nadie había llegado al extremo de amenazarme con un cuchillo.
No lo podía concebir, esto era demasiado.
Noté la expresión de la pobre muchacha. Estaba aterrorizada, lloraba a mares, y se la había corrido el poco maquillaje que se había puesto en los ojos.
¿Cómo podían tratar así a una pobre muchacha indefensa?
Algo dentro de mí comenzó a bullir. Sin que me diera cuenta, mis piernas se movieron solas, como empujadas por una fuerza exterior.
“Hey, déjenla” grité.
Me precipité hacia ellas, la adrenalina se apoderó de mí y ya no respondía por mis acciones.
“¿Qué quieres? Vete, no te metas en problemas ajenos” dijo la rubio fulminándome con la mirada.
“Déjenla en paz y me voy”
“Vete ahora” dijo, moviendo los ojos. “No son problemas tuyos, ¿cuántas veces debo decírtelo? Ve a hacerte la heroína a otra parte.”
“Yaaa” dijo la muchacha punk, arrastrando la última letra.
La rubia levantó el cuchillo: “Esto te hará daño, pero es solo una invitación para que retires la denuncia. Si no lo haces...” imitó con la mano libre el gesto de cortarle el cuello.
“No bromees déjala en paz. Hizo bien en denunciarlas. Ustedes no saben lo que significa ser presa de mira. Quiere decir tener terror de salir de casa, de ir a la escuela. Uno se aísla por culpa de muchachas odiosas como ustedes, que les arruinan la vida a pobres muchachas inocentes. Deja la navaja ahora, ponlo en el piso.” Casi grité estas últimas palabras.
“Está bien lo dejo. Me has conmovido, sabes.”, dijo burlona la rubia, con la nariz en alto fingiendo el llanto. Luego agrego: “Pero antes se lo clavo en los muslos”.
La rubia trató de golpear con la navaja a la muchacha, yo me tiré delante de ella y la respiración se me bloqueó en la garganta.
Sentí algo calienta que me corría por el lado derecho y una sensación de torpeza comenzó a correrme por todo el cuerpo. Bajé la mirada y vi una mancha rojiza que comenzó a arruinarme la remera blanca.
Una lágrima me regó el rostro, luego otra. La cabeza me comenzó a girar y todo a mi alrededor parecía quedar en silencio. Mi respiración comenzó a hacerse corta e irregular. Las piernas me cedieron y caí al piso como una bolsa vacía.
Sentí a la muchacha punk exclamar: Oh mierda, esta está muerta…está muerta en serio. La mataste”.
“Vámonos, rápido. Dejémosla aquí que se muera”, dijo la rubia.” Y tú, ven con nosotras, no nos denunciarás también por esto”.
Las tres se marcharon, rápidamente, dejándome sobre una cama de hojas.
Me di cuenta en aquel momento que no había lágrimas sobre mi rostro, sino gotas de lluvia.
Era como si el cielo hubiera comenzado a llorar por mí.
Sabía que en aquel lugar nadie me habría encontrado a tiempo para salvarme. Estaba destinada a morir, sin siquiera haber tenido tiempo de despedirme de mis padres.
Mi madre, mi dulce y querida madre siempre dispuesta a estar a mi lado. Me hubiera gustado agradecerle por todo lo que siempre había hecho por mí.
Mi padre, mi adorado y fuerte papá, de quien había sacado mis rebeldes y negros cabellos. Me hubiera gustado escucharlo más seguido.
Y Ade, mi fiel amigo de cuatro patas. ¿Qué habría hecho ahora sin mí? Estábamos siempre juntos, inseparables, y ahora ya no podría estar a su lado.
Fue justo con este pensamiento, que una lágrima me corrió por la mejilla, y esta vez de verdad, mezclándose con la lluvia.
Un escalofrío me atravesó el cuerpo y todo pareció moverse.
El mundo me giró entorno y algo me elevó, fuera del cuerpo. No lograba distinguir nada. Estaba viajando a una velocidad tal que veía solo sombras indistintas y relámpagos de luz. Lo único que podía percibir en aquel particular viajes eran las voces. Lamentos para ser más precisa. Lúgubres y tétricos lamentos. Además era como si manos invisibles se alargaran para detener mi loca corrida. Me agujereaban el cuerpo, pero no sangraba, y jirones de carne parecían desprenderse de mi cuerpo cada vez que una de esas manos me rozaba.
Después de algunos minutos, que me parecieron infinitos, volví a fluctuar.
No estaba en una habitación.
No estaba afuera.
No estaba tampoco en el cielo.
Flotaba en una especie de dimensión celeste, todo a mi alrededor brillaba en una luz azulada e hipnótica.
Habría podido permanecer allí por siempre. Sentía una paz tan inmensa que hubiera podido perderme allí para siempre.
Mis plegarias fueron escuchadas.
Un resplandor blanco, enceguecedor me hizo perder el sentido y todo quedó oscuro y en silencio.

3
LA LLEGADA A NAOSTUR
“¿No deberías despertarla, ahora?”
“Es tan dulce verla dormir”
“¿Has enloquecido? No hablarás en serio, Sara”.
Sentía la voz de dos chicas.
¿Quiénes eran?
¿Qué querían?
Deseaba que se fueran y me dejaran dormir.
¡Para siempre!
No quería despertar, estaba muy bien donde me encontraba.
“¡Basta ya!”. Ordenó una voz dulce y al mismo tiempo autoritaria. Era un muchacho y por su timbre de voz debía de ser de mi edad o un poco mayor. No lo pensé demasiado. Mi cerebro reclamaba a cada intento de hacerlo funcionar.
“¡Por fin has llegado!”, dijo la primera muchacha, la que parecía más decidida e inflexible.
“Váyanse, déjenme solo con la nueva arribada”.
“Claro, Jefe”, respondieron las muchachas, a coro, sonriendo.
Sentí pasos que se alejaban, alguna palabra susurrada y la puerta que se cerraba con un rechinar fastidioso.
Por fin me quedé sola.
¿O estaba equivocada?
Algo caliente se acercó a mi rostro. Se olía como el aire de la montaña.
En un determinado momento esta cosa, se acercó a mis labios, y en ellos se posó.
Fue entonces cuando entendí que aquello era un beso.
El beso más intenso que había recibido hasta ese momento. Mis labios se movieron de manera involuntaria. Se abrían y se cerraban siguiendo a sus labios. Era como oxígeno. Buscaba ávidamente aquella boca, como si de ella pudiera tomar fuerza.
Como si pudiera volver a la vida.
Un ligero sacudón eléctrico recorrió cada centímetro de mi cuerpo, poniendo en movimiento los engranajes.
Los labios misteriosos se separaron de los míos. Sacudí los ojos, y me senté de golpe, bostezando.
“¡Estate un poco atenta!”
“D-disculpa”, balbuceé. Me había levantado tan rápido que casi le golpeé la cara. Se encontraba a pocos centímetros de mí y era el chico más hermoso que jamás hubiera visto. Sus ojos eran negros como la noche, los cabellos rizados, despeinados y negros, parecían tan suaves que hubiera querido acariciarlos.
Me di cuenta que no podía parar de mirarlo, con la boca abierta, y traté de disimular mi vergüenza lo mejor que pude.
“Debo aclararte las cosas rápidamente”, dijo con seriedad, “¡Estás muerta! Ahora te encuentras en el Otro Mundo. Te desperté con un beso y…”
“Para, para, para. Una información a la vez”. Lo frené alzando la mano. “Comencemos desde el inicio. Antes que nada no creo estar muerta, dado que estamos hablando y te estoy mirando a los ojos. En segundo lugar, ¿quién eres tú? Y ¿qué es esta historia…bueh, del beso?”.
Notó que las mejillas se me habían enrojecido e hizo una sonrisa que me erizó la piel. Parecía un terrible cazador que gozaba al ver a su presa enjaulada, sin ninguna puerta de salida.
“Sí, está bien, tienes razón”. Se aclaró la garganta. “Me llamo Gabriel, y soy el ángel de la muerte. Por cuanto pueda parecerte absurdo te besé, porque tengo la mala fortuna de hacer morir a la gente, y, en casos raros, de revivirla”
“¿Ángel de la muerte? Esta sí que es buena”. Me largué a reír. “Aún estoy soñando, debo, sin lugar a dudas, despertarme”
Comencé a pellizcarme el brazo, pero el efecto que obtuve no fue el esperado. No me desperté en mi cama, como cuando había tenido aquella terrible pesadilla, la noche anterior.
¿Entonces lo que me había dicho era verdad?
¿Aquello era el más allá?
Si estaba muerta, ¿por qué el pellizco me había hecho daño?
Miré a mi alrededor, despistada. La habitación estaba toda recubierta en madera. Una banderola estaba tapada por cortinas azules, haciendo juego con las sábanas y las alfombras.
Enarqué una ceja y pensé que en cuanto a decoración les faltaba, definitivamente, mucha fantasía.
Junto a la cama, a mi izquierda, había un enorme espejo, y en aquel preciso momento pude ver mi reflejo. El rostro pálido, los cabellos más largos y más negros. Usaba aún la remera blanca con la mariposa rosada y los pantalones cortos y negros.
Y mis All Star.
“Lo siento, sé que es difícil de aceptar, pero estás muerta de verdad”, y con un gesto automático de circunstancia, me posó una mano en el brazo como si quisiera consolarme. Sentí un escalofrío a lo largo de la espalda, una mezcla de miedo, horror y atracción.
Era como si pudiera tener algunas informaciones, en forma de sensaciones, sobre mi vida. Hubiera podido jurar que sintió también él esa especie de sacudón porque me miró bombardeándome por una fracción de segundo los ojos negros, casi irritados, y retiró, rápidamente, la mano.
“Ok, escucha”, dijo él retomando su discurso anterior, “te encuentras en un lugar llamado Naostur. Deberás comportarte en cierta forma de ahora en más. Este no es el mundo en el que estás habituada a vivir, aunque se asemeje bastante”.
“¿Estoy en el paraíso?”
Gabriel comenzó a reír “Sofía ¿qué dices? Estás solamente en otra dimensión. Naostur es una especie de mundo paralelo. La única diferencia es que aquí el sol ilumina solo una parte de las tierras, el Reino de Elos. En la otra parte, el Reino de Tenot, es siempre de noche.”
Bien, tendría que aprender a convivir con un sol que nunca se pondría. La idea no me gustaba demasiado.
Mis pensamientos cambiaron de improviso, una campana de alarma se encendió en mi estómago.
“Espera, ¿cómo sabes mi nombre? Nunca te dije cómo me llamaba”
“Todos saben quién eres, Sofía. ¿O prefieres que te llama Neman?”
¿Neman? ¿Me estaba tomando el pelo?
No era para nada divertido
Había apenas regresado de un viaje por los infiernos y no tenía ninguna ganas de bromear.
“Solo Sofría, gracias”, dije en el tono más ácido que pude.
“Está bien, Sofía”, dijo Gabriel, devolviéndome una sonrisa muy misteriosa, “ahora escúchame, estas son las reglas. Podrás salir de aquí solo acompañada por mí o por tus hermanas: podrías perderte fácilmente y no deberías andar por la zona de las sombras bajo ningún motivo. Ni sola, ni acompañada, irás cuando estés pronta. ¿Has entendido?”, concluyó apuntándome con un dedo.
Retuve una carcajada, después de haber escuchado todas aquellas recomendaciones absurdas. Pero entendí que no bromeaba. Que todo era muy serio.
“Está todo muy claro. Solo que te equivocas: yo no tengo hermanas.”
“En el mundo real, eres hija única, aquí tienes dos. Sara, la custodia de los poderes de Badb, y Sonia, la custodia de los poderes de Macha.”
Me rasqué la cabeza confusa. “Ok, ¿hay algo más que deba saber?”
Sin dudas era una situación surrealista. Demasiadas cosas nuevas, demasiadas reglas, demasiada confusión, demasiados cambios.
Las cartas tenían razón.
“Sí, hay algo más” dijo en tono serio. Y, al ver que mis pensamientos estaban en otra parte, me tomó con delicadeza el mentón y me hizo mirar hacia él.
Mi corazón comenzó a latir alocadamente, me tomó por sorpresa aquel gesto.
Sobre su rostro pasaron una serie de emociones: estupor, tormento y rabia. Quitó la mano y apuntó su mirado fijamente delante de sí, en dirección al espejo.
“Hay una cosa que no debes hacer, una regla que no podrás infringir”. Su tono me asustó. “No debes buscarme y no debes confiarte en mí, no soy tu baby-sitter. No te seguiré paso a paso en tu transición. Soy el Ángel de la Muerte, tengo un buen número de almas de las cuales nutrirme, y tengo que llevar a término una misión, por lo tanto no quiero problemas. Además…” Se detuvo, una sombra bajó a sus ojos y calló.
“Además estando a mi lado solo te buscarás problemas. Hago daño a las personas que están a mi lado.”
Cerró los puños y se levantó de golpe para ir a abrir la puerta.
No pude decir nada. Aquellas últimas palabras retumbaron en mi cabeza, no lograba darles el significado adecuado.
La voz de Gabriel me hizo regresar los pies a la tierra. Estaba llamando a alguien que estaba fuera de la habitación. “Sara, Sonia, pueden entrar ahora, está despierta”.
La primera muchacha en entrar tenía el cabello rojo, como el fuego, largo hasta la cintura. Sus negros ojos parecían los de un cuervo.
Miré a la otra muchacha. Sus cabellos también eran largos hasta la cintura, pero de un rubio claro, tan claros que parecían blancos. Más que nada llamaban la atención sus ojos: dos ojos de hielo, límpidos y sinceros. Parecían tristes y además ella me recordaba a alguien. Y, como con la otra, no podía recordar a quién.
La muchacha de cabello blanco pasó a aquella de cabello rojo, que quedó detenida en la mitad de la habitación y me observaba con los bruzaos cruzados. Se sentó en la cama y me abrazó como una niña cuando ve a su madre. “¡Neman, estás aquí!” gritó.
“Tal vez te hayas equivocado, me llamo Sofía”, dije, tratando de soltarme del abrazo con gentileza.
“Cierto, Neman, sé que los humanos te llaman Sofía. Mi nombre humano es Sara, pero cuando se dirigen a mí como Diosa me llaman Badb. Soy la guardiana del pozo sacro, custodia del conocimiento infinito”. De golpe, sus ojos se entristecieron. “Debes saber que lo siento mucho, debí mostrarme ante ti como Diosa, debías morir para poder alcanzarnos, pero ahora estás aquí sana y salva. No me odias, ¿verdad?” Me lo estaba preguntando con el labio inferior hacia adelante, y esos ojazos tan claros que parecían blancos.
Me daba ternura. Luego comprendía que ella era la viejita que había visto en el parque.
Sus ojos de hielo me miraron en lágrimas.
Por un segundo sentí mucha rabia, pero decidí respirar profundo para así calmarme.
Luego, con una sonrisa falsa, dije: “No, Sara, no estoy enojada contigo. Quédate tranquila.”
Coloque mi mano en sus cabellos para calmarla. Estaba, de verdad, desesperada.
La miré mejor y me pregunté cuántos años tendría. Parecía no tener más de quince, por su dulce rostro de niña.
Me llamó la atención la otra muchacha, que se aclaró la voz y dijo: “Mi nombre humano es Sonia, pero en realidad soy la reencarnación de Macha, reina de las pesadillas. Yo soy quien te advirtió. Arriesgué demasiado para venir a tu encuentro, los del Reino de Tenot, el lado oscuro, nos están controlando. Saben quién eres y, sobre todo, saben que estás aquí”. No se había movido ni un centímetro, había permanecido quieta en la mitad de la habitación, con los brazos cruzados.
“Oh, tú eres la que vi en mi sueño. Una parte de mí, ¿verdad? Solo que…no te pareces tanto a mí. ¿Por qué éramos tan iguales? Pregunté, confundida.
A decir verdad nos parecíamos un poco, solo que mis ojos color oliva no tenían nada que ver con sus dos bochones negros, y su postura no era, por cierto, como la mía. Ella, a diferencia de Sara que parecía una pequeña, era una mujer hecha y derecha. La habría considerado una líder o a la cabeza de cualquier grupo. Se veía que le gustaba mandar y controlar la situación. Se comunicaba con Sara solo con la mirada y, de hecho así fue como la hizo levantar y salir de la habitación para ir quién sabe dónde.
Al rato regresó con un mazo de cartas y me las dio. Solo entonces Sonia se sentó a mi lado y al lado de Sara. Comenzó a ojear las cartas y sacó un pergamino amarillento que tenía nombres escritos en él. Recorrí con velocidad la lista con mi mirada.
Finalmente vi mi nombre escrito al lado de los de Sara y Sonia.
Levanté la mirada desconcertada. “Y esto, ¿qué es?”.
“Una lista de nombres. Son todas las reencarnaciones de Macha, Badb y Nemann, además de aquellas de Morrigan. Si nuestras tres almas trabajan juntas, toman el poder de la Gran Reina, de la Diosa de la guerra y el cambio.”
Gabriel, que hasta ese momento había permanecido en silencia apoyado en la pared del cuarto, comenzó a reír y dijo: “Muchachas, ¿desde cuándo se suceden estas reencarnaciones? ¿Quinientos? ¿Más? Si mal no recuerdo, Morrigan juró volver.” Me apunto con el dedo como culpándome de algo. “Ella es la reencarnación de la Diosa, todos la buscan. Les debería bastar como prueba.”
“¡Cállate, ángel maldito! Es imposible” dijo Sonia, saltándole encima como un león. “Si de verdad las cosas fueran como tú dices, ¿por qué no reencarnó antes? Si existe y no es solo el nombre de nuestro poder ¿por qué no apareció antes?”
Gabriel no se movió, se limitó a sacudir la cabeza y a esbozar una sonrisa burlona.
Comenzó a recitar algo que parecía una poesía.
“La luz de la luna abraza a la niña
tan pequeña y tan asustada.
Aquel hombre malo quiere dañarla
pero la Gran Madre quiere salvarla.
El destino le guarda grandes cosas
pero solo su corazón le dirá la verdad.”
“Con esta bella poesía, ¿qué quieres decir?” Le pregunté irritada.
Su mirada me atravesó. “Quiero decir”, comenzó con un tono tan seco que se me hizo un nudo en la garganta, “que tú recién llegaste, y de estas cosas no puedes saber nada. Ahora cámbiate. Debemos irnos.”
Se giró y salió. Permanecí mirándole la espalda con las lágrimas que asomaban en mis ojos. ¿Quién era él para tratarme así? Está bien, estaba muerta y había retornado a un mundo que no conocía, gracias a un beso suyo.
Un maldito beso suyo.
¿Quería hacerse odiar? ¿Era este el objetivo de su discurso anterior?
Pues lo había logrado.
Había algo misterioso en él. Algo que no debería descubrir, pero que igualmente quería conocer a toda costa.
Sentía la necesidad de conocer más, si bien me había sido ordenado no averiguarlo. Las lágrimas comenzaron a caer, silenciosas.
Sara se dio cuenta de inmediato. “Llora cariño, si sientes la necesidad. Tu vida ha cambiado demasiado rápido.” Posé la cabeza en su hombre y comencé a llorar desconsoladamente.
Después de algunos minutos me tranquilicé.
Mientras tanto, Sara, había salido a buscar algunos vestidos para salir, y volvió con tres espléndidos trajes que parecían salidos de un castillo medieval. Eran de tafeta, con brillantes en el pecho, y cada vez que les daba la luz, formaban un arcoíris de colores brillantes. Los bordes eran de oro con arabescos en plata, y la falda caída suave y ligera, para permitir cualquier tipo de movimiento. Los hombros quedaban descubiertos, pero en esa dimensión el clima era siempre templado.
El sol siempre iluminaba aquel mundo, y por esto la temperatura era siempre agradable, y se sentía el calor de aquel en la piel.
El vestido de Sara era azul como sus ojos, el de Sonia rojo como sus cabellos, y el mío era violeta oscuro, mi color preferido.
Me lo puse y me miré al espejo, detrás de mí estaban Sonia y Sara. Parecíamos tres damas de otra época.
Esto me hizo sonreír, me volvió el buen humor.
De todas maneras quería saber algo.

“¿Muchachas adónde vamos?”
Sonia se acercó y me susurró al oído: “vamos a ver a la única persona que puede ayudarte”
“¿Y es confiable?”
“¡Ares, claro!” exclamó Sara.
“¿Cómo puedes estar tan segura?”
Algo dentro de mí no me dejaba caer la guardia.
“Es un inmortal. Los inmortales son quienes nos dominan, pero viven en el Reino de Tenot y viene aquí una vez al mes a recoger sus tributos e infligir algún castigo” me explicó Sonia. “Ares nació aquí, en el Reino de Elos. Su padre murió combatiendo contra el Rey que nos persigue y así fue como decidió no volver más. Quiere vengarse y se alió con nosotros.”
“Okey vamos con este tal Ares” no me quedaba otra que darle una posibilidad.
Sonia me sonrió por última vez, una sonrisa corajosa.
Todos estaban seguros de que Ares me salvaría, yo estaba convencida de que algo saldría mal.
¿Pero quién era para poder decirlo? Tal vez debería relajarme un poco. El estrés me estaba haciendo doler la cabeza.
Aun estando muerto se puede sentir dolor de cabeza.

4
El reino de Elos
¿Podría haber terminado en el Paraíso?
Algo así jamás lo hubiera creído.
Apenas salí, me encontré en un lugar en el que la luz del sol resplandecía siempre. Y el cielo parecía pintarlo todo con su azul.
No era muy distinto a la Tierra, el lugar en el que me encontraba, la vegetación era la misma.
Noté alguna acacia con sus flores rosas, y algún duraznero en flor. No había casa o edificio que no estuviera tapado de plantas y flores.
Aquello que, literalmente, me cortó la respiración fue la presencia de seres mágicos delante de mí.
Me estaban esperando y estaban dispuestos en un semicírculo dispuestos por raza y altura. Partiendo desde la derecha, había unos pequeños seres luminosos, de unos veinte centímetros. Detrás de la espalda tenían alas que se movían como las de un colibrí. Se podía apreciar como un polvo brillante que caía al piso como si fuera nieve dorada.
En el centro estaban los gnomos, ¡imposible no reconocerlos! Tenían una estatura de entre 90 y 150 centímetros. Había estaba siempre convencida que nunca nadie los podía ver, y sin embargo estaban allí delante de mí. Los hombres con barbas largas y negras, los más jóvenes, y grises los más ancianos. Las mujeres con un sombrero que se achataba para sujetar sus dos trenzas, ordenadas firmemente con una moña colorida.
Cerrando el círculo se encontraban unos seres que no podía reconocer.
“¿Sonia, quiénes son?” pregunté, abriendo apenas los labios para no hacer un papelón.
“Son medio elfos, Sofía. Una raza generada mucho tiempo atrás, gracias al contacto con los seres humanos. Solo los elfos podían entrar en contacto con los seres humanos, y el resultado de esa unión, lo puedes observar con tus propios ojos.”
“Ya entendí, y ¿qué poderes tienen?”
“Es difícil saberlo, depende del caso. Pueden alcanzar cualquier poder”
“Esto quiere decir que puede haber malos o buenos.”
“Exacto, algunos ayudaron hace ya tiempo a echar el reino a seres despreciables. Los malos pueden ser despiadados y es aconsejable mantenerse alejado de ellos.”
Hubiera querido preguntar algo más de esta cuestión, cuando un medio elfo avanzó hacia nosotras.
Vestía una camisa de seda blanca, atada a la cintura y abierta en el pecho que permitía entrever un físico perfecto. Tenía pantalones color caqui y cabellos largos y negros atados, en una cola de caballo descuidada, con un lazo dorado.
Noté que sus orejas no eran demasiado puntiagudas, si bien asomaba una punta notoria. Podría haber sido confundido perfectamente con un humano. Se llevó una mano al corazón y bajó la cabeza en señal de respeto.
“Soy Calien, del Reino de Elos y de los medio elfos. Nuestro pueblo exulta delante de vuestra presencia” Su tono de vos era cálido y a la vez autoritario. “Ha venido para salvarnos del malvado rey del Reino de Tenot, cuya crueldad se revela en el modo en que se hace llamar: ¡Mefisto! Su corazón inmortal está corrompido por los demonios más despiadados. Solo Neman, unida a Badb y Macha, podrán salvarnos. Gloria y Honor a Vosotras.”
“Gloria y Honor a Vosotras” gritaron todos al unísono. Se llevaron la mano al corazón y se inclinaron delante de mí.
Hubiera querido decirles que se levantaran, me hacían sentir vergüenza.
Sara se me acercó y me apoyó una mano en el hombro. “Cierra los ojos, respira profundo y toma de mí la fuente del conocimiento, te será útil”.
Hice lo que me dijo
Al rato sentí un alegre cono de aire que se levantaba a mi alrededor. Olía a verano, alegría y serenidad y pude percibir todo el poder que tenía. Se expandió por todo mi cuerpo sin dejar fuera un solo músculo. En aquel momento supe lo que debía hacer.
Di dos pasos adelante. Abrí mis brazos hacia ellos, con las palmas de las manos mirando hacia el suelo, y como si alguien hubiera apretado un interruptor invisible, sentí que algo se me despertaba dentro, algo que no sabía que estaba allí. Algo que al salir sorprendió a todos, quienes allí estaban.
Aquello que dije no salía de mi boca ni de mi cuerpo. Ya no gobernaba mi propio cuerpo, estaba como en trance.
Era como si estuviera poseída, no una posesión mala, y por ello no opuse resistencia.
“No tengan miedo hijos míos, soy la Gran Reina, volví para salvarlos y para vengarme. Gloria y Honor a ustedes.”
Y por segunda vez en aquel día, todo se volvió oscuro y volví a perder los sentidos.

“Trata de levantarte, no es mi intención llevarte a upa nuevamente”.
Habría podido reconocer esa voz entre miles. Tenía algo que me provocaba miedo y bronca, al mismo tiempo.
Bronca, porque me habría gustado que teminase de tratarme como un trapo que tirar a la basura.
Miedo porque a su alrededor se movía un aura misteriosa y oscura, de la que emanaba poder. Un poder demasiado grande, que me hacía sentir muy a disgusto.
“No tengo la más mínima intención de llamar tu atención, Gabriel. Cuanto más lejos de mí estés, mejor.”
Estaba de verdad muy irritada.
Después de todo, ¿qué hacía aún allí? ¿No podía mantenerse en su lugar y listo?
“Bueh, lo lamento por ti, pero tendrás que soportar mi presencia dado que te desmayas a cada momento, deberás subir a caballo con el subscripto.”
¿Qué? No lo habría hecho por nada en el mundo, ni aún bajo tortura.
Estaba por rebatir cuando la voz nerviosa de Sonia nos interrumpió: “¡No lo entiendo! Si tenemos un montón de caballos a disposición, ¿qué fin han tenido?”
“Pienso que los Siruco entraron, sin ser vistos, y se los llevaron a todos. Por suerte aún nos quedan dos a disposición, para hoy.” El tono de Gabriel no contenía emoción ninguna.
“No entiendo por qué entraron escondidos. ¿No podían hacer como hacen siempre?” Sonia era presa de un ataque de ansiedad. “Generalmente se divierten torturándonos,
“No quieren que nos alejemos de la villa, saben que está aquí.”
“¿No quieren que nos alejemos y nos dejan dos caballos?”
Le hice notar que las cosas no eran claras, entonces con mucha calma me senté y comencé a masajearme el cuello que me dolía.
“Excelente observación” mi dijo Gabriel, guiñándome un ojo. “Sin embargo debes saber que aquí hay alguien dotado de una inteligencia superior, que mira qué casualidad, soy yo. Para prevenir este tipo de cosas, escondí dos espléndidos caballos.”
Odiaba su tono y ese su hacer como un chico súper poderoso.
Sería el ángel de la muerte, pero se la creía demasiado para mi gusto.
“Muy bien Míster inteligencia, ¿qué quieres? Que nos postremos a tus pies y comencemos a reverenciarte” E hice una reverencia.
“No estaría mal y podrías comenzar tú, dando el ejemplo.”
¡Lo odiaba!
Me levanté aún inestable, porque me seguía dando vueltas la cabeza.
Por suerte allí cerca de mí, estaba Sara, y me apoyé en ella.
Estaba seria y me miraba como si fuera una extraterrestre.
¿Tenía algo entre los cabellos? Traté de arreglármelos pero continuaba mirándome igual.
Sus ojos de hielo parecían penetrarme y sentí un escalofrío que me recorrió la espalda.
“¿Pasa algo, Sara?” No respondió, se limitó a bajar la cabeza y negar con la cabeza.
Luego fue hacia Sonia.
“Sofía, vamos. Gabriel fue a buscar los caballos que escondió.” Dijo Sonia.
“Claro, voy”.
Me dirigí hacia ellas, sacudiéndome un poco de polvo del vestido.
Estaba de verdad preocupada. Me había desmayado y lo había sentido, pero nadie me había dicho nada de lo que me había sucedido, después que sentí la presencia de un cuerpo extraño metiéndose en mi cabeza.
¿Por qué? ¿Qué me estaban escondiendo?
Tal vez quien me había poseído no era bueno, pero igualmente por qué nadie me decía nada al respecto.
Lo que más me preocupaba era la manera en que me miraba Sara, era como si me tuviera miedo.
Sentí el sonido de los cascos, y vi a Gabriel que llegaba con dos espléndidos caballos, de manto negro y con las crines que ondeaban como si fueran de seda.
Eran tan espléndidos como lo era Gabriel. La camiseta de manga corta negra dejaba ver su físico perfecto, y sus pantalones negros de jean se adherían a la perfección a sus muslos en cada paso.
“Magníficos, ¿verdad?” Sonia tenía una mirada maligna.
“Sí, verdaderamente” respondí yo, pensando en otra cosa.
“Parece un caballo, fuerte y seguro de sí, pero en realidad tiene un carácter dócil, sabes?. El secreto es saber tratarlo, y conocer sus puntos débiles.”
¿Se estaba refiriendo al caballo? No, hablaba de Gabriel.
“¿Por qué me dices esto? No tengo ninguna intención de conocer mejor al caballo.” Dije, seca, cruzando los brazos ofendida.
“Vamos, se te cae la baba por él. Lo hicimos todas al llegar a este mundo. Su beso es único.” Y suspiró ante su recuerdo. “Pero habrás notado que se vuelve irascible cuando lo tienes cerca”.
“Me odia, si me gusta una persona no trato de agredirla cada vez que me dice algo.”
Sonia sonrió. “No entiendes, justamente este es el punto.”
La miré de boca abierta, Gabriel había sido claro, no me quería a su alrededor, y yo tampoco a él.
¿O tal vez sí?
Me sonrojé pensando que pudiera surgir algo entre nosotros. Sonia lo notó y bajó la mirada, no quería admitir que tal vez tuviera razón.
“Vamos” Me dijo dándome una palmada en el hombro.
Subió al caballo con una elegancia envidiable. Yo nunca lo hubiera podido hacer de esa manera.
Detrás de ella subió Sara.
Faltaba solo yo.
Me encontré delante de Gabriel. Era como un caballero negro sobre su negro caballo. Y la figura le quedaba muy bien.
Traté de concentrarme en la silla de montar, y tomé coraje. Si me distraía terminaría con la cola en el piso.
¡Cómo diablos se hacía para subirse allí!
Necesitaba ayuda pero no lo quería admitir. No quería su ayuda, que me miraba con los brazos cruzados volcado hacia el cuello del caballo con una mirada irritante.
“Dale, pon el pie en el estribo” lo escuché aguantando la risa. “Apóyate en mí y te ayudo a subir”
No encontraba nada de qué reír.
Bufé y dejé aparte el orgullo de poder subri sola. Coloqué mi pie derecho en el estribo, me agarré de su brazo y con un movimiento ágil y elegante me ayudó a subir.
Me lo encontré de frente, sus ojos poco distantes de los míos. “Fue fácil, ¿verdad?”
Me hubiera gustado decirle cuánto lo odiaba, pero me limité a un breve y ácido “Gracias, pero lo habría hecho sola, de todas formas.”
“No lo dudo” Dijo en tono sarcástico y luego se puso serio de nuevo. “Agárrate a mí, debemos llegar rápido al castillo, cuanto más veloz lo hagamos menos llamaremos la atención.”
Me agarré a sus costados, a su camiseta justa, lo más fuerte que pude.
Gabriel se dio vuelta molesto. “Tú no me escuchas.”
Tomó mis manos y las puso entorno a su cintura. “Ahora no correrás riesgo, agárrate fuerte”, luego se giró y les dijo a las muchachas, “podemos ir”.
Me encontré pegada contra su espalda. Estábamos yendo a una velocidad increíble, tanto que no podía observar con claridad el paisaje a mi alrededor. Podía apenas distinguir los prados y alguna montaña pero nada más.
Aún me daba vueltas la cabeza, por lo que decidí cerrar los ojos.
Sentía el viento en mis cabellos y con los ojos cerrados, parecía que estaba volando.
¡Volar!
Gabriel era un ángel, tal vez tenía alas. ¿Entonces por qué no las veía? Su espalda era perfecta. Además de los músculos no notaba ninguna otra imperfección. O al menos apoyada en él eso parecía.
Tuve un flash, en el que vi una figura con un par de alas negras, terroríficas.
Parpadeé un instante por el miedo, y en ese momento nuestra loca corrida se hizo más lenta.
Alrededor de mí había un paisaje magnífico, verde.
Gabriel notó que estaba distraída y para llamar mi atención colocó una mano sobre las mías. Pasó con delicadeza el pulgar sobre mi dorso para avisarme que habíamos llegado.
Se me detuvo el corazón.
“Mira Sofía, ¿no es magnífico este lugar?” Su voz escondía un halo de tristeza, como si aquel lugar le recordara algo pasado, o tal vez me equivocaba. No lo hubiera creído capaz de probar algún sentimiento.
Respecto a lo usual, sonaba más gentil, su lado angelical había surgido.
No, pero quería disfrutar aquel momento, hasta que volviera el irascible Gabriel.
“Es fantástico”. Y lo era de verdad. Delante de nosotros había un mar tan azul que parecía que el cielo se hubiera dado vuelta. Debìa ser un lago, porque a su alrededor solo había montañas.
“Este es el lago de los tres ríos, si miras bien entenderás por qué el nombre.” Miré alrededor y entendí perfectamente. Había tres montañas alrededor, y de cada una de ellas bajaba un río que desembocaba en las aguas cristalinas.
“Debemos pasar el puente. ¿Ves, allí abajo?” Gabriel me volvió a tierra, y lamentablemente quitó su mano de las mías, para mostrarme un punto a lo lejos.
Vi un puente que no parecía tener fin. Pestañé para ver mejor, la luz reflejada en el agua me impedía ver con claridad.
Me llevé una mano a los ojos para cubrir el reflejo y pude ver un pequeño relieve montañoso. Era extraño, tenía una forma muy particular.
“Allá arriba, en aquel monte, está el castillo de Ares. Las acompañaré hasta allá, luego seguirán solas” dijo Gabriel.
“¿Por qué no vienes con nosotras?”
Un rayo de rabia le pasó por los ojos, “no soy bienvenido” y terminó la conversación.
Con él no se podía nunca tener una conversación completa, siempre dejaba los discursos por la mitad, y esto me fastidiaba, de verdad.
Llegamos al castillo en la tarde.
Gabriel se marchó con los caballos y dijo que nos vendría a buscar a la mañana siguiente.
Dónde habría pasado la noche, no nos lo dijo, pero aquello no era importante. Mi atención había pasado al castillo que tenía delante que era de verdad impresionante. Entramos escoltadas por un paje. Era un muchacho joven que descubrí que era el único inmortal al servicio de Ares. Todos los demás se habían quedado con Mefisto, quien los dejaba marchitar hasta el hueso en un mar de vicios y excesos.
Portaba una calza que se adhería a sus piernas, largas y esbeltas, similares a las de un ciervo, y una camisola blanca. Encima un chaleco negro orlado en dorado, con un cordoncito marrón, que lo cerraba adelante.
Como si esto no fuese lo suficientemente ridículo, llevaba un sombrero negro, de esos de torero, de fieltro negro con una pluma de pavo que le caía sobre los cabellos rubios y ondulados.
No pude retener la risa cuando vi aquel pantaloncito marrón a rayas plateadas, era como si se hubiera puesto dos pelotas en las piernas.
Nos acompañó hasta la puerta del salón, la abrió y nos anunció: “Su alteza, e inmortal Ares está pronto a recibiros.”
Entramos en fila, primero Sonia, después Sara y luego yo.
El salón era mucho más grande de lo que me había imaginado, grandes pinturas cubrían las paredes.
Eran elfos nobles, se veía por la actitud firme, y por las coronitas de hojas colocadas en la cabeza.
“¿Quiénes son?” Le pregunté a Sara, que aún me miraba con una mirada turbadora.
“La primera estirpe de elfos que reinó en Naostur, los Nuropegues.”
“Pero aquí no hay elfos” le dije, “solo he visto medio elfos, ¿dónde se encuentran ahora?”
Sara me acribilló con la mirada, “son historias antiguas, es mejor dejar el pasado donde está.”
¿Por qué toda aquella rabia repentina? Solo quería saber un poco más del lugar en el que me encontraba.
Decidí no indagar más, si bien no podía sacar de mi cabeza la belleza de aquel Rey elfo.
Volví a mirar a mi alrededor, aquel Castillo era inmenso. Desde lo alto de la sala, colgaban tres grandes arañas, todas alimentadas por velas. Al final del salón había dos grandes escaleras, que llevaban a las habitaciones del segundo piso. Eran en mármol blanco y formaban una herradura.
Mis hermanas y yo caminábamos en fila sobre una gran alfombra roja. Me sentía como una reina escoltada por sus damiselas.
Cuando llegamos al final del salón, Sonia se colocó a mi derecha, Sara a mi izquierda y yo quedé en el medio.
Vi a las muchachas llevarse la mano, con los dedos entrecruzados, al corazón y arrodillarse.
Yo las imité.
“Gloria y Honor a ustedes, queridas muchachas.” Dijo una voz desconocida para mí.
Biché, curiosa por saber quién hablaba.
Me encontré mirando el corredor que pasaba debajo de las escaleras.
No había mucha luz y la única cosa que podía distinguir era una figura con un contorno negro.
Nada más.
“Gloria y Honor a ti, Ares”, dijeron Sonia y Sara.
Yo permanecí con la boca abierta, tratando de darle un sentido a la sombra que aparecía delante de mí. No dije nada y las otras dos me miraron como si hubiera hecho el papelón de mi vida.
Ares sonrió. “No importa es nueva en nuestro reino, ya aprenderá.”
“G-Gracias” tartamudeé, un poco avergonzada.
Me levanté y mis ojos encontraron los de Ares.
Había salido de la sombra y un haz de luz lo iluminó.

5
ARES
Las grandes paredes, pintadas, hacían un único espacio con el suelo.
Un remolino, gris, rojo y amarillo parecía querer devorarme.
Escuché un zumbido, parecido al que se escucha cuando se está por perder el sentido, a punto de desvanecerse, y esto lo había aprendido con creces.
Pocas horas antes me había desmayado y había muerto.
Luego había vuelto a desmayarme.
Pero esta vez era diferente porque solo una cosa veía con nitidez delante de mí, el rostro de Ares.
No sabía si era un muchacho o un hombre, no tenía edad.
Se presentó delante de nosotras vistiendo solo un par de jeans. Sus músculos eran marcados sin ser exagerados. Su rostro era como el de un ángel, uno de aquellos de los cuadros, que adoran al Señor.
Habría podido ser uno de aquellos. O un serafín, pues tampoco ellos tenían edad.
Sus cabellos rubios y rizados, caían por encima de sus hombros. Su nariz griega era perfecta, sus ojos pequeños y de un verde intenso como los prados que había visto antes de llegar al castillo. El mentón un poco pronunciado y en punta, y la boca suave y poco carnosa, eran atrayentes.
No sabía si enfrente de mí tenía una divinidad o un inmortal.
Me di cuenta de que había estado un rato mirándolo, de boca abierta, solo cuando Sara me dio un pellizco.
“Era hora de que decidieras volver con nosotros” dijo en voz baja. “¿Qué diablos te sucedió?”
“Y-Yo”, tartamudeé.
Qué habría podido decirle.
Afortunadamente Ares me salvó de aquella situación embarazosa. “Perdónenla, es la primera vez que se encuentra de cara con un inmortal”, y me hizo un guiño.
“Un placer conocerte, Neman. Bienvenida a nuestro reino.” Ares se arrodilló delante de mí, tomó mi mano y me la beso dulcemente, como aquellos caballeros de otros tiempos.
“El placer es mío, Ares”
A juzgar por la expresión de Sonia, que levantó los ojos al cielo y sacudió la cabeza, entendí que había hecho el enésimo papelón.
Me di vuelta y en voz baja dije:”¿qué debía decir?”
La única respuesta que obtuve fue una risita que no pudo ser frenada. Aquellas que debían de ser mis hermanas me estaban tomando el pelo. Para mí aquello no era nada divertido y las fulminé con la mirada.
“Síganme”, dijo Ares que no parecía haber notado nada.
Lo seguimos por los inmensos corredores del castillo, iluminados por enormes candelabros de oro que colgaban de las paredes.
Entramos en una salita que parecía diminuta para aquel enorme lugar. Debìa de ser una especie de oficina, con un escritorio de madera en el medio de la misma, y un enorme armario que ocupa toda la pared del fondo.
Delante del escritorio había tres sillas de madera, decoradas, de apariencia incómoda.
No había cuadros ni ventanas al exterior. Solamente un enorme candelabro con velas encendidas, que colgaba sobre nuestras cabezas.
Encima del escritorio había algunos papeles ordenados. Noté, de un lado, algunas hojas escritas, y de otro, hojas en blanco, y cerca de estas un recipiente con tinta y una lapicera de pluma para escribir.
“Bien”, comenzó Ares, “esta sala es la más segura que tenemos. Como ustedes ya saben, se sabe que llegó. Se rumorea que esta vez es diferente, que podría ser Ella, y no solamente Neman. ¿Qué me pueden decir a propósito de esto?”
Sara comenzó a contar todo, como un río que corre. Desde mi despertar hasta el evento delante del pueblo del Reino de Elos.
Finalmente entendí por qué me miraba con sospecha. Había entrado en trance y había comenzado a hablar con una voz que no era la mía. Incluso yo, como ella, habría sospechado. Pensar en cualquier tipo de posesión, me revolvía el estómago.
“Y entonces sospechas que en ese momento se haya podido manifestar la Diosa en persona. ¿Entendí bien Sara?” Concluyó Ares.
“Estoy convencida. Por un momento pude ver un rayo en sus ojos, una luz distinta, mi cuerpo sintió una presencia diferente, fuerte, y…” tragó antes de continuar, “y familiar”.
“Entiendo, pero si fuera la reencarnación de la Diosa, de Morrigan…¿saben lo que significa, verdad?”
Sara y Sonia se miraron, me miraron, miraron a Ares, hicieron un gesto y miraron hacia abajo.
¿Qué significaba aquello?
Aguanté la respiración. El estómago se me retorcía de ansiedad.
Esperé, deseando que alguien me explicara algo.
Nadie dijo nada.
“Yo no sé qué significa todo esto” exploté. “¿Alguien me podría explicar qué diablos significa?”
“Sofía, tesoro, cálmate” dijo Ares. “No pasará nada malo, todo depende de ti. Verás, hace años que Morrigan no se deja ver. La última vez fue cuando murió.”
“¿Cómo sucedió?”
Traté desesperadamente de calmarme.
“Murió durante una batalla. Se había enamorada del oicial del ejército del Reino de Elos, un inmortal. Morrigan es famosa por ser la Reina de la Guerra. Su ayuda hubiera sido preciosa para vencer contra el Reino de Tenot, y vencer a su Rey, Mefisto. ¡Ese bastardo! Pero Lugh no le permitió entrometerse, la amaba demasiado. Morrigan no soportaba la idea de perderlo en la batalla y lo siguió, asumiendo la forma de cuervo. Cuando vio que Mefisto estaba a punto de matarlo, se transformó en la vieja de los largos cabellos canos, portadora de muerte. Desgraciadamente murió la persona equivocada. La vieja no le apareció al Rey, le apareció a Lugh.”
“Y ella desapareció con el corazón destrozado.” Concluyó Sonia. “Se dice que declaró que se habría vengado con Mefisto, apenas tuviera la oportunidad.”
“¿Y entonces qué pasará si soy de verdad la reencarnación de la Diosa? ¿Deberé de combatir con este despiadado Rey?”
Estaba en verdad muy preocupada. No quería combatir, era como firmar mi condena a muerte.
¿Qué habría podido hacer contra un inmortal? ¡Nada!
“No, tú puedes elegir de qué parte estar. Puedes estar de parte de los buenos, y entonces te vengarás de Mefisto y su ejército”, comenzó a explicar Ares.
“Y nos salvarías a nosotros y a nuestro ejército” agregó Sara, mirándome como implorando compasión.
“O puedes mascararte de parte de los malos, y entonces junto a ellos, traerás muerte y destrucción. Se dice que Mefisto está tramando algo desde hace años, pero nunca nadie pudo encontrar nada que pudiere descubrir qué es.”
Ares apretó los puños y miró al vacío.
¡Eran dos elecciones absurdas!
Me parecía lógico ubicarme del lado del bien. Primero porque cualquiera lo haría para salvar su pellejo, y segundo, porque conocía muchas personas que me ayudarían a hacerlo.
“Elijo estar del lado del bien, obviamente.”
“No es tan sencillo. Deberás siempre guardar tus espaldas, serás puesta a prueba. Y por lo que sé hay personas que pueden estar cerca de ti y no revelarse por lo que realmente son. Podría trabajar para el Reino de Tenot, y por la espalda obligarte a estar con ellos.”
¿Quièn podría hacer algo así?
No creía que Sara ni Sonia pudieran traicionarme bajo mis narices, y tal vez tampoco Gabriel.
¡No! Él sí, pensándolo bien, sí habría sido capaz.
Me había avisado que tenía una misión que terminar y además estaba aquella historia de yo-hago-mal-a-quienes-están-a-mi-lado.
Sí, él sería un óptimo candidato.
“¡Gabriel!” me sorprendí diciendo.
“¿Gabriel? Piensas que él pueda estar en tu contra, ¿por qué?” Ares se llevó una mano, en gesto de pensar, al mentón.
“No, en realidad…era solo un pensamiento.”
Traté de justificarme, moviendo las manos para borrar lo que había dicho.
Sara con sus aires de niña inocente, se giró hacia mí. “Gabriel no le haría daño nunca a ninguna de nosotras, no es malo, te equivocas.”
“Es el ángel de la muerte, no está de ningún lado. En realidad está donde le conviene.” Un rayo de odio pasó por los ojos de Ares.
Un temblor me puso la piel de gallina y una cantidad de imágenes comenzaron a amontonarse en mi mente.
Lloraba, estaba sola en un bosque y tenía miedo.
Era un recuerdo desenfocado.
O tal vez un soño sin terminar que había permanecido en mi memoria.
Cerré los ojos para poder concentrarme mejor y una voz resonó dentro de mí fuerte y clara.
Retan ni stequo pocor.
Algo en el recuerdo llamó mi atención.
Una figura caminaba hacia mí. Dos ojos amarillentos esplendían en la noche, como los de un gato.
Las imágenes se bloquearon ahí.
Abrí los ojos, y nadie pareció darse cuenta de lo que acababa de sucederme.
Ares buscaba algo en los cajones del escritorio. Sacó un paquetito de color rojo tan fuerte, que parecía negro a la luz de las velas.
Lo abrió y sacó de él un collar.
Era estupendo.
Lo levantó de modo que todas pudiéramos verlo.
La luz de las velas se reflejaba en el cristal rojo del centro, con forma de corazón, emanando rayos rojizos por toda la sala. A ambos lados del corazón había dos dragones, uno blanco y uno negro, con las colas entrelazadas en la parte inferior, y sus alas desplegadas.
“Úsalo siempre Sofía. El corazón del Dragón te protegerá y te ayudará a domar tus poderes” Ares se levantó y avanzó hacia mí.
Recogí mis cabellos, para permitir que Ares me colocara el collar.
Era fría al tacto, y podía percibir el poder que portaba aquel corazón rojo.
“Creo que ya es hora de acompañarlas a sus habitaciones, estarán cansadas” Dijo Ares acariciándome el cabello.
No me había dado cuenta lo tarde que era. El sol, si bien menos fuerte, continuaba brillando en aquel cielo azul. Deseaba que los dormitorios tuvieran cortinas pesadas, de manera que no dejaran entrar la luz.
Siempre había dormido en la oscuridad absoluta.
No quería que ninguna luz molestara mi sueño, y saber que allí el sol nunca daba paso a la luna me preocupaba un poco.
Mis hermanas salieron, y yo luego de ellas, como siempre lo hacíamos.
Ares me aferró del brazo, en cuanto mis hermanas ya estaban un poco distantes, y me retuvo en la salita.
Los cabellos me habían caído en el rostro, y el inmortal me los retiró, con total ternura, acariciándome el rostro.
“Te has transformado en una mujer espléndida, Sofía.”
Qué quería decir, yo no lo sabía, y tampoco me importaba.
Estaba completamente hipnotizada por aquellos ojos verdes, que al mirarlos tan de cerca, noté que estaban circundados de pequeños puntitos dorados, alrededor de las pupilas.
Me habría podido manejar como una marioneta y de hecho, no me di cuenta que había acercado mucho su cuerpo al mío.
“Tú eres mía, y de nadie más.”
Luego pronunció palabras incomprensibles para mí, y sus pupilas se dilataron. Vi ese rayo rojo salir de sus ojos, y por mi espalda corrió un escalofrío.
Estaba en peligro lo sentía en cada rincón de mi cuerpo, pero no podía moverme ni gritar.
Había sido raptada por aquel serafín inmortal y no hubiera podido hacer nada, sino simplemente rendirme y entregarme a él.
Bajó la cabeza y me besó. No fue un beso apasionado, sino un flujo de poder que salía de sus labios hacia los míos.
Justo en ese momento comprendí dos cosas.
La primera que era Morrigan la Diosa de la guerra y el cambio, y de esto estaba segura.
Y había podido darle un nombre a esa figura mal enfocada que había venido a mi mente instantes antes.
Sabía quién me quería hacer daño, y desde ese momento tendría controlados todos sus movimientos.

6
VIEJOS RECUERDOS
Mi cuarto era enorme.
Las paredes parecían de oro. Con decoraciones floreadas, muy sencillas.
En el techo había pintado un hermoso cielo azul con blancas nubes, y del centro caía un finísimo candelabro de oro, con forma de pirámide y base redonda, al cual lo habían llenado de velas.
Estaba demasiado cansada, como para ponerme a contarlas.
Mi atención fue llamada por la enorme cama, de madera y hierro, con dos cortinas blancas a los costados.
Encima del acolchado había un camisón de seda ambar, con recamos de color rosa alrededor de los senos.
Me la puse y fui hacia la ventana, enorme, que se encontraba justo enfrente a la puerta.
Cerré la pesada cortina, y con gran alegría, me di cuenta de que no entraba siquiera un rayo de sol.
Apagué las velas y me metí entre las sábanas con sumo placer.
Al inicio no soñé nada en particular. Luego me encontré en medio a un bosque con unos pinos tan alto que parecían perforar el cielo. Me vi sentada en el piso sobre un colchón de hojas secas.
Hacía frío y a humedad me entraba hasta los huesos.
Temblaba.
El corazón me batía a mil.
Estaba aterrorizada.
Quería gritar, llorar, quería a mi madre.
¿Sería un recuerdo de cuando era niña?
¿Un recuerdo que quería borrar?
Tal vez sí.
Había visto aquella escena en mi mente, antes, mientras hablábamos con Ares.
¿Era coincidencia o fatalidad, que justo me viniera a la mente ahora?
En un cierto momento, en sueños, sentí pasos.
Hojas pisadas, ramas partidas.
Alguien se acercaba.
Podía sentir una respiración, como si ese alguien, hubiera corrido para llegar hasta allí.
Lo escuché reír.
“Pequeña Sofía, no grites, no tengas miedo. Las otras chicas ni siquiera se dieron cuenta. Quieres ser la única cobarde.”
Aquel salió de la oscuridad y se me acercó.
Era una sombra, una figura de hombre, con alas negras, tan negras que se confundían con la noche.
Me puse a lloras fuerte, muy alto, sin importarme de lo que había dicho de las otras muchachas.
No me importaba ser la más valiente, solo quería que alguien me llevara a casa.
El hombre comenzó a parlotear en una lengua desconocida. Finalmente gritó: “Retan ni stequo copor. Entre en este cuerpo, Máxima Diosa.”
Una luz agujereó el cielo y se hacía cada vez más grande.
Un rayo verde dibujó un círculo perfecto a mi alrededor, y aquello que parecía el polvo mágico de Trilli, comenzó a subir dibujando espléndidos arcoíris, cada vez que entraba en contacto con el rayo de luz.
Alargué mis manos para tocarla y dejé de llorar.
Me sentía tranquila, como si estuviera con mi madre en su cama, y no fuera en un bosque oscuro.
El rayo verde de a poco desapareció.
El ángel negro dijo: “Es hora de que entres en su cuerpo Diosa, te mataré con mis propias manos.” Avanzó hacia mí. “Se hará justicia.”
Algo hizo aparecer un pequeño rayo de luna, y saltó delante de mi cabeza.

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Morrigan Laura Merlin

Laura Merlin

Тип: электронная книга

Жанр: Фэнтези про драконов

Язык: на испанском языке

Издательство: TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE

Дата публикации: 16.04.2024

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О книге: Morrigan, электронная книга автора Laura Merlin на испанском языке, в жанре фэнтези про драконов

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