Morrigan
Laura Merlin
LAURA MERLIN
MORRIGAN
LA VENGANZA DE LA DIOSA.
Traducido por: MarÃa José Gomes Angelone
Editor: Tektime
Para quienes tanto quiero.
FÃsicamente distantes.
Espiritualmente cercanos.
âElla es la luz que me guÃa
hacia mi destino incierto.
Ella me dice que no tenga miedo
y tome sus manos.
Ella es muerte, es vida
¡mi Diosa Morrigan!
(Trovar de Muerte- Morrigan)
1
LA PESADILLA
Alguien me está siguiendo.
A mi alrededor solo hay enormes extensiones de praderas sin cultivar.
El viento soplaba tan fuerte que lo podÃa sentir cortándome la piel. Bajé la mirada. En ese momento vestÃa solamente un camisón blanco de seda. Estaba consciente de que era un sueño, pero también sabÃa que mis sueños nuca habÃan sido normales.
Avancé algún pasado sin dejar de mirar hacia atrás.
âSofÃaâ, parecÃa gritar el viento.
â¡SofÃa!â
Me di vuelta. Un enorme cuervo negro planeaba, dirigiéndose directamente hacia mi cabeza.
Un escalofrÃo me recorrió la espalda y comencé a correr.
Escuchaba batir sus alas cada vez más cerca.
Me volteé, esperando no encontrar al cuervo pronto a lanzarse en picada como si fuera su presa, pero se me bloqueó la respiración.
Una figura difusa me observaba inmóvil.
Solo los largos cabellos rojos como el fuego y el largo vestido color púrpura eran movidos por el viento.
¿Quién diablos era?
¿Por qué sentÃa tanto miedo?
¡Y además, en mi sueño!
Comencé a sentir mucho cansancio en las piernas, pero no podÃa detenerme. No habÃa ningún escondite cercano. Por fortuna era tal la descarga de adrenalina que me producÃa el terror, que hubiera podido correr quilómetros sin sentir dolor.
Al rato, a lo lejos, divisé la figura de lo que parecÃa ser mi casa.
Solo parecÃa, en realidad, porque cuánto más me acercaba me daba cuenta de que era otra cosa.
No lograba entender qué era.
El cuervo se encontraba a poca distancia de mà y sentÃa su graznido furioso encima de mi cabeza. Noté, con estupor, que aquel pajarraco hablaba.
âDetente, SofÃa, no te haré dañoâ
Escuché aquellas palabras tan cercanas, que pensé que tal vez solo las habÃa imaginado en mi mente. Después de todo, en los sueños, también los animales pueden hablar.
Ojeé velozmente a mis espaldas, para ver dónde se encontraba.
Detrás de mÃ, la nada, ni siquiera el espectro de mujer que habÃa visto con anterioridad. Solo quedaba el viento sobre la pradera, que hacÃa doblar las espigas con su furia.
Logré llegar a la puerta. Empujé para ver si estaba abierta y agradecà a la diosa Fortuna por haberse acordado de mi existencia.
Se abrió sin ningún esfuerzo.
Apenas puse un pie dentro de casa, me abrazó una sensación de vacÃo. Algo me decÃa que todo estaba mal. Los pisos, generalmente de cerámicas color rosa claro, estaban sucios y llenos de hojas. Los muebles no existÃan. HabÃa solamente un piano de cola negro, tan lúcido y limpio que la única cosa que se podÃa distinguir sin problema, además de las teclas blancas, era la marca escrita con caracteres grandes y en color oro.
Me acerqué tentada por el deseo de tocar, pero las teclas comenzaron a moverse solas.
Me detuve, petrificada por el miedo.
Por algunos instantes ni siquiera respiré, escuchaba las notas en silencio. Una melodÃa desconocida, oscura e hipnótica al mismo tiempo, como si el pianista fantasma quisiera resaltar que habÃa caÃdo en una verdadera y profunda pesadilla.
Mientras la música sonaba, comencé a entrever una figura de mujer sentada delante del teclado del instrumento, totalmente concentrada en tocar. Batà los párpados un par de veces, hasta lograr ver la figura con claridad.
¡No lo podÃa creer! Era el espectro que me habÃa estado siguiendo un momento antes.
Sus facciones me eran extrañamente familiares. Los largos cabellos rojos y ondulados le caÃan por debajo de los hombros y usaba, también ella, un camisón blanco de seda. TenÃa la total convicción de que la conocÃa. Forcé cada pequeña neurona de mi cerebro para recordar dónde la habÃa visto.
â¿Quién eres?â â¿Por qué me sigues?â, logré preguntar tratando de esconder el terror en mi voz. â¿Qué quieres de mÃ?â
La muchacha comenzó a tocar y a reÃr como si hubiera dicho algo divertido.
Lentamente se volvió hacia mÃ, se puso de pie y en un instante me encontré cara a cara conâ¦
¡No, no podÃa ser!
Con seguridad tenÃa la vista nublada.
Cerré los ojos tratando de aclarar las ideas, pero cuando los abrà me di cuenta que habÃa visto bien.
Estaba escapando de mà misma.
âHola SofÃa, ¿me reconoces?â, dijo mi otro yo.
âNo lo logro entender. ¿Por qué estoy hablandoâ¦Y sÃ, con una especie de mà misma?â
âEsto es verdad, yo soy tu otra mitad. Ahora tengo poco tiempo para explicártelo y me tienes que escuchar. Estás en peligro, te están buscando. Sabe quién eres y también él te necesitaâ.
Habló de una manera tan rápida que casi no entendà lo que dijo.
âNo, esperaâ la frené desconcertada. ¿Qué quieres decir con âtambién él te necesitaâ?
âTú eres la tercera divinidad, debes ayudarnos a vencer a quien nos está quitando todas las libertadesâ. Su tono era desesperado. âÃl te está buscando para matarte, porque sabe que sin ti, el poder de Morrigan no puede salir a luzâ.
La cabeza me daba vueltas, ya no entendÃa nada.
El flujo de mis pensamientos se frenó de golpe y decidà que debÃa saber todo lo que fuera posible sobre aquello. â¿Qué es el poder de Morrigan?â No logro entender, ¿qué debo hacer? ¿Cómo podrÃa salvarte?â.
âTendremos tiempo de explicar todo cuando te nos unasâ. Su voz asumió un tono grave. âTu tiempo en la tierra se terminó. Debes unirte a nosotros, SofÃaâ.
La otra âyoâ movió los ojos de improviso como si hubiera percibido la presencia de alguien que no debÃa estar allÃ. Comenzó a agitarse y a mirar a su alrededor preocupada.
âMaldición, me han descubiertoâ, imprecó. âLa Diosa te quiere, tu destino ya está escrito. No puedes cambiar el curso de los acontecimientos. ¡Sálvanos!â.
Pronunció estas palabras con tal intensidad y violencia que parecieron cuchillas cortantes. Me golpeó en lo profundo del alma y entendà que quizás no fuera solo un terrible y simple sueño: era algo real que habrÃa de cambiar en forma drástica mi vida.
Hubiera querido suplicarle que se quedare y me explicara mejor lo que sucedÃa, pero apenas intenté abrir la boca para hablar, detrás de la muchacha se materializó una figura.
No era una figura clara, podÃa ver solo sus contornos difuminados. La única cosa que podÃa ver con claridad eran sus ojos, dos intensos ojos negros como la noche que me paralizaron de pies a cabeza.
No querÃa seguir allà ni un minuto más, tenÃa que salir de ese sueño costara lo que costara. Solo que me encontraba bloqueada en aquella dimensión.
Grité a boca abierta y la sombra de aquella figura desconocida se acercaba cada vez más. Una risa profunda sonó en mis oÃdos. âSerás mÃa, SofÃa, ya no hay manera de escaparâ, gritó la sombra.
âAléjate de mÃâ grité âquiero irme de aquÃâ, y de repente parpadeé y me sobresalté en la cama.
Estaba sudando, tenÃa la frente perlada por el sudor. Inmediatamente miré a mi alrededor. Afortunadamente estaba en mi habitación. Cerré los ojos y las imágenes de aquella pesadilla pasaron por mi mente una a una, como si fuera la sÃntesis veloz de una pelÃcula.
Un aliento de aire helado rozó mi piel aún humedecida.
Alguien me observaba. TenÃa la total sensación de tener aquellos ojos negros encima de mÃ, pero no podÃa ver a nadie.
El corazón comenzó a latirme a mil.
Sentà pasos cada vez más cerca, y comencé a repetirme que no podÃa ser, que el sueño no podÃa volverse realidad.
Algo saltó a la cama. Sofoqué un grito con mis manos y llevé mis rodillas al pecho con de golpe.
âAde, casi me matasâ, dije a mi bola de pelos de color miel. Comencé a mimar a mi perro que mientras se habÃa hecho un ovillo a mi lado.
Decidà concentrarme en él sin dejar de acariciarlo para relajarme. A la mañana siguiente habrÃa analizado si preocuparme o no por la pesadilla. Mientras tanto tratarÃa de dormir un poco más, pero el miedo de volver a caer en aquella horrible fantasÃa era demasiado.
De una cosa estaba segura, las terribles sensaciones que habÃa experimentado no me dejarÃan, es más, hubiera podido apostar que con el pasar del tiempo aumentarÃan.
2
LA ANCIANA
Me habÃa quedado despierta casi toda la noche. El sueño de la noche anterior me habÃa dejado una extraña sensación. SentÃa terror de que todo aquello pudiera ser verdad, y no solo fruto de mi mente retorcida.
Me levanté y me senté en el borde de la cama. Respiré hondo, tres, cuatro veces, hasta que logré sentirme un poco más tranquila.
Me arrastré hasta el armario. Tomé unos pantalones cortos y negros, y la primera remera que me cayó en mano.
Me miré al espejo. Estaba pálida, dos ojeras oscuras indicaban que no habÃa descansado bien, y mis cabellos indicaban lo mismo.
Por primera vez parecÃa tener algún año más. Estaba acostumbrada a que me dijeran que parecÃa menor: nunca nadie me daba 18 años. Después de todo tenÃan razón. Ni yo me darÃa la edad que tenÃa, pero aquella mañana parecÃa tenerla.
Me pasé una mano por la cara, como si con aquel gesto hubiera podido borrar todos mis pensamientos.
Tomé el maquillaje y comencé con la restauración.
âA nosotras dos, desconocidaâ, amenacé a mi reflejo con el cepillo de maquillar. âVeremos quién quedará mejorâ.
Gané yo. Mis cabellos volvieron a ser lacios y los recogà en una cola de caballo, la base cubrió las ojeras y con el lápiz negro le di un toque de color a mis ojos cansados.
En realidad el maquillaje no era necesario, ya que aquella mañana solo debÃa de ir a hacer un poco de jogging, antes de ponerme a hacer alguna cosa, pero sentÃa necesidad de él.
Y sentÃa necesidad también de tirarme el tarot.
Era una costumbre. Cada vez que sentÃa una duda o incerteza tomaba las cartas para ver qué me aconsejaban hacer.
Esto, de cierta manera, me hacÃa sentir más tranquila.
Atravesé la habitación de dos grandes pasos, tomé el mazo de cartas del cajón cercano a la cama y me senté en el piso con las piernas cruzadas.
Me concentré y mezclé las cartas con cuidado, tratando de vaciar la mente. Corté el mazo, lo recompuse en uno y suspiré.
Luego a media voz dije: â¿Cómo puedo entender el sueño de anoche? ¿Qué sucederá ahora?â.
Era una pregunta un poco absurda de realizar: generalmente preguntaba cómo me debÃa comportar, si debÃa hacer alguna cosa determinada, o pedÃa un consejo sobre algún trabajo o alguna idea. No querÃa y nunca habrÃa usado el tarot para tratar de leer mi futuro. Iba contra mi convicción de que los verdaderos creadores del destino somos nosotros mismos, y nadie puede tener la certeza de lo que sucederá mañana.
Aquella mañana, sin embargo, la pregunta habÃa surgido de manera espontánea. Saqué tres cartas del mazo y las apoyé sobre el piso, una al lado de la otra.
Di vuelta la primera, como si leyera un libro, luego la segunda y finalmente la tercera.
Parpadeé e me quedé mirándolas fijamente, sosteniendo la respiración.
¡Tres arcanos mayores!
Tres cartas de un cierto peso, pues son aquellas con mayor influencia mágica.
El loco, arcano número cero.
La muerte, el décimo tercer arcano.
La torre, el décimo sexto arcano.
En pocas palabras, significaban un cambio inesperado en mi vida, un nuevo camino por recorrer.
Esto no me dejaba nada tranquila. Recogà las cartas y noté que me temblaban las manos.
La última cosa que hubiera querido en aquel momento, era un cambio drástico en mi vida. Me gustaba asÃ, ordinaria, regular, sin mayores sobresaltos.
Ya habÃa tenido bastante con un muchacho llamado Michel.
HabÃamos salido alguna vez. Me encantaban sus ojos, almendrados, como los de un pequeño ciervo perdido, y a sus cabellos negros y suaves. TenÃa aires de niño y juntos nos divertÃamos mucho. Estaba bien con él, pero después de un tiempo me di cuenta de que aquello que sentÃa era una fuerte amistad y nada más.
Decidà terminar con aquella historia esperando que antes o después entendiera mi decisión.
¡Me equivocaba por completo!
Ãl me amaba y era de esos amores locos que te llevan a hacer locuras. Aquello que te hace creer que para siempre no es solo una ilusión, sino algo real, posible.
Pero es también aquello que, cuando te corta las alas, te hace caer, cada vez más bajo, en el corazón de los infiernos.
Y fue lo que él sintió.
La obsesión lo cegó, y pasaba de momentos de rabia en los que me ofendÃa y blasfemaba en mi contra, a momentos de tranquilidad y depresión, en los que habrÃa hecho de todo por volver.
¡Le tenÃa miedo! Tanto que, cuando salÃa, trataba de no estar nunca sola.
PodrÃa parecer una exageración, pero de verdad me daban miedo sus reacciones.
Bajé los hombros y de un salto me paré. Bajé las escaleras corriendo, y me puse mis Converse negros y rosados.
Me dirigà al parque, aunque el dÃa no fuera de los mejores, el cielo estaba oscuro, por algunas nubes amenazantes de lluvia, sin embargo los treinta grados que habÃa se hacÃan sentir mucho.
Encendà el Ipod, me coloqué los auriculares y dejé correr mi playlist. TenÃa la desesperada necesidad de escuchar alguna música que me cargara de energÃa, elegà a Queen con Princes of de Universe.
Al llegar a la entrada del parque, comencé a correr.
Me gustaba aquel lugar, me daba alegrÃa incluso en los dÃas negros como aquel. ParecÃa que allà nunca se podrÃa terminar con el verde de los árboles y el pasto tan bien cuidado.
Aquella mañana habÃa muy pocas personas. Comúnmente, en junio, se podÃan encontrar muchos niños paseando con los abuelos, incluso a las 8 de la mañana. En cambio era como si aquel dÃa todos se hubieran quedado en casa y solo yo hubiera tenido la loca idea de salir.
Esto no me gustaba nada.
Llegué a la zona más alejada y bella del parque, donde corrÃa un pequeñÃsimo rÃo, atravesado por un puente de madera, muy bien conservado.
Respiraba hondo aquel dulce perfume de agua y tierra mojada, cuando un rumor extraño llamó mi atención.
Me saqué los auriculares para escuchar mejor.
ParecÃan llantos.
Me detuve y miré un poco a mi alrededor. Con el dorso de la mano me sequé el sudor de la frente y di algún paso más hacia adelante, siempre escuchando desde dónde venÃa aquel ruido.
Y la vi.
Era una viejita de rostro dulce, y con los cabellos recogidos ordenadamente en un moño. Estaba llorando, triste por algo que no sabÃa.
âSeñora, ¿todo bien?â pregunté, avanzando algún paso con lentitud.
A su lado habÃa un cesto con ropa, simplemente estaba lavando la ropa en el rÃo.
Sentà curiosidad y temor, al mismo tiempo, sin saber por qué. Después de todo, era solo una señora anciana, demasiado triste y sola.
â¿Señora?â intenté de nuevo, con un tono más dulce, dado que no parecÃa haber notado mi presencia.
Estaba muy cerca, y podÃa ver lo que tenÃa entre sus manos.
En un primer momento pensé que podÃa ser ropa de su probable difunto marido. En cambio, mirando bien, me di cuenta que sostenÃa una remera demasiado pequeña para ser usada por un hombre, y muy juvenil como para que fuera suya.
Agudicé la vista, para ver mejor, y dos cosas me paralizaron la respiración.
HabÃa un dibujo en aquella remera blanca, una simple mariposa rosada. Bajé la vista y vi que era la misma que llevaba puesta yo.
¡No tenÃa sentido!
¿Aún dormÃa?
¿Pero cuándo me habÃa dormido?
No, estaba despierta y consciente. Desgraciadamente.
La viejita estaba concentrada en su trabajo, empeñada en quitar una mancha.
Una mancha rojiza e irregular.
Me relajé un segundo. Tal vez era de una nieta, la habÃa ensuciado y la abuela la estaba lavando.
Pero, ¿por qué lloraba?
Mis ojos se detuvieron en el color escarlata del agua que bajaba. ¿PodÃa ser una mancha de sangre fresca? Justo a la altura del lado derecho.
Mi fantasÃa viajaba de manera demasiado veloz. ¡Era todo muy absurdo para ser verdad!
La abuelita se dio vuelta y me fijó, con dos ojos de hielo que parecÃan implorarme que la entendiera.
âLo lamentoâ.
â¿Por qué, señora?â, traté de preguntar en un tono calmo, â¿Qué sucedió? ¿Por qué hay toda esa sangre?â
âLo entenderásâ¦prontoâ¦lo sientoâ, y volvió a su tarea, siempre llorando y dejando que las lágrimas le recorrieran el rostro, ya surcado por las arrugas.
Hubiera querido consolarla, continuar hablando, preguntarle más, pero apenas abrà la boca, sentà el ladrido de un perro.
Me di vuelta y lo vi allÃ, a dos pasos de mÃ. Un lobo, de manto negro como la noche, me ladraba.
Sentà un segundo de temor por la señora, y me giré para advertirla, pero ya no estaba allÃ, ni elle ni el cesto de la ropa.
El corazón me dio un salto, ¡no podÃa haberme imaginado todo!
Mientras tanto el lobo avanzó hacia mà y me apoyó el hocico en la mano, para llamar mi atención.
Hizo que le acariciara la cabeza y luego saltó hacia la zona noreste del parque, la zona a la cual iban las parejas para estar tranquilas.
En efecto, era un lugar bastante apartado, con grandes sauces llorones, que podÃan crear un perfecto escondite.
Yo nunca habÃa ido, porque me parecÃa un lugar peligroso.
Las dudas de mi cabeza se desvanecieron, cuando escuché gritos que provenÃan desde allà y, sin pensarlo, corrà detrás del lobo.
Después de un par de metros, llegué. Los gritos eran más fuertes y podÃa oÃr voces. Retiré unas ramas de sauce y pude ver toda la escena.
âEres solo una pequeña molestiaâ, gritó la chica de cortos cabellos rubios, que le caÃan todos a un lado.
âNo, te lo ruego, déjame ir. No he hecho nadaâ
Miré hacia el lugar del que provenÃa esa voz.
Era una muchacha simple, con cabellos desordenados de color castaño que le caÃan sobre los hombros.
Una tercera muchacha, la sostenÃa de los brazos, por detrás, de manera de no permitirle moverse. No decÃa nada, se limitaba a sonreÃr, masticando frenéticamente un chicle. La cresta verde y roja, en la cabeza, y una cantidad de piercings en las orejas y en la cara, la hacÃan parecer un muchacho.
â¿Qué?â dijo la rubia. âTú estúpida muchachita, fuiste a la policÃa a decir que te sacamos plata para la cocaâ
âIo⦠ioâ¦â, susurró la pobre muchacha.
â¿Tú qué?â¦admÃtelo oâ¦â La mano de la rubia bajó hasta el bolsillo trasero de su jean, sacó una navaja, y con un movimiento rápido hizo saltar la punta que brilló amenazadora delante de los ojos de la pobre vÃctima indefensa.
Odiaba a quiénes hacÃan bulling. Me habÃa pasado que me tomaran el pelo, pero nunca nadie habÃa llegado al extremo de amenazarme con un cuchillo.
No lo podÃa concebir, esto era demasiado.
Noté la expresión de la pobre muchacha. Estaba aterrorizada, lloraba a mares, y se la habÃa corrido el poco maquillaje que se habÃa puesto en los ojos.
¿Cómo podÃan tratar asà a una pobre muchacha indefensa?
Algo dentro de mà comenzó a bullir. Sin que me diera cuenta, mis piernas se movieron solas, como empujadas por una fuerza exterior.
âHey, déjenlaâ grité.
Me precipité hacia ellas, la adrenalina se apoderó de mà y ya no respondÃa por mis acciones.
â¿Qué quieres? Vete, no te metas en problemas ajenosâ dijo la rubio fulminándome con la mirada.
âDéjenla en paz y me voyâ
âVete ahoraâ dijo, moviendo los ojos. âNo son problemas tuyos, ¿cuántas veces debo decÃrtelo? Ve a hacerte la heroÃna a otra parte.â
âYaaaâ dijo la muchacha punk, arrastrando la última letra.
La rubia levantó el cuchillo: âEsto te hará daño, pero es solo una invitación para que retires la denuncia. Si no lo haces...â imitó con la mano libre el gesto de cortarle el cuello.
âNo bromees déjala en paz. Hizo bien en denunciarlas. Ustedes no saben lo que significa ser presa de mira. Quiere decir tener terror de salir de casa, de ir a la escuela. Uno se aÃsla por culpa de muchachas odiosas como ustedes, que les arruinan la vida a pobres muchachas inocentes. Deja la navaja ahora, ponlo en el piso.â Casi grité estas últimas palabras.
âEstá bien lo dejo. Me has conmovido, sabes.â, dijo burlona la rubia, con la nariz en alto fingiendo el llanto. Luego agrego: âPero antes se lo clavo en los muslosâ.
La rubia trató de golpear con la navaja a la muchacha, yo me tiré delante de ella y la respiración se me bloqueó en la garganta.
Sentà algo calienta que me corrÃa por el lado derecho y una sensación de torpeza comenzó a correrme por todo el cuerpo. Bajé la mirada y vi una mancha rojiza que comenzó a arruinarme la remera blanca.
Una lágrima me regó el rostro, luego otra. La cabeza me comenzó a girar y todo a mi alrededor parecÃa quedar en silencio. Mi respiración comenzó a hacerse corta e irregular. Las piernas me cedieron y caà al piso como una bolsa vacÃa.
Sentà a la muchacha punk exclamar: Oh mierda, esta está muertaâ¦está muerta en serio. La matasteâ.
âVámonos, rápido. Dejémosla aquà que se mueraâ, dijo la rubia.â Y tú, ven con nosotras, no nos denunciarás también por estoâ.
Las tres se marcharon, rápidamente, dejándome sobre una cama de hojas.
Me di cuenta en aquel momento que no habÃa lágrimas sobre mi rostro, sino gotas de lluvia.
Era como si el cielo hubiera comenzado a llorar por mÃ.
SabÃa que en aquel lugar nadie me habrÃa encontrado a tiempo para salvarme. Estaba destinada a morir, sin siquiera haber tenido tiempo de despedirme de mis padres.
Mi madre, mi dulce y querida madre siempre dispuesta a estar a mi lado. Me hubiera gustado agradecerle por todo lo que siempre habÃa hecho por mÃ.
Mi padre, mi adorado y fuerte papá, de quien habÃa sacado mis rebeldes y negros cabellos. Me hubiera gustado escucharlo más seguido.
Y Ade, mi fiel amigo de cuatro patas. ¿Qué habrÃa hecho ahora sin mÃ? Estábamos siempre juntos, inseparables, y ahora ya no podrÃa estar a su lado.
Fue justo con este pensamiento, que una lágrima me corrió por la mejilla, y esta vez de verdad, mezclándose con la lluvia.
Un escalofrÃo me atravesó el cuerpo y todo pareció moverse.
El mundo me giró entorno y algo me elevó, fuera del cuerpo. No lograba distinguir nada. Estaba viajando a una velocidad tal que veÃa solo sombras indistintas y relámpagos de luz. Lo único que podÃa percibir en aquel particular viajes eran las voces. Lamentos para ser más precisa. Lúgubres y tétricos lamentos. Además era como si manos invisibles se alargaran para detener mi loca corrida. Me agujereaban el cuerpo, pero no sangraba, y jirones de carne parecÃan desprenderse de mi cuerpo cada vez que una de esas manos me rozaba.
Después de algunos minutos, que me parecieron infinitos, volvà a fluctuar.
No estaba en una habitación.
No estaba afuera.
No estaba tampoco en el cielo.
Flotaba en una especie de dimensión celeste, todo a mi alrededor brillaba en una luz azulada e hipnótica.
HabrÃa podido permanecer allà por siempre. SentÃa una paz tan inmensa que hubiera podido perderme allà para siempre.
Mis plegarias fueron escuchadas.
Un resplandor blanco, enceguecedor me hizo perder el sentido y todo quedó oscuro y en silencio.
3
LA LLEGADA A NAOSTUR
â¿No deberÃas despertarla, ahora?â
âEs tan dulce verla dormirâ
â¿Has enloquecido? No hablarás en serio, Saraâ.
SentÃa la voz de dos chicas.
¿Quiénes eran?
¿Qué querÃan?
Deseaba que se fueran y me dejaran dormir.
¡Para siempre!
No querÃa despertar, estaba muy bien donde me encontraba.
â¡Basta ya!â. Ordenó una voz dulce y al mismo tiempo autoritaria. Era un muchacho y por su timbre de voz debÃa de ser de mi edad o un poco mayor. No lo pensé demasiado. Mi cerebro reclamaba a cada intento de hacerlo funcionar.
â¡Por fin has llegado!â, dijo la primera muchacha, la que parecÃa más decidida e inflexible.
âVáyanse, déjenme solo con la nueva arribadaâ.
âClaro, Jefeâ, respondieron las muchachas, a coro, sonriendo.
Sentà pasos que se alejaban, alguna palabra susurrada y la puerta que se cerraba con un rechinar fastidioso.
Por fin me quedé sola.
¿O estaba equivocada?
Algo caliente se acercó a mi rostro. Se olÃa como el aire de la montaña.
En un determinado momento esta cosa, se acercó a mis labios, y en ellos se posó.
Fue entonces cuando entendà que aquello era un beso.
El beso más intenso que habÃa recibido hasta ese momento. Mis labios se movieron de manera involuntaria. Se abrÃan y se cerraban siguiendo a sus labios. Era como oxÃgeno. Buscaba ávidamente aquella boca, como si de ella pudiera tomar fuerza.
Como si pudiera volver a la vida.
Un ligero sacudón eléctrico recorrió cada centÃmetro de mi cuerpo, poniendo en movimiento los engranajes.
Los labios misteriosos se separaron de los mÃos. Sacudà los ojos, y me senté de golpe, bostezando.
â¡Estate un poco atenta!â
âD-disculpaâ, balbuceé. Me habÃa levantado tan rápido que casi le golpeé la cara. Se encontraba a pocos centÃmetros de mà y era el chico más hermoso que jamás hubiera visto. Sus ojos eran negros como la noche, los cabellos rizados, despeinados y negros, parecÃan tan suaves que hubiera querido acariciarlos.
Me di cuenta que no podÃa parar de mirarlo, con la boca abierta, y traté de disimular mi vergüenza lo mejor que pude.
âDebo aclararte las cosas rápidamenteâ, dijo con seriedad, â¡Estás muerta! Ahora te encuentras en el Otro Mundo. Te desperté con un beso yâ¦â
âPara, para, para. Una información a la vezâ. Lo frené alzando la mano. âComencemos desde el inicio. Antes que nada no creo estar muerta, dado que estamos hablando y te estoy mirando a los ojos. En segundo lugar, ¿quién eres tú? Y ¿qué es esta historiaâ¦bueh, del beso?â.
Notó que las mejillas se me habÃan enrojecido e hizo una sonrisa que me erizó la piel. ParecÃa un terrible cazador que gozaba al ver a su presa enjaulada, sin ninguna puerta de salida.
âSÃ, está bien, tienes razónâ. Se aclaró la garganta. âMe llamo Gabriel, y soy el ángel de la muerte. Por cuanto pueda parecerte absurdo te besé, porque tengo la mala fortuna de hacer morir a la gente, y, en casos raros, de revivirlaâ
â¿Ãngel de la muerte? Esta sà que es buenaâ. Me largué a reÃr. âAún estoy soñando, debo, sin lugar a dudas, despertarmeâ
Comencé a pellizcarme el brazo, pero el efecto que obtuve no fue el esperado. No me desperté en mi cama, como cuando habÃa tenido aquella terrible pesadilla, la noche anterior.
¿Entonces lo que me habÃa dicho era verdad?
¿Aquello era el más allá?
Si estaba muerta, ¿por qué el pellizco me habÃa hecho daño?
Miré a mi alrededor, despistada. La habitación estaba toda recubierta en madera. Una banderola estaba tapada por cortinas azules, haciendo juego con las sábanas y las alfombras.
Enarqué una ceja y pensé que en cuanto a decoración les faltaba, definitivamente, mucha fantasÃa.
Junto a la cama, a mi izquierda, habÃa un enorme espejo, y en aquel preciso momento pude ver mi reflejo. El rostro pálido, los cabellos más largos y más negros. Usaba aún la remera blanca con la mariposa rosada y los pantalones cortos y negros.
Y mis All Star.
âLo siento, sé que es difÃcil de aceptar, pero estás muerta de verdadâ, y con un gesto automático de circunstancia, me posó una mano en el brazo como si quisiera consolarme. Sentà un escalofrÃo a lo largo de la espalda, una mezcla de miedo, horror y atracción.
Era como si pudiera tener algunas informaciones, en forma de sensaciones, sobre mi vida. Hubiera podido jurar que sintió también él esa especie de sacudón porque me miró bombardeándome por una fracción de segundo los ojos negros, casi irritados, y retiró, rápidamente, la mano.
âOk, escuchaâ, dijo él retomando su discurso anterior, âte encuentras en un lugar llamado Naostur. Deberás comportarte en cierta forma de ahora en más. Este no es el mundo en el que estás habituada a vivir, aunque se asemeje bastanteâ.
â¿Estoy en el paraÃso?â
Gabriel comenzó a reÃr âSofÃa ¿qué dices? Estás solamente en otra dimensión. Naostur es una especie de mundo paralelo. La única diferencia es que aquà el sol ilumina solo una parte de las tierras, el Reino de Elos. En la otra parte, el Reino de Tenot, es siempre de noche.â
Bien, tendrÃa que aprender a convivir con un sol que nunca se pondrÃa. La idea no me gustaba demasiado.
Mis pensamientos cambiaron de improviso, una campana de alarma se encendió en mi estómago.
âEspera, ¿cómo sabes mi nombre? Nunca te dije cómo me llamabaâ
âTodos saben quién eres, SofÃa. ¿O prefieres que te llama Neman?â
¿Neman? ¿Me estaba tomando el pelo?
No era para nada divertido
HabÃa apenas regresado de un viaje por los infiernos y no tenÃa ninguna ganas de bromear.
âSolo SofrÃa, graciasâ, dije en el tono más ácido que pude.
âEstá bien, SofÃaâ, dijo Gabriel, devolviéndome una sonrisa muy misteriosa, âahora escúchame, estas son las reglas. Podrás salir de aquà solo acompañada por mà o por tus hermanas: podrÃas perderte fácilmente y no deberÃas andar por la zona de las sombras bajo ningún motivo. Ni sola, ni acompañada, irás cuando estés pronta. ¿Has entendido?â, concluyó apuntándome con un dedo.
Retuve una carcajada, después de haber escuchado todas aquellas recomendaciones absurdas. Pero entendà que no bromeaba. Que todo era muy serio.
âEstá todo muy claro. Solo que te equivocas: yo no tengo hermanas.â
âEn el mundo real, eres hija única, aquà tienes dos. Sara, la custodia de los poderes de Badb, y Sonia, la custodia de los poderes de Macha.â
Me rasqué la cabeza confusa. âOk, ¿hay algo más que deba saber?â
Sin dudas era una situación surrealista. Demasiadas cosas nuevas, demasiadas reglas, demasiada confusión, demasiados cambios.
Las cartas tenÃan razón.
âSÃ, hay algo másâ dijo en tono serio. Y, al ver que mis pensamientos estaban en otra parte, me tomó con delicadeza el mentón y me hizo mirar hacia él.
Mi corazón comenzó a latir alocadamente, me tomó por sorpresa aquel gesto.
Sobre su rostro pasaron una serie de emociones: estupor, tormento y rabia. Quitó la mano y apuntó su mirado fijamente delante de sÃ, en dirección al espejo.
âHay una cosa que no debes hacer, una regla que no podrás infringirâ. Su tono me asustó. âNo debes buscarme y no debes confiarte en mÃ, no soy tu baby-sitter. No te seguiré paso a paso en tu transición. Soy el Ãngel de la Muerte, tengo un buen número de almas de las cuales nutrirme, y tengo que llevar a término una misión, por lo tanto no quiero problemas. Ademásâ¦â Se detuvo, una sombra bajó a sus ojos y calló.
âAdemás estando a mi lado solo te buscarás problemas. Hago daño a las personas que están a mi lado.â
Cerró los puños y se levantó de golpe para ir a abrir la puerta.
No pude decir nada. Aquellas últimas palabras retumbaron en mi cabeza, no lograba darles el significado adecuado.
La voz de Gabriel me hizo regresar los pies a la tierra. Estaba llamando a alguien que estaba fuera de la habitación. âSara, Sonia, pueden entrar ahora, está despiertaâ.
La primera muchacha en entrar tenÃa el cabello rojo, como el fuego, largo hasta la cintura. Sus negros ojos parecÃan los de un cuervo.
Miré a la otra muchacha. Sus cabellos también eran largos hasta la cintura, pero de un rubio claro, tan claros que parecÃan blancos. Más que nada llamaban la atención sus ojos: dos ojos de hielo, lÃmpidos y sinceros. ParecÃan tristes y además ella me recordaba a alguien. Y, como con la otra, no podÃa recordar a quién.
La muchacha de cabello blanco pasó a aquella de cabello rojo, que quedó detenida en la mitad de la habitación y me observaba con los bruzaos cruzados. Se sentó en la cama y me abrazó como una niña cuando ve a su madre. â¡Neman, estás aquÃ!â gritó.
âTal vez te hayas equivocado, me llamo SofÃaâ, dije, tratando de soltarme del abrazo con gentileza.
âCierto, Neman, sé que los humanos te llaman SofÃa. Mi nombre humano es Sara, pero cuando se dirigen a mà como Diosa me llaman Badb. Soy la guardiana del pozo sacro, custodia del conocimiento infinitoâ. De golpe, sus ojos se entristecieron. âDebes saber que lo siento mucho, debà mostrarme ante ti como Diosa, debÃas morir para poder alcanzarnos, pero ahora estás aquà sana y salva. No me odias, ¿verdad?â Me lo estaba preguntando con el labio inferior hacia adelante, y esos ojazos tan claros que parecÃan blancos.
Me daba ternura. Luego comprendÃa que ella era la viejita que habÃa visto en el parque.
Sus ojos de hielo me miraron en lágrimas.
Por un segundo sentà mucha rabia, pero decidà respirar profundo para asà calmarme.
Luego, con una sonrisa falsa, dije: âNo, Sara, no estoy enojada contigo. Quédate tranquila.â
Coloque mi mano en sus cabellos para calmarla. Estaba, de verdad, desesperada.
La miré mejor y me pregunté cuántos años tendrÃa. ParecÃa no tener más de quince, por su dulce rostro de niña.
Me llamó la atención la otra muchacha, que se aclaró la voz y dijo: âMi nombre humano es Sonia, pero en realidad soy la reencarnación de Macha, reina de las pesadillas. Yo soy quien te advirtió. Arriesgué demasiado para venir a tu encuentro, los del Reino de Tenot, el lado oscuro, nos están controlando. Saben quién eres y, sobre todo, saben que estás aquÃâ. No se habÃa movido ni un centÃmetro, habÃa permanecido quieta en la mitad de la habitación, con los brazos cruzados.
âOh, tú eres la que vi en mi sueño. Una parte de mÃ, ¿verdad? Solo queâ¦no te pareces tanto a mÃ. ¿Por qué éramos tan iguales? Pregunté, confundida.
A decir verdad nos parecÃamos un poco, solo que mis ojos color oliva no tenÃan nada que ver con sus dos bochones negros, y su postura no era, por cierto, como la mÃa. Ella, a diferencia de Sara que parecÃa una pequeña, era una mujer hecha y derecha. La habrÃa considerado una lÃder o a la cabeza de cualquier grupo. Se veÃa que le gustaba mandar y controlar la situación. Se comunicaba con Sara solo con la mirada y, de hecho asà fue como la hizo levantar y salir de la habitación para ir quién sabe dónde.
Al rato regresó con un mazo de cartas y me las dio. Solo entonces Sonia se sentó a mi lado y al lado de Sara. Comenzó a ojear las cartas y sacó un pergamino amarillento que tenÃa nombres escritos en él. Recorrà con velocidad la lista con mi mirada.
Finalmente vi mi nombre escrito al lado de los de Sara y Sonia.
Levanté la mirada desconcertada. âY esto, ¿qué es?â.
âUna lista de nombres. Son todas las reencarnaciones de Macha, Badb y Nemann, además de aquellas de Morrigan. Si nuestras tres almas trabajan juntas, toman el poder de la Gran Reina, de la Diosa de la guerra y el cambio.â
Gabriel, que hasta ese momento habÃa permanecido en silencia apoyado en la pared del cuarto, comenzó a reÃr y dijo: âMuchachas, ¿desde cuándo se suceden estas reencarnaciones? ¿Quinientos? ¿Más? Si mal no recuerdo, Morrigan juró volver.â Me apunto con el dedo como culpándome de algo. âElla es la reencarnación de la Diosa, todos la buscan. Les deberÃa bastar como prueba.â
â¡Cállate, ángel maldito! Es imposibleâ dijo Sonia, saltándole encima como un león. âSi de verdad las cosas fueran como tú dices, ¿por qué no reencarnó antes? Si existe y no es solo el nombre de nuestro poder ¿por qué no apareció antes?â
Gabriel no se movió, se limitó a sacudir la cabeza y a esbozar una sonrisa burlona.
Comenzó a recitar algo que parecÃa una poesÃa.
âLa luz de la luna abraza a la niña
tan pequeña y tan asustada.
Aquel hombre malo quiere dañarla
pero la Gran Madre quiere salvarla.
El destino le guarda grandes cosas
pero solo su corazón le dirá la verdad.â
âCon esta bella poesÃa, ¿qué quieres decir?â Le pregunté irritada.
Su mirada me atravesó. âQuiero decirâ, comenzó con un tono tan seco que se me hizo un nudo en la garganta, âque tú recién llegaste, y de estas cosas no puedes saber nada. Ahora cámbiate. Debemos irnos.â
Se giró y salió. Permanecà mirándole la espalda con las lágrimas que asomaban en mis ojos. ¿Quién era él para tratarme asÃ? Está bien, estaba muerta y habÃa retornado a un mundo que no conocÃa, gracias a un beso suyo.
Un maldito beso suyo.
¿QuerÃa hacerse odiar? ¿Era este el objetivo de su discurso anterior?
Pues lo habÃa logrado.
HabÃa algo misterioso en él. Algo que no deberÃa descubrir, pero que igualmente querÃa conocer a toda costa.
SentÃa la necesidad de conocer más, si bien me habÃa sido ordenado no averiguarlo. Las lágrimas comenzaron a caer, silenciosas.
Sara se dio cuenta de inmediato. âLlora cariño, si sientes la necesidad. Tu vida ha cambiado demasiado rápido.â Posé la cabeza en su hombre y comencé a llorar desconsoladamente.
Después de algunos minutos me tranquilicé.
Mientras tanto, Sara, habÃa salido a buscar algunos vestidos para salir, y volvió con tres espléndidos trajes que parecÃan salidos de un castillo medieval. Eran de tafeta, con brillantes en el pecho, y cada vez que les daba la luz, formaban un arcoÃris de colores brillantes. Los bordes eran de oro con arabescos en plata, y la falda caÃda suave y ligera, para permitir cualquier tipo de movimiento. Los hombros quedaban descubiertos, pero en esa dimensión el clima era siempre templado.
El sol siempre iluminaba aquel mundo, y por esto la temperatura era siempre agradable, y se sentÃa el calor de aquel en la piel.
El vestido de Sara era azul como sus ojos, el de Sonia rojo como sus cabellos, y el mÃo era violeta oscuro, mi color preferido.
Me lo puse y me miré al espejo, detrás de mà estaban Sonia y Sara. ParecÃamos tres damas de otra época.
Esto me hizo sonreÃr, me volvió el buen humor.
De todas maneras querÃa saber algo.
â¿Muchachas adónde vamos?â
Sonia se acercó y me susurró al oÃdo: âvamos a ver a la única persona que puede ayudarteâ
â¿Y es confiable?â
â¡Ares, claro!â exclamó Sara.
â¿Cómo puedes estar tan segura?â
Algo dentro de mà no me dejaba caer la guardia.
âEs un inmortal. Los inmortales son quienes nos dominan, pero viven en el Reino de Tenot y viene aquà una vez al mes a recoger sus tributos e infligir algún castigoâ me explicó Sonia. âAres nació aquÃ, en el Reino de Elos. Su padre murió combatiendo contra el Rey que nos persigue y asà fue como decidió no volver más. Quiere vengarse y se alió con nosotros.â
âOkey vamos con este tal Aresâ no me quedaba otra que darle una posibilidad.
Sonia me sonrió por última vez, una sonrisa corajosa.
Todos estaban seguros de que Ares me salvarÃa, yo estaba convencida de que algo saldrÃa mal.
¿Pero quién era para poder decirlo? Tal vez deberÃa relajarme un poco. El estrés me estaba haciendo doler la cabeza.
Aun estando muerto se puede sentir dolor de cabeza.
4
El reino de Elos
¿PodrÃa haber terminado en el ParaÃso?
Algo asà jamás lo hubiera creÃdo.
Apenas salÃ, me encontré en un lugar en el que la luz del sol resplandecÃa siempre. Y el cielo parecÃa pintarlo todo con su azul.
No era muy distinto a la Tierra, el lugar en el que me encontraba, la vegetación era la misma.
Noté alguna acacia con sus flores rosas, y algún duraznero en flor. No habÃa casa o edificio que no estuviera tapado de plantas y flores.
Aquello que, literalmente, me cortó la respiración fue la presencia de seres mágicos delante de mÃ.
Me estaban esperando y estaban dispuestos en un semicÃrculo dispuestos por raza y altura. Partiendo desde la derecha, habÃa unos pequeños seres luminosos, de unos veinte centÃmetros. Detrás de la espalda tenÃan alas que se movÃan como las de un colibrÃ. Se podÃa apreciar como un polvo brillante que caÃa al piso como si fuera nieve dorada.
En el centro estaban los gnomos, ¡imposible no reconocerlos! TenÃan una estatura de entre 90 y 150 centÃmetros. HabÃa estaba siempre convencida que nunca nadie los podÃa ver, y sin embargo estaban allà delante de mÃ. Los hombres con barbas largas y negras, los más jóvenes, y grises los más ancianos. Las mujeres con un sombrero que se achataba para sujetar sus dos trenzas, ordenadas firmemente con una moña colorida.
Cerrando el cÃrculo se encontraban unos seres que no podÃa reconocer.
â¿Sonia, quiénes son?â pregunté, abriendo apenas los labios para no hacer un papelón.
âSon medio elfos, SofÃa. Una raza generada mucho tiempo atrás, gracias al contacto con los seres humanos. Solo los elfos podÃan entrar en contacto con los seres humanos, y el resultado de esa unión, lo puedes observar con tus propios ojos.â
âYa entendÃ, y ¿qué poderes tienen?â
âEs difÃcil saberlo, depende del caso. Pueden alcanzar cualquier poderâ
âEsto quiere decir que puede haber malos o buenos.â
âExacto, algunos ayudaron hace ya tiempo a echar el reino a seres despreciables. Los malos pueden ser despiadados y es aconsejable mantenerse alejado de ellos.â
Hubiera querido preguntar algo más de esta cuestión, cuando un medio elfo avanzó hacia nosotras.
VestÃa una camisa de seda blanca, atada a la cintura y abierta en el pecho que permitÃa entrever un fÃsico perfecto. TenÃa pantalones color caqui y cabellos largos y negros atados, en una cola de caballo descuidada, con un lazo dorado.
Noté que sus orejas no eran demasiado puntiagudas, si bien asomaba una punta notoria. PodrÃa haber sido confundido perfectamente con un humano. Se llevó una mano al corazón y bajó la cabeza en señal de respeto.
âSoy Calien, del Reino de Elos y de los medio elfos. Nuestro pueblo exulta delante de vuestra presenciaâ Su tono de vos era cálido y a la vez autoritario. âHa venido para salvarnos del malvado rey del Reino de Tenot, cuya crueldad se revela en el modo en que se hace llamar: ¡Mefisto! Su corazón inmortal está corrompido por los demonios más despiadados. Solo Neman, unida a Badb y Macha, podrán salvarnos. Gloria y Honor a Vosotras.â
âGloria y Honor a Vosotrasâ gritaron todos al unÃsono. Se llevaron la mano al corazón y se inclinaron delante de mÃ.
Hubiera querido decirles que se levantaran, me hacÃan sentir vergüenza.
Sara se me acercó y me apoyó una mano en el hombro. âCierra los ojos, respira profundo y toma de mà la fuente del conocimiento, te será útilâ.
Hice lo que me dijo
Al rato sentà un alegre cono de aire que se levantaba a mi alrededor. OlÃa a verano, alegrÃa y serenidad y pude percibir todo el poder que tenÃa. Se expandió por todo mi cuerpo sin dejar fuera un solo músculo. En aquel momento supe lo que debÃa hacer.
Di dos pasos adelante. Abrà mis brazos hacia ellos, con las palmas de las manos mirando hacia el suelo, y como si alguien hubiera apretado un interruptor invisible, sentà que algo se me despertaba dentro, algo que no sabÃa que estaba allÃ. Algo que al salir sorprendió a todos, quienes allà estaban.
Aquello que dije no salÃa de mi boca ni de mi cuerpo. Ya no gobernaba mi propio cuerpo, estaba como en trance.
Era como si estuviera poseÃda, no una posesión mala, y por ello no opuse resistencia.
âNo tengan miedo hijos mÃos, soy la Gran Reina, volvà para salvarlos y para vengarme. Gloria y Honor a ustedes.â
Y por segunda vez en aquel dÃa, todo se volvió oscuro y volvà a perder los sentidos.
âTrata de levantarte, no es mi intención llevarte a upa nuevamenteâ.
HabrÃa podido reconocer esa voz entre miles. TenÃa algo que me provocaba miedo y bronca, al mismo tiempo.
Bronca, porque me habrÃa gustado que teminase de tratarme como un trapo que tirar a la basura.
Miedo porque a su alrededor se movÃa un aura misteriosa y oscura, de la que emanaba poder. Un poder demasiado grande, que me hacÃa sentir muy a disgusto.
âNo tengo la más mÃnima intención de llamar tu atención, Gabriel. Cuanto más lejos de mà estés, mejor.â
Estaba de verdad muy irritada.
Después de todo, ¿qué hacÃa aún allÃ? ¿No podÃa mantenerse en su lugar y listo?
âBueh, lo lamento por ti, pero tendrás que soportar mi presencia dado que te desmayas a cada momento, deberás subir a caballo con el subscripto.â
¿Qué? No lo habrÃa hecho por nada en el mundo, ni aún bajo tortura.
Estaba por rebatir cuando la voz nerviosa de Sonia nos interrumpió: â¡No lo entiendo! Si tenemos un montón de caballos a disposición, ¿qué fin han tenido?â
âPienso que los Siruco entraron, sin ser vistos, y se los llevaron a todos. Por suerte aún nos quedan dos a disposición, para hoy.â El tono de Gabriel no contenÃa emoción ninguna.
âNo entiendo por qué entraron escondidos. ¿No podÃan hacer como hacen siempre?â Sonia era presa de un ataque de ansiedad. âGeneralmente se divierten torturándonos,
âNo quieren que nos alejemos de la villa, saben que está aquÃ.â
â¿No quieren que nos alejemos y nos dejan dos caballos?â
Le hice notar que las cosas no eran claras, entonces con mucha calma me senté y comencé a masajearme el cuello que me dolÃa.
âExcelente observaciónâ mi dijo Gabriel, guiñándome un ojo. âSin embargo debes saber que aquà hay alguien dotado de una inteligencia superior, que mira qué casualidad, soy yo. Para prevenir este tipo de cosas, escondà dos espléndidos caballos.â
Odiaba su tono y ese su hacer como un chico súper poderoso.
SerÃa el ángel de la muerte, pero se la creÃa demasiado para mi gusto.
âMuy bien MÃster inteligencia, ¿qué quieres? Que nos postremos a tus pies y comencemos a reverenciarteâ E hice una reverencia.
âNo estarÃa mal y podrÃas comenzar tú, dando el ejemplo.â
¡Lo odiaba!
Me levanté aún inestable, porque me seguÃa dando vueltas la cabeza.
Por suerte allà cerca de mÃ, estaba Sara, y me apoyé en ella.
Estaba seria y me miraba como si fuera una extraterrestre.
¿TenÃa algo entre los cabellos? Traté de arreglármelos pero continuaba mirándome igual.
Sus ojos de hielo parecÃan penetrarme y sentà un escalofrÃo que me recorrió la espalda.
â¿Pasa algo, Sara?â No respondió, se limitó a bajar la cabeza y negar con la cabeza.
Luego fue hacia Sonia.
âSofÃa, vamos. Gabriel fue a buscar los caballos que escondió.â Dijo Sonia.
âClaro, voyâ.
Me dirigà hacia ellas, sacudiéndome un poco de polvo del vestido.
Estaba de verdad preocupada. Me habÃa desmayado y lo habÃa sentido, pero nadie me habÃa dicho nada de lo que me habÃa sucedido, después que sentà la presencia de un cuerpo extraño metiéndose en mi cabeza.
¿Por qué? ¿Qué me estaban escondiendo?
Tal vez quien me habÃa poseÃdo no era bueno, pero igualmente por qué nadie me decÃa nada al respecto.
Lo que más me preocupaba era la manera en que me miraba Sara, era como si me tuviera miedo.
Sentà el sonido de los cascos, y vi a Gabriel que llegaba con dos espléndidos caballos, de manto negro y con las crines que ondeaban como si fueran de seda.
Eran tan espléndidos como lo era Gabriel. La camiseta de manga corta negra dejaba ver su fÃsico perfecto, y sus pantalones negros de jean se adherÃan a la perfección a sus muslos en cada paso.
âMagnÃficos, ¿verdad?â Sonia tenÃa una mirada maligna.
âSÃ, verdaderamenteâ respondà yo, pensando en otra cosa.
âParece un caballo, fuerte y seguro de sÃ, pero en realidad tiene un carácter dócil, sabes?. El secreto es saber tratarlo, y conocer sus puntos débiles.â
¿Se estaba refiriendo al caballo? No, hablaba de Gabriel.
â¿Por qué me dices esto? No tengo ninguna intención de conocer mejor al caballo.â Dije, seca, cruzando los brazos ofendida.
âVamos, se te cae la baba por él. Lo hicimos todas al llegar a este mundo. Su beso es único.â Y suspiró ante su recuerdo. âPero habrás notado que se vuelve irascible cuando lo tienes cercaâ.
âMe odia, si me gusta una persona no trato de agredirla cada vez que me dice algo.â
Sonia sonrió. âNo entiendes, justamente este es el punto.â
La miré de boca abierta, Gabriel habÃa sido claro, no me querÃa a su alrededor, y yo tampoco a él.
¿O tal vez s�
Me sonrojé pensando que pudiera surgir algo entre nosotros. Sonia lo notó y bajó la mirada, no querÃa admitir que tal vez tuviera razón.
âVamosâ Me dijo dándome una palmada en el hombro.
Subió al caballo con una elegancia envidiable. Yo nunca lo hubiera podido hacer de esa manera.
Detrás de ella subió Sara.
Faltaba solo yo.
Me encontré delante de Gabriel. Era como un caballero negro sobre su negro caballo. Y la figura le quedaba muy bien.
Traté de concentrarme en la silla de montar, y tomé coraje. Si me distraÃa terminarÃa con la cola en el piso.
¡Cómo diablos se hacÃa para subirse allÃ!
Necesitaba ayuda pero no lo querÃa admitir. No querÃa su ayuda, que me miraba con los brazos cruzados volcado hacia el cuello del caballo con una mirada irritante.
âDale, pon el pie en el estriboâ lo escuché aguantando la risa. âApóyate en mà y te ayudo a subirâ
No encontraba nada de qué reÃr.
Bufé y dejé aparte el orgullo de poder subri sola. Coloqué mi pie derecho en el estribo, me agarré de su brazo y con un movimiento ágil y elegante me ayudó a subir.
Me lo encontré de frente, sus ojos poco distantes de los mÃos. âFue fácil, ¿verdad?â
Me hubiera gustado decirle cuánto lo odiaba, pero me limité a un breve y ácido âGracias, pero lo habrÃa hecho sola, de todas formas.â
âNo lo dudoâ Dijo en tono sarcástico y luego se puso serio de nuevo. âAgárrate a mÃ, debemos llegar rápido al castillo, cuanto más veloz lo hagamos menos llamaremos la atención.â
Me agarré a sus costados, a su camiseta justa, lo más fuerte que pude.
Gabriel se dio vuelta molesto. âTú no me escuchas.â
Tomó mis manos y las puso entorno a su cintura. âAhora no correrás riesgo, agárrate fuerteâ, luego se giró y les dijo a las muchachas, âpodemos irâ.
Me encontré pegada contra su espalda. Estábamos yendo a una velocidad increÃble, tanto que no podÃa observar con claridad el paisaje a mi alrededor. PodÃa apenas distinguir los prados y alguna montaña pero nada más.
Aún me daba vueltas la cabeza, por lo que decidà cerrar los ojos.
SentÃa el viento en mis cabellos y con los ojos cerrados, parecÃa que estaba volando.
¡Volar!
Gabriel era un ángel, tal vez tenÃa alas. ¿Entonces por qué no las veÃa? Su espalda era perfecta. Además de los músculos no notaba ninguna otra imperfección. O al menos apoyada en él eso parecÃa.
Tuve un flash, en el que vi una figura con un par de alas negras, terrorÃficas.
Parpadeé un instante por el miedo, y en ese momento nuestra loca corrida se hizo más lenta.
Alrededor de mà habÃa un paisaje magnÃfico, verde.
Gabriel notó que estaba distraÃda y para llamar mi atención colocó una mano sobre las mÃas. Pasó con delicadeza el pulgar sobre mi dorso para avisarme que habÃamos llegado.
Se me detuvo el corazón.
âMira SofÃa, ¿no es magnÃfico este lugar?â Su voz escondÃa un halo de tristeza, como si aquel lugar le recordara algo pasado, o tal vez me equivocaba. No lo hubiera creÃdo capaz de probar algún sentimiento.
Respecto a lo usual, sonaba más gentil, su lado angelical habÃa surgido.
No, pero querÃa disfrutar aquel momento, hasta que volviera el irascible Gabriel.
âEs fantásticoâ. Y lo era de verdad. Delante de nosotros habÃa un mar tan azul que parecÃa que el cielo se hubiera dado vuelta. Debìa ser un lago, porque a su alrededor solo habÃa montañas.
âEste es el lago de los tres rÃos, si miras bien entenderás por qué el nombre.â Miré alrededor y entendà perfectamente. HabÃa tres montañas alrededor, y de cada una de ellas bajaba un rÃo que desembocaba en las aguas cristalinas.
âDebemos pasar el puente. ¿Ves, allà abajo?â Gabriel me volvió a tierra, y lamentablemente quitó su mano de las mÃas, para mostrarme un punto a lo lejos.
Vi un puente que no parecÃa tener fin. Pestañé para ver mejor, la luz reflejada en el agua me impedÃa ver con claridad.
Me llevé una mano a los ojos para cubrir el reflejo y pude ver un pequeño relieve montañoso. Era extraño, tenÃa una forma muy particular.
âAllá arriba, en aquel monte, está el castillo de Ares. Las acompañaré hasta allá, luego seguirán solasâ dijo Gabriel.
â¿Por qué no vienes con nosotras?â
Un rayo de rabia le pasó por los ojos, âno soy bienvenidoâ y terminó la conversación.
Con él no se podÃa nunca tener una conversación completa, siempre dejaba los discursos por la mitad, y esto me fastidiaba, de verdad.
Llegamos al castillo en la tarde.
Gabriel se marchó con los caballos y dijo que nos vendrÃa a buscar a la mañana siguiente.
Dónde habrÃa pasado la noche, no nos lo dijo, pero aquello no era importante. Mi atención habÃa pasado al castillo que tenÃa delante que era de verdad impresionante. Entramos escoltadas por un paje. Era un muchacho joven que descubrà que era el único inmortal al servicio de Ares. Todos los demás se habÃan quedado con Mefisto, quien los dejaba marchitar hasta el hueso en un mar de vicios y excesos.
Portaba una calza que se adherÃa a sus piernas, largas y esbeltas, similares a las de un ciervo, y una camisola blanca. Encima un chaleco negro orlado en dorado, con un cordoncito marrón, que lo cerraba adelante.
Como si esto no fuese lo suficientemente ridÃculo, llevaba un sombrero negro, de esos de torero, de fieltro negro con una pluma de pavo que le caÃa sobre los cabellos rubios y ondulados.
No pude retener la risa cuando vi aquel pantaloncito marrón a rayas plateadas, era como si se hubiera puesto dos pelotas en las piernas.
Nos acompañó hasta la puerta del salón, la abrió y nos anunció: âSu alteza, e inmortal Ares está pronto a recibiros.â
Entramos en fila, primero Sonia, después Sara y luego yo.
El salón era mucho más grande de lo que me habÃa imaginado, grandes pinturas cubrÃan las paredes.
Eran elfos nobles, se veÃa por la actitud firme, y por las coronitas de hojas colocadas en la cabeza.
â¿Quiénes son?â Le pregunté a Sara, que aún me miraba con una mirada turbadora.
âLa primera estirpe de elfos que reinó en Naostur, los Nuropegues.â
âPero aquà no hay elfosâ le dije, âsolo he visto medio elfos, ¿dónde se encuentran ahora?â
Sara me acribilló con la mirada, âson historias antiguas, es mejor dejar el pasado donde está.â
¿Por qué toda aquella rabia repentina? Solo querÃa saber un poco más del lugar en el que me encontraba.
Decidà no indagar más, si bien no podÃa sacar de mi cabeza la belleza de aquel Rey elfo.
Volvà a mirar a mi alrededor, aquel Castillo era inmenso. Desde lo alto de la sala, colgaban tres grandes arañas, todas alimentadas por velas. Al final del salón habÃa dos grandes escaleras, que llevaban a las habitaciones del segundo piso. Eran en mármol blanco y formaban una herradura.
Mis hermanas y yo caminábamos en fila sobre una gran alfombra roja. Me sentÃa como una reina escoltada por sus damiselas.
Cuando llegamos al final del salón, Sonia se colocó a mi derecha, Sara a mi izquierda y yo quedé en el medio.
Vi a las muchachas llevarse la mano, con los dedos entrecruzados, al corazón y arrodillarse.
Yo las imité.
âGloria y Honor a ustedes, queridas muchachas.â Dijo una voz desconocida para mÃ.
Biché, curiosa por saber quién hablaba.
Me encontré mirando el corredor que pasaba debajo de las escaleras.
No habÃa mucha luz y la única cosa que podÃa distinguir era una figura con un contorno negro.
Nada más.
âGloria y Honor a ti, Aresâ, dijeron Sonia y Sara.
Yo permanecà con la boca abierta, tratando de darle un sentido a la sombra que aparecÃa delante de mÃ. No dije nada y las otras dos me miraron como si hubiera hecho el papelón de mi vida.
Ares sonrió. âNo importa es nueva en nuestro reino, ya aprenderá.â
âG-Graciasâ tartamudeé, un poco avergonzada.
Me levanté y mis ojos encontraron los de Ares.
HabÃa salido de la sombra y un haz de luz lo iluminó.
5
ARES
Las grandes paredes, pintadas, hacÃan un único espacio con el suelo.
Un remolino, gris, rojo y amarillo parecÃa querer devorarme.
Escuché un zumbido, parecido al que se escucha cuando se está por perder el sentido, a punto de desvanecerse, y esto lo habÃa aprendido con creces.
Pocas horas antes me habÃa desmayado y habÃa muerto.
Luego habÃa vuelto a desmayarme.
Pero esta vez era diferente porque solo una cosa veÃa con nitidez delante de mÃ, el rostro de Ares.
No sabÃa si era un muchacho o un hombre, no tenÃa edad.
Se presentó delante de nosotras vistiendo solo un par de jeans. Sus músculos eran marcados sin ser exagerados. Su rostro era como el de un ángel, uno de aquellos de los cuadros, que adoran al Señor.
HabrÃa podido ser uno de aquellos. O un serafÃn, pues tampoco ellos tenÃan edad.
Sus cabellos rubios y rizados, caÃan por encima de sus hombros. Su nariz griega era perfecta, sus ojos pequeños y de un verde intenso como los prados que habÃa visto antes de llegar al castillo. El mentón un poco pronunciado y en punta, y la boca suave y poco carnosa, eran atrayentes.
No sabÃa si enfrente de mà tenÃa una divinidad o un inmortal.
Me di cuenta de que habÃa estado un rato mirándolo, de boca abierta, solo cuando Sara me dio un pellizco.
âEra hora de que decidieras volver con nosotrosâ dijo en voz baja. â¿Qué diablos te sucedió?â
âY-Yoâ, tartamudeé.
Qué habrÃa podido decirle.
Afortunadamente Ares me salvó de aquella situación embarazosa. âPerdónenla, es la primera vez que se encuentra de cara con un inmortalâ, y me hizo un guiño.
âUn placer conocerte, Neman. Bienvenida a nuestro reino.â Ares se arrodilló delante de mÃ, tomó mi mano y me la beso dulcemente, como aquellos caballeros de otros tiempos.
âEl placer es mÃo, Aresâ
A juzgar por la expresión de Sonia, que levantó los ojos al cielo y sacudió la cabeza, entendà que habÃa hecho el enésimo papelón.
Me di vuelta y en voz baja dije:â¿qué debÃa decir?â
La única respuesta que obtuve fue una risita que no pudo ser frenada. Aquellas que debÃan de ser mis hermanas me estaban tomando el pelo. Para mà aquello no era nada divertido y las fulminé con la mirada.
âSÃganmeâ, dijo Ares que no parecÃa haber notado nada.
Lo seguimos por los inmensos corredores del castillo, iluminados por enormes candelabros de oro que colgaban de las paredes.
Entramos en una salita que parecÃa diminuta para aquel enorme lugar. Debìa de ser una especie de oficina, con un escritorio de madera en el medio de la misma, y un enorme armario que ocupa toda la pared del fondo.
Delante del escritorio habÃa tres sillas de madera, decoradas, de apariencia incómoda.
No habÃa cuadros ni ventanas al exterior. Solamente un enorme candelabro con velas encendidas, que colgaba sobre nuestras cabezas.
Encima del escritorio habÃa algunos papeles ordenados. Noté, de un lado, algunas hojas escritas, y de otro, hojas en blanco, y cerca de estas un recipiente con tinta y una lapicera de pluma para escribir.
âBienâ, comenzó Ares, âesta sala es la más segura que tenemos. Como ustedes ya saben, se sabe que llegó. Se rumorea que esta vez es diferente, que podrÃa ser Ella, y no solamente Neman. ¿Qué me pueden decir a propósito de esto?â
Sara comenzó a contar todo, como un rÃo que corre. Desde mi despertar hasta el evento delante del pueblo del Reino de Elos.
Finalmente entendà por qué me miraba con sospecha. HabÃa entrado en trance y habÃa comenzado a hablar con una voz que no era la mÃa. Incluso yo, como ella, habrÃa sospechado. Pensar en cualquier tipo de posesión, me revolvÃa el estómago.
âY entonces sospechas que en ese momento se haya podido manifestar la Diosa en persona. ¿Entendà bien Sara?â Concluyó Ares.
âEstoy convencida. Por un momento pude ver un rayo en sus ojos, una luz distinta, mi cuerpo sintió una presencia diferente, fuerte, yâ¦â tragó antes de continuar, ây familiarâ.
âEntiendo, pero si fuera la reencarnación de la Diosa, de Morriganâ¦Â¿saben lo que significa, verdad?â
Sara y Sonia se miraron, me miraron, miraron a Ares, hicieron un gesto y miraron hacia abajo.
¿Qué significaba aquello?
Aguanté la respiración. El estómago se me retorcÃa de ansiedad.
Esperé, deseando que alguien me explicara algo.
Nadie dijo nada.
âYo no sé qué significa todo estoâ exploté. â¿Alguien me podrÃa explicar qué diablos significa?â
âSofÃa, tesoro, cálmateâ dijo Ares. âNo pasará nada malo, todo depende de ti. Verás, hace años que Morrigan no se deja ver. La última vez fue cuando murió.â
â¿Cómo sucedió?â
Traté desesperadamente de calmarme.
âMurió durante una batalla. Se habÃa enamorada del oicial del ejército del Reino de Elos, un inmortal. Morrigan es famosa por ser la Reina de la Guerra. Su ayuda hubiera sido preciosa para vencer contra el Reino de Tenot, y vencer a su Rey, Mefisto. ¡Ese bastardo! Pero Lugh no le permitió entrometerse, la amaba demasiado. Morrigan no soportaba la idea de perderlo en la batalla y lo siguió, asumiendo la forma de cuervo. Cuando vio que Mefisto estaba a punto de matarlo, se transformó en la vieja de los largos cabellos canos, portadora de muerte. Desgraciadamente murió la persona equivocada. La vieja no le apareció al Rey, le apareció a Lugh.â
âY ella desapareció con el corazón destrozado.â Concluyó Sonia. âSe dice que declaró que se habrÃa vengado con Mefisto, apenas tuviera la oportunidad.â
â¿Y entonces qué pasará si soy de verdad la reencarnación de la Diosa? ¿Deberé de combatir con este despiadado Rey?â
Estaba en verdad muy preocupada. No querÃa combatir, era como firmar mi condena a muerte.
¿Qué habrÃa podido hacer contra un inmortal? ¡Nada!
âNo, tú puedes elegir de qué parte estar. Puedes estar de parte de los buenos, y entonces te vengarás de Mefisto y su ejércitoâ, comenzó a explicar Ares.
âY nos salvarÃas a nosotros y a nuestro ejércitoâ agregó Sara, mirándome como implorando compasión.
âO puedes mascararte de parte de los malos, y entonces junto a ellos, traerás muerte y destrucción. Se dice que Mefisto está tramando algo desde hace años, pero nunca nadie pudo encontrar nada que pudiere descubrir qué es.â
Ares apretó los puños y miró al vacÃo.
¡Eran dos elecciones absurdas!
Me parecÃa lógico ubicarme del lado del bien. Primero porque cualquiera lo harÃa para salvar su pellejo, y segundo, porque conocÃa muchas personas que me ayudarÃan a hacerlo.
âElijo estar del lado del bien, obviamente.â
âNo es tan sencillo. Deberás siempre guardar tus espaldas, serás puesta a prueba. Y por lo que sé hay personas que pueden estar cerca de ti y no revelarse por lo que realmente son. PodrÃa trabajar para el Reino de Tenot, y por la espalda obligarte a estar con ellos.â
¿Quièn podrÃa hacer algo asÃ?
No creÃa que Sara ni Sonia pudieran traicionarme bajo mis narices, y tal vez tampoco Gabriel.
¡No! Ãl sÃ, pensándolo bien, sà habrÃa sido capaz.
Me habÃa avisado que tenÃa una misión que terminar y además estaba aquella historia de yo-hago-mal-a-quienes-están-a-mi-lado.
SÃ, él serÃa un óptimo candidato.
â¡Gabriel!â me sorprendà diciendo.
â¿Gabriel? Piensas que él pueda estar en tu contra, ¿por qué?â Ares se llevó una mano, en gesto de pensar, al mentón.
âNo, en realidadâ¦era solo un pensamiento.â
Traté de justificarme, moviendo las manos para borrar lo que habÃa dicho.
Sara con sus aires de niña inocente, se giró hacia mÃ. âGabriel no le harÃa daño nunca a ninguna de nosotras, no es malo, te equivocas.â
âEs el ángel de la muerte, no está de ningún lado. En realidad está donde le conviene.â Un rayo de odio pasó por los ojos de Ares.
Un temblor me puso la piel de gallina y una cantidad de imágenes comenzaron a amontonarse en mi mente.
Lloraba, estaba sola en un bosque y tenÃa miedo.
Era un recuerdo desenfocado.
O tal vez un soño sin terminar que habÃa permanecido en mi memoria.
Cerré los ojos para poder concentrarme mejor y una voz resonó dentro de mà fuerte y clara.
Retan ni stequo pocor.
Algo en el recuerdo llamó mi atención.
Una figura caminaba hacia mÃ. Dos ojos amarillentos esplendÃan en la noche, como los de un gato.
Las imágenes se bloquearon ahÃ.
Abrà los ojos, y nadie pareció darse cuenta de lo que acababa de sucederme.
Ares buscaba algo en los cajones del escritorio. Sacó un paquetito de color rojo tan fuerte, que parecÃa negro a la luz de las velas.
Lo abrió y sacó de él un collar.
Era estupendo.
Lo levantó de modo que todas pudiéramos verlo.
La luz de las velas se reflejaba en el cristal rojo del centro, con forma de corazón, emanando rayos rojizos por toda la sala. A ambos lados del corazón habÃa dos dragones, uno blanco y uno negro, con las colas entrelazadas en la parte inferior, y sus alas desplegadas.
âÃsalo siempre SofÃa. El corazón del Dragón te protegerá y te ayudará a domar tus poderesâ Ares se levantó y avanzó hacia mÃ.
Recogà mis cabellos, para permitir que Ares me colocara el collar.
Era frÃa al tacto, y podÃa percibir el poder que portaba aquel corazón rojo.
âCreo que ya es hora de acompañarlas a sus habitaciones, estarán cansadasâ Dijo Ares acariciándome el cabello.
No me habÃa dado cuenta lo tarde que era. El sol, si bien menos fuerte, continuaba brillando en aquel cielo azul. Deseaba que los dormitorios tuvieran cortinas pesadas, de manera que no dejaran entrar la luz.
Siempre habÃa dormido en la oscuridad absoluta.
No querÃa que ninguna luz molestara mi sueño, y saber que allà el sol nunca daba paso a la luna me preocupaba un poco.
Mis hermanas salieron, y yo luego de ellas, como siempre lo hacÃamos.
Ares me aferró del brazo, en cuanto mis hermanas ya estaban un poco distantes, y me retuvo en la salita.
Los cabellos me habÃan caÃdo en el rostro, y el inmortal me los retiró, con total ternura, acariciándome el rostro.
âTe has transformado en una mujer espléndida, SofÃa.â
Qué querÃa decir, yo no lo sabÃa, y tampoco me importaba.
Estaba completamente hipnotizada por aquellos ojos verdes, que al mirarlos tan de cerca, noté que estaban circundados de pequeños puntitos dorados, alrededor de las pupilas.
Me habrÃa podido manejar como una marioneta y de hecho, no me di cuenta que habÃa acercado mucho su cuerpo al mÃo.
âTú eres mÃa, y de nadie más.â
Luego pronunció palabras incomprensibles para mÃ, y sus pupilas se dilataron. Vi ese rayo rojo salir de sus ojos, y por mi espalda corrió un escalofrÃo.
Estaba en peligro lo sentÃa en cada rincón de mi cuerpo, pero no podÃa moverme ni gritar.
HabÃa sido raptada por aquel serafÃn inmortal y no hubiera podido hacer nada, sino simplemente rendirme y entregarme a él.
Bajó la cabeza y me besó. No fue un beso apasionado, sino un flujo de poder que salÃa de sus labios hacia los mÃos.
Justo en ese momento comprendà dos cosas.
La primera que era Morrigan la Diosa de la guerra y el cambio, y de esto estaba segura.
Y habÃa podido darle un nombre a esa figura mal enfocada que habÃa venido a mi mente instantes antes.
SabÃa quién me querÃa hacer daño, y desde ese momento tendrÃa controlados todos sus movimientos.
6
VIEJOS RECUERDOS
Mi cuarto era enorme.
Las paredes parecÃan de oro. Con decoraciones floreadas, muy sencillas.
En el techo habÃa pintado un hermoso cielo azul con blancas nubes, y del centro caÃa un finÃsimo candelabro de oro, con forma de pirámide y base redonda, al cual lo habÃan llenado de velas.
Estaba demasiado cansada, como para ponerme a contarlas.
Mi atención fue llamada por la enorme cama, de madera y hierro, con dos cortinas blancas a los costados.
Encima del acolchado habÃa un camisón de seda ambar, con recamos de color rosa alrededor de los senos.
Me la puse y fui hacia la ventana, enorme, que se encontraba justo enfrente a la puerta.
Cerré la pesada cortina, y con gran alegrÃa, me di cuenta de que no entraba siquiera un rayo de sol.
Apagué las velas y me metà entre las sábanas con sumo placer.
Al inicio no soñé nada en particular. Luego me encontré en medio a un bosque con unos pinos tan alto que parecÃan perforar el cielo. Me vi sentada en el piso sobre un colchón de hojas secas.
HacÃa frÃo y a humedad me entraba hasta los huesos.
Temblaba.
El corazón me batÃa a mil.
Estaba aterrorizada.
QuerÃa gritar, llorar, querÃa a mi madre.
¿SerÃa un recuerdo de cuando era niña?
¿Un recuerdo que querÃa borrar?
Tal vez sÃ.
HabÃa visto aquella escena en mi mente, antes, mientras hablábamos con Ares.
¿Era coincidencia o fatalidad, que justo me viniera a la mente ahora?
En un cierto momento, en sueños, sentà pasos.
Hojas pisadas, ramas partidas.
Alguien se acercaba.
PodÃa sentir una respiración, como si ese alguien, hubiera corrido para llegar hasta allÃ.
Lo escuché reÃr.
âPequeña SofÃa, no grites, no tengas miedo. Las otras chicas ni siquiera se dieron cuenta. Quieres ser la única cobarde.â
Aquel salió de la oscuridad y se me acercó.
Era una sombra, una figura de hombre, con alas negras, tan negras que se confundÃan con la noche.
Me puse a lloras fuerte, muy alto, sin importarme de lo que habÃa dicho de las otras muchachas.
No me importaba ser la más valiente, solo querÃa que alguien me llevara a casa.
El hombre comenzó a parlotear en una lengua desconocida. Finalmente gritó: âRetan ni stequo copor. Entre en este cuerpo, Máxima Diosa.â
Una luz agujereó el cielo y se hacÃa cada vez más grande.
Un rayo verde dibujó un cÃrculo perfecto a mi alrededor, y aquello que parecÃa el polvo mágico de Trilli, comenzó a subir dibujando espléndidos arcoÃris, cada vez que entraba en contacto con el rayo de luz.
Alargué mis manos para tocarla y dejé de llorar.
Me sentÃa tranquila, como si estuviera con mi madre en su cama, y no fuera en un bosque oscuro.
El rayo verde de a poco desapareció.
El ángel negro dijo: âEs hora de que entres en su cuerpo Diosa, te mataré con mis propias manos.â Avanzó hacia mÃ. âSe hará justicia.â
Algo hizo aparecer un pequeño rayo de luna, y saltó delante de mi cabeza.
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