Josephine
Amanda Mariel
Christina McKnight
¿Es su amor lo suficientemente fuerte como para soportar lo que amenaza con separarlos? Lady Josephine Watkins nunca tuvo la intención de disparar al duque de Constantan. Movida por la culpa y por la determinación de verle recuperado, ella se niega a abandonar su lado. No podría haber adivinado que el diabólico duque capturaría su corazón. Devon Mowbray, duque de Constantan, visitó Favershame Abbey movido por la curiosidad. Había planeado solamente conocer al conde, conocido como La Bestia de Favershame, y ponerse de nuevo en camino. No tenía planeado que aquella testaruda belleza le hiriese con su flecha y le robase el corazón en el proceso. A pesar de la magia que creció entre ellos, un peligroso secreto obliga a Devon a alejar a Josie de su lado. Sin que él lo sepa, Josie ha descubierto la verdad y está más decidida que nunca a conquistar su corazón. ¿Es su amor lo suficientemente fuerte como para soportar lo que amenaza con separarlos?
Amanda Mariel
Josephine
JOSEPHINE
EL CREDO DE LAS ARQUERAS, LIBRO 4
AMANDA MARIEL
EN COLABORACIÓN CON LA AUTORA CHRISTINA MCKNIGHT
Es una obra de ficción. Nombres, personajes, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor o se han utilizado de forma ficticia.
Copyright © 2017 Amanda Mariel
Todos los derechos reservados
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Publicado por Tektime
Traducido por Sofía Cid Lamas
¡Para todas las mujeres decididas! ¡Sois una inspiración!
SIN TÍTULO
TÍTULOS DE AMANDA MARIEL
Ladies and Scoundrels series (Saga Damas y Bribones)
Scandalous Endeavors (Planes escandalosos)
Scandalous Intentions (Intenciones escandalosas)
Scandalous Redemption (Redención escandalosa)
Scandalous Wallflower (La solitaria escandalosa)
Próximamente en la Saga de Damas y Bribones
Scandalous Liaison (Aventura escandalosa)
Fabled Love Series (Saga Amor Legendario)
Enchanted by the Earl (Encantada por el conde)
Captivated by the Captain (Cautiva del capitán)
Enticed by Lady Elianna (Atraído por lady Elianna)
Lady Archer’s Creed Series (Saga El Credo de las Arqueras)
Theodora (Christina McKnight en colaboración con Amanda Mariel)
Georgina (Amanda Mariel en colaboración con Christina McKnight)
Próximamente en la saga de El Credo de las Arqueras
Adeline (Christina McKnight en colaboración con Amanda Mariel)
Títulos independientes
Love’s Legacy (El legado del amor)
Connected by a Kiss (Conectados por un beso)
How to Kiss a Rogue (Cómo besar a un canalla) (Amanda Mariel)
A Kiss at Christmastide (Un beso de navidad) (Christina McKnight)
A Wallflower’s Christmas Kiss (El anhelo de un beso) (Dawn Brower)
Conjunto de libros y antologías
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SINOPSIS DE LA SAGA
El amor por el tiro con arco une a cuatro jóvenes chicas que crearán El Credo de las Arqueras. Gracias a su amor por el deporte, consolidan un lazo irrompible. Cada una de ellas tiene una particular cualidad que proporcionará dinamismo a su amistad:
Theodora, Saga El Credo de las Arqueras (Libro uno)
Lady Theodora, con su agudo ingenio y su pasión por lo intelectual, se convierte en una perfecta entrenadora de tiro con arco. A pesar de haber sido una marginada y la última en unirse al grupo, arriesgará su vida por sus amigas.
Georgina, Saga El Credo de las Arqueras (Libro dos)
Lady Georgina es la perfecta financiera. La olvidada hija de un duque acaudalado, lady Georgina busca, a toda costa, pertenecer a algún grupo o a alguien.
Adeline, Saga El Credo de las Arqueras (Libro tres)
Lady Adeline es una líder nata. Habiendo crecido en una gran y vivaz familia, ahora no permite que nadie la deje en las sombras.
Josephine, Saga El Credo de las Arqueras (Libro cuatro)
Lady Josephine, con una naturaleza dulce y sensible, se esfuerza por complacer a todo el mundo y por mantener el vínculo con sus amigas intacto, incluso después de volver a Londres para la temporada.
Adeline, Georgie, Theo y Josephine viven el día a día según El Credo de las Arqueras, el cual desarrollaron durante sus días en la Escuela de Educación y Decoro para Damas de la señorita Emmeline. «Amistad, lealtad y honor sobre todas las cosas» es su mantra. Ahora, mientras se enfrentan a los desafíos que llegan con la edad adulta, el credo es más importante que nunca.
PRÓLOGO
Canterbury, Inglaterra
Febrero, 1819
Lady Josephine Watkins se hundió en la cama de la habitación que la señorita Emmeline le había asignado y volvió sus ojos cansados hacia sus compañeras de cuarto, lady Georgina Seton y la señorita Adeline Price. Todavía se le revolvía el estómago por las pruebas a las que había sido sometida cuando llegó. Nunca se había sentido tan fuera de lugar. Ahora, todo lo que deseaba hacer era abandonarse en un profundo sueño y olvidar aquel embarazoso y emotivo día.
Por desgracia, no iba a poder ser. Primero, tenía que desempaquetar todas sus cosas, ya que debía presentarse en la sala del desayuno a las siete en punto, según las órdenes de la directora. Suspiró, se levantó de la cama, se acercó a su baúl y abrió la tapa. Lo que daría por tener vestidos tan finos como los de sus compañeras. El deteriorado estado de sus vestidos, guantes, zapatos y tocados le provocaba malestar, ya que todas las chicas serían testigo de su situación.
Josie sacó sus prendas del baúl una a una y las colocó en ordenadas pilas sobre la cama. Incluso ahora, podía sentir el escrutinio de sus compañeras, las cuales estaban sentadas al otro lado de la habitación. Les dirigió una mirada a través de las pestañas y se volvió para continuar con su equipaje.
–¿No ha traído nada más? —La señorita Adeline la miró fijamente con los ojos entrecerrados.
Un calor familiar inundó la cara de Josie.
–Tengo todo lo que necesito. —Cogió un descolorido vestido amarillo y lo sacó.
–Ese vestido parece más adecuado para el cubo de basura que para una dama.
Adeline cruzó la habitación y se lo arrebató de la mano. Josie intentó cogerlo, pero la chica lo ocultó rápidamente detrás de su espalda.
–No puede estar pensando seriamente en ponérselo.
En vez de responder, Josie volvió a su tarea y sacó otra prenda de vestir de su baúl. Para su sorpresa y deleite, la señorita Adeline volvió a su sitio y contuvo su lengua.
–¿De dónde es? —Lady Georgina se apartó un mechón de su pelo rubio de la cara.
–Londres.
–¿Y quién es su padre?
Josie dobló un pañuelo bordado.
–Lord Ormonde.
Lady Georgina sonrió.
–Es curioso que no haya oído hablar de él. Mi padre es el duque de Balfour.
Espléndido. Iba a compartir un cuarto con la hija de un duque. Se le hundió el corazón. Nunca encajaría entre todas estas chicas ricas. ¿Por qué mamá había insistido en enviarla a la Escuela de Educación y Decoro para Damas de la señorita Emmeline? Con sus escasos fondos, no podían permitirse el gasto. Además, Josie no quería estar allí.
–Mi padre ha pasado a mejor vida. Acabo de terminar el duelo.
–Es una tragedia.
La señorita Adeline le dedicó una mirada simpática.
–Lord Melton es mi padre. —Miró a lady Georgina—. ¿Has oído hablar de él?
Lady Georgina lanzó un cojín con borlas por la habitación en dirección a la señorita Adeline.
–Sabes muy bien que sí.
Las chicas empezaron a reirse y su alegría pronto contagió a Josie, quien empezó a sonreír, y una parte de su ansiedad empezó a desvanecerse. Quizás, su estancia aquí no sería tan mala después de todo. Si pudiese hacerse amiga de aquellas chicas, podría incluso disfrutar de su estancia en la escuela.
Colgó su último vestido antes de volverse hacia las demás.
–¿Cuánto tiempo llevan en la escuela de la señorita Emmeline?
Adeline dobló sus piernas sobre la silla, escondiéndolas debajo de su falda.
–Yo llegué en febrero del año pasado. Georgie vino en —dobló su cabeza como si estuviera pensando— mayo, creo.
Lady Georgine afirmó con la cabeza.
–Puede ser abrumador el primer día, pero ya verá, estoy segura de que antes de que termine el fin de semana, le encantará estar aquí.
–A no ser que sea como yo. Tardé un poco más de tiempo en acostumbrarme.
La señorita Adeline intercambió una mirada pícara con lady Georgina y el dúo rompió a reír. Josie sonrió, aunque no estuviese al tanto de aquella privada broma.
Josie atravesó la habitación y colocó una silla de damasco de color crema delante de la señorita Adeline.
–Perdóneme por entrometerme, señorita Adeline, pero ¿de qué iba todo eso?
La chica recobró la compostura.
–Llámame Adeline. No hay necesidad de tanta formalidad entre compañeras de cuarto.
–Y a mí puedes llamarme Georgie. —La hija del duque posó sus brillantes ojos azules en ella.
–Muy bien. Es un honor conoceros, Adeline y Georgina. Por favor, llamadme Josie.
Lady Georgina asintió y se giró hacia Adeline.
–Ahora, responde a la pregunta de nuestra nueva amiga.
Adeline sonrió.
–Fui bastante rebelde cuando llegué. Me negué a seguir las órdenes de la señorita Emmeline y, como consecuencia, me encontré confinada sola en una habitación.
Josie agrandó los ojos.
–¿Qué hiciste?
–Me negué a realizar las pruebas de ingreso de la directora. —Adeline cuadró los hombros y alzó la barbilla—. De ninguna manera iba a dejar que me exhibieran.
–Lo comparó a un animal en un circo gitano —añadió Georgie.
Josie no podía parar de reír.
–¡Dime que no lo hiciste!
–Por supuesto que sí. Es más, lo volvería a hacer —dijo Adeline y sonrió.
–Dijiste que te gustaba estar aquí. —Josie se quedó mirando a Adeline con confusión.
–Es cierto, aunque una cosa no tiene que ver con la otra.
Josie ladeó la cabeza, la confusión le llenaba la mente.
–¿Cómo puedes oponerte a las órdenes cuando quieres estar en la escuela de la señorita Emmeline?
Georgie se alisó la falda.
–No te molestes intentando descifrar a Adeline. Es rebelde hasta la médula. No hay nada que se pueda hacer.
–Ojalá yo fuese también un poco más rebelde.
Josie cerró la boca de golpe. Había dicho aquellas palabras en voz alta, aunque solo tenía la intención de pensarlas. ¡Será posible! Desvió su mirada hacia la raída moqueta, deseando que la tragase y desaparecer.
–Bueno, quédate con nosotras y seguro que Adeline te contagiará. —Georgie se acercó al armario y empezó a inspeccionar los vestidos de Josie.
–No había nada que la señorita Emmeline pudiera hacer, ya que nunca me habría permitido a mí misma exponerme a las críticas miradas de extraños. Incluso después de aislarme, seguí negándome. De verdad, no entiendo por qué una mujer debería permitir que se le exhibiese de aquella forma. —Adeline le lanzó una mirada a Josie—. Parecía que ibas a desmayarte cuando la señorita Emmeline te sacó al escenario.
–Eso es porque estaba a punto de hacerlo.
Josie no pudo recordar un momento en el que estuviese más asustada o incómoda. Le había temblado todo el cuerpo y el calor la había consumido mientras se enfrentaba a todos aquellos ojos curiosos. Cada par de ojos estaba concentrado en ella…esperando. La voz le había temblado tanto como el cuerpo cuando habló.
–Hiciste un gran trabajo cuando enumeraste los reyes, a pesar de tu obvio malestar —dijo Georgie por encima de su hombro, mientras seguía inspeccionando los vestidos de Josie.
–Y el modo en el que sujetaste el arco fue impresionante, aunque no dieses en la diana. —Adeline suspiró—. Tu puntería mejorará con nuestra ayuda. Somos las mejores arqueras aquí.
–Honestamente, cuando salimos fuera, estaba tan angustiada por mi fallido intento en el piano que ni me paré a considerar lo que quería mostrar y simplemente me dirigí a la primera prueba. Estaba desesperada por terminar para que todo el mundo dejase de mirarme.
–No tocaste tan mal. —Georgina le dio la vuelta a un andrajoso vestido para comprobar la hilera de botones que había en la parte de atrás.
Josie dejó escapar un suspiro.
–Estaba tan nerviosa que no pude parar el temblor de mis dedos para poder tocar las notas adecuadas. Fue un desastre, pero gracias por tu amabilidad.
–Bueno, basta ya de pianos. Te gusta el tiro con arco, ¿verdad? —Adeline arqueó una ceja a modo de pregunta.
Josie bajó su mirada.
–Creo que sí. Fue bastante emocionante, aunque he de decir que no tengo experiencia en tal deporte. Era la primera vez que cogía un arco. Una vez vi a mi padre practicarlo, pero yo nunca lo he intentado.
–Eso está a punto de cambiar. —Adeline miró a Georgie—, ¿verdad?
–Por supuesto. Y tu vestuario también. No puedes ponerte estos vestidos. —Georgie empezó a coger los vestidos de Josie que estaban colgados y los tiró al suelo—. Ninguno de estos es adecuado para la alta sociedad.
Josie se apresuró a rescatar su ropa.
–Pues debo llevarlos. Es la única ropa que tengo.
La confesión le envió una ola de calor que le llegó hasta las mejillas. Antes de que padre muriera, había llevado vestidos a la moda, había visitado a modistas y había comprado en Bond Street. Maldita fuera mamá por dejarlas en apuros financieros cuando padre murió.
Georgie agarró el vestido que ahora sostenía Josie.
–Yo lo había cogido antes. No puedes llevar estos vestidos. De ninguna manera. Tengo vestidos de sobra para poder ofrecerte un guardarropa apropiado.
Josie se encogió bajo la mirada de Georgie.
–No puedo aceptar tal caridad.
–Puedes, y lo harás. —Georgie le arrancó a Josie el vestido de las manos—. Insisto.
Adeline se acercó y se colocó al lado de Josie.
–Es inútil seguir discutiendo con ella y no debes sentirte mal. Georgie también financia muchos de mis gastos.
–¿En serio? —Josie relajó las manos y se volvió hacia Adeline.
–Financia mi tiro con arco. Si no fuese por ella, no tendría ni mi propio arco ni las flechas que uso. Con tantos hermanos, el dinero para gastos es casi inexistente.
–Además, tengo más dinero del que necesito. —Georgie le enseñó un vestido de día de color rosa—. Pruébate este. Creo que tenemos las mismas medidas.
Josie se tragó sus objeciones y con la ayuda de Georgie y de Adeline, se probó el vestido. Dio un paso atrás y pasó las manos por la parte delantera del vestido, alisando la falda de muselina.
–Justo lo que pensaba. El vestido te queda perfectamente. —Georgie sonrió antes de volver a su armario—. Necesitarás un traje de montar, un vestido de noche, uno de paseo…ah, y no nos olvidemos de los tocados y de las enaguas.
Josie levantó las manos en señal de protesta.
–No hay necesidad de todo eso. Mis enaguas son más que adecuadas.
Adeline lanzó la camisola de Josie al otro lado de la habitación.
–He visto a doncellas limpiar el suelo con trapos en mejores condiciones.
Josie tomó aire bruscamente.
–Aceptaré los vestidos y otros accesorios, pero me niego a aceptar tus enaguas. Aunque las mías estén deshilachadas, nadie mirará lo que hay debajo de mi falda.
–Muy bien. —Georgie cogió un traje de montar de color verde decorado con un ribete de un verde más intenso—. Con tu pelo oscuro y tus ojos de color miel, esta tonalidad te favorece.
Josie aceptó el vestido y lo sostuvo ante ella. El verde era su color favorito y las sombras de la falda eran preciosas. Captó la mirada de Georgie.
–Gracias.
–No hay nada que agradecer, de verdad. Ahora eres una de las nuestras y todas cuidamos las unas de las otras.
Adeline asintió con decisión.
–Absolutamente.
Una de ellas. A Josie se le hinchó el corazón, el alivio y la emoción atravesándola. Estaba encantada de unirse a estas chicas y de mantener su lugar junto a ellas. Tal vez con el tiempo, se harían tan cercanas como si fuesen hermanas.
CAPÍTULO UNO
Kent, Inglaterra, agosto 1827
Josie, con los ojos desorbitados, paseó su mirada por toda la habitación. Adeline no había exagerado cuando le había descrito Faversham Abbey. Era todo lo que uno podría esperar de un viejo monasterio convertido en la finca de un conde, desde las pintorescas torres hasta las ventanas estrechas y las altas columnas.
Sentada sobre un canapé revestido de brocado, centró su atención en Adeline, Georgie y Theodora. Josephine le dedicó una sonrisa a Adeline, notando la franca alegría que radiaba de su amiga.
–La abadía es realmente impresionante.
–Me resulta difícil de creer que vaya a vivir aquí. Es como si estuviese atrapada en un sueño, del que espero no despertarme nunca. —Adeline se apartó un rizo que le caía por la frente.
–¿Tienes que ser tan…dramática? —Georgina sonrió con satisfacción, un brillo juguetón bailaba en sus ojos.
–Por supuesto que tiene que serlo. —Theo abrió su abanico de seda—. Este es el primer día del resto de su vida. Un momento muy excitante.
Georgie deslizó su mirada hacia Theo.
–¿Deberíamos hablarle sobre la noche de bodas?
Josie sintió que se le sonrojaban las mejillas, ya que sabía perfectamente a lo que se refería Georgie.
–No hay necesidad. —Adeline agitó su mano para descartar la idea.
Georgie hizo una mueca.
–Parece que nunca conseguiré explicarle a nadie el acto de copulación y el placer que se encuentra cuando te pillan.
–Siempre quedará Josie. —Adeline sonrió.
–No. —Josie desvió su mirada y la posó sobre la repisa de mármol de la chimenea—. Lo que quiero decir es que preferiría que no lo hicieses.
Puede que fuese casta, pero la inocencia no era lo mismo que la ignorancia. Josie sabía perfectamente bien lo que ocurría entre un hombre y una mujer tras la puerta de una habitación. Mamá se lo había explicado de la forma más torpe que uno podía imaginar. Utilizó todo tipo de utensilios de cocina para hacer una demostración y concluyó con la advertencia de que no se dejara guiar nunca por la lujuria. Alejó aquel recuerdo de su mente, puesto que no tenía ningún deseo de reflexionar sobre tales cosas.
–Relájate. Estaba solo bromeando. —Georgie rio.
–Por supuesto. —Josie dirigió su atención al aparador—. ¿Me permites que sirva?
Se alzó y atravesó la habitación hacia la bandeja del té. La tarea de servir le proporcionaba una necesaria distracción del tema en cuestión. Levantó la tetera para servir la primera taza.
–Te ayudaré. —Theo se acercó hasta ella, esperando mientras Josie terminaba de llenar las otras tres tazas.
–Dos terrones de azúcar, por favor —dijo Georgie.
Josie añadió el azúcar en la taza de Georgie y lo removió antes de entregársela a Theo y de coger las otras dos tazas. Regresó al canapé, le dio a Adeline su taza y se sentó.
–En apenas dos días serás la condesa de Ailesbury. Es bastante interesante.
Adeline sonrió.
–Lady Ailsebury. Suena maravilloso, ¿verdad?
–Espléndido, de hecho. —Theo dio un sorbo a su té.
–Y por primera vez, tendrás el título de lady delante de tu nombre. No es que espere que te comportes como una. —Georgina le guiñó un ojo, sus ojos iluminados con malicia.
Adeline sonrió y una pequeña risa se le escapó mientras dirigía su atención a Josie.
–Ahora, solo tenemos que encontrar un marido para ti.
–No tengo prisa, aunque mamá no estaría de acuerdo conmigo.
Josie, antes de dirigirse hacia Faversham Abbey, le había prometido a su madre que buscaría activamente un marido cuando volviese. Su economía había alcanzado un mínimo histórico. Mamá le había dicho que si no conseguía casarse pronto, y con un hombre adinerado, se quedarían totalmente desamparadas.
Josie sabía que era un comportamiento egoísta, pero, a pesar de todo, no podía venderse al mejor postor. Una vida de indigencia era preferible a un matrimonio sin amor. Aun así, no había mentido a mamá, simplemente le había engañado un poco. Tenía la intención de buscar un buen partido y, por definición, de abrirse para que la cortejaran. Simplemente, no aceptaría una oferta de matrimonio a no ser que hubiese sentimientos profundos.
–A lo mejor encuentras a alguien mientras estás aquí. —Adeline dejó su taza sobre la mesita de caoba.
–Ya hemos hablado mucho sobre mí. Dinos, ¿hay algo que podamos hacer por ti? ¿Tienes el vestido preparado? ¿Necesitas ayuda para planificar los asientos o el menú? —Josie fijó sus ojos en Adeline.
–Nada de nada. Ya se han hecho todos los arreglos —dijo Adeline—. Incluso me he tomado la libertad de organizar actividades solo para nosotras.
Josie no pudo evitar sentir un sentimiento de pérdida. Todas sus amigas la estaban abandonando por sus nuevas vidas de esposas. No era del todo así; sin embargo, se sentía dejada de lado. Con las otras tres casadas, ¿qué sería de ella? ¿Volvería a ser la chica asustada que llegó a la escuela hacía tantos años? A ellas les debía su fuerza. De una cosa estaba segura: nada volvería a ser igual.
–¿Qué actividades? —preguntó Georgie, con una ceja arqueada.
–Mañana por la mañana toca la caza del pavo. No veo la hora de enseñaros mis habilidades y ver si alguna de vosotras sabe cazar —dijo Adeline. Se giró hacia Theo y añadió—: Me temo que no llegarás a tiempo desde la escuela para unirte a nosotras.
–No te preocupes por mí. Estoy deseando pasar algo de tiempo a solas con Alistair. —Theo se levantó, dejó a un lado su taza y se alisó las faldas—. Desea salir de madrugada. Será mejor que me vaya a la cama.
–Cierto. Necesitarás energía. Asegúrate de conservar un poco cuando recojas a Ainsley y Arabella. —Adeline rio antes de añadir—: Echo de menos a las pesadas hermanas.
–Las verás muy pronto —dijo Theo.
–Espero que les gusten los nuevos vestidos que encargamos —añadió Adeline.
–Seguro que sí. —Theo se encaminó hacia la puerta—. Buenas noches, señoras.
–Igualmente —dijo Josie.
–Hablando de vestidos, ¿has visto los que te he enviado a la habitación? —preguntó Georgie.
Josie se sonrojó. Detestaba aceptar limosnas de sus amigas. Una pensaría que se habría acostumbrado después de todos estos años, pero ella seguía sintiéndose incómoda cada vez que acudían a su rescate. Tragándose su orgullo, asintió firmemente.
–Gracias. Son hermosos.
–Estoy pensando que el vestido rosa irá bien para la ceremonia —respondió Georgie dulcemente.
Adeline se levantó, reprimiendo un bostezo.
–Voy a retirarme. Os veré a ambas mañana por la mañana.
–Sí. Se está haciendo tarde. También me iré a la cama —dijo Georgie.
–Yo no tardaré mucho. —Josie también estaba cansada, pero todavía no estaba preparada para retirarse a su habitación. Antes deseaba terminarse el té y tener unos minutos de silencio.
–Muy bien —dijo Adeline.
Georgie asintió antes de que ambas dejasen la habitación. Josie se acercó a la ventana abierta, donde se empapó de la cálida brisa nocturna mientras se terminaba el té. El cielo estaba lleno de estrellas titilantes y una luna llena iluminaba el terreno. Una parte de ella envidiaba a sus amigas por no haber encontrado solo el amor, sino también la seguridad.
Quizás Adeline tenga razón y un día Josie encuentre al hombre perfecto para ella. Un hombre que la amara, la valorara y la cuidara. Suspiró y se dirigió al aparador para apoyar la taza de té. La única cosa de la que estaba segura era que todavía no lo había encontrado.
Había tenido la fortuna y la desgracia de conocer a muchos caballeros en bailes, musicales y otros eventos. Una vez incluso se había sentido atraída por un comerciante gallardo y apuesto. Lamentablemente, ella pronto descubrió que tenía los modales de un jabalí.
Preparada para irse a la cama, salió del salón y echó a andar por el pasillo. Levantó la vista hacia los retratos colgados en marcos de oro mientras se encaminaba hacia las escaleras. Seguramente eran los parientes del conde. Uno de ellos atrajo su atención y se acercó. Resultó ser el retrato de una elegante mujer con unos cautivadores ojos violetas.
Se preguntó qué historias contaría la dama del retrato si tuviese la capacidad de hablar. Tendría que preguntarle al conde sobre aquella mujer cuando tuviera la oportunidad. Después de asimilar los detalles de aquella pintura, se giró, obligándose a seguir su camino por el pasillo.
–¡Oh! —dijo ella, su cuerpo chocando contra otro.
Unas fuertes manos la sujetaron por los hombros, estabilizándola.
–¿Está usted bien?
Con las mejillas ardiendo, Josie levantó la vista y miró a un apuesto desconocido.
Él le devolvió la mirada, la preocupación se le reflejaba en sus ojos verdes.
–¿La he lastimado?
–N-no. Ha sido mi culpa. No estaba mirando por dónde iba. —Josie dio un paso atrás para liberarse—. Mis disculpas.
No esperó a que él respondiese y se alejó por el pasillo, subió las escaleras y se adentró en la seguridad de su habitación. No había pasado ni siquiera un día y ya se había puesto en ridículo. ¿Qué pensarían los otros invitados si se enterasen del incidente?
Se estremeció al pensar en eso.
CAPÍTULO DOS
Devon Mowbray, duque de Constantan, raramente dejaba su propiedad. Sin embargo, cuando recibió la invitación para las nupcias de Lord Ailesbury, apenas pudo resistir la tentación. Observando la sala de dibujo, estiró las piernas y espero a que apareciese el hombre. Sus pensamientos vagaron hacia aquella belleza de pelo negro con la que se había tropezado la noche anterior, pero obligó a su mente a volver al presente y a recordar por qué había venido.
Durante años había oído hablar de la Bestia de Faversham: un conde con la cara y el cuello lleno de cicatrices producidas por un incendio ocurrido hacía años. Se rumoreaba que el conde nunca salía de Faversham y que pasaba la mayor parte de su tiempo oculto en su propiedad. Devon se veía reflejado, aunque sus razones eran diferentes y mucho más problemáticas que una apariencia deforme.
Más extrañas aún eran las historias sobre la participación del conde en el trabajo de la fábrica. Se decía que profesaba miedo a su gente, a pesar del cuidado que les brindaba. Eran chorradas sobre su espantoso comportamiento, el cual casaba con su apariencia. Aquellas historias resultaban difíciles de creer, pero era también imposible negar lo intrigantes que eran.
Tamborileó los dedos sobre el apoyabrazos del sofá. A Devon le era difícil relajarse cuando estaba lejos de casa durante un largo periodo de tiempo, pero tenía que conocer al misterioso sujeto y verlo por sí mismo.
Esperaba que nada malo ocurriese durante su ausencia. Su personal era excelente y se había ocupado de tomar todas las precauciones necesarias. Debía confiar en que todo fuese bien.
Un hombre irrumpió en la habitación y Devon se levantó para saludarle.
–Lord Ailesbury, supongo.
No podía ser otra persona a juzgar por la cicatriz que cruzaba su cara. En realidad, era una cicatriz insignificante. Devon se había esperado algo mucho peor, dadas las historias que se contaban sobre aquel hombre.
–Así es, y usted debe ser el duque de Constantan. —Ailesbury le dirigió una cálida sonrisa.
Devon asintió con la cabeza. Todos los rumores habían descrito a Ailesbury de una manera incorrecta. No solo sus cicatrices estaban lejos de ser bestiales, sino que también parecía un hombre educado con una agradable actitud. Devon le ofreció una amable sonrisa.
–Es un honor conocerle y le felicito por sus próximas nupcias.
–Gracias. Debo decir que soy un hombre afortunado. —Ailesbury rio entre dientes—. Tome asiento, Su Excelencia.
–No hay necesidad de tantas formalidades. Por favor, llámame Devon o, si lo prefieres, Constantan.
Devon se relajó en un sofá de felpa. Aunque había venido con la intención de conocer a una bestia, el hombre que tenía ante sí no le decepcionaba. De hecho, sospechaba que podrían convertirse en amigos. Un inesperado, pero agradable pensamiento.
–Muy bien, y deberás llamarme Jasper. —Ailesbury se volvió hacia un lacayo que estaba cerca, le pidió que trajera algunos refrigerios y, a continuación, se sentó frente a Devon—. ¿Cómo te ha ido el viaje a Faversham?
–Bastante tranquilo. Nuestras propiedades están a menos de un día de viaje y los caminos son regulares. —Devon se cruzó de piernas—. Es una pena que no nos hayamos conocido antes.
–Es cierto —dijo Jasper—. Antes de conocer a la señorita Adeline, mi futura esposa, nunca salía de Faversham.
–Tenemos algo en común, ya que yo raramente dejo mis tierras.
Un sirviente entró con una bandeja de plata repleta de dulces, galletas, una jarra y vasos. Los ojos de Jasper se llenaron de curiosidad, aunque no le preguntó los motivos de su reclusión.
Devon aceptó un vaso de limonada.
–Demasiadas responsabilidades hacen que me sea difícil alejarme.
No era una mentira, ya que sus deberes para con su madre y para con la familia eran responsabilidades que le exigían estar cerca.
–Comprendo perfectamente lo ocupado que puede estar un hombre con sus tierras —dijo Jasper—. Aquí en Faversham siempre hay alguien o algo que requiere mi atención.
–He oído decir que tu casa fue una vez un monasterio. Es tan impresionante como las tierras.
Devon había oído la misma cantidad de historias sobre la propiedad y sobre los alrededores que sobre aquel hombre. Ahora se preguntaba si también esas historias eran erróneas.
–De hecho, lo fue. Tal vez, te gustaría unirte al señor Felton Crawford y a mí para un paseo por la propiedad. —Jasper dio un mordisco a una galleta.
–Sería un honor.
Devon se sorprendió por la sinceridad que había en su tono. Había venido aquí movido por la curiosidad y había esperado volver a casa con la confirmación de todos los rumores que le habían contado. En lugar de eso, estaba disfrutando sinceramente de Faversham y de la compañía del hombre que lo dirigía. Quizás, su viaje resultaría ser una bendición.
Devon se relajó y decidió disfrutar de su estancia en Faversham Abbey y de la fluida conversación en la que se había sumergido con Jasper.
Algunas horas después, Devon estaba montando su semental por los terrenos de Faversham con Jasper y Felton. Le habían dicho que Felton se había casado con la amiga de la señorita Adeline. Según Jasper, las chicas eran muy cercanas y, del mismo modo, también sus maridos.
Devon descubrió que le caía bien Felton. Se llevaba bien con ambos hombres y se percató de que se lo estaba pasando mejor de lo que había creído. Acercándose a un pasaje poblado de árboles, Devon aminoró el paso de su montura y siguió a Jasper. Un estrecho sendero que se abría entre los árboles permitía que pasase solamente un caballo detrás de otro. Las ramas de los árboles se extendían sobre ellos, arrojándolos en las profundas sombras, y gruesos arbustos y matorrales flanqueaban los lados del camino. Devon se inclinó hacia un lado para evitar que se le enganchase el abrigo con una solitaria rama mientras se encaminaban hacia el final del trayecto, donde se podía ver la luz del sol.
–El último que llegue al otro lado del terreno tendrá que cepillar a los caballos cuando regresemos —dijo Felton, preparando a su caballo para el galope.
–Espero que te guste la tarea —respondió Jasper.
Devon se concentró en la abertura que había al final del camino.
–Para eso es para lo que sirven los novios.
–No me digas que ensuciarte las manos es demasiado para ti —dijo Felton desde atrás.
–No puedo soportarlo —dijo Devon, mientras los hombres salían del sendero al campo abierto.
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