Coma

Coma
Federico Betti


Existen varios tipos de coma y las causas pueden ser muy distintas. Inducir un coma farmacológico en un paciente sirve para concentrar todas sus energías vitales hacia la parte del cuerpo que se debe curar, y es esto lo que le sucedió a Luigi Mazza cuando, un día de otoño, se vio envuelto en un accidente de tráfico en la carretera de circunvalación de Bolonia. Desde ese momento, en su mente aparecen una sucesión de imágenes recurrentes que se presentan de forma onírica y aparentemente incomprensible, pero que tendrán un impacto importante en el futuro del protagonista y de quienes están a su alrededor. Los médicos hacen un trabajo espléndido, Luigi Mazza se despierta del coma y poco a poco, cada día, recomienza a vivir su vida, pero su mente parece estar marcada. ¿Quién es Luigi Mazza, pero sobre todo, quién es el culpable de aquel accidente? ¿Por qué el hombre se encuentra en aquella condición física y mental? Existen varios tipos de coma y las causas pueden ser muy distintas. Inducir un coma farmacológico en un paciente sirve para concentrar todas sus energías vitales hacia la parte del cuerpo que se debe curar, y es esto lo que le sucedió a Luigi Mazza cuando, un día de otoño, se vio envuelto en un accidente de tráfico en la carretera de circunvalación de Bolonia. Desde ese momento, en su mente aparecen una sucesión de imágenes recurrentes que se presentan de forma onírica y aparentemente incomprensible, pero que tendrán un impacto importante en el futuro del protagonista y de quienes están a su alrededor. Los médicos hacen un trabajo espléndido, Luigi Mazza se despierta del coma y poco a poco, cada día, recomienza a vivir su vida, pero su mente parece estar marcada. ¿Quién es Luigi Mazza, pero sobre todo, quién es el culpable de aquel accidente? ¿Por qué el hombre se encuentra en aquella condición física y mental? Para ayudarle está su hermano Mario, muchos años mayor que él: los dos han estado siempre muy unidos pero desde ese día lo parecen todavía más. Aunque Mario no puede saber qué es lo que ha sentido y qué siempre realmente Luigi. Finalmente será responsabilidad del agente Stefano Zamagni, junto con sus hombres, el que arrojará un poco de luz en esta historia dentro de la historia, con un final imprevisible.







Federico Betti

Coma

La historia de Luigi Mazza



Traductor: María Acosta



Copyright © 2019 - Federico Betti


1

El silencio y la soledad reinaban en aquella habitación del hospital Maggiore di Bologna. Los únicos ruidos que se escuchaban eran los producidos por las máquinas que había allí y que los médicos controlaban a intervalos regulares durante el día.

Desde hacía cinco días el cuerpo de Luigi Mazza yacía inmóvil en estado de coma farmacológico, inducido por el equipo de expertos anestesistas después del grave accidente de tráfico que le había causado un traumatismo craneal curable, según la opinión de los médicos, sólo de aquella manera.

Cuando había llegado en la ambulancia a urgencias, transportado con toda rapidez con las sirenas sonando desde la autopista de circunvalación de la capital Emiliana, el hombre había sido diagnosticado rápidamente en estado crítico y le habían atribuido un código rojo; después de mucho esperar se llevaron a cabo todos los exámenes pertinentes y le habían dado un diagnóstico de pronóstico reservado.

Vivía solo: ni siquiera había tenido nunca la intención de casarse, por lo que el único pariente que le podía ayudar era su hermano, Mario, el cual, en cuanto recibió la noticia de los técnicos de urgencias había llegado enseguida a informarse sobre las condiciones de Luigi, consiguiendo, sin embargo, verlo sólo un momento mientras lo trasladaban en camilla a la habitación donde se encontraba ahora.

Sin darse cuenta de nada, a Luigi lo visitaba a diario el hermano que sólo podía limitarse a mirarlo desde detrás de un cristal. Se quedaba aproximadamente una hora al día, mirándolo fijamente con la vana esperanza de infundirle la fuerza para sanar, y a menudo se iba sin decir una palabra, ni siquiera a los médicos.

Cuando les preguntaba, el director del hospital le decía siempre que las condiciones del hombre eran estables y que se necesitarían por lo menos dos semanas antes de que pudiese salir del coma.

–Nos encargaremos nosotros, cuando se ponga bien –aseguraba.

Periódicamente los médicos examinaban a Luigi para tener controlada la situación, intentando notificar los progresos al hermano.

–Un enfermero me ha dicho que el coma ha sido… ¿inducido? ¿Quiere decir que vosotros habéis hecho posible que esté en coma? –preguntó Mario a un enfermero dos días después del accidente.

–Sí. Se decidió inducirle un coma farmacológico al paciente –respondió el joven.

–Farmacológico –repitió como el eco Mario.

–Exacto, farmacológico. ¿No sabe de qué se trata?

– ¡No, explíquemelo! –le dijo Mario.

–Cuando un paciente sufre lesiones graves, como puede ser el traumatismo craneal de su hermano, los médicos pueden decidir causar un coma farmacológico, usando para ello medicamentos. De esta manera toda la energía vital se dirige hacia el daño que hay que reparar –explicó el enfermero.

–Gracias por la explicación. ¿Podría hablar con quien se ha ocupado de esto, directamente, para que pueda tener una estimación del progreso?

–Debería hablar sólo con los anestesistas. Sólo ellos pueden inducir un coma farmacológico –respondió el hombre.

– ¿Y dónde los puedo encontrar?

–Puede hablar con el doctor Parri. Ahora, por desgracia, creo que está ocupado con una operación quirúrgica. Normalmente por la mañana está más libre.

–Entiendo. Entonces lo buscaré mañana. ¿Al mediodía lo encontraría?

–Sí, salvo algún imprevisto, hace el descanso para comer a las 13:30. Luego, a las 15 horas, comenzamos con las intervenciones, por lo que le aconsejo hablarle antes de la comida, de esta manera, seguramente, le podrá dedicar un poco de tiempo –acabó de decir el enfermero.

–Muchas gracias –dijo Mario Mazza justo antes de despedirse y salir del hospital.

Cuando llegó a la calle eran casi las cinco de la tarde y la oscuridad invernal sólo era interrumpida por las luces de las farolas.

Se fue a casa a reposar sabiendo que, después de unas pocas horas, tendría que estar de nuevo allí.


2

Estoy conduciendo, pero no sé hacia dónde. Ni siquiera sé dónde estoy. En un coche. Sostengo el volante y delante de mí no hay nada. No comprendo si está oscuro o hay luz. Yo, delante de un volante, que sostengo de manera firme. Nada más. ¿Dónde voy? No lo sé. ¿O no lo recuerdo? No escucho ningún ruido a mi alrededor, ni proveniente del exterior. Suponiendo que afuera haya algo. Suponiendo que el afuera exista. Parece como si estuviese en un lugar en que se ha creado de manera artificial el vacío. Después de todo, en el vacío no se propaga el sonido, y esto explicaría también el motivo porque el que no oigo ningún ruido a mi alrededor. ¿Estoy dentro de una caja cerrada herméticamente? Quizás no estoy en un coche, sino dentro de un simulador de conducir como en el parque de atracciones. Sí, quizás estoy en el parque de atracciones, pero no sé qué he venido a hacer. Yo, dentro del simulador. No estoy conduciendo un coche. ¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo he llegado? En coche. Sí, probablemente he venido en coche.

No, ahora que lo pienso no puedo estar dentro de un simulador, oiría por lo menos un poco de ruido, de algún engranaje que se mueve, algún pistón que sube y baja.

Entonces eso significa que estoy en un coche. ¿Con el vacío alrededor? ¡Imposible! He debido ser introducido aquí de algún modo. Ni siquiera sé dónde me encuentro. No lo entiendo o no me acuerdo. ¿Dónde estoy? ¿Por qué? ¿Qué me ha traído hasta aquí? ¿Y a dónde voy? Siempre y cuando esté yendo a algún sitio. Afuera está la nada, ¿o quizás soy yo que no consigo ver? No veo qué hay más allá del volante que tengo entre mis manos. Quizás no es un simulador, pero hay, de todas formas, una tela negra delante de mí, que me esconde la vista del exterior. Estoy en el parque de atracciones, no dentro de un simulador de conducir, sino en un tiovivo en el que, aparentemente, conduces un coche u otro vehículo cualquiera, y parece que te mueves, mientras que, en realidad, estás delante de esta tela negra y esperas que suceda algo. ¿Pero el qué? Y sobre todo, ¿existen tiovivos de ese tipo? No lo sé, o por lo menos no recuerdo haberlos visto jamás.

Volvamos al principio. No sé dónde me encuentro. No tengo indicios que me puedan ayudar a comprender. Por lo menos entiendo que estoy solo y que no hay nadie más conmigo. Un momento... estoy solo, pero también es verdad que ni siquiera hay asientos para los pasajeros. Sólo estoy yo. Delante de mí el volante y la tela negra, suponiendo que sea una tela. No consigo ni siquiera comprender si hay un vidrio entre el volante y la tela.

¿Me estoy moviendo o estoy parado? Quizás sólo me muevo aparentemente. Quizás no estoy yendo a ningún sitio, estoy parado, sentado en cualquier puesto, con un volante, una tela negra y nada a mí alrededor.

No entiendo nada, o puede que tenga un buen lío en mi cabeza.

Si estoy en un coche, ¿hay cristales? Miro a la izquierda: una segunda tela negra. Miro a la derecha: una tercera tela negra. ¿Y detrás? Una tela negra.

Intento tocar con la mano la tela que está a mi izquierda, pero me doy cuenta de que no toco nada: mi mano no encuentra ninguna resistencia, es como si pasase a través de la tela, o quizás es la tela, que no existe. Tela o no tela, mi mano es engullida por el color negro y ahora sólo veo mi brazo. Entonces lo vuelvo a llevar para adentro, a mi lado, y encuentro mi mano, todavía allí, y no está perdida como parecía.

Ahora mantengo el volante con las dos manos. No consigo entender nada. Es más, cada vez mi cabeza está más confusa.

Ahora sé que estoy conduciendo algo, tengo un volante delante de mí, todo a mí alrededor es negro, pero no hay telas. Me doy cuenta de que en este vehículo, siempre que se trate de un vehículo, falta el cambio de marchas. El caos aumenta en mi cabeza.

No sé a dónde voy, pero probablemente a ningún sitio: permanezco aquí, parado, esperando que suceda algo.


3

Las condiciones de Luigi Mazza seguían siendo estables, mejorando poco a poco cada día, y los médicos eran optimistas.

–El cuerpo se curará por sí solo –era la respuesta que escuchaba el hermano cada vez que pedía información.

Al día siguiente de la entrevista con el enfermero Mario Mazza consiguió hablar con el anestesista que había inducido el coma farmacológico a su hermano.

– ¿Podría explicarme mejor de qué se trata? –preguntó.

–Sé ya que le han dicho, en líneas generales, lo que hemos hecho –dijo el doctor Parri. –Su hermano ha llegado aquí con un traumatismo craneal nada desdeñable. El equipo médico de urgencias, después de haber hecho las pruebas pertinentes, ha creído que la única manera de curar este trauma era el coma farmacológico. Hemos suministrado a su hermano unos sedantes para inducirle el estado comatoso, considerando que, de esta manera, su cuerpo podría concentrarse sólo sobre la parte lesionada, la que realmente necesita curarse. Estamos monitorizando todas las mejorías de su hermano, día a día, y le garantizo que son evidentes. Cuando veamos que el traumatismo craneal se ha curado completamente, entonces despertaremos a su hermano: terminará con la ingesta de los sedantes y probablemente le suministraremos algunas medicinas estimulantes para ayudar a su despertar.

–He comprendido –dijo Mario Mazza después de escuchar la explicación del médico – ¿Y qué probabilidades hay de que se cure completamente?

–Yo diría que al cien por cien –replicó de manera optimista el médico.

– ¿Y de qué se despierte del coma? –dijo Mario.

–Total. Personalmente no he observado nunca problemas para despertar después de un coma farmacológico inducido. Sabemos cuáles son las dosis que debe ingerir el paciente. No se preocupe por esto –concluyó el doctor.

–De acuerdo –murmuró Mario suspirando.

–Ahora tengo que ir a comer, me espera una tarde bastante dura.

–Muchas gracias, doctor.

–No se merecen –dijo el médico antes de despedirse e irse hacia su estudio.

Mario Mazza se había tranquilizado después de haber escuchado las palabras del doctor Parri: eran positivas, optimistas y esperanzadoras.

Todavía no había terminado el horario permitido para las visitas a los pacientes, por lo que decidió permanecer un poco más para ver a su hermano.

Mientras salía del hospital sintió el corazón más ligero: era optimista porque sabía que Luigi sanaría. Dos semanas, más o menos, haciendo lo que decían los médicos. Habían pasado casi seis días, así que no faltaba mucho.

Se fue a casa, con el frío que lo oprimía y un viento gélido que lo envolvía, preparó algo de comer y se quedó dormido delante del televisor mientras se transmitía una película de vaqueros en la televisión.


4

Estoy conduciendo, pero no sé hacia dónde. Y no sé dónde me encuentro. Me doy cuenta sólo de que no hay nadie conmigo. Estoy en un coche, por lo menos eso parece, pero no hay asientos para los pasajeros. Alrededor todo es oscuridad, de un negro uniforme. La oscuridad me produce inseguridad, porque no sé qué esperar. Mientras tanto estoy aquí, sentado ante el volante. Parece que estoy parado, como en uno de esos drive-in americanos donde miras una película mientras estás sentado en el coche, pero en este caso no parece que se proyecte ninguna película. Alrededor de mí sólo veo una oscuridad sombría y uniforme.

¿Dónde estoy? Nunca he estado en América, por lo tanto no estoy en un drive-in. ¿Y entonces dónde?

No lo entiendo. Con la mano izquierda toco lo negro, pero es algo inconsistente, como la oscuridad de la noche. Esto, sin embargo, es algo distinto, porque de noche hay algunas luces encendidas, pero no aquí, donde me encuentro ahora. ¿Y entonces, dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo? Vuelvo a poner la mano izquierda en el volante, la única cosa verdadera. Sé que hay un volante delante de mí, pero no sé nada más. Si tuviese la oportunidad de preguntar a alguien sería todo más fácil: pero no hay nadie conmigo, ni siquiera cerca. Estoy solo. Tarde o temprano sucederá algo, algo cambiará, eso espero, pero por ahora todo parece inmóvil. Parece que estoy en una habitación oscura, encerrado por algún motivo en espera de juicio: como si debiese esperar a que un juez emita su sentencia por algo que he cometido, pero estoy seguro que no he hecho nada ilegal; no he cometido ningún crimen, no he cometido un atraco, no he matado a nadie. Al menos por lo que yo sé, suponiendo que no haya sufrido de amnesia, algo que me haya hecho perder completamente la memoria, por lo que, realmente, me encuentro en una habitación oscura sin hacer nada hasta que llegue alguien, quizás un policía, para llevarme a mi destino.

No, no puede ser. Si realmente fuese así, ¿cómo se explicaría la presencia del volante?

No sé dónde me encuentro. Si alguien me pudiese ayudar a comprender....

Ahora me duele incluso la cabeza, un dolor que comienza en la parte izquierda de la cabeza y, poco a poco, se expande hasta el lado derecho.

No es un dolor muy fuerte pero es continuo, constante. Lo siento latir en la cabeza, se mueve de una parte a otra, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda y, en algunos momentos, me duele por todas partes. No me estalla la cabeza, pero me duele. Quizás necesitaría un analgésico para calmar el dolor, o quizás debo esperar que se vaya solo, así como ha venido. Creo que la única opción que tengo sea la segunda, ya que no hay nadie aquí, nadie a quien preguntar dónde me encuentro ni porqué, nadie que pueda ayudarme de ninguna manera, ni dándome un simple analgésico para el dolor de cabeza, ni haciéndome comprender algo sobre lo que me está ocurriendo. Permanezco aquí, solo delante de un volante, en la oscuridad, a merced de los acontecimientos.


5

Las pruebas efectuadas el séptimo día mostraban una mejoría muy notable: Luigi Mazza estaba respondiendo bien a los tratamientos y la curación procedía a pasos agigantados.

Tenía treinta y cinco años y su cuerpo, todavía joven, conseguía subsanar, en cierto modo, el traumatismo craneal que le había causado el accidente de tráfico, en la carretera de circunvalación de la capital emiliana.

A pesar de que el hombre permanecía inmóvil en la misma posición, sin darse cuenta de los momentos en que, periódicamente, le suministraban los sedantes para mantener el estado de coma farmacológico, ni percatándose de las eventuales visitas, algo estaba cambiando a mejor dentro de él.

Los médicos estaban satisfechos y no dudaban en informar de ello al hermano del paciente.

–Muchas gracias por todo lo que estáis haciendo por él, de verdad. Si supiese quién ha sido el culpable de todo esto, juro que le cantaría las cuarenta. No se puede reducir a una persona a este estado, ¡entre la vida y la muerte! –repetía Mario Mazza mientras hablaba con el equipo médico.

–No morirá, eso seguro –le confirmó el director del hospital Maggiore, –está curándose, aunque necesitará tiempo.

No faltaba un día en el que Mario no fuese a visitar al hermano. Tenía sesenta años, veinticinco más, y se había quedado viudo cuando, diez años antes, su mujer había muerto prematuramente debido a una leucemia fulminante. De esta forma se habían encontrado solos los dos, uno por elección y el otro por imposición, y su relación se había hecho cada vez más fuerte.

Si bien no habían pensado jamás intentar vivir juntos, se veían habitualmente todos los días. Sólo en algunos casos de fuerza mayor podía ocurrir que una semana no se encontrasen durante siete días seguidos.

A menudo cenaban juntos y, cuando los dos estaban de acuerdo, se permitían una cena en un restaurante, optando entre las distintas posibilidades que ofrecía la ciudad de Bologna y su provincia.

Ambos eran apasionados de la cocina étnica, que alternaban con la tradicional y la pizza, a menudo para probar sabores y tradiciones distintas: desde el más popular restaurante chino al indio o al griego, pasando por los restaurantes menos frecuentados por las masas, como el restaurante africano o el persa, todas las ocasiones eran buenas para variar y probar manjares inusuales.

Estaban de acuerdo en muchas cosas, desde las más importantes hasta las más fútiles: incluso tenían gustos musicales parecidos. Tanto a Luigi como a su hermano les gustaban casi todos los géneros: uno no escuchaba nunca música house porque, por lo que decía, le producía sueño; el otro casi que detestaba la música comercial, diciendo que era insignificante. Decía que existía una música para cada situación y cada tipo de música creaba una emoción distinta dependiendo del género:

–La comercial no te deja nada dentro –afirmaba el hermano mayor.

Mientras pensaba en todas estas cosas y miraba a Luigi que estaba tumbado e inmóvil a Mario se le hizo un nudo en la garganta y contuvo con dificultad las lágrimas.

– ¡Ya ha terminado el horario de visita! –gritó un enfermero, despertándolo de sus pensamientos.

–Salgo enseguida –respondió Mario caminando hacia la salida.

Cuando llegó a la calle la oscuridad de la noche lo envolvió como un manto oscuro.


6

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. A mi alrededor sólo hay oscuridad. Y no hay nadie que pueda ayudarme, nadie que pueda hacerme comprender algo de lo que está sucediendo, nadie que me suministre una pista. ¿Desde hace cuánto tiempo estoy aquí? He perdido la noción del tiempo.

A veces tengo la impresión de ser el protagonista de un fotograma, luego me doy cuenta de que consigo moverme de alguna manera. ¿Hay alguien? Intento preguntar sin obtener ninguna respuesta. Confirmo que estoy solo. Dentro de un automóvil, ¿o de otro vehículo? Todavía no lo he entendido. Sin otros pasajeros, sin otros asientos, sin palanca de cambios. Pero con el volante, que permanece siempre delante de mí.

¿Qué me está ocurriendo? No lo sé, pero creo no saber tantas cosas. Quizás me encuentro aquí por casualidad. Me vienen a la mente los experimentos con la máquina del tiempo, aunque siempre he pensado que fuese sólo fruto de la fantasía de alguien que quería crear unas historias para un libro o película, donde eres lanzado a un mundo y a una época lejana. ¿Cómo se llamaba aquella película? No me acuerdo, quizás me venga a la memoria dentro de un rato. Ahora, aunque me esfuerce, no consigo extraer nada de mi memoria. Tampoco consigo entender cómo me siento pero es una sensación extraña.

Aquí está, otra vez ha vuelto el dolor de cabeza, me laten las sienes, primero a la derecha, luego a la izquierda, es un dolor más fuerte que la otra vez. ¿Tenéis un analgésico, por favor?, es inútil porque sé que no responderá nadie. Yo, de todas formas, lo he intentado.

Ahora estoy pensando que quizás estoy siendo víctima de una cámara oculta: te llaman con una excusa, te plantan aquí en la oscuridad, en esta especie de coche, y te dejan solo esperando.

Es una broma de mal gusto, ¿lo sabéis?, digo dirigiéndome hacia la nada que tengo delante. Casi lo he gritado porque esta situación está comenzando a cansarme. ¿Desde hace cuánto tiempo que estoy aquí? ¡Adelante, salid de las sombras! ¡Sé que estáis escondidos en algún sitio!

No me responden, no me queda otra que esperar.

La espera es enervante, nunca he esperado tanto. Todavía no se ve a nadie. Parece que no se quieren mostrar. O tienen miedo, o son unos bastardos y me están gastando una broma que no me está gustando en absoluto.

En las cámaras ocultas tradicionales, si podemos llamarlas de esta manera, todo se resuelve en unas pocas horas, como máximo un día, pero, sinceramente, parece que estoy en este lugar desde hace más tiempo, o quizás soy yo el equivocado. En el fondo, creo que me ha sucedido algo que me ha apartado: de cualquier forma, es una broma pesada. No se hacen bromas de este tipo, ni siquiera al peor enemigo.

Tengo miedo de la oscuridad porque para mí significa incertidumbre. O mejor dicho, pérdida de la certidumbre.

Tengo miedo a la oscuridad y alguien está jugando justo con esto, aprovechando esta debilidad mía.

Me doy cuenta de que es un cobarde ya que no tiene la intención de darse a conocer. Sea quién sea ha comprendido que le cantaré las cuarenta, por lo que está muy atento a que no le vea la cara.

¿Hay alguien?, vuelvo a preguntar, rompiendo el silencio que reina aquí dentro. No hay todavía respuesta. ¿Tenéis un analgésico? Me duele la cabeza, pero aquí, evidentemente, no hay nadie que esté dispuesto a escucharme. ¿Dónde estáis? Dejaos ver.

No sale nadie, no viene nadie a verme.

Qué horrible situación, no me gusta en absoluto.

Si por lo menos notase algún movimiento podría intentar comprender quién es el culpable de todo esto: pero no veo a nadie.

Reflexionando, me doy cuenta que todo está igual desde que estoy aquí dentro. Yo, en el asiento, con un volante delante de mi y todo oscuro alrededor. Una oscuridad capaz de engullirme. Podría ser una bonita escena para una película de terror.

Ya me lo imagino. Y a lo mejor le darían una publicidad adecuada: “Señoras y señores, venid todos al reestreno de la nueva película de terror. Os pondrá la piel de gallina. ¿Sois acaso unos cobardes, verdad? Entrad, ¿a qué estáis esperando? En todas las salas. Venid, venid, venid...”

Y yo sería el protagonista. ¡Qué suerte! Me convertiré en famoso, pero, por favor, me gustaría que fuese de otra manera.

Estoy divagando un poco, quizás para intentar no pensar en lo que me está sucediendo, quizás para que se me ocurra alguna idea para entender cómo salir de esta situación. Y, para variar, no se me ocurre nada.

¿Hay alguien?, pregunto otra vez. ¡Necesito algo para que se me pase el dolor de cabeza!

Nada y nadie.

Es deprimente, como resultado.

Sólo me queda esperar, esperar a alguien, esperar que algo cambie.


7

Los días transcurrían todos iguales, uno tras otro, mientras los médicos transmitían seguridad al hermano de Luigi:

–Se nota la mejoría –le decían. –El paciente se comporta bien. Su cuerpo responde de manera adecuada al traumatismo sufrido.

Mario era feliz escuchando estas palabras, pero, de todas formas, no veía la hora de asistir al despertar del hermano, de poderlo abrazar de nuevo.

Quería verlo como lo recordaba antes del accidente de tráfico: siempre alegre, pimpante y, sobre todo, caminaba con sus propias piernas.

–Tendrá que hacer un poco de rehabilitación: al permanecer quieto durante días en la misma posición sus músculos habrán perdido fuerza. Durante un tiempo deberá hacer gimnasia para recuperarse plenamente –le explicó uno de los enfermeros.

–Hará todo lo que sea necesario para volver a ser el de antes –confirmó Mario Mazza –es un muchacho muy voluntarioso, por lo tanto no habrá problemas para que se comprometa en este sentido.

–Seguirá un programa muy preciso que lo llevará a una rehabilitación gradual pero completa.

–Perfecto, os doy las gracias por todo lo que estáis haciendo. Confiamos en vuestra experiencia.

–Si no le importa, ahora me voy a tomar un café –dijo el enfermero.

– ¡Por favor! Es más, le voy a hacer compañía, también yo necesito uno –replicó Mario.

Se fueron hasta la esquina destinada a las máquinas automáticas de bebidas y comida, puestas al fondo del pasillo.

Había una para las bebidas calientes, otra para los refrescos, una que distribuía aperitivos dulces y salados y una cuarta con bocadillos.

Mario metió las monedas y seleccionó un café exprés clásico mientras que el enfermero, usando una llave magnética suministrada para el personal del hospital, optó por un capuccino con chocolate.

–A veces me siento un poco goloso –dijo el hombre.

–Hace bien en permitirse un capricho de vez en cuando. Deberíamos hacerlo todos cada tanto.

Acabaron las bebidas y cada uno se fue por su lado.

–Ahora debo dejarle –dijo el enfermero –debo hacer unas cuantas cosas.

–Por favor, le dejo ir. Gracias por la compañía.

Mario Mazza se fue a la habitación de su hermano y se paró en el pasillo puesto que sabía que no podría entrar.

Estaba muy contento porque las condiciones de su hermano estaban mejorando cada día, le bastaba por el momento; una vez que estuviese completamente curado, tendría la posibilidad de estar junto a él y recuperar el tiempo perdido.

Todavía una semana y todo volvería a ser como antes. O casi.

Se quedó hasta el final del horario de visita, luego salió y se fue a casa: había pasado otro día.


8

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. Me encuentro aquí solo, en medio de la oscuridad homogénea de esta habitación, con un volante delante de mí, mi única certeza. Sólo veo eso: el volante.

No entiendo qué ha ocurrido con el resto del coche. Porque estoy dentro de un automóvil, ¿verdad?

¡Eh, chicos! Sé que estáis en algún lugar. ¿Estoy en un coche? ¿Alguien me lo puede confirmar?

No me responde nadie. ¿Dónde están todos?

Se esconden, esa es la verdad. No desean ser vistos. Me están gastando una broma, esto lo he comprendido. Una broma de mal gusto.

Acaricio la oscuridad con una mano pero sin sentir nada al tacto; no siento movimientos de aire, no siento calor, no siento frío...

Sigo sin comprender dónde me encuentro, sin embargo estoy convencido de que me han dejado solo. Quien me ha traído aquí, se ha largado, o se ha escondido por algún sitio en los alrededores.

Venga, dejaos ver. Se que estáis ahí.

Nada, no obtengo ninguna respuesta.

¿Qué lugar es este? ¿Un sótano? No parece que sea un pasillo. Más bien parece un local cerrado, una habitación. Por lo menos es mi impresión, es lo que puedo intuir por los elementos que tengo a disposición. Si tuviese un poco más de información, quizás podría tener una mayor seguridad sobre mi situación. No se ni siquiera si corro algún peligro, no sé qué puedo esperar de un futuro próximo. En definitiva continúo sin saber nada que pueda ser útil para comprender.

¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde que he llegado aquí?

Me doy cuenta de que ninguna de las preguntas que he hecho hasta ahora ha obtenido respuesta: esto no me gusta, soy una persona que siempre ha basado sobre la certeza cada momento de su vida y perderla podría, a largo plazo, irritarme.

¿Es posible que no haya nadie a quien pedir ayuda? Una ayuda cualquiera...

Incluso me duele la cabeza, por lo que un analgésico no me vendría mal, pero no sé a quién pedirlo. ¿Hay alguien?, grito, pero por respuesta sólo obtengo el silencio.

¡Necesito algo que me quite este dolor de cabeza! Por favor, si hay alguien escondido ahí detrás, ¡estaría bien que saliese al descubierto!

No veo nada, el local parece vacío, aparte del auto en el que estoy.

Ya he visto esta escena en algún sitio: yo solo en este vehículo.

La oscuridad reina alrededor, ¿dónde están todos?

Existirá alguien más, aparte de mí, en este Mundo, ¿no?

¡Dios mío! En mi cabeza se está abriendo camino un pensamiento bastante preocupante, por lo menos para mí: ¿y si por casualidad me encontrase en otro Mundo? ¿Un Mundo paralelo a aquel donde habitualmente se encuentran los humanos? ¿He sido raptado por alienígenas?

Espero obtener alguna respuesta a todos estos interrogantes que están naciendo dentro de mí. Y espero conseguirlas enseguida, de lo contrario me arriesgo a enloquecer.

Si hay un alma buena en algún sitio que sepa algo con respecto a las pocas cosas que sé yo, le agradecería que se mostrase y me explicase un poco la situación.

No se ve a nadie. Nadie sale para dejarse ver, aquí todos son unos cobardes, gallinas, porque saben que se han equivocado y porque saben que les podría dar unos puñetazos por lo que me están haciendo. ¡Haceos ver, tened el valor de mostraros!

Nada ha cambiado. Nadie responde.

Sólo me queda esperar, pero espero que pronto alguien me explique qué está sucediendo aquí, porque dentro de poco perderé la paciencia, y cuando pierdo la paciencia.... ¡sálvese quien pueda!


9

De vez en cuando, volviendo a pensar en lo que había pasado junto a su hermano menor y viendo sus condiciones actuales de salud, a Mario Mazza le entraban ganas de llorar.

Lo había cuidado cuando era un niño y siempre estuvo a su lado en los años siguientes; habían pasado juntos muchos momentos felices.

Sus personalidades eran parecidas, otro motivo para estar de acuerdo, y se sentían realmente bien cuando estaban juntos.

Le vino a la mente la imagen de Luigi sonriente, bromista, y se acordó sólo de pocos momentos de tristeza, ya que su hermano, como él, era optimista y positivo por naturaleza.

A pesar de la discreta diferencia de edad y la pertenencia, de hecho, a dos generaciones sucesivas distintas, Luigi y Mario hacían una buena pareja: se complementaban y entre ellos había un entendimiento indescriptible.

Eran como uña y carne: uno se consideraba la mitad perfecta del otro, al menos desde cierto punto de vista, y esta situación se había reforzado cada vez más con el pasar de los años, sobre todo después de que Mario quedase viudo.

Luigi se sentía en deuda con él por todo lo que el hermano mayor había hecho por él:

–Ciertas cosas no se olvidan –le había dicho el día en que había muerto su mujer –siempre estaré a tu lado, cada vez más.

Y Luigi había mantenido su promesa.

No pasaba un día sin que se viesen o, en el peor de los casos, no hablasen por teléfono; conocían sus recíprocas obligaciones, cuando tenían necesidad, se consultaban y se daban consejos.

Ahora ya, desde hacía años, ambos estaban solteros y, aunque habían decidido de común acuerdo vivir en pisos distintos, se sentían de todas formas juntos, uno al lado de otro.

A veces tenían la impresión de que, con el paso del tiempo, se había creado entre ellos una especie de telepatía, y que se había desarrollado poco a poco. Se entendían enseguida, era como si se transmitiesen sus pensamientos con una mirada y a menudo no tenían ni necesidad de hablar para decidir ciertas cosas.

No habría pensado jamás que todo esto pudiese romperse en unos pocos segundos, pensó Mario mientras se encontraba delante del cuerpo de su hermano, extendido inmóvil en estado de coma.

Las condiciones de Luigi seguían mejorando día a día y esto al menos era una buena noticia, pero verlo siempre allí, en la misma posición, le hacía sentirse incómodo: le creaba un nudo en la garganta que difícilmente se desharía antes de que despertase.

Todos los días discurrían de la misma manera desde el accidente: todos eran iguales como fotocopias.

E incluso aquel día llegó la noche sin que Mario Mazza se diese cuenta, tan absorto estaba en sus pensamientos. Cuando fue despertado por la voz de un empleado que lo invitaba a dejar el hospital porque había terminado el horario de visita a los pacientes, el hombre se encaminó hacia la salida, bajó las escaleras y, con el abrigo bien cerrado, se preparó a afrontar la intemperie: afuera había comenzado a nevar.


10

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. Estoy aquí solo, ya desde hace unos días, con una migraña que me late en las sienes con una intensidad variable y nadie que me pueda ayudar a superarla. De vez en cuando me siento como atontado, aturdido por el dolor. Intento no pensar en ello, pero esto no sirve de nada porque, de todas formas, el dolor de cabeza permanece.

Sigo sentado sobre el único asiento de este auto, viendo el volante delante de mí, pero ahora he decidido quitar las manos y extenderlas a los lados: no conseguiré conducir con un dolor de cabeza tan fuerte. La oscuridad persiste a mi alrededor y de vez en cuando la acaricio con los dedos, como buscando una solución a mis problemas.

A pesar de todos mis intentos por comprender dónde me encuentro, todavía no he comprendido nada, y esto ha comenzado a molestarme: cuando me falta la certidumbre es como si estuviese suspendido en el aire. No veo a nadie aquí, no oigo ningún ruido a mi alrededor, quizás estoy aislado del resto del mundo, envuelto en la oscuridad, bajo una campana de vidrio que me aísla.

Girando a mi izquierda me parece ver una sombra, pero es demasiado vaga para mi vista. Esto, sin embargo, me da alguna esperanza, comienzo a pensar que haya alguien conmigo, aunque este alguien quiere permanecer anónimo, no quiere darse a conocer, quizás porque tiene miedo de algo.

Intento estar atento a posibles movimientos, para intentar ver de nuevo aquella sombra, pero ya no veo a nadie.

Quizás nunca ha estado nadie aparte de mí mismo, y la sombra que veía estaba solo en mi cabeza, era fruto de mi fantasía. ¿Esta especie de aislamiento está teniendo un efecto negativo sobre mí? ¿Sobre mi cuerpo pero también sobre mi mente? ¿Me está destruyendo psíquica mente, carcomiéndome poco a poco?

Espero que no, todavía vislumbro esa sombra, como si pasase de manera furtiva y se escondiese por cualquier sitio, moviéndose de vez en cuando.

Justo es esto lo que sucede: alguien está jugando conmigo.

Sí, empiezo a estar convencido, pero es un juego que no me gusta nada, ¿sabéis? ¿Dónde se han escondido? Ya no veo la sombra de antes.

Mejor dicho, la estoy viendo, aquí al lado, muy cerca.

Giro hacia mi izquierda y veo algo: el perfil de una figura humana, de un gris muy oscuro, que consigo distinguir en medio del negro oscuro y uniforme sólo por esta ligera diferencia de tonalidad.

Un analgésico, digo, necesito un analgésico. ¿Pero cómo puedo pensar en conseguir algo, una respuesta de cualquier tipo, de una presencia inconsistente?

El semi-humano retrocede después de unos minutos y yo permanezco todavía otra vez solo, intentando durante un momento no pensar en nada, sin esperanza de que, mientras tanto, me pase el dolor de cabeza. Me surge una pregunta: ¿dónde estoy ahora, el tiempo corre o está parado? Parece que estoy fuera del Mundo, en un Mundo paralelo, o quizás en un lugar, un sistema, aislado de todo el resto gracias a una burbuja de aire o a una esfera de cristal.

¿Dónde estoy?

Tengo un dolor de cabeza muy molesto. ¿Alguien me puede ayudar? Dadme algo que me ayude a que pase, o por lo menos que sea capaz de atenuarlo. Si continúa así me estallarán las sienes dentro de unas horas.

Vuelvo a ver esa sombra.

Se acerca de nuevo a mí, hasta llegar a mi izquierda.

Me mira... es un decir. Es inconsistente, como un halo, sin rostro, pero si lo tuviese, la mirada estaría en mi dirección, a menos de un metro.

Un analgésico, digo yo, necesito un analgésico. ¡Siento un dolor de mil demonios!

La extraña presencia se va; parece como si llegase hasta mí con la intención de quedarse un rato mirándome y, de repente, volver sobre sus pasos.

¿Quién es? ¿O quizás debería decir: qué es? No lo sé pero me gustaría saberlo.

Muchos pensamientos nacen y crecen en mi interior, estoy viviendo una profunda angustia, un estado de confusión, y debo aclarar muchas cosas: dónde me encuentro y por qué motivo, desde hace cuánto tiempo estoy aquí dentro y por cuánto tiempo deberé todavía permanecer...

Y también: ¿podré reducir el tiempo? Y si es así, ¿de qué manera?

Todos estos interrogantes no hacen más que empeorar mi migraña, por lo que cierro los ojos e intento relajarme, a la espera de algún cambio y de alguien que me pueda ayudar a salir de aquí.


11

Los días pasaban y, a pesar de que los médicos eran optimistas e intentasen hacer comprender a Mario que su hermano se curaría completamente en unos cuantos días, él siempre estaba pensativo, y lo estaría hasta que no hubiese visto con sus propios ojos a Luigi caminar por sí solo y volver a la vida de siempre.

Como cada día después del accidente, una vez más le volvieron a la mente como un destello los recuerdos, en medio a los cuales se perdía, un poco sonriendo y un poco conteniendo las lágrimas con dificultad.

Quién sabe si todavía podremos volver a divertirnos juntos, a cenar en esos bellos locales del centro de Bologna y de la provincia...

Fue despertado por la voz del enfermero que reía en el pasillo y de esta manera se dio cuenta de estaba sentado en aquella silla desde hacía una hora y media, delante de la habitación donde estaba su hermano, con la puerta cerrada y silencio en su interior.

Se levantó para consumir un café en la máquina automática, luego caminó adelante y atrás hasta que llegó la noche, como si tuviese confianza en el hecho de que, en breve, llegaría hasta él un médico con alguna buena noticia. Pero, evidentemente las condiciones de su hermano eran estacionarias porque no vio llegar a nadie durante toda la tarde, y cuando Mario Mazza salió del hospital para volver a casa, afuera nevaba otra vez.

Imprecando y cubriéndose lo mejor posible cogió el autobús en dirección al centro de Bologna, donde decidió pararse para la hora feliz en un pub de vía Zamboni.


12

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. Estoy en un coche, con un volante delante de mí y nada más.

En este coche no hay asientos para los pasajeros y alrededor solo hay oscuridad.

No he comprendido el motivo, pero estoy seguro de que aquí al lado hay alguien que tiene malas intenciones hacia mí.

Y sobre todo, no sé porque estoy en este lugar totalmente desconocido para mí. Parece que he llegado por casualidad, como catapultado, casi contra mi voluntad.

Me está volviendo el dolor de cabeza, cada vez más fuerte y persistente. ¿Qué hacer?

¿Dónde estáis? Por favor, necesito algo para que me pase esta migraña.

Nadie me responde, todos han escapado, ¿quizás por miedo a algo?

¡Venga, salid de ahí detrás!

Nada que hacer, no cambia nada.

Intento mirar a derecha y a izquierda, mirar detrás de mí, en el caso de que consiga percibir algún movimiento, pero no veo nada.

Esta situación está comenzando a ponerme de los nervios, no soporto bien la oscuridad porque sé que puede esconder alguna trampa, no soporto que me tomen el pelo, sea un conocido o no, ahora ya no soporto más todo esto. Durante un momento veo...

Una sombra, esa que he visto la otra vez, está volviendo a mi lado.

Está a mi lado, noto que se para, me giro hacia la izquierda y me la encuentro delante de mí, inconsistente, sin los rasgos de la cara.

Un analgésico. ¿Tiene un analgésico para mí?, pregunto una vez más, dándome cuenta de nuevo, sólo después de haber hecho la pregunta, de no poder esperar una respuesta. No de una sombra.

Si tuviese ojos, me miraría.

¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?

Sé que estas preguntas, como tantas otras que se me podrían ocurrir, no recibirán respuesta, pero si las hago es porque de esta manera podré encontrar una cierta seguridad dentro de mí.

La sombra vuelve enseguida sobre sus pasos, dejándome solo con muchos interrogantes no resueltos, luego vuelve a aparecer.

¿Puedo saber quién eres?, digo, casi gritando. Siento que estoy al límite de la histeria: debo calmarme, tranquilizarme, de lo contrario no resolveré nada, no saldré jamás de aquí.

Permanezco durante unos minutos en compañía de esta figura inconsistente, que luego se va enseguida; intento seguirla con la mirada para ver a dónde va, pero ya no la veo, es como si se hubiese desmaterializado en un momento.

Quizás todo está en mi cabeza, es fruto de mi fantasía, nada es real y auténtico.

Sin embargo, si es así, la mente gasta bromas pesadas. Y entonces: ¿realidad o ficción? ¿Sueño o estoy despierto?

Intento dejar de pensar: quizás me ayudará a calmarme y a recobrar la razón.

Cierro los ojos y espero.


13

Mario Mazza estaba nervioso desde hacía unos días: sabía que dentro de poco a su hermano lo sacarían del coma farmacológico. Los médicos se lo habían confirmado:

–Dentro de dos días, muy probablemente. El traumatismo craneal está casi curado: su hermano ha sido muy valiente, ha reaccionado perfectamente.

Y él era feliz: podría, por fin, comenzar a pensar en el después; volverían ambos a su vida normal de siempre. Casi no se lo podía creer: al principio tenía muchas esperanzas por Luigi pero, en su interior, pensaba que no lo conseguiría.

La noticia fue como una panacea que le hizo mejorar incluso el humor: habían sido días muy sombríos y ahora le había vuelto la sonrisa.

Volvió a recordar los momentos felices pasados juntos y, a diferencia de una semana antes, ahora comenzaba a creer que podrían volver a divertirse, volver a casa, volver a cenar en aquellos restaurantes que tanto les gustaba experimentar, ir al cine, o, incluso, simplemente, a un pub en el centro para beber una cerveza.

Si realmente las cosas habían ido según las previsiones, como parecía en este momento, se lo debía agradecer de corazón al equipo médico del hospital por todo lo que había hecho y por todo lo que estaban haciendo todavía.

Al principio era bastante pesimista, pero ahora ya estaba casi seguro de poder dejar atrás ciertos fantasmas: su hermano lo conseguiría.

Al día siguiente, cuando se presentó en el hospital, fue distinto de lo habitual: le había vuelto la sonrisa, algo que le faltaba desde hacía tiempo, por fin estaba contento e incluso empezó a bromear con los enfermeros. Después de unos días ahora había cogido confianza y sabía qué decir y qué hacer con ellos, de manera que les hacía sonreír sin enfadarles.

La noche llegó como un rayo y, cuando le dijeron que ya no podría permanecer allí por ese día, salió para ir a casa, esta vez con el corazón más ligero.


14

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy, pero estoy conduciendo.

Estoy en un extraño coche, con el volante delante de mí, sin asientos para los pasajeros, y a mi alrededor el vacío y la oscuridad.

No logro comprender dónde me encuentro.

Me duele mucho la cabeza, me laten las sienes y me genera un fuerte dolor, que crece con cada minuto que pasa.

No estoy solo: veo una sombra que se acerca a mí, por lo que me armo de valor y le pregunto de todo, acribillándole a preguntas.

Cuando llega a mi lado la sombra aparece como algo... no sé cómo definirlo... justo, parece un halo. No tiene rostro, ni percibo su contorno bien definido, como si fuese una figura estilizada protagonista de un tebeo en blanco y negro.

¿Quién eres?, le pregunto, pero esta figura no responde. Estoy convencido, ni siquiera tiene una boca para hacerlo.

La figura humana estás girada hacia mí, como para mirarme, pero no puede verme ya que no tiene ojos.

Parece un figurante de una película de terror, donde yo soy el protagonista principal. Me doy cuenta, sin embargo, de que no tengo miedo, sino de sentirme en una situación incómoda: estoy confinado en este coche, sin posibilidad de salir y, aunque quisiese, quizás no conseguiría ir a ningún sitio.

Quizás el único modo para salir de este callejón sin salida, o por lo menos lo más sensato, sería matarme: estoy aquí desde hace ya un tiempo, ni siquiera sé desde cuándo, y todavía no tengo todavía indicios suficientes que me permitan aclarar las ideas. Esto me hace correr un enorme riesgo: el riesgo de volverme loco.

Siempre he sido una persona calmada y tranquila, pero que puede perder la razón si le falta la certidumbre, los puntos de referencia.

Vago en la oscuridad y no solamente en sentido figurado.

Todavía está ahí la sombra, parada, a mi lado. Mueve un brazo, o lo que sea, como para hacerme una señal. ¿Quién eres? ¿Hay alguien ahí dentro?, parece preguntar: yo hago el mismo gesto, pero es como si ninguno de los dos viese al otro. Sigo sin comprender nada.

Muevo un brazo para intentar tocar, acariciar, la sombra. No consigo hacer nada de lo que quisiera, es como si fuese inalcanzable.

No hay nada que hacer, quizás todavía no ha llegado el momento para ciertos movimientos.

Así que, ¿qué debo hacer? ¿Esperar todavía? ¿Quién decidirá cuándo cambiarán las cosas?

La sombra se retrae, regresa por donde ha venido, y yo me quedo quieto, sentado y sin ninguna posibilidad de saber qué está sucediendo realmente, por lo que decido cerrar los ojos: por lo menos de esta forma quizás consiga reposar la mente.


15

Cuando Luigi Mazza se despertó abrió sus ojos muy lentamente para habituarse de nuevo a la luz.

Para inducir el despertar los médicos le habían suministrado una dosis de sustancias excitantes que se reveló perfecta.

–Buenos días, señor Mazza, –le dijo uno de los enfermeros – ¿se encuentra bien?

Luigi se tomó un poco de tiempo antes de responder:

–Tengo un ligero dolor de cabeza. ¿Puede darme un analgésico?

–No se preocupe. Por el momento sólo debe reposar.

El hombre se quedó mirando el techo blanquísimo y no dijo nada, casi como esperando las palabras de su interlocutor:

–Usted hoy no deberá moverse de aquí, por lo menos hasta esta noche. Si quiere, podrá dar un pequeño paseo por la tarde, antes de dormir.

–No tengo sueño, sólo me duele la cabeza.

–Le entiendo.

– ¿Dónde están los otros?, –preguntó.

–Su hermano no ha llegado todavía hoy; no sé nada de otras personas que hayan pasado por aquí a visitarle estos días, –explicó el enfermero.

–Mmm... Ni siquiera yo los conozco, o eso creo, –fue la respuesta de Luigi Mazza –yo sólo sé que ha había alguien más, porque lo he visto.

– ¿Está seguro? No me consta que hayan pasado otras personas, pero puede que me equivoque.

Se hizo un momento de silencio que hizo resaltar la expresión perpleja del hombre mientras miraba al enfermero, que concluyó diciendo:

–Entre tanto, repose, lo necesita. Debe estar bastante débil.

Luigi Mazza continuó mirando al hombre de bata blanca sin decir nada, incluso cuando se despidió de él saliendo de la habitación.

¿Qué me ha sucedido? ¿Dónde me encuentro? ¿Dónde están los otros?


16

Aquella tarde Mario Mazza llegó al hospital Maggiore para estar con su hermano y estuvieron charlando juntos hasta la noche y, entre otras cosas, Luigi escuchó decir a su hermano:

– ¿Recuerdas algo del accidente?

La pregunta lo dejó desorientado, ya que no sabía cuál era el tema de la charla.

– ¿Accidente?, –preguntó Luigi replicando, – ¿Qué accidente?

–Tú estás aquí porque te has visto envuelto en un accidente en la carretera de circunvalación de Bologna, a la altura de la salida 7. ¿No te acuerdas?

Luigi lo miró con la expresión típica de aquel que acaba de caer de la parra.

–No, no recuerdo nada de este accidente. ¿Cuándo ha sucedido?

–Hace dos semanas, –explicó Mario.

–Hace dos semanas... no, no recuerdo absolutamente nada.

El hermano lo miró ligeramente preocupado.

– ¿Seguro? ¿Ni siquiera vagamente?, –preguntó.

–Mmmm... No, lo siento, –respondió Luigi.

–Comprendo. Intentaré hablar con los médicos que te están vigilando... ahora debes descansar, ya has caminado mucho, volvamos a tu habitación: necesitas tumbarte.

–De acuerdo, –asintió Luigi –puede que lea algo.

–No, prefiero leer para ti. Ahora vamos a tu habitación, luego iré a por una revista al quiosco.

Así lo hizo y, a su vuelta, Mario Mazza tenía debajo del brazo un ejemplar de aquellas revistas mensuales de viajes.

-–Sé que esto te gustará –dijo comenzando a hojear las páginas –Veamos qué hay de interesante aquí.

Después de unos minutos de silencio Mario Mazza volvió a hablar mientras el hermano enfermo escuchaba interesado:

– ¡Guau! El Caribe, Europa, Canadá... Lugares maravillosos, realmente... He aquí un hermoso artículo sobre los fiordos noruegos. ¿Qué te parece? ¿Te apetecería ir este verano?

–Sabes que me gusta viajar... iría a cualquier sitio, a condición de que haya algo digno de ver. Antes o después conseguiré ver incluso los fiordos, –respondió Luigi.

–El fiordo es un brazo de mar que penetra en la costa durante muchos kilómetros, –explicó Mario leyendo –los más famosos se encuentran en la Europa del norte, pero hay otros interesantes en otras partes. Existen también cruceros en los fiordos noruegos: una semana o incluso más, para llegar desde Bergen hasta el cabo Norte. Deben ser paisajes hermosísimos.

–También yo lo creo. ¿Han escrito ahí el precio de estos cruceros?

–No, –respondió Mario, –pero hay direcciones web a las que te envían para una mayor información.

–Realmente me podría interesar. Echa una ojeada en cuanto tengas algo de tiempo.

–Claro, lo haré encantado, luego te digo.

–Bien, perfecto.

– ¿Por qué no intentas ahora dormir un poco?

–No tengo sueño.

–Inténtalo, a lo mejor te adormeces, echa un sueñecito y luego estarás mejor. Cuando he llegado un enfermero me ha dicho que tenías un ligero dolor de cabeza. Quizás durmiendo te pasaría.

–De acuerdo, lo intentaré.

Mientras Luigi cerraba los ojos su hermano volvió a poner la revista sobre la mesita de noche. Cuando se dio cuenta de que se había dormido cogió un trozo de papel e escribió en él REPOSA TRANQUILO, REGRESO DENTRO DE UN RATO y salió de la habitación para ir a tomar un café en los distribuidores automáticos de bebidas y charlar un poco con los médicos.


17

Estoy conduciendo, o eso creo. Estoy parado, en la oscuridad, me duele la cabeza.

Estoy convencido de que no estoy en un drive-in. Parece que estoy esperando algo o a alguien. Tengo las manos sobre el volante y a mi lado no hay nadie.

Estoy parado, sí, pero no por culpa de un semáforo en rojo: no hay semáforos delante de mí, no los hay por ninguna parte aquí. Sólo estoy yo, inmóvil en esta posición; ¿quizás estoy esperando?

No lo sé, no entiendo nada. Una cosa es segura, y es el dolor de cabeza que me late entre las sienes.

Veo que se acerca una sombra, desde atrás. Me doy cuenta porque tiene una tonalidad ligeramente más clara que la de la oscuridad que me rodea y por lo tanto consigo distinguirla, pero no la reconozco.

¿Un forastero? ¿O quién?

Debo preguntarle quién es, y quizás le pregunte si tiene un analgésico para darme.

Ha llegado cerca de mí por lo que me armo de valor para decir algo.

¿Nos conocemos? ¿Quién es usted?

La figura etérea permanece inclinada hacia delante, pero no responde.

¿Tiene un analgésico para mi migraña?, pregunto sin obtener respuesta.

Un momento.

Ahora entiendo porque no responde: no tiene boca, no puede hablar.

Muevo la mano izquierda para ver si reacciona de alguna manera, pero lo único que obtengo es su alejamiento, no sé si por culpa mía o por algún otro motivo.

Tengo la clara impresión de que alguien me está gastando una broma pesada, me está tomando el pelo.

¿Por qué?

Es una manera de comportarse que no me gusta nada y sigo sin entender.

No entiendo muchas cosas.

Permanezco aquí, parado, a la espera de un cambio. A la espera de una luz clarificadora.


18

Mario Mazza salió de la habitación dejando a su hermano reposar y, después de un café, fue a hablar con los enfermeros, con la esperanza de que también los médicos estuviesen libres.

Consiguió concertar una cita con el doctor Parri para el día siguiente al mediodía y, cuando llegó el momento, le hizo algunas preguntas al anestesista.

–Para empezar, muchas gracias por haber podido dedicarme un poco de tiempo, -dijo el hombre.

– ¡Por favor!, –dijo el otro.

–Bien, verá, le querría preguntar algunas cosas. He conseguido hablar con mi hermano y estar un poco de tiempo con él; me ha dejado asombrado cuando me ha dicho que no recordaba haber tenido ningún accidente.

El doctor Parri quedó durante un rato sin decir nada, luego respondió:

–Entiendo. Sabe, puede ocurrir, aunque raramente, que un paciente pierda momentáneamente la memoria, quizás relacionada con un determinado hecho, a continuación de un traumatismo craneal como aquel que ha sufrido su hermano. Cuando ocurre, habitualmente la memoria regresa después de un tiempo, gradualmente o de una vez.

–Ok. Por lo tanto, según usted, dentro de unos días todo será como antes.

–Sí, creo que será justo así.

– ¿Habéis pensando en algún tipo de rehabilitación?

–Su hermano deberá hacer algunos ejercicios físicos, gimnasia y, con calma, volver a caminar cada vez más hasta volver a la normalidad, como antes del accidente.

–Bien.

–De todas formas, le explicaremos todo con más detalles los próximos días –dijo el doctor Parri.

–Gracias.

–A su servicio.

Mario Mazza agradeció de nuevo al anestesista la información que le había dado, luego volvió a la habitación de su hermano.

Había estado fuera casi media hora y Luigi estaba todavía durmiendo; decidió no molestarlo y permanecer sentado en silencio a la espera de que se despertase.


19

Cuando Luigi Mazza volvió a abrir los ojos eran casi las siete de la tarde.

–Has dormido bastante, –dijo el hermano –son las siete.

–Mmmm... Pensaba que no lo conseguiría.

–La cena, –gritó un empleado irrumpiendo en la habitación con una bandeja. Encima había un plato con sopa, un trozo de queso suave y una manzana al horno.

–Esto es para usted, buen provecho, –dijo.

Después de unos minutos Luigi Mazza comenzó a comer.

–Cuando acabes iré a casa, si no te importa. Estoy muy cansado, –dijo Mario.

–Claro, no te preocupes. Es normal que también tú quieras descansar: estás haciendo mucho por mí y te lo agradezco.

–Eres mi hermano, es mi deber.

Después de una media hora Mario se fue a casa.

–Me las apañaré solo, –le aseguró Luigi.

Cuando el hermano salió de la habitación el hombre decidió dar un paseo por el pasillo, parándose en una mesita con dos pequeñas butacas y algunos periódicos. Hojeó el primero que se le puso a mano, justo para pasar un poco el tiempo antes de tumbarse.

No encontró ninguna noticia realmente digna de interés, así que cerró el periódico y recorrió el pasillo hasta su habitación, se tumbó para dormir y, después de diez minutos, entró en el mundo de los sueños.


20

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy, sin embargo estoy parado, como en un atasco de tráfico: está tan oscuro que no consigo entender nada. No sé dónde me encuentro, ni siquiera sé porqué estoy aquí. (¿Dónde es Aquí?)

….y, sobre todo, no veo a nadie más en las cercanías; con un dedo acaricio el aire que hay a mi alrededor, lo siento frío.

Veo algo escurridizo correr a mi lado, veloz, luego, después de unos treinta segundos, todo vuelve a ser como antes.

Parece como si estuviese parado en un coche en cualquier sitio y otros me están adelantando.

¿Por qué?

Me duele muchísimo la cabeza y necesitaría algo que me quitase el dolor o al menos aliviarme un poco, pero no sabría dónde encontrarlo, a quién pedírselo.

Un momento...

Veo a alguien que se acerca.

A lo lejos parece sólo una sombra, pero poco a poco todo se aclarará.

Parece que no tiene sustancia cuando la tengo delante de mí, pero consigo distinguir un detalle: es una persona delgada, más o menos sobre los sesenta quilos y con una altura aproximada de un metro ochenta.

Cuando se baja hacia mí mueve una mano como para decirme:

Eh, estoy aquí. ¿Tú qué haces sentado ahí?

No consigo reaccionar de ninguna manera. Permanezco quieto mirando a esta persona bajo la forma de una sombra que sigue haciéndome gestos.

Forma un puño con la mano y lo acerca a mí, como si yo estuviese realmente en un coche y él (ahora ya he decidido que es un hombre, no sé por qué) estuviese intentando golpear el vidrio de la ventanilla.

Me duele la cabeza, digo, ¿me puede dar un analgésico? ¿O buscarlo por algún sitio?

No me responde.

Es más, se va, dejándome solo aquí, en medio de la oscuridad.

¿Quién era? ¿Qué quería de mí? ¿Buscaba algo? ¿Qué está sucediendo?

Con estos interrogantes que me rondan por la cabeza dolorida me quedo aquí esperando obtener una respuesta.


21

La rehabilitación que debía hacer Luigi establecía ejercicios de gimnasia estudiados a propósito para volver a habituar su físico a la vida cotidiana, después de haber permanecido inmóvil en estado de coma farmacológico durante dos semanas.

Comenzó en el hospital, en un gimnasio amueblado a tal propósito, luego prosiguió en un centro especializado después de haber sido dado de alta.

–Por fin fuera de este lugar, –dijo su hermano Mario la mañana en que los médicos le dieron la autorización para dejar el hospital, – ¿estás contento?, –preguntó, pensando en la decisión que habían tomado un poco antes: vivirían juntos durante un tiempo, hasta el completo restablecimiento de Luigi.

–Claro, significa que estoy mucho mejor.

–El director me ha dejado un folio en el que está especificado tu programa de rehabilitación. Ha dicho que estás curado, que has reaccionado bien a todo.

– ¿Y para el problema de la memoria?

–Dice que, esta falta de memoria resulta un fenómeno bastante insólito, te volverá enseguida.

–Perfecto.

–Por desgracia no consigo ayudarte a recordar: cuando me he enterado del accidente, tú ya habías sido traído rápidamente a Urgencias y, sinceramente, no me he preocupado demasiado de la dinámica. Estaba demasiado angustiado por tus condiciones de salud, –explicó Mario.

–Comprendo, –respondió Luigi.

–Quizás en los próximos días iré a informarme a la policía de carreteras para que me den más detalles, –propuso su hermano.

–Ok.

Enseguida sabré quién me ha hecho esto.

Cuando llegaron a su casa en vía Arno, en la periferia de Bologna, Mario aconsejó a su hermano que se relajase en el sofá del salón mientras él prepararía algo para comer.

Comieron algo sencillo, pasta con salsa de tomate y un filete de ternera, luego volvieron a la conversación que habían dejado a mitad.

–He comprobado los precios de los cruceros para los fiordos noruegos, –dijo Mario, –Cuestan poco más de mil euros por cabeza pero, considerando el escenario, creo que valdría la pena. Después de todo, nos lo podemos permitir de vez en cuando, ¿no?

–Bueno, podemos decir que sí –asintió Luigi –me gustaría mucho, y además hace mucho tiempo que no vamos de vacaciones juntos.

–Entonces, este año será el adecuado. Haremos la reserva lo antes posible. He visto que hay una agencia de viajes no muy lejos de aquí. Iré yo –dijo Mario entusiasmado.

–Vale –asintió Luigi.

–Ahora, si te sientes cansado, reposa. También podrías mirar el telediario de la primera cadena conmigo.

–Descansaré después del telediario –decidió Luigi.

Y así lo hizo.


22

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy, pero estoy conduciendo.

En este momento me encuentro parado aquí y me doy cuenta de que no estoy solo: parece que hay otros vehículos parados detrás de mí, quizás un par de ellos.

Está oscuro y tengo un fuerte dolor de cabeza que casi me nubla la vista; me late tanto en las sienes que me hace cerrar los ojos con la esperanza de que esto pueda servir para hacerlo disminuir de intensidad.

Este intento no tiene el final esperado: el dolor de cabeza es igual que antes, tan fuerte que me hace perder la orientación; no entiendo nada, no sé dónde estoy, ni recuerdo el motivo.

Veo pasar algunos vehículos delante de mí, como si estuviesen sobrepasando un obstáculo, luego se acerca una sombra.

Por fin alguien que quizás podría ayudarme, estoy enfermo, es como si me hubiese pasado un camión por encima.

La sombra está a mi lado, más allá de la ventanilla.

Es de un gris bastante oscuro, pero que se distingue en la oscuridad total que me rodea: no consigo ver bien quién es, pero sí distinguir más o menos las dimensiones y que los posibles ojos son dos pequeñas luces brillantes (¿quizás esto es una señal que indica un color claro?)

Perdone, ¿tiene un analgésico?, pregunto. Querría que me pasase este tremendo dolor de cabeza.

La sombra gesticula con las manos, moviéndolas a derecha e izquierda, me mira fijamente durante un rato con las dos lucecitas que tiene en el lugar de los ojos, luego, sin responderme, se va dejándome solo y sin posibilidad de conseguir quitarme de encima el aturdimiento producido por la migraña.

Me siento impotente en esta situación, con el dolor de cabeza que no pasa y además parece aumentar, cada vez me siento más abatido. No reacciono, parezco un combatiente desarmado.

¿Qué puedo hacer?

A lo lejos, detrás de mí, veo unos pequeños fuegos, quizás seis o siete, como velas. ¿Qué significan? No tengo ni fuerzas para hacer suposiciones.

Otros vehículos pasan a mi lado, lentamente, los veo sin poder distinguirlos, me aparecen sólo como amasijos de chapa y luces. ¿Por qué?

Esta escena continúa igual durante un rato; transcurro el tiempo mirando con distracción lo que sucede a mi alrededor y dándome cuenta de que soy un espectador extraviado, abatido por una fuerte migraña.


23

A la mañana siguiente Luigi fue al gimnasio que le habían indicado los médicos para comenzar el largo proceso de la rehabilitación.

–Venga, señor Mazza, –lo acogió una señorita de unos veinticinco años, –le presento enseguida a la persona que la guiará durante todo este tiempo.

Se fueron hacia una habitación amueblada a propósito donde un muchacho en chándal estaba poniendo a punto algunos artefactos de gimnasia.

–Aquí está, él es Massimo –dijo la muchacha –te presento al señor Luigi Mazza.

Los dos se saludaron y, después de un rato, quedaron solos dentro del gimnasio y comenzaron las sesiones de rehabilitación.


24

Mario Mazza encontró el número de teléfono de la oficina de la Policía de Carreteras que estaba más próxima a casa, y después de haberse informado sobre los horarios de apertura al público, fue personalmente para pedir información con respecto al accidente en el que se había visto involucrado su hermano.

Fue recibido por una señora de unos cincuenta años que, en cuanto lo vio entrar, apoyó sobre el mostrador el bocadillo que estaba comiendo y dijo:

–Buenos días, ¿le puedo ayudar en algo?

–Espero que sí –respondió él –estoy buscando información.

–Dígame.

–Quizás pueda ayudarme. Hace dos o tres semanas, en la carretera de circunvalación de Bologna ha ocurrido un accidente. Querría saber más sobre ello.

–Mmmm... ¿Es por casualidad un periodista?

Mario sonrió y dijo:

–No, no se preocupe. Es que en ese accidente se ha visto involucrado mi hermano.

– ¡Ah, menos mal! Sabe, esos siempre están emboscados: nos aguardan detrás de las esquinas y, cuando menos lo esperamos, nos abordan –dijo la mujer –de todas formas no cuánto le podré ayudar. Por desgracia se ven muchos y si usted no sabe darme una información más detallada, dudo que pueda complacerle.

–Comprendo –dijo Mario, un poco desilusionado por el inicio de la charla.

–Por ejemplo, podría decirme de forma aproximada el horario en que ha ocurrido el accidente –propuso ella.

–No se lo puedo decir con precisión. Fue por la noche.

–De acuerdo, siempre es mejor que nada. Es una información un poco vaga y, no sabiendo otros detalles, la búsqueda requiere un poco de tiempo. De todas formas deberé ir a buscar entre las declaraciones que han sido hechas en las últimas tres semanas. ¿Le puedo preguntar el motivo de esta petición? Tenga presente que la justicia seguirá, si procede, su curso, por lo tanto, si su hermano está de la parte que tiene razón, no debe preocuparse de nada.

–Sí, lo sé. Era simple curiosidad, mía y de mi hermano: a causa del accidente le fue inducido un coma farmacológico para curarse el traumatismo craneal que sufrió, y no recuerda nada del accidente.




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Coma Federico Betti

Federico Betti

Тип: электронная книга

Жанр: Триллеры

Язык: на испанском языке

Издательство: TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE

Дата публикации: 16.04.2024

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О книге: Existen varios tipos de coma y las causas pueden ser muy distintas. Inducir un coma farmacológico en un paciente sirve para concentrar todas sus energías vitales hacia la parte del cuerpo que se debe curar, y es esto lo que le sucedió a Luigi Mazza cuando, un día de otoño, se vio envuelto en un accidente de tráfico en la carretera de circunvalación de Bolonia. Desde ese momento, en su mente aparecen una sucesión de imágenes recurrentes que se presentan de forma onírica y aparentemente incomprensible, pero que tendrán un impacto importante en el futuro del protagonista y de quienes están a su alrededor. Los médicos hacen un trabajo espléndido, Luigi Mazza se despierta del coma y poco a poco, cada día, recomienza a vivir su vida, pero su mente parece estar marcada. ¿Quién es Luigi Mazza, pero sobre todo, quién es el culpable de aquel accidente? ¿Por qué el hombre se encuentra en aquella condición física y mental? Existen varios tipos de coma y las causas pueden ser muy distintas. Inducir un coma farmacológico en un paciente sirve para concentrar todas sus energías vitales hacia la parte del cuerpo que se debe curar, y es esto lo que le sucedió a Luigi Mazza cuando, un día de otoño, se vio envuelto en un accidente de tráfico en la carretera de circunvalación de Bolonia. Desde ese momento, en su mente aparecen una sucesión de imágenes recurrentes que se presentan de forma onírica y aparentemente incomprensible, pero que tendrán un impacto importante en el futuro del protagonista y de quienes están a su alrededor. Los médicos hacen un trabajo espléndido, Luigi Mazza se despierta del coma y poco a poco, cada día, recomienza a vivir su vida, pero su mente parece estar marcada. ¿Quién es Luigi Mazza, pero sobre todo, quién es el culpable de aquel accidente? ¿Por qué el hombre se encuentra en aquella condición física y mental? Para ayudarle está su hermano Mario, muchos años mayor que él: los dos han estado siempre muy unidos pero desde ese día lo parecen todavía más. Aunque Mario no puede saber qué es lo que ha sentido y qué siempre realmente Luigi. Finalmente será responsabilidad del agente Stefano Zamagni, junto con sus hombres, el que arrojará un poco de luz en esta historia dentro de la historia, con un final imprevisible.

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