Las Investigaciones De Juan Marcos, Ciudadano Romano
Guido Pagliarino
Copyright © 2017 Guido Pagliarino
Todos los derechos reservados
Libro publicado por Tektime
Guido Pagliarino
Las investigaciones de Juan Marcos, ciudadano romano
Novela histórica
Traducción del italiano al español de Mariano Bas
Publicado por Tektime
1a edición de la obra, en italiano, en formato papel, Copyright © 2007-2012 Prospettiva Editrice.
Desde el 01-01-2013 los derechos de esta obra han retornado Ãntegramente al autor.
2a edición de la obra, en italiano, revisada y corregida en e-book Copyright © 2015 Guido Pagliarino y en libro en papel Copyright © 2016 Guido Pagliarino
La imagen que aparece en la portada es la reproducción de una témpera de Rafael en papel, montada sobre lienzo, que se encuentra en el Museo Victoria and Albert de Londres. Bajo el tÃtulo âSt Paul before the Proconsulâ, 1515; la obra también se conoce en Italia como âElimas el mago es cegado por Saulo delante de Sergio Pauloâ o âLa conversión del procónsulâ refiriéndose a los Hechos de los Apóstoles, 13: 8-11.
Ãndice
Guido Pagliarino âLas investigaciones de Juan Marcos, ciudadano romanoâ, novela histórica (#ulink_980bca60-7abc-50bf-a0ea-bd48e023bd26)
Notas del texto (#litres_trial_promo)
Guido Pagliarino âPequeño diccionario histórico esencialâ (#litres_trial_promo)
Guido Pagliarino (#ulink_ffe63f38-ca7f-553f-8075-21b54bb27b91)
Las investigaciones de Juan Marcos, ciudadano romano (#ulink_ffe63f38-ca7f-553f-8075-21b54bb27b91)
Novela histórica (#ulink_ffe63f38-ca7f-553f-8075-21b54bb27b91)
CapÃtulo I
El callejón resultaba extrañamente luminoso, aunque el cielo era plomizo.
Juan Marcos caminaba a lo largo de una calle recta, empedrada como las calzadas romanas que le resultaban familiares y que descendÃan de Jerusalén a Cesarea MarÃtima, pero no era una de ellas. El trazado se perdÃa en el horizonte, recorriendo un territorio desconocido, llano y casi desierto, con prunos amarillentos y podados y matas verdegrisáceas que se movÃan con el ir y venir de vÃboras y circundadas por enjambres de moscardones cuyo zumbido continuo le molestaba en los oÃdos. No habÃa ningún ser humano, aparte de él.
De repente Marcos se habÃa encontrado en una zona llena de fosas, como aquellas profundas que se excavan para enterrar inmundicias o carroña. Y en ese momento, sin haberlo advertido antes, habÃa visto, en esa misma tierra, insepulto, el cadáver ensangrentado de un perro moloso negro, con la lengua fuera y los ojos vidriosos y habÃa oÃdo un rumor proveniente de la fosa más cercana, como un pisoteo, un crujido, un frotamiento con las uñas de un ser vivo que estuviera trepando penosamente: ¿tal vez un animal herido y caÃdo en el fondo que estaba todavÃa vivo y trataba de salir? ¿Otro temible perro de presa? ¿Y si era una fiera al acecho? HabÃa sentido un sudor grasiento y templado detrás del cuello cuando otra posibilidad le habÃa hecho sentir un escalofrÃo en la espalda: ¿Y si en su lugar⦠estaba allà a punto mostrarse un habitante del Sheòl? En ese mismo instante habÃa asomado del hoyo la cabeza de un hombre. Era Jonatán Pablo, su padre.
Tras salir de la fosa, el difunto se habÃa quedado en el borde de esta. ParecÃa tal cual Marcos le habÃa visto por última vez muchos años antes, cuando su padre habÃa partido para el viaje a Perga del que ya no volverÃa: treinta y seis años, alto, esbelto, cabello tupido y larga barba castaña con algunos pelos ya blancos. Llevaba la misma túnica marrón y la misma capa verde que llevaba en vida con una faja marrón.
Con los brazos apoyados a lo largo del cuerpo, tieso como una pértiga, habÃa empezado sin preámbulos uno de los sermones que solÃa dirigir a su hijo:
âQuerido Marcos, no estás siguiendo la buena vÃa, sino el camino de la soberbia. Los nazarenos trabajan sin descanso para dar al mundo la buena nueva, mientras que tú continúas ocupándote solo de tus asuntos. SÃ, es verdad que respetas los preceptos de la Ley, pero si esto bastaba para mÃ, que no sabÃa, no puede valer para ti: ahora que la nueva está a tu alcance, debes recogerla y divulgarla, y más tú, al estar favorecido por la ciudadanÃa romana, que te da plenos derechos en el Imperio. Sigue por tanto el ejemplo de su primo, José Bernabé y, cuando vaya a Perga a difundir la nueva, ve con él. Una vez que hayas llegado, antes que nada, honra mi tumba y luego investiga: descubrirás quién me asesinó y, gracias a ti, se hará justicia.
â¿Por qué no me dices tú mismo quién te mató?
El padre no le habÃa respondido y, como si ni siquiera le hubiera oÃdo, habÃa empezado a subir lentamente hacia el cielo, mientras entre el gris de las nubes se habÃa abierto lentamente una fisura de luz y Marcos se habÃa despertado.
CapÃtulo II
Hace diecisiete años, en un dÃa de marzo del 781 a.U.c.1 (#litres_trial_promo) según el calendario romano, Jonatán, el padre de Marcos, fariseo, habÃa entrado radiante en su hermosa morada en Jerusalén, de vuelta de Cesarea MarÃtima, donde residÃa el representante de Tiberio César para la provincia de Judea, SamarÃa e Idumea: después de mucho tiempo y dinero gastado en regalos a su protector, Marcos Pablo Rufo, ayudante del procurador Poncio Pilatos, finalmente se le habÃa concedido la ciudadanÃa romana. Estaba contento porque sus negocios se verÃan favorecidos y se enriquecerÃa todavÃa más, con la plena bendición del AltÃsimo.
Jonatán habÃa nacido en Asiut, en el curso del Bajo Nilo, segundo hijo de una familia acomodada de agricultores. Al morir el padre, los terrenos pasaron al hermano mayor y por tanto él se habÃa dedicado al comercio de vino y dátiles estableciéndose en Jerusalén, donde habÃa frecuentado por entonces la casa de Hillel, maestro bÃblico originario de Babilonia. Durante esta estancia habÃa hecho amistad con otro alumno de esa escuela farisaica, Samuel, más anciano y padre de su futura mujer, MarÃa, de trece años. Se trataba de una familia importante perteneciente a la tribu de Levà y además descendiente del sumo sacerdote Aarón, hermano de Moisés. MarÃa habÃa recibido una buena formación cultural de su padre, algo contrario a las costumbres de su tiempo para las hijas. Después del matrimonio, continuando con sus negocios comerciales, Jonatán habÃa trasladado su domicilio con su esposa a Salamina, donde residÃa el hermano de esta, un levita propietario de una finca, que les habÃa alojado provisionalmente. Pero meses después, en busca de mejores perspectivas, la pareja se habÃa mudado a Kairuán, en la Cirenaica, donde Jonatán habÃa comprado tierras a buen precio y donde habÃa nacido Marcos. Sin embargo, algunos años después, la región habÃa sido invadida por belicosas tribus árabes, obligando a huir a la familia. Sin perder el ánimo, el fariseo habÃa conducido a sus seres queridos a Jerusalén, cerca de los padres de la esposa. Con monedas y joyas que MarÃa y él llevaban escondidas habÃa comprado un olivar en las cercanÃas de la ciudad, a la orilla del rÃo Cedrón en GetsemanÃ, obteniendo asà de nuevo bienestar familiar. En pocos años habÃa agrandado la finca adquiriendo una viña en la otra orilla, comprando una casa y un bazar de telas.
âMe ha parecido bien añadir a mi nombre el de la familia de mi patrón âhabÃa comunicado Jonatán a su mujer MarÃa y a su único hijo en cuanto entró en su casa, antes de hacerse lavar los pies, sucios por las inmundicias de la calleâ. A partir de ahora seré Jonatán Pablo y también tu nombre, querido hijo, será latino, para que cuando te presentes ante los romanos puedan reconocerte como uno de ellos y favorecerte. Desde este momento eres Juan Marcos, ciudadano de Roma.
El joven hacÃa poco que habÃa cumplido trece años, entonces era adulto, un Bar Mitzvá, Hijo de la Ley dedicado a leer y comentar en la sinagoga los rollos de la Sagrada Escritura. Sin embargo, el padre, como si fuera todavÃa un niño pequeño, no habÃa dejado de recomendarle:
âPero cuidado: aunque ahora seas un ciudadano romano, no olvides nunca que eres un judÃo, ¡sigue siempre los 613 Mitzvot, los santos Preceptos de la Ley! Y no adquieras nunca ninguna de las costumbres de nuestros dominadores.
En este momento le habÃa venido a la mente una sospecha. Se habÃa callado y habÃa mirado a su alrededor con circunspección, como si en la casa o más allá del muro exterior pudiera esconderse algún espÃa de Poncio Pilatos. Una vez seguro, habÃa continuado y se habÃa dedicado por completo a una de sus habituales y redundantes enseñanzas a su hijo, que iban de la ética a la historia y en las cuales comparaba las santas costumbres farisaicas con aquellas reprobables de los gentiles:
âLos hebreos, hijo mÃo, hemos sido elegidos por el Cielo, mientras que los romanos, como los griegos, no resucitarán debido a sus costumbres corrompidas: nuestros conquistadores vieron la corrupta Grecia como cuna de valores a incluir en su civilización, pero junto con el saber entraron el Roma las costumbres morales nefandas de ese pueblo, que merecen el castigo del Señor âIndudablemente no bastaba con la exclamación maledicente. HabÃa continuadoâ: El severo emperador Augusto se opuso en vano a esas costumbres: corre la voz en Cesarea MarÃtima de que su heredero Tiberio se abandona a todos los vicios reunidos en su corte, sin diferenciarse en nada de los helenos, maestros del libertinaje. Asà que estar junto a los gentiles es la abominación de las abominaciones. ¿Qué decir por otro lado de la cultura grecolatina en sà misma? PoesÃa, filosofÃa, derecho están reservados a unos pocos privilegiados que tratan a la plebe como una cosa, por no hablar de cómo consideran a los judÃos, que nos vemos obligados a comprar la ciudadanÃa de la Urbe para prosperar âEn el fondo, se sentÃa culpable por su reciente adquisiciónâ. Y detrás de los humanistas griegos y romanos, hasta donde alcanza la vista, hay una extensión de lugareños miserables, en Roma como en Corinto, en AlejandrÃa como en Atenas, a los cuales, en una gran mayorÃa de casos, ni siquiera se les enseña a leer ni a contar âSe engalló algo másâ. Sin embargo, nosotros, los hebreos, ¡ya con doce años! somos instruidos en la sinagoga. Nosotros, hijos de Israel, somos todos de estirpe real, la del Creador, como sabemos por su Palabra, y no una masa como la plebe de la sociedad pagana. Y cualquiera de nosotros, como mi grandÃsimo rabino Hillel de Babilonia, que era un simple leñador, puede continuar con sus estudios si un maestro le acoge como discÃpulo y además puede aspirar a convertirse él mismo en rabino âUna vez recuperado el aliento, habÃa concluido por finâ: ¡Que la justicia del AltÃsimo fulmine a los pecadores impenitentes por los siglos de los siglos!
âAmén, amén âhabÃan respondido a coro hijo y esposa y finalmente esta, que habÃa estado todo el rato con una palangana en la mano lista para atender a su esposo, habÃa podido lavarle los pies.
Un par de meses después, el 23 de mayo, durante un viaje de negocios en Perga, donde trataba de adquirir los apreciados tapices del lugar en uno de los mercados ciudadanos, para revenderlos a un mayor precio en Jerusalén, una ronda de policÃa encontró el cadáver de Jonatán Pablo, desplomado en uno de los callejones de la ciudad, apuñalado en el corazón.
El asesino o los asesinos no habÃan sido encontrados.
No se habÃa robado la bolsa, asà que era difÃcil pensar en un atraco. ¿Competencia inmoral en los negocios hasta llegar al homicidio? ¿Una discusión banal en la calle que acabó trágicamente? ¿O tal vez habÃa sido uno de esos fanáticos patriotas hebreos: los zelotes? ¿Le habÃan castigado por haberse convertido en ciudadano de Roma? Estas eran las preguntas que se habÃa hecho Marcos. Solo dieciocho años después habÃa obtenido la respuesta y el motivo que descubrirÃa no estarÃa entre los imaginados, sino que serÃa otro absolutamente inesperado.
CapÃtulo III
Tres dÃas antes de la muerte de Jonatán Pablo, la nave proveniente de Cesarea MarÃtima, donde se habÃa embarcado el fariseo, habÃa echado el ancla en el puesto de Salamina de Chipre, ciudad donde vivÃa su sobrino polÃtico, el levita José, llamado Bernabé, hijo del hermano de su mujer y agricultor como sus difuntos padres.
Bernabé habÃa alojado al tÃo durante esa noche y, al tener la intención de comprar en Perga en un futuro inmediato ciertas simientes preciadas, habÃa decidido en ese momento unirse a él para el resto del viaje.
HabÃan embarcado al dÃa siguiente en una nave más pequeña que aquella que habÃa llevado a Jonatán Pablo a Salamina, embarcación que, una vez cruzado el brazo de mar que separa a Chipre de la región de Panfilia, al tener una lÃnea baja de flotación podÃa remontar el rÃo Cestro hasta el pequeño fondeadero de Perga, en lugar de tener que quedarse en Atalia, el puerto marino de la ciudad.
Una vez en su destino, tras bajar al pequeño puerto, ambos habÃan visto, a lo largo de la calle que llevaba al interior, mujeres de diversas edades y jovencillos imberbes, semidesnudos unos y otras, ofrecerse a los transeúntes, tanto con palabras como tocándose el sexo o las caderas y moviendo estas simulando actos sexuales. El rÃgido fariseo, que por la experiencia de viajes precedentes lo habÃa esperado, habÃa estallado, señalando al cielo con el Ãndice vengador de la mano derecha:
â¡Oprobio para el señor! ¡Oh, tú que caminas sobre sobre la esfera de cristal del firmamento! ¡Manda a tu ángel de la muerte sobre todos estos impúdicos!
âAmén âhabÃa concluido el sobrino, pero en voz baja y sin fuerza.
Ese tono bajo hizo que el fariseo no quedara satisfecho con su pariente:
â¡Pero Bernabé! Lo ves ¿verdad? Ves lo que tengo que sufrir cada vez que vengo aquÃ. Si no fuera porque en Perga encuentro las mejores telas, no vendrÃa aquÃ, ¿sabes? ¿Te has dado cuenta de se nos echan encima incluso los efebos sodomitas?
El sobrino, entornando los ojos y haciendo con la boca una mueca de amargura, habÃa asentido dos veces con la cabeza.
Tranquilizado por fin, el tÃo habÃa levantado la cara lo más alta posible y alzado su voz hacÃa la esfera celestial, o al menos esa habÃa sido su intención:
â¡Abominación de las abominaciones! ¡AltÃsimo Señor, salva a los pecadores arrepentidos, pero descarga tus maldiciones sobre quienes no se arrepienten! ¡Hazlos arder con tu ángel de la muerte con una tempestad de llamas, como sobre Sodoma y Gomorra!
âAmén âhabÃa respondido de nuevo el sobrino, esta vez alzando mucho la voz. Pero luego no se habÃa contenido y, sonriendo, habÃa continuadoâ: La tempestad ardiente solo cuando nos hayamos ido, ¿eh?, porque si alguna lengua de fuego no diera en su objetivoâ¦
âBueno, bueno⦠ya se entiende âhabÃa aceptado Jonatán Pablo, que no tenÃa ningún sentido del humor.
Dividiendo los gastos, habÃan alquilado una habitación en un pequeño albergue donde el fariseo solÃa alojarse, dirigido por el hebrero Mateo Bar BenjamÃn, quien, siguiendo las normas de pureza, servÃa comida kosher muy bien cocinada a sus correligionarios de paso y también a diversos clientes no hebreos que, aunque no sujetos a las reglas judaicas, apreciaban su magnÃfico sabor.
Poco después de salir el sol en su último dÃa de vida, Jonatán Pablo habÃa tomado el desayuno en la fonda en compañÃa de sobrino, luego se habÃan separado para ocuparse cada uno de sus propios negocios, asà que en el momento de la agresión el tÃo habÃa estado solo con su asesino. HabÃan quedado en encontrarse por la tarde en la fonda, que no estaba lejos del callejón donde una ronda de policÃa habÃa encontrado asesinado al padre de Marcos, para cenar y descansar hasta el alba, después de que el fariseo hubiera pagado y recogido sus telas y el levita sus sacos de simientes y, con las respectivas cargas, los parientes se habrÃan vuelto esa mañana con la misma nave que los habÃa llevado a Perga.
Bernabé habÃa pasado el dÃa visitando algunos mayoristas de semillas, con una breve pausa a mediodÃa para una comida ligera a base de fruta consumida en pie junto al vendedor. HabÃa elegido los granos apropiados en calidad y precio solo al final de la tarde. Tras dejar una fianza al suministrador, habÃa vuelto a la pensión, llegando cuando el sol acababa de ponerse en el horizonte. En cuanto entró supo por el hotelero, sin ningún preámbulo delicado, acerca del homicidio de su tÃo: Mateo Bar BenjamÃn, volviendo poco antes a casa de un encargo, habÃa pasado por la callejuela donde yacÃa el cadáver, rodeado de hombres de una ronda de policÃa y habÃa reconocido al muerto como su propio cliente:
âLe habÃan matado hacÃa poco âhabÃa precisado al atónito levitaâ. Lo sé porque uno de los guardias le estaba diciendo a sus colegas que le cuerpo seguÃa caliente. Luego lo subieron a una carretilla, imagino que inmediatamente âEra habitual que las rondas de orden público llevaran al cuartel todos los cadáveres desconocidos que se encontraban por la calle, algo no infrecuente, donde se mantenÃan en depósito en un sótano hasta la mañana del dÃa siguiente, por si algún pariente se presentaba a reconocerlos y reclamarlos. Si no, el muerto era sepultado en las primeras horas del dÃa siguiente en la fosa común de Perga.
Las funciones del organismo de policÃa de la ciudad, compuesto por un centenar de hombres al mando de un centurión, eran similares a las de la Milicia de los Vigilantes de la Urbe, creada en el año 7581 (#litres_trial_promo)bis (#litres_trial_promo) por Octavio César Augusto e imitada en diversas ciudades del Imperio. Ejercitaban funciones generales de policÃa y se encargaban de la prevención y extinción de incendios, asà como, en relación con estas funciones, de la identificación y arresto de quien los hubieran provocado intencionadamente o por negligencia. La base de la actividad de la centuria eran las rondas continuas por la ciudad de escuadras de diez hombres. Gayo Tulio, comandante de la decuria que habÃa tropezado con el cuerpo de Jonatán Pablo, después de haber interrogado brevemente a los habitantes de la zona, que habÃan declarado no haber visto ni oÃdo nada, habÃa renunciado a investigar: en esos tiempos era normal que la mayor parte de los delitos quedara impune y encontrar a los culpables sin sorprenderles en flagrante delito era improbable, casi tanto como identificar a una hormiga en un hormiguero.
El posadero habÃa indicado también a Bernabé que habÃa dicho al decurión que la vÃctima era su cliente, añadiendo que avisarÃa al otro cliente, que compartÃa la habitación con la vÃctima y era pariente suyo, para que, si querÃa, reclamara los restos.
Esa misma noche, a pesar de la oscuridad, con una linterna conseguida del hotelero, el sobrino del muerto se habÃa presentado en la sede de la milicia, que no estaba muy lejos, para reclamar el cuerpo de su tÃo. HabÃa hablado con el decurión que estaba de servicio en el cuerpo de guardia. El suboficial le habÃa llevado al comandante del cuartel, un joven centurión llamado Junio Marcelo. Este hombre, después de haber escuchado la solicitud de Bernabé, habÃa hecho llamar al decurión Gayo Tulio y, en su presencia, habÃa dicho al levita:
âBien, me has dicho que te llamas José Bernabé y eres de Salamina. Ahora me gustarÃa saber qué habéis venido a hacer a Perga la vÃctima y tú.
âYo, a comprar semillas para mis campos, y el tÃo, telas para su bazar en Jerusalén.
âHay una bolsa del muerto a recoger, dime cómo puedes demostrar que eres su sobrino.
âLo puede confirmar Mateo Bar BenjamÃn, dueño de la posada donde mi tÃo y yo hemos alquilado juntos una habitación.
Gayo Tulio se habÃa entrometido:
âComandante, Mateo Bar BenjamÃn es la persona que he citado en mi informe, que ha reconocido a la vÃctima del homicidio y me ha dicho que informarÃa al sobrino.
âEstá bien, de todos modos comprobaremos enseguida si ese sobrino es precisamente este hombre âSe habÃa vuelto a Bernabéâ. Tú entretanto dime dónde y con quién has pasado hoy las últimas horas de luz.
ParecÃa que sospechaba de él, como habÃa deducido el levita con preocupación y habÃa dado el nombre del mayorista de granos.
El centurión, una vez obtenidos los domicilios del comerciante y el posadero, habÃa ordenado a Gayo Tulio llevarse una guardia y acompañar al levita a las residencias de los dos testigos para un careo.
El mayorista habÃa declarado que ese cliente habÃa estado con él hasta el atardecer, el posadero que Bernabé habÃa llegado al albergue inmediatamente después de ponerse el sol, antes de que el cielo estuviera oscuro y que el dÃa anterior el hombre y el difunto se habÃan presentado como parientes al tomar su habitación.
Una vez escuchado el informe de Gayo Tulio, el comandante habÃa concedido al sobrino confirmado retirar, al alba, el cadáver de su tÃo. Le habÃa entregado de inmediato la bolsa, que contenÃa solo monedas de cobre, seis sestercios y dos dupondios, en uno de los dos compartimentos, el de la moneda fraccionaria, mientras que el otro, para las monedas de oro y los denarios de plata, estaba vacÃo. Bernabé sabÃa que el pariente debÃa haber tenido mucho dinero para pagar las telas y el viaje de vuelta y habÃa pensado en un hurto, no por parte del homicida, sino de los guardias. ¿Del propio centurión? HabÃa razonado: ¿por qué un ladrón callejero se entretendrÃa en tomar las monedas de valor, dejando la calderilla, en lugar de quedarse simplemente con la bolsa como hacen todos los rateros y huir antes de que pudiera aparecer alguien?
Después de una noche de sueño agitado, al abrir el bazar Bernabé habÃa comprado una sábana, un sudario y ungüentos sepulcrales y llegado a un acuerdo con un par de griegos, albañiles, canteros y sepultureros que tenÃan una tienda en esa misma zona. HabÃa ido al puesto de policÃa con los dos sobre su carro, remolcado por una pareja de mulas, como habÃa notado molesto el levita: las normas hebraicas de pureza prohibÃan cruzar diversas especies de animales y también valerse de sus hÃbridos, pero Bernabé no habÃa tenido elección en esa ciudad en su mayor parte pagana. Los enterradores, expertos tanto en funerales gentiles como hebreos, habÃan cargado sobre su carro al interfecto para una sepultura judÃa. El levita habÃa ordenado a los dos operarios que lavaran el cuerpo de su tÃo y lo ungieran con los aceites. Luego, después de haber elevado una oración, habÃa ordenado envolver el cuerpo en la sábana. Con el carro, los tres vivos y el muerto habÃan llegado al cementerio, que se encontraba a media milla de Perga: se trataba de una cañada cubierta de rocas, prunos y arbustos que pasaba, a lo largo de un tercio de milla y con un centenar de codos de anchura, entre dos paredes rocosas salpicadas de pequeñas cavernas a diversas alturas. Las tumbas se habÃan creado añadiendo a la naturaleza el trabajo del hombre, aprovechando las grutas que aparecÃan al nivel del suelo. Después de que el levita, de pie junto al carro, hubo recitado las últimas oraciones para el difunto, los sepultureros habÃan llevado el cuerpo, con la sábana que lo envolvÃa, a una gruta todavÃa vacÃa donde lo habÃan depositado boca arriba. Luego habÃan cerrado el espacio con piedras recogidas en el lugar, a modo de ladrillos naturales, uniéndolas con cal. HabÃan dejado una apertura casi cuadrada a nivel de tierra de poco más de un codo y medio, desde la cual, arrastrándose, se habrÃa podido acceder al interior. Luego habÃan excavado el terreno junto a la tumba, una guÃa de cinco codos de larga y cerca de un palmo de ancha, la habÃan recubierto con pequeños guijarros planos y habÃan colocado y hecho girar, para cerrar el acceso, una lápida cilÃndrica, poco más estrecha que la guÃa y de un diámetro un poco mayor que la diagonal de apertura, rueda tumbal que habÃan tomado en la tienda de entre otras trabajadas previamente y donde, sobre lo que serÃa el lado externo, Bernabé habÃa hecho esculpir el nombre de su tÃo, tanto en arameo como traducido al alfabeto griego.
El levita habÃa dedicado los siete dÃas siguientes a purificarse de la contaminación del cadáver, según la ley mosaica de pureza contenida en el libro de la Torá Bemidba: «El que toque a un muerto, cualquier cadáver humano, será impuro siete dÃas. Se purificará con aquellas aguas los dÃas tercero y séptimo, y quedará puro. Pero si no se ha purificado los dÃas tercero y séptimo, no quedará puro».2 (#litres_trial_promo)
Completado el rito, al octavo dÃa se habÃa embarcado hacia Salamina con sus simientes. En casa habÃa escrito y enviado una carta a la mujer y el hijo de Jonatán Pablo con noticias detalladas sobre la tragedia. No les habÃa pedido que le pagaran, tras deducir el poquÃsimo dinero del difunto que se habÃa guardado, los costes de la sepultura y la estancia forzosa en Perga por siete dÃas más: a diferencia de su tÃo, Bernabé consideraba el dinero como un mero instrumento y no como una gratificación del Señor a los justos. Por otro lado, seguÃa los 10 mandamientos de Moisés, el precepto del diezmo al templo y las normas de pureza, pero, como muchos otros correligionarios, no descendÃa a menudencias intolerantes pese a que, según los puntillosos doctores de la Ley, todos de origen fariseo, solo podÃan considerarse justos quienes se esforzaran por respetar, como habÃa hecho el padre de Marcos, todos los 613 preceptos de la Ley sin exclusión, entre los cuales se encontraban además obligaciones como aquella de recitar, cada vez que se retiraba al baño, esta oración de bendición: «Seas tú bendito, Señor nuestro rey del universo, que ha hecho al hombre con sabidurÃa y ha creado en él muchos orificios y agujeros. Está revelado y se conoce delante del Trono de tu Gloria que, si se abre alguno de estos o se cierra uno de aquellos, serÃa imposible vivir y permanecer delante de ti. Bendito seas Señor, que cuidas de todos los cuerpos y actúas magnificamente».3 (#litres_trial_promo)
Podemos entender cómo afectó la pérdida a la aflicción del joven Marcos y su madre. La viuda MarÃa, cuando finalmente se tranquilizó, vendió en nombre del hijo, único heredero de Jonatán Pablo, la tienda de telas, causa indirecta de la muerte del querido marido y padre, e invirtió lo ganado en una buena parcela de terreno junto a la que ya poseÃan: habÃa razonado que, asÃ, Marcos no tendrÃa que hacer viajes largos y peligrosos para adquirir mercancÃas. Prohibió además a su hijo viajar a Perga a visitar la tumba paterna, porque «muertos en casa, basta con uno» y, más aún, ir a buscar a los asesinos, como este habrÃa deseado:
âUna idea âle habÃa reprendido con durezaâ, completamente absurda, que solo se le podrÃa ocurrir a un niño como tú.
CapÃtulo IV
HabÃan pasado dos años del homicidio y era el viernes 6 de abril de la semana de Pascua del año de Roma de 783.4 (#litres_trial_promo) HacÃa poco que se habÃa puesto el sol y, con la primera oscuridad, se habÃa iniciado el dÃa pascual tanto para el pueblo como para la cerrada secta de los esenios, que calculaban la fecha de la Pascua siguiendo el calendario solar. Por el contrario, para las sectas de los saduceos y los fariseos el gran dÃa solo serÃa el dÃa siguiente, ya que establecÃan la ocasión según el calendario lunar, en el que por tanto el 6 de abril solo era el parasceve, es decir, el dÃa de los preparativos.5 (#litres_trial_promo)
Un rabino originario de Nazaret de Galilea y doce seguidores se habÃan reunido en la primera planta de la casa amistosa de Marcos y su madre para celebrar la cena pascual en la ciudad santa de Jerusalén, como estaba prescrito para todos los hebreos hacer cuando fuera posible. El cordero tradicional de Pascua que serÃa consumido por los trece al terminar el solemne convite lo habÃa comprado el discÃpulo del rabino y tesorero del grupo Judas Bar Simón, llamado el Iscariote,6 (#litres_trial_promo) y presentado en el templo, donde habÃa sido degollado ritualmente por un ministro del culto.
La viuda de Jonatán Pablo habÃa conocido al maestro nazareno en la cercana Betania en casa de las amigas Marta y MarÃa y su hermano Lázaro y, fascinada por el carisma de ese hombre, se habÃa convertido en su seguidora espiritual. Por simpatÃa, le habÃa cedido su propio comedor para que pudiera celebrar con los suyos la cena pascual en la ciudad, a cubierto de ojos enemigos. Su vida estaba de hecho amenazada por los miembros del consejo supremo judÃo de Jerusalén, el sanedrÃn, en el que se sentaban sacerdotes, escribas y algunos ancianos de la comunidad, ricos potentados que conspiraban para arrestarlo cuanto antes y enviarlo al tribunal romano con una acusación susceptible de muerte, porque los habÃa criticado e injuriado públicamente en la plaza delante del templo. Para esos poderosos no se trataba solo de venganza: le temÃan porque sus enseñanzas eran una amenaza continua para ellos. Enseñaba de hecho, sin ambages, que en ningún momento los jefes de la colectividad deben exigir ser alabados y servidos, sino que, por el contrario, deben estar a disposición del pueblo. Y afirmaba que el Eterno habÃa establecido que la pureza o impureza de un ser humano no estaba en el cumplimiento o no de los preceptos formales de la Lay, ni en el encargo de sacrificios animales para la adoración,7 (#litres_trial_promo) ni en las ofertas de primicias, ni en el desarrollo de los rituales inventados por los sacerdotes y doctores de la Ley para obtener prestigio y ganancias, sino en la elección entre amor y odio hacia el prójimo. Si estas enseñanzas habÃan alarmado bastante a los jefes de Israel, por el contrario, habÃan entusiasmado a muchos como la viuda MarÃa.
El joven Marcos no estaba entre los seguidores del rabino, pero al ser oficialmente el amo de la casa y religiosamente mayor de edad desde hacÃa dos años,8 (#litres_trial_promo) habrÃa tenido el derecho a sentarse en el lugar de honor sobre las esteras de la mesa pascual junto a los invitados. Sin embargo, habÃa renunciado a ello porque, siguiendo las costumbres farisaicas de su padre, él, junto con su madre y sus servidores, festejarÃan la Pascua la tarde siguiente y de hecho se habÃa sacrificado otro cordero en el templo para ellos. Asà que se habÃa dejado a los trece solos en el comedor, completamente libres para celebrar la fiesta entre ellos.
Inesperadamente, en un cierto momento de velada, uno del grupo, ese Judas que habÃa proporcionado el cordero, habÃa descendido a la planta baja con una fea mueca en el rostro, las mejillas enrojecidas y se habÃa dirigido a la puerta de la casa sin siquiera saludar a Marcos, que estaba en el vestÃbulo. El joven se habÃa preguntado si ese hombre habÃa recibido un encargo imprevisto y urgente del maestro y por su carácter le agradaba mucho investigar sobre hechos oscuros. Evidentemente habrÃa querido ante todo descubrir a los asesinos de su padre, pero en ese momento lo consideraba inviable: faltaban varios años para el sueño extraordinario que le incitarÃa a investigar. Al no ver volver a Judas, la curiosidad del joven habÃa aumentado. Cuando el grupo del nazareno habÃa dejado la casa siguiendo al maestro para irse a dormir, con autorización de MarÃa, en la cabaña del olivar llamado GetsemanÃ, que Marcos habÃa heredado, el jovencÃsimo propietario habÃa dicho a la madre que acompañarÃa a los doce, se quedarÃa con ellos a pasar la noche y volverÃa con el alba: sospechaba interiormente que poco a poco averiguarÃa las razones de la salida imprevista del Iscariote y de la falta de su retorno.
MarÃa seguÃa protegiendo mucho a su hijo, como solÃan hacer las madres hebreas, al menos en esos tiempos. Alarmada, habÃa exclamado con tono acalorado, aunque sabiendo que sus palabras no servirÃan de nada contra la testarudez de joven:
â¿Pero qué vas a hacer allà de noche? ¿Es posible que siempre hagas que me preocupe? ¿Por qué no escuchas por una vez a tu madre?
MarÃa tenÃa solo quince años más que su hijo y era todavÃa una mujer bella, pequeña, pero de rasgos finos y un cuerpo exuberante que gustaba mucho en esos tiempos, y una vez terminado el luto habÃa recibido propuestas de matrimonio de varios viudos, también porque heredarÃa otros bienes a la muerte de sus padres: propuestas todas rechazadas porque la mujer habÃa decidido dedicarse enteramente a Marcos.
Con el rostro triste, sin añadir más palabras, la madre habÃa ordenado a los sirvientes preparar lo necesario, tres linternas para iluminar el camino y trece telas de lino en las que envolverse para dormir. Cuatro de los discÃpulos habÃan cargado la ropa blanca, tres habÃan tomado cada uno una lámpara encendida y el grupo se habÃa ido detrás del maestro, con Marcos a la cola, que se habÃa ido ignorando a su madre. MarÃa se habÃa quedado justo fuera de la puerta y habÃa seguido en silencio su paso, con los ojos humedecidos, acompañándolo solo con la mirada hasta que el grupo desapareció de la vista.
El rabino nazareno estaba silencioso, sumido en graves pensamientos. Los suyos, para no molestarle, hablaban en voz baja y a Marcos le parecÃan inquietos: ¿tal vez temÃan un arresto? Sin embargo, razonaba el joven, era imposible que esos hombres fueran localizados en el olivar, fuera de la ciudad y en la oscuridad e indudablemente estarÃan a salvo si, antes de amanecer, dejaran la zona y se volvieran a su Galilea. Más todavÃa, añadÃa para sÃ, porque, tras haber cumplido con la obligación de la fiesta pascual en Jerusalén, no tenÃan ningún otro motivo para quedarse.
Marcos no habÃa resistido mucho y habÃa preguntado uno de ellos, algo menor que los demás, Juan Bar Zebedeo, que estaba a la cola del grupo a su lado y era el único que parecÃa completamente tranquilo:
â¿Por qué tu condiscÃpulo ha abandonado casi corriendo la cena y no ha vuelto?
âHa recibido un encargo imprevisto del maestro âhabÃa respondido el otro, confirmando su hipótesisâ, pero no sabrÃa decirte cuál, porque le ha hablado en voz baja. Sé que, en un tono más alto, le ha exhortado finalmente diciéndole: «¡Lo que tengas que hacer, hazlo rápido!». HabÃa supuesto que le habÃa enviado a buscar más provisiones, pero, visto que Judas no ha vuelto todavÃa, ahora no sé qué pensar, ni me atrevo a preguntárselo al rabino.
HabÃa intervenido Jacobo Bar Alfeo, pariente del maestro, que marchaba justamente delante de los dos y, girando al cabeza habÃa susurrado a su condiscÃpulo:
âNo estoy en absoluto tranquilo desde que en la cena el rabino nos ha anunciado que uno de nosotros le traicionará y él será arrestado, mientras que nosotros huiremos.
â¿No podrÃa ser Judas el traidor? âhabÃa intervenido Marcos.
âNo âhabÃa considerado Bar Alfeo, siempre en voz bajaâ, ¿le harÃa el maestro un encargo de confianza su hubiera sospechado de él? Y, además, solo después de que Judas se ha ido nos ha dicho que le abandonarÃamos, asà que pienso que el renegado está entre nosotros once, aunque sin duda no soy yo.
â⦠¡Ni mucho menos yo! âse habÃa picado Juan, como si el otro hubiera sospechado de él, y habÃa proseguidoâ: Te has olvidado de añadir que el maestro también ha dicho que uno de nosotros sin embargo no huirá y estará con él hasta su muerte y creo que seré ese discÃpulo âSu voz apasionada habÃa atraÃdo la atención de todo el grupo, incluido el rabino, que se habÃa detenido y girado hacia él. En este momento habÃa empezado un vocerÃo en torno al maestro, en primer lugar, por parte de un tal Simón Pedro, que habÃa exclamado:
â¡No te abandonaré nunca, nunca, nunca!
Su hermano Andrés, para no ser menos habÃa dicho con furor:
â⦠¡Y no pienses que yo me iré, rabbonì! âPalabra que significa maestro mÃo e imprime la máxima devoción posible hacia el propio rabino.
De Jacobo Bar Alfeo habÃa salido un grito, o casi:
â¡No escuchéis a Juan! Yo soy el que no le abandonará.
Uno de nombre Tadeo habÃa dicho:
â¿Y quién podrÃa abandonar a un maestro como tú?
En resumen, uno por uno, todos habÃan prometido fidelidad absoluta, asà que, como si se hubieran puesto de acuerdo antes, habÃan dicho al unÃsono:
â¡Ninguno de nosotros te abandonará nunca, oh, rabbonì!
âPedro, tu que has prometido el primero, has de saber que, antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres âhabÃa profetizado el maestroâ, y como os habÃa anunciado, todos vosotros escapareis dentro de poco, salvo uno: y ahora os digo que este es el joven Juan âLuego, tras dar la orden de no hablar más, el maestro se volvió a sumir en sus propios pensamientos.
Llegados al terreno de GetsemanÃ, Marcos y ocho de los once habÃan entrado en la amplia cabaña de las herramientas y se habÃan tumbado en el suelo, en las zonas libres de utensilios, para dormir. Por el contrario, los discÃpulos Simón Bar Ioná, llamado Pedro y los hermanos Juan y Jacobo Bar Zebedeo, obedeciendo una orden del maestro, habÃan intentado en vano mantenerse despiertos en oración con él entre los olivos.
Apenas un par de horas más tarde, en el momento más oscuro de la noche, se habÃa sabido que el traidor anunciado era Judas, como habÃa sospechado Marcos. Entonces habÃa aparecido el Iscariote a la cabeza de unos guardias del sanedrÃn que empuñaban espadas y bastones y habÃa identificado al rabino, que habÃa sido arrestado. Sabiendo la intención del maestro de subir al olivar por la noche, el malvado discÃpulo debÃa haber informado a los jefes de Israel, que habÃan visto la posibilidad de poder arrestar secretamente al odiado y peligroso nazareno aprovechando la oscuridad y el aislamiento de la zona, sin correr el riesgo de una sublevación de la gente que simpatizaba con él. En realidad, al dÃa siguiente, sujeto como siempre a las últimas sugerencias superficiales instigadas por los agentes del sumo sacerdote Caifás, esta pedirÃa a Pilatos que el arrestado fuera eliminado.9 (#litres_trial_promo)
A Judas, como se sabrÃa luego en Jerusalén, le habÃan dado como recompensa treinta monedas de plata, el precio de un esclavo robusto o de un pequeño terreno. La exhortación que le habÃa lanzado el maestro, «Lo que tengas que hacer, hazlo rápido», podÃa tener además un significado. PodÃa tratarse, como habÃa pensado Marcos, del deseo del nazareno de no estar mucho tiempo presa de la ansiedad: el rabino debÃa haberse dado cuenta de que no tenÃa escapatoria, de que entonces, al ser muy odiado por los jefes de Israel por sus innumerables ataques contra ellos, aunque hubiese huido le habrÃan encontrado y, por tanto, que era inevitable su martirio. Una vez conocida la voluntad de Judas de denunciarlo, debÃa haberla considerado una liberación de la angustiosa espera y, por tanto, tras informar al discÃpulo que sabÃa todo, debÃa haberlo exhortado a no demorarse.
Con el alboroto que habÃa seguido a la llegada de los guardias, los nueve que reposaban en la cabaña se habÃan despertado y habÃan corrido a ver qué pasaba. Marcos, que para estar más cómodo dormÃa sin ropas envuelto en la tela, habÃa salido en ese estado. Un soldado, temiendo que escondiera un arma bajo la sábana, se la habÃa arrancado violentamente y el joven, desnudo, habÃa huido precipitadamente en la oscuridad. Se habÃa parado algo más allá para recuperar el aliento, junto a un olivo pluricentenario, rechinando los dientes por el frÃo de la noche y maldiciendo su costumbre de dormir desnudo. HabÃa oÃdo pasar a muchos hombres huyendo: habÃa sabido enseguida que se trataba de los discÃpulos del arrestado, que, después de haberle prometido que no le abandonarÃan nunca, estaban escapando precipitadamente. Mucho tiempo después, cuando estuvo completamente seguro de que los guardias habÃan abandonado el lugar del arresto y Getsemanà habÃa quedado desierto, el joven habÃa vuelto a la cabaña a recuperar sus ropas. Tras vestirse, se habÃa dirigido a su casa con cautela. Una vez llegado, habÃa relatado los últimos acontecimientos a su madre, que, en cuanto se dio cuenta del peligro que habÃa corrido marcos, le habrÃa gritado con gran severidad;
â¿Has visto qué pasa cuando desobedeces a tu madre? ¡Sé un buen hijo! ¿Por qué eres tan malo conmigo? âSolo después de desfogarse se habÃa preocupado por el maestro arrestado.
Madre e hijo habÃan conocido el resto de los acontecimientos por los discÃpulos del rabino Pedro y Juan: los once, como el propio Marcos, habÃan huido en la oscuridad tras el arresto, pero nueve habÃan vuelto rápidamente uno a uno al comedor, mientras que los dos primeros habÃan seguido a escondidas los acontecimientos hasta el alba. Luego Pedro se habÃa refugiado en casa de MarÃa y Marcos y les habÃa referido lo que habÃa visto, mientras que Juan habÃa asistido además a la muerte del nazareno en la cruz antes de volver y narrar el último acto de la tragedia. En resumen: esa noche el rabino habÃa sido condenado oficiosamente por aquellos miembros del sanedrÃn que habÃa podido reunir en la oscuridad el sumo sacerdote en su propio palacio y luego, con las primeras luces, este habÃa sido conducido atado ante el procurador Poncio Pilatos para obtener una sentencia oficial de muerte por sedición, condena capital que, según los acuerdos con Roma, el sanedrÃn no podÃa imponer nunca, ni reunido informalmente y sin todos sus miembros, como en ese caso, ni haciéndolo oficialmente y en sesión plenaria. Pilatos, para apaciguar a la multitud instigada por los sacerdotes, habÃa hecho flagelar al prisionero horriblemente y luego le habÃa condenado a la muerte en la cruz en el lugar de las ejecuciones, la pequeña colina cerca del exterior de las murallas llamada Calvario.
En la mañana del tercer dÃa después de la muerte del maestro nazareno, algunas seguidoras que habÃan participado en su sepultura y conocÃan la ubicación de su sepulcro se habÃan acercado para rendir los honores fúnebres al cadáver, ungiéndolo, algo que no habÃa sido posible cuando estaba colgado en la cruz, antes de la puesta de sol del viernes y por tanto poco antes del sábado, dÃa del sagrado reposo de los hebreos. De forma completamente inesperada, las valientes mujeres habÃan encontrado abierta la tumba y, como testimoniarÃan luego, sin ser creÃdas, habÃan visto a un hombre joven vestido de blanco, sentado sobre la piedra sepulcral, que se habÃa vuelto hacia ellas afirmando que el crucificado habÃa resucitado y pidiendo que dieran a los once la orden del maestro de volver a Galilea, donde le volverÃan a ver. HabÃan quedado estupefactas y en lugar de obedecer habÃan vagado sin rumbo por Jerusalén. Finalmente, una de ellas, una tal MarÃa originaria de Magdala, al pasar por delante de la casa de MarÃa la viuda, su amiga, se habÃa decidido a entrar para contar lo acaecido. La madre de Marcos le habÃa llevado hasta los once, a quienes finalmente la mujer magdalena habÃa referido los últimos hechos extraordinarios. Todos, salvo el joven discÃpulo Juan, habÃan permanecido incrédulos y se habÃan dicho unos a otros algo asÃ: ¿Cómo se podÃa confiar en las mujeres? Ni siquiera tienen derecho a dar testimonio en un juicio salvo sobre cosas banales, imaginaos si es posible creer esa noticia. ¿Un mensajero del cielo? Histeria femenina. También Marcos se habÃa mostrado escéptico, aunque guardando en su mente las palabras de la mujer. Juan sin embargo habÃa querido ir al sepulcro y Pedro, movido por la curiosidad, se habÃa armado de valor y le habÃa seguido. Les habÃa guiado MarÃa de Magdala, porque, al no haber participado en la sepultura, no conocÃan la tumba. La habÃan encontrado realmente abierta y vacÃa, salvo por las telas sepulcrales.
â¿Un robo del cadáver por parte del sanedrÃn? âhabÃa propuesto Pedro a Juan.
Después de haber reflexionado, habÃan concluido que los jefes de Israel no habrÃan conseguido ninguna ventaja con la desaparición del cuerpo: por el contrario, no habrÃan querido que se diera crédito a voces de prodigio. Los dos habÃan razonado también que habrÃa sido mucho más cómodo para los ladrones, y completamente natural, llevarse el cuerpo envuelto en la sábana, no desenvolverlo primero y luego transportarlo. Y además, habÃan advertido que el tejido fúnebre de lino en el que se habÃa envuelto el cadáver no yacÃa en desorden, sino sencillamente arrugado, como si el cuerpo se hubiera desvanecido en su interior. HabÃan concluido que, a menos que algunos desconocidos hubieran organizado una puesta en escena por motivos misteriosos, el crucificado debÃa haber resucitado de verdad.
âHay suficiente oscuridad como para no creerlo, querido Juan, pero hay claridad bastante como para creerlo âhabÃa dicho Pedro, más para sà que para su compañero.
Al dÃa siguiente los once habÃan partido hacia Galilea, no solo por la posibilidad de que su maestro se les apareciera realmente, sino para evitar finalmente los peligros.
En cuanto a Judas Iscariote, habÃa corrido la voz en Jerusalén de que se habÃa suicidado después de haber devuelto el precio del vendido y haber pedido en vano ser juzgado por el sanedrÃn como mentiroso acusador de un hombre justo. Marcos, al oÃr estos rumores y habiendo sabido por Juan que el traidor se habÃa unido al entorno de los zelotes revolucionarios, habÃa supuesto que habrÃa denunciado al nazareno pensando que el arresto habrÃa causado una sublevación popular que habrÃa puesto al maestro en el trono de Israel y Judas se habrÃa reafirmado en su idea cuando el propio rabino no solo le habÃa dicho que conocÃa sus intenciones, sino que, además, le habÃa exhortado a no entretenerse. A la vista de lo opuesto del resultado, el traidor se habrÃa sentido culpable según las leyes de Moisés por haber denunciado a un inocente y, como el sanedrÃn no le habÃa querido procesar y condenar, se habrÃa ajusticiado a sà mismo. Marcos tenÃa un buen corazón, pero el juicio moral de muchos sobre Judas habrÃa sido de condena absoluta.
Un dÃa los hechos recogidos por Marcos en esos dÃas y otras noticias sobre el maestro nazareno que habrÃa obtenido de Pedro se reunirÃan en su librito Evangelio de Jesucristo, hijo de Dios: serÃa el propio Marcos el que inventarÃa el género literario del evangelio, es decir, la buena nueva. Pero eso ocurrirÃa muchos años después, más allá de nuestra historia.
Dos semanas después de haber dejado Jerusalén, los once habÃan vuelto y habÃan llamado a la casa de Marcos y su madre. Les habÃan contado que Jesús de Nazaret se les habÃa aparecido realmente en Galilea, ordenándoles volver a Jerusalén a predicar la buena nueva de su resurrección y de la salvación eterna para los seres humanos, y de extenderla a continuación a todas las naciones.
Marcos se habÃa mostrado incrédulo. HabÃa sugerido a Pedro:
â⦠¿Y si pura y sencillamente habéis sufrido alucinaciones?
âEstamos seguros de que no âhabÃa respondido el jefe de los discÃpulosâ. Todos tenemos ahora luz más que suficiente para creer, aunque comprendo que para ti y para cualquiera que no haya visto al maestro resucitado haya oscuridad bastante como para no creer. ¿Sabes? Creo que siempre será asÃ: luz y sombra, confianza y desconfianza en nuestro testimonio sobre Jesús resucitado nos acompañarán hasta el fin del mundo.
A diferencia de Marcos, MarÃa habÃa glorificado al maestro, completamente convencida de que habÃa resucitado de verdad, aunque no le hubiera visto. Los apóstoles, es decir, los enviados como, como ya se definÃan los once, le habÃan pedido que rogara al hijo que consintiera tenerlos como huéspedes. El joven, a pesar de su escepticismo personal, habÃa aceptado por amor a su madre. Asà que su casa se habÃa convertido en la sede de la dirección de la recién nacida Iglesia.
Sin estas oportunidades y contactos, Marcos nunca se habrÃa encontrado en disposición de poder investigar sobre el asesino de su padre.
CapÃtulo V
Cumplidos los veinte años, el joven se habÃa casado con la única hija de Pedro, Ester, de catorce años. El matrimonio habÃa sido acordado por los respectivos padres, como entonces era habitual en Israel. Se trataba de una buena chica que, sometida al marido como era normal entre las esposas judÃas en aquel tiempo, se veÃa parcialmente recompensada, como todas ellas, ejercitando una autoridad férrea sobre los hijos menores de edad y, a veces, tratando de influir sobre ellos posteriormente, igual que trataba de hacer MarÃa con Marcos, aunque con poco éxito. Ester habÃa aceptado las enseñanzas religiosas de su padre y creÃa en Jesucristo resucitado. A diferencia de su suegra, su cultura era casi nula, pero, en ese entorno antiguo, eso se consideraba normalmente como un mérito más que un defecto en una mujer. Iba a dar hijos a Marcos y, a causa de los muchos viajes que el marido emprenderÃa años después, estarÃa a menudo sin él, en la sombra de su casa de Jerusalén. Ahora mismo podemos hacerla salir de nuestra historia.
Cinco años después del matrimonio, era el año 793,10 (#litres_trial_promo) Marcos habÃa cumplido finalmente la mayorÃa de edad y habÃa pasado a ocuparse directamente de sus negocios. SeguÃa siendo escéptico acerca de la resurrección de Jesús: era el único del grupo que no habÃa pedido el bautismo cristiano.
Entretanto la Iglesia, compuesta al inicio por cerca de ciento veinte personas, habÃa aumentado y ya sobrepasaba, solo en Jerusalén, el número de treinta mil, a pesar de la hostilidad del sanedrÃn, lo que llevaba a persecuciones que causaban arrestos y a homicidios. Parte de los cristianos habÃan por tanto abandonado la ciudad, iniciando la evangelización de SamarÃa y otras regiones. Se habÃan fundado otras iglesias menores y comunidades importantes en Damasco y AntioquÃa de Siria, todas tributarias de la de Jerusalén.
El primo de Marcos, Bernabé, al encontrar cristianos en Salamina, cuya mÃnima iglesia dependÃa de la de AntioquÃa y estaba compuesta por inmigrantes de esa ciudad, se habÃa visto afectado por su predicación. Conociendo bien las Sagradas Escrituras, se habÃa convencido de Jesús era realmente el MesÃas anunciado por los profetas y se habÃa convertido. No teniendo hijos a los que dejar sus bienes, habÃa vendido su propiedad, se habÃa mudado con su mujer a Jerusalén y habÃa donado lo ingresado a la Iglesia. Luego habÃa empezado a colaborar con Pedro. Al hablar griego, la lengua internacional del imperio, y tener cultura bÃblica, habÃa encontrado enseguida trabajo como enviado en diversas regiones.
Entretanto, en el bando opuesto, un hombre natural de Tarso que se llamaba Saulo, que con Bernabé y durante algún tiempo con Marcos iba a tener parte importante en nuestra historia, habÃa empezado a perseguir a cristianos por encargo del sanedrÃn, consiguiendo éxitos relevantes.
Saulo era ciudadano romano por nacimiento, bajo el nombre de Pablo, seguidor del gran maestro Gamaliel de Jerusalén. Era una persona muy inteligente y también, gracias a sus estudios personales, habÃa adquirido una profunda cultura. Disfrutaba de un gran vigor fÃsico y de una fortaleza mental que se desbordaba en una capacidad hipnótica y su persona producÃa una gran fascinación a pesar de su fealdad: a diferencia de Bernabé y Marcos, personas altas, delgadas, de rasgos finos y con mucho pelo y frondosas barbas, Saulo era calvo desde joven, gordo y pequeño de estatura, tenÃa unas cejas muy pobladas y pelos ralos en el rostro, en que exhibÃa una nariz gigantesca. Ahora no importaban sus miserias fÃsicas, pero de joven no habÃa sido asÃ: habÃan sido objeto de burlas y de apodos haciendo que su carácter se volviera propenso a la ira. Sin embargo, gracias a largos ejercicios, la habÃa vencido hacÃa mucho tiempo y cuando encontraba un obstáculo o, peor, un comportamiento hostil, en lugar de cólera sabÃa extraer una indignación constructiva enérgica pero tranquila. Viudo prematuramente, habÃa decidido dedicar su vida a Dios y, considerando servirle, en el 787,11 (#litres_trial_promo) se habÃa puesto a las órdenes de sanedrÃn, convirtiéndose en cazador de cristianos, pero esa tarea durarÃa solo tres años, pues luego Saulo entrarÃa él mismo en el grupo de los perseguidos. En el 790,12 (#litres_trial_promo) mientras por encargo de sus superiores estaba dirigiéndose a pie a Damasco, con guardias, para identificar y capturar a seguidores de Cristo y estaba a la cabeza de los suyos, estando ya cerca de la ciudad habÃa caÃdo de golpe al suelo13 (#litres_trial_promo) como golpeado por un rayo invisible. HabÃa visto, solo él, al Resucitado envuelto en un fulgor de luz cegadora, mientras que sus hombres solo habÃan oÃdo las palabras que Saulo iba pronunciando entretanto: Primero habÃa dicho con voz potente, con los ojos cerrados, como si estuviera repitiendo involuntariamente lo que estaba oyendo:
âSaulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Luego habÃa preguntado en un susurro, abriendo los ojos:
â¿Quién eres, Señor?
Se habÃa respondido, de nuevo con voz potente y con los ojos cerrados:
âSoy aquel a quien tú persigues. Ahora levántate y ve a Damasco y haz lo que te será dicho que hagas.
Se habÃa levantado ciego, con los ojos ensangrentados y doloridos. Luego la sangre se habÃa transformado en costra y le habÃa llenado de dolor. Conducido de la mano a la ciudad por sus hombres, que habÃan pensado que le habÃa atacado e inmovilizado algún mal repentino, Saulo habÃa sido alojado en la casa de un hebreo llamado Judas. Durante tres dÃas no habÃa comido ni bebido a pesar de la insistencia del dueño de la casa, que sabÃa que era un emisario importante de Jerusalén. Durante la tercera noche habÃa soñado, u oÃdo en el duermevela, la voz de Jesús: le anunciaba que serÃa visitado por el cristiano AnanÃas, que le impondrÃa las manos haciéndole recuperar la vista. A la mañana siguiente se habÃa presentado realmente un hombre llamado AnanÃas, que le habÃa dicho:
âMientras dormÃa y soñaba que estaba en bellÃsimo jardÃn, he oÃdo pronunciar: «AnanÃas». Sintiendo con seguridad que la voz era la del Resucitado, he respondido de inmediato: «¡Aquà estoy Señor!». Ãl me ha ordenado: «Ve a la calle llamada Recta, entra en la casa de un tal Judas y pregunta por Saulo de Tarso, que en este mismo instante está oyendo tu nombre en su mente: está ciego, pero tú le impondrás las manos y él verá». «Señor», respondà con aprensión, «sé que ha hecho todo el mal que ha podido a tus seguidores en Jerusalén. Además, se sabe que ha venido aquà a Damasco para detenernos». La voz del Señor me tranquilizó: «Ve, es para mà un instrumento elegido para llevar mi nombre tanto a los hijos de Israel como los demás pueblos y a sus gobernantes y cuando sea bautizado le mostraré cuánto tendrá que sufrir por mi nombre».
AnanÃas habÃa impuesto las manos sobre Saulo, a quien se le habÃan desprendido de los ojos las escamas de sangre coagulada y de inmediato habÃa recuperado la vista: habÃa entendido que se habÃa tratado de una señal divina de la oscuridad espiritual en la que habÃa vivido al perseguir a los seguidores de Jesús y de la luz en la que estaba entrando. DÃas después, en casa de AnanÃas, Saulo habÃa sido bautizado. Luego se habÃa dirigido al desierto de Arabia para un retiro espiritual. Durante dÃas habÃa reflexionado sobre qué hacer y habÃa orado a Dios para conseguir la iluminación, pero sin obtener respuesta: ¿Volver a Damasco y anunciar a Cristo con AnanÃas y los demás bautizados? ¿Andar por el mundo predicando al Resucitado a quien encontrara? ¿O bien dirigirse a Judea, a Jerusalén, donde estaban escondidos los jefes de la Iglesia, buscarlos, encontrarlos y presentarse arrepentido ante ellos, ofreciéndose a colaborar? ¿Pero cómo reaccionarÃan, no le considerarÃan tal vez un espÃa del sanedrÃn? Una noche, habiendo ya decidido volver a la mañana siguiente, habÃa tenido un sueño revelador. HabÃa subido hasta el tercer cielo y habÃa llegado a conocer al trascendente, casi cara a cara con Dios: nunca iba a conseguir explicar claramente esta experiencia a otros, muy viva, aunque fuera dentro de un sueño, y que le habÃa dado una alegrÃa inefable. Sin embargo, a pesar de la dicha inicial, se le habÃa aparecido al durmiente un demonio espeluznante que le habÃa abofeteado con violencia ambas mejillas. Ese diablo habÃa desaparecido poco después, pero no el dolor: Saulo habÃa sufrido dolores desgarradores en la carne, como si se le clavaran largas espinas y en ese momento habÃa oÃdo la voz de Jesús:
âHe aquà las innumerables dificultades que encontrarás en tu apostolado: abandono de amigos, malentendidos, persecuciones, cárceles y dolencias y finalmente la muerte violenta en Roma por decapitación.
âSeñor âle habÃa rogado Saulo con palabras contritas por el dolorâ, si quieres que sea tu apóstol, dame la posibilidad de anunciar el evangelio hasta cuando muera: no me pongas obstáculos en el camino.
âPara cumplir con tu tarea te bastarán mi amor y mi benevolencia. ¡Yo te amo! No te preocupes y estate seguro de que, a pesar de los muchos sufrimientos, tendrás éxito. Habrá obstáculos que te impedirán llevar a cabo esos proyectos que yo mismo te encargaré, pero ¿qué te importa? Piensa en mi amor sin lÃmites, que no solo se manifiesta en la fuerza absoluta de Dios, sino también en la misteriosa disminución de su poder, en mi dolor y en mi muerte para mi gloriosa Resurrección. Que te sea suficiente ser amado por mÃ, Dios, y ser hecho partÃcipe del misterio pascual de mi debilidad y mi fuerza. Y será sobre todo este escándalo aparente lo que predicarás.
Saulo habÃa visto entonces en el abandono de los amigos, en la enfermedad y en los numerosos otros obstáculos que habÃa encontrado su participación en la debilidad del Dios-hombre crucificado y se habÃa sentido tan amado y sostenido por él como para poder cumplir, por voluntad divina, en su propia carne todo lo que faltaba a la Pasión de Jesús, aunque al mismo tiempo habÃa entendido perfectamente que el único y verdadero salvador de la humanidad era Cristo y también que el único autor del éxito de su apostolado serÃa él, el Resucitado.
Jesús le habÃa dicho entonces, justo antes de despertar:
âHaz todo lo que puedas, confiando plenamente en mi amor, que concluirá tu obra. Y ahora ve a Damasco y empieza tu tarea allÃ.
El apóstol habÃa vuelto a la ciudad y, lleno de entusiasmo, habÃa predicado allà durante un trienio. Pero con el tiempo habÃa suscitado el odio religioso de los judÃos ortodoxos. Hacia la mitad del año 793,14 (#litres_trial_promo) estos habÃan decidido, de buena fe, «para honrar al Señor», matar a «Saulo el Hereje». Advertido a tiempo por sus amigos habÃa huido con su ayuda haciéndose bajar por la noche en una cesta de las murallas de la ciudad. Se habÃa refugiado en Jerusalén, en la casa de una hermana casada con la cual habÃa vivido cuando habÃa enviudado, antes del viaje a Damasco. Luego se habÃa dirigido a casa de Marcos, donde, como sabÃa desde antes de conocer a AnanÃas, vivÃan los dirigentes de la Iglesia: no tenÃa más que una carta que le recomendaba como muy buen y fiel cristiano. HabÃa ofrecido su obra de evangelizador al jefe de los apóstoles, Pedro, y a Jacobo Bar Alfeo, que se habÃa afianzado como el principal en la dirección de los cristianos de Jerusalén, siendo a menudo el primero en ir a otros lugares de Palestina y a la ciudad de AntioquÃa de Siria. A pesar de la recomendación del buen AnanÃas, Saulo habÃa encontrado mucha desconfianza: su referente era conocido por los directores de la Iglesia, pero la carta podÃa haber sido falsa. Solo Bernabé se habÃa mostrado convencido y habÃa intercedido con vigor, consiguiendo hacer desaparecer el recelo de los demás. Al hablar bien en griego, Saulo habÃa empezado a predicar la nueva de la resurrección de Jesucristo en los lugares de más tránsito, delante del templo, a aquellos judÃos helenistas que tenÃan como único idioma esa lengua. Sin embargo, no tuvo éxito. Peor aún, suscitó en ellos tal hostilidad que también ellos, como los hebreos de Damasco, trataron de matarlo. No lo consiguieron porque el apóstol, por un contratiempo, no habÃa pasado ese dÃa por la calle en la que, ocultos, le esperaban armados. Sin embargo, algún hermano en la fe habÃa oÃdo noticias del fallido atentado y habÃa advertido a Pedro. Asà que Saulo habÃa sido conducido en secreto, por Bernabé y par de personas más en función de escolta, a Cesarea MarÃtima y de ahà embarcado a su ciudad natal, Tarso. Allà habÃa permanecido durante cuatro años evangelizando, primero a los hebreos en la sinagoga y luego a los gentiles. Como todos sabÃan en la ciudad que era ciudadano romano, se habÃa mantenido relativamente seguro: por lo menos aquà nadie habÃa tratado de matarlo. Algunos convertidos por Saulo, trasladados a Roma, habÃan llevado allà el cristianismo, incluso antes de que llegara Pedro años después.
En el 798,15 (#litres_trial_promo) Bernabé se habÃa reunido con Saulo en Tarso y habÃa partido con él de vuelta a AntioquÃa, cuya comunidad de seguidores de Jesús, ya conocida comúnmente como «los cristianos», coordinaba por encargo de Pedro.
CapÃtulo VI
HabÃan pasado diecisiete años desde la muerte del padre de Marcos y quince desde el nacimiento de la Iglesia y al emperador Tiberio le habÃan sucedido en el trono de Roma el mucho más abominable CalÃgula y su tÃo Claudio.
El deseo del joven de hacer justicia con el asesino de su padre, muy vivo en los primeros tiempos, se habÃa atenuado poco a poco en el tiempo, que, aunque no induce al olvido de los seres queridos muertos, deja en cierto momento que los recuerdos afloren solo de vez en cuando y de forma atenuada. Fue entonces cuando inesperadamente, hacia el final del año 798,16 (#litres_trial_promo) Marcos habÃa tenido el inquietante sueño del padre que salÃa de la fosa y le exhortaba a visitar su tumba y a buscar a quien le hubiera matado: ese sueño habÃa sido tan real como para inducirle a considerarlo una visión enviada por Dios. El dolor por la pérdida del padre se habÃa vuelto tan intenso casi como el dÃa en el que habÃa llegado la carta de Bernabé con la funesta noticia.
En la Biblia y en la tradición oral judÃa, el sueño, cualquier sueño, tiene una gran importancia: induce a ver la realidad bajo una luz más clara, revelando cosas que durante la vigilia aparecen en la penumbra o quedan encubiertas. Pero mucho más importante es el sueño en el que hablan, a veces visibles y a veces no, personajes angélicos o personas difuntas, todos considerados mensajeros de Dios: desde el sueño de Jacob de la escalera que unÃa Cielo y Tierra transitada por ángeles al profético de su hijo José, a los también proféticos de Daniel, hasta aquellos modernos de José, padre putativo de Jesús y otros seguidores del Nazareno, entre los cuales estaba Saulo Pablo de Tarso. Los acontecimientos antiguos y los nuevos, la espera del MesÃas y su venida estaban ligados por ese hilo onÃrico que, por otro lado, en la vida cotidiana, conectaba, según el sentir general, la dura realidad terrena con la eterna Fiesta celestial, manifestando enseñanzas y desvelando voluntades divinas para las cosas cotidianas.
Asà Marcos, convencido de que el padre le habÃa hablado realmente por orden de Cristo, aunque no llegando a pedir el bautismo a su suegro ni a privarse de sus bienes como los cristianos, habÃa empezado a trabajar con Pedro como secretario y, conociendo bien el griego y el latÃn, como intérprete y escriba.
Un par de semanas después del sueño se habÃa producido otro hecho extraordinario que Marcos habÃa considerado como anunciado por su visión onÃrica. Acababa de empezar el año nuevo, siempre bajo el reinado del emperador Claudio, cuando habÃa llegado una carta de Bernabé en la que el apóstol anunciaba su llegada junto a Saulo: vendrÃa con dos carros con vituallas provenientes de una colecta en especie realizada en AntioquÃa en ayuda de la Iglesia madre, que en ese momento tenÃa grandes necesidades debido a una carestÃa general en todo el imperio y particularmente grave en Jerusalén, donde los alimentos en venta eran muy escasos. Manifestaba además la intención de emprender con Saulo una gira misionera que pasarÃa por diversas ciudades y la esperanza de que el primo Marcos, de quien conocÃa sus capacidades prácticas, les siguiese a AntioquÃa y de allà los acompañase en el viaje como ayudante administrativo.
Pedro habÃa llamado a su yerno y le habÃa dicho:
âHijo mÃo, ¿entones me privarás de tu ayuda?
â¿He hecho algo mal? âSe habÃa preocupado Marcos.
âNo, todo lo contrario. En hecho es que Bernabé hará con Saulo una gira de evangelización en muchas ciudades, entre ellas Perga, donde está sepultado tu padreâ¦
â⦠¿Perga?
âBueno, sÃ, y tu primo quiere que le acompañes junto a Saulo como secretario y administrador y tendrÃas la posibilidad de visitar la tumba de tu padre âPedro no conocÃa el sueño de Marcos porque su yerno se lo habÃa reservado para sà y, por tanto, considerando la gran fatiga y los graves peligros del viaje y temiendo que fuera reacio a aceptar, estaba tratando de convencerlo.
Marcos, con el corazón agitado por la emoción, habÃa entendido por el contrario la invitación de Bernabé como una señal del Cielo, en sintonÃa absoluta con lo que ahora se revelaba como una profecÃa. AsÃ, con enorme pasión, habÃa aceptado de inmediato.
âAh, no, ¿eh? âhabÃa escuchado sin embargo a su madre, cuando esta habÃa sabido su próxima partidaâ: ¡Es un viaje lleno de peligros! Sabes muy bien que no me hace ninguna gracia que des vueltas por el mundo: ¿no te basta con lo que le sucedió a tu padre?
âDeberé visitar también el sepulcro antes o después, ¿no te parece? âle habÃa respondido Marcos con tono severoâ. ¿Qué hijo serÃa si lo ignorara toda la vida? Y además deberÃas saber bien que Cristo no quiere cobardes. Mamá, deja de entrometerte.
La mujer habÃa inclinado la cabeza.
CapÃtulo VII
La nave, que habÃa zarpado de Seleucia, cerca de Antioquia, hacia la isla de Chipre, provincia senatorial romana, después de 155 millas de fácil navegación gracias a las corrientes normalmente débiles en esa zona del mar, habÃa atracado en el puerto de Salamina, primera etapa del viaje misionero. Bernabé, Saulo y Marcos se habÃan alojado en casa de un hermano en la fe, miembro de la pequeña comunidad cristiana en la que el primero de los tres habÃa sido evangelizado en su momento.
Los hebreos eran numerosos en la ciudad y habÃa diversas sinagogas. Los dos apóstoles y Marcos, siendo también judÃos, tenÃan libre acceso a estas. Asà que Bernabé y Saulo, acompañados por el joven, habÃan entrado el sábado siguiente en una de ellas y, después de las oraciones en común con los demás participantes, habÃan predicado a Jesucristo resucitado.
HabÃa empezado a hablar Bernabé, al estar en su ciudad y conocer a muchos de los presentes. Tomando un rollo de la Torá que incluÃa enseñanzas del LevÃtico, habÃa leÃdo este versÃculo:
âEl afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá la barba e irá gritando: «¡Impuro, impuro!» Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada.17 (#litres_trial_promo)
Luego habÃa comentado:
âHijos de Israel, fuimos enseñados por los sacerdotes y los escribas del templo de Jerusalén, no por el AltÃsimo, que el Señor es el omnipotente al que ni siquiera se puede citar por su nombre, la divinidad a la que se debe servir con temor y se nos dijo que cuando se traiciona este deber, él castiga, no solo no concediendo la vida eterna, sino enviando desventuras y enfermedades al culpable y a sus descendientes. Y es por esto por lo que consideráis a los más graves de entre todos los enfermos los incurables e intocables leprosos, como pecadores imperdonables, a pesar de que el precepto que os acabo de leer tuviera originalmente solo un objetivo higiénico: evitar el contagio, sin ninguna condena moral del enfermo. Pues bien, hijos de Israel, ¡Jesús, el MesÃas que predicamos, nos dio una inequÃvoca señal de que es de verdad el AltÃsimo, tocando y curando a un leproso! Según la despiadada mentalidad difundida por sacerdotes y escribas, el MesÃas habrÃa quedado de tal manera impuro en su corazón, aunque hubiera tocado al intocable por caridad a fin de demostrar, antes de sanarlo, que el pobre hombre, como todos sus iguales, no era un pecador castigado por el Cielo. Y fue precisamente gracias al amor de Jesús hacia aquel enfermo por lo que el EspÃritu, que es el Amor absoluto, realizó el milagro de la curación. ¡Amigos! Durante toda su vida el MesÃas del Padre celestial se dedicó a cambiar el sentimiento de esclavos de nosotros, los hijos de Israel, desde hace mucho tiempo sometidos sumisamente al poder de los sacerdotes y de los doctores de la Ley, descuidando las enseñanzas recibidas por medio de los Profetas del Señor. Jesús ha revelado que, para el AltÃsimo, la pureza e impureza están en nuestras decisiones buenas o malas, no en los gestos del culto individual ni en los ritos religiosos colectivos inventados por los gobernantes de los judÃos. Y ha desvelado que Dios, por amor, se pone al servicio de los hombres y no reclama en absoluto ser servido: nos pide por el contrario imitarle amándonos y ayudándonos los unos a los otros. Jesús fue el primero en servir a su prójimo dando ejemplo: él, el Ungido del Padre, se ha convertido en siervo enseñando que a la jefatura no debe corresponderle mandar y ser servida, como piensan por el contrario los sacerdotes y escribas, sino servir. Sabed, amigos, que en el curso de la última cena con los suyos, como atestiguan los propios discÃpulos que estaban con él en la mesa y que conocemos personalmente, antes de ser arrestado y asesinado, para dejar una señal indeleble de sus enseñanzas, se levantó y se quitó la túnica, sÃmbolo de autoridad, se puso la bata, señal de servicio, y lavó y secó los pies de los suyos. Finalmente ordenó: «También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. En realidad, os he dado ejemplo para que actuéis como yo. Y vosotros también debéis ser un ejemplo para el mundo». Jesús seguÃa siendo sin embargo el maestro y dio muestras de ello cuando se visitó de nuevo con la túnica: se volvió a sentar en la cabecera de la mesa y empezó de enseñar. ¡Pero cuidado, queridos hermanos! No se quitó la bata y demostró asà que el propio Dios está siempre al servicio espiritual de los hombres. De hecho, Jesús dijo poco después a los suyos: «El que me ha visto a mÃ, ha visto al Padre». SÃ, hay que dar amor real a nuestros iguales: ¡Es asà como se adora sobre todo al AltÃsimo!
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=40851317) на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.