Un Giro En El Tiempo

Un Giro En El Tiempo
Guido Pagliarino


Guido Pagliarino
Un giro en el tiempo
Novela

Traducción del italiano al español de Mariano Bas

1a edición en italiano, en papel, en audiolibro y en e-book, Svolte nel tempo, copyright 0111 Edizioni 2011-2013.
(Esta primera edición de la novela ganó el primer premio absoluto Creativa 2012, de narrativa publicada).
Desde 2014, todos los derechos literarios, cinematográficos, televisivos, de radio, Internet o cualquier otro medio de difusión en todo el mundo fueron devueltos al autor.

2a edición, en e-book, Svolte nel tempo, Smashwords Edition y Kindle Edition, copyright Guido Pagliarino.

La imagen de la portada y el logotipo correspondiente han sido creados informáticamente por el autor.

Los personajes, nombres personales y colectivos, acontecimientos y situaciones generales o individuales del pasado o del presente son imaginarios. Cualquier referencia a personas vivas o que hayan vivido en el pasado, aparte de los personajes históricos, es involuntaria y los hechos y palabras atribuidas a dichos personajes históricos son igualmente inventados.
Índice
Un giro en el tiempo, novela (#ulink_e4e207ea-9990-5ae1-81d8-783584cd89fb)
Primera Parte: “Universos paralelos” (#ulink_5627b1c8-1007-57af-b9d9-4e74a843cfb5)
Segunda parte: “Pecado original” (#litres_trial_promo)
Prólogo del autor a la primera edición (#litres_trial_promo)
Epílogo del autor a la segunda edición (Sobre el mal en la novela “Un giro en el tiempo”) (#litres_trial_promo)
Epílogo de Cristina Bellon ( (#litres_trial_promo)de su artículo en el número 59 de la revista “Future Shock”) (#litres_trial_promo)
Epílogo de Antonio Scacco (#litres_trial_promo) (extracto de su artículo en el número 60 de la revista “Future Shock”) (#litres_trial_promo)
Un giro en el tiempo, novela (#ulink_c8050118-fca6-5040-ba60-1a628dbed6a2)
Primera Parte: “Universos paralelos” (#ulink_c8050118-fca6-5040-ba60-1a628dbed6a2)
Capítulo 1

En la Sala del Mapamundi del Palacio Venecia, el amplio despacho romano del jefe del gobierno, había sonado el teléfono blanco reservado, que comunicaba directamente con unos pocos números importantes. Eran las 15 horas y 28 minutos del 13 de junio de 1933, XI de la Era Fascista.
Benito Mussolini, sentado en su escritorio, había descolgado el auricular del aparato, colocado directamente a su derecha, junto a otro teléfono, negro, cuya línea pasaba por la centralita.
Al otro lado de la línea estaba el doctor Arturo Bocchini, personaje importante en lo más alto del Real Cuerpo de la Guardia de la Seguridad Pública1 (#litres_trial_promo) y, por ello, al frente de la poderosa y temible división de la policía política, la OVRA: para intimidar más a la gente, el significado de estas siglas nunca se había aclarado, tal vez era Órgano de Vigilancia de Reos Antiestatales, pero su función de tutela del régimen fascista era conocida por todos.
“Duce, le2 (#litres_trial_promo) saludo: soy Bocchini”, se había presentado.
“¡Dígame, Bocchini!”: las llamadas del jefe de la OVRA casi siempre traían molestias, cuando no problemas y Mussolini sufría cierto nerviosismo al oír aquella voz, una turbación que trataba de esconder usando un tono particularmente imperioso.
Sin prolegómenos, este le había comunicado un hecho extraordinario: “Duce, esta misma mañana un extraño aparato volante ha aparecido en el cielo de Lombardía. Como hoy el día estaba casi totalmente cubierto, ese aeroplano, que tenía una forma extraña, se perdió varias veces entre las nubes, reapareciendo de tanto en tanto...”.
“... ¿Y cuál era esa forma extraña?”.
“El aparato volante se parecía al disco de un discóbolo”.
“¡Un momento! ¿No sería un helicóptero del ingeniero D’Ascanio?”3 (#litres_trial_promo).
“Duce, podemos descartarlo: el último de sus modelos ha sido el famoso DAT 3, que no pudo ascender nada más que unos pocos metros y, en todo caso, la Sociedad D’Ascanio-Troiani desapareció el año pasado, al haber agotado todo su capital; por otro lado, no nos consta, al menos por el momento, que se construyan aparatos así en el extranjero”.
“¿Qué hace ahora D’Ascanio?”.
“Trabaja en Piaggio, en proyectos de bombarderos convencionales”.
“¿Alguna otra cosa sobre ese aparato desconocido?”.
“Tiene un diámetro de una decena de metros, es de color claro, entre blanco y plata. Ha sido avistado primero desde el Observatorio de Brera y, no mucho después, por paseantes en diversas zonas de Milán: uno de ellos, el capitán de las Fuerzas Alpinas, Alighiero Merolli, ha avisado a los Carabineros, lo que ha puesto en alerta a los míos y también a la Milicia4 (#litres_trial_promo) y la Aeronáutica Real”.
“Bien”.
“Ha despegado una escuadrilla de Fiat CR 205 (#litres_trial_promo) para patrullar el cielo de Milán y alrededores, tratando de avistar y fotografiar esa aeronave y hacerla aterrizar: una misión nada sencilla, dado el tiempo nublado. Por fortuna, el disco salió de repente de un cúmulo justo sobre los aviones: volaba de forma anormal, parecía tener problemas, iba dando bandazos, un poco, me han dicho, como una peonza cuando empieza a oscilar y acaba parándose de golpe. El comandante de la escuadrilla, el capitán Attilio Forgini, ha ordenado a la aeronave desconocida que le siguiera, tanto por radio en italiano y en francés6 (#litres_trial_promo), como realizando movimientos de vuelo que indicaban visiblemente esta orden; no ha habido sin embargo tiempo, ni para escoltarlo al aeropuerto más cercano, ni para abatirlo, algo que habría sido posible porque ya estaba para entonces fuera de Milán: a pesar de los problemas que parecía tener, el piloto extranjero ha acelerado de golpe el disco hasta una velocidad que los nuestros han estimado en mil kilómetros por hora”.
“¡Mil…!”
“Sí, Duce, nada menos, parece seguro, ya que me he asegurado a través de sus comandantes de que los pilotos tienen experiencia y capacidad probadas, empezando por el jefe de la escuadrilla”.
“¿A qué velocidad vuelan exactamente nuestros aviones?”.
“Bueno, Duce, son rapidísimos, pero la velocidad máxima que alcanzan son doscientos setenta por hora. Sé por mis fuentes en la Fiat que en Turín están realizando vuelos experimentales con un nuevo modelo, el CR 32, pero ni siquiera este biplano, aunque sea muy veloz, se aproxima ni lejanamente a esa aeronave desconocida, pues en realidad no supera los 375 por hora, aparte de que, por ahora, solo hay algunos prototipos experimentales y no se prevé que la producción en serie empiece hasta como mínimo el año que viene”.
Mussolini había apretado los dientes: “¡Un daño a la imagen de Italia y un peligro militar! ¡No podemos quedarnos atrás en la innovación aeronáutica! Escuche, Bocchini, mientras telefoneo a Balbo, dé de inmediato la orden a los comandos aéreos del norte de que hagan despegar más escuadrillas: tal vez alguna consiga avistarlo de nuevo, quién sabe, y esta vez abat...”
“... No, Duce, perdone...”
“¡¿Cómo que no?!”
“Perdone, entiendo que la aeronave ya ha sido captur...”
“... Podía haberlo dicho antes, ¿no?”
“Eeh... sí, Duce, en realidad estaba a punto de decírselo”.
“¡Adelante!”
“Una vez perdido de vista, esa especie de disco volante no siguió escondiéndose por mucho tiempo y no mucho después aterrizó en pleno campo, o mejor dicho, se le ha visto desplomarse en caída libre en los últimos metros, como si el motor se hubiera parado de golpe, sobre un campo de trigo entre las localidades de Sesto Calende, Varese y Vergiate, muy cerca de esta última”.
“¿Quién lo ha visto?”.
“Un tal Annibale Moretti, un propietario de fincas agrarias con un terreno vecino al del impacto: un fascista veterano que participó en la Marcha sobre Roma. Había ido hacía un rato en bicicleta a ese terreno para ver el estado de la cosecha de trigo, ha escuchado un silbido, ha levantado la cabeza y ha podido ver la caída de la aeronave y su impacto en el campo vecino. No se ha acercado por temor a un incendio o una explosión, que no se han producido. Así que se ha montado inmediatamente en la bici y ha avisado a la comisaría local de Carabineros Reales, comandada por el subteniente primero Amilcare Palumbo. Este ha actuado de inmediato, ha mantenido en la comisaría solo los hombres estrictamente necesarios para mantener el orden público y ha hecho que los demás bloquearan el tráfico de vehículos civiles en la zona del impacto. Por suerte, desde la carretera más cercana, una estatal, no se podía ver nada de la aeronave, porque discurre a unos cuatrocientos metros y hay árboles de por medio, mientras que junto al lugar del suceso, según me han dicho, solo está el camino de tierra por el que había pasado Moretti en bicicleta y por el que raramente pasa alguien. El lugar ha sido rodeado por hombres de las tres fuerzas de seguridad, mientras que una centuria7 (#litres_trial_promo) de la milicia, llegada del cercano cuartel Giovanni Berta, ha empezado a rastrear campos y bosquecillos de la zona y luego, edificio por edificio, también Vergiate”.
“... ¿Y Moretti? ¿Puede que hable?”
“No, Duce: Palumbo le ha retenido con la excusa de que era necesario que colaborase para escribir una declaración. Bajo sus órdenes, evidentemente no dadas en presencia de Moretti, un carabinero, con el agricultor delante de él, se ha dedicado a escribir a máquina con lentitud, preguntando, escribiendo, corrigiendo, etc. Entretanto, el subteniente avisaba a las demás fuerzas de policía y a la Milicia y ordenaba a su segundo, el brigada Aldo Pelassa, que fuera al lugar para cortar el tráfico y acordonarlo; luego el subteniente pidió las órdenes consiguientes a sus superiores. Estos, antes de responderle, me han puesto al corriente, dado lo delicado de la situación y he transmitido inmediatamente al subteniente la orden de tomar declaraciones en el cuartel de la Milicia, con la excusa de profundizar en las investigaciones, para indicarles qué tenían que decir exactamente. Me ha telefoneado hace poco el señor primero8 (#litres_trial_promo) Ilario Trevisan, comandante de la cohorte9 (#litres_trial_promo), y me ha dicho que Moretti ha llegado y está esperando en la sala de reuniones junto al cuerpo de guardia. Ahora Duce, espero sus instrucciones, las órdenes que se precisen, para transmitirlas a Trevisan”.
“Hmm… este Moretti, me ha dicho, es un fascista veterano y hay que tenerle contento... pero si habla, al menos por el momento... ¡Bueno! Mire, Bocchini, haga esto: déjelo libre, pero solo después de que hayamos difundido la noticia como nos convenga: haga que se comunique a radios y periódicos, lo habitual con la Stefani, que ha caído un meteorito del cielo y entretanto adoctrine apropiadamente a Moretti”.
La Stefani era la agencia de prensa oficial del régimen, encargada de dar a los medios de comunicación las noticias de la forma más conveniente y de controlar minuciosamente su difusión, así como de ordenar el secuestro de cualquier información desagradable que, por desgracia, hubiera empezado a circular. La dirigía el periodista fascista Manlio Moranti, nacido en el mismo lugar que Mussolini, en Forli.
“A sus órdenes, Duce”, había respondido Bocchini.
“Hábleme ahora del piloto de la aeronave”.
“En el interior había tres personas y ninguna estaba viva: dos cadáveres de hombres y uno de mujer, todos con ropas ligeras que los químicos analizarán en cuanto sea posible: calzaban mocasines y llevaban camisetas y pantalones, incluida la mujer, ropas parecidas a las que se ponen en vacaciones en la playa incluso las señoras más modernas...”.
“…mujeres descocadas”.
“Sí, Duce. Sin embargo, no eran uniformes, porque los colores que vestían eran muy distintos, uno de los muertos vestía completamente de negro, los otros respectivamente con camiseta verde y pantalones azul celeste, la mujer, y amarillo y gris, el hombre”.
“Querrían llegar rápido al mar”, había bromeado Mussolini, para sacudirse la incomodidad que se había apoderado de él.
El jefe de la OVRA, sin embargo, no le había entendido: “Duce, es posible que en aquel campo los motores generaran un calor muy intenso y por tanto...”
“... ¡Así que se ha dado cuenta, Bocchini!”
“P... perdón, Duce, no le había entend...”
“... está bien, seamos serios: pienso que esos tres son espías, no simples pilotos de pruebas. Es una pena que hayan muerto y sus hombres no puedan interrogarlos como es debido, siempre que no haya otros con vida, por supuesto: ¿piensas que alguno podría haber salido de la aeronave y estar escondido?”
“Duce, en su momento tuvimos por nuestra parte la misma sospecha y con razón, porque los asientos de aquel disco aéreo son cuatro, pero también se puede pensar ahora que no hubo supervivientes, porque toda la zona e incluso la localidad de Vergiate han sido rastreadas por la Milicia: creemos que uno de los asientos no estaba ocupado”.
“Hmm… sí, es verosímil. Aparte de esto, Bocchini, te digo que la presencia femenina en la aeronave me parece algo extraña, aunque en el mundo no faltan mujeres que sean pilotos de aviación, por otro lado excepcionalísimas” (a Mussolini el encantaban los superlativos, sobre todo los excesivos) “Como aquella aviadora americana de la que me hablaste en su momento, aquella que el año pasado había cruzado sola el Atlántico... ¿Cómo se llamaba?”.
“Amelia Earhart10 (#litres_trial_promo)”.
“Ah, sí... ¿no será ella por casualidad?”
“Lo estamos investigando, Duce. En todo caso, le advierto entre paréntesis que, desde hace muy poco, también nosotros tenemos una mujer piloto heroína, la joven marquesa Carina Negrone, de 22 años, que precisamente esta mañana ha conseguido la licencia de piloto en Génova, despegando en un hidroavión Caproncino desde el mar cercano al faro”.
“¡Bravo, Bocchini! ¡Buena noticia para la propaganda! La chica es de probada fidelidad fascista, ¿no?”
“Una patriota, Duce, le ha enseñado un piloto militar de la reserva, un héroe de la Gran Guerra, el industrial genovés Giorgio Parodi”.
“Le conozco, le conozco. Estupendo: mientras tanto te ordeno que se haga publicidad a través de la Stefani del logro de la valerosísima aviadora italiana: la noticia contribuirá a distraer a los periódicos con respecto a esa aeronave desconocida, ya que este hecho sin duda no favorecería la imagen de nuestra aviación. Al mismo tiempo bloqueamos la noticia del disco lanzando el bulo del meteorito. Hasta hoy nuestra Aeronáutica ha sido la primerísima del mundo y el mundo debe continuar pensándolo. ¡Mil kilómetros por hora! ¡Parece una novela de Julio Verne! Tenemos que lograrlo nosotros también, ¿eh?”
“Sin duda, Duce”, había asegurado Bocchini, aunque con respecto a la fabricación de aviones, él era como mortadela con fresas con nata.
“Si no me lo dijeras tú, no lo creería; mil kilómetros por hora; formidable; pero volviendo a la mujer muerta: su presencia en la aeronave corrobora lo que he dicho antes”.
“¿?”
“… ¡Que sí, que se trata de espionaje! La mujer, por serlo, no podría ser militar, sino una intérprete o algo parecido, de un servicio secreto”.
“Sí, Duce. Lo investigaré. Entre tanto, si me lo permite, le continúo informando”.
“Proceda”.
“Con otras tantas ambulancias, se han llevado los tres cadáveres a la morgue del Hospital Militar de Milán, donde han quedado a la espera de la autopsia. Al mismo tiempo se han reunido en el lugar del impacto camiones especiales y grúas móviles de la Aeronáutica, con neumáticos gruesos y orugas para terrenos sin asfaltar y han conseguido cargar el aparato y librar a la zona de su abrumadora presencia, evidentemente después de haber cortado el tráfico a lo largo de todo el trayecto, ya que el disco ocupa casi todo el ancho de la carretera”.
“¿Algún daño a los cultivos locales?”.
“Eh, sí, Duce, entre los neumáticos y las orugas, y considerando que hasta la carretera asfaltada solo estaba el camino de tierra, los campos a ambos lados de este han sufrido daños notables”.
“Indemnizaremos a los propietarios. Y advertiremos al prefecto local... ¿de qué provincia?”.
“Varese, Vergiate está en la provincia de Varese”.
“Sí, Varese. ¿Hay fotos del disco?”.
“Sí, Duce, se han tomado muchísimas fotografías”.
“Quiero verlas de inmediato”.
“Las están revelando, Duce. Mañana por la mañana, como muy tarde, estarán su escritorio mediante correo urgente de la Seguridad Pública”.
“Bien. Continúe”.
“La aeronave se ha guardado no muy lejos del lugar de aterrizaje, en la fábrica de las antiguas Oficinas Electroquímicas Doctor Rossi, adquiridas hace tiempo por la empresa aérea SIAI Marchetti, que las ha transformado en una fábrica de aviones. Junto a la instalación, la SIAI, con la aprobación del Ministerio de la Aviación y con la colaboración del Genio Aeronáutico, han preparado una pista para vuelos de prueba.
“¿Y con respecto a la seguridad?”
“Un manípulo11 (#litres_trial_promo) de la Milicia del cuartel Berta monta guardia tanto sobre el disco como sobre la pista; he nombrado a dos subtenientes de la OVRA, que me informarán diariamente”.
“Todos deben estar siempre fresquísimos de mente, para no sufrir ni un solo momento de distracción. ¿Harán turnos de veinticuatro horas?”.
“No, Duce: cambio del manípulo y de mis hombres cada doce horas, porque así todos están siempre alerta”.
“Bien. Escuche, Bocchini, no hace falta subrayar que esto tiene prioridad absoluta. Debe salir inmediatamente la prohibición a la prensa de hablar del suceso, solo se deberá hablar de un aerolito natural e insistir en ese cuento, aunque alguien con información haya dado ya información real. Dale los medios a la Stefani y haz precisar a los periodistas que los autores, aunque solo sean unos pocos, serán denunciados ante el Tribunal Especial para la Seguridad del Estado”.
El duro efecto de esa denuncia habría sido el confinamiento político en la peuqeña isla con acantilados de Ventotene, asignada para vacaciones forzosas de miembros desafectos del mundo de la cultura y periodistas insuficientemente fieles a las órdenes transmitidas por la susodicha propaganda de la Agencia Stefani.
“Adiós, Bocchini. Te llamaré”, había terminado Mussolini.
El jefe de la OVRA, después de responder a la despedida y colgar el teléfono, descolgó otro aparato, que estaba en comunicación directa con la central de la Stefani y había dado las instrucciones estrictas que había recibido del Gran Jefe. Había ordenado enviar dichas órdenes a todos los medios de información por vía telegráfica de inmediato.
La sede milanesa de la agencia se había activado inmediatamente, no solo porque era la más cercana al lugar del aterrizaje, sino porque en Milán residía el jefe de la Stefani, Manlio Morgagni y esa sección se consideraba tan importante, si no más, que la de Roma.
Inmediatamente después Bocchini en persona daba telefónicamente al Observatorio de Brera la orden de apresurarse a trasladar a la prensa el “boletín científico” que atestiguaría que el objeto visto en el cielo de Milán era absolutamente natural, un aerolito que había caído a tierra en campo abierto; a esto le seguiría una carta de solicitud de confirmación del director del observatorio que había sido entregada en mano por un correo de la Seguridad Pública, carta que solo debía ver y devolver de inmediato al portador, que la había devuelto al OVRA y que esta había archivado entre los documentos clasificados como alto secreto.
Capítulo 2

Permanecerían mucho tiempo sobre aquel planeta azul de masa un poco menor que la de su mundo y que tenía mares y continentes.
Poco después de llegada de la cronoaeronave a la órbita normal, los cronoastronautas habían lanzado el satélite de inspección para el mapeado y la investigación de posibles formas biológicas. Analizados los datos, habían encontrado vida animal dentro de los océanos y las grandes superficies acuáticas lacustres, pero no sobre la tierra emergida, aunque pudieron advertir vestigios de una civilización ya extinguida. La vegetación en tierra firme, que era en buena parte desértica, iba de los musgos a los arbustos y las matas y sobre la superficie de las aguas iba de las algas a los nenúfares: no había presente en aquel mundo ninguna forma vegetal más compleja.
Los exploradores científicos habían descendido a bordo de lanzaderas que se movían bajo el principio de la antigravedad, aprovechando la energía solar de la estrella más cercana y, como reserva, la producida por la fusión nuclear en la cronoaeronave y almacenada en los acumuladores de dichas lanzaderas. Cada una de ellas tenía como dotación estándar cuatro misiles equipados con bombas, dos eran potentes desintegradores y dos de fusión térmica, que no debían servir como armas, salvo en casos extremos, sino para operaciones científicas, como por ejemplo para levantar un terreno para investigación geológica. En caso de hostilidad de los nativos o presencia de animales feroces en el lugar de desembarco, por otro lado ausentes en este planeta, cada disco podía lanzar rayos que aturdían y paralizaban temporalmente. En cuanto a la defensa personal, cada investigador llevaba una pequeña pero eficaz arma paralizadora individual. Todos portaban también, para sus más diversas necesidades, una microcalculadora que, dependiendo de su psicología, estaba implantada quirúrgicamente en el cerebro y se activaba con el pensamiento o se llevaba en el bolsillo o la cintura y podía manejarse con la voz. Por fin, cada uno llevaba un pequeño contenedor con mosquitos electrónicos espías, activables mediante voz y útiles para la exploración del territorio de forma casi secreta, ya que parecían ser simples insectos.
En el océano y los lagos del planeta, los astrobiólogos habían capturado numerosos ejemplares vivos de diversas especies acuáticas, guardadas en dos grandes tanques de cápsula, como se llamaba familiarmente a los tanques cronocósmicos, uno de agua salada y otro de agua dulce. Las plantas acuáticas se guardaban en esos tanques siguiendo un criterio ecológico.
Los historiadores y arqueólogos de la expedición se concentraban en los vestigios y otras evidencias de la civilización desaparecida situada en torno al área de desembarco; se observaban, recuperaban y recogían inscripciones sobre monumentos y lápidas, sobre paredes del interior de los edificios y sobre las ruinas. Siempre en tierra firme, se habían recogido estructuras óseas de animales cuadrúpedos y bípedos de diverso tamaño y resultaban especialmente importantes unos esqueletos que recordaban, por forma y dimensión, con pocas diferencias, a los de los propios científicos: bípedos, con dos manos y dos ojos y, dada la posición de sus órbitas, de visión estereoscópica. Se habían descubierto restos de automóviles en las calles y fuselajes de aviones en viejos almacenes y amplios espacios que debían haber sido aeropuertos en un pasado lejano y ahora estaban cubiertos por una mezcla de arbustos y musgo. En lo que debían haber sido las habitaciones de la especie dominante se habían encontrado platos de cerámica, vasos de vidrio, calderos de aluminio y otros utensilios de cocina, así como lo que quedaba de neveras, lavadoras, radios y televisores. En ciertos edificios, los investigadores habían recuperado cuadernos y libros, algunos con páginas iniciales delgadas y delicadísimas y con escritos borrosos cuando no del todo desaparecidos y otros con hojas de mejor calidad que, gracias a una tinta mejor, habían resistido lo suficiente al tiempo, aunque sufriendo manchas y moho, y presentaban escrituras visibles. Algunos de esos hallazgos gráficos consistían en cálculos matemáticos. En un apartamento especialmente digno de mención, se había caído una pintura junto a lo que quedaba de un clavo oxidado ya casi convertido en polvo, que debía haberse desprendido de la pared hacía tiempo, arrastrando con él al cuadro. La habitación debía haber sido para la servidumbre. Se había recuperado también en el mismo lugar un aparato de audio con un disco de sonido registrado en el interior, en buen estado. A su lado, en el suelo, yacían dos esqueletos, uno de un adulto, envuelto en telas casi desparecidas debido al paso del tiempo, y el otro, sin ropa, de un recién nacido o tal vez un feto. En lo que parecía una sala de proyección se habían encontrado bobinas de películas, estando arruinadas las primeras que se encontraron; pero en la nave, buscando con cuidado, habían encontrado dos fragmentos de dos rollos que estaban en bastante buen estado. Se habían entregado al experto de restauración videosonora. El sonido de las películas sin embargo resultó irrecuperable, porque estaba absolutamente dañado el par de pistas, que no eran ópticas sino magnéticas y por tanto particularmente deteriorables, que se alineaban en los bordes de cada película: el sonido debía haber sido estereofónico. En uno de los dos fragmentos de película, el menos dañado y que se restauró el primero y se pasó a computadora, los estudiosos habían podido ver una calle con peatones en las aceras y un tráfico intenso de vehículos con motor de explosión, de formas similares a los chasis de automóviles y camiones recuperados. Restaurado también el segundo fragmento recuperable de película y transferido a la computadora, se había podido ver un lugar de vacaciones estivales con gente desnuda.
Capítulo 3

A primera hora de la mañana del 14 de junio de 1933, el “fascista veterano” Annibale Moretti, debidamente aleccionado y cansado por no haber dormido, salvo algunas breves cabezadas en una silla, quedaba libre para irse del cuartel Giovanni Berta y volver a casa, con grandes agradecimientos por la colaboración prestada.
Su bicicleta se había quedado en la Comisaría de Carabineros porque la mañana anterior había sido transferido al presidio de la Milicia en una camioneta; Moretti se había resignado a hacer a pie todo el camino hasta casa, que estaba a una decena de kilómetros del cuartel, ya que a nadie, del comandante al ayudante principal, al centurión encargado de la seguridad de la unidad y al oficial de guardia había pensado en hacerle el favor de ordenar que le llevaran en algún vehículo. Y tampoco le habían dado de comer, ni una cena la noche anterior, ni siquiera el desayuno de esa mañana, aunque fuera al menos con la tropa, se decía Annibale, si no con el grupo de suboficiales o incluso con los oficiales. Con el estómago vacío, había entrado en el primer café que había encontrado, que se llamaba “La Megasciada”, que en realidad era más un “trani”12 (#litres_trial_promo) que un café, pero que tenía una máquina napolitana13 (#litres_trial_promo) para los poquísimos clientes abstemios y, por la noche, para aquellos “traneros” demasiado alcohólicos como para volver a casa junto a sus mujeres sin haber ingerido antes un buen litro de vino peleón. Eran las 8 en punto cuando Moretti se sentaba y pedía café y pan. Había visto que el local tenía un aparato de radio y había pedido escuchar las noticias. La habían hecho caso y Annibale había podido oír, siendo citado anónimamente, el comunicado que había esperado: “… y el meteorito el primero que lo ha visto ha sido un valiente agricultor, fascista desde antes de la Marcha, que ha avisado de inmediato, con la habitual diligencia de un verdadero fascista, a los Carabineros Reales, los cuales, con otras fuerzas del orden, han recuperado y entregado a la ciencia lo que quedaba del objeto celeste”.
La noticia de ese meteorito había sido difundida al final de la tarde primero por el EIAR14 (#litres_trial_promo) y algunas ediciones de última hora de la tarde de los periódicos y, al día siguiente, por los de la mañana y los primeros noticieros de la radio. Annibale no se había sorprendido al oír hablar del meteorito, ya que en el cuartel Berta había sido invitado respetuosamente por varios oficiales a aprenderse de memoria una frase que hablaba del artefacto, escrita con letras de molde sobre un folleto por el comandante Trevisan, pero antes ideada y comunicada por teléfono por el mismo y meticuloso Bocchini. Era una pequeña lección pedante para repetir en público y en familia: “Se trata de un meteorito, es decir, de un objeto natural caído del cielo, aunque no redondo, sino con una extraña forma como de disco de piedra, parecida a las que se lanzan al agua para hacerlas rebotar, pero mucho más grande”. A primera hora de la mañana, primero el jefe de manípulo que estaba de guardia, luego el centurión responsable de la seguridad y la información y finalmente el señor primero Trevisan, en esta ocasión llegando antes de casa, habían interrogado escrupulosamente al agricultor. En todos los casos había dado pruebas de conocerse la lección al pie de la letra. Ante una pregunta concreta del comandante, de vuelta poco antes de que le dejaran irse, había asegurado que lo habría relatado exactamente así y jamás de otra manera, añadiendo resuelto para tener mayor credibilidad: “Sí, pero se entiende bien que es una gran roca plana del cielo, ¿o no? ¡Es evidente, señor primero!”. En rigor, el hombre, que era bastante inteligente a pesar de haber estudiado solo hasta el tercer grado elemental, no se lo había tragado y seguía convencido (¡Vaya trola! ¡Él no era idiota!) de que aquello era un avión hermoso y estupendo, con forma de disco extraño y secretísimo, sí señor, y no un objeto natural caído del cielo.
Esa misma mañana del 14 de junio de 1933, en el mismo momento en que Moretti estaba tomando su desayuno en el trani, escuchando las noticias de la radio y hablando consigo mismo, Mussolini estaba en el mismo despacho reflexionando de nuevo acerca de esa aeronave desconocida: “¿Prototipo francés, inglés o alemán?”. “Alemania”, se había dicho, “me parece poco probable, ese histérico bigotito de Charlot está en el poder desde hace solo unos pocos meses y además, con todos los problemas que tienen los alemanes, seguro que no piensan en proyectar nuevos aviones.15 (#litres_trial_promo) Pero ahora mismo el Bigotes16 (#litres_trial_promo) Adolf está dando órdenes a toda prisa”: Mussolini no sentía simpatía por aquel imitador político que le adoraba y que, hablando en público, caía en momentos de histeria y, como le habían dicho sus servicios secretos, caía a veces en privado en las más graves depresiones llenas de temor por el juicio del mundo y de sentimientos de inferioridad, cosa absolutamente inconcebible, sin embargo, para un arrogante apasionado como el Duce, que estaba absolutamente convencido de ser admirado, sobre todo por jefes de gobierno y ministros de otras naciones, como por ejemplo el Canciller de la Hacienda británico Winston (Winnie) Churchill, que le había visitado en Roma en el 2917 (#litres_trial_promo) y al que llamaba el cigarrón (“Gran fumador de cigarros puros Montecristo número 1”, le habían informado los eficientes servicios del OVRA); pero ser admirado por el Bigotes Adolf no le agradaba tanto, ¡ya ves!
Y sin embargo había sido precisamente el ejemplo de Mussolini el que había inspirado la actividad de Adolf Hitler, jefe de un movimiento análogo al fascismo, surgido a partir de un minúsculo Partido Alemán de los Trabajadores convertido en Partido Nacionalsocialista, que había expresado todo lo violentamente aberrante que había detrás de la derrota alemana, en primer lugar el fuerte militarismo tradicional y el racismo, con el cual el Fhürer con bigote al estilo de Charlie Chaplin había construido poco a poco su funesta doctrina que le había llevado a la cumbre de Alemania el 31 de enero de ese mismo año 1933 en el que Italia había capturado, en junio, el platillo volante.

Había sonado el teléfono blanco del Duce. Aunque eran ya pasadas las 19, Mussolini estaba en su despacho presidencial.
Era Bocchini: “¡Duce, le saludo!”
“¿Novedades?”
“Conocemos las nacionalidades probables de los tres cadáveres”.
“¡Bravo! ¿Cómo lo han sabido?”
“Fácilmente, gracias a los manuales del disco, todos en inglés, además de otros escritos en el mismo idioma en las etiquetas de la ropa interior de los tres muertos. Por cierto, sus camisetas y calzones nos han dado direcciones fiscales en Gran Bretaña y otros países anglófonos, pero la primera nación, teniendo en cuenta su poderío y la situación política actual, parece las más prob...”
“... ¡Sin duda! ¡La Gran Bretaña es probabilísima! Allí son maestros en meter las narices en las casas de otros y aunque sea verdad que el cigarrón me tiene mucha simpatía, siempre será un patriota inglés. Bueno, Bocchini, ya sabes qué debes hacer con los servicios del OVRA, mientras que yo daré órdenes a los militares”.
“Siempre a sus órdenes, Duce, pero tengo otro par de cosas que decirle”.
“Dilas”.
“Ante todo, su idea de que se trataba de pilotos de pruebas sino de espías ha resultado completamente exacta: lo hemos confirmado cuando en un compartimento interno hemos encontrado ropas burguesas, es decir, de estilo de ciudad y digamos no de vacaciones como las que llevaban los muertos y, sobre todo, se han descubiertos insignias fascistas”.
“¡Ajá! Querían aterrizar, disfrazarse y espiar ¡qué locos! ¿Había en la aeronave rollos y películas cinematográficas ya reveladas?”
“No, Duce, no se han encontrado, ni tampoco películas vírgenes, ni máquinas fotográficas ni cinematográficas: se han recogido diversos pequeños objetivos externos por todo el disco y a lo largo de su circunferencia, que muestran la peculiaridad de no usarse con cámaras, sino de conectarse, parece que a través de ondas de radio, a aparatos internos que parecen radiotransmisores, pero que, extrañamente, no tienen válvulas.
“¡¿Radios sin válvulas?! ¿Qué más han inventado esos malditos ingleses?”
“Podría tratarse de cámaras de recogida y radiotransmisión de imágenes, del tipo de las de la televisión experimental inglesa, lo que apoyaría la hipótesis del espionaje por parte de esa nación, pero, Duce, son radiocámaras18 (#litres_trial_promo) pequeñas, más bien pequeñísimas, no mastodónticas como las que hemos fotografiado secretamente en la BBC”.19 (#litres_trial_promo)
“Ahora necesitamos a Marconi, ¿eh?”
“Sí, Duce”.
Guglielmo Marconi era el inventor del telégrafo sin hilos y uno de los padres de la radio. Estaba entre los personajes más importantes del régimen, presidente desde septiembre de 1930 de la Academia de Italia, premio Nobel de física y además, entre otros muchos títulos, almirante de la Real Marina Militar, en la cual, después de un breve paréntesis en el Genio, había servido durante la Gran Guerra.
“Bocchini, ¿piensas que querían enviar fotos y películas a Inglaterra?”
“La sospecha me parece correcta, Duce”.
“... Y ahora mismo Marconi está embarcado haciendo experimentos. ¿En qué zona se encuentra su barco?”
“El almirante está volviendo del Océano Índico a través del Mar Rojo, pero sabemos por él mismo, a través de la radio, que echará el ancla varias veces para realizar otros experimentos que tiene programados”.
“No podemos pedirle que vuelva, sus experimentos son siempre fundamentales para Italia, pero en cuanto esté en la patria le llamaré. Entretanto, mantenme informado constantemente de todas las novedades con respecto a esa aeronave extranjera, telefonéame aunque sea a Villa Torlonia20 (#litres_trial_promo) si lo estimas necesario, pero sin fallos en caso de otro avistamiento de aeronaves extrañas. Adiós Bocchini y... ¡Muy bien!”.
Mussolini había ordenado de inmediato a los servicios secretos militares prestar especial atención a Gran Bretaña, pero sin ignorar a las demás naciones industriales anglófonas, e indagar en particular sobre aviones en forma de disco, máquinas cinematográficas sin película y aparatos de radio sin válvulas capaces de enviar imágenes.
Esa misma tarde, poco antes de abandonar el despacho y volver a Villa Torlonia, el Duce había dispuesto, siguiendo un impulso, como era habitual en él, llamar de China a su yerno Gian Galeazzo Ciano, conde de Cortellazzo y Buccari que, como cónsul plenipotenciario, residía en Shanghai con su mujer, la condesa Edda, nacida Mussolini: Se le había metido de repente en la cabeza la idea de nombrarle jefe del Gabinete de Prensa, el órgano romano encargado del control y guía de los medios de comunicación, con la ayuda de Bocchini y la Stefani, trayéndose así “directamente a casa”, había dicho a su esposa Rachele cuando había entrado a cenar, la dirección de la supervisión de la información.21 (#litres_trial_promo) Su consorte solo había murmurado, y no por primera vez, acerca de aquel azidèint d’ànder in cà,22 (#litres_trial_promo) ambicioso y además con aquel vozarrón un tanto masculino: ¡ya ves, no te gustaba mucho, ya ves!

Al final de la mañana del 14 de junio Annibale Moretti, una vez en casa, había tenido la infausta idea de contar a sus familiares la verdad sobre el disco y por la tarde su único hijo, un chico de diecinueve años a punto de hacer el servicio militar, había tenido la pésima iniciativa de hablar con sus amigos en “Il Rebecchino”, el trani del pueblo donde se reunían, entre otros, los braceros de su padre, en un tiempo comunistas radicales que odiaban a su padre, luego sometidos por la fuerza al régimen y finalmente seducidos por Mussolini, como tantos otros proletarios rurales e industriales, con ciertas ventajas que les concedieron como un círculo de formación y las excursiones del Istituto Nazionale del Dopolavoro, o como las residencias y las colonias marítimas y de montaña para los hijos pequeños. Los braceros de Moretti, debido a sus lenguas largas y su irrefrenable envidia hacia el patrón, la cual a pesar de la sumisión consolidada al fascismo seguía necesitando desfogarse, habían contado a la mañana siguiente por todas partes empezando, por los guardias civiles, que su patrón había dicho mentiras como casas, porque no había visto una piedra plana, sino un aeroplano enemigo en forma de disco que había caído junto a sus campos. En resumen: ¡catacrac! Annibale Moretti había sido detenido e internado en un manicomio: se hizo de tal manera que todos supieran que el pobrecito estaba loco y era por su bien que la autoridad actuara para curarlo, ya que confundir piedras con aviones solo podía crear complicaciones internacionales y, en resumen, era un pobre chalado y dejarlo en libertad era un peligro, para él y para todos. En cuanto al hijo, aunque, igual que su madre, se había guardado de comentar con nadie el internamiento de su padre, había recibido, pocos días después, un poco antes de tiempo, la carta de reclutamiento y había acabado en un batallón de gastadores del Genio, del cual había salido un mes después hecho pedazos dentro de una caja metálica sellada a causa de un desgraciado accidente en la formación debido a la impericia del recluta Moretti en el uso del explosivo: tal vez fuera verdad, pero el corazón de la madre albergaba la sospecha de una desgracia realizada por algún esbirro del régimen infiltrado entre las filas; sin embargo permanecía callada sin presentar denuncia y tampoco la Procuraduría Militar había tratado de hacer averiguaciones por su cuenta. Se había dejado en paz a la señora Moretti y esta había recibido inmediatamente una pequeña pensión: No se le había molestado, no solo porque había permanecido callada, sino también principalmente porque, en aquel tiempo, las mujeres se consideraban poca cosa, y nada en absoluto si pertenecían al pueblo ignorante, por lo que a las afirmaciones de una pueblerina semianalfabeta se les habría dado el mismo crédito que el que se habría dado al cacareo de una gallina.
Del pobre marido “fascista veterano” se había perdido la pista durante un tiempo, siendo transferido de un manicomio a otro, hasta que un día, en enero de 1934 llegó una postal a casa: no una carta, ya que así los empleados de correos del pueblo podían leerla y cabía esperar que la divulgaran, como acabó pasando. Con esa postal se avisaba a la señora Moretti de que su pobre consorte había muerto en Cerdeña en un hospital a causa de una pulmonía y se pedía permiso para sepultarlo de inmediato en el camposanto local o, si lo quería la familia, ir allí para llevárselo al cementerio de su tierra. La esposa debía haber contestado a los cinco días de la fecha de envío si hubiera querido trasladar los restos del consorte y en caso contrario el silencio se consideraría como aceptación de la inhumación en la isla. Ya habían pasado los cinco días, casi con seguridad Moretti había sido enterrado, así que la viuda había renunciado a actuar, considerando también la dificultad, para una mujer sola e ignorante, de ir a Cerdeña, proceder a la exhumación y hacer mandar el féretro al pueblo lombardo.

Mussolini, que había dormido estupendamente toda la noche, entró a las 7 de la mañana del 15 de junio de 1933 en el cuarto de baño para las actividades normales después de despertar y había tomado una de sus súbitas decisiones mientras estaba orinando.
Al llegar al despacho, eran las 8 horas y 10 minutos, había convocado, ¡en una hora!, al ministro de educación nacional, Francesco Ercole, y al de guerra, Pietro Gazzera23 (#litres_trial_promo): lo que había presentado también interesaba a los ministerios de asuntos exteriores24 (#litres_trial_promo) y de interior, pero estaban a cargo del propio Mussolini provisionalmente; sin embargo había hecho venir al subsecretario de interior, Guido Buffarini Guidi, ya que, en la práctica, este dirigía aquel ministerio.
Exactamente 45 minutos después, los dos ministros y el subsecretario, a través de la puerta de doble hoja del despacho-salón previamente abierta de par en par por un criado, desde la que se veía el escritorio y el sillón del jefe de gobierno, que se encontraban casi al fondo de la parte opuesta del espacio, habían entrado al mismo tiempo y se dirigían a paso ligero hacia del Duce, hombro con hombro, según una recientísima disposición de Mussolini en persona; entretanto el criado cerraba tras ellos la puerta: oficialmente la orden de apresurarse tenía como justificación reducir el tiempo dedicado a las audiencias, principalmente para que el Gran Jefe se ocupara de otros asuntos; pero sobre todo a Mussolini le gustaba muchísimo ver a aquellos señores con camisa y chaqueta negra obedeciéndole ridículamente: en junio de 1935 incluso haría saltar gimnásticamente a toda su jerarquía los círculos de fuego durante el llamado “sábado fascista” o, más exactamente, durante la tarde de ese mismo día, dedicado a la gimnasia y la educación militar, algo que debían preocupar nada menos que a todos los italianos. Ya el hecho de recorrer caminando la larga sala, con el Duce impertérrito al fondo junto al escritorio presidencial, con los brazos cruzados, la mandíbula altiva y los ojos dirigidos a los ojos del convocado de turno o pasando de uno a otro de los congregados cuando eran más de uno, como en nuestro caso, habrían causado una notable incomodidad, pero pasar el salón a paso ligero domesticaba a todos y los hacía dóciles cuando ya llegaban a la altura del Duce. Después de recibir las órdenes, los convocados debían saludar a la romana al jefe supremo, girar sobre sus talones y, siempre a paso ligero, hop, hop, salir por la puerta abierta entretanto por el ujier al que Mussolini había avisado previamente pulsando un botón sobre el escritorio en cuanto estos le habían dado la espalda. No quería, en el fondo, tener colaboradores, aparte del fiel Bocchini, sino simplemente marionetas.
Con pocas palabras, había dado órdenes a los dos ministros y al subsecretario de constituir en la Universidad de La Sapienza de Roma “¡en tiempo récord!” un grupo secreto de científicos y técnicos, “denominado, convencionalmente”, había añadido, “Gabinete RS/33, acrónimo de Ricerche Speciali (Investigaciones Especiales) año 1933”: Mussolini, antiguo maestro de escuela, presumía de ser un gran experto de la lengua italiana y no era nuevo que acuñara siglas o expresiones; también el misteriosísimo OVRA era suyo.

El Gran Jefe no había convocado con los demás a un cuarto ministro, también fundamental para el gabinete constituido, el de aeronáutica, general Italo Balbo, y le había invitado, solo, a las 16 horas; sin embargo, sabía bien que, siendo aquel hombre un fascista veteranísimo y uno de los cuatro jefes a la cabeza de la Marcha sobre Roma, los llamados Cuadroviros de la Revolución, y ante todo convencido absolutamente de su propia valía, Balbo nunca se presentaba con humildad, ni siquiera a paso ligero, estando siempre dispuesto además a criticar al Duce a la cara, tal vez incluyendo alguna insolencia. Después de todo, disfrutaba de un gran predicamento en el país, compitiendo en popularidad con el mismo Mussolini. Era uno de los poquísimos en el ámbito político que le tuteaba, algo que el Duce aceptaba, pero con fastidio: sentía una gran envidia cuando se reunía con Balbo, aunque la ocultaba y no había hecho nada por el momento para hacerle daño, pero pretendía alejarse de él a la primera ocasión: eso pasaría al final del mismo año 1933, promoviéndole al máximo grado aeronáutico, mariscal del aire, después de haberle cubierto con grandes elogios y, poco después, el 26 de noviembre, haciendo que el rey le nombra gobernador de la llamada Cuarta Frontera, la colonia italiana de Libia, exiliándolo así en la práctica.
Esa misma tarde del 15 de junio, después de haber recibido a Balbo y haberle dado las órdenes, el Duce había encargado a la policía del OVRA, en la persona de Guido Bocchini, que supervisara el trabajo del gabinete recién creado y que le reportara cualquier novedad que mereciera la pena.
En un tiempo absolutamente récord, en todas las capitales de provincias se constituyó secretamente una “sección especial RS/33” específica del OVRA, con la tarea principal de avisar a Bocchini de cualquier eventual nuevo avistamiento de aeronaves desconocidas, de cualquier forma, y de interesarse inmediatamente y de falsificar directamente los testimonios no militares. Cada avistamiento debía reportarse a través de un formulario ideado por el propio Bocchini, con las siglas RS/33.FZ.4, cuyo modelo se había transmitido prontamente, con un mensaje adjunto, a todas las prefecturas italianas y, desde cada una de estas, a todos los comandos dependientes de las fuerzas de seguridad, así como a los cuarteles locales de la Milicia; se había enviado un modelo análogo, destinado a los oficiales de la Aeronáutica, desde la oficina ministerial de Balbo a todos los comandos aéreos para que lo distribuyeran a los departamentos dependientes. Mussolini también había decidido que cualquier informe relativo a avistamientos por parte de personas civiles debía pasar por el OVRA y de ahí debían enviárselo directamente a él y a los cargos Italo Balbo, como ministro de aeronáutica, y Gian Galeazzo Ciano, como director entrante del Gabinete de Prensa, así como a la sede romana del Gabinete RS/33.
Aunque no era un estudioso, también Balbo había sido incorporado al mismo Gabinete, por su determinación al promover la Real Aeronáutica Militar, siendo su lema: “Es esencial sublimar la pasión por el vuelo para hacer de Italia el país más volador del mundo”. En cuanto a los científicos miembros, a la cabeza del RS/33 se nombró a Guglielmo Marconi. Estando sin embargo de crucero en torno al planeta con su propio barco-laboratorio, el Elettra (el nombre era el mismo que el de su hija), Mussolini había decidido que, por el momento, el Gabinete estaría dirigido por el astrónomo y matemático profesor Gino Cecchini, de Observatorio de Milán Merate: la intención del Duce era solo provisional todavía, pero dadas las ausencias sucesivas del premio Nobel en muchas otras investigaciones, Cecchini quedaría definitivamente al cargo del RS/33. Los otros científicos pertenecían a las ramas de la medicina, las ciencias naturales, la física y las matemáticas de la Real Academia de Italia, además del presidente del Consejo Superior de Obras Públicas, el conde y senador Luigi Cozza, que había sido asignado al Gabinete como referente organizativo y miembro de enlace con el Gobierno.
En primer lugar, se trataba de entender el funcionamiento de la aeronave extranjera, para poder construir no solo otras similares, sino posiblemente mejores, manteniendo así a Italia “de una manera formidable” según las palabras del Duce, a la cabeza de la tecnología aeronáutica que, en esos años, era reconocida en el mundo y, con ella, la supremacía militar concreta en el aire y el sometimiento psicológico a Italia de sus potenciales enemigos. El programa comportaba la concentración de las investigaciones cuanto antes en un centro dotado de las instalaciones más modernas, que fue denominado de inmediato Instituto Central Aeronáutico y que se pretendía crear en las afuera de Roma, pero no lejos de la sede universitaria del RS/33; se había identificado enseguida el lugar, que era el campo de aviación Barbieri en Montecelio, donde se levantarían las instalaciones entre 1933 y 1935 y en torno al cual se edificaría la nueva ciudad de Guidonia.
Capítulo 4

Tal y como aparecían en el segundo fragmento de película, los nudistas alienígenas eran personas similares a los seres humanos, aparte de algunas características importantes:
Tenían una cara similar al rostro del koala terrestre, pero sin pelambrera y con cuatro dedos en cada mano, igual que eran cuatro los esqueletos humanoides recuperados, y por eso la aritmética de esa especie inteligente, como se deducía de las hojas con cuentas y se había podido verificar tras descifrar los símbolos, gracias los cálculos de la doctora de 29 años Raimonda Traversi, genio matemático y estadístico del equipo, era de base ocho25 (#litres_trial_promo): los ancestros de esos koalas antropomorfos debían haber empezado a contar en un pasado lejano con sus ocho dedos, mientras que los seres humanos habían usado para ese mismo fin sus diez dedos creando, por el contrario, una aritmética decimal; otra diferencia relevante era un marsupio en el vientre de las mujeres: “Especie mamífera marsupial placentada”, había decretado con absoluta obviedad el doctor mayor Aldo Gorgo, de 50 años, desliñado y desgarbado, cirujano militar de a bordo y biólogo coordinador del grupo científico astrobiológico.
Todo lo recuperado indicaba que, en el momento de su desaparición, la civilización del planeta 2A Centauri26 (#litres_trial_promo) se encontraba en la misma situación científico-tecnológica que la Tierra en la primera mitad del siglo XX; sin embargo, una primera datación aproximativa de los diversos objetos y los esqueletos había indicado que estos eran de una edad equivalente a los años terrestres entre 1650 y 1750, por lo que la civilización alienígena, en el momento de su extinción, había precedido en más de dos siglos a la de nuestro planeta: al volver a casa, se repetiría la datación con instrumentos más sofisticados que los portátiles de la cronoastronave 22, pero muy probablemente no se habrían equivocado por mucho.
Entre los científicos había un gran deseo de descubrir la causa de la desaparición de aquella raza inteligente. En primer lugar, habrían podido obtener respuestas de la grabación del disco fónico recuperado, después de la limpieza sonora y un trabajo de interpretación, lo que no era fácil a pesar de la ayuda de los robots traductores, y también podrían haber ayudado dos documentos en papel recuperados en la misma habitación; pero este estudio y otros solo podrían llevarse a cabo tras volver a la Tierra en la Universidad de La Sapienza de Roma, en nombre la cual había llegado la misión científica a ese planeta; y ahora era el momento de regresar a casa, al haber pasado el periodo, correspondiente a un máximo de tres meses terrestres después de la partida, tras el cual era obligatorio volver, debido a una ley del Parlamento de los Estados Confederados de Europa, la Ley del Cronocosmos.

Tras la cena, la mayor ingeniera Margherita Ferraris había comunicado sin preámbulos a los oficiales fuera de servicio y los científicos, todos sentado con ella en torno a la gran mesa de la sala de comidas y reuniones: “Señores, pronto volvemos a casa”: Margherita era una soltera de 37 años estilizada y de casi un metro ochenta y cinco, de cabello negro y rostro redondo y gracioso: una persona decidida y una oficial absolutamente brillante; se había licenciado con la máxima nota hacía una docena de años en ingeniería espacial en el Politécnico de Turín y, habiendo sido admitida por concurso durante el último bienio también en la Academia Cronoastronáutica Europea, asociada con ese y otros politécnicos del continente, había obtenido el grado de teniente del cuerpo al mismo tiempo que la licenciatura; tras entrar en servicio, fue asignada al principio como segundo oficial en una nave cronoastronáutica que llevaba el número 9, lo que equivalía a decir que era la novena en orden de construcción y al año siguiente había ascendido a subcomandante de la misma cápsula con el grado de capitán: tenía una completa experiencia, ya que la nave 9 estaba dedicada principalmente a misiones especiales y, en los últimos años, a los viajes al pasado de la Tierra; Margherita había sido ascendida recientemente a mayor y había conseguido el mando de la novísima nave 22.
“Estamos impacientes por escuchar el disco sonoro en cuanto lleguemos a nuestro laboratorio de Roma”, había dicho a los comensales el profesor Valerio Faro, director en La Sapienza del Instituto de Historia de las Culturas y de las Doctrinas Económicas y Sociales, un soltero cuarentón de pelo rubio de casi dos metros de alto y físico robusto.
“Sí, yo también estoy impaciente”, había dicho también la doctora Anna Mancuso, investigadora de historia y colaboradora del Faro, una treintañera siciliana delgada y de grandes ojos verdes, rubia por ser descendiente lejana de los ocupantes normandos de la isla, guapa a pesar de no ser muy alta, apenas un metro setenta y cuatro, frente a la media femenina europea de uno ochenta.
“Yo también tengo una gran curiosidad al respecto”, había intervenido el profesor antropólogo Jan Kubrich, un profesor asociado de la Universidad de La Sapienza de 45 años, rubicundo y grueso, de un metro ochenta y cinco, estatura media para los patrones masculinos de ese tiempo, hombre científicamente riguroso, pero por desgracia apasionado por el vodka lima hasta el punto de poner en peligro su salud.
Le había seguido Elio Pratt, profesor asociado de astrobiología en La Sapienza, de 40 años, especializado en fauna y flora acuáticas, así como excelente submarinista, premiado en competiciones de inmersión en los mares terrestres: “Ya he podido conseguir muchos resultados sobre las especies que he reunido en los tanques, pero sin duda en Roma podré profundizar mucho más”.
“Seguiré con mucho interés vuestro trabajo y creo que podría seros útil con las traducciones”, había dicho por su parte la matemática y estadística Raimonda Traversi.
El coordinador del grupo astrobiológico, el doctor Aldo Gorgo, sin embargo no había hablado: siendo el médico militar a bordo y no profesor ni investigador universitario, sencillamente había continuado con su servicio en la nave, dejando la continuación de las investigaciones a los demás estudiosos.

Menos de una hora después, hora terrestre, la nave 22 había abandonado la órbita del planeta dirigiéndose al espacio profundo para llevar a cabo, a la distancia reglamentaria de seguridad, el salto cronoespacial hacia la Tierra: igual que a la llegada, antes de entrar en órbita 2A Centauri se presentaba a los cronoastronautas en su totalidad, cubierta de hielo en las zonas ártica y antártica, sin tierras entre ambas y con los dos continentes, ambos en áreas boreales, de tamaños poco menores que Australia, separados por un estrecho brazo de mar, mientras que la otra cara del planeta estaba completamente cuberita por un océano.

A las 10 horas y 22 minutos, hora de Roma, del 10 de agosto de 2133, la cronoastronave 22 estaba en órbita en torno a nuestro mundo. Sobre la Tierra habían transcurrido poco más de dieciocho horas desde que la expedición científica se había embarcado a las 16:20 del 9 de agosto con destino al segundo planeta de la estrella Alfa Centauri A: gracias al dispositivo Cronos de la cápsula, sobre la Tierra no había pasado ni siquiera un día, aunque la expedición había estado mucho tiempo en aquel mundo extraño. El cansancio que sentían todos era sin embargo el de meses de trabajo realizado.
Los científicos y la parte de la tripulación que iba a disfrutar del primer turno de descanso estaba deseosa de relajarse, algunos que no tenían familia con unas vacaciones tranquilas, algunos en la paz doméstica reencontrándose con sus seres queridos después de la larga separación. Los familiares, por el contrario, no sufrían la sensación de separación, pues para ellos pasaba muy poco tiempo hasta volver a reunirse. Tras la primeras experiencias, los viajeros y sus seres queridos se habían acostumbrado a las consecuencias de ese anacronismo, entre las cuales estaba el envejecimiento de quien se había ido, aunque no fuera muy evidente, porque por este motivo, además de por el estrés que conllevaban, las misiones no podían durar más de tres meses. A diferencia de lo que había previsto Einstein para los viajes especiales simples a velocidad próxima a la de la luz, según la cual el astronauta seguiría siendo joven y los habitantes de la Tierra habrían envejecido, las expediciones con saltos temporales no influían en la edad del cronoastronauta, solo sufrían la acción envejecedora natural debida al transcurrir de los meses durante las estancias en otros planetas y, para los cronoviajes, en la Tierra del pasado.

Las comunicaciones desde y hacia nuestro planeta habían permanecido interrumpidas desde el salto de la nave 22 al planeta extraterrestre, algo que se hacía por razones de seguridad, según los reglamentos, a partir de la distancia de un millón de kilómetros de la órbita lunar: sin embargo las transmisiones de radio y televisión eran completamente inútiles, pues al viajar las ondas a una velocidad que apenas se acercaba a la lentísima de la luz, habrían llegado al planeta mucho tiempo después: al planeta 2A Centauri habrían llegado desde la Tierra cerca de 4,36 años más tarde,27 (#litres_trial_promo) cuando los exploradores ya habrían vuelto hacía rato. Siempre era así en los viajes espaciales y, evidentemente, a causa del desfase cronológico, también en los viajes en el tiempo: las cronoastronautas estaban completamente aislados, su única “comunicación”, por decirlo así, eran los llamados “congelados”, con lo que se referían a todas las informaciones relativas a la Tierra, desde la historia más antigua a la más reciente, tratadas por los procesadores electrónicos públicos del mundo e incluidas justo en el momento de partir en la memoria de la computadora de a bordo y, para ciertos datos, también en las individuales de los miembros de la tripulación y de los investigadores: también esos procesadores personales, a pesar de su extrema pequeñez, eran potentísimos, con capacidad de memoria y prestaciones inimaginables en el momento de los primeros dispositivos electrónicos personales del siglo XX y los mismos PC de las primeras décadas del 2000.
Apenas entraron en órbita, la comandante Ferraris había ordenado abrir el contacto con el astropuerto de Roma, en el cual se proponían desembarcar los investigadores y el personal de permiso.

¡Sorpresa!
Aunque la rigurosa disciplina de a bordo había impedido a la tripulación expresar sus emociones, la situación con la que se habían topado era repentinamente muy alarmante: ¡las comunicaciones con tierra eran en alemán! Sin embargo, desde hacía mucho tiempo, la lengua universal era el inglés, aunque no habían desaparecido otros idiomas, entre ellos, la lengua de Goethe y de Hitler, que todavía se hablaba en la intimidad, como en un tiempo había pasado con los dialectos.
Como iban a entender enseguida la tripulación y los estudiosos de la 22, había pasado algo históricamente terrible y los esperaba allí en tierra, algo que iba a trastornar su alegría y que ya había anulado, como si no hubiera pasado, aquella buena vida de la que durante ochenta años había disfrutado Europa y mucho otros países y a la cual ya se acercaba el resto de la Tierra gracias a un pacto entre todos los estados del mundo, acordado en 2120, que había llevado, a partir del ejemplo de casos históricos precedentes en distintas zonas,28 (#litres_trial_promo) a un mercado internacional sin aduanas, considerado por todos como un primer esbozo de una unión política mundial: sobre la experiencia histórica no se pretendía crear, como segunda fase, una moneda única sin haber unido antes políticamente al mundo y constituido al mismo tiempo un instituto de emisión central global dotado de plenos poderes monetarios; se tenía en cuenta la amarga lección de la Europa de los primeros años del 2000 en los que el euro había precedido a la unión política con graves daños para muchos estados miembros, necesitados en cierto momento de más moneda sin que pudiera venir en su auxilio un instituto autónomo europeo de emisión, situación por la cual la propia unión había estado durante un tiempo a punto de disolverse, hasta que prevaleció la razón y se constituyó la Confederación29 (#litres_trial_promo) política europea, con la propia Banca Central de emisión. Por otra parte, la historia de la Tierra ya había sufrido especialmente antes de aquella primera crisis europea, su conclusión y los consiguientes ochentas años prósperos y pacíficos que la habían seguido: en el siglo XX, el mundo había pasado por dos guerras mundiales terribles, con decenas de millones de muertos, y diversos conflictos locales y, una vez vencida la fiera nazifascista, había sufrido la llamada guerra fría entre Occidente y la Unión Soviética; pero esa historia era pasado, en casi todo el mundo, por la muerte liberadora de la otra dictadura política, el comunismo; aunque se había encontrado con el capitalismo extremo y la consiguiente quiebra de la espiritualidad. Finalmente, a mediados del siglo XXI, se había producido el despegue, que concluyó con el logro de una condición pacífica y próspera imposible de imaginar en los siglos anteriores.
Esa condición benigna se había desvanecido y era en ese momento historia alternativa. Había igualmente una paz mundial, pero no liberal, basada, como ignoraban por el momento los embarcados en la cápsula 22, en una Segunda Guerra Mundial alternativa, disputada con bombas disgregadoras y ganada por la Alemania nazi; se trataba de una paz que, parafraseando un antiguo dicho latino,30 (#litres_trial_promo) en realidad era solo un desierto en el alma, que había comportado la desaparición de razas enteras: primero la judía, aniquilada, y luego la negra africana reducida por completo a la esclavitud y obligada a trabajar de forma inhumana hasta provocar casi su extinción. Solo se había respetado a los pueblos de las llamadas “raza amarilla” y “raza árabe”, ya que pseudoestudios antropológicos habían declarado que se trataba de pueblos paralelos derivados de una división evolutiva de la estirpe indo-aria, producida doscientos mil años antes; en realidad, los motivos habían sido prácticos: por un lado, casi con seguridad a la relativamente poco numerosa “raza” aria que había conquistado el mundo le habría sido imposible exterminar del todo a la enorme población de piel amarilla; por otro, en el siglo XX los árabes habían sido, igual que los nazis, firmes enemigos de los judíos, es más, habían sido aliados de Alemania en la guerra de espías de la década de 1930 y esto les había granjeado la magnanimidad de Hitler, aunque les había resultado bastante difícil a los antropólogos nazis justificar la discriminación, teniendo los judíos y los árabes el mismo origen semita.
Los encargados de las comunicaciones de la nave 22, sin descomponerse, aunque, como todos, con el ánimo por los suelos, y sin necesidad de recibir las órdenes de la comandante, habían activado, sin decir ni una palabra, uno de los traductores automáticos de a bordo, que eran bidireccionales y, con la excusa de que la palabras no habían llegado con claridad, habían solicitado que las repitieran. Se había recuperado la comunicación con Roma, expresada en inglés internacional, a través del traductor de la computadora: se trataba de órdenes normales de servicio por parte de los encargados del tráfico astroportuario. Se habían seguido al pie de la letra pero aunque la disciplina del personal a bordo, aprendida en las academias por los oficiales y los suboficiales del Cuerpo Astronáutico, había evitado tropiezos y tal vez problemas, los corazones de todos latían con fuerza.
La comandante había hecho que las videocámaras de la cápsula 22 tomaran imágenes cercanas de la Tierra desde la órbita en que giraba la aeronave, evitando lanzar satélites exploradores a otras órbitas para que nadie sospechara en la Tierra, dado que no esto habría estado conforme con la práctica de reentrada.
Después de reflexionar y consultar con el primer oficial, capitán Marius Blanchin, un parisino de treinta años y metro noventa, flaco, de pelo rojo y ojos verdes heredados de su madre irlandesa, Margherita había decidido descender personalmente al astropuerto para una inspección directa, para tratar de comprender un poco mejor la situación antes de asumir otras iniciativas. Como no conocía el alemán, aunque tenía un traductor incluido en el micropersonal, había pedido a Valerio Faro que la acompañara, dado que este entendía y hablaba ese idioma con fluidez, pues lo había estudiado a fondo en su momento, para su trabajo de fin de carrera en Historia de las Doctrinas Económicas y Sociales, centrada en las obras del alemán Karl Marx, y lo había usado posteriormente para otras investigaciones históricas: Margherita juzgaba que, en caso de que fuera necesario expresarse en alemán cara a cara con alguien, sería oportuno que hablara directamente alguien que conociera bien la lengua, sin hacerlo a través de instrumentos, reduciendo así el riesgo de ser descubiertos.
Entretanto, usando uno de los traductores automáticos de a bordo, la comandante había pedido a Roma autorización para tomar tierra con una disco-lanzadera. Se la habían concedido sin problemas. En Margherita se había reforzado la idea, que ya le había venido al constatar que no había habido tropiezos en tierra, de que la comandancia del astropuerto sencillamente conocía la misión.
Un tal Paul Ricoeur, soldado del pelotón de Infantería de Astromarina que había sido asignado a la aeronave con responsabilidades de protección, había ocupado su puesto en el disco junto a la comandante, Valerio Faro y la piloto sargento Jolanda Castro Rabal. Cada uno de los cuatro llevaba consigo un paralizador individual.
Al llegar a tierra habían visto, asombrados, que en el mástil que remataba la torre del astropuerto de Roma ondeaba la bandera de la Alemania nazi, en lugar del habitual azul turquesa con estrellas doradas dispuestas en círculo de los Estados Confederados de Europa.
La comandante había ordenado a la piloto: “Jolanda, quédate en el disco, mantente en estado de preascenso y estate lista para despegar”, tras lo cual había desembarcado con los demás. Entraron en el edificio del astropuerto. Aquí el trío se había topado con diversos símbolos nazis; entre otros, habían encontrado un gran bajorrelieve conmemorativo que homenajeaba a “Adolf Hitler I, Duce y Emperador de la Tierra y Conquistador de la Luna” y, oyendo hablar en alemán a las personas con las que se cruzaban y viendo a algunas saludarse con el brazo en alto, como en el Tercer Reich, los tres habían verificado sin ninguna duda que se encontraban en una sociedad políticamente muy distinta de la suya, en la que no había espacio para la democracia viva que habían dejado cuando partieron, sino que en ella dominaba el nazismo.
Mientras el pequeño grupo volvía sobre sus pasos, Margherita había susurrado vacilante a sus dos compañeros: “Podría tratarse de un problema desencadenado por nosotros mismos debido a un mal funcionamiento del dispositivo Cronos”.
Apenas llegados a bordo de la lanzadera, había ordenado a la piloto la vuelta a la nave.
En los pocos minutos necesarios para llegar a la aeronave, el pensamiento de todos se había dedicado a las respectivas familias; si habrían podido encontrar a sus seres queridos e incluso si existirían: Margherita había dejado en nuestra Tierra padre, madre y una hermana menor, también ingeniera, pero civil, y con un estudio profesional; Valerio a su mamá, un hermano casado y dos sobrinos; la piloto, a su marido; el soldado, a su esposa y una hija.
Solo era seguro que aquel desorden temporal no había afectado a la tripulación ni a los pasajeros de la cronoastronave, porque ninguno se había englobado, ni siquiera psicológicamente, en la nueva sociedad nazi.
La comandante se proponía recoger, tan pronto como estuviera a bordo, noticias de esta nueva y desconocida Tierra alternativa conectándose a un archivo histórico a través de una de las computadoras principales de la nave, pero con precaución.
En el momento de salir del disco en el astrohangar, Valerio Faro le había dicho: “Margherita, he estado pensando y tal vez te equivocas: el problema puede haberse debido, no a nuestra nave al volver, sino a una cápsula de exploración en el pasado y tal vez no nos haya influido debido a la lejanía de la Tierra de la 22 durante el cambio histórico”.
“Hmm…”, había reflexionado ella murmurando.
Él había continuado: “Margherita, a pesar de las grandes cautelas que impone la ley para los viajes al pasado de la Tierra, no puede existir la certeza absoluta de que no se haya modificado el futuro. ¿Qué crees? ¿No es tal vez posible que los daños provengan de la cápsula 9? Te acuerdas, ¿no? ¿Que solo un par de días antes de que iniciáramos el vuelo hacia 2A Centauri había saltado a la Italia de 1933, con el equipo histórico del profesor Monti?”
“Tal vez tengas razón”.
Efectivamente, aunque hasta entonces ninguna misión histórica había interferido con los acontecimientos de la Tierra, habiendo respetado todas siempre las órdenes gubernativas de no injerencia, un accidente no era sin embargo del todo imposible, hasta el punto de que, como recordaba la historia, la primera cronoexpedición histórica había podido crear un problema temporal: uno de los discos, mientras se encontraba en 1947 en una exploración a baja cota sobre Nuevo México, fue avistado y atacado por una formación de bombarderos de la USAF y dañado poco después por baterías antiaéreas de la aviación militar situadas cerca de allí. La lanzadera, dañada, tuvo que aterrizar en una localidad desértica cerca de Roswell y los cuatro ocupantes fueron embarcados rápidamente en otro disco y puestos a salvo. No se había producido ningún desorden temporal solo gracias a un dispositivo particular del que estaban dotados todas la lanzaderas y que el piloto había activado antes de abandonarla: un dispositivo que había fundido todas las partes útiles para posibles trabajos de ingeniería inversa, por lo que la chatarra recuperada no había podido servir a las fuerzas armadas de Estados Unidos.
También se sabía que la cronoastronave 9 no era muy moderna, como señalaba el número bajo de serie, por lo que no resultaban inverosímiles problemas imprevistos, a pesar de los constantes trabajos de manutención.
Como suponía Faro, según los oficiales ingenieros de la 22, la nave y sus seres humanos no se habían visto afectados por el giro en el tiempo (como lo había llamado Margherita) porque la cápsula había vuelto más allá del espacio-tiempo en torno a 2A Centauri y eso les hacía suponer, también como había pensado Valerio, que el desorden temporal no lo había causado la cápsula sino otra crononave que, antes de 2133, habría modificado accidentalmente el futuro a causa de cualquier infortunio.
La comandante había entendido finalmente que si la calamidad se hubiera debido a la cronoastronave 22 en la reentrada en órbita, los más verosímil habría sido que todas sus computadoras y los seres humanos que transportaba hubieran cambiado convirtiéndose en parte del mundo nazi.
Ahora se trataba de saber cuántas y cuáles expediciones históricas, seguramente entre las que ya hubieran vuelto antes de que la cápsula 22 hubiera abandonado nuestro mundo, habían saltado al pasado durante el breve lapso de tiempo en la Tierra entre la partida y retorno de la nave de Margherita: ¿solo la del profesor Monti y sus equipos con la nave 9 o tal vez alguna más?
También era importante considerar, como había señalado Valerio después de haber reflexionado posteriormente, una posibilidad distinta de la de un solo universo transformado por accidente, la de los universos paralelos: se trataba de una conjetura seria para muchos astrofísicos, mantenida durante decenios entre las teorías más disparatadas que todavía no se habían verificado ni siquiera experimentalmente; si esa hipótesis fuera cierta, no habría sido un giro en el tiempo que habría modificado el futuro de la Tierra, sino que la cronoastronave 22 habría saltado en un momento concreto, por un error de maniobra o un problema en el aparato Cronos, a un universo paralelo bastante cercano al de la Tierra, otro cosmos en el que subsistía una Tierra alternativa nazi en lugar de nuestro mundo y, en este caso, habría sido cierto lo que había temido Margherita: la causa habría sido la propia nave.
Se había discutido.
Valerio había dicho en un determinado momento: “Supongamos una pluralidad inconmensurable de universos, teniendo cada uno en su origen una sola decisión; por ejemplo, un cosmos deriva de mi resolución de ir a cierto lugar donde me espera un accidente que me mata, mientras que si no voy sigo vivo y no aparece ese universo; bien, como historiador y como filósofo me pregunto si la multiplicidad de universos es solo hipotética y siempre hay realmente solo un único universo originado, poco a poco, por las decisiones verdaderamente tomadas y, en particular, si cada persona vive en muchos de ellos, es decir, que haya un yo para cada posible decisión propia o de otros y para cada acontecimiento influyente y por tanto existe en Tierra y Tierra alternativa y Otra Tierra y así sucesivamente. ¿Cada uno de estos hechos y decisiones crea un nuevo universo real o no? Con respecto a nosotros, en este mundo nazi, ¿existen nuestros alter egos?”
Había intervenido el antropólogo Jan Kubrich: “A ver si lo he entendido bien, Valerio: por ejemplo, en un caso le cae en la cabeza a un peatón un tiesto y lo mata, esa persona muere y punto y no hay otro universo el que no reciba el golpe y siga vivo y esta segunda posibilidad resulta ser por tanto hipotética; por el contrario, en el otro caso hay dos universos paralelos concretos, donde la maceta cae y no cae respectivamente y la persona en realidad muere en uno y sigue viva en el otro. ¿Es así?”
“Sí. Ahora os dibujo dos ejemplos gráficos, Jan.” Valerio se había acercado a la computadora más cercana y había dibujado electrónicamente un par de esquemas a su aire, luego había dicho: “Representamos con la línea continua las situaciones realmente existentes y con la línea de puntos las que solo son hipotéticas y no se producen y, simplificando al máximo, nos podemos preguntar si sería así, como en este esquema A,


o más bien así, como en el siguiente esquema B,


y usando como ejemplo mi caso personal, podemos preguntarnos si solo existe el Valerio Faro que os está hablando, siguiendo la línea continua del esquema A, es decir un yo mismo existente sobre esta Tierra alternativa nazi real y única o hay también otro sobre nuestra Tierra no nazi, por decirlo así, siguiendo el gráfico B, que haya un Valerio Faro que vive al mismo tiempo a lo largo de dos líneas continuas paralelas: un yo sobre la Tierra y otro sobre la Tierra alternativa. En el caso de que exista solo en la Tierra alternativa, es decir, si es verdadero el gráfico A, la Tierra que conocíamos ya no existe, solo puede colocarse idealmente en una de las líneas de puntos de ese mismo gráfico A, una línea solo hipotética, que se ha convertido en inexistente”.
Entonces había intervenido la comandante: “Los dos Valerio Faro, o las dos Margherita Ferraris y así cada uno de nosotros, en este momento, podríamos sin embargo no estar en dos líneas continuas como en el esquema B, sino sobre una línea continua según el gráfico A, es decir, sobre la línea que en el mismo gráfico representa la Tierra nazi; en otras palabras, tú y yo aquí en la cápsula y Valerio y Margherita número 2 allí en el mundo: ambos en la misma Tierra alternativa y por tanto podría haber un doble de cada uno de nosotros en la Tierra alternativa”.
Él había considerado. “... y yo te complico aún más las cosas: podría haberse producido un desdoblamiento de la cápsula con todos sus pasajeros, con lo que podría haber vuelto una nave 22 sobre nuestra Tierra en paralelo a la llegada a la Tierra alternativa de esta nave 22 en la que estamos ahora, más bien esta nave 22 alternativa; en tal caso, los Valerio Faro, por limitarme a mí, podrían ser, no dos, uno en la Tierra y otro en la Tierra alternativa, sino incluso tres, dos aquí y uno sobre nuestra Tierra. En cambio, si no hay universos paralelos, es decir, si se excluye del todo el esquema B y se acepta como verdad solo el A, existe la posibilidad de que yo sea el único Valerio Faro, Margherita Ferraris la única Margherita Ferraris, etcétera, quedando siempre viva la hipótesis de aquel inoportuno Valerio Faro número 2, de una Margherita Ferraris número 2 y de un alter ego para cada uno de nosotros en algún lugar de ahí abajo”.
“Es para volverse loco, Valerio”.
“Sí, Margherita, pero nos queda el hecho de que es lógico apostar por el caso que nos resulta menos desfavorable, aquel de los caminos históricos imaginarios a los lados de una única vía real, como en el esquema A, siguiendo el cual tiene sentido razonar sobre el ser y disponer acciones para cambiar las cosas; en el otro caso, no, porque todo lo posible se ha producido, existe realmente en el tiempo a lo largo de un número incalculable de caminos para innumerables encrucijadas”.
“Dejamos la idea de que tal vez en esta Tierra haya un Valerio alternativo, una Margherita alternativa y así con todo”, había dicho la comandante, “y nos concentramos en lo positivo: ¡si estamos ahora sobre la línea continua del gráfico A, donde la Tierra ha convertido por un accidente del pasado en una Tierra nazi alternativa y por tanto no hay universos paralelos, podemos hacer que las cosas vuelvan a ser como antes!”.
Silencio.
“Sí, señores, yendo al único pasado y actuando para que se convierta en punteado, es decir, en solo hipotético, el trazo continuo nazi y haciendo que se convierta por el contrario en continuo, es decir, en real, lo que después del giro en el tiempo se ha convertido en punteado, es decir, aquel mundo democrático que conocemos y que por el momento ya no existe, pero necesitamos recuperar”.
Había intervenido por primera vez la investigadora Anna Mancuso, dirigiéndose al propio director y amigo profesor Faro: “Por desgracia, Valerio, me temo que nunca será posible establecer con seguridad si es verdad el esquema A o el esquema B. Si, por una desdichada posibilidad, los universos paralelos del esquema B fueran reales, si fuéramos al pasado y elimináramos la causa del giro en el tiempo sería posible que esta Tierra nazi alternativa no dejara de existir, sino que sencillamente nosotros, en ese momento, al saltar a un universo donde el nazismo no haya vencido y donde recuperáramos, en el año 2133, nuestra sociedad perdida al partir hacia 2A Centauri, no nos acordaríamos de la existencia de una Tierra alternativa ni del hecho de haber vuelto sencillamente a lo largo del paralelo binario donde está nuestra Tierra”.
Valerio: “Sí, estoy de acuerdo, Anna; en todo caso, es una cuestión de mera fe, un poco como las decisiones que toman todos más o menos inconscientemente, incluidos nosotros los científicos, de estar en el mundo o de ser un mundo. No es en realidad posible demostrar que el solipsismo sea verdadero o falso”.
“El solip... ¿qué?”, había preguntado el ictiólogo Elio Pratt, más formado en disciplinas científicas que en asuntos humanísticos.
Le había respondido: “El solipsismo, palabra que deriva de los términos latinos ‘solus’, ‘solo’, e ‘ipse’, ‘uno mismo’, y que significa por tanto ‘solo uno mismo’ es esencialmente la idea metafísica de que todo lo que existe es creado por la conciencia de la persona y no es objetivo. Por ejemplo, si fuera verdad la tesis solipsista, yo estaría solo en la mente de quien me esté escuchando, no sería un Valerio Faro real y evidentemente para mí seríais los productos de mi mente, no seríais objetivos, solo yo existiría realmente y, por decirlo así, os crearía en mi propio interior. El hecho es que es imposible demostrar experimentalmente si el solipsismo es verdadero o falso o por el contrario, demostrar que es verdadera o falsa la realidad del mundo, porque también el experimento y sus presuntos resultados podrían ser meras creaciones del yo: es solo un acto de fe lo que nos hace creer que somos parte de un mundo objetivo y, por tanto, que puede conocerse gracias a la experiencia”.
Había intervenido el pragmático Jan Kubrich: “Con todo, querido Valerio, solipsismos aparte, para mí lo esencial es que este yo mío que está hablando acabe volviendo a la sociedad que ha dejado; si hubiera otros yos innumerables en otros universos paralelos, nunca los llegaría a conocer y por tanto no me podrían importar”.
Anna le había dicho: “Si embargo, a mí me importaría muchísimo saberlo, aunque lo considere imposible en esta vida: en el más allá, si acaso; y por cierto, ¿te das cuenta, Jan?, se plantea un problema teológico esencial...”.
“... no, la teología, no ¡apiádate de mí!”, le había interrumpido sonriente y simulando alarmarse el antropólogo, que a pesar de encontrarse, como todos, en una situación de alta tensión, parecía tener ganas de bromear, igual que Anna tenía el deseo, a pesar de todo, de discutir sobre teología, tal vez ambos queriendo aliviar la tensión existente.
“Hm... pero”, había dicho Anna, que no había entendido el intento de broma: “pensaba que sería interesante, Jan”.
“Perdóname”, le había contestado Kubrich, “solo bromeaba: si solo dependiera de mí, de verdad que te escucharía encantado”.
Pensando que las divagaciones tal vez fueran buenas para aliviar la ansiedad de todos, la comandante había tolerado “... pero sí, Anna, te escuchamos”.
“Bueno, estaba a punto de decir antes que, tomando como verdadera la conjetura, que para mí es terrible, de los múltiples universos reales, la misma persona tiene al tiempo méritos y deméritos morales diferentes, de acuerdo con el universo en el que esté, será más o menos bueno o malo, de lo que se deduce que cada una de sus decisiones será más o menos altruista o más o menos egoísta; así que, en su caso más extremo, el mismo sujeto, pongamos un Francisco de Asís, en una dimensión temporal ha sido honrado hasta la santidad (objetivo trascendente: la salvación eterna) pero ha sido completamente malvado en un universo en el otro extremo, por tanto destinado a la muerte eterna sin resurrección en Dios, en otras palabras, a la condena eterna”.31 (#litres_trial_promo)
“Sí, Anna”, Valerio había recuperado el turno de palabra, “pero aparte del discurso sobre el paraíso y el infierno que solo nos interesa a los creyentes, la idea de múltiples universos es de por sí terrible: en el caso de múltiples universos reales, el yo, parafraseando a Pirandello, aunque sea subjetivamente y no en juicios subjetivos de otros, uno y cien mil o miles de millones, podríamos decir que no es en el fondo nada,32 (#litres_trial_promo) porque si existe todo lo que es posible, si la persona es millares y millones de individuos en otros tantos universos y no una sola, no es un yo y por tanto resulta absurdo y también contrario a la humanidad: el hombre resulta ser un cero. Para mí es inaceptable y creo, como Einstein, que Dios no juega a los dados y por tanto pongo mi fe en un único universo”.
“También yo, evidentemente”, había corroborado Anna.
La comandante: “Por tanto, ahora se trata de actuar en el pasado para cambiar este, esperemos, único universo y devolverlo a la condición anterior al giro en el tiempo”.

Se había preguntado a las memorias de las calculadoras de a bordo de la cápsula.
La computadoras habían respondido que en el momento del salto cronoespacial hacia el sistema Alfa Centauri sobre el cual, como sabíamos, se habían registrado datos de todo tipo tomados de calculadoras públicas de la Tierra, la única cronoastronave que resultaba no haber vuelto todavía del pasado era la número 9, que había llevado a la Italia del año 1933 una expedición dirigida por el filósofo e historiador profesor Arturo Monti de la Universidad de La Sapienza de Roma. Al haberse interrumpido las comunicaciones de la 22 con la Tierra tras el salto, no podían tener noticias posteriores.
Luego se había tratado de conocer la historia de la Tierra alternativa a partir de 1933 hasta la actualidad, el giro temporal que se suponía que se había producido en aquel lejano año del siglo XX, advirtiendo que la cápsula 9 se había dirigido al mes de junio del mismo 1933. Por otra parte se habían cuidado de informarse rápidamente de los acontecimientos históricos de la Tierra alternativa anteriores a ese periodo; si la historia precedente había sido idéntica a la de la Tierra que Valerio y los demás conocían bien, resultaría factible que hubiera un solo mundo y que, simplemente, la historia hubiera cambiado con el giro temporal convirtiéndose luego en historia alternativa. En realidad, no podía tenerse ninguna certeza, ya que no era del todo excluible la posibilidad de dos universos cercanísimos en los que la historia, hasta un cierto momento fuera tan idéntica que no podría distinguirse entre historia e historia alternativa; pero si no fuera así, eso primaba la otra hipótesis: incluso en el interior de Jan Kubrich, después de todo.
En nuestra Tierra, Valerio Faro estaba acreditado en el Archivo Histórico Central y tenía acceso directo; esperaba que fuera también así en la Tierra alternativa, es más, había apostado por sí mismo, aunque no había podido evitar preguntarse, mientras se preparaba para intentar el acceso: ¿y si en este mundo nazi yo ni siquiera he nacido? ¿Y si aquí no fuera un historiador sino... un marinero, o un abogado, o... quién sabe qué? Por otro lado, pensaba, lo que le disgustaba siendo un hombre libre y un demócrata convencido, que en el caso esperable de que pudiera acceder a los datos reservados del archivo electrónico, en la Tierra alternativa habría sido un siervo del nazismo, ya que en caso contrario no habría podido acceder; se había preguntado además: ¿Yo o un alter ego? A partir de este pensamiento, había introducido con inquietud su contraseña: había podido entrar sin problemas. Había tragado saliva instintivamente con alivio, fuera cual fuera la verdad, pero preguntándose ahora: “¿Nazi o Valerio alternativo?”.
Había hablado sin intermediarios, como tenía derecho, con la máquina central. Como esperaba, también los programas del archivo estaban en alemán y no en inglés universal que, cuando habían partido, hablaban y escribían en todas partes desde la empresas comerciales a las etiquetas de fábrica cosidas en la ropa interior; ahora solo la cronoastronave 22 y sus discos volantes mantenían sus manuales en inglés, pertinente en el mundo de origen, igual que el propio Valerio y los demás pasajeros de la cápsula.
La primera pregunta del profesor se había referido a la geografía política de la Tierra alternativa. La respuesta había sido que todo el planeta era nazi, no solo Europa, y estaba organizado en el Imperio de la Gran Alemania, que comprendía tanto protectorados dirigidos por un gobernador alemán, como Estados Unidos de América, Rusia, Suiza y la mayoría de los estados afroasiáticos, comenzando por aquellos exislámicos, como reinos fantoches, como el de Italia regido por un rey de nombre Paolo Adolf II: los monarcas locales debía añadir Adolf al nombre propio. En cuanto al Imperio Mundial, el estatuto nazi preveía que para ascender a la corona imperial, tras la muerte o el derrocamiento violento del emperador precedente (esto solo había pasado una vez en 2069), el sucesor tenía que ser elegido por las SS, recordando lo que hacían los césares en cierto periodo de la Roma imperial, ascendidos al trono por las legiones; además establecía que el recién elegido abandonara completamente su nombre y apellido y se convirtiera en Adolf Hitler. Había un Adolf Hitler V en el trono, nada menos que el Káiser del Universo; sin embargo, el imperio, de hecho, comprendía solo unos pocos mundos aparte de la Tierra: la Luna, donde había una base científica, los planetas del sistema solar, de los cuales tan solo Marte, en el que se había cambiado artificialmente el clima, estaba habitado por unos pocos colonos, y finalmente algunos mundos en otras estrellas sobre los cuales, por ahora, solo había misiones de estudio, entre las cuales estaba la expedición de la cápsula 22, con el hecho de que la cronoastronave acababa de entrar en la órbita terrestre. Los alemanes habían llegado a un poder tan grande gracias, inicialmente, a un robo de tecnología de parte del disco estrellado y recuperado por los italianos en la SIAI Marchetti de Vergiate: evidentemente, el archivo hablaba en términos muy lisonjeros de una brillante operación militar realizada por los gloriosos idealistas alemanes. Sin embargo, resultaba que había una tal Claretta, a la que Mussolini, siempre despreocupado por la moral familiar, tenía como amante fija, una mujer treinta años más joven que él, y esta estaba dispuesta a revelar a los alemanes la existencia y la ubicación del disco. Desde febrero de 1933, había aceptado trabajar para los servicios secretos nazis por dos mil liras al mes, lo que, en aquellos tiempos, era una suma importante. La infeliz no se daba cuenta de los problemas que podía dar a Italia la divulgación de noticias recogidas entre las sábanas del Gran Jefe. El archivo decía que los ingenuos italianos habían creído durante muchos años que tal vez habían sido los ingleses, considerados los constructores del disco, los autores del robo y que, por otro lado, el sigilo alemán había sido eficaz, no solo con respecto a la Operación Patriota, como se la llamaba habitualmente, sino también a las posteriores actividades de estudio, asignadas personalmente por Hitler a los ingenieros Hermann Oberth y Andreas Epp: los trabajos habían necesitado años, las bombas disgregadoras y los discos voladores alemanes se habían puesto a punto al inicio de 1939; después de varios intentos, paradójicamente gracias a Mussolini, con el acercamiento ya estrechísimo entre Italia y Alemania, incluso antes de los acuerdos entre los dos países del llamado Pacto de Acero militar firmado el 22 de mayo de 1939: el dictador italiano, ahora subyugado psicológicamente por la fuerza económica y bélica demostrada por el Tercer Reich, había entregado a Hitler un dossier sobre el disco capturado en Italia y sobre los avistamientos de otros objetos volantes no convencionales y, por petición expresa, había consentido además que físicos e ingenieros alemanes participaran en el proyecto del Gabinete RS/33 sobre lo que quedaba del disco, que en aquel entonces se había trasladado a la nueva base de Guidonia. Finalmente se había producido la compartición de información concedida por el ahora débil y desconcertado Mussolini que determinaría el completo éxito de las operaciones de ingeniería inversa de los alemanes: Alemania había construido 31 discos operativos, dotados cada uno de cuatro misiles con otras tantas bombas disgregadoras; se habían construido y probado en una base a una decena de kilómetros de Bremerhaven, en la costa del Mar del Norte, en el Lander de Bremen; las bombas se fabricaban y probaban en la localidad de Peenemünde, en la isla de Usedom, en el litoral báltico del Reich, evacuada previamente la poca población civil residente, e igualmente se había despejado el litoral cercano a la isla a muchos kilómetros a su alrededor. Desde el momento de la puesta a punto de los discos, los misiles y las bombas, los nazis habían necesitado un par de meses para el adiestramiento de aviadores para pilotar estos mismos discos en la atmósfera y en vuelo suborbital, bajo la dirección del as de la aviación nazi alemana Rudolph Schriever, además del uso de los misiles, evidentemente lanzados durante los ejercicios sin las bombas disgregadoras, sustituidas por mecanismos con explosivo convencional. A principios de julio de 1939 Alemania había entrado en guerra sin preaviso y, a diferencia de lo que narraba la historia tradicional, en la historia alternativa había vencido casi inmediatamente: sobre todo, los fliegender scheiben (discos volantes) en vuelo suborbital, movidos por antigravedad, lanzaron misiles armados con bombas disgregadoras, idénticas a aquellas de las que disponían las lanzaderas de desembarco de las cronoastronaves, sobre varias ciudades de Gran Bretaña, Francia, la Unión Soviética y Estados Unidos. Como había intuido Valerio Faro y aquellos que a sus espaldas asistían a la investigación, el hecho de que los discos hubieran sido por entonces suborbitales se debía a que todavía eran imperfectos, en ese momento, con respecto al prototipo del futuro.
La historia alternativa seguía de una manera escalofriante con la pérdida de cualquier valor espiritual y el triunfo del ateísmo más absoluto. La persona se había reducido a la nada, a un mero peón del imperio nacionalsocialista. Evidentemente, el Archivo Histórico Central exaltaba esto como una valiosísima conquista de la humanidad, confundiendo esta con la pseudorraza aria, mientras que consideraba subhumanos a todos los demás seres humanos. Tras la guerra relámpago de 1939, se habían logrado ulteriores mejoras en los discos volantes, hasta alcanzar el vuelo orbital y posteriormente el espacial por debajo de la velocidad de la luz: en 1943 Alemania había llegado ya a la Luna con cuatro hombres de la Luftwaffe de vuelta a la Tierra alternativa sanos y salvos y en 1998 seis aviadores nazis, cinco alemanes y uno austriaco, con un disco mucho mayor que los precedentes, proyectado y construido para ello, habían desembarcado en Marte por primera vez y no habían regresado. La verdadera colonización del planeta rojo se había producido sin embargo, igual que en el mundo de Valerio y de Margherita, solo con la creación de las cronoastronaves, proyectadas en la Tierra alternativa en 2098, esta vez totalmente un producto de la ingeniería nazi, igual que en la Tierra había sido de la ingeniería de los Estados Confederados de Europa pocos años antes: el viaje experimental en el espacio-tiempo de los astronautas nazis se había dirigido a 2015, al vecino sistema doble Alfa Centauri A y B, sin descender a planetas: aproximadamente lo que había pasado con la Tierra, que había conquistado el espacio profundo en 2107 con un viaje de circunnavegación a la estrella Próxima Centauri, a 4,22 años luz de distancia de nuestro Sol, y retorno inmediato. Sin embargo no aparecía en el archivo nazi de la Tierra alternativa que hubieran realizado viajes en el tiempo: ¿tal vez temiendo cambiar la historia en su propio perjuicio? Por tanto, tampoco había habido una expedición al año 1933 para estudiar el fascismo y, como habían pensado Margherita y los demás, el disco capturado por los italianos y robado por los alemanes había venido de la Tierra y no de la Tierra alternativa. Valerio había preguntado al archivo también acerca de los tiempos anteriores a los años 30 del siglo XX: desde los albores de la civilización hasta junio de 1933, la historia alternativa resultaba ser igual que la historia.

“Creo que, visto esto”, había declarado la comandante a la tripulación y los científicos, “no nos queda sino saltar al pasado y tratar de cambiar las cosas”.
Acababa de terminar la frase cuando las computadoras de a bordo habían puesto en alarma roja a la cápsula: habían registrado un disco, seguramente amigo, de la dotación de la nave 22, acercarse a la máxima velocidad y, detrás de él, una decena de kilómetros por detrás, otros dos discos no identificados. Las computadoras habían advertido poco después el lanzamiento de un misil de los segundo contra el primero, mientras que el piloto amigo solicitaba acuciantemente a la cápsula 22 que abriera el hangar con prioridad absoluta. Así se había hecho. La maniobra posterior de la lanzadera era temeraria, con el riesgo de estrellarse contra la cronoastronave y dañarla o algo peor; sin embargo el disco había entrado en el astrohangar sin daños. En cuanto se cerraron las compuertas detrás de la lanzadera, la comandante había ordenado a la computadora un salto inmediato hacia el pasado y la aeronave 22 había desaparecido justo a tiempo para no ser alcanzada por los misiles. Si se hubieran seguido las normas de seguridad, el cronosalto debería haberse llevado a cabo lejos del planeta, pero en este caso la energía desplegada por la nave del tiempo había aniquilado los misiles ya cercanísimos de los discos perseguidores.
Capítulo 5

A las 0 horas y 30 minutos de la noche del 18 de junio de 1933, ni siquiera cinco días después del traslado del disco capturado, en un hangar de la fábrica SIAI Marchetti de Vergiate múltiples siluetas apenas distinguibles por los ojos de un gato, vestidas completamente de negro, habían caído silenciosamente en el terreno en torno a las instalaciones, usando paracaídas igualmente negros. Para que los motores de los aviones que les habían transportado desde Baviera hasta el lugar no fueran oídos fácilmente desde tierra, los paracaidistas habían saltado desde una altura de cuatro mil metros, abriendo sus telas después de una caída libre de tres mil seiscientos. A pesar de la oscuridad, ninguno había fallado.
Conocían bien los turnos de vigilancia de la guardia italiana porque una espía los había comprobado en los días anteriores y se lo había comunicado a sus superiores en Berlín. Sabían que en la medianoche del 18 de junio se había producido el cambio de guardia y que el manípulo de la Milicia relevado había dejado sus puestos para volver al cuartel.
Después de reunirse, la compañía, compuesta por sesenta hombres a las órdenes del capitán Otto Skorzeny y algunos gastadores de ingenieros, había penetrado en silencio, con el paso militar de un fantasma, en el local de la portería de la fábrica, cerrando de inmediato la boca y degollando a los dos pobres porteros, marido y mujer. Luego cincuenta de los sesenta incursores, todos armados con fusiles automáticos Thompson de fabricación estadounidense, adquiridos mediante intermediarios por representantes del Tercer Reich, habían atacado al manípulo de la Milicia y los dos subtenientes del OVRA que en ese momento vigilaban el disco y, gracias a la sorpresa y al armamento moderno, habían matado a todos. Solo habían muerto ocho asaltantes alemanes y cuatro habían quedado heridos por los disparos de los viejos mosquetes del modelo ‘91 de la dotación de los italianos. Entretanto los diez paracaidistas que habían quedado atrás habían encendido fuegos en la pista de aterrizaje que discurría junto a la fábrica para que pudieran aterrizar los mismos aviones desde los que habían saltado. Los demás, después de hacer fotografías y grabaciones cinematográficas externas e internas del disco hasta entonces entero, se habían llevado las partes transportables, empezando por los misiles con sus bombas y los aparatos cinefotográficos y de radio. Toda la carga se había llevado luego a la bodega de los aviones y posteriormente se había hecho lo mismo con los muertos y heridos de la compañía. Finalmente, los incursores de Hitler habían despegado sin problemas.

El personal civil que había llegado a la fábrica a las 6 de la mañana para empezar su turno de trabajo se había encontrado con el espectáculo de carnicería de los dos porteros degollados y posteriormente con la masacre de milicianos.
En Roma no se había sospechado la realidad, debido a la baja estima en que tenía Mussolini en aquel tiempo a Alemania; el Duce había pensado sin ninguna duda en un golpe de mano de aquellos a quienes todos consideraban los propietarios legítimos del disco: los ingleses.
Las investigaciones tecnológicas fascistas sobre el disco se habían limitado a partir de entonces, por fuerza, a lo que restaba y no se había podido hacer nada con respecto a los misiles, a sus respectivas bombas disgregadoras ni a los futuristas microaparatos de videorradio robados por los nazis, claramente las partes militarmente más interesantes del botín, armas e instrumentos que, dado su tamaño relativamente pequeño, los italianos podían haber recogido sin daño y haber mandado a Roma, en lugar de dejarlos despreocupadamente en Vergiate, donde habían sido sustraídos fácilmente. Naturalmente, habían rodado algunas cabezas, pero, también naturalmente, no las de los gerifaltes que deberían haber sido los primeros en pensarlo, por decirlo así, por no hablar del Gran Jefe, ni las cabezas, entre otros ilustres, del director de la OVRA y el ministro de aeronáutica, Balbo. Nada nuevo bajo el sol, en suma.
Ya en la tarde del mismo 18 de junio de 1933, Hermann Goering, ministro del interior de la región de Prusia y futuro ministro de aviación del Reich, que ya para entonces era en la práctica la segunda autoridad del régimen, por orden de Hitler había confiado la dirección de los estudios y las consiguientes investigaciones de ingeniería inversa sobre el precioso botín a Hermann Oberth y Andreas Epp, ingenieros de asegurada competencia profesional y probada lealtad nazi.
Esto se había producido cuando en Alemania entonces no se había reconstruido oficialmente una aviación militar ni, en ella, un cuerpo de paracaidistas, casi dos años antes de que, el 11 de marzo de 1935, Goering fundara la Luftwaffe, nombrado a la vez por Hitler como su comandante en jefe.
Capítulo 6

Un informe de la Comisaría local de uno de los comisarios de Forli decía: “El 14 de agosto de 1933 hacia las 14:30 hora italiana, el vanguardista Ferrini Mario hijo de Luigi y de María, de soltera Troneri, nacido en Forli el 16 de junio de 1917, estudiante, estando de paseo conversando con amigos igualmente de 16 años, estudiantes y vanguardistas,33 (#litres_trial_promo) observó repentinamente una especie de cápsula luminosa a gran altura, que debido a su gran altitud parecía bastante pequeña, pero que debía ser en realidad gigantesca, atravesar en vuelo de sur a norte, en menos de medio minuto, el cielo sobre la ciudad, apareciendo y desapareciendo entre las nubes dispersas. También sus amigos, a los que Ferrini les hizo de inmediato mirar hacia lo alto, vieron aquel extraño objeto y lo siguieron con la vista hasta que desapareció en el horizonte”.
“Estaba mucho, mucho más alto que la cima del Monte Bianco”, había dicho horas antes Mario a su madre, ama de casa. A las 17:00, el padre, subteniente primero de la Seguridad Pública, tras terminar su turno, había vuelto a casa y también se le había informado. Diligentemente, el suboficial había vuelto a la oficina acompañado por el muchacho y con él había escrito un informe para la Comisaría de Forli, aunque en el fondo creyera que se trataba de un simple dirigible, un tipo de aeronave que no era extraño en los cielos en aquel tiempo, aunque ya hacía tiempo que se preferían los aviones a causa de los accidentes con aerostatos a motor más ligeros que el aire, como el famoso desastre de 1928 del dirigible Italia durante la expedición al Polo Norte del general Umberto Nobile.
La diligencia del subteniente derivaba de las disposiciones precisas enviadas desde Roma a todas las fuerzas de policía desde mediados de junio, por las cuales cualquier avistamiento de medios voladores desconocidos debía ser reportado inmediatamente, sin excepciones, directamente a la oficina de la OVRA adjunta a la respectiva Comisaría.
La copia de la declaración oral había sido por tanto enviada desde la Comisaría, hacia las 18:45, a la sección competente de la OVRA a través de un agente motociclista. La noticia se había retransmitido desde esta a la oficina de Bocchini a Roma, por vía telefónica; este había solicitado copia escrita de la declaración de avistamiento y, entretanto, había advertido por teléfono tanto al director en funciones del Gabinete RS/33, Gino Cecchini, del Observatorio de Milano Merate, como a Mussolini, que, en aquel momento, se encontraba en su casa de Villa Torlonia dispuesto a disfrutar, a la cabeza de la mesa familiar, de sus queridos tortellini en sopa cubiertos de parmesano rallado que su mujer, buena ama de casa que rechazaba tener cocineros, le había preparado personalmente para cenar.

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Un Giro En El Tiempo Guido Pagliarino
Un Giro En El Tiempo

Guido Pagliarino

Тип: электронная книга

Жанр: Современная зарубежная литература

Язык: на испанском языке

Издательство: TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE

Дата публикации: 16.04.2024

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