Las Sombras
María Acosta
MarÃa Acosta
Las sombras
Secretos del pasado
Este libro es una obra ficticia. Nombres, personajes, organizaciones y lugares son fruto de la imaginación de la autora. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
LAS SOMBRAS
Copyright © abril 1998 MarÃa Acosta DÃaz
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Primer volumen de la serie
Klauss-Hassan
Agradezco a mis padres, Manolo y Chenta, que ya no están conmigo, el apoyo que me han dado en todos estos años, a mi hija MarÃa, que tantas tonterÃas y locuras me ha aguantado, a su marido Nico, que soporta a una suegra un poco locuela con paciencia. A todos ellos gracias por todo el apoyo que me han dado en los momentos difÃciles.
A ellos va dedicado este primer libro de las aventuras de Klauss-Hassan, de su compinche Francesco dalla Vitta y de sus enemigos Carla, la veneciana, y sus amigos.
Prólogo
-Bien, ahora que todo ha terminado cuéntenme detalladamente cómo fueron capaces de meterse en semejante lÃo âdijo el comisario Soler
Antes de responder medité cuidadosamente qué es lo que le iba a decir y cómo, no era nada fácil explicar la historia de las sombras y las consecuencias de aquella aventura que habÃa comenzado con una broma de borrachos. Resultaba difÃcil ordenar las ideas, sobre todo teniendo en cuenta que eran casi las cinco de la madrugada y llevábamos más de dos dÃas sin dormir. El comisario Soler era un hombre simpático que nos habÃa llevado a su casa para que pudiéramos descansar pero también era policÃa y querÃa conocer la verdad; viendo que nadie querÃa hablar desapareció durante unos instantes, se oÃan ruidos en la cocina. Encendà un cigarrillo a pesar de la garganta seca y la boca pastosa. Cuando al fin regresó lo hizo trayendo una bandeja con café para todos y una serie de recortes de periódico:
-Esto nos ayudará a reconstruir toda la historia-dijo mostrándonos una noticia fechada dos meses atrás.
SE CUMPLE UN MES DE LA MISTERIOSA DESAPARICIÃN DE CUATRO JÃVENES EN MADRID
Madrid, 24 de julio.- La policÃa sigue buscando a los cuatro jóvenes que desaparecieron hace cuatro semanas en el madrileño barrio de Chueca; al menos allà fueron vistos por última vez. La policÃa ha facilitado una descripción de ellos basada en la información dada por los vecinos y amigos de los jóvenes; todo aquél que pueda ayudar en la aclaración del caso debe llamar al siguiente número de teléfono 743-78-25 de Madrid o bien a la comisarÃa más cercana:
Teresa GarcÃa Olavide, 20 años; 1,75 de estatura, morena, vestÃa en el momento de la desaparición pantalón vaquero recto, camiseta azul marino y cazadora vaquera con ribetes rojos en mangas y cuello.
SofÃa Castro Souto, 22 años; 1,75 de estatura, morena, vestÃa pantalón vaquero ajustado, camiseta blanca con dibujo en negro del grupo musical AC-DC y cazadora vaquera.
LuÃs Barros Sánchez, 23 años; 1,80 de estatura, moreno, vestÃa pantalón vaquero de color negro, camisa a rayas rojas y blancas y cazadora vaquera negra.
Ricardo GarcÃa Olavide, 22 años; 1,75 de estatura, moreno, vestÃa pantalón vaquero ajustado blanco con rayas azules, camiseta roja y cazadora vaquera.
Todos calzaban zapatillas de deporte y tenÃan el pelo corto.
La noche de San Juan
Lo Ãbamos a pasar en grande. Los tres últimos dÃas habÃamos estado ocupados organizando la Noche de San Juan; todos los años celebrábamos esta fiesta. Como nuestra economÃa no era demasiado boyante decidimos hacer una colecta; SofÃa se ofreció a comprar todo lo necesario. Por la tarde irÃamos a casa de Teresa donde nos encontrarÃamos con Ricardo, Paul e Irene. Era mediodÃa, habÃamos metido todo en una bolsa de deportes y salimos a tomar unas cañas por el barrio antes de la comida; telefoneamos a unos amigos ya que habÃan dicho que, probablemente, llevarÃan sardinas para asar. No estaban en ese momento asà que nos dirigimos a la Plaza del Dos de Mayo, rulamos casi una hora de bar en bar; volvimos a llamarles y esta vez contestó Carlos:
-¿Vais a venir esta noche? Vaya, lo siento; bueno, si os animáis estaremos en la Plaza de Lara. Hemos comprado cuatro litros. Si no aparecéis os llamaré la próxima semana; hasta luego.
-¿Qué han dicho, LuÃs? ¿No van a ir? âpreguntó SofÃa.
-No, Arturo se ha puesto malÃsimo; ya sabes como es: ayer salieron de marcha y hoy tiene una resaca tamaño king size. Me han dicho que si ven que mejora quizás se acerquen pero no es seguro.
-Bueno, vamos a comer, luego podemos salir a tomar unas copas para que el cuerpo se vaya acostumbrando a la marcha.
Volvimos a casa. Estábamos poniendo el mantel cuando llamaron al timbre: era Eduardo que venÃa a ver a SofÃa por no sé qué historias de una reunión que tenÃan la próxima semana. Esta chica no paraba; siempre de aquà para allá asistiendo a mesas redondas y conferencias convocadas por asociaciones que no conocÃa nadie. Ella disfrutaba como una loca. Le abrà la puerta:
-¿Está SofÃa?
-Pasa, Ãbamos a comer.
-Pondré otro plato; esta noche vamos a saltar la hoguera y beber queimada, ¿te apuntas?
-No lo sé, puede âcontestó Eduardo âtengo que hacer unas cuantas visitas esta tarde y no tengo ni idea cuándo terminaré.
-¡Bueno, sÃ! ¡Hasta las cuatro de la madrugada vas a andar de reuniones! ¡No fastidies!
Allá tú, lo vamos a pasar bomba. A las doce nos plantaremos en la plaza y seguro que hasta las cinco de la madrugada estaremos de jarana. Si te apetece ya sabes lo que tienes que hacer. Vamos a comer.
SofÃa y Eduardo se tiraron lo menos dos horas hablando de solidaridad y revolución, yo intervenÃa de vez en cuando, aún asà alucinaba por un tubo. Según lo habÃamos planeado salimos a beber algo después de que Eduardo se fuese todo espÃdico a una serie de reuniones que le hacÃan moverse de un extremo a otro de Madrid. SerÃan las diez de la noche cuando cogimos el petate y nos dirigimos a casa de Teresa. No estaba todavÃa por lo que nos acercamos al âBotasâ a rocanrrolear un rato. Tomamos un par de birras y metimos cien pelas en la máquina de bolas; SofÃa se puso como una moto jugando. Esta chica es la hostia, parece que hace gimnasia cuando se lÃa con los âflippersâ. Volvimos a casa de Teresa, quizás ya habÃan regresado nuestros amigos. Las ventanas estaban iluminadas y tocamos al timbre para que nos abrieran:
-¿Quién es?
-LuÃs y SofÃa.
-Subid, Paul e Irene aún no han llegado.
La casa en la que entramos es un viejo edificio de Lavapiés al que han reformado por dentro. Ellos viven en el primer piso, lo cual es una suerte sobre todo no habiendo ascensor. La puerta está entornada asà que entramos y cerramos detrás de nosotros; Teresa está en la cocina abriendo una botella de vino y Ricardo está en la sala buscando un disco un poco marchoso:
-Dejad la bolsa en la cocina, ¿vamos a hacer la queimada aquà dentro?
-¡No, hombre! ¡Si tenemos que hacer una hoguera! âexclamó SofÃa.
-¿Es que hay que ponerla al fuego? âdijo Ricardo.
-No te enteras tÃo: la hoguera es para saltarla y purificarte de las brujas y los malos rollos, y la queimada se hace en un cacharro con azúcar, rodajas de limón y aguardiente de orujo y se le prende fuego al preparado; entonces se va consumiendo el alcohol y adquiere un tono color tostado gracias a que el azúcar lo conviertes en caramelo y lo vas mezclando con el aguardiente, de ahà el nombre.
-¡Ah! Ya entiendo. Pero tú habÃas dicho que iba a ser en casa. Nosotros citamos aquà a Paul e Irene debido a eso en que habÃamos quedado âdijo Ricardo refiriéndose a SofÃa.
-Lo que yo te dije es que la harÃamos en la plaza y que si la policÃa nos desalojaba de allà que nos venÃamos con la queimada a la casa. Además, lo suyo es el aire libre âcontestó ella.
Mientras tiene lugar esta conversación yo he encontrado un disco de hace unos cuantos años, de RamoncÃn, ese que dice soy el rey del pollo frito y, asimismo, Teresa vuelve de la cocina con el vino y unos vasos:
-¡LÃate un canuto o dos, anda!
-Ya que somos cuatro es más práctico una trompeta ¿no?; hace tiempo que no hago una. Vamos a ver, un par de papelillos, la china, un cigarrillo y medio, y el filtro âenumera SofÃa mientras extendÃa las cosas encima de la mesa âahora, como yo hago los canutos con la izquierda tengo que poner el pegamento de uno de los papelillos por arriba y el otro cruzadoâ¦Â¡ya está!. Ponme un vaso de vino para inspirarme, gracias ây le pega un largo trago al Sangre de Toro âestá de puta madre, chachi que sÃ. La vamos a coger buena esta noche, me da la impresión.
-Como siempre por San Juan.
-Y yo el doble âdice SofÃa âporque aunque no quiera voy a inhalar todos los vahos que desprenda el aguardiente al quemarse, sumado a que no me voy a privar de beberâ¦
-Tú no te pases que luego acabas a cuatro patas.
-¡Mira quien fue a hablar! Yo por lo menos me acuerdo de lo que he hecho aunque esté borracha, no como otros, LuÃs, bonito. Tú tranqui que yo aguanto. Toma enciende la trompeta y no te duermas con ella en la mano que somos cuatro a fumar. Bueno, a por otro vasito. ¿Podemos tomar algo de comer, no? Si no va a sentarnos mal tanta priva, ¿qué te parece Teresa?
-Bien, vamos a la cocina; ahora venimos a por el canuto.
-¿Quieres escuchar algo en especial, SofÃa?
-Pon la cinta de Siniestro Total que hay en mi cazadora-contestan desde la habitación de al lado.
Le paso la trompeta a Ricardo y me voy a ver qué es lo que están haciendo de comer. Las encuentro frente a frente en la mesa partiendo espárragos trigueros:
-No tardamos ni una hora, ya verás: guiso de espárragos trigueros con costilla de cerdo. ¿Y el canuto? âdice Teresa.
-Ahora os lo doy, lo tiene Ricardo.
-¡Guau! ¡Mirar lo que he encontrado! ¡Dos tripis en la funda de âThe Wallâ envueltos en un papel con una dedicatoria!
-¡Ostras tÃo! No me acordaba de ellos, me los regaló el enrollado del Super en mi cumpleaños; ahora me viene a la memoria que no los tomamos porque estábamos tan pedos que meternos algo más era ya una pasada. ¡Putamadre! Hacemos cuatro partes y cuando acabemos con la queimada los comemos para continuar la marcha toda la noche o lo que cuadre. ¡Chachi que sÃ! Pásame el porro âdice Teresa.
-Esto hay que celebrarlo haciendo otra trompeta-dice SofÃa frotándose las manos mientras se dirige a la sala-además voy a ponerme un chupito de pacharán, ¿alguien quiere?
-Todos queremos.
Asà que nos ponemos a beber pacharán y a hablar de lo bien que nos lo vamos a pasar esa noche hasta que por fin se termina de hacer la comida. Cenamos rápido y en silencio; Ricardo y yo vamos a la cocina a preparar unos carajillos de ron. Llaman por el portero automático: son Paul e Irene que traen otras dos botellas de orujo, dejo la puerta entornada y oÃmos risas subiendo la escalera:
-¡Pero que torta más idiota, tronco! ¡ja, ja, ja, ja!
-Tengo el culo hecho puré âdice Paul â¡ay! ¡hostias, no voy a poder sentarme en toda la noche! ¡hola a todos!
-¿Qué, ya te has caÃdo como siempre? âinquiere Ricardo.
-¡Es de pelÃcula cómica el tipo este! âdice Irene â¡Estábamosâ¦ja ja jaâ¦bajando las escaleras del metro cuandoâ¦es que es de partirseâ¦va y se cae de culo yâ¦bajó asà todas las escaleras de Noviciado! ¡Es que lloraba de risa, chachi que sÃ!
-Anda, tómate una copa âdice Teresa.
-Un camión cisterna lleno de ron voy a tener que beberme para olvidar lo que me duele.
Esto sólo me ocurre a mÃ, soy como un imán para las tortas bobas.
-¡Pero siéntate hombre!-dice SofÃa.
-¡Muy graciosa la niña! ¡Bueno, vale ya; a ver si vais a estar cachondeándoos de mà toda la noche! ¡Ya está bien, joder, tÃos! âcontesta él empezando a enfadarse.
-No te mosquees tronco, es que eres el colmo de las desgracias. Tómate otro pacharán y pasa olÃmpicamente de la historia âdice SofÃa conciliadora âestábamos a punto de marcharnos a la Plaza de Lara para montar la queimada, nos habéis cogido por los pelos en casa.
-¿Es que no la vamos a hacer aquÃ? Es lo que nos habÃan dicho Teresa y Ricardo âdice Irene.
-¡Que va!
-Además, hemos quedado con una serie de colegas en la plaza a partir de las doce; los gitanos se tirarán agua para celebrar la entrada del verano y luego vendrán a la hoguera. Hace un par de años montamos una buena: bebieron hasta los municipales y los serenos que pasaban por allÃ, estuvimos cantando y tocando palmas hasta las seis de la madrugada. ¡Tope guay! âdice LuÃs.
-Vamos para allá âdice SofÃa impaciente âyo me encargo de llevar el aguardiente, Ricardo la cacerola y Teresa el azúcar, los limones y las manzanas.
-¿Llevamos el casete y algunas cintas? âpregunta Paul.
-Creo que no, acaban siendo un incordio âdice Irene.
-Esperad, tenemos que repartir los tripis. Ricardo, tráete la cuchilla y un espejo pequeño que hay encima del radiador en la cocina. Que cada uno se lo coma cuando le mole. Como sólo hay dos tengo que dividir cada uno de ellos en tres partes; espero que sean buenos y alucinemos cantidad, toma Irene, vete pasando el espejo y que cada uno coja su trozo. Yo voy a papearlo ahora asà cuando haga la queimada vacilaré un montón âdice SofÃa.
-Vámonos, Teresa cierra con llave âdice Ricardo.
LA POLICÃA SIN PISTAS EN EL CASO DE LOS JÃVENES DESAPARECIDOS EN EL BARRIO DE CHUECA.
Madrid, 2 de julio.- Han pasado dos semanas desde que los vecinos de Lavapiés y Malasaña vieron por última vez a Ricardo y Teresa GarcÃa Olavide, residentes en la calle de Lavapiés, sita en el barrio del mismo nombre, y a LuÃs Barros Sánchez y SofÃa Castro Souto, naturales de La Coruña y residentes en la calle Jesús del Valle, sita en el barrio de Malasaña.
Un conocido de los hermanos GarcÃa Olavide, J. R. M., dice haberlos visto salir alrededor de las doce de la noche portando una serie de bolsas. La policÃa sigue investigando la zona aunque el resultado de sus esfuerzos ha sido nulo hasta ahora. Las personas más allegadas a los cuatro jóvenes han declarado no saber nada de ellos desde el dÃa de la fiesta de San Juan.
El comisario Soler, encargado de la investigación, pide la colaboración de los vecinos asà como de todas aquellas personas que los hayan visto o que puedan aportar datos que ayuden a la resolución del misterio. Estos son los teléfonos de contacto con la policÃa:
o bien 642-59-35
Hace una noche increÃble, sin nubes, tan sólo corre una ligera brisa; los bares están abarrotados de gente, los niños juegan en las aceras, y en los bancos de la Plaza de Lavapiés se beben litronas y se fuman canutos, se oye una canción de Los nikis, en el centro alguien ha encendido una hoguera. Torcemos a la derecha por Sombrerete, al fondo de la calle se ve una aglomeración de gente: es el Y punto, rock and roll y música heavy, abierto hasta las seis de la madrugada todos los dÃas y a tope de basca los fines de semana. En la Corrala, muchachos y muchachas gitanos corren de un extremo a otro con botellas de plástico, pequeños cubos e incluso con las manos llenas de agua, mojándose unos a otros; están la mayorÃa empapados. Gritos, risas, cuidado, os vais a mojar nos dice un chaval que no tendrá más de doce años. En la plaza de Lara encontramos el mismo panorama, a un lado las madres y hermanas demasiado mayores para estos juegos observan como se divierten. Nosotros entramos en lo que debió ser el patio del antiguo orfanato; hay que bajar unas escaleras. Es un punto que cuatro o cinco coches hayan aparcado justo enfrente de la pequeña escalinata, ya que de esta manera, si baja por Mesón de Paredes algún coche de la policÃa municipal o alguna lechera no podrán vernos.
Mientras SofÃa comienza a preparar todo lo necesario para hacer la queimada, el resto vamos a buscar madera para construir la hoguera:
-Cuando volváis casi estará a punto la primera ronda. A ver si viene alguno de los que avisé âdice ella.
-Espero que tengamos la suerte del año pasado cuando nos topamos con dos contenedores llenos de madera âapunta Ricardo.
Noche de bronca, noche mágica
Ya sola coloco mi cazadora en el suelo y me siento. No tengo un recipiente de barro asà que me he traÃdo una tartera de casa, echo el azúcar, el aguardiente, el limón en rodajas y unos trozos de manzana; cojo el cazo, pongo un poco de azúcar en él, lo humedezco con aguardiente y le prendo fuego; con cuidado lo acerco a la tartera, muy despacio para que encienda bien, y lo hace: una bellÃsima llama azul aparece en la superficie. Ahora es cuestión de paciencia para que adquiera ese tono dorado. De vez en cuando levanto el cazo lleno de fuego azul y desde lo alto dejo caer una cascada de fuego. Enciendo un cigarrillo. Huele bien. Levanto los ojos y veo a alguien que se acerca, es un colega del barrio:
-Ya me extrañaba no verte por aquà âme dice sentándose a mi lado.
-Me he cambiado de barrio, ahora vivo en Malasaña, en Jesús del Valle.
-¡Chachi! ¿no?
-PreferÃa Lavapiés, Malasaña está muy matado. Este barrio molaba más âle digo al tiempo que levanto el cazo y dejo caer un poco de aguardiente â¡Ya ves! Como todos los años por estas fechasâ¦una queimadita para celebrar San Juan.
-¿Y tu colega? No me acuerdo como se llamaâ¦
-LuÃs, ha ido con unos amigos a buscar maderas para hacer una hoguera; fuego por dentro y fuego por fuera ¡hay que purificarse bien, tronco!
Vemos venir a un par de gitanillos, hace un rato estaban en la Corrala tirándose agua, deben tener unos quince años:
-¿Qué es eso?
-Una queimada.
-¿Nos puedes dar un poco?
-Es muy fuerte, lleva aguardiente, no creo que os guste además aún no está acabada, le falta un rato.
-¡Mira lo que hemos encontrado! âgritan mis colegas, que vuelven todos con una puerta debajo del brazo.
-¡Hola tronco! âdice LuÃs dando la mano al chaval larguirucho que está conmigo â¡hace tiempo que no te veÃa, como cambiamos de casa! ¿Ya te lo ha contado SofÃa, no?
-SÃ, creÃa que os habÃais ido de Madrid.
Mientras el resto de la banda está reuniendo la madera en un montón para encender la hoguera yo apago la queimada y comienzo a repartir vasos entre la basca, a los gitanillos les doy uno avisándoles que si no les gusta me la den; hacemos una trompeta mientras que se enfrÃa un poco la bebida. Espero que en el transcurso de la noche aparezca alguno de los colegas de los que avisé por teléfono:
-¡Guau! ¡Está fuerte esto!
-¡Está de putamadre! La manzana está de vicio âdigo yo relamiéndome ya que me ha salido muy dulce, que es lo que me gusta.
Vemos pasar un coche del 092 pero o no han visto la que tenemos montada aquà o están pasando olÃmpicamente; no me extrañarÃa esto último ya que en la Noche de San Juan cantidad de gente está construyendo hogueras. Reparto la segunda ronda de queimada e inmediatamente comienzo a preparar otra, los gitanillos alucinan:
-¿Me dejas hacer eso? âdice uno de ellos cuando me ve levantando el cazo y dejo caer una columna de color azul en el recipiente.
-Bueno, pero ten cuidado no vaya a caer fuera. Toma.
-Yo primero âdice el más corpulento.
-No, yo âprotesta el otro.
-Tranquilos, poco a poco, por orden ¿eh? âdigo dándoselo al primero que lo pidió âtoma Ricardo, fuma.
-¿Podemos secarnos? ânos dicen unos chavales completamente mojados; tendrán entre quince y diecinueve años.
-¡Tú mismo! ¿Quieres beber? âle digo tendiéndole un vaso âte calentará por dentro.
-Vale, ¿está muy fuerte?
-Ahora os doy un vaso a cada uno cuando acabe con esta.
La noche comienza a animarse: al principio éramos cinco y al cabo de una hora hemos llegado a reunirnos más de veinte tipos alrededor de la queimada. Los vapores se meten por la nariz, ¡buena la voy a coger!, miro al resto del personal y también está a punto de caramelo. Teresa me pide el cucharón, me voy a saltar la hoguera. ¡Qué pasote! Justo ahora va y me sube el tripi, ¡vaya alucine!, veo a LuÃs que se parte el pecho de risa porque Ricardo está haciendo el orangután, chachi que también está haciéndoles efectoâ¦
-Abrevia SofÃa âdice el comisario Soler.
-Es verdad tronca, ¡mira que te enrollas! âopina Teresa.
-Es que me lo pasé tope ese dÃa âles replico al tiempo que enciendo un cigarrillo.
-Pero no tiene importancia para la investigación. Continúa desde el momento que salisteis de Lavapiés; que alguien vaya a por más café, por favor-contesta el comisario.
Sobre las cinco de la madrugada acabamos la juerga, recogemos todo y lo dejamos en casa de Ricardo y Teresa; todavÃa tenemos ganas de marcha. Asà que nos ponemos a buscar un bar subiendo por la calle de Lavapiés. Nada. LuÃs propone ir a tomar un chocolate con churros a Sol, en un sitio que abre a estas horas.
PELEA TIPO EL SALVAJE OESTE EN PLENO CENTRO DE MADRID
Ayer, a las cinco de la madrugada, en un conocido local de las inmediaciones de la calle Mayor, se organizó una pelea digna de una pelÃcula de John Ford. Según testigos presenciales, sobre las cuatro y media llegaron cuatro jóvenes en avanzado estado de intoxicación etÃlica. âEstaban muy borrachos, pidieron un chocolate con churros pero el camarero no quiso servirlesâ-declaraba una persona ajena a la pelea-âla verdad es que les contestó mal y entonces una de las chicas le replicó una burrada, el camarero quiso pegarle, uno de los chavales salió en defensa de ella; otro de los camareros habÃa ido a buscar al churrero y a otra gente que estaba en la cocina. Luego alguien tiró una taza y un plato, y a partir de ahà se lió todoâ.
La policÃa se personó en el local a los diez minutos pero los jóvenes habÃan desaparecido, quince personas fueron detenidas aunque se les puso en libertad tan pronto prestaron declaración.
-Nos cogió en la segunda subida del tripi, realmente fue una pasada por nuestra parte âdijo Teresa al comisario Soler.
-Sigue ¿cómo llegasteis a Chueca y qué pasó allÃ?â¦TodavÃa no me explico como fuisteis capaces de lanzaros a una aventura tan incierta y peligrosa.
-La culpa la tuvieron los ácidos âapunta Teresa âyo no lo habÃa comido, lo reservé para más tarde y luego me olvidé de él, me di cuenta de que todo aquello era real por eso mismo.
SofÃa es especialista en meter la pata, de buena nos hemos librado en el bar. Realmente el tÃo se pasó llamándola heavy de mierda pero luego ella remató la jugada llamándole cabrón y colocándole un mini de cerveza por sombrero. Menos mal que se armó un barullo de mucho cuidado y nos pudimos escaquear antes de que llegase la pasma. Ponemos rumbo a Chueca, siempre a la búsqueda de un bar abierto. Está chapado todo. LuÃs y Ricardo se paran a mear en una esquina:
-¡Tanta cerveza y priba es la hostia!
-¡Mira tronco, allá hay otro tipo igual que nosotros! âdice Ricardo.
-Es un dibujo en la pared âdice SofÃa.
-¡Que va! Es un tipo âdigo yo.
-No parece que se mueva âobserva LuÃs mirando de reojo.
-Yo creo que es un dibujo âinsiste SofÃa.
-¡Ya está! No podÃa aguantar más.
-Ya habéis acabado, ¿no?, vamos a ver aquello de cerca, parece muy real âdigo.
La confusión sobre lo que estamos viendo es debido a que aquel rincón se encuentra mal iluminado y a que nosotros estamos relativamente lejos como para distinguir lo que significa aquella sombra. Curiosos, nos acercamos. SofÃa tenÃa razón, es un dibujo:
-¡Está chachi dibujado! âdice LuÃs âdesde lejos parece un tÃo, ¿verdad?
-SÃ, está dabuten, parece que está trepando, ¿no? âdice Ricardo acoplándose a la sombra y colocando manos y piernas en la misma posición que en la pared âdesde allá y con esta piedra que tiene delante parecÃa que estaba meando. ¿Sabes dónde me gustarÃa estar ahora?
-No âcontesta LuÃs.
-En Coruña, en la playa de Riazor. Allà he visto un dibujo como este.
Nada más pronunciar estas palabras desapareció. No habÃa bebido tanto como para tener visiones y, si ni siquiera me habÃa tomado el ácido, no podÃa ser una alucinación producida por él. Realmente Ricardo se habÃa volatilizado. El resto de la banda se estaba riendo pues creÃan que todo era una broma del cachondo de Ricardo:
-Este tipo está colgado, ahora va y se abre âdice SofÃa.
-Vamos a jugar unos chinos mientras se decide a venir, estará en algún bar; ¿qué nos jugamos? âpregunta LuÃs.
-¿Quién paga la próxima ronda si encontramos un sitio abierto?
-Guay.
Cuando están a punto de comenzar la tercera partida aparece por la esquina opuesta a la que nos encontramos, tan campante, como si no hubiera ocurrido nada, y yo estoy segura de que hace un momento lo vi esfumarse delante de mis narices:
-¡Pasa tronco! âgrita LuÃs.
-¡Eh!
-¡Joder tÃo! ¿Dónde te habÃas metido? âpregunta SofÃa mientras le ofrece un cigarrillo de esos sin filtro que fuma ella.
-Me ha debido pegar un subidón increÃble porque cuando me he dado cuenta me encontraba en una tasca gallega que hay cerca de aquà y que no conocÃa.
-¿Una tasca gallega? âse extraña LuÃs.
-SÃ, ¿qué flipe, no?, por allà a la izquierda, la primera calle que cruza.
-No recuerdo ver ninguna por la zona que me dices âdigo yo.
-Pues yo me acabo de beber un vino allÃ, además un Ulla, y tenÃan tapas de cocina, chachi que sà âinsiste Ricardo.
-Pues vamos allá; unos vinitos vendrán de putamadre-dice SofÃa impaciente como siempre en estos casos, cuando hay papeo y priba de por medio. Yo no me lo acabo de creer, pero no cuento a nadie mis sospechas. Asà que guiados por Ricardo vamos en busca de la taberna:
-¡Estaba aquÃ! âdice.
-Pues ya ves que esto es un solar abandonado âdigo yo, casi convencida de que no Ãbamos a encontrar el lugar donde él habÃa estado hace un momento.
-Me habré equivocado de calle, a lo mejor es la siguienteâ¦Tampoco. Tengo que dar con el bar, seguro que está por aquà cerca, sólo tardé un par de minutos en llegar a donde estabais vosotros.
Damos vueltas por las calles próximas pero nada. Ricardo no se lo explica, mi teorÃa, aunque parezca increÃble, es que esa sombra, de alguna manera, es capaz de que la gente viaje en el espacio con sólo desearlo. Los otros no se enteraban de nada con el moco que tenÃan; al final decidimos ir a dormirla cada uno a su queli quedando para comer al dÃa siguiente en nuestra casa, mañana les contarÃa lo que habÃa visto y ya con calma investigarÃamos lo ocurrido.
-Me costó trabajo convencerlos, ¿se imagina, comisario?
-Desde luego.
-Además esa noche tuve un sueño bien extraño: estaba en mi cama durmiendo, en un momento dado me despertaba pero en un sofá y vestida con una túnica de seda blanca; a mi alrededor se encontraba más gente en el mismo estado que yo, me levanté sorprendida. Vi claridad al fondo de un pasillo que se encontraba a la espalda del sofá en que habÃa aparecido. Lo seguà y me topé con una escalera de caracol que descendÃa al piso de abajo; aquello parecÃa un laboratorio, tubos de ensayo y artilugios de todo tipo llenaban la habitación. En una silla estaba doblada perfectamente mi ropa, asà que me cambié y salÃ. Estaba en Riazor, enfrente de mà se encontraba la playa, comencé a caminar y al doblar la esquina me hallé de repente en la plaza de Chueca, en Madrid. Pensé que en lo que habÃa soñado podÃa estar la clave de lo ocurrido anoche, si dormidos podemos viajar en el tiempo y en el espacio ¿no serÃa posible que alguien hubiese descubierto un sistema sencillo de trasladarse más allá de lo que se llama comúnmente realidad? Siempre me han interesado cantidad estos temas, ¿a usted no, comisario Soler?
-La verdad es que mi trabajo no me deja mucho tiempo para soñar. Continúa.
-Eso es imposible âdice Ricardo âestarÃas alucinando, tronca.
-No me comà el tripi, estoy completamente segura: desapareciste por la pared, esta noche os lo mostraré.
-Bueno, no ocurrirá nada; pero no veo la razón para negarle ese capricho a Teresa âdice SofÃa apoyándome, aunque no está, en absoluto, convencida.
-Vale, te haremos caso pero me da la impresión de que te patinan las neuronas âreplica Ricardo.
LuÃs no dice nada, está a la expectativa como siempre, es escéptico por naturaleza y no toma partido en ningún caso. Dejamos de hablar del tema y pasamos la tarde jugando al parchÃs y cosas asÃ. Alrededor de las diez salimos.
Una sombra nos muestra un asesinato
Es sábado. La zona está a tope de gente. Nos metemos en un bar a comer unas tapas, parecemos sardinas en lata, en él ya no cabe nadie más y a pesar de todo una pandilla de cinco ha entrado al mismo tiempo que nosotros. Decidimos esperar unas tres horas para hacer el experimento, ahora hay demasiada gente, ya procuraremos no privar demasiado.
Encontramos a unos cuantos colegas de rule con los que nos bebemos unas litronas, estamos deseando que llegue el momento de ir a ver la sombra; hemos pasado varias veces por allà y, aunque mis compañeros no creen que ocurra nada, también están intrigados por lo que pueda pasar. La música resuena en las calles cada vez que se abre la puerta de un pub, intoxicación etÃlica al por mayor, risas, canutos, alcohol, descontrol, algo de coca en los lavabos, caballo, hashish se oye en las esquinas de Chueca, rÃos de gente de bar en bar, siempre los mismos, ruido. Sobre las dos de la madrugada, más o menos, nos dirigimos hacia la sombra:
-A ver, vamos a comprobar lo que nos contaste, ya verás como no pasa nada âdice Ricardo.
-Si estás tan seguro haz exactamente los mismos gestos y di las mismas palabras, vamos âarguyo medio ofendida aunque sintiendo una ligera aprensión por temor a meternos en un lÃo que no se sabe dónde va a llegar.
-¡Vamos tÃo, demuéstrale que está como una chota! ¡Nadie desaparece asà como asÃ! âdice SofÃa.
-Bueno, me puse asà y dije que me gustarÃa estar en Coruña en la playa de Riazorâ¦
¡Zuuummmm! ¡IncreÃble! ¡Ha desaparecido! ¡Guau! Por un momento nos quedamos anonadados, es para no creérselo pero Ricardo se ha fundido en la pared. Entonces uno a uno hacemos lo mismo. No podemos dejarle solo. Parecemos los protagonistas de una novela de ciencia-ficción pero es la realidad, si lo contáramos creerÃan que estamos chiflados. Nos sentamos en la arena, cerca del muro y detrás de una roca:
-¡Que pasote!
-¡Incredible, colega! Podremos tomar vinos cuando nos pete, ¡tope guay! âdice SofÃa.
Y entonces ocurrió; llevábamos un rato desvariando sobre las infinitas posibilidades de la sombra cuando oÃmos un gemido. Nos quedamos en silencio unos minutos a ver si volvÃamos a oÃrlo, el lamento se repitió, extrañados nos levantamos con el fin de investigar su procedencia; no habÃa nadie en los alrededores pero continuábamos escuchándolo, parecÃa venir del mar asà que nos pusimos a caminar por la orilla, a medida que avanzábamos en dirección a Las Esclavas se hacÃa más nÃtido y claro, no se veÃa nada. A la altura del Playa Club y debajo de una de las barcas, descubrimos un bulto, origen del gemido, un hombre de unos treinta años, desangrándose, con un puñal en el costado derecho: no estaba muerto pero no tardarÃa en estarlo, con gran esfuerzo abrió los ojos y mirando a SofÃa dijo:
-¡Raisâ¦raisâ¦toma, guardaâ¦loâ¦Â¡cof,cof!â¦rais,raisâ¦daâ¦seâ¦lo,â¦noâ¦olvidarâ¦Â¡Rais!-logró articular el hombre antes de morir. Una pequeña caja de metal plateado pasó a manos de SofÃa. Nos disponÃamos a ver el contenido cuando hasta nosotros llegó un rumor, alguien venÃa hacia donde nos encontrábamos, tenÃamos que desaparecer antes de que nos descubrieran al lado del cadáver, podÃa dar lugar a un malentendido; como no tenÃamos mucho tiempo nos deslizamos por detrás de las barcas hasta el muro y entonces oÃmos una conversación que aún nos dejó más perplejos:
-Tiene que estar por aquÃ, sé que Los Otros no lo encontraron, no sirvió de nada el torturar a Abdul, ni siquiera las amenazas de muerte lograron amedrentarlo, era un valiente. Debemos recuperar la caja, la vida de nuestro pueblo depende de ella âoÃmos decir a una voz ronca y bien modulada aunque extranjera.
-Tiene que tenerla encima.
-Lo he registrado bien y no la tiene, sé que ninguno de Los Otros la ha encontrado.
-A lo mejor tuvo tiempo de esconderlo antes de que lo cogieran.
-Es posible pero ¿Dónde está? ¿Dónde ha podido ocultarla?
-Por la mañana podemos, debemos, ir a la playa de la última vez, quizásâ¦
-Puede que tengas razón, larguémonos antes de que pase alguien por aquÃ-replicó el dueño de la voz ronca.
-Vamos.
¡En menudo lÃo nos acabábamos de meter! Lo mejor que podÃamos hacer, por el momento, era buscar un sitio tranquilo y seguro donde pasar la noche y examinar la caja, luego ya pensarÃamos qué hacer con ella. A LuÃs se le ocurrió que el viejo matadero abandonado serÃa un buen sitio y hacia allà encaminamos nuestros pasos, nos sentÃamos confundidos por lo sucedido y durante el camino apenas nos dirigimos la palabra. Resultaba alucinante que hubiera habido un asesinato en la playa de una ciudad en la que, normalmente, esta clase de sucesos era la excepción, ¡pensar que mientras la basca se divierte en una noche de sábado a pocos metros estaba cometiéndose un crimen!
¿A donde nos llevarÃa aquella caja? ¿Por qué era tan importante? Un hombre habÃa muerto por su culpa; me recordaba las antiguas pelÃculas de espÃas con muertos por todas partes y esas cosas. Seguro que la explicación era mucho más simple: algún ajuste de cuentas entre traficantes de droga o algo parecido, peroâ¦estaba aquella extraña conversación que me hacÃa pensar que la anterior interpretación era falsa. De cualquier modo me parecÃa increÃble estar viviendo una de espÃas. Entramos sin dificultad en el edificio ya que la puerta no tenÃa cerradura, no habÃa nadie, sólo escombros por todas partes, aquà y allá algunas mantas y cartones, allà vivÃa gente por lo que decidimos subir al primer piso donde se encontraban las oficinas y nos metimos en una de ellas. Ricardo, que es especialista en coleccionar boberÃas tales como llaveros-navaja, llaveros âcartas de baraja, llaveros-bloc de notas y demás, sacó de su bolsillo una pequeña linterna-llavero:
-A ver, pásame la caja âdijo a SofÃa.
-Toma. ¡Qué cosa más extraña!
-¿El qué?
-Me dio la impresión de que ese hombre me conocÃa pero yo no recuerdo haberlo visto nunca.
-¡Que va, tronca! Simplemente fue al primero que vio.
-Estoy convencida, nos miró a todos pero me la entregó a mÃ, aquà hay algo raroâ¦no sé lo que es pero tiene que ver con alguien que conozco, es sólo una impresión de todas formas.
-Bueno, mira, vamos a ver qué contiene la caja âdijo, impaciente, LuÃs.
Pequeña, de color plateado, tenÃa todos sus resquicios sellados con lacre rojo, el mechero de gasolina de LuÃs ayudó a abrirla y en el interior ¿a qué no se imagina lo que encontramos?
-¡Un simple papel! Un papel en el que estaba escrito una sola palabra: Rais. La misma que habÃa pronunciado el hombre antes de morir âdijo SofÃa-; no tenÃa sentido ¿qué extraño significado encerraba que la gente mataba por ella?
-Como supondrá no pudimos pegar ojo en toda la noche intentando descubrir lo que estaba pasando, barajamos infinidad de teorÃas, incluso el que fuese el nombre de un misil o alguna vacuna imprescindible contra alguna enfermedad raraâ¦Â¡ya qué sé lo que imaginamos!
AmanecÃa y aún estábamos perplejos por lo ocurrido, no sabÃamos qué hacer. Se nos escapaba el significado de aquellas palabras oÃdas a un hombre moribundo, y luego estaba la caja que precisamente le habÃa entregado a SofÃa, ¿por qué a ella?, no podÃamos contarle a nadie lo ocurrido, no nos creerÃan o, si lo hacÃan, lo más probable es que también estuviesen metidos en la historia y habÃa posibilidades de salir malparados de la dichosa movida, ¡en fin, una pasada!
-Lo mejor que podemos hacer es esperar a ver qué pasa âdijo prudentemente LuÃs âtarde o temprano encontrarán el cadáver y es fácil que el periódico lo publique uno de estos dÃas. Lo más recomendable es que volvamos a Madrid esta noche y esperemos ver qué ocurre y quién es ese hombre.
-Por mÃ, de acuerdo ârespondió Ricardo.
-¿A qué playa se referirÃan? âpregunté a SofÃa.
-¡Vete a saber! Hay montones de calitas por toda la costa, no creo que lleguemos a averiguarlo. âcontestó ella.
Ninguna razón nos retenÃa allÃ, es más, alguien podÃa habernos visto y quizás estuviésemos en peligro, asà que volvimos a la sombra y regresamos a Chueca; nos tomamos la noche con calma, bebimos y bebimos intentando frivolizar el asunto, tal vez los periódicos de la mañana nos aclarasen algo. Como es lógico acabamos pedos perdidos, con un cuelgue que no veas. A la mañana siguiente compramos âLa Voz de Galiciaâ en uno de los quioscos de Sol, desayunando en un bar nos pusimos a ojearlo y allÃ, en la página de noticias locales, aparecÃa lo siguiente:
ENCUENTRAN UN HOMBRE APUÃALADO EN LA PLAYA DE RIAZOR
La Coruña, 24 de junio.- Un hombre, al parecer de raza árabe, fue encontrado muerto a primeras horas de la madrugada por una pareja de novios que paseaban a su perro; éste se acercó a las barcas varadas cerca del Playa Club cuando se puso a aullar de forma lastimera, intrigados por el comportamiento del animal se acercaron a ver qué ocurrÃa, y entonces fue cuando lo vieron: un hombre, de unos treinta años, estatura media, tez oscura, yacÃa debajo de una de ellas empapado en lo que se podÃa pensar era agua debido a lo oscuro de la noche pero resultó ser sangre. Rápidamente avisaron a la policÃa que se personó en el lugar de los hechos al momento.
La principal teorÃa, y la más probable, es que se trata de un ajuste de cuentas entre traficantes de droga; no se sabe a ciencia cierta qué es lo que ocurrió, según el forense el hombre llevaba varias horas muerto. En estos momento se procede a su identificación asà como a tomar declaración a la gente que se encontraba alrededor de la medianoche en esa zona, tarea ardua si se tiene en cuenta que la noche del sábado es una de las más concurridas de la semana, por ello la policÃa pide la colaboración de todos los ciudadanos que en la noche de ayer se encontraban en las inmediaciones de la playa.
-¡Bueno, esto es la monda! Los que más sabemos del tema somos nosotros âdijo SofÃa ây sabemos perfectamente que no es un traficante de drogas, no sé quién puede ser el tronco pero tiene más tela el asunto de lo que aparenta, ¿no?
-¡Por supuesto! Sino ¿por qué aquellos hombres dijeron que era fundamental para la supervivencia de su pueblo?
-Puntualicemos âdije yo âlo que dijo fue la vida de nuestro pueblo depende de ella que es bien distinto.
-¡Eres el colmo, tÃa! Estamos metidos en una movida que te cagas y a ti se te ocurre hacer puntualizaciones gramaticales âdice LuÃs perdiendo la paciencia.
-¿Qué te pasa?
-Nada, es que tiene miedo y entonces se pone nervioso âexplica SofÃa.
-¡No es cierto! âprotesta él.
-Bueno, bueno, vamos a dejarlo y ocupémonos del asunto ¿qué más da unas palabras que otras? âhabla Ricardo intentando que el mosqueo no prospere.
-No sé, me parece que sà la tiene âme defiendo.
-Vale tronca, pero lo más urgente es descubrir quién es el tipo ese y por qué lo mataron yâ¦
-Y también por qué me dio a mà la caja.
-SÃ, también, ¡qué cruz de basca! Déjame continuar; como iba diciendo⦠¿Quién es? ¿ConocÃa a SofÃa? Ella dice que nunca lo habÃa visto, luego esto quiere decir que, a lo mejor, SofÃa con todas las relaciones extrañas que tiene por ahà debe saber de alguien común a ella y al hombre de la playa, o puede que sea simple casualidad que le dirigiese la palabra. Creo que debemos esperar unos dÃas antes de contarle nada a la pasma o a quien sea, alguien en quien podamos confiar. ¿Estáis de acuerdo?.
-Parece lo más prudente âdigo yo al tiempo que llamo al camarero para que nos traiga unos cafés con unas magdalenas.
-Si vamos a esperar a que la pasma logre identificarlo, entonces esta puede hacer un poco de memoria y a lo mejorâ¦si sabe realmente algo que ella todavÃa no sabe que lo sabeâ¦
-Te estás liando, colega âcorta SofÃa.
-¡Pasa! ¿Eh? ¿Es que no puede uno hablar aquà sin que le corte alguien?
-¡Vale! Sigue, nadie te dice nada, tronco.
-Ya me he olvidado⦠¡Ah, sÃ! Pues que creo que tiene razón Ricardo.
-¡¿Y para decir eso te has montado este rollo?!
-¡Dejad de discutir de una vez! ¡Basta! âdigo intentando poner orden âtranquilizaos, tenemos que desaparecer, debemos encontrar un sitio seguro donde no puedan localizarnos, y ver cómo se desarrolla todo este mogollón. ¿Dónde os parece que podrÃamos ir? ¡Ideas! ¿Qué se te ocurre, Ricardo?
-Lo que es evidente es que ni en La Coruña ni en Madrid podemos escondernos, llevamos dos dÃas sin aparecer por nuestras respectivas casas, nosotros tenÃamos que haber ido a esperar a mi madrina que llegaba por la mañana en el tren, con lo histérica que es seguro que ya ha llamado a la policÃa; no debemos quedarnos, si alguien se entera que hemos sido testigos de un asesinatoâ¦
-¡No exageres!
-No exactamente, pero alguien puede creer que hemos visto más de lo que decimos, y entonces sà que lo tendrÃamos claro.
-No te equivocabas âdijo el comisario Soler interrumpiendo el relato de Teresa âen efecto, tu madrina vino a la comisarÃa hecha un manojo de nervios, parecÃa que iba a darle un ataque de un momento a otro, pidió una copa de aguardiente para tranquilizarseâ¦
-Se pasa el dÃa tranquilizándose âironizó Ricardo.
-Bueno, en ese momento se veÃa que lo necesitaba; asà fue como me encontré metido en esta historia.
Era domingo, me tocaba estar de guardia, asà que me sorprendió que alguien preguntase por mÃ, y además una señora con un fuerte acento gallego; la hice pasar a mi despacho, se encontraba en un estado lamentable, descompuesto, le pedà que tomase asiento y dijese qué le ocurrÃa:
-No recuerdo haberla visto nunca señora, ¿quién le dio mi nombre? ¿Quién le habló de m�
-Una tÃa suya, una hermana de su madre es amiga mÃa y cuando supo que iba a Madrid para hacerle una visita a mi ahijado entonces me dijo que tenÃa un sobrino aquà que era policÃa y que si necesitaba algo o tenÃa algún problema viniese a verle âlogró decirme, después de haberse tomado su copa.
-¡Ah, se refiere a tÃa Ãngeles! Es verdad, me llamó el sábado por teléfono para contármelo. ¿Qué le ha pasado? ¿Le han robado el equipaje en Norte? Ocurre a menudo pero conozco a los rateros y si es quién pienso le conviene devolvérselo, usted dirá.
-¡No es eso! ¡No es eso! Resulta que él tenÃa que haberme ido a recoger a la estación, el tren llegó con retraso por lo que no esperaba verlo, como asà ocurrió; como tenÃa su dirección cogà un taxi y le di instrucciones al taxista con el fin de que me llevase por el camino más corto a casa de mi ahijado, él siempre me decÃa que los taxistas de Madrid son muy vivos y que si pueden dan una vuelta para sacar más dinero al cliente.
-Algunos, no todos; continúe.
-Llegué, toqué el timbre pero nadie contestó, estuve casi una hora esperando a que apareciese pero nada, él sabÃa que venÃa, no podÃa dejarme plantada. Comisario Soler, estoy segura que le ha ocurrido algo, he llamado a los hospitales pero no saben nada; ¿puede usted ayudarme? He pensado que podÃa estar en alguna de las comisarÃas pues, aunque es un buen muchacho, viste un poco asÃâ¦moderno, ¿me entiende?
-Intente explicarse más claramente.
-Ãl lleva pantalones muy ceñidos y cazadora vaquera, camiseta, y bebe cervezaâ¦bueno, como la mayorÃa de los jóvenes.
-Entiendo ¿cómo se llama?
-Ricardo GarcÃa Olavide, vive aquà con su hermana; los dos están estudiando.
-Esto es lo que vamos a hacer, ahora yo me encargaré de enterarme si alguien con esas señas y nombre ha sido detenido en los últimos dos dÃas, tal vez se hayan metido en algún pequeño follón y los encontremos. Espere aquÃ, enseguida vuelvo.
Miré en el ordenador las detenciones de la semana; están bien estos cacharros, ahorran mucho trabajo, estaba seguro de encontraros en alguna de las redadas que se habÃan efectuado en la semana, pero no aparecÃais por ningún sitio. Volvà a la oficina con dos cafés.
-No aparecen, no creo que les haya ocurrido nada, puede que estén con algún amigo.
-¡No! ¡sé que les ha sucedido algo! ¡Estarán muertos en un callejón, apuñalados! ¡Pobre ahijado mÃo, pobrecito! ¿Qué dirá su madre?
No pudo continuar, comenzó a llorar e hipar, todo el maquillaje se le estaba descomponiendo, paró un momento, parecÃa que se habÃa tranquilizado pero volvió a la carga, más lloros e hipidos, yo también me estaba poniendo nervioso oyéndola. Abrió su bolso y cogiendo un pañuelo comenzó a retorcerlo mientras lloraba, lloraba; entrecortadamente pidió que le trajesen otra copa de aguardiente, lo hice y ya habÃa decidido pedir una orden de registro para entrar en vuestra casa, asà que en cuanto estuvo en mi poder fuimos allÃ. Encontramos una agenda con direcciones y teléfonos, decidimos utilizarla para localizaros, probablemente alguno de los anotados en ella sabrÃa decirnos dónde encontraros; de esta manera nos enteramos que otras dos personas faltaban de sus casas. Realmente no sabÃa por dónde iniciar mis investigaciones, lo primero era interrogar a la gente del barrio, sacamos pocas cosas en claro pero comenzamos a rastrear vuestras andanzas por la zona Centro. Al cabo de una semana decidà contarle el hecho a un periodista amigo mÃo, tal vez alguien supiese dónde buscaros o puede que vosotros mismos leyerais la noticia. Continúa relatando qué ocurrió, ¿dónde os ocultasteis?
-Ricardo tenÃa razón, debÃamos ser prudentes, a casa no podÃamos ir, nuestras familias querrÃan que pusiésemos el caso en manos de la policÃa, si lo hacÃamos posiblemente nuestras vidas corriesen peligro, intentarÃamos averiguar primero quiénes eran aquellos hombres, asà que a SofÃa se le ocurrió una ideaâ¦
-A ver qué os parece: las sombras nos trasladan al instante en el espacio, volvemos a utilizarlas para ir a otro sitio.
-Pero no sabemos cómo funcionan realmente, ¿hace falta una figura gemela o el que funcione tan sólo depende de los deseos que tenga quien la utilice? âobjetó Ricardo âdaos cuenta que hasta ahora sólo tenemos el hecho de que hay una en La Coruña y otra en Madrid, y que, supuestamente, se corresponden pero ¿son las únicas en España?¿hay otras en algún paÃs distinto al nuestro? ¿si las utilizamos erróneamente nos quedaremos colgados en una cuarta dimensión desconocida?
-La solución la próxima semana en CANAL-R âbromeó SofÃa.
-No es tan disparatado lo que dice como tú piensas âle defendÃ.
-Gracias tronca.
-Lo siento, estaba vacilándote, puede que tengas razón, pero entonces ¿qué haremos?.
-¡Ya sé dónde podemos ir! âexclamé âestoy casi segura que sé dónde hay más sombras: en Venecia.
-¿En Venecia?
-SÃ, el verano pasado estuve allà una temporada con una amiga de la facultad que es veneciana, habÃa muchas; por todas partes, no supo explicarme su significado aunque hubo algo en su actitud, cuando le pregunté por ello, que me hizo sospechar que era un tema que conocÃa a fondo pero del que no querÃa hablar.
-¡Tú alucinas! âreplicó SofÃa.
-Tengo pruebas, unas fotos que hice a algunas de las sombras, se parecen bastante a la de Chueca; podemos esperar a la noche para ir a casa, tomaremos todas las precauciones posibles por si acaso está vigilada.
No tuvimos ningún contratiempo, tenÃa razón: eran iguales a las dos que habÃamos visto. Tanta casualidad nos escamaba a todos, no era probable que alguien las hubiera pintado solamente para ir de Coruña a Madrid, lógico serÃa que hubiese más, desde luego si un sitio tenÃa posibilidades de ser el centro de toda esta historia Venecia contaba con un 99% de ellas. Con fama de ciudad misteriosa desde hace siglos, tenÃa todo a su favor. Asà que volvimos a fundirnos con la sombra y aparecimos en Venecia, la casa de mi amiga estaba cerca del Puente de los Tres Arcos, las ventanas se encontraban iluminadas, golpeé la puerta con un pesado llamador de bronce que tenÃa forma de garra de león. Pasaron unos minutos antes de que oyésemos pasos acercándose a la puerta, se abrió una trampilla desde donde nos miró una cara asombrada:
-¡Teresa! ¿Qué haces aqu�
-Déjame entrar Carla, tenemos que hablar; ¿puedes alojarnos durante unos dÃas?, tal vez puedas ayudarnos, tenemos un problema tremendo.
-Pasad, pasad âdijo Carla al tiempo que abrÃa la pesada puerta âmis padres están en Austria, yo preferà quedarme, tardarán unos veinte dÃas en volver.
-Vamos a sentarnos y a contarte lo que ocurre.
Era increÃble la casa, parecÃa que habÃamos viajado a otra época; era un palacete de esos que aparecen en las pelÃculas, donde seguramente ha ocurrido más de un crimen pasional, envenenamientos, sesiones de magia negra, y vete a saber qué más; eso fue lo que pensé la primera vez que entré en la casa de Carla y ahora, influenciada por todo lo sucedido y de noche, la impresión se acentuó. Nos llevó hasta una pequeña sala situada en el piso superior. PodÃamos confiar en ella asà que se lo contamos todo, no se sorprendió en absoluto por nuestro relato:
-Será mejor que descanséis, mañana intentaré explicaros algunas cosas pero ahora es tarde, mañana hablaremos, tenemos muchos dÃas por delante, nos van a hacer falta; tengo que levantarme temprano, debo ver urgentemente a mi maestro.
-Dinos algo ahora, Carla âsupliqué.
-¡No!â¦no puedoâ¦todavÃa; mañana será mejor. Venid, os llevaré a unas habitaciones donde podréis descansar.
A pesar de que le insistimos no se dejó convencer, nos mostró unas habitaciones cercanas a la salita y nos dejó solos. TenÃa razón; la excitación de estos dÃas no habÃa dejado que nos diésemos cuenta de nuestro cansancio, yo tardé en conciliar el sueño pero LuÃs y SofÃa roncaban a los cinco minutos de dejarlos en la suya. Era una de esas noches en que es imposible dormir por más que se intente, la mente trabaja a doscientos por hora, los pensamientos se suceden con rapidez, se superponen unos a otros, y las más extravagantes teorÃas cobran realidad por unos momentos. Duermes, pero no con profundidad, y cuando te das la vuelta para mirar el reloj, porque crees que tan sólo han pasado unos minutos, te das cuenta que llevas horas inmersa en cavilaciones. Estaba amaneciendo cuando por fin me quedé dormida, sé que fue asà porque soñé lo mismo que la noche en que Ricardo desapareció por primera vez en la sombra. ¡Otra vez aquel extraño laboratorio, aquella gente con lo que parecÃan ser camisones blancos y, sobre todo, aquella casa laberÃntica!. TenÃa que haber una relación, por lo que sé los sueños no suelen repetirse y cuando lo hacen es que hay una poderosa razón para ello. ¿Qué significarÃa: un hecho del pasado, algo que estaba por ocurrir o, lo más inquietante, la realidad de lo que estaba ocurriendo? Eso fue lo que pensé al despertar pero no veÃa cómo podÃa encajar con la muerte del hombre en la playa, aunque también podrÃa ser que no hubiese conexión alguna. Todo era posible, sabÃamos por el momento demasiado poco.
Miré el reloj, eran las nueve de la mañana, Ricardo dormÃa plácidamente aún, me vestà y fui a la habitación de SofÃa, les ocurrÃa lo mismo; aproveché para dar una vuelta por la casa y de paso hablar a solas con Carla. No estaba. Deambulé por aquà y por allá, aquello era enorme, pero ni rastro de mi amiga, debió de salir muy temprano; busqué la cocina, si no me equivocaba se encontraba en la planta baja, a la derecha de la puerta principal habÃa un corredor que conducÃa a ellaâ¦sÃ, era asÃ, ahora me acordaba, no tengo muy buena memoria para estas cosas de los planos de una casa, siempre fui un desastre. Estaba preparando el desayuno cuando me pareció oÃr una voz, salÃ, era SofÃa que me llamaba:
-¡Por aquÃ, a la derecha!
Tardó unos minutos en aparecer, venÃan los tres.
-No sabÃamos dónde estabas.
-No te oà levantar, y con esta historia que está ocurriendo pensé todo tipo de cosas raras âse excusó Ricardo.
-No saquemos las cosas de quicio ¿qué iba a pasar? Entre otros motivos, porque nadie sabe que estamos aquÃ. No comiences a alucinar ¿eh? ârepliqué.
Desayunamos, luego nos dedicamos a explorar la casa: Ricardo y yo la planta baja, los otros la planta alta. Más que una casa parecÃa un museo. PertenecÃa a la familia de Carla desde hacÃa siete siglos, ¡una pasada!, y cada generación habÃa reformado y decorado la mansión de acuerdo con los cánones de la época, conservando, eso sÃ, multitud de obras de arte de todos los estilos. La biblioteca era increÃble: obras de los griegos clásicos copiadas por monjes del siglo XIII, en francés, griego, alemán antiguo, en inglés, una copia de los viajes de Marco Polo manuscrita, libros de Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Giacomo Casanova, Virgilio, ¡incluso la Enciclopedia de Diderot!, me sentà fascinada por todo aquello. Carla volvió alrededor de las dos de la tarde:
-No habréis salido ¿verdad? No conviene que nadie sepa de vuestra existencia hasta que habléis con mi maestro.
-Esta tronca alucina por colores, ¿no?, ¿no estará pasada de vueltas? âme dijo Ricardo al oÃdo âpara mi que le patinan las neuronas.
-Espera, no seas asÃ, a lo mejor nos aclara las ideas, aunque un poquillo tocada del ala sà que está âcontestó LuÃs, que no perdÃa comba de lo que hablábamos.
-Te he oÃdo perfectamente y no estoy pasada de vueltas, hay cosas en el mundo, historias, que nadie se imagina que puedan ocurrir, pero la vida es mucho más complicada de lo que parece; hay otros mundos y dimensiones incomprensibles para la mayorÃa, pero están ahÃ, existen de alguna manera y el estudiarlas y aprehenderlas sólo le está permitido a los iniciados pues, sino es asÃ, la mente de alguien no preparado serÃa incapaz de asimilarlas y le conducirÃa a la locura. Venecia es una ciudad misteriosa, encierra tantos enigmas que toda una vida dedicada a su estudio no podrÃa descubrir.
-Hablas como una masona.
-Tal vez sÃ, ni lo niego ni lo afirmo. Pero eso no tiene importancia. Os voy a contar una historia que en mi familia ha pasado de generación en generación, de la que sólo nosotros somos sus custodios y guardianes, y que nunca hemos relatado a miembros exteriores a ella.
-Entonces, ¿por qué tenemos que conocerla?
-¿Quién de vosotros descubrió la sombra y logró que funcionase?
-Yo âcontestó Ricardo.
-Quizás mantengas una conexión con Venecia debido a que en tu familia existe alguien que procede de aquÃ.
-No.
-Espera⦠¿recuerdas que la abuela nos contaba que su padre era veneciano y estaba iniciado en los secretos de la alquimia? âintervine âtodos decÃan que estaba loca, pero tal vez lo hacÃan para protegernos.
-Dejad de discutir y prestadme atención, mi maestro me ha dado permiso para relataros esta historia singular: remontémonos al siglo XI, los Monte-Ollivellachio llevan cuatro siglos viviendo en Venecia, le han dado a la ciudad valientes soldados, perspicaces comerciantes y estudiosos de la vida y la muerte, de los misterios de la naturaleza, alquimistas se les llamaba en aquellos tiempos. Ãpoca de continuas guerras entre los pequeños estados que nueve siglos más tarde formarÃan el pueblo italiano; las personas se veÃan obligadas muchas veces a llevar una doble vida a causa de las persecuciones tanto polÃticas como religiosas, debido a ello las casas y palacios eran poseedoras de pasadizos y salas secretas que permitÃan al perseguido desaparecer por un tiempo hasta que los ánimos se calmasen. Esta casa tiene varios. Os haré un plano para que comprendáis bien la historia. Vamos a la biblioteca.
-Por favor. ¡¿Queréis no iros por las ramas?! ¿qué tiene que ver esto con vuestra desaparición, me queréis explicar?-inquirió el comisario Soler.
-Es la historia de las sombras âprotesté molesta por la interrupción, ya que era la segunda.
-¡Te pasas! Y luego hablas que si yo esto o lo otro âdijo SofÃa.
-Haced el favor de abreviar lo más posible, ateneos a los hechos, estoy demasiado cansado como para aguantar fantasÃas.
-¡No son fantasÃas! Es la pura verdad.
-Vale, pero ya lo contarás otro dÃa. Ahora lo que interesa esâ¦
-¡Pero es que es fundamental, no la puedo dejar de lado!
-Hagamos un pequeño descanso, prepararé más café; mientras, ordenad vuestras ideas.
Casi dos horas llevamos hablando y ninguno ha dormido todavÃa. Realmente hay veces en que la realidad supera a la ficción, nunca antes me habÃa visto involucrado en un caso como este, ni hubiese soñado que me podrÃa ocurrir. No les oigo hablar, pongo el café al fuego y regreso a la sala. Se han quedado dormidos, no me extraña, les voy a imitar, pero antes comeré algo y apagaré el gas.
Un inglés ¿de vacaciones?
El charter proveniente de Venezuela acababa de aterrizar, en el venÃa la primera tanda de emigrantes de vacaciones, él también; llamaba la atención por su estatura, era largo y fuerte, su cara morena contrastaba con el pelo castaño claro, miraba de forma directa y su franca sonrisa era su mejor presentación, al instante se pensaba es americano. Pero era inglés. No era la primera vez que hacÃa este viaje; tampoco era un simple turista con dinero para gastar, aunque resultaba conveniente que la gente lo viese de esa manera. Su equipaje, anodino y vulgar, se componÃa de una mochila enorme, la cámara de fotos colgada al cuello y un bolso de mano de una agencia de viajes. Cogió un taxi, y dio al conductor la dirección de una pensión ubicada en el centro de la ciudad, cerca de la playa y los jardines, pagó y, cogiendo todos sus bártulos, se dirigió hacia un portal anejo a una tienda de radios, calculadoras, relojes, etc., llamó al timbre:
-¿Quién es?
-Mister Robinson, tengo reservada habitación, ¿OK.?
-Pase-contestó la voz al tiempo que se oÃa el sonido del portero automático.
Subió por la estrecha escalera hasta el segundo piso donde le esperaba el dueño de la pensión, un hombre bajo, de complexión media y un tanto entrado en carnes, amable, hablaba con un marcado acento gallego. Se conocÃan desde hacÃa cuatro años, cuando por primera vez arribó a estas tierras:
-¿Qué tal el viaje, cansado?
-SÃ, ¿es la misma habitación? âpreguntó mientras firmaba en el registro.
-Por supuesto, la que da a la calle, ¿no?
-No hace falta que me acompañe, por favor avÃseme a las doce.
-Vale señor, que descanse.
-Gracias. Buenas noches.
-Buenas noches.
Realmente estaba derrotado, abrió el bolso de mano y sacó de él un pijama de verano azul marino, de esos que vienen con un pantalón corto; se lo puso y sacó su neceser, que fue a colocar en el armario del cuarto de baño, habÃan tenido el detalle de ponerle una pastilla de jabón y un tubo de pasta dental, era un buen cliente que se pasaba dos meses todos los veranos allà y habÃa que cuidarlo, pensó. Se metió en la cama, al cabo de cinco minutos estaba profundamente dormido.
-La hora, señor Robinson.
-Gracias-contestó al instante ya que hacÃa lo menos media hora que se habÃa despertado.
El primer dÃa en cualquier lugar estaba dedicado a recorrerlo tranquilamente, a reconocer los sitios y las personas, a tomar contacto de nuevo con la ciudad. Terminó de guardar sus cosas en el armario, cogió la cámara de fotos y diciendo adiós al dueño salió a la calle. Lo primero era desayunar y se dirigió hacia una chocolaterÃa que habÃan inaugurado dos meses atrás en la calle de Los Olmos, mientras tomaba una taza de espeso y negro chocolate con churros ojeó los periódicos locales. Nada importante ni que le interesase aparecÃa en ellos. Pagó lo consumido y se levantó. Lo primero era ir a Información y Turismo. Atajó por la travesÃa de Primavera y llegó a los jardines, el puerto, la dársena y sus barcos. Hizo una buena foto de ellos.
Entró en el pequeño edificio y cogió multitud de folletos que guardó en su bolso de mano. Otra vez aquà para hacer el mismo trabajo, le gustaba y esperaba poder seguir haciéndolo. Decidió encaminar sus pasos hacia el Dique Barrié de la Maza, posiblemente por la tarde fuese a ver el castillo-museo que se encontraba camino del Club Náutico. Se rió para sus adentros, no sólo se comportaba, sino que también pensaba como un tÃpico turista, bien, no deberÃa pensar en otra cosa quien le viese, y nunca se sabÃa quién podÃa estar vigilándole. Luego algún conocido de Williams se pondrÃa en contacto con él; siempre alguien diferente, y la mayorÃa de las veces ocurrÃa de forma aparentemente casual. No querÃa pensar en eso aunque debÃa permanecer alerta en todo momento. HacÃa bastante calor, teniendo en cuenta que aún estábamos a principios del mes de junio y La Coruña nunca se ha caracterizado por su buen tiempo; esta anómala situación empujaba a la gente a buscar el frescor del agua hasta en los sitios más infectos como los alrededores del dique, donde se veÃa, a ratos, el agua con bonitos tonos azulados y dorados debido al petróleo. Lo recorrió hasta el final. Aquà siempre soplaba el viento. Encendió un cigarrillo y se quedó mirando el mar, subió a la pequeña rotonda desde donde lanzó otra foto a la bahÃa. Permaneció un rato mirando los yates. Luego emprendió su marcha y regresó bordeando el Hospital Militar, entró en los Jardines de San Carlos, y, como buen turista, hizo una foto a la tumba de sir John Moore, leyó la poesÃa a él dedicada y se asomó al mirador de piedra, ¡qué pena que todo aquello estuviera tan mal cuidado! PodÃa resultar un sitio muy agradable. Miró hacia abajo y vio a dos chavales montados en los cañones que defendieron la ciudad hace siglos de los ataques marÃtimos. Salió de allà y se adentró en la Ciudad Vieja.
Le gustaba aquella parte de Coruña, su imaginación se desbordaba cada vez que entraba en ella, siempre habÃa sido un romántico, por eso cuando William le propuso el trabajo dijo que sÃ: puro romanticismo. De cualquier manera, procuraba no dejarse llevar por él muy a menudo, en el pasado habÃa metido la pata frecuentemente debido a ello. La Plaza de MarÃa Pita y el Ayuntamiento. Recordó lo ocurrido hace dos años, ¡qué fácil habÃa resultado entrar y salir sin que nadie lo viese!, hizo otra foto. Representaba su papel a la perfección, hizo una pausa en una de las terrazas de los soportales dejándose timar un poco y luego con andar decidido, se internó en la calle de los vinos. Recorrió unas cuantas tascas, comió copiosamente en una de ellas, luego regresó a la pensión pues tenÃa que escribir una carta y varias postales, una de ellas a Williams. Dedicó al menos una hora a esta labor, escribÃa rápidamente y con claridad; él mismo echarÃa las cartas al correo. ¿Qué cara hubiese puesto el encargado de la oficina postal al ver doce postales escritas en otros tantos idiomas? Era un camaleón de la lengua, podÃa, no sólo hablar a la perfección muchos de esos idiomas sino incluso imitar el acento de cualquier sitio con sólo oÃr antes una breve conversación. Se adaptaba con una facilidad asombrosa, razón por la cual William lo habÃa reclutado. Siempre habÃa sido un buen imitador. Caminaba pensando en todo lo que habÃa hecho hasta ahora: en el principio, cómo conoció a William, sus primeras misiones, sus éxitos y fracasos, en cómo le engañaron como a un chino y cómo aprendió a no confiar en todo el mundo por sistema; le ocurrÃa automáticamente antes de emprender un nuevo trabajo, no podÃa evitar pensar en el pasado. Después se dirigió al castillo de San Antón, aún tardarÃan en abrir asà que se metió en la Taberna del botero, se entretuvo jugando una máquina, luego fue a sentarse en los muros, observó cómo la lancha del práctico del puerto guiaba a un ferry. Por fin abrieron, pagó la entrada, más bien simbólica, y se dispuso a visitar la celda en la que estuvo preso su compatriota. Le gustaba aquel sitio, tan inocente, siempre lleno de turistas y de padres con sus hijos. Le gustaban especialmente las fotos antiguas que se exponÃan en el piso de arriba, se imaginó el castillo cuando todavÃa no estaba unido a tierra y la única forma de entrada a la ciudad eran aquellas puertas del mar, con sus escudos labrados, llegando los pasajeros de los barcos en botes hasta ellas. Por tradición habÃa tirado una moneda al aljibe y pedido un deseo. En la terraza sacó varias fotos, una pareja de alemanes le pidió que les fotografiase juntos, a su vez él les sacó una sin que se diesen cuenta, nunca se sabÃa quiénes podÃan ser: si turistas inofensivos o tal vezâ¦Salió de allÃ. Su próxima visita serÃa a la Torre de Hércules, ¿se habrÃa ya instalado su amigo el vendedor de helados?, posiblemente sÃ. No cogió ningún autobús, disfrutaba caminando, además era la única forma de conocer una ciudad y su gente. Y sobre todo, estaba su contacto; deambular por las calles era la manera de encontrarse, era muy importante el asunto, debÃa parecer todo producto de la casualidad, esa era la clave del éxito: el azar controlado. ¡Qué horror! ¡Estaba empezando a pensar como William! Era un buen amigo y lo apreciaba, tal vez un poco demasiado estirado para su gusto, y además carecÃa de imaginación, siempre tan práctico, demasiado con los pies en el suelo; dudaba que algún dÃa fuera a convertirse en uno de esos tipos que parecen maniquÃes andantes como lo definÃa un compañero de trabajo, a él le sobraba imaginación.
TodavÃa era temprano, decidió bajar un rato a la playa del Orzán a darse un baño y tomar un poco el sol; no tenÃa prisa y allà permaneció más de una hora, cuando decidió que era el momento de ponerse en marcha aún quedaba gente en la playa. Como la mayorÃa se dirigió a la calle de los vinos, el baño le habÃa abierto el apetito y estuvo en algunas de las tascas; era un maniático de las máquinas de flipper y en Pacovi tenÃan una que le encantaba, echó veinte duros, pidió un ribeiro blanco y se puso a jugar, al rato se le acercó una muchacha de pelo corto, vestÃa unos vaqueros, camiseta y zapatillas de deporte, que le pidió fuego, la atendió y entonces ella le dijo:
-No funciona muy bien, ¿verdad?, ya se sabe estas máquinas americanasâ¦
Era la señal esperada, de cualquier modo tenÃa que asegurarse que era el contacto de Williams, asà que habló a su vez.
-La mayorÃa de las veces es culpa del que juega, que no la comprende.
-Cierto. Y los ingleses suelen ser mejores que los americanos. Acaba de llegar, ¿verdad?, ¿conoce la ciudad?, puedo enseñársela, le aseguro que se lo pasará bien, soy de aquà y puedo llevarle a muchos sitios.
-No me vendrÃa mal un guÃa âcontestó, seguro de no equivocarse de persona.
Pagó y salieron juntos. Ella le ofreció un cigarrillo que aceptó; no era demasiado alta, de constitución atlética, tez morena y mirada inteligente, aquella cara tenÃa personalidad. Ella le miró con interés y después de dar una chupada a su cigarrillo dijo:
-Me llamo MarÃa del Mar, eres inglés ¿verdad?.
Ãl contestó afirmativamente.
-Tengo una tÃa que vive en un pequeño pueblo, en St. Mary Mead, ¿lo conoces?
-SÃ, casualmente también yo tengo una tÃa que vive allÃ.
-A lo mejor son vecinas.
-Es probable, mi nombre es Steven.
El nombre del sitio en que la escritora de novelas de intriga por excelencia habÃa ambientado gran parte de sus relatos era la contraseña final, la prueba definitiva de que aquella muchacha era su enlace. Todo habÃa salido como planeara William, por eso le habÃa facilitado su nombre. Era increÃble la cantidad de gente que conocÃa ese hombre, de lo más variopinto. La misión habÃa comenzado. Pasearon durante horas por la ciudad, bebiendo y tomando tapas, entrando y saliendo de las tascas, como la mayorÃa de las personas a su alrededor; hablaban de Inglaterra, de sus vidas, de la ciudad, de los planes que le tenÃa preparado MarÃa con el objeto de que pasase una estancia agradable y viese todo lo que habÃa que ver. Ãl conocÃa muy bien la zona pero representaron sus respectivos papeles: él, un turista inglés perdido ante las ofertas de una región en fiestas, con tiempo y dinero para gastar; ella, una muchacha solitaria y amable siempre a la caza del turista, enamorada de su tierra y deseando mostrar al extranjero que allà se lo podÃa pasar muy bien. Y cuando llegó la hora se fueron al Orzán, a la zona de copeo, donde iban todos cuando las tascas comenzaban a cerrar, ya de madrugada. Estuvieron en varios de los pubs, él creyó reconocer a alguien entre la multitud que ocupaba las calles pero no le dijo nada, luego MarÃa propuso dar un paseo por la playa y allá se dirigieron cogidos, entrelazados los brazos en actitud de borrachos que no pueden sostenerse a menos que tengan un apoyo, semejaban una más de las parejas a las que les ocurrÃa lo mismo.
En realidad estaban un poco achispados pero no tanto como querÃan hacer creer a la gente; de cualquier manera, se lo podÃan permitir, era su primer dÃa de contacto y entraba en los planes que ocurriese asÃ, todo deberÃa ser de lo más corriente y vulgar. Bajaron por las escaleras, se quitaron el calzado y fueron hacia la orilla, se refrescaron con el agua del mar y comenzaron a andar cogidos de la mano. ¡Cuantas parejas habÃan comenzado asà su noviazgo! Esa era la idea, el truco perfecto para que no se extrañasen de verlos juntos, un amor de verano. No habÃa nadie más y, sintiéndose seguro de no ser escuchado por nadie más que ella, dijo:
-¿Qué ha pasado?
-Hamid ha dicho que están preparados, pronto tendremos que actuar. Lo han encontrado por fin y hay mucha gente detrás de ello, será aquÃ, en Coruña, eso fue lo que le dijo a William en el último mensaje, hace tres dÃas, y que será este mes. Nos avisará por radio, tiene un programa en una emisora local.
-¿Cuál es el plan, cómo nos enteraremos de que ha llegado el momento?
-Por medio de un disco âcontestó mientras sacaba del bolsillo del pantalón un paquete de cigarrillos sin filtro, cogiendo dos ofreció uno a Steven, que aceptó, y después de darle una larga chupada continuó hablando âmañana debo llamarle y pedirle una determinada canción de un grupo concreto, y él sabrá que estamos preparados: El plan de Alaska y los Pegamoides. Entonces él hará como que tarda un par de dÃas en encontrarla, si la emite esa misma noche nos veremos aquÃ, en la playa, y nos transmitirá las últimas órdenes de Williams; si no puede o se siente vigilado o imposibilitado para actuar cambiará de canción y pondrá La lÃnea se cortó.
-Asà que, ¿no podemos hacer nada hasta dentro de un par de dÃas?
-Tan sólo representar el papel que nos han pedido âdijo volviendo a andar.
Se cogieron otra vez de la mano, se habÃan serenado un poco, arriba la gente hablaba y reÃa, pasando de un pub a otro, ellos continuaron su paseo, de repente Steven se paró y la miró a los ojos, le gustaba aquella chica, tenÃa algo indefinido que le atraÃa, ella aguantó la mirada con firmeza y curiosidad, él la cogió de la cintura y la atrajo hacia sÃ, quien los viese desde el paseo pensarÃa en una pareja de novios. ParecÃa todo tan inocente. Luego desasiéndose volvieron al bullicio. Entraron en un pub, pidieron cerveza y subieron a jugar un billar; él jugaba muy bien y le enseñó algunos trucos. Fueron un par de partidas más tarde cuando Steven creyó ver de nuevo aquella cara conocida, miró hacia abajo mientras ella estaba concentrada en el juego, habÃa demasiada gente, no estaba seguro pero su instinto le decÃa que no se equivocaba, aunque no pudiese en ese momento reconocer a la persona. Se acercó a ella y en voz baja le informó de sus sospechas, no le dieron la menor importancia, más tarde quizás se plantearan el descubrir quién los seguÃa, no deseaban llamar la atención. Quien quiera que fuese no conocÃa a MarÃa y podÃa pensar que todavÃa Steven no habÃa contactado con su enlace, si asumÃan bien sus respectivos papeles despistarÃan a quien les observase. Acabaron la partida y pagaron la consumición, luego la acompañó a su casa y cogiendo un taxi volvió a la pensión.
La playa es un buen sitio para morir
Dio dos vueltas en la cama, casi estaba despierta pero le gustaba remolonear un rato antes de levantarse, habÃa que aprovechar que la habÃan dejado sola y que no se encontraba nadie en casa para gritarle ¡es la hora!, comenzó a pensar en Steven, en lo bien que lo habÃan pasado estos dÃas rulando de aquà para allá, recordabaâ¦
-¡Buenos dÃas, queridos radioyentes! Los cuatro jinetex del Rock-polisis comienza su emisión, vuestro amigo Hamid os hará pasar una mañana de lo más marchosssa, tenemos cuatro horas por delante para disfrutar de la mejor música del momento, sin olvidarnos, por supuesto, de los maestrosâ¦Â¿cómo, qué no sabes a qué me refiero?, ¿qué es la primera vez que nos escuchas?. Pero ¡eso es imperdonable! Espero que a partir de ahora, ya, subsanes tu desconocimiento y te enganches a escuchar el magazÃn más enrollado de todo el noroeste del paÃs. Vamos a ponernos las pilas escuchando a uno de los grandes: Deep Purple. ¡Control! ¿Preparado? Pues ahà tenéis el Child in time del MADE IN JAPAN.
¡Qué susto! HabÃa olvidado que habÃa programado la radio para que la despertase, rápidamente saltó de la cama y bajó el volumen, aunque no demasiado, cogió ropa limpia y se dirigió a la ducha.
Mientras, en la radio, Hamid manejaba con soltura los controles, hacÃa el programa solo pero el hablar en plural daba impresión de profesionalidad al oyente. Dentro de una hora empezarÃan las llamadas, una de ellasâ¦ya tenÃa preparado el disco, pronto estarÃan en acciónâ¦pero no debÃa pensar en eso, debÃa concentrarse en el programa. Después de estar cuatro años rulando de emisora en emisora y llevando a cabo pequeños trabajos, proyectos, controles y algún que otro guión, le dieron la oportunidad de desarrollar sus ideas. Llevaba un año en antena con Los cuatro jinetex del Rock-polisis y desde hacÃa dos meses se habÃa convertido en un magazÃn diario, tenÃa que trabajar duro para a mantenerlo a flote pero no le importaba porque disfrutaba con todo esto. El tema estaba a punto de terminar, fue bajando la música y abrió micrófono:
-¡Tope! Bien, os voy a contar lo que haremos hoy: en primer lugar me voy a dar el gustazo de poner la música que más me mola, es como sabéis la sección yo, yo, yo y nadie más que yo, de vez en cuando os tengo una sorpresa, hoy también, estad muy atentos porque os voy a preguntar algo con respecto aâ¦no os lo voy a decir, asà que tenéis que escucharme. Luego vendrá la sección Babilonia: podéis llamar todos los que queráis haciendo peticiones de lo que más os gusta. A continuación El cuento de nunca acabar, os recuerdo que estamos en el capÃtulo 159 de Alma de rock, podéis mandar sugerencias en cuanto al tema o desarrollo del argumento, animaros, escribid al apartado de correos número 80, poniendo en el sobre el nombre del programa y la sección del mismo. Cada loco con su tema entrevistará hoy a cuatro personajes de lo más curioso: dos ficticios y dos reales. Ya está bien de charlar, Hamid, que te estás poniendo muy pelma, ¿verdad que lo pensáis? Yo también, asà que dejémonos de rollos y vamos a oÃr a Aerosmiths. Ahà va.
MarÃa estaba terminando su desayuno mientras escuchaba la radio, tenÃa que salir a la calle, hasta dentro de una hora no habÃa nada que hacer, luego llamarÃa a Steven pero antes debÃa preparar todo lo necesario para pasar un dÃa en la playa, su papel de guÃa turÃstico tenÃa que se irreprochable, no se podÃan permitir el lujo de despertar sospechas, el futuro de todo un pueblo dependÃa de que ellos supiesen desempeñar su trabajo escrupulosa y eficazmente. PreferÃa no pensar en ello en estos momentos, no hasta que Hamid les diese las instrucciones. Recogió los cubiertos; se puso una cazadora y salió a la calle, hacÃa un dÃa estupendo, primero fue al estanco a comprar tabaco, luego se hizo con lo necesario para unos bocadillos, el periódico y por fin volvió a casa; Hamid seguÃa hablando por la radio pero no le prestó atención. Iba de aquà para allá buscando bañadores y toallas, de vez en cuando llegaba hasta ella la música: Black Sabbath, Cinderella, Ãngeles del Infierno, Corazones Negrosâ¦a Hamid le chiflaba el heavy metal. Era el momento en que tenÃa que hacer la llamada: marcó el número de la emisora.
-¡Piu, piu, piu, piu!
-Parece ser que tenemos aquà a un oyente âdijo Hamid, cogiendo el teléfono âHamid al habla, pide por esa boquita.
-â¦
SÃ, lo he encontrado, ahora mismo.
-â¦
A ti âdijo colgando el teléfono âla primera llamada pide una canción de Alaska y los Pegamoides cuyo tÃtulo es El plan; personalmente prefiero cualquiera de las otras que componen ese LP, pero esta sección se hizo para vuestros caprichos asà que me tengo que fastidiar y atender las peticiones. Asà pues, colega, escucha tu canción.
En cuanto la música comenzó a sonar llamó a Steven, podÃa pasar a recogerla, ya estaba todo listo; colgó el teléfono, reunió todos sus bártulos y bajó las escaleras. Salió y se dirigió al bar de al lado a esperarlo, a los diez minutos Steven entraba por la puerta, aún no habÃa desayunado por lo que se dispuso a hacerlo cómodamente sentado en una de las mesas.
-Vamos a ir a Miño, o sea que date prisa porque tenemos que pillar un autobús âle apremió.
-Tranquila, tenemos todo el dÃa por delante, esta tostada está estupenda âreplicó él, relamiéndose, al tiempo que bajaba la voz y se acercaba a ella âtranquilÃzate, todo marcha bien, no te pongas nerviosa, debemos estar alerta pero sin nervios. Recuerda que somos dos enamorados.
Ella se rió, llamó al camarero y pidió otro café.
-Ya verás, te encantará Miño.
Durante unos minutos hablaron de cosas banales como el tiempo, las playas, los planes que tenÃan para el dÃaâ¦pagaron y se fueron hacia la estación de autobuses. Bajaban las escaleras cuando por los altavoces se escuchó una voz que anunciaba la salida del autobús con destino a Miño, tuvieron que correr un montón pero el conductor les abrió la puerta y entraron en él de un salto. Pasaron el dÃa bañándose, revolcándose por la arena y caminando, luego cuando tuvieron hambre buscaron un sitio en el pinar y dieron buena cuenta de sus bocadillos. Steven sacó de su mochila unas latas de cerveza que, sorprendentemente, estaban frÃas.
El dÃa transcurrió apaciblemente, serÃan cerca de las siete cuando cogieron el autobús de vuelta a Coruña. El tiempo necesario para dejar las cosas en casa y se lanzaron a la noche coruñesa; pero, a diferencia de los otros dÃas, éste era especial, Hamid los esperaba en la playa a las once de la noche, y debÃan de tener cuidado. Era sábado y la gente tomaba los bares por asalto, llegaban sedientos, toda una semana de abstinencia y por fin la liberación, las copas , el flirteo, el baile. El Orzán era en aquellos momentos la zona más poblada de Coruña; ellos paseaban esperando que llegara la hora de hablar con Hamid. En el momento apropiado bajaron a la playa y se dirigieron a las barcas, esperaron, esperaron más de una hora pero no apareció, algo habÃa salido mal, posiblemente alguien lo estaba siguiendo: se escondieron debajo de una de las barcas y aguardaron en silencio. Cerca de la una de la madrugada oyeron voces que se acercaban a su escondite:
-Cuidado con lo que haces, más te vale no engañarnos.
-â¦
-¿Dónde lo has escondido? âdijo amenazadora aquella voz âno grites o eres hombre muerto, mi cuchillo se encargará de tu preciosa garganta.
-Ya no lo tengo, intenté decÃrtelo antes.
-¡No te creo! ¡Llevo más de un mes vigilándote!
-Lo he mandado por correo, te lo juro.
-Tú lo has querido ây diciendo estas palabras clavó la navaja en el cuerpo de Hamid. Empezó a buscar frenéticamente por los bolsillos del hombre asesinado. Desde su escondite MarÃa y Steven fueron testigos de todo: aquel hombre habÃa matado a su compañero, si lo apresaban la misión se irÃa al garete, tenÃan que esperar a que se marchase puede que Hamid le hubiera dicho la verdad pero no era probable. DebÃa de estar escondido en algún sitio. Como el hombre no encontrara nada interesante entre la ropa del cadáver, se fue. Aguardaron unos minutos antes de salir siguiendo al asesino de su amigo, tenÃan que averiguar para quién trabajaba, pero no se puso en contacto con nadie: entró en un bar, tomó una cerveza y, cogiendo un taxi, desapareció. Ellos volvieron a las barcas, Hamid estaba inconsciente, apenas tenÃa pulso, no podÃan hacer nada por él.
-Tiene que tenerla encima.
-Lo he registrado bien y no la tiene, sabemos que los Otros no han logrado hacerse con ella.
-A lo mejor tuvo tiempo de esconderlo antes de que lo cogieran.
-Es posible, pero ¿dónde está, dónde ha podido ocultarlo?
En Venecia siempre ocurren cosas extrañas
Nada más meterme en cama quedé dormido, soñé con Venecia, un duelo a espadas en una ermita o castillo abandonado, yo los veÃa a ellos pero, aun cuando no me escondÃa ni procuraba pasar desapercibido, parecÃa que no se daban cuenta de mi presencia, me ignoraban, era como si estuviésemos en dos tiempos distintos aunque coincidiésemos en el lugar; la lucha era desigual: tres hombres, vestidos enteramente de negro y embozados en sus capas, rodeaban a otro que se defendÃa valientemente de los continuos ataques de los que era objeto. Fue retrocediendo sin dejar que las espadas tocasen un pelo de su persona y logró meterse en el edificio, al que iluminaba la luna llena dándole un aura misteriosa. Los seguÃ. El hombre perseguido, que vestÃa a la moda veneciana del siglo XVI, o algo parecido ya que la historia nunca fue mi especialidad, escapó escaleras arriba, los otros le siguieron intentando detenerlo, pero ¡cuál no fue la sorpresa de todos cuando lo único que encontraron en el piso superior fue una habitación desnuda de muebles y el hombre habÃa desaparecido! Tan sólo una sombra en la pared era el único ornato del habitáculo. Asombrados y rabiosos por no haberle dado alcance los tres hombres se fueron; entonces me desperté.
¡Qué barbaridad! ¡Bah, no tenÃa nada que ver con la investigación! El cansancio y las fantasÃas de estos chicos habÃan hecho posible que tuviese tan extraño sueño. Miré el reloj, aparentemente habÃamos dormido más de doce horas, me vestÃ, descorrà las cortinas y vi que era de dÃa. Lo primero era bajar a comprar el periódico, a mi vuelta los despertarÃa. ¡Dos dÃas! HabÃan pasado dos dÃas desde que nos acostáramos, llamé a la oficina: no, aún no habÃa acabado el informa, estaba interrogándoles y quedaban muchas cosas por explicar. SÃ, me darÃa prisa en terminarlo pero el jefe debÃa comprender que la historia tenÃa múltiples ramificaciones y todavÃa tardarÃa un tiempo en conseguir localizar a un par de testigos que faltaban, a los que oyeron en la playa de Riazor y que estaban relacionados con el hombre muerto; los compañeros de la comisarÃa de La Coruña estaban a punto de conseguirlo, pero no serÃa hasta dentro de cuatro o cinco dÃas. Me despedà del jefe prometiéndole que le tendrÃa informado de los adelantos que hiciese y entré en la panaderÃa a comprar unos bollos para el desayuno. Cuando regresé ya estaban levantados y enfrascados en una conversación:
-Puede que no se lo crea pero sabes que es la pura verdad âdecÃa Teresa.
-No hubiésemos descubierto nada a no ser por las sombras dichosas âañadió SofÃa.
-Hola a todos. ¿Habéis aclarado vuestras ideas? Hoy he tenido un sueño bien extraño, esta historia parece ser que me ha afectado, era absurdo: ¡testigo de un duelo a espada!
-¿En una ermita o castillo abandonado, tal vez? âinquirió Teresa.
-SÃ, ¿cómo lo sabes?¿Acaso hablo mientras duermo o algo parecido?
-No, no es eso; usted vio el comienzo de toda esta historia.
-No te entiendo. ExplÃcate.
-De alguna manera los antepasados de Carla han logrado comunicarse con usted y le han mostrado al inventor de las sombras perseguido por los monjes-soldados jesuitas que intentaban hacerse con el secreto de la construcción de las sombras; ocurrió allá por el siglo XIV o XVI, de eso no me acuerdo bien. Pietro Francesco di Monte-Ollivellachio habÃa heredado de sus antepasados un palacio en Venecia, pero muy poco dinero, las dos generaciones anteriores a la suya se habÃan dedicado a dilapidar la fortuna familiar. Con una de las mejores bibliotecas de la época y manteniendo una vida frugal disponÃa de mucho tiempo para recorrer el palacio asà como para leer; vivÃa con su hermana, soltera, y comprometida por entonces con un rico mercader, miembro de una familia con la que los Monte-Ollivellachio habÃan mantenido relaciones cordiales por espacio de dos siglos. En ese tiempo los lazos entre las familias se habÃan estrechado, bien de manera estrictamente comercial bien por medio de enlaces matrimoniales, que siempre, cosa extraña, habÃan sido llevados a buen término. TenÃa más hermanos: uno en Módena, otro en el Vaticano, pues siguiendo la costumbre de su tiempo las familias consideraban muy positivo y prestigioso tener a un miembro dentro de la Iglesia, dos más habÃan elegido la carrera militar y debÃan andar en alguna guerra de las que mantenÃa Venecia con sus vecinos; otros dos viajaban en sus barcos comerciando. La hermana era la única mujer de la familia y también la menor de ellos. Ya que sus padres habÃan muerto dos años atrás se reunieron los hermanos y decidieron que uno de ellos se quedarÃa en la casa cuidándola hasta que encontrase marido, entonces quedarÃa el elegido liberado de su obligación; en contrapartida, el resto dotarÃa a la hermana y también compartirÃan, de acuerdo con las posibilidades de cada cual, el mantenimiento material de ambos.
-¡Bobadas! Es un sueño muy corriente; no tiene nada que ver con lo que os ocurrió ârepuso, escéptico, el comisario Soler.
-Tenga paciencia, escúcheme. El caso es que Carla nos llevó a la biblioteca para mostrarnos esta historia en un libro en el que durante generaciones se habÃa ido escribiendo la historia familiar, y, es más, el tal Pietro era aficionado a la pintura, de hecho fue él quien comenzó la colección que ahora posee el palacio, e hizo un pequeño esbozo de ese episodio. Pudimos hacer una fotocopia de él. MÃrelo usted âdijo Teresa sacando un papel cuidadosamente doblado de su cartera.
-SÃ, es bastante parecido a lo que soñé.
-Reconózcalo, es la misma escena; Pietro era muy buen dibujante.
-Eso demuestra que se han comunicado con usted porque únicamente quien hubiera estado allà en el momento del duelo podrÃa transmitÃrselo durante un sueño âasintió Ricardo, al tiempo que se levantaba y se dirigÃa a la cocina.
-Puede, hay demasiadas cosas que no entiendo de esta historia. Continúa.
Bien, entonces Carla, después de contarnos todo esto, nos dijo:
-Pietro Francesco era muy curioso. ConocÃa el palacio muy bien, lo habÃa recorrido muchas veces, de la planta baja al segundo piso, el sótano, la buhardilla escondida (la cual no se veÃa desde la calle), y, por supuesto, los pasadizos que comunicaban su casa con el otro lado del canal, con el palacio de su más Ãntimo amigo, el prometido de su hermana; habÃan jugado de niños por aquellos subterráneos generaciones y generaciones de niños de las dos casas, y era un secreto fielmente guardado por ambas familias. Pietro, como ya hemos dicho, tenÃa mucho tiempo para leer y pensar, y un buen dÃa, entre dos libros muy antiguos del último estante de la biblioteca encontró un manuscrito redactado por su tatarabuelo titulado âDe cómo controlar el tiempo y el espacio o la construcción de los embudos humanosâ. Tan extravagante tÃtulo llamó su atención, asà que lo cogió y sentándose en un cómodo sillón comenzó a leer. Cuando acabó era ya de noche. Era una especie de diario de un alquimista de la familia que tuvo que dejar sus investigaciones para que no le acusaran de brujerÃa; fueron indulgentes con él pero a condición de que quemara el libro y jurase por lo más sagrado no volver a intentar llevar a cabo ningún experimento de ese tipo o alguna clase distinta de hechicerÃa, pero, al parecer, habÃa preferido no destruirlo por alguna secreta razón. ¿SerÃa cierto lo que en él se contaba? Semejaba una herencia esotérica, por lo menos el que lo escribió lo consideraba lo bastante importante como para arriesgarse a arrostrar un juicio de la Santa Inquisición, o como se llamase en aquella época. Decidió que al dÃa siguiente comenzarÃa el estudio del libro detalladamente; otro hecho que le sugerÃa que en aquello podÃa haber algo de cierto era que de niño le habÃan insistido que no se acercase demasiado a las sombras.
Pero como era curioso por naturaleza siempre sintió una atracción especial hacia ellas, de chaval nunca se habÃa atrevido a saltarse la prohibición pero de mayor esta recomendación cayó en el olvido, y un dÃa tocó la sombra de uno de los pasadizos descubiertos por él: no ocurrió nada, y pensó que su familia era muy supersticiosa ya que lo habÃan tenido atemorizado toda su niñez con la murga de las dichosas sombras. Mas, en este momento en que habÃa leÃdo gran parte de los libros de la biblioteca, ya no sabÃa qué pensar. TenÃa que tener su parte de verdad toda esta historia, sino, definitivamente, su antepasado no lo hubiera guardado.
Durante semanas estudió todos los libros que tenÃan una relación más o menos cercana con el tema, intuyó que el autor del manuscrito habÃa llegado demasiado lejos, es más, le dio la impresión de que realmente su viaje espacio-temporal habÃa dado resultado, por eso la Inquisición se quiso cebar con él, cosa que no consiguieron debido a las buenas relaciones de su familia con esa siniestra institución: un hermano de su padre era miembro permanente del tribunal y tan activo y fanático que nadie se atrevió a ir contra él o los suyos. Cuando, por fin, sintió que estaba preparado, se dispuso a experimentar con las sombras, llamó a su hermana y le confesó sus temores: no sabÃa qué podrÃa ocurrir, si su experimento no llegaba a funcionar no habrÃa de que preocuparse, pero si, como temÃa, o tal vez deseaba, tenÃa razón, era el mayor descubrimiento que podÃa alcanzar un ser humano. Alejandra, al principio, se asustó, pero Pietro estaba decidido y habÃa pensado que ella y Stefano, su prometido, estuviesen con él llegado el momento y deberÃa jurar por su honor que si le ocurrÃa algo quedaba obligado a tomarla por esposa. Contaron el plan a Stefano, quien no dudó en comprometerse. En el mayor sigilo construyeron otras sombras en los pasadizos y al cabo de una semana tenÃan todo a punto. Pero ocurrió que, bien por medio de los sirvientes que todo lo hablan (son palabras de Pietro), bien por otros conductos, llegaron rumores a oÃdos de los jesuitas, cuyo General era un gran estudioso de estos temas, e intentaron que Pietro fuera procesado por brujo, dada la influencia de su familia no lo consiguieron, lo que no quiere decir que no intentaran por otros medios hacerse con pruebas de su culpabilidad o robar el secreto para su propio provecho. Esto fue lo que sucedió: encuentras traidores donde menos lo piensas y tuvo que serlo uno de los Ãntimos de Pietro que tenÃa un tÃo jesuita quien con promesas habÃa conseguido del sobrino que delatase a su amigo. Ãl habÃa revelado su plan a tres personas: a su hermana Alejandra, a su prometido Stefano, y a un hermano de este, Luigi, que fue quien se vendió. Asà que el mismo dÃa en que todo estaba preparado y habÃan ido al pasadizo que comunicaba el comedor con las afueras de la ciudad, llamó a la puerta la Santa Inquisición, acompañada de esa orden de sacerdotes-espadachines, y Alejandra no pudo hacer otra cosa sino abrir y, no atreviéndose a mentirles, les indicó por donde habÃa huido su hermano; llegaron justo en el momento en que Pietro desaparecÃa por una de las sombras, los jesuitas, impulsivos, le siguieron, y entonces tiene lugar la escena que usted soñó: acaban de salir del pasadizo, están peleando y Pietro logra escapar, de nuevo, por una sombra desconocida para sus enemigos, y estos, no teniendo otra opción, se alejan del castillo.
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