El Esclavo
Luigi Passarelli
En un futuro próximo y de posguerra, un joven entra en el programa Price, la nueva gestión de la sociedad a la que se accede cuando uno es adulto. El joven encontrará a una chica que le mostrará nuevas perspectivas de vida.
Luigi Passarelli
Editor: Tektime - Traduzionelibri.it (http://www.traduzionelibri.it (http://www.traduzionelibri.it)).
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Era un día normal para todos. Ivano esperaba su turno con los otros chicos,que nacieron el mismo día que él, en la elegante sala de espera. Solamente había visto a cuatro o cinco. Él era el penúltimo. Ninguno hablaba y ninguno decía nada, mejor así. En el fondo era una rutina. Todos leían el manual con las instrucciones que ya habían tenido la oportunidad de aprender en todos los años de vida escolar y familiar. Algo redundante, pero se sabe que las cosas que se dan por descontadas se archivan como algo superfluo en algún lugar del cerebro. Y en algunos casos, cuando algo iba mal, raramente se divulgaba en los medios de comunicación, pero Ivano nunca había vivido o conocido historias en primera persona que pudiesen preocuparle. Como los demás, fingía estar ocupado, ser responsable einteresarse por el manual, leyendo historias de cuando los chicos de su edad estaban obligados a tres exámenes médicos para determinar si eran idóneos para realizar el servicio militar obligatorio. Nada nuevo. El mundo siempre había sido igual. Básicamente aburrido. Tal vez un poco más aburrido. Como aquel verano que terminó el colegio. Ese extraño verano en el que se abre un mundo nuevo, el mundo de la Universidad o del trabajo. No había que hacer deberes. Estudiar por estudiar no pasa por la cabeza. Su familia nunca había ido de vacaciones. Él, hijo único, había participado en algunas excursiones por su región, con objetivos didácticos, pero nunca más de un día. Se acordaba de sus compañeros y amigos. Le habría gustado que alguno de ellos hubiese continuado a ser su amigo en el futuro, pero se habría necesitado mucha suerte. Envidiaba a los que se podían mudar a otro lugar. El estímulo de viajar le había acompañado siempre. Iría a la Universidad; muchos trabajos se lo permitirían,algún día.
«¿Ivano? Ven, te toca.»
Era su turno.
Hacerse preguntas sobre el Programa Price no era muy aconsejable. La felicidad significaba ir más allá, más alládel peso de la vida. Había muchas técnicas. Días antes su padre le había obligado a seguir videoconferencias para prepararse para el gran evento. El día esperado desde que nació, y ese día al fin llegó. Solamente tenía que levantarse de la silla, olvidar su pasado, y seguir a la enfermera.
La sala de operaciones le recordaba a la de su dentista. Ivano sabía que tardaría solamente diez minutos, y era más que suficiente.El anestesista, acostumbrado a estas cosas, se puso a trabajar inmediatamente. Ninguno hablaba, pero alguno fingía sonreir de manera cortés.
Es difícil fingir siempre, e incluso a las puertas del evento más importante para un joven. Sin embargo, toda esa gente estaba adiestrada. Ivano sacó fuerzas y usó técnicas de aislamiento mental. La anestesia y el olor de la habitación le ayudaban.
No perdáis el sentido, pero la molestia de la cánula que entraba en una de sus fosas nasales era evidente y le causaba náuseas. Tenía que llegar cerca de la glándula pineal, depositar la última versión del microchip y sacar la cánula sin provocar daños graves.
Solo entonces se preguntaba qué relación podía haber entre lo orgánico y lo técnico, pero en el fondo eran la misma cosa para él. Sin duda ni el microchip ni el médico sufrían. Después de unos minutos, todo había terminado. El alivio de sentir fuera la cánula se acompañaba de la disminución de los efectos de la anestesia. Poco después se podría levantar y caminar en un mundo de adultos.
Por una parte sentía que había vuelto a nacer, y por otra parte se sentía agobiado y consciente de un cambio importante.
«Ya puedes levantarte, Ivano.»
Sí, podía levantarse. Un leve dolor de cabeza y una pérdida de equilibro le acompañaban al escritorio del estudio. Le esperaba su identificación, su archivo con las contraseñas provisionales y las instrucciones que ya conocía de memoria.
«¡Bienvenido al programa Price, Ivano!»
Ya estaba hecho. Fue más larga la espera que todo lo demás. Nada de especial. Tal vez solamente las consecuencias tenían un alcance significativo. No le quedaba más que volver sobre sus pasos, a casa, e intentar no causar daños.
Regresaba por el camino que solía tomar. Se encontró frente a la tienda donde se había enamorado de tantas chicas y mujeres durante su adolescencia. En el escaparate no había ninguna que le inspirase, pero hizo una prueba. Acercó su teléfono a una chica en bikini para probar el programa. Ella parecía feliz y agradable. Sin embargo, la cuenta no estaba todavía activada. Ivano no sabía el coste de la operación, ni añadir a la chica al carrito o a la lista de deseos. La chica hizo ademán de girarse. No la podía oír, pero se entendían. Evidentemente no le desagradaba el aspecto de Ivano; era una pena que no fuese del agrado de Ivano. Se alejó y volvió a pensar en aquellas chicas que le quitaron el sueño tantas noches y que le dieron una efectiva y sensual compañía en su imaginación y cómo poco a poco desaparecieron de su vista. Se avergonzaba un poco, sobre todo por su familia. Le habían dicho que no tomase en consideración ciertas hipótesis. Crear una familia era algo más, incluso en aquella época. Con el debido tiempo habría encontrado a la mujer correcta. Sus pequeñas aventuras escolares con algunas compañeras no le habían satisfecho completamente. Siempre vivió en el miedo y en la clandestinidad.
Un mendigo llamó su atención. Ivano quería hacer otra prueba, entender su poder, si era todo verdad. Acercó su teléfono al hombre. Sí, esta vez funcionaba. El hombre tenía un valor de tres mil créditos. El hombre con una pierna mutilada, una barba de profeta, sucio como ninguno y vestido como un militar napoleónico le dedicó una sonrisa burlona.
«¡Oye chico! ¿Quieres comprarme? ¿Te estás divirtiendo? ¡Hazle un regalo a tu madre! ¡Llévame a tu casa, dame una habitación y sábanas limpias!Seré muy útil, ¿no crees?» Ivano se asustó y se avergonzó. Sí, era verdad, funcionaba así.
Se alejó rápidamente y pensó en el respeto por las personas, pero también en su utilidad práctica. Todavía había una posibilidad de elección en el Programa. Tenía que ser astuto como siempre, o al menos conservar una línea de ganancias. Ahora tenía miedo de que alguien descubriese su verdadero valor y se aprovechase.
Todos se sabían de memoria las reglas principales del Programa: solo los demás podían saber la cantidad de créditos de un individuo; solo otro dispositivo podía evaluar, nunca el propio. El padre, antes de que Ivano fuese a la consulta, lo quiso tranquilizar: una vez dentro del Programa se puede estar tranquilo. Los créditos eran estándar para todos, la cantidad dependía de la propiatrayectoria en la vida, pero él ya se sabía orientar y se esperaba un crédito reconfortante. Una cifra que le permitiese no continuar.
Sin embargo, Ivano se imaginaba su vuelta a casa. Sermones, atenciones y más sermones. El padre no habría perdido la oportunidad de darle una idea más precisa de la situación, pero, en realidad, se hacía querer. En su casa nunca había faltado de nada, excepto la posibilidad de viajar. El mundo era algo desconocido; solamente habían conocido algunos barrios, y esto debía ser suficiente porque el mundo era muy peligroso para conocerlo completamente. Los viajes los gestionaba el Programa, y solamente algunos afortunados conseguían dejar su Área de Competencia, igualitocomo sus padres y él, y quizás algunos amigos.
Ivano pasaba por delante de las pocas tiendas activas de la calle. Casi todas eran tiendas de comida. Había tenido la tentación de hacer, a escondidas, su primera compra; al menos un caramelo, pero sabía que su padre se habría cabreado con él. Habría echado a perder su cumpleaños Price y, a lo mejor, su padre, al hablar con los Tutores del Sistema, le habría puesto un límite de gasto.
Para ser un adulto de verdad y hacer felices a los suyos tenía que comportarse y rechazar las tentaciones infantiles. En realidad no había cambiado mucho con respectos a los años anteriores. Antes no podía permitirse nada, y ahora tampoco. Lo único que tenía que hacer era esperar el momento adecuado para invertir en algo suyo, y obviamente no era en un infantil caramelo. Además, tenía que esperar a que su padre controlase su crédito. Sí, estaba impaciente por sabercon cuánto le habían reconocido su compromiso, su carrera, y, básicamente, su vida entera. Se fiaba de su padre, pero no ciegamente. Tenía miedo de no saberlo todo y de que se le escapase algo en sus cálculos. En realidad temía que sus compañeros hubieran recibido una cantidad mayor que la suya. Vergonzoso. Aceleró el paso. Le faltaba poco para llegar a casa.
Ivano toco al timbre, ya que nunca había tenido llaves. El padre corrió a abrirle la puerta. Como todos los padres, no trabajaba el día del cumpleaños Price de su hijo.
«¡Ivo! ¡Lo has conseguido! ¡Ven, entra! ¿Y qué… estás emocionado? ¿Te sientes mayor? Siéntate que tenemos una sorpresa para ti.»
La madre trajo una tarta seca con una vela encendida. Todos estaban sentados en la mesa, bueno, en realidad, todos no. Faltaba el resto de sus familiares, pero hasta que el Programa no diese créditos suplementarios para los regalos de la fiesta, nadie compraba nada. Ivano sopló la vela, y deseaba irse a su habitación, pero no podía. El padre de Ivano cogió su teléfono y con solemnidad lo acercó a la cabeza de su hijo.
«¿Estás preparado? ¿Lo quieres saber o no? ¿No tienes curiosidad? Todos estos años he estado a tu lado, te he aconsejado y te he guiado. ¡Lo único que tengo que hacer es un clic y lo sabré! ¡Ah! ¿Alguien te ha evaluado por la calle o has sido un ingrato y le has pedido el favor a alguien? ¿Qué dices Ivo? ¿Lo hago?»
El padre finalmente lo supo. Al principio estaba serio y preocupado, pero después se relajó. «Tal y como creía. Exactamente como creía. Nunca me equivoco, ¿verdad, cariño? ¡Mira!»
El padre lo había adivinado. En su corazón, Ivano esperaba una cifra más alta. No tenía ningún motivo; era solo un deseo. Sí, habría deseado recibir una cantidad mayor de lo que mostraba la real cifra, pero soñar demasiado puede resultar engañoso. Se había topado con un muro. En su cabeza se había imaginado una novela con un final feliz. Ahora solamente quería irse a descansar. Le seguía doliendo la cabeza y no le había vuelto del todo el equilibrio; se sentía mejor caminando que estando sentado y quieto. La tarta estaba rancia, de esas ya preparadas, y de esas que para tragar el trozo tienes que beber tres vasos de agua. Soñaba con la crema de otros tiempos.
El padre e Ivano se sentaron en el salón. A la madre no le interesaba otra cosa que no fuese la normal administración de la casa: gestión de la despensa, limpieza y pequeños recados. Su marido se encargaba de su crédito, ya que siempre había sido una pésima estudiante. Este hecho la había humillado y deprimido a lo largo de su vida, así que no participaba voluntariamente en las decisiones de la familia, pero muchas veces su marido, en privado, de hecho, solamente en la habitación, le pedía opiniones y consejos, pero ella respondía con pocas palabras, las suficientes para contentar a su marido. Echaba de menos a su familia, pero nadie sabía por qué se había interrumpido el contacto, al menos nadie lo sabía oficialmente. Corría un rumor sobre un arresto de un pariente suyo y ya está.
El padre de Ivano trabajaba en el mantenimiento de un parque infantil, el único que había en el Área de Competencia. El parque era enorme y tenía una infraestructura grandiosa que naturalmente necesitaba continuas revisiones, medidas técnicas y de supervisión y el padre de Ivano se había convertido en uno de los responsables de la zona. Sin embargo, para Ivano, el placer de visitar el parque infantil había disminuido durante el paso de los años. No habían incluido ninguna novedad; era todo exactamente igual a como lo recordaba, así que con el paso del tiempo no tenía ningún interés en ir. Su padre no le culpaba, básicamente su trabajo estaba destinado a familias con niños pequeños. Sabía con certeza que los hijos de Ivano podrían entrar gratis todo el tiempo que quisieran, gracias a su presencia, y eso le bastaba: un pequeño privilegio del que estaba orgulloso. El padre de Ivano necesitaba incentivos, aunque pequeños, para no pensar en otros inconvenientes.
En el salón, Ivano escuchaba las palabras del padre, llenas de sabiduría, pero melancólicas y desconcertantes. No comprar nada que no fuese estrictamente necesario: la matrícula de la Universidad incluía la comida, libros, ebooks, apuntes, y todo lo demás. No tendría que cambiar nada en la actitud de Ivano; debía seguir igual de bien como ya lo había hecho en el instituto, de hecho, era imprescindible sacar las mejores notas. El padre solo pedía cuatro años de intensidad y constancia. Después, pasaría al paso siguiente.
Recordaba que no todos sus compañeros habían corrido la misma suerte; no todos compartían sus capacidades. Era necesario agradecer a todo y a todos: reconocer que era un privilegiado y centrarse en esta idea para mantener su posición. Mantener la posición. Ivano había oído durante toda su vida todas estas historias, pero ese día le resultaban desagradables.Soñaba con desentenderse y meterse en la cama, si no era para dormir, al menos para ponerse los auriculares y escuchar un audio de sueños. No quería admitirlo, pero no podía seguir el monólogo del padre. Los temblores, unidos a una especie de ligera parálisis, le hacían sudar. La madre, que había pasado por el salón un par de veces, se había dado cuenta, pero no dijo nada, como siempre.
«Venga, ve a descansar. Que yo sepa, hoy en día la operación es coser y cantar, pero recuerdo cuando me tocó a mí, estuve en la cama durante una semana. Pensamos recurrir a la garantía, pero después se me pasó todo.» Ivano se levantó mecánicamente. Por suerte las escaleras tenían todavía una barandilla y se arrastró hasta su habitación.
Ya había pasado todo. Comenzó, tumbado en la cama, a dudar sobre sus estudios, pasados y futuros. Se dio cuenta de que no había elegido acorde con sus deseos, pero había hecho todas las pruebas previstas para llegar a un lugar adecuado a su naturaleza e idóneo a sus características. No debía tener dudas; no existía la posibilidad de haber elegido mal, pero, de todas formas, se sentía un mediocre, también porque sabía que, en realidad, no tenía deseos plausibles o verosímiles. Le habría gustado viajar y elegir de vez en cuando el camino que recorrer, pero no sabía mucho del mundo. Se sabía de memoria los mapas del mundo, de los que, de hecho, no había mucho que saber o imaginar.
Solamente un compañero suyo estudiaría lo mismo que él; un compañero con el que nunca había hablado. Nunca antes se habían encontrado y ni siquiera sabía cómo se llamaba, pero el último día de instituto quedaron para ir juntos un díaa ver la facultad en la que estarían. Cada facultad estaba separada de las demás. Nunca había visto ese edificio y tampoco había oído hablar de él, pero no estaba lejos de su casa. Se llamaba Contenedor B1 y decidió ver si en su tablet podía encontrar alguna foto. Era extraño que no lo hubiese pensado antes. Quedó decepcionado, pues solo había una aplicación para descargar. No había más resultados, así que era inútil continuar con la búsqueda. Pensó que tendría acceso a los datos una vez inscrito. Su padre ya le había informado de cuántos créditos perdería durante el año, pero también de las posibilidades de acumular otros. Quizás debería dar definitivamente un salto cualitativo, y así, le volvió la esperanza y la energía. Tal vez valía la pena hacer todo lo posible por los créditos. Pensó en un resultado positivo, pero temía que fuese todo muy difícil: pruebas imposibles, preguntas y respuestas trampa, todo para impedir su justo reconocimiento, pero, en verdad, si todo fuese fácil, no tendría las mismas ganas de aumentar sus posesiones, o quizás sí. Se puso los auriculares para escuchar su emisora preferida, pero la Voz de la Conciencia empezó a hablar. «Ivano, ahora que eres todo lo que siempre soñaste, deja de pensar en negativo. Disfruta de estos momentos junto a tus seres queridos. Muéstrales agradecimiento por todo lo que han hecho por ti. Es gracias a todos nosotros, que siempre hemos estado a tu lado, que has llegado al Gran Día. Sé consciente y agradecido. ¿Quieres escuchar tu horóscopo diario?»Ivano odiaba el horóscopo; odiaba todo aquello que, sin ningún esfuerzo, se podía saber; sin embargo, parecía hecho a propósito. La emisora puso una lista de canciones, aunque solo conocía a un artista. Un artista histórico; uno de los pocos que han sobrevivido. Lo había estudiado y requeteestudiado.Tuvo una asignatura específica sobre este asunto: el abandono de la idolatría y del amor por los iconos. Eran, de hecho, productos. Dado que el Programa no era capaz de manejar las sensaciones puras e impuras, se había decidido no continuar con esa asignatura. No era capaz de comprender si era útil, justo, merecedor o no; si prefería coger al toro por los cuernos y lanzarse de lleno en su creatividad. Ivano pensaba que todo era cosa del pasado, un pasado lleno de dudas y problemas, de incertidumbres, de muchas equivocaciones. Ahora había abandonado todo esto. No había vivido la agitación y la cultura, pero ya no podía dar marcha atrás. Ni siquiera se sentía capaz de crear algo, se beneficiaba de la energía positiva y dejaba que alguien más competente que él fuese elegido por la Selección. Había escuelas específicas, muy difíciles, que enseñaban a los más adecuados a ser objetivos y seguros. Él habría conseguido el peor resultado en la prueba.
Adoraba estar tumbado y mirar el techo, sobre todo cuando la programación estaba en sintonía con él. Amaba su habitación. Sí, la Voz tenía razón: había realmente realizado un sueño, pero ahora necesitaba descansar, pero dormir le habría alterado el sueño nocturno.
Una sensación de tranquilidad y realización personal le dieron una renovada confianza en sí mismo. Se sentía preparado para seguir adelante. Continuar con sus pequeñas cosas era el único viaje que podía permitirse; un viaje ya preparado y soñado. Solamente tenía que pasar un tiempo para realizarlo completamente. La confianza lo era todo. Sus estudios le ayudaron, ahora entendía todo mejor. Se estaba abriendo la dimensión de la realización. ¿Era el microchip el que tenía todo este poder? Él no sabía la respuesta.
Días después, su mente, o mejor dicho, la parte frontal de su cabeza, parecía haberse acostumbrado a la intrusión de este aparato. Recibió la llamada de su compañero y su padre le dio permiso para quedar con él, ya que era una práctica que el padre aceptaba. Era mediodía y los dos amigos se encontraron delante de su antigua escuela, cerrada. Una sensación de nostalgia les invadió a ambos. Intercambiaron las primeras palabras, centradas en sus experiencias pasadas, también porque no tenían ni idea de lo que les esperaba al final del verano. Ambos conservaban un sentido común poco tradicional, típico de los adolescentes, por lo que fingían no fiarse ni del protocolo ni de los rumores que corrían por el pasillo, que por lo que parece coincidían siempre. Básicamente había una especie de competición entre ambos sobre supuestas mejorías y privilegios varios que podrían obtener a lo largo del futuro. Había quien decía que su trayectoria era mejor, más rica, más satisfactoria y había otros quedecían lo contrario. En cualquier caso, no lahabían elegido ellos libremente, pero todos los estudiantes esperaban que el Programa fuera magnánimo y subjetivo, incluso más allá de sus esfuerzos o de sus resultados en el test.
Caminó hacia el Contenedor B1 y el amigo de Ivano no se aguantó más y dijo: «Oye… ¿has comprado algo? Yo no. Si quieres te evalúo la cuenta y tú la mía. Mi padre dice que lo tenemos que controlar y que hay que estar atento a lo que se piensa y se hace. ¿No tienes miedo?» Ivano acercó su teléfono a la cabeza del amigo y, para gran sorpresa suya, apareció una cifra mucho mayor que la suya. No dijo nada, pero no quiso que su amigo le evaluara. «¿Por qué no? Te enseño la pantalla. Mira, hazlo tú solo. Te doy el teléfono y después borras los datos. ¿Lo sabes hacer, no?»Ivano aceptó, y tenía ganas de saberlo. Cogió el teléfono de su amigo y evaluó su crédito. La misma cantidad que ya sabía. No borro los datos y con un poco de vergüenza devolvió el teléfono a su amigo, el cual sintió un poco de compasión.
«Mi padre tiene razón.» dijo.
Ivano le recordó a su amigo una clase de ética: una vez se es mayor, se pueden conducir los coches a hidrógeno. Hay que ser preciso, cuidadoso y disciplinado por la carretera, ya que se necesita mucha suerte. Si cae un árbol o alguien hace una mal maniobra, podrías morir y no sería culpa tuya.«Pero lo mío no es fortuna; es mérito. Mérito calculado.» Ivano dijo que en el fondo el secreto era hacer simples las cosas complicadas. Su amigo le dijo que se callase y que no volviese a repetir nunca más una frase así. Las palabras secreto y atajo no se admitían. Había que sufrir y basta. Merecer, como él. El amigo se quedó en silencio y después soltó que si Ivano continuaba con su discurso, se vería obligado a dar un aviso de mérito. AIvano no le asombró que no hubiesen hablado durante cinco años, en cualquier caso lo aseguró y pensó en cómo obtener el triple de créditos. Se necesitaba una táctica. Los dos caminaron en silencio, cabizbajos, cada uno con sus pensamientos controlados por el microchip. A Ivano le vino a la mente cuando fue a visitar a su abuelo a la residencia de veteranos; su abuelo combatió en la última guerra. Estuvo en la base de los misiles, así que había explorado un poco el mundo, al menos gracias a los satélites para los servicios secretos. El abuelo, en aquella única visita, le dijo pocas cosas en comparación con la curiosidad infantil de Ivano. La guerra le había enseñado que un amanecer y un atardecer se presentaban igual ante unos ojos apenados y mundanos y que ahora estaba convencido de que no había ningún modo real de disfrutar de la vida. Muchas introducciones microscópicas o macroscópicas afectaban a nuestra conciencia y lo peor era que las que prevalecían eran las negativas. No había salida. No te engañes Ivano, no te hagas ilusiones, tú tampoco lo conseguirás. De todas formas, el recuerdo de su abuelo se interrumpió cuando recibió un mensaje de alerta en su teléfono: actividad no permitida, pero para entonces ya habían llegado al edificio. Ambos sonrieron y se dijeron lo extraño que era el que nunca se hubieran fijado. Ahora sabían que ese cubo sin ventanas reales, pues eran virtuales, era el Contenedor. Su amigo le dijo que algunas veces había pasado por delante y nunca se había percatado del edificio. Ambos, sin embargo, se llenaron de orgullo. Querían acercarse a la entrada con la esperanza de entrar, pero no fue así. En ese momento no se podía entrar. Además del cubo, había una zona de tres metros de jardín embaldosado y un espacio un poco más grande en la entrada, la cual tenía dos escalones.
«¿Sabes que el compañero 13 y sus amigos no irán a ningún lugar? Lo harán todo desde casa. Eso sí que es una injusticia. Mi padre dice que es lo mejor. Todo a distancia; un mar de ventajas. Los exámenes son más fáciles y los créditos se activan. Es como un trabajo y ¡después hacen el máster! ¿Lo pillas? ¡Máster gratuito con perspectivas de trabajo!»
Ivano no entendía nada. No entendía en qué trabajaba el padre de su amigo, ya que siempre lo sabía todo. Para él, la vida de sus amigos era un misterio y su padre parecía que no se hubiese ocupado de nada más que de su familia. En su casa no se hablaba de un tema así tan peligroso. De hecho, después de la alerta, Ivano volvió a la debida modestia de siempre y se consolaba diciéndose que un tío con el triple de créditos y derechos que él había acabado en el mismo Contenedor que él, pero poco después comenzó a tener sudores fríos mientras pensaba en cosas negativas: las que le dijo su abuelo. ¿Y si no lo conseguía? Su padre se decepcionaría. Contrariamente a su habitual comportamiento, decidió hablar enseguida con su padre; poner las cartas sobre la mesa. Planear. Ivano se despidió de su amigo, acordando que se verían pronto, incluso para charlar un poco sobre su próxima experiencia en común. De camino a casa, Ivano se acordó de algo. Se acordó de una poesía que el padre le decía de memoria antes de dormir, pero solamente cuando era muy pequeño. El padre, la última vez que se la dijo, lloró y desde ese día no la volvió a escuchar más; nunca se le pasó por la cabeza pedirle que se la dijese o la escribiese. Decidió que enfrentaría a su padre esa noche hablándole de esa vieja poesía, que le traían fuertes recuerdos antes olvidados.
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